sábado, abril 27, 2013

SIGÜENZA





¿Han probado alguna vez hacer un viaje en coche con gastroenteritis? Un calvario, oiga. Más aún si vas acompañado por un matrimonio amigo al que te has ofrecido a acercar hasta Madrid. La cosa comenzó a ir mal ya desde que salimos de Santiago, pero faltaban 20 kilómetros para Ourense y los cólicos, el estruje y las apreturas eran tales que pensé que tendría que parar el coche y esconderme a una orilla de la carretera. Cosa imposible, por otra parte, pues todo es autovía sin posibilidades de escape. Más muerto que vivo llegué a Ourense y salimos escopeteados a buscar una farmacia. No fue fácil pero la encontramos. Una sobredosis de fortasec y veinte minutos de limpieza gástrica  en los servicios de una cafetería mientras ellos se tomaban un café, me permitieron continuar el viaje encomendándome a la protección de os santos más milagreiros. ¡Qué cien kilómetros más jodidos había pasado! Ese apuro escatológico no se lo deseo ni a mis peores enemigos. Más aún si vas acompañado por un matrimonio amigo al que te has ofrecido a acercar hasta Madrid. La cosa comenzó a ir mal ya desde que salimos de Santiago, pero faltaban 20 kilómetros para Ourense y los cólicos, el estruje y las apreturas eran tales que pensé que tendría que parar el coche y esconderme a una orilla de la carretera. Cosa imposible, por otra parte, pues todo es autovía sin posibilidades de escape.
La cosa es que el viaje continuó tranquilo. El chute de fortasec hizo su efecto y llegamos tranquilos a Arévalo donde pretendí sorprenderlos con un buen cordero lechal. Bien informados, nos presentamos en el restaurante Las Cubas y aquello fue una fiesta. Mi amigo hacía tiempo que no saboreaba el cordero, un cordero como dios manda. A su esposa no le apetecían bichos tan infantiles (ni cordero lechal ni cochinillo) y apostó por un entrecote. Todo estaba buenísimo. Ya lo anoté como una parada obligatoria en los viajes a Madrid.
De Arévalo a Barajas donde ellos tomaban avión a Lisboa. Y de allí, yo continué hasta Sigüenza. Debió ser que fue disminuyendo el efecto fortasec o que, ignorante yo del protocolo a seguir en caso de liquidez gástrica, comí bien cuando debí guardar ayuno, el caso es que los dolores volvieron y también las apreturas. Ya solo, me importaba menos pero en todo caso, el ir parando en cada gasolinera para salir corriendo a ver si el baño estaba libre, resulta más bien penoso, rozando lo humillante. Además se te instala en la zona sur una especie de quemazón que te impide distinguir en el baño si la cosa ya acabó o deberías esperar más. De hecho fueron varias las veces en que tras desaguar en el baño volvía al coche pero me seguía sintiendo tan inquieto y escocido que tenía que volver de nuevo al baño por si venía una nueva oleada. Penoso.
Y en esas salí de la autopista y entré en la carretera provincial que lleva a Sigüenza. Nunca había hecho ese recorrido y ya me pareció lindo desde el comienzo. L admiración por las configuraciones geográficas de aquel espacio y la belleza de los paisajes llegó a su culmen cuando entre en una especie de desfiladero, el Cañón del río Dulce. No pude menos que parar porque se trata de un recorte geológico de una belleza impresionante. Me contaron después que era allí donde Rodríguez de la Fuente grababa sus documentales sobre la vida salvaje animal. Me dejó impresionado.
Y una sensación parecida es la que se siente al acercarse a la ciudad y verla por primera vez con su enorme Castillo dominando toda la zona. Tampoco pude resistirme y tuve que parar el coche para hacer una fotografía. Espectacular Sigüenza, incluso antes de entrar en la ciudad. Localizar el parador no fue difícil pues, al final, habían convertido en parador aquel castillo, el castillo de los Mendoza, que tan admirado me había dejado al verlo desde lejos.
Tomé mi habitación, normalita pero digna, suficiente. Estaba hecho polvo y hacía un frío de cojones fuera, pero siempre resulta deprimente quedarse en la habitación cuando llegas a un lugar. Miré el programa del Congreso y en aquel momento estaban con la conferencia inaugural pero en otra parte de la ciudad. De eso podía pasar sin sentirme muy culpable. Sin embargo vi que después de la inauguración y antes de la cena se iba a hacer un recorrido por la ciudad con guías que nos la explicarían. Pensé que a eso no podía faltar y me preparé rápido para integrarme en el grupo.
No fue fácil localizarlos. Es curioso, pero aunque se trataba de un lugar muy relevante de la ciudad, El Pósito, un reciente edificio antiguo  recuperado para fines culturales, las 3 o 4 personas a las que les pregunté dónde quedaba me informaron bastante mal. Los encontré cuando ya estaban formados los 4 grupos con sus respectivas guías. Había 200 personas en el Congreso que formamos 4 grupos. Cada grupo se fue por un lado y fuimos recorriendo los lugares más emblemáticos de la ciudad: algunas calles típicas, el castillo, la catedral, las puertas de la ciudad, la iglesia de Santiago, un artesano que hace obras preciosas cincelando cobre y chapa, etc.
Sigüenza es una gran ciudad venida a menos con el paso de la historia pero que debió tener épocas de enorme brillantez, sobre todo al socaire del poder de la iglesia que hizo de esta plaza uno de sus puntos fuertes (de hecho sigue siendo sede episcopal y teniendo su catedral en menoscabo de Guadalajara, la capital de la provincia). De hecho es una ciudad que estaba ocupada por los árabes y fue liberada por un obispo. Posteriormente, el cardenal Mendoza, y su familia, los Mendoza tuvieron un gran poder. De ellos era el castillo y muchas de las grandes mansiones de la ciudad y a ellos se debió la estructura que poco a poco fue adquiriendo ésta. Es gracioso ver allí reflejado lo que hace poco se veía en la serie de la TVE, Isabel y Fernando, en la que los Mendoza fueron uno de los apoyos firmes que tenía Isabel de Castilla, aunque luego se revolvieron contra ella.
Por lo demás, la ciudad, preciosa de veras, es una mezcla de todo. Mucho cruce de estilos, desde el románico hasta gótico y plateresco, incluyendo el cisterciense en algunos elementos de la catedral. Muchas casas señoriales construidas en piedra junto a otras con partes hechas de adobe. Piedras con un toque ocre precioso. Calles muy empinadas, restos de muralla, iglesias con un fuerte sabor popular (la Iglesia de Santiago, por ejemplo, en pleno proceso de restauración, que antes de ser conventual, fue en un tiempo “iglesia concejo” porque la gente se reunía en ellas para repartir las tareas del pueblo, los que tenían que ir a segar, los que habían de cortar leña, matar los cerdos, etc.). Bueno, y tiene a su doncel, el doncel de Sigüenza, que reposa haciendo posturitas sobre su sepulcro, como si estuviera en plena pose para salir en una revista del corazón.
Me ha gustado mucho la ciudad. Y eso que hacía un frío del carajo durante el paseo. Los seguntinos (así se llama la gente de esta ciudad, es una de esas preguntas típicas de los exámenes difíciles) deben ser gente sufrida entra tanta cuesta y tanto frío en pleno finales de Abril. Es camino de Santiago (del que viene de Valencia y va cruzando Castilla para encontrarse en Astorga con el Camino francés) que aparece indicado por toda la ciudad. Perdida como está en medio de ninguna parte, debe ser un lugar interesante para los artistas. De hecho, el artesano que visitamos (el pobre estaba un poco abrumado ante tanta gente que inundamos su taller, pues allí nos encontramos en simultáneo los 4 grupos, es decir, ciento y pico personas) hacía cosas maravillosas. Lograba con el latón y el cobre piezas asombrosas, de un colorido espectacular y un realismo que parecía imposible a la vista de las herramientas que empleaba.
Al final, bien entrada la noche, nos llevaron al restaurante a cenar. Otra vez cordero (aunque nada que ver con el de Arévalo). Y otra vez, mi estómago comenzó a hacer valer su rebelión haciendo escrache al ano y advirtiéndome de que el último rato de la tarde había sido solo un intervalo amigable que estaba a punto de concluir. Así que, para evitar males mayores, aproveché la primera oportunidad y salí escopeteado para el castillo de los Mendoza, a refugiarme en lugar seguro, es decir, cerca de un baño.

domingo, abril 14, 2013

39 años casados




Un amigo me envió ayer un mensaje para que entrara en el You Tube y observara un pequeño vídeo en torno a “Mi vida según Google”.  El vídeo recoge las entradas en el buscador de la gente que ha comenzado su búsqueda con su edad y su problema: “tengo x años y…” (después de esa y pone uno su cuestión: y no tengo novio; y no tengo trabajo; y estoy perdido; y no sé qué va a ser de mí; y…, y…). Lo que ha hecho Google ha sido recoger las entradas más frecuentes para cada una delas edades. Decía mi amigo que era una buena muestra de lo que son las preocupaciones de reales de las personas a medida que van subiendo en años. La verdad es que resulta un poco deprimente, pero está claro que el mayor número de “y…” están vinculados a la vida de pareja. En los veinte la geste busca pareja, en los treinta se queja de no tenerla aún; en los cuarenta aparecen los dramas y a partir de ahí la cosa se diversifica entre los que les ha ido bien y los que les fue fatal.
Yo debería comenzar este post diciendo que “tengo x años y llevo 39 casado”. Claro que podría haber lectores suspicaces que pensaran que debía interpretarse la frase como un S.O.S. de alguien agotado y desesperado. Pero se equivocarían. Tampoco acertarían quienes quisieran ver en ello alguna expresión de suficiencia (algo así como “¡fijaos si tengo mérito, por haber llegado hasta aquí!). No es que no cueste llegar, que sí cuesta, pero tampoco podemos considerarlo una proeza. Con sus momentos mejores y peores pero la cosa se va lleva

ndo con gusto (siempre, claro, que los momentos mejores sean más que los peores; lo otro sería masoquismo o resignación).
La verdad es que mantenerse unido a una misma persona durante tanto tiempo, tiene su intríngulis. No puedes evitar sentir un poco de envidia de otros que han ido variando sus esposas y compañeras. Y te preguntas, ¿no estaré yo haciendo el panoli con esta ortodoxia matrimonial?, ¿qué me habré perdido? Y como la imaginación es libre, sobrevuelas con ella aventuras superexcitantes y te imaginas en otros lugares, con otras personas, sumergido en otras emociones. Dicen los psicólogos que eso no es malo para la mente. Así no se anquilosa. Ni siquiera debe ser malo para el propio matrimonio pues después intentas reproducir lo que imaginaste y emular la excitante personalidad que desarrollabas durante el sueño. Psicosis pasajeras, las llamaba uno de nuestros profesores de Psicología. Construimos una realidad a medida de nuestros deseos o temores o imaginaciones. El problema no es tenerlas, nos decía, pues todos las tenemos (por ejemplo, cuando lloramos en una película, aun sabiendo que aquello es una ficción), sino el salir de ellas y volver a la realidad. A veces cuesta un poco, pero  por lo general, la realidad es suficientemente convincente y aterrizas rápido.
En fin, se está  bien de casado… si se está  bien. Pero  cuando consigues un buen nivel de crucero, con un cierto equilibrio entre rutinas y momentos especiales, todo se hace más fácil. Durante los primeros años de matrimonio, las cosas son más complejas, pues cada una de las partes se propone como objetivo cambiar al otro, aproximarlo más a la imagen que cada uno tiene de cómo debe ser el otro para encajar bien con él. Pero esos intentos de fusión mutua no suelen avanzar mucho. Son un esfuerzo vano y, a veces, contraproducente. Puede que se suavicen algunos matices, más de forma que de fondo, pero por lo general, cada uno acaba reforzando aquello que le hace único y distinto. Si se logra superar esa fase, se entra en un periodo mucho más plácido y constructivo. La pareja siguen siendo dos con muchas cosas que les unen y algunas que los diferencian (o a la inversa). Con los hijos suele pasar algo parecido: primero pasas unos años queriendo que sean una fiel imagen del modelo que llevas en la cabeza hasta que al final acabas aceptando que cada uno de ellos es él o ella y que así tiene que ser. También eso acaba relajando mucho el ambiente familiar.
Y cuando entras en los 39 años de casado (a un año de la meta intermedia de las “bodas de rubí”) todas esas cosas las tienes ya aprendidas. Sigues siendo tú, unido a otra persona a la que quieres y con la que estás muy a gusto. Tus hijos siguen siendo ellos mismos y van siguiendo su camino. Y entre todos vivimos y sufrimos juntos tanto las alegrías como las penas que se nos van presentando. En nuestro caso, siempre hemos diferenciado bien, entre pareja y familia (probablemente, ése ha sido uno de los ejes que ha facilitado llegar bien a este aniversario), pero solo como parte del misterio en el que se desarrollan estas cosas, porque al final son dos cosas pero fundidas en una sola. Así que uno llega a días como éste y siente que son ambas cosas las que celebra: el llevar 39 años juntos y el haber podido generar una familia de la que, a su vez, han nacido otras dos. Al final, celebramos que hemos hecho un poco más de mundo.

Así que en esas estamos. 13 trienios de afecto, discusiones, sexo, viajes, familia, estudios, trabajo, cariño, dudas, emociones, proyectos, sobresaltos, suegros, consuegros, amigos, etc. 39 años de vida juntos (un poquito más si incluimos los ricos ratos del noviazgo o como se llamara entonces). Toda una historia de vida que nos ha ido  cambiando pero en la que los cambios van respetando lo esencial. Seguimos estando bien, sintiéndonos bien, disfrutando de la presencia del otro (y de más cosas suyas, desde luego) y deseando que esto se prolongue mucho más porque aún nos quedan muchos proyectos que llevar a cabo. Juntos es mucho  más fácil.
Así que ya sé qué podría poner en esa página del Google: “Tengo x años, llevo 39 años casado y sigo encantado”.





sábado, abril 13, 2013

TESIS SOBRE UN HOMICIDIO




Incluso en sábado sabe bien el cine. A mí no me importaría repetir en sábado y domingo, pero mi santa insiste en que con una le es suficiente y yo no protesto porque también he de pensar en el fútbol y reservarle su espacio de finde (aunque, últimamente, el Osasuna solo me da disgustos y mis arritmias se resienten; casi que voy a preferir doble cine).

Pues eso, esta semana le tocó el turno a Tesis sobre un homicidio, película argentina del 2013 dirigida por Goldfrid (de quien no tengo referencias). La hemos elegido porque ya lleva algún tiempo en pantalla, no vaya a ser que la retiren o la pongan en esas horas poco adecuadas para nosotros. Además, que la protagonice Darin ya es una garantía y que sea argentina media garantía más. Que la historia trate de un profesor de Derecho metido a detective le da cierto morbo. Que esté basada en una novela del mismo título cuyo autor Diego Paszkowski ganó un premio por ella en 1998, también habla bien de la historia que quieres ver en imágenes. Que no haya en cartelera ninguna otra cosa irresistible, le otorga el plus de la oportunidad. Entre todo ya son muchos puntos, así que, ¿por qué no?

Estuvo bien, por decirlo en pocas palabras. Una película a medias policíaca, a medias de suspense. Un guion magnífico, muy bien ajustado a la tensión propia de cada momento de la historia. El tema también permite entrar en disquisiciones sobre lo legal y lo justo; sobre el papel del derecho y de la justicia en la sociedad; sobre el valor de la inteligencia; sobre la inteligencia de los asesinos; sobre el valor de las evidencias y de los pequeños detalles; sobre muchas cosas de ese tipo que permiten entrar en razonamientos de hondo calado (y, también, en tiquismiquis lingüísticos).

Darin es un profesor de Derecho con una gran presencia. Narcisista (le gusta mucho escucharse), simpático, erudito. Listo (aunque es probable que él se crea más listo de lo que realmente es). Con ese toque displicente de quien juzga con facilidad a los demás y los clasifica adscribiéndolos a categorías no  siempre amables. Imparte un máster de renombre al que acuden los buenos alumnos de diferentes partes del país. Entre ellos, el hijo de un antiguo amigo y colega (Alberto Ammann, conocido en España por su Goya en Celda 211) que viene recomendado por su padre y que, según cuenta, lo ha admirado (al Darin penalista) desde niño.

La historia es (o aparenta ser) el particular combate intelectual entre ambos. El alumno recomendado y medio ahijado le desafía sin decirlo y así se va tejiendo toda una maraña de sospechas y búsqueda de pruebas tipo Sherlock Holmes (aunque en malo: es una pena ver cómo el profe hace de detective, la forma de seguir a su sospechoso justo detrás de él o entrar en su casa sin la mínima malicia ni medidas de seguridad). Ya decía que el guión está muy bien construido, con un fuerte toque intelectual. Y la  trama da muchos giros, así que te mantiene en vilo durante los más de 100 minutos que dura. El final pretende sorprender y, la verdad, consigue dejarte perplejo y sin saber cómo cerrar la historia.

No es como para echar cohetes, pero se trata de una película aceptable. Me encantaron los interiores en los que fueron grabadas muchas de las escenas: esas hermosas bibliotecas con libros de jurisprudencia. Me pareció un poco chapucero el máster del que tan orgullosos estaban los protagonistas: 8 clases, 2000 páginas obligatoria y un trabajo. Está bien lo de la lectura y lo del trabajo, pero 8 clases me parece muy poco. Supongo que tendrían otras materias. Pero Darín da mucho el tipo de un buen profesor con su barbita blanca, su tono de suficiencia, su dejarse querer y masajear el ego por los estudiantes. Como detective es más chapucero pero, haga lo que haga, él siempre está bien. En cualquier caso hay que reconocer que lo hizo mejor en el “secreto de tus ojos”.

Y, al final, ya digo, uno sale del cine sin saber a quién atribuir el muerto (la muerta, en este caso).

lunes, abril 08, 2013

LA COCINERA DEL PRESIDENTE




Recuperar las rutinas dominicales, eso fue lo que hicimos este domingo. El viaje a Marruecos de la semana pasada nos dejó buen sabor y muchos recuerdos que rumiar, pero hay que seguir alimentando el día a día con otras satisfacciones. El cine, por ejemplo.
Lo más apetecible de la cartelera del domingo era la película de Christian Vincent, Les saveurs du Palais (los sabores de Palacio), que se ha traducido al español como La cocinera del Presidente. Como es fácil suponer, se trata de una nueva película de la saga para gourmets a las que tan aficionado es el cine francés (como buen reflejo de la importancia que la cultura francesa da a la buena comida).
La historia es sencilla y, según cuentan, basada en la historia real de la cocinera privada que tuvo François Miterrand durante su periodo presidencial en el Elíseo. No es una gran película, doméstica y sin alardes (hace poco leí que el cine francés nos entretiene durante 15 minutos sobre cómo comer un croissant porque no tiene dinero para explosiones y efectos especiales como el americano). Pero es un lenguaje cinematográfico amable y correcto, muy de nuestro gusto europeo (vamos, quiero decir, del mío, porque para gustos están los colores). Catherine Frot hace muy bien su papel de cocinera (primero con un look más de ama de casa rural que cocina bien y poco a poco con ese tono chic, en la pose y en el lenguaje, de los grandes maitres). Lo mismo sucede con Jean D’Ormesson que da cuerpo a un presidente ya mayor y con un cierto estilo Spencer Tracy que no sé si acomoda bien a la imagen que todos teníamos de Miterrand. Lo dibuja, además, como un hombre un poco apocado y que se deja dominar por el entorno de sus contables y jefes de servicio. Tampoco en eso creo que este presidente se parezca al Miterrand luchador y líder. Sí le pega más lo de bon vivant y gran comedor de exquisiteces.

Lo interesante de estas películas es esa conjunción de los sentidos que te permite disfrutar en diversos planos: el guion, la fotografía, la sensualidad del personaje (la cocinera va poco a poco adueñándose de su papel, embelleciéndose y cautivándonos con su sensibilidad, su forma de moverse, de vestirse, de situarse ante los primeros planos siempre con una sonrisa seductora), los sabores y olores que las imágenes de los platos van recreando en nuestra memoria (fantástico a la vista el repollo relleno; exquisita la tarta de Saint Honoré; de chuparse los dedos aquellas costillas con foie…uhmmm). Pero por encima de todas las cosas, la película es un canto a las trufas, manjar divino donde los haya (aquella tostada untada en manteca de trufa que le ofrece al presidente es absolutamente tentadora; estoy seguro que si la película llega a ser en 3D muchos habríamos estirado la mano para cogerla y habríamos empezado a salivar intensamente). 

Está visto que comer es un placer que poco a poco vamos descubriendo todos. Y es también una cultura (al principio de su estancia en el Elíseo, tras su primera propuesta de menú en el que figuraban viandas como el salmón de Escocia y las zanahorias del Loira, la cocinera dice “me gusta que las cosas sean de alguna parte”) y tradición (el presidente le habla embelesado de un libro de recetas antiguas que él había manejado de joven).

Después, como entre líneas, la película va dejando caer otros mensajes interesantes: el monopolio de los hombres en las cocinas; la controversia entre comida estándar y comida de autor, entre cocina tradicional y moderna; las presiones del entorno del presidente y la dificultad para mantenerse en él; la controversia entre el estrés palaciego y la tranquilidad de la misión científica en la Antártida. En fin, la historia central se adorna y completa con otras historias periféricas que no le aportan mucho pero la hacen más agradable.
Y sales del cine con los sentidos excitados y ganas de darte un banquete sibarita. Nosotros nos fuimos a una pizzería. Son las contradicciones de la vida.