viernes, enero 29, 2021

MÁS CARIÑOS…



Es bonito comprobar cómo el cariño es esa cosa maleable que se estira y va durando y endulzando los espacios por los que se extiende. Se cuela por resquicios que en un tiempo te parecieron estrechos e inseguros, poco merecedores de atención. Lo que tiene el cariño es eso, que se trata de un regalo. Algo que te dan, no algo que te deben. Por eso, con frecuencia, te sientes extraño, como si la cosa no fuera contigo, como si se hubieran equivocado y el presente que te entregan era, en realidad, para otro. En fin, no sé. Todavía estoy sin bajar de esa nube que los regalos y los homenajes han ido configurando estos últimos meses. Como si me hubiera salido una especie de corona por encima de mí que me tiene asombrado y sorprendido a la vez. No es que no me guste, ¡qué va!, solo que me hace sentirme raro, extrañado de mí mismo. Y con un cierto sentimiento de culpa, como si en cualquier momento me fuera a llegar una carta certificada acusándome de falsedad notoria, de ganancias injustificadas o de suplantación de méritos. Es una sensación agridulce que te picotea y estropea el ánimo como un pájaro carpintero psicópata que se te hubiera colado dentro.

“Jo, tío, tú estás mal de la cabeza, me susurra el blog, pues si eso te pasa cuando todo va bien, ¿qué va a pasar cuando las cosas se tuerzan?”. Pues no sé, la verdad. Quizás sea que las cosas ya están torcidas y esto del confinamiento sea como un filtro que hace que todo lo que ocurre o te ocurre por bueno que sea pierde brillo y parece oscuro. O que los ánimos están ya tan a ras de suelo que es difícil disfrutar de las buenas cosas que se van colando entre tanta noticia nefasta.  

Y la verdad es que debería estar bien contento. Ayer tuve un nuevo homenaje en la mitad del Congreso de Docencia Universitaria que se está celebrando en La Laguna. En el anterior, en Porto Alegre, Brasil, me hicieron Doctor Honoris Causa de la universidad que lo organizaba (la PUCRS). Ayer, en La Laguna, se presentaba el libro que un grupo de colegas han escrito y que me dedican como homenaje a la hora de mi jubilación. Más mimos… Que haya sido en el Congreso que yo inicié en 1999 me resulta especialmente grato. Allí nació AIDU y en aquellas fechas comenzamos a urdir esa enorme tela de araña internacional de docentes universitarios preocupados por la calidad de la docencia.

 

El acto resultó muy bien. Habló Felipe Trillo como principal artífice del homenaje (siempre él, es incansable) y Manolo Area como representante de los autores. También habló Mónica Navarro en nombre de la editorial Narcea que lo publica en la colección universitaria que yo mismo inicié hace ya años. Y concluyó con mi intervención que anexo a continuación. Muchos amigos y amigas de medio mundo se conectaron y me han escrito después con sus felicitaciones. Fue un acto bonito, hasta narcotizante. Lo sé porque al acabar yo era incapaz de recordar nada de lo que había dicho. Hasta creí, al escucharme de nuevo, que me había equivocado en el texto que utilicé, como si me hubiera equivocado de fichero al imprimirlo. Y lo pasé mal. No me reconocía. Uff!

En fin, debe ser que no estoy acostumbrado a tanto mimo. Los echaré de menos cuando todo esto acabe y uno vuelva al confinamiento puro y duro y a la invisibilidad de la jubilación. ¡Qué frío!

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MUCHAS GRACIAS.

Queridos amigos y amigas que participáis en este XI CIDU y os habéis animado a seguir desde vuestros lugares de residencia a este homenaje. Tengo que confesaros que me abruma un poco pensar que se me hace un homenaje en la mitad de un Congreso. Sobre todo, porque se ocupa un tiempo siempre escaso en los congresos y porque se fuerza, quizás, a tener que participar en él a quienes preferirían aprovechar ese tiempo en cosas más importantes. Me tranquiliza, en este CIDU, que, al ser virtual, es fácil salirse de la conexión y atender otras tareas.

Dicho eso, tengo que decir que, desde luego, estoy encantado y feliz. Recibir un homenaje en mangas de camisa y cómodamente sentado en mi despacho de casa es de vicio.  Los homenajes son un chute de adrenalina que te recompone de los bajones anímicos y de esa sensación de “final del camino” que el calendario y la jubilación se encargan de recordarte cada día. Así que está bien y ojalá todo el mundo tuviera ese plus vitamínico de los homenajes.

Por eso son tan importantes los amigos. Es bien sabido que los homenajes no dependen tanto de los méritos del homenajeado cuanto del tesón de los amigos. Y en eso he tenido suerte porque la vida me ha rodeado de muy buenos amigos y amigas. Han sido ellos y ellas, lo sé, quienes han hecho posible los diferentes homenajes que he ido viviendo en estos últimos tiempos. Y entre todos esos amigos, ha sido Felipe Trillo quien con impagable empeño ha alimentado y movido las olas de generosidad y afecto de los demás.  Gracias a todos por vuestra participación. Gracias Felipe por tu aprecio que has convertido en una capacidad de movilización, no por conocida, menos meritoria. ¡Eres un fenómeno Felipe!

Bueno, pero vayamos al libro. Yo he interpretado esta parte del congreso como un homenaje, pero en realidad lo que tenemos que hacer es presentar un libro. Un libro que tendrá el motivo que tenga, pero al final es un señor libro sobre la universidad.  Felipe Trillo y Manolo Area, una pareja de esos antiguos alumnos brillantes que hacen grandes a sus profes, entre los que tengo el honor de contarme, ya han comentado lo que el libro tiene de estructura y contenido. Mónica lo ha situado en el contexto de la colección de Narcea Universitaria. Y lo primero que yo quisiera repetir es exactamente eso: que más allá del cariño y amistad que los autores hayan querido expresar por mi trabajo, el libro contiene análisis eruditos y profundos sobre algunas de las cuestiones más relevantes que afectan a la dinámica docente y académica de la universidad actual: la innovación, la tecnología, la equidad y la inclusión, el modelo formativo y su expresión curricular, el profesorado, los estudiantes, el liderazgo, la investigación. Y quienes tratan esos temas son especialistas muy reconocidos en el panorama actual de la pedagogía española y portuguesa: Juan Manuel Escudero y Begoña Martínez; Antonio Medina; Carlinda Leite y Preciosa Fernándes; Antonio Bolívar; Ángeles Parrilla y Anabel Moriña; Manolo Area; Carlos Marcelo; Isabel Cantón; Antonio Bautista y Laura Rayón; Felipe Trillo con Mónica Porto y Rosa Ma. Méndez; Manolo Cebrián. Estoy seguro de que, de una u otra manera, sea porque los conocen o porque los han leído y estudiado, todos cuantos están asistiendo a este acto saben de ellos y los tienen como referencias necesarias del conocimiento pedagógico.  Cada uno y cada una de ellos proyecta su propia mirada experta sobre la universidad y analiza en profundidad la parcela en la que es especialista. Todos se muestran cariñosos conmigo y yo se lo agradezco, pero lo importante de sus textos es el texto en sí, lo que aportan a la mejora de la universidad y de la docencia. Cuestión ésta de la de la mejora más importante, si cabe, en estos momentos de incertidumbre en la vida universitaria. Quienes estén interesados por la Educación Superior van a encontrar mucha sustancia en los textos. Se lo aseguro.

Y estoy seguro de ello porque, además, el libro forma parte de la mejor colección actual, en español, sobre docencia universitaria. Y lo digo con orgullo. No tanto porque yo sea su coordinador, sino porque la Editorial Narcea la asumió como una apuesta editorial de riesgo pero atractiva, y porque Ana de Miguel y Mónica González la convirtieron en uno de los proyectos centrales de la editorial, la cuidaron con mimo y la han convertido en el milagro editorial que hoy es: 60 títulos de libros centrados todos ellos en temáticas vinculadas a la docencia universitaria y que están circulando, en formato papel o como ebooks, por toda Iberoamérica. Muchas gracias, de nuevo, amigas, por este regalo.

Como todo esto ha sido una sorpresa que los amigos querían darme, lógicamente a mí no me han invitado a participar en el libro. Tscha! Me hubiera gustado, la verdad. Es bien sabido aquello de que “a quien a buen árbol se arrima, buena sombra le cobija”. Y estar ahí, rodeado de gente tan estupenda hubiera sido todo un lujo.

Hasta tengo claro sobre qué habría escrito: sobre el bienestar y la felicidad docente, esa cosa cualitativa y etérea de la que nunca nos atrevemos a hablar. El amigo Di Napoli me decía hace unos meses que me gustaba ese tema porque me iba haciendo mayor. Quizás sea eso, sí. Pero está claro que estos tiempos de pandemia han resquebrajado muchos equilibrios emocionales de los docentes. El hecho de que la pandemia afecte a la salud hace que las preocupaciones se trasladen del ámbito cognitivo en el que nos sentimos fuertes al ámbito del cuerpo y las emociones en el que tenemos que lidiar con las mismas armas que todo el mundo. Y eso nos descoloca un poco a los académicos. Es cierto que en la universidad se enseña y se aprende. Pero, en realidad se hace mucho más: en la universidad se vive y ese vivir va mucho más allá de lo que las estrategias técnicas posibilitan.

Unos colegas de la Univ. do Minho (Alves, Lopes y Precioso, 2021) acaban de publicar un informe en el que se señala que la pandemia ha reducido la percepción de bienestar y ha generado no poca preocupación entre los docentes sobre su futuro profesional. Si las cosas ya pintaban mal con los problemas de la acreditación, la competitividad y el hiperformalismo que varios de los autores del libro denuncian en sus textos, se añaden ahora las nuevas coreografías didácticas que el confinamiento ha impuesto a la docencia. MacIntyre, Gregersen y Mercer (2020) han constatado, también, que la forma de afrontar la pandemia por parte de los docentes incluye importantes estresores vinculados a la urgencia de reconvertir la enseñanza presencial en virtual. En fin, que no son buenos tiempos para los docentes. Para algunos docentes, aquellos que valoran más la relación estrecha con sus estudiantes, los que disfrutan con ello y sitúan en la relación sus mejores recursos para la formación, la “nueva normalidad” y las distancias están suponiendo un calvario. Supongo que para otros docentes la pandemia y la enseñanza virtual habrá supuesto una liberación de esa pesada carga que para ellos supone la interacción directa con los estudiantes. Así que, por muchas razones, es un buen momento para preocuparnos por el bienestar de docentes y estudiantes, para reivindicar una universidad que funcione como una “institución saludable”.

En fin, no quiero aprovechar este momento que tiene que ser forzosamente de agradecimiento para hablar “de lo que yo diría”. Pero, bueno, también quiero dejar claro que sigo vivo y con muchas ganas de seguir pensando y escribiendo sobre las cuestiones que me atrapan. El que la edad nos ponga cara de “jarrón chino” (esa cosa inútil que uno no sabe dónde poner para que no moleste) o el que la administración nos ubique a los jubilado en esa cosa que llaman “clases pasivas”, no es obstáculo para que, por dentro, se sigua pensando y viviendo las mismas preocupaciones de antes. Los años se convierten en una especie de otero elevado desde el cual puedes disfrutar de una perspectiva hacia atrás (pero también, aunque sea como elucubración, hacia adelante) amplia y tranquila. Has vivido la universidad en un tramo histórico tan importante, han sido tantos los cambios que se han ido produciendo (en filosofía docente pero también en recursos: aún recuerdo que cuando yo llegué aquí,1978, en la Univ. de Santiago había un solo fax para toda la universidad; estaba ubicado en el rectorado y allí tenía que ir cada vez que desde algún lugar me enviaban un mensaje). Han sido tantos los cambios que lo de ahora te encuentra ya curtido. Te sabes incapaz de seguir el ritmo de los incesantes avances técnicos y resignado a que los colegas jóvenes te enseñen y suplan tus debilidades, pero, a la vez, te sientes tranquilo porque eres consciente de que tu identidad profesional y tu aportación tiene asentadas sus raíces en un espacio más sustantivo y menos contingente que los recursos técnicos. Por otra parte, sabes de sobra que te queda mucho por aprender y eso te ayuda a afrontar el día a día con el ánimo dispuesto a dar ese nuevo paso adelante que cada día exige.

No puedo extenderme más. Ya me pasé. Queridos amigos y amigas autores de los capítulos del libro, muchas gracias. Habéis hecho un trabajo estupendo. Querido Felipe, gracias una vez más por tanto esfuerzo para ir generando sinergias y armando homenajes. Ojalá alguien de tu entorno, cuando llegue la hora, tenga la misma capacidad que tú para pagarte con la misma moneda. Ya verás que sienta de… maravilla. Muchas gracias,  Ana y Mónica por vuestra generosidad y el cariño y cuidado con que siempre me habéis tratado en la editorial.  Y gracias a los organizadores de este XI CIDU por haber reservado este rato del día central del Congreso para acoger la presentación del libro-homenaje. Habéis sido muy generosos. Espero que no os lluevan las críticas por ello.

Y un gran abrazo, que continúa el de ayer, a todos los asistentes al XI CIDU y a quienes hayáis sido tan amables de conectaros en este momento del homenaje. Un beso virtual, pero enorme, a todos y todas.

Miguel A. Zabalza Beraza

Profesor Emérito USC


domingo, enero 17, 2021

EL DULCE SOPOR DE LA MONOTONÍA

 


A la gente de mi generación le fascinó la aparición en los años 80 de la novela de Milan Kundera, “La insoportable levedad del ser”. El novelista checo nos ofrecía una historia atractiva y llena de reflexiones sobre la vida, las relaciones de pareja, el sexo, la política, en fin, sobre las cosas que a los treintañeros de entonces nos preocupaban. Ahora que lo menciono, como cuando te hablan de alguna comida, me están entrado unas ganas locas de volver a leerla.

Pero, en fin, lo de la levedad viene a cuento hoy con este vivir casino y monótono al que se van reduciendo los días. Es terrible esa sensación de que pasan los días sin que pase nada más. Es verte levantándote como siempre, rellenando las horas entre paseos, quehaceres irrelevantes y comidas y volver de nuevo a la cama. Y es en ese momento, al acostarte, cuando se te hace evidente la situación: “¡ostras, allá se fue otro día más!”. Casi sin enterarte. Y ayer fue lo mismo. Y mañana será parecido. ¡Dios!. Y si eso sucediera cuando te sobran días que malgastar, aún tendría un pase, pero es que ya los tenemos justos, más bien escasos. ¡Como para malgastarlos…! Un agobio, la verdad.

Los expertos nos hablan estos días del “cansancio pandémico”.  Dicen que es el que provoca esa molicie desmotivadora, esa sensación de falta de energía que te coloca en posición de stand by. Mi suegro nos decía hace ya años que, para gastar menos gasolina, la mejor manera de conducir un coche era no cambiar mucho de marchas, hacer las mínimas maniobras posibles y, desde luego, nada de parar y arrancar. Más o menos, como vamos llevando ahora esta vida de semi-confinación: con el piloto automático, en modo ecológico para gastar menos, y tratando de no hacer esfuerzos ni movimientos bruscos que puedan atraer al virus.

Siempre me ha llamado mucho la atención la reacción de los animales recogidos en los zoos y en los acuarios. Ese progresivo deterioro de su comportamiento hasta llegar a ritualizarse repitiendo constantemente los mismos movimientos de una forma casi automática: el león que da constantemente vueltas a su jaula o los peces que rotan circularmente sin parar en su pecera. Esquizofrenia situacional. Algo parecido debe pasarnos a nosotros con esta historia del confinamiento. Tengo amigos que cuentan que durante el confinamiento se ponían a caminar por el pasillo de su casa al que llegaban a dar ciento y pico vueltas sin parar, como autómatas. Como leones enjaulados. Intentando matar los demonios.

 Y lo peor de todo es que acabas cogiéndole gusto a ese estado de cosas. El síndrome del hospitalismo trasladado a la vida hogareña. Cualquier esfuerzo comienza a hacérsete cuesta arriba. Esas rutinas del no hacer nada acaban conformando tu zona de confort y ya no hay quien te mueva a salirte de ellas. Aprovechas que lo de fuera es peligroso y te apoltronas en esa dulce quietud de la vida doméstica. Que le coges gusto, vamos. Y ahí mueres para la vida activa. Para la vida, sin más. La RAE, al hablar de monotonía, pone el ejemplo: “el tono monótono del orador acabó durmiendo a la audiencia”. Pues eso. Algo así como lo que cuentan de los camarones, que se cabrean y saltan cuando los echas al agua fría, pero se van acomodando a medida que el agua se va templando. Y esa es su perdición, porque esa quietud cómoda les llevará a no enterarse de que cada vez el agua está más caliente y que poco después hervirá y ahí ya no habrá vuelta atrás. Uff…

Bueno, ya está. Una mala noche la tiene cualquiera, pero es que me veo extrañamente cómodo en este permanente día de la marmota. Siempre igual, rutina tras rutina. Y con el bozal puesto, y con los tiempos marcados y con los espacios perimetrados. O te agobias o te acomodas. Y me estoy acomodando. Y el agua está cada vez más templadita. Señor, señor…!