miércoles, enero 31, 2007

Padres e hijos


No me quedé satisfecho con la entrada al blog en que cuento la fiesta del cumpleaños de nuestro padre. No fui capaz de pasar al papel los muchos y buenos sentimientos que bullían en mi interior. Seguramente es el instinto de conservación el que me frena pues, al final, siempre es complicado dar visibilidad a cosas íntimas. Ya he tenido algún problema con eso. Pero, en este caso, no se trata de airear trapos sucios. Al contrario, si algo tengo que contar, ese algo es siempre positivo.
Hace unos años quedé fascinado con la lectura de un libro, Hijas y padres. En él, una serie de mujeres conocidas (escritoras, artistas, políticas, profesoras) contaban sus relaciones con su padre. Algunas eras tiernas, otras crueles, casi todas respetuosas, aunque algunas seguían llenas de resquemor. Pero me pareció que, efectivamente, la relación entre padres e hijos es un mundo complejo y muy atractivo. Tiene su morbo, pero, a la vez, tiene miga suficiente para poderle sacar mucho partido. Desde aquella lectura no dejo de preguntarme qué pensarán mis hijos de mí. O qué pienso yo mismo de mis padres.
Mis recuerdos infantiles tienen siempre a mi padre trabajando fuera de casa y a mi madre ocupándose de la casa y de nosotros. Yo era el mayor, así que he ido siempre por delante de los demás abriendo camino. Y sirviendo de conejillo de indias para ellos en su oficio de padres. No recuerdo mucho de mi padre en Pamplona donde viví mis primeros años. Sólo tengo vagos recuerdo del colegio de monjas donde hice el parvulario (creo que las monjas se quejaban de que yo era muy travieso y que les daba mucho trabajo, aunque no sé si eso es un recuerdo o un simple reflejo de mi chungo autoconcepto). Y también de que una noche llegaba mi padre a casa con una copita de más y gritando encantado que había tenido una hija (mi hermana, dos años menor que yo). Pero él me ha dicho muchas veces que no es verdad, que entonces él no probaba el alcohol y que el nacimiento de la Blanqui no fue así. También es poco probable que yo tenga recuerdos de los dos años.
Mis recuerdos son más fuertes de nuestra época en el siguiente pueblo donde vivimos, Larrasoaña. Recuerdo que en una ocasión casi lo mato al pobre. Por hacerle una broma le quité la silla cuando se iba a sentar y se cayó para atrás golpeándose con la cabeza en el suelo. Quedó inconsciente y tuvo que venir una ambulancia a llevárselo al hospital. Yo me escondí angustiado en una esquina pensando que lo había matado. También recuerdo que en una ocasión el maestro me había dado un enorme bofetón (cosa frecuente entonces), probablemente merecido. Normalmente cuando eso sucedía y lo contaba en casa aún recibía otro de mi padre. Pero esta vez, el sopapo del maestro me había provocado una fuerte hemorragia nasal y eso alarmó a mi padre que se fue hecho una furia a la escuela para decirle en tono amenazante al maestro que se habían acabado los castigos, que a partir de entonces no se le ocurriera tocarme ni un pelo. Me sentí orgulloso de él.
De Larrasoaña nos fuimos a vivir a Saigós y allí recalamos más tiempo. Aunque yo salí pronto de casa (a los 11 años) para ir al seminario a estudiar, tengo muchos recuerdos de ese periodo. Yendo juntos al monte a cortar la leña y a voltearla hasta el camino, sembrando y regando el huerto que teníamos, pescando cangrejos en el río, segando y trillando el trigo para los vecinos del pueblo, matando el cerdo cada año y repartiendo los presentes a los vecinos. Pero entre todos los recuerdos, los que más intensos quedaron en mi recuerdo, fueron las veces en que me permitió quedarme con él a pasar la noche en su trabajo cuando debía quedarse en la carretera vigilando las apisonadoras o las máquinas de echar la brea. Esas noches frías, compartiendo los catres del furgón, tomando la cena que nos había puesto mamá, eran alucinantes para un crío de 6 ó 7 años como yo. No fueron muchas pero las recuerdo con un enorme cariño.
¿Hubo momentos malos con papá? Pues seguramente. A veces, mamá esperaba que llegara él para contarle nuestras fechorías del día y a él le tocaba darnos la paliza correspondiente. Pero yo creo que lo hacía de mala gana, como quien cumple un deber que no le apetece mucho. También nos mandaba, a veces, al cuarto oscuro, aunque para mí, el peor castigo que me podían poner era mandarme a la cama sin cenar. Lloraba desolado. Aún es hoy el día en que soy incapaz de acostarme sin tomar algo.
En fin, yo tengo un gran recuerdo de mi padre. Y un aprecio y respeto que ha ido aumentando a lo largo de los años. Sin una gran cultura, sin grandes éxitos profesionales, sin apenas más recursos económicos que los indispensables para sobrevivir ha sabido mantenerse fiel a sí mismo y con un fuerte sentido pragmático de la vida. El suele decir que su mayor éxito es su familia. Habernos sacado a todos adelante y haber mantenido la familia unida. No es el único pero es, desde luego, un gran mérito. Estoy seguro que lo que más le gustaría es, justamente eso, traspasarnos esa vocación de unidad a pesar de los problemas; que cuando él falte, las relaciones entre los hermanos siga siendo igual de próxima. Que sintamos necesidad de reunirnos entre nosotros como ahora la sentimos de reunirnos con él. Si consigue eso, habrá puesto un broche de oro a su largo pedigree como pater familias. Ojalá lo consiga (mos).

Santo de papá

Este domingo hemos celebrado el 83 cumpleaños de nuestro padre. Como hacemos siempre que podemos, nos hemos reunido todos los hermanos (7), incluido Rafa que ha viajado desde Méjico y yo mismo que lo he hecho desde Galicia. Y, como siempre, ha sido una de esas fechas entrañables en las que se cargan las pilas de familia y añoranzas.
Queríamos celebrarla en algún buen restaurante pero, al final, mi padre nos ha forzado a lo de siempre, el txoko de Santi en Tafalla. No hay mejor lugar, según él, para sentirse tranquilo y a nuestro aire. Y, desde luego, dudo mucho que hubiéramos comido mejor en ningún otro sitio, por caro que fuera. Nos inflamos de pintxos y de entrantes navarros. Y rematamos el festín con un chilindrón de cordero en menestra que estaba buenísimo. Del vino se encargó Rafa y eso significa que nos bajamos unos grandes reservas de la Rioja y la Ribera del Duero.
Pero lo mejor de nuestras comidas son las sobremesas. Las mujeres le dan al chinchón y los hombres al mus. Y allí nos pueden dar las uvas. Esta vez fueron 4 horas seguidas de emociones y disputas inmisericordes. Ni papá se libró de tener que sufrir lo suyo y eso que se espabila a tope en el juego. Lleva cuenta de todas las cartas que salen y de las jugadas que se van haciendo. Nunca conseguimos ganarle, aunque esta vez lo tocó apoquinar sus euros porque también tuvo, como los demás, sus malas rachas al encaje.
Pero no era esto lo que yo quería contar sino lo bien que me (nos) hace sentir una fiesta familiar de este tipo. Ninguno de los hermanos faltaría por nada del mundo a un cumpleaños de nuestro padre o nuestra madre. Es como una consigna implícita. Cuanto mayores se nos van haciendo más necesidad sentimos de estar con ellos, de no perder ninguna oportunidad de acompañarlos. Y ellos disfrutan tanto teniéndonos a todos juntos y en armonía… No quiero otro regalo, decía el papá, mi mejor regalo es que hayáis venido y estemos todos juntos. Eso le emociona. Y a nosotros también.
De los padres se puede decir muchas cosas. Buenas y malas, seguramente. De nuestro padre lo que podemos decir es que se trata de una persona que pese a haber tenido una vida gris y poco brillante, siempre luchando por sobrevivir y sacar a su familia adelante, ha sabido convertirse en una persona de un particular relieve. Casi insustituible. Cuantos le han conocido han sabido reconocer en él lo que es su mejor patrimonio: ser una buena persona. Cariñoso y atento por demás. Por eso ha estado siempre rodeado de amigos. Por eso le recuerdan cuantos le han conocido. Por eso aún le siguen (le seguimos) pidiendo consejo ante los problemas que se nos presentan. En esos casos, no suele hacer grandes discursos, sólo te dice lo que piensa. Y lo que te dice suele estar cargado de sentido común. Y de experiencia de la vida. Porque de eso, de vida, él ha tenido mucho.

domingo, enero 28, 2007

PAMPLONA

Alguien con tantos encabezamientos del blog nombres de ciudades como yo, tiene que ser un viajero nato. Visto a vuelablog, podría hipotetizarse que se trata de un comercial de alguna empresa o de alguien que debe gestionar diversos negocios en partes varias. Pues no. ¿Alguien a quien le enloquece viajar? Lo del enloquecimiento es difícil de disimular pero no creo que sea por viajar. Lo que no se puede negar es que se trata de alguien inquieto. Y, seguramente, demasiado fácil de convencer cuando se le hacen propuestas que incluyen viajes. Me contaba ayer mi hermano Rafa el chiste de un andaluz bien pagado de sí mismo y que decía ser como dios. "¿Y eso, le preguntaron?". "Hombre, ¿no dicen que dios está en todas partes?. Pues yo ya he estado." Bueno, yo nosoy así.
Lo curioso de esto de los viajes es que son como pescadillas que se muerden la cola. Cada nuevo viaje te genera otros varios. Y así no hay manera de ir cerrando capítulos. Al contrario, no paran de abrirse nuevas propuestas. Y eso que yo me había prometido al inicio de este 2007 que las cosas iban a cambiar...
Bien, la cosa es que estoy en Pamplona, con un frio de mil demonios. La llegada ayer en avión fue espectacular. Todo blanco, blanco. Sólo los ríos y las carreteras cruzaban elpaisaje destacándose con sus trazados curvos y longilíneos. También se podía entrever algunos pueblicos en medio de ese mar blanco, reconocibles sólo por pequeños recortes negros en el manto blanco (como si alguien hubiera estado haciendo un pequeño borrador de algo sobre un folio) y unas luces amarillentas que se debajan ver a duras penas. Una vista hermosa de veras.
Y una vez en el suelo, frío, mucho frío. Los márgenes de las calles aún están llenos de nieve. También los coches que no se han movido estos días. Por supuesto que no me resistí a la tentación infantil de hacer algunas bolas y tirárselas a quienes me acompañaban. La nieve siempre me trae magníficos recuerdos infantiles. Entonces nevaba mucho. Mi padre era caminero y debía ir a quitar la nieve con los escasos medios de que contaban. Alguna vez estuvo el pobre a punto de quedarse ahogado bajo un talud de nieve. Pero nosotros disfrutábamos mucho con la nieve en las peleas, poniendo cepos a los pajaricos que, pobres, caían como chinches (hoy nos habrían denunciado por hacerlo), haciendo caminos en la nieve para poder comunicar entre sí las casas del pueblo, yendo con en autobús a la escuela (la teníamos a 1,5 kms.) porque no se podía ir a pie y llevándonos la comida en una tarterita porque no había como volver a casa a comer. Era toda una experiencia que rompía nuestras rutinas del resto de las estaciones. Lástima que nuestros hijos casi no la hayan podido disfrutar. Ahora ya casi no nieva.

En todo caso, aquí estoy en mi tierra. Gozoso por poder encontrarme de nuevo con la familia. Y feliz por tener un año más la posibilidad de celebrar el cumpleaños de papá todos juntos.

sábado, enero 27, 2007

Sevilla

Ya sé que no soy el único al que Sevilla enamora. Me lo han dicho algunos de mis amigos. También para ellos Sevilla tiene ese algo especial que hace que te apetezca volver y encontrarte con los amigos y disfrutar de las calles y rincones que tan generosamente ofrece la ciudad. Yo, al menos tengo mono de la ciudad lo que Sevilla representa para mí. Lo que sucede es que en los últimos años Sevilla siempre está está en obras y llena de polvo. Eso desenamora, desde luego. Ese metro imposible...
Esta vez, nuestro enemigo ha sido el frío. Un frío intenso. Muy poco sevillano. Y el trabajo. Es imperdonable venir a Sevilla y pasarse el día trabajando sin rescatar un poco de espacio para disfrutar la ciudad. Pero eso suele pasar. Venían a recogerme a las 9 de la mañana y no regresaba al Hotel hasta las 9 de la noche. ¡Qué desperdicio!.
Y eso que he estado siempre muy bien atendido y acompañado. También en eso, Sevilla tiene ese algo especial. Los sevillanos son distintos. Aparte de su alegría genética son muy buenos anfitriones. Y, en mi caso, muy buenos amigos. Vamos, no es sólo la ciudad la que atrae, es su gente. Ya lo saben ellos porque el cariño es mutuo.
Y eso que esta vez no he podido visitar a mi ahijadita Sofía. No estoy llevando bien esto del padrinazgo. Me encanta verla crecer y me duele muchísimo no poder aprovechar las pocas oportunidades que tengo para verla.
Bueno, han sido dos días intensos. Y ahora aquí estoy, una vez más, en la sala VIP de Barajas escribiendo esta entrada al blog, aprovechando el retraso del avión que me llevará a Pamplona. Y parece ser que no tenemos tripulación. Que vienen de Argel y van con mucho retraso. En fín, paciencia.

miércoles, enero 24, 2007

Nostalgia

"Nostalgia es que te ha pasado algo bueno y lo hechas de menos".
Así definía Caye (Candela Peña), la protagonista de Princesas su idea de nostalgia. Desearías que lo bueno que te ha sucedido se mantuviera siempre. Sentimiento lógico, desde luego, porque a nadie le gusta salir de ese espacio o momento de bienestar que la vida, la suerte, o tus propios méritos han conseguido alcanzar.
Pero ella seguía inquiriendo, ¿será posible que haya nostalgia sobre algo que todavía no ha pasado?. Efectivamente, ¿es posible la nostalgia anticipatoria? Quién no se hace esa misma pregunta muchas veces. ¿Es posible soñar, esperar que lo que queda por venir llegue a ser mejor que lo que hemos sentido, vivido hasta ahora? ¿Merece la pena invertir ilusiones (y esfuerzo) en ello? Porque aquello de "virgencita, que me quede como estoy" puede que sea más realista, pero resulta demasiado resignado. Pone poco, la verdad.
También en el terreno profesional esta historia de la nostalgia tiene su mandanga. Andy Hargreaves achacaba buena parte de los problemas del educación actual a la nostalgia. La nostalgia que sentimos los profesores para quienes todo ha ido empeorando en la educación en los últimos años.
Porque la nostalgia es como el colesterol, las hay buenas y malas. Hay nostalgias constructivas y otras que son destructivas. Las primeras te llenan de anhelo por actuar. Lo bueno que te ha pasado o has hecho se convierte en fuente de fuerza para que lo que te pase o hagas ahora sea tan bueno o mejor que aquello. La segunda nostalgia es destructiva porque acabas aceptando que cualquier tiempo pasado fue mejor, que las cosas ya no son como eran, ni podrán serlo. Con lo cual, la única alternativa es resignarse a lo que tenemos y tratar de sobrevivir.
¡Qué facil es decirlo! Pero yo mismo, sin ir más lejos, necesitaría un curso intensivo sobre nostalgia. Sobre la nostalgia buena.

martes, enero 23, 2007

La amistad

Ayer me desayuné con un hermoso texto de Ramón Pernas en La Voz de Galicia (pag.72) en torno a la amistad. "Reivindico la amistad como el más fértil territorio de la patria de los afectos" y "Yo soy quien soy, gracias a los amigos". Yo también he repetido muchas veces esa idea en algunos escritos: somos lo que son nuestros amigos. Con ellos nos hemos hecho, hemos descubierto el mundo, de ellos hemos recibido afecto, con ellos nos hemos peleado sin consecuencias, con ellos hemos ido reajustando nuestro propio proyecto de vida.
Creo que nuestra vida es como una especie de dialéctica permanente entre la tendencia a encerrarte en ti mismo o en tu mundo minimalista (tu pareja, tu familia, tus cosas) y el deseo de estar (o pensar o soñar) con otros que permitan oxigenar ese espacio más reducido. La vida moderna, afortunadamente, nos pone en relación con muchas personas. Y eso ya amplia tu mundo. Pero la amistad va incluso más allá. Buena parte de nuestros mejores amigos y amigas ni siquiera forman parte de nuestra esfera próxima de vida. Viven lejos, los vemos poco, pero están ahí. Y cuando te reencuentras es simplemente como reanudar las cosas, anulando, simplemente, la posición de stand by en la que en el entretanto se colocan.
"Nada piden los amigos verdaderos, sólo dan, son espléndidos con la más desprendida de las posesiones que son aquellas que residen en la caja del pecho", escribe el periodista. Pero sí piden, como él mismo señala: "Demandan, en estos tiempos cautivos por las prisas, más largas sobremesas, conversaciones pausadas y 'hasta luegos' subrayados con un abrazo de despedida". Para quienes vivimos en este trajin de viajes constantes y en un stress permanente por el trabajo no nos es fácil atender a esta reclamación tan simple.

Creo que no siempre sé atender esas pequeñas demandas que los amigos te hacen. Pero, pese a las muchas crisis que toda amistad ha de superar, que yo sepa, jamás he perdido un amigo, salvo por razones inevitables. Pero ha sido siempre mucho más su mérito que el mío. Aunque yo también me lo he currado, desde luego.

Y si el día comenzó con un artículo sobre la amistad, cuando llegó la noche, después de un día agotador, vi Princesas, un hermoso canto fílmico a la amistad. Con una perla que merece ser recuperada: "Existimos cuando alguien piensa en nosotros", "Las cosas no son importantes porque lo sean, son importantes porque pensamos en ellas".

Existimos porque alguien piensa en nosotros. Quizás por eso necesitamos tener amigos. Quizás por eso, cuando corres el riesgo de perder alguno, se te llena el cuerpo de angustia como si te fuera a dar un infarto. ¿Y no es eso el perder a alguien, que te deja de funcionar una parte del corazón, que se necrosa para siempre?

lunes, enero 22, 2007

La masai blanca

Queríamos ver Babel pero resultó imposible. Nos decidimos por La Masai Blanca. Una historia de amor y de dolor, rezaba la propaganda. Y eso ha sido, desde luego. Y basada, además, en una historia real, según los créditos.
Tiene cosas muy interesantes la película. De esas que te hacen pensar. Primero te identificas absolutamente con la protagonista. Todos quisiéramos vivir esa gran aventura loca. Conocer a alguien, enloquecernos, seguirle a un modelo de vida que representa nuestros ideales. Quienes hemos vivido vidas convencionales tenemos ahí dentro de nosotros como un vacío. ¿Quien no ha soñado a lo largo de su vida en uno de esos amores locos, o en una entrega absoluta a los demás en algún país pobre (yo, que viví mi infancia no lejos del Castillo de Javier, en Navarra, siempre pensé que seguiría sus pasos y me iría de misionero, en mi caso al Perú), o enrolarse en una comuna hippy, o en una ONG solidaria? Si la aventura, como en este caso, iba adobada de amores locos (y, se supone, que sexo igualmente loco) la opción resulta, ciertamente, irrechazable. Y eso fué lo que hizo Nina Hoss, la protagonista de la historia.
Sólo, que pronto se puede comprobar que no hay aventuras gratuitas. Siempre tienes que pagar un precio. Tanto más fuerte cuanto más has idealizado la situación. Y, en todo caso, es un precio siempre excesivo. La asimetría de la relación era demasiado fuerte, incluso para dos personas que aprenden a quererse.
Y como al principio te has identificado con ella, luego vives las contradicciones de la relación como si te estuvieran pasando a tí. La frustración, el deseo, la distancia cultural, la impotencia ante lo que sucede, la pasión mantenida, la ternura de la hija, el miedo, los celos. Todo se va juntando y creando una tela de araña de la que parece imposible salir. Ella lo consigue en un final poco creible, pero que te devuelve el sosiego.
Y al salir, los comentarios y sensaciones. Las personas no cambian. Incluso partiendo de situaciones y mundos tan diversos, resulta muy difícil cambiar al otro. Ella siguió con sus ideas, con su comercio, con su forma de ser y relacionarse con los demás. El siguió con sus costumbres, con su forma masculina de ver el mundo (incluidas las mujeres, el sexo, el trabajo, la relación). Claro que de ahí al comentario personal se pasa fácil: "y si no, fíjate en nosotros mismos: tantos años juntos y, si lo analizamos, apenas hemos cambiado nada de cómo éramos".
A mí me llamó mucho la atención, el sufrimiento de el masai (Jacky Ido). Se le resquebraja su mundo. Trata de adaptarse a esa blanca preciosa que le ha hechizado y se diría que lo va consiguiendo. Pero en el fondo de él está en ebullición el inconsciente colectivo en el que ha crecido. Y cada poco aparece como si fueran fumatas de un volcán semidormido. Pero ella no se da cuenta de eso. Respeta poco los sentimientos del otro. Le parecen poco racionales sin entender que ella está aplicando una racionalidad ajena a aquel mundo. Y al final, la más irracional y destructiva de todas las emociones, los celos, hace que pierda definitivamente la cordura. Pero quizás se podría haber evitado llegar a ese punto.
Otros dos personajes que te azuzan son la otra europea en Kenia (Katja Flint) que parece perdida. Ella también debió llegar allí siguiendo a su gran amor y buscando su aventura. Pero lo único que quedó fué la resignación. También la figura del sacerdote misionero es chocante. Muy pragmático. Renunció a ser transgresor con la cultura local para poder sobrevivir. Pero tras tantos años allí, tampoco parece que consiguiera grandes cosas. Me gustó su realismo pero te disgusta esa aceptación excesiva de las cosas tal como son. En comparación con ambos, uno casi vuelve a identificarse con la protagonista. Al menos ella trató de luchar y cambiar las cosas.

sábado, enero 20, 2007

Divagando

Llevo varios días sin saber muy bien sobre qué escribir en el blog. No es exáctamente una sequía mental, parece más bien como si no tuviera asuntos interesantes que tratar o que los que pudiera tratar no son apropiados para un blog. Lo curioso del caso es que eso no debería preocuparme. Al final, uno escribe porque quiere y sobre lo que quiere, nadie le obliga. Pero una vez que has cogido un cierto ritmo, molesta el perderlo. Sientes como un vacío. Como si no estuvieras cumpliendo un compromiso. Y, desde luego, no es con los posibles lectores (dudo mucho que haya gente que lea esto) sino contigo mismo.
Algo así me pasa, también, cuando escribo mi diario. Lo suelo hacer en momentos especiales o sobre cuestiones que me afectan mucho, para descargar emociones y/o comprenderlas un poco mejor. Como te descuides un poco y dejes pasar días o episodios sin contar, empiezas a sentirte culpable y un poco molesto contigo mismo.
Y eso que estos días estoy escribiendo mucho y de temas muy diversos. He tenido que concluir diversos textos e informes técnicos que tenía pendientes. Sobre evaluación, sobre formación de profesores, sobre competencias, sobre el practicum. Y la cosa no ha salido mal. En fín, que no es sequía mental.
Lo que estoy viendo es que uno empieza a escribir como una actividad placentera, como quien no quiere la cosa y acaba convirtiéndola en un deber. Alguien que yo sé me diría, seguro, que eso es reminiscencia de mi paso por el seminario. Quizás lo sea. Pero a mí me parece que se trata de todo lo contrario. Se trata, justamente, de que escribir es para mí una actividad placentera. Y uno no está en edad de prescindir de ninguna cosa que produzca placer. ¡Sólo faltaba!

miércoles, enero 17, 2007

Asomar la cabeza

Con esto del blog, a veces me queda la impresión que anda uno dando vueltas siempre sobre sí mismo, como si fuera el ombligo del mundo. Con la que está cayendo por ahí afuera. Creo que habrá que sacar la cabeza del propio agujero para no caer en el vicio solitario de comerse el coco.

Ahora, por ejemplo, estamos en plena orgía de comentarios sobre el debate del otro día sobre el terrorismo. Todo el mundo opina, aunque cada uno, obviamente, desde su propio punto de vista (ya elaborado antes de que el debate se produjera). Yo, que tuve la suerte de poder seguir casi todo el debate mientras hacía otras cosas en el despacho, no estoy de acuerdo con muchos de esos comentarios. Y eso, que me pareció muy acertado el comentario de un periodista que decía que Zapatero había preparado un discurso "amigable" esperando un buen gesto de Rajoy, y éste había preparado uno "feroz" esperando un discurso de Zapatero agresivo con el PP. Al final, descoloque de ambos. Y Zapatero llevándose la peor parte por la inmisericorde avalancha de zarpazos del contrincante. Menos mal que los restantes púgiles fueron más amables y le dejaron coger resuello. Pero fue un espectáculo lamentable y poco edificante.

Porque seguramente ellos lo rechazarían, pero yo les animaría a que hicieran terapia de pareja. Tendrían que considerarse como una "pareja de hecho" y analizar su relación para ver si hay alguna manera de recomponerla. Yo no sé cómo pueden reunirse durante varias horas en la Moncloa y luego ponerse a parir así. De qué hablaran cuando están a solas. Cómo se mirarán. Debe ser una tensión terrible, cada uno de ellos pensando "sí, sí, ahora simpatizando y dentro de unos días tratarás de estrangularme en el parlamento o en la prensa". Cómo consiguen hacer esos paréntesis distendidos y luego poder decir a la cara del otro semejantes cosas.
En fín, sigo en lo de la terapia de pareja. len vendría bien. Hasta podrían utilizar uno de esos sistemas tan actuales, el DAFO, y averiguar cuáles son las fortalezas y debilidades de su relación, cuáles las amenazas que se ciernen sobre ella y qué oportunidades podrán aprovechar para mejorarla. Estoy seguro que, después, conseguirían con facilidad ese pacto que tanto anhelan.
¡Suerte!

lunes, enero 15, 2007

Personas o momentos.

Escuchaba ayer por la tarde a Sylvester Stalone, metido esta vez a guardaespaldas de una hermosa hija de mafioso, que "no existen las personas perfectas, sólo momentos perfectos". Uff!, menos mal. Uno se pasa la vida queriendo ser perfecto (yo lo tengo un poco más fácil, pues por algo me llamo Miguel que significa casi-perfecto) pensando que así conseguirás el aprecio de los demás. Y resulta que no. Lo que vale son los momentos, pues ya se da por supuesto que a nadie se le puede exigir que vaya a tope todo el tiempo.
Me gustó mucho la frase y creo que me viene al pelo para lo que me está pasando en estos últimos meses. Estar demasiado obsesionado por que todo vaya bien, por que se cumplan todas tus expectativas, no solo no hace que las cosas mejoren sino que llega incluso a impedirte disfrutar de los maravillosos momentos que, a veces sin esperarlos, se van sucediendo.
Reconozco que es otra filosofía de la vida. Pero tiene su punto seductor. Y, desde luego, agota menos.

jueves, enero 11, 2007

Lourdes

Un año hace hoy. Un año de aquel terrible desenlace. Nuestra querida amiga, esposa de amigo, colega de preocupaciones, compañera en anhelos se nos fué de forma precipitada y silenciosa. Ella lo hizo todo así en su vida. De forma silenciosa, como si lo que ella hiciera no tuviera importancia. Cediendo el protagonismo a los demás. Por eso estuvo siempre rodeada de amigos.

Si supieras, querida Lourdes, cómo te hemos echado de menos. Elvira y yo nos habíamos aficionado a aquellas tardes de los domingos de cháchara en tu casa. Daban para mucho. Comíamos, bebíamos, cotilleábamos, hablábamos de lo divino y lo humano, con Luis siempre de showman divertido. Y tú en medio quitando importancia a la enfermedad, luchando en silencio, reajustando tus proyectos vitales. Sin renunciar nunca. Eras una enferma muy atípica. Apenas hablábamos de tus cosas. En lugar de llevarnos a tu terreno y a tus preocupaciones te venías a los nuestros, a las pequeñas cosas y avatares de lo cotidiano, del trabajo, de las discusiones de pareja. Incluso al final, cuando tenías algún problema (que siempre pensamos que no pasaría de una indisposición pasajera) conseguías sobreponerte. Nos concedías el privilegio de bajar al salón, de acompañarnos, de olvidarte de lo tuyo.

Después vinieron aquellos pocos días de hospital. Cuando me llamó Felipe para decírmelo, marché corriendo a ver qué pasaba. Lo encontré en un pasillo de urgencias y allí nos quedamos un rato. No parecía que la cosa fuera grave (o al menos eso creía Felipe, y si no lo creía, así nos lo decía para tranquilizarnos). Por eso no entré a verte. Pensé que te extrañarías de ver a gente por allí y que eso podría preocuparte. No sabes cuánto me he arrepentido de no haberlo hecho. Ya no hubo más oportunidades. Me costó muchas lágrimas esa indecisión. Pero quizás fué mejor así, porque ahora mis últimos recuerdos están llenos de tus sonrisas en casa, de tus bromas y comentarios.
Ni te puedes imaginar el sofocón que fué enterarnos de tu muerte. Lo recuerdo como si fuera ayer. Estaba cruzando Piedrafita camino de Logroño. Llamó José Antonio Caride para decírnoslo. Tuve que frenar en seco porque no era capaz de seguir. Nos cogió de tan de sorpresa, fué un dolor tan intenso que resultaba insufrible.
Como pasa en esos casos, en unos segundos, pasaron por mi mente los muchísimos recuerdos que se habían ido acumulando a lo largo de tantos años. Fué como abrir una olla a presión y estallar su contenido en imágenes revividas y mezcladas: mis primeros años de profe en la Facultad teniéndote de estudiante magnífica; aquel verano con los niños del horfanato de Orense en La Lanzada; los grupos de encuentro y las catarsis personales que provocaban; tus años de becaria con Touriñán; los primeros años de profe de infantil en aquella escuela rural maravillosa; lo fácil que fué animarte a que montáramos congresos de educación infantil y después Agamei; las muchas reuniones y dolores de cabeza con el proyecto EEL y el congreso internacional de la EECERA, los viajes del grupo a Portugal. En fín, Lourdes, tu trabajo de todos estos años de asesora, de apoyadora de cuanta iniciativa se te propusiera y, últimamente, de animadora desde la Consellería. Y junto a esos ficheros de la vertiente profesional iban pasando también los múltiples recuerdos que tienen que ver con los afectos compartidos, los años de amistad entre nuestras familias (incluidos momentos tan agradables entre las vasquez y las gomes), de confidencias, de desasosiegos. Y no sólo me golpeaban como martillazos los momentos que se referían a tí, allí estaban agolpados, también, los muchos que he vivido con Felipe, porque estar con él, fuera donde fuera (en Bahía o en la Patagonia, en Cereixo o en Murcia), en actividades profesionales o en juergas inocentes (siempre han sido inocentes nuestras juergas) , era tenerte a ti presente. Y los ratos con Felipe hijo y, sobre todo con Luis con quien tuve la suerte de disfrutar su infancia como si de un sobrino se tratara. Han sido tantos años (pero tan pocos, visto ahora) de compartir cosas que no es fácil aceptar que se acabó, que no hay más.
Ha pasado un año y muchos seguimos así. Viviendo de los recuerdos. De vez en cuando me tropiezo con tu teléfono (que no me atrevo a borrar) y me entran ganas de llamarte. No es fácil hacerse a la idea.
Querida Lourdes, yo sé que estarás bien. Las personas como tú siempre están bien. Serás, sin duda, uno de esos espíritus que, sin hacerse notar, transmiten tranquilidad y paz en su entorno. Como lo hiciste aquí mientras viviste. Seguro, también, que sigues muy atenta la marcha de tu familia. Si quienes te tuvimos como amiga lo hemos pasado mal, qué no habrán pasado quienes eran los tuyos y compartían tu vida. Ha sido un año horroroso para ellos, pero lo han enfocado bien. Se tenía que notar tu herencia y, desde luego, la capacidad personal de Felipe. Incluso desde su infierno personal ha sabido mantener el tipo y facilitar las cosas para todos. Ha sido un año horroroso para ellos pero creo que están bien y que puedes estar orgullosa de cómo han afrontado, en torno a tu recuerdo, la desgracia de perderte.
Querida amiga, yo, la verdad, no sé si estas cosas se ponen en un blog o no. Soy nuevo en este mundillo, pero para mí es como escribir un diario. Y hoy necesitaba dejar salir todas estas emociones. Voy a llamar a Felipe para ver qué tal está llevando este día. Hoy es un día muy especial para todos.
Me ha encantado poder expresar, una vez más, lo mucho que te quería y lo mucho que valoraba tu amistad. Fueron años muy bonitos en los que tuvimos la suerte de compartir tantas cosas. Pertenecemos a generaciones distintas pero eso nunca fué obstáculo para que lograramos tejer una magnífica red de relaciones personales y familiares.
En fín querida Lourdes, hoy ha sido un día de revivir entre lágrimas los recuerdos. El sábado nos encontraremos de nuevo para rezar contigo y por ti. Será otro momento doloroso pero hermoso. Siempre es grato reunirnos en torno a ti y a tu recuerdo. Hasta el sábado, pues. Un beso muy fuerte.

miércoles, enero 10, 2007

Mi amor

Mi amor. Hoy me levanté con muchas ganas de decírtelo: te quiero. Ni te imaginas cuánto. Pese al estres postvacacional del que hablan los expertos, pese al inicio de una medio depresión "atípica" (buena forma médica para decir que no se sabe de dónde viene), pese al tono gris ceniza del momento, te quiero muchísimo. La vida tiene eso de maravilloso, nos une ¿azarosamente? a personas tan distintas a nosotros mismos que la previsión fácil es pensar que la relación no puede durar. Pero dura. No sé, quizás dura lo que la hacemos durar. Yo estoy notando mucho tu esfuerzo para que lo nuestro dure. Ya sé que no te está resultando fácil. Y eso es lo más hermoso, sentir tu pelea, cómo te lo curras. Incluso tus quejas, tus reclamaciones no son otra cosa que implícitas declaraciones de amor. Podrías decir que renunciabas, que no te compensa, que tienes opciones más divertidas y menos estresantes. Pero no lo dices. Te adoro.

Hoy es un día particular. No sabría definirlo. Triste y alegre a la vez, gris y radiante. Día de sentirse nuevo y fuerte pero estando un poco depre y desorientado. Hoy es el fruto de ayer, y eso me hace sentirme débil yo pero fuerte contigo. Y es la víspera de mañana, cuando necesariamente he de sentirme mal, sin sosiego, con dolores contenidos durante todo este año. Quizás por eso siento la necesidad de alguien con quien pueda dejarme sentir, aunque sean sentimientos contradictorios. Por eso está siendo tan importante para mí tu presencia cariñosa, atenta, paciente. Te adoro, mi amor.

lunes, enero 08, 2007

Comienza el trajín

Ya estamos de nuevo en plena acción. Comienza un nuevo ciclo.
Clase a las 9,30 de la mañana. Creí que apenas habría gente. Pero estaban allí la mayor parte de ellos. Armados con sus libretas de apuntes. Somnolientos, igual que yo. Como si precisáramos descansar de tanta vacación. Pero como comencé diciendo que deberíamos pensar en una fecha para el examen parcial y que, en mi opinión, podríamos hacerlo este mismo mes, antes de que comenzaran los exámenes de Febrero, la despertada fue general y clamorosa. De ninguna manera, me dijeron, podemos hacerlo antes de Marzo. Rompió mis planes, pero nos despertó a todos.
Y, luego, una primera mañana llena de encuentros y desencuentros. Uno está espeso al principio, qué le vamos a hacer. Como en el deporte, es preciso calentar primero. Eso lleva su tiempo. Y si te apresuras corres el riesgo de sufrir esguinces o torceduras. Es lo malo (o lo bueno) de los comienzos (si es que hay comienzos).
En todo caso, ya estamos metidos de nuevo en el fregao. Ya se ha dado la salida de otra fase del curso que nos llevará hasta la Semana Santa. Y de nuevo a forcejear con el calendario de compromisos, de nuevo a revisar las tareas pendientes, de nuevo a vivir a tope esta experiencia vital complicada y tortuosa pero irresistible que es la vida universitaria. Entré en mi despacho a las 8 de la mañana y acabo de salir a las 8,30 de la noche. Sólo ha sido el primer día y ya estoy agotado. Y feliz.

domingo, enero 07, 2007

La estrella de los Reyes.

Epifanía y Reyes. Las dos fiestas juntas. Claro que para la mayor parte de la gente lo que cuenta son los Reyes y el hecho de que van cargados de regalos. Pero este año a mí me ha llamado la atención sobre todo su buena suerte. ¿Qué guay, no? Vas a un sitio y se te aparece una estrella que te va marcando el camino. Y se para justo encima de donde quieres llegar. Un GPS pero con características más misteriosas.
¿Quién no quisiera tener una estrella de esas que te marcara el camino? Y no sólo en el sentido geográfico del término caminar, sino en todo lo que significa hacer una búsqueda personal (como se dice del Camino de Santiago que no es sólo caminar sino hacer un proceso personal de búsqueda). A mí, por ejemplo, me vendría ahora de perillas poder contar con una estrella tan iluminadora. Ahora que tengo que ver qué rumbo doy a mi vida para el próximo año. Estoy empeñado en buscar mi camino ("reorganizar mis prioridades", lo llama una amiga) pero sigo atascado y sin saber encontrar la salida al laberinto en el que estoy metido. Tiene que haber un camino. Los viejos predicadores nos decían antes que los pasos que había que dar para salir de una situación pecaminosa (dejémoslo en negativa aquí) eran 5: el examen de conciencia, el dolor de corazón, el propósito de enmienda, decir los pecados al confesor y cumplir la penitencia. No sé si las cosas habrán cambiado últimamente.
Bueno, yo llevo examinándome la conciencia meses (de hecho, creo me como el coco demasiado con esta historia); el dolor de corazón también lo estoy sufriendo de abondo (parte de mi hipertensión y mis depresiones están originadas en ese quiero y no puedo); propósitos de enmienda los hago cada vez que me toca salir de viaje o que me veo tan agobiado que no sé por dónde avanzar (lo malo es que luego se me pasan); lo de decir los pecados al confesor ya no se lleva mucho, pero mi familia y mis amigos están hartos de mis confesiones y catarsis y acuden mucho a eso de que "sarna con gusto no pica" (últimamente debe ir la cosa a peor pues ya hasta me aconsejan que vaya al psicólogo); y lo de cumplir la penitencia creo que también lo llevo avanzado (como me decía un amigo, en mi caso, en el pecado está la penitencia). Es decir, por más que me sé la doctrina y que he seguido la instrucción sigo ahí atascado.
Yo quiero cambiar, pero necesito una estrella como la de los Magos.

sábado, enero 06, 2007

Epifanía.

Día de Reyes y Epifanía. ¡Qué hermosa palabra ésta de epifanía! Manifestación, presentación de sí mismo. Por tanto, lo contrario de oculto, opaco, invisible, intangible. La religión católica (aunque supongo que todas las cristianas) le concede una gran importancia. En ese contexto la hemos conocido la mayor parte de nosotros, pero qué hermosa es, incluso en un contexto más laico y humano.
Nuestro equipo de investigación está embarcado en un proyecto al que hemos denominado visibilidad que no deja de ser otra forma de referirse a lo mismo: facilitar el conocimiento de las cosas y las personas. Se hace tan difícil hoy en día llegar a conocer a la gente. Los tenemos cerca, los vemos, trabajamos con ellos, a veces, incluso, vivimos con ellos y, sin embargo, seguimos sin conocerlos. O conocemos sólo al personaje. La persona, lo que cada uno es más allá del papel que le toca jugar en cada contexto sigue siendo un territorio ajeno, invisible. Algunas personas diseñan así su existencia, prefieren gestionar a solas todo ese complejo mundo de lo personal, no quieren que nadie entre en su espacio o restringen muchísimo el acceso. La invisibilidad interior como estilo de vida.
Otros son más abiertos y transparentes. Quizás porque son (o están) más seguros de sí mismos. Quizás, también, porque son más simples y se comen menos el coco sobre sí mismos o sobre lo que podría pasar si los otros los conocieran tal como son.
A mí me encantaría ser de estos segundo pero a fuer de sincero debo reconocer que estoy más cerca de los primeros. Lo estoy sintiendo cada vez que hago una entrada a este blog. Enseguida aparece la autocensura o cuando menos la preocupación por no pasar el límite de lo decible. No puedo dejar de pensar en quién lo leerá, cómo lo interpretará y cómo reaccionará a lo que digo. Es decir, es más un juego de esgrima literario, una conversación implícita con los posibles lectores que una manifestación libre de lo que a uno le apetecería decir. Claro que se pueden leer cosas entre líneas. Aunque espero que nadie lo haga.
En todo caso,parece claro que también yo preciso de una epifanía. Quizás cuando sea mayor.

jueves, enero 04, 2007

Las mujeres en Estambul

Otro aspecto llamativo de nuestra experiencia turca ha tenido que ver con el universo femenino. A los accidentales siempre nos llama la atención la forma en que el islam y las tradiciones árabes abordan el papel de las mujeres y su visibilidad social. Ya habíamos tenido esa experiencia anteriormente en Marruecos y la hemos vuelto a revivir en Turquía, lo que pasa que aquí con trazos mucho más gruesos, con un contraste mucho más nítido.
En realidad, lo que hemos visto (hemos creído ver, sería más adecuado, supongo) es que existen dos mundos en Turquía. Nada que ver el mundo diurno y el nocturno. El mundo nocturno es muy europeo, las chicas jóvenes van como aquí, con sus pantalones de media cadera, sus minis y pantis, sus pelos al aire y en mil posturas, sus tatuajes y piercings. Sólo que esos días hacía un frío de mil demonios y todo el mundo iba pertrechado de ropa hasta las orejas. Pero durante el día, aparece otra población muy diferente, mucho más adaptada a la doctrina oficial. Son personas de todas las edades, la mayor parte de ellas con las cabezas tapadas, ropas oscuras y grupos claramente diferenciados por sexos (pocas veces se veía ir a chicas con chicos o a mujeres con hombres). Dos mundos muy diferenciados.

De todas maneras, aunque hablemos de mujeres, lo que más llamaba la atención era la omnipresencia de los hombres en ámbitos que, entre nosotros, lo cubren casi siempre mujeres. En los comercios, salvo muy raras excepciones, siempre eran hombres los que atendían. Por otra parte, ellos tendían a dirigirse a nosotros para negociar las transacciones, aunque en eso tenían poco éxito pues siempre acababan teniendo que discutir con las mujeres. Creo que se sentían más inseguros con ellas.

Eso mismo aparecía en las mezquitas. Resultaba chocante ver el espacio marginal que estaba reservado a las mujeres para la oración. En la zona más alejada del ábside, en espacios pequeños y opacos, ocultas tras rejillas de madera. No se entiende bien que hasta para orar hayan de excluir de la zona principal a las mujeres. ¿Será que temen ser tentados incluso en la mezquita? ¿O quizás que las posturas que adoptan para orar les parecen provocativas en ellas?. No es fácil saberlo. Y ni siquiera nuestra guía, muy convencida del islam, pero también de la modernidad de la cultura turca se permitió ningún comentario al respecto. Simplemente lo daba por hecho.

El primer día, tras el largo viaje y tratando de evitar el muermo que te entra si te quedas en el Hotel, salimos a dar un paseo tratando de localizar el Hotel Pera Palace (también había otro en la zona que era el Pera Divina, para cachondeo de los españoles) donde nos habían dicho que ponían un té muy bueno. Pero íbamos un poco a tientas y, efectivamente, nos perdimos. Eso hizo que deambuláramos por calles anodinas pero muy propias de la ciudad. Nada que ver con lo que habitualmente ven los turistas. Tengo que decir que en ningún momento sentimos miedo. Pero sí que pasamos por una zona donde había algunas chicas de la calle buscando clientes. Al final, como en todas partes.

En definitiva, uno entiende mejor los discursos feministas cuando son globalizados. Supongo que a las mujeres les queda mucho camino por recorrer en estos países. Quizás el boom del turismo (Estambul estaba hasta los topes de turismo y eso en estas fechas y con el frío que hacía, no me quiero ni imaginar lo qué debe ser en primavera o verano) les venga bien como sucedió en España en los años 60. De todas formas, incluso a las del paño y vestidos largos y serios no se las veía disgustadas por la calle. Creo que hasta más sonrientes, en general, que los hombres. Dicharacheras y, si me puedo permitir un comentario masculino, algunas muy guapas. Sobre todo por sus ojos enormes y claros y por su mirada intensa.

miércoles, enero 03, 2007

El baño turco

No hay turista que vaya a Estambul que no lleve entre sus propósitos visitar (y recibir) un baño turco. Por supuesto, ésa era también nuestra intención. No fué fácil encontrarlos. Ya quedan pocos en la ciudad. Fuimos al de Galatasaray.
Fué el segundo día de nuestra estancia allí. Era una casa antigua, situada cerca de una ruidosa calle peatonal pero fuera del paso de la gente. De hecho daba un poco de apuro quedarse sólo por allí. Pero allí fuimos. Los hombres teníamos una entrada. Las mujeres otra, algo alejada. Y como no sabes muy bien lo que pasa dentro y no entiendes una papa de lo que te dicen en turco, es como si fueras a una aventura con fantasías de todo tipo, desde masoquistas (a saber qué te verías obligado a hacer) hasta eróticas (quién sabe si los baños turcos serían algo parecido a los baños caribeños o tailandeses ofrecidos por bellísimas bailarinas del vientre).
La primera impresión fue bastante más decepcionante. Todo hombres, y el más joven rondaría los cincuenta y tantos. Eso sí, vestidos con una toalla en la cintura o con un traje de baño. Lo que significa que mostraban sus barrigas generosas y sus piernas potentes. Pero una vez dentro, no hay marcha a trás. Y allí fuí.
Pagué religiosamente mis 58 liras (unos 30 €), recogí la toalla que me ofrecieron (toda la comunicación se hacía por gestos) y me dirigí obediente a la minisala individual de cambiarse donde había un catre y unos zuecos de madera que el viejete que me conduzco hasta allí señaló con el dedo para que me los pusiera. Me cambié, me puse los zancos, cubrí mis zonas pudendas como pude con la toalla y salí a la pequeña sala interior, toda de marmol, donde había una fuente central rodeada de sillas y con los camerinos de cambiarnos alrededor.
De ese hall me pasaron a dos salas más allá donde había una amplia plataforma en el centro, elevada como un metro del suelo. Todo en marmol, también aquí. Echaron sobre la plataforma una toalla, me pusieron una especie de cojín para la cabeza y me indicaron que me tumbara. Entre el vapor de la sala y el calor de la plataforma en la que estaba se trataba de que comenzara a sudar. Al rato entraron otros dos chicos alemanes e hicieron lo mismo, tumbarse en la plataforma. Allí cabríamos como 10 ó 12 personas. Allí pasé casi 45 minutos. Como estoy acostumbrado a las saunas, no me pareció demasiado caliente. Supongo que hasta me dormí un rato.
Luego vino mi masagista. Lo dicho: 50 y pico años, unos 90 kilos, gran barriga, brazos fuertes, piernas sólidas y una sonrisa un poco coñera. Me sacó de la salá y me pasó a otra similar a ésta, también todo en marmol pero con grifos en los laterales y una especia de pila bautismal junto a cada grifo (de los grandes de antes). Había también una camilla y allí me mandó tumbarme para el masaje. Tenía mucha fuerza y fué un masaje duro, sin comtemplaciones. A mí me gustan así. Sólo que lo hacía todo demasiado rápido. Y en la mitad de la operación, paró y se dirigió a mí diciendome si masaje OK, por supuesto, le dije yo, very OK. Y entonces me pidió una propina para él por buen masaje. Estando allí en pelotas poca propina podía darle y supuse que se refería al final. Me cortó el buen rollo pero, claro, le dije que OK (nuestra riqueza de vocabulario común no era muy elevada, como se ve). El siguió, me clavó los codos en la espalda redujo sensiblemente mis dos hernias discales a fuerza de presión y me mandó darme la vuelta. Ya se me caía hasta la toallita que yo mantenía enrollada y salvando mis zonas sensibles. En eso fué muy cuidadoso. Él mismo la colocó de nuevo en su lugar y continuó su tarea de amase. Casi no había comido ese día, lo que fué bastante conveniente para facilitar la presión en la barriga. Pasó como quien mira para otro lado por los genitales y se entretuvo en las piernas y pies, cosa que le agradecí pues llevaba tres días andando como loco.
Acabado el masaje pasamos al lavado y rastrillado. Me mandó sentar en uno de los rincones junto a una de las pilas y los grifos. Aquello estuvo bien. Se enfundó la derecha en un guante de crin y comenzó a restregarme por todo el cuerpo (zonas tabú a salvo, por supuesto). Hizo un gesto de complacencia cuando me mostró la cantidad de escamas que se desprendía de mis hombros y brazos. Dicen que esa es la parte importante de los baños turcos, que es cuando te hacen un "peeling" por todo el cuerpo. Estuvo bien, la verdad. A cada poco te iba echando por encima grandes cantidades de agua con una jofaina.
Y tras ese baño, otro más, esta vez de un jabón muy suave que te pasaba por todo el cuerpo con un paño empapado. Él mismo me levantó la toalla (que se había reducido ya a la mínima expresión entre tanta mojadura) y con un gesto inconfundible me animó a que hiciera yo lo mismo con la entrepierna (las chicas comentaron después que en su caso, las matronas que las masajearon no tuvieron reparos en hacer ellas todo el trabajo; se ve que los hombres somos en eso más pudorosos, aunque yo, la verdad, se lo agradecí). Y, durante todo el tiempo, no paraba de echar agua a pozales para que fuera escurriendo el jabón.
De allí a la ducha. No sé si me dijo si la quería tomar o que tenía que tomarla pero me atuve a seguir su dedo y meterme en la ducha. Todo lo anterior había sido con agua caliente o templada, pero amigo, la ducha era con agua fría. No sé si grité o simplemente perdí el sentido, el caso es que todo el soporcillo que había ido acumulando a lo largo de aquella hora de calor y toquiteos se evaporó en el acto.
Ya iba para mi cubículo cuando me cogió por banda otro personaje similar al anterior. Éste venía armado de varias toallas. Me quitó la mía chirriada y me puso por la cintura una seca. Lo hizo bien, la verdad. Luego cogió otra, la volteó en el aire para que cogiera vuelo y me la puso como si fuera una capa cubriéndome la espalda. Y luego otra más en la cabeza como la que se ponen las mujeres al salir de la ducha. Y me pidió propina para él, claro.
De allí nuevamente al hall de entrada donde me ofrecieron una de las sillas del centro de la sala para que reposara un poco y me tomara un té. No quise el té pero me quedé sentado un ratito. Como estaba sólo no daba para comentar nada pero hubiera sido entretenido compartir las sensaciones de la experiencia. Diez minutos más y ya estaba yendo a vestirme de nuevo.
Ofrecí, un poco molesto eso sí, una propina a quien me había dado el masaje (en el fondo todos los que me habían llevado de un sitio para otro me miraban como si fueran acreedores) y salí en busca de mi mujer que estaba en la zona femenina.
Fué una buena experiencia. Quedas un poco molido, pero muy relajado. La verdad, no es que un masaje así te ponga mucho, de modo que las fantasías eróticas no se cumplieron (aunque cuando uno lo cuente después puede adornar literariamente el proceso y convertirlo en una experiencia cuando menos triorgásmica, por aquello de los tres baños). Pero merece la pena pasar por el trance. No se puede ir a Estambul y venirse sin un baño turco.

martes, enero 02, 2007

Ritos y creencias

Una de las cosas que más me ha impactado de Estambul ha sido esa inmersión en lo religioso que uno hace cuando entra en un país musulmán. Hemos visitado muchas mezquitas, ya decía ayer que son cientos repartidas por toda la ciudad. Y de las mezquitas, salvo unas pocas, llama menos la atención el edificio en sí (muy al contrario de lo que sucede con nuestras catedrales) que el particular ecosistema que se crea en su entorno para la oración. Suelen ser espacios muy minimalistas, muy luminosos (para poder leer el Corán) y siempre vacios de cualquier obstáculo que impida concentrarse sobre uno mismo. Están prohibidas las imágenes (por eso, en la decoración predominan los trazos geométricos) y cualquier expresión concreta de la idea religiosa. Por eso es tan chocante Sta. Sofía porque allí se mezclan la cultura icónica católica (con su máxima expresión en los mosaicos hiperrealistas) con la sobriedad musulmana.
Como me tocó pasear sólo un par de veces, aproveché para meterme en las mezquitas que me cogían de paso y observar. Y me dió en pensar en similitudes y contrastes con mi propia manera de vivir la religión y sus ritos. Llaman mucho la atención los ritos que han incorporado los musulmanes a su práctica religiosa: lavarse pies y manos (y lo hacían "religiosamente", nunca mejor dicho, pese a estar a 0 grados) antes de entrar; quitarse los zapatos, moverse con enorme recogimiento por el local, orientarse siempre en una dirección, colocarse de rodillas, tocar con la frente en la alfombra de forma rítmica, decir sus oraciones que en el fondo sólo es repetir de forma rutinaria una serie de frases. Es decir, todo muy cargado de ritos, de conductas artificiales y prefijadas.
Me ha llevado a preguntarme por qué las religiones usan tanto de los ritos y rutinas. También me pasa algo parecido cuando observo las acciones de un sacerdote celebrando la misa. Y alguna vez que he asistido a un rito ortodoxo, esos rituales se elevan al máximo. Pero hasta donde sé el budismo y otras religiones orientales explotan también mucho este tipo de repeticiones rutinarias de conductas o palabras o, simplemente, movimientos y sonidos. Es como si necesitáramos asentar las creencias en ritos. Como si el pensamiento racional no fuera suficiente para sostener las creencias religiosas. Y no es sólo la religión. Tengo amigos que han entrado en la masonería y allí aún se exacerban más los rituales y las cábalas, en este caso añadiendo el componente del ocultamiento. Lo mismo sucede con otros grupos como los rosacruces, o los leones o ciertas cofradías. En fín, que es como si fuéramos buscando apoyos en conductas no racionales para salvar el vacío que la propia razón produce cuando afronta temas religiosos o vinculados a creencias.

Para quienes nos movemos, sobre todo, con herramientas de razón, es una lucha constante entre creencias religiosas y raciocinios. Pero pese a las dudas e incertidumbres que toda creencia religiosa produce, uno necesita pensar que su vida religiosa no se asienta en ritos o conductas estereotipadas o en simbolismos forzados. Pero no resulta fácil. Y después de esta experiencia en Estambul tengo la cabeza hecha un lío. De verdad.

lunes, enero 01, 2007

Estambul

Tendré que dedicar una serie de comentarios a este viaje a Estambul. Son muchas sensaciones acumuladas en 5 días de viaje (excesivos, yo creo que nos sobraron día y medio). Cualquier viaje a un país musulmán es toda una experiencia. Ya me había pasado esto antes en Marruecos. Y en este caso, a eso se añade la experiencia de encontrarse con una ciudad enorme (entre 14 y 17 millones de habitantes), bellísima (esa combinación de mar y colinas que en este caso se produce de una forma intensísima) y caótica (lo que hace que cada día te sorprendas con cosas nuevas, que te irrites y, a la vez, te admires de la capacidad de supervivencia de la gente del lugar).
Tuvimos un guía argentino que nos recogió en el aeropuerto que despreciaba a los turcos. Y una guía turca que adoraba todo lo turco, que vivía intensamente la religión musulmana y que durante los dos días que nos acompañó se esforzó por que entendiéramos que los turcos merecían entrar en Europa. Visitamos mezquitas maravillosas. Estambul es un mar de mezquitas (le oí decir a alguien que son mil y pico mezquitas). El espectáculo nocturno de verlas todas iluminadas con los minaretes como misiles apuntando al infinito, era escalofriante. El sonido de los muecines llamando a la oración cinco veces al día y haciéndose eco unas mezquitas con otras, como si estuvieran en una competición cuaresmal, te dejaba asombrado.
Pero hay otras cosas que merecen un comentario más sosegado: las mujeres y los hombres en esa inmensa ciudad; la religión musulmana y su visión del mundo; la desfeita de Santa Sofía, esa impresionante joya del arte bizantino que está destrozada. Me gustará mucho pensar en alto aquí sobre estos temas.
Y al final, ya estamos de regreso. Estoy escribiendo en la terminal 4 de Barajas, después de pasarnos a ver el destrozo inmisericorde del aparcamiento. Si no fuera por este horror terrorista, hasta podría decir que las cosas vuelven a la normalidad y que el nuevo año comienza bien. De nuevo en un aeropuerto y sentado ante el computador de la sala VIP. Como siempre.