lunes, junio 27, 2016

La ANTIGUA, Guatemala.




Después de hora y media para hacer 40 kilómetros sorteando un tráfico endiablado  medio dormido, medio desesperado llegas a La Antigua, una forma apocopada de decir La Ciudad Antigua de Guatemala, destruida por un terremoto en el siglo XVIII a raíz de lo cual, la capital se trasladó a la actual Ciudad de Guatemala. En 1979 fue declarada por la Unesco, Patrimonio de la Humanidad.
Lo primero que hay que decir de La Antigua es que es una ciudad colonial preciosa. Calles largas, regulares, con casitas bajas, multicolores. Está llena de palacios antiguos, la mayor parte de ellos en ruinas. A medida que iba avanzando por las calles, cuando se me permitía esa  curiosidad, entraba en los patios de las casas. Una preciosidad, la mayor parte de ellos: con pozos de agua, con plantas que los convertían en vergeles, sombreados frente al calor terrible del exterior. La paz frente al bullicio turístico del exterior.


Todo parte de una plaza central en la que, como resulta obvio, está el palacio municipal y la catedral. El primero es un espléndido edificio columnado que se ha convertido ahora en un centro cultural abierto a los turistas. Y, al lado, la catedral, buena muestra del gran poder que en su momento tuvo la Iglesia en esta ciudad. 

Visité dos veces la ciudad, una de ellas un jueves y la otra un domingo. Parecía una ciudad distinta, desde luego. El domingo estaba repleta de turistas. En la plaza mayor varios grupos de diversas religiones celebraban sus actos con aspectos llamativos: imposición de manos, rezos (más bien recitaciones alocadas de frases seguidas cuyo sentido no era fácil  de rescatar).  Me dejó bastante impactado las cosas que ví: unos cantaban y tocaban (y no mal, por cierto); otros se acercaban a las personas y les ponían la mano en el pecho y, calculo, rezaban por ellos (esas frases enlazadas como trabalenguas que no parecían tener sentido aunque oraciones debían ser y quizás tranquilizaban) un señor mayor sentado en medio de dos jóvenes a quienes daba la mano y rezaba (esas frases de nuevo) mirando fijamente al suelo los tres. 


Pero La Antigua es, sobre todo, la ciudad del  jade. Las mejores tiendas están vinculadas al jade. Y no es para menos. Hay dos tipos más notables de jade en el mundo, el chino y el centroamericano (el jade maya). 

 Tiene muy diversos colores en función de la pureza y la antigüedad de la gema. Los más reconocidos en Guatemala son el jade negro y el jade blanco. También son los más caros. Pero, en fin, siendo la primera vez que visito Guatemala y pese a que todo me ha parecido desmesuradamente caro, esta vez mi visita a La Antigua ha sido, sobre todo de compras. Tarea que no es fácil y que complica la vida de turista que debería ser más relajada. Pero tienes que pensar en cada persona querida, en sus posibles gustos, en qué le quedaría bien en función del cabello, de los ojos, de sus vestimentas habituales. En fin, un estrés. Pero bueno, merece la pena porque también se disfruta mucho en ese proceso de selección y eliminación de posibilidades. Y al final, pues hay lo que hay.  Y si no les gusta que los devuelvan.

miércoles, junio 22, 2016

Guatemala




Tras la hermosa experiencia argentina tocaba mudanza y nueva preparación de los bártulos para la siguiente etapa de este periplo, Guatemala.
No conocía Guatemala  o, peor aún, solo la conocía por los estereotipos que me habían ido transmitiendo, sobre todo en México, en Chiapas. Chiapas hace frontera con Guatemala y es el punto de cruce de miles de guatemaltecos (y de otros países centroamericanos) que van buscando la tierra prometida de los USA. Cruzan de cualquiera manera la frontera que se ha convertido en un espacio de mucha violencia pues las mafias se aprovechan  de ellos, los esclavizan, los abusan y muchas veces los hacen desaparecer. Allí se montan en ese terrible tren que cruza todo México hasta alcanzar la frontera norte. Un tren que es una especie de patera de la que con frecuencia les secuestran las mafias. Historias terribles me han contado. Así que me esperaba una Guatemala primitiva y deprimida. Y ha sido una sorpresa. Realmente una sorpresa. Hay momentos en que no sabes si estás en Guatemala (la ciudad) o en Suiza.
La gente es realmente amable. Con la ventaja añadida de que en su mayoría son de estatura media-baja, y con tamaño de barriga medio-alto. Con lo cual, me he encontrado con un genoma muy familiar para mí. Era como sentirse en casa. Sensación oportuna que sirvió para compensar el agobiante viaje de Buenos Aires a Guatemala en compañía de un equipo de baloncesto uno de cuyos componentes (2,07 medía el angelito) se sentó a mi lado y me provocó una dolorosa tortícolis de tanto mirar hacia arriba. Otro aspecto destacable de ese primer contacto con los/las guatemaltecos es la sensación de que no te entienden. Ellos hablan muy rápido y con una pronunciación un tanto especial. Cuando hablan con extranjeros se esfuerzan pero uno tiene la sensación de que, de inicio, no te entienden. Se quedan mirando y esperando que les repitas de nuevo. Luego, se conoce que reajustan el decodificador y las cosas ya van mejor, pero las primeras frases requieren tiempo y paciencia. Y, por lo demás, el tráfico es caótico. De esos del sálvese quien pueda. Con guardias de tráfico en los cruces a los que les pitan más que a los árbitros en el fútbol. Un tráfico tan intenso que se hace muy penoso avanzar, sobre todo en las horas punta.
Nos alojaron en el hotel Barceló. Un hotel que no desmerece en nada con el Barceló de Valencia, en el que acabo de estar hace unos días. Claro que aquí, se nota que el personal tiene salarios bajos pues hay empleados por todas partes. La vigilancia es extrema. Pero todos son muy cordiales, no te molestan (quizás es que tenemos cara de personas serias). La siguiente sorpresa son los precios: inalcanzables. Por caros, aunque parezca extraño. La moneda aquí es el Quetzal (como la ruta de De la Cuadra Salcedo). 7,5 quetzales por dólar. Y una cerveza te sale por Q39 (5 dolares y pico, como en Florencia). No puedes tomarte una sopa  por menos de Q 60 (8 dolares) y el buffet de la comida que en Europa puede ser de
12-15 dólares, en Guatemala son Q160 (22 dólares), sin bebida y sin contar el 10% obligatorio de propina. Una noche que salimos a cenar un grupo, sin tomar bebidas que desmadrarían la cuenta, nos salió a cada uno por 36 dólares. Las profes del congreso nos dijeron que la ropa estaba igual de cara. De hecho, nadie compró aquí cosas. Salvo el Jade, claro, pero eso ya pertenece a otro negociado (el de los regalos, en el que no miras tanto el precio). La pregunta que nos hacíamos era: ¿será que la gente tiene unos salarios tan altos aquí? No lo parecía, la verdad.
De todas formas, volviendo a la ciudad de Guatemala, tiene zonas realmente espectaculares. Parece ser que las autoridades municipales, sobre todo el alcalde (creo que lleva ya 4 o 5 elecciones ganadas con mayoría absoluta) se ha tomado muy en serio lo de adecentar la ciudad. Ayer nos contaba el guía que una consultora inglesa lo incluyó entre los 15 mejores alcaldes de toda América. No me extraña. La ciudad está dividida en zonas. Algunas de ellas resultan irrelevantes. Muy parecidas a otras ciudades de México o Perú. Pero las hay de una belleza fantástica. Con edificios singulares espectaculares o con una configuración arquitectónica muy original . Entre ellas, destaca el paseo Cayalá, un conjunto arquitectónico muy original, con una especie de templo griego en el centro que funciona como centro cultural y una serie de edificaciones sorprendentes.  Se ha convertido en la zona de ocio y paseo más interesante de la ciudad.
Y por lo demás, el Congreso discurrió según los cauces habituales. No exageran tanto en las fotografías como en México o Argentina, aunque también son muy amables y reforzadores. Y, en lo que se refiere al clima político del país, no fue ninguna sorpresa descubrir que, también allí, igual que había constatado la semana anterior en Argentina, están metidos hasta el cuello en problemas de corrupción. De hecho tanto el expresidente como la vicepresidenta están en prisión acusados de haber desvalijado el país durante su mandato quedándose con inmenso capital. Como dicen los italianos: tutto il mondo é paese! (en todas partes cuecen habas, que decimos nosotros).
Pero, en resumen, una experiencia muy interesante que no me importaría repetir.



domingo, junio 19, 2016

La ciudad de Rosario y los niños




Una de las experiencias más gratas de estos días en la ciudad de Rosario, Argentina, ha sido la visita a la Isla de los Inventos que el Departamento de Cultura Municipal ha montado para disfrute de los niños y sus familias.

Rosario se enorgullece de ser una ciudad con una especial sensibilidad hacia los niños. Y creo que, en este caso, es verdad. Cuenta con una trilogía de iniciativas muy interesantes: La granja de la infancia,  El jardín de los niños y La isla de los inventos. Son tres lugares en distintas partes de la ciudad con posibilidades preciosas de entretenimiento y aprendizaje para niños pero también para los adultos. De hecho, yo lo pasé como un enano, y nunca mejor dicho.

En la granja de la infancia  hay animales (sobre todos aquellos típicos de la fauna argentina) y las cosas y utensilios típicos de una granja. Los niños ven y se relacionan con animales de todo tipo y colaboran en su cuidado y en la realización de las tareas típicas de una granja, incluida la de hacer pan casero. Cuenta además con laboratorio, biblioteca y videoteca.

El jardín de los niños es una especie de parque temático dedicado a dar rienda suelta a la imaginación y a la creación.  Como reza su presentación, ofrece juegos, aventuras, misterios, construcciones y poesía. Allí se encuentran el laberinto de “montaña encantada”; la “máquina de volar” a la que te sujetan con arneses y vuelas, la “máquina de trepar” como si fueras pirata; la “máquina de sonar” para componer secuencias de sonidos-ruidos y algunas exposiciones interactivas de artistas famosos.

Pero a la que yo asistí fue a la Isla de los inventos, una antigua estación ferroviaria en el centro mismo de la ciudad que se asemeja a nuestros museos de la ciencia pero con una visión más amplia y dando cabida a muy diversas formas de entretenimiento y aprendizaje. Cada periodo de tiempo van cambiando las propuestas. En este momento, está el proyecto que, con ese lenguaje sugerente de los argentinos, han denominado “Como cosa de tu corazón. Motivos para jugar y no perder la costumbre”. Es entrar en el espacio y solo tienes que dejarte llevar. Dejar que salga ese algo de niño/niña que a todos nos queda dentro y permitirle que disfrute sin fijarse mucho en la cara que ponen los que tienes al lado. No es fácil, pero esta vez lo logré. Quizás es todo cuestión de un momento inicial. Si lo piensas ya no sale y te reviertes en mero observador. Pero lo primero que vi fue una hamaca. Me apetecía tumbarme en ella pero pensé que quizás era solo para niños y que haría el ridículo. Afortunamente, hice caso omiso de la duda y me subí a ella. Seguramente hice, efectivamente el ridículo, pero ya allí todo lo demás vino como la secuencia apropiada.

Claro que junto al niño, uno también lleva al  pedagogo y psicólogo que cuando llegaron ya no se era tan niño, así que por lo general ellos solo te dicen cosas serias y más de la cabeza. Pero en este caso se comportaron bien. Probablemente porque desde que entraron en aquel lugar quedaron sorprendidos. Muy gratamente sorprendidos. Y se dejaron llevar. ¡Lo que se lo agradezco!


De la hamaca pasé al depósito de los miedos. Coges tu número  y, cuando te toca, vas a la mesa donde puedes depositar tus miedos. Es fantástico, ¿no? Tú apuntas tus miedos y los dejas depositados. La cuestión está en que tienes que identificarlos en el prospecto pertinente. No es lo mismo un temor que un susto, o que un pavor o pánico o terror. Casa cosa tiene su procedimiento. Luego has de señalar las razones o causantes (noche-oscuridad; altura; tormentas o ruidos fuertes; monstruos, fantasmas u otras apariciones; el amor; los insectos o bichos; los exámenes; la soledad). Está claro que en todas partes cuecen habas y que también los adultos podemos dejar nuestros miedos. Luego se especifica tu modo habitual de presentarse el miedo (escalofrío, sobresalto, pesadilla, dolor de tripas, temblores, tartamudeos, parálisis u otros a detallar) y la forma de reaccionar que tenemos (cerrar los ojos, esconderse, salir, buscar compañía, buscar algo con que distraerse, revisar los lugares –debajo de la cama, detrás de las cortinas- u otros a detallar. También se ha de señalar la frecuencia (minutos, horas, días, meses, años); y si es algo crónico. Luego te piden que señales si se lo has contado a alguien ese miedo. Todo un trabajo analítico sobre tus miedos. Y por si esa trabajera no fuera suficiente aún has de rellenar otro papel  para aclarar que dejas a tu miedo en buenas condiciones o estropeado y de cualquier manera porque en ese caso no se hacen responsables. Tienes que decir cómo se llama tu miedo, su antigüedad, su peso, su aroma (¡no es fantástico esto de poner un aroma al miedo!), su tamaño y el lugar del cuerpo en el que ha estado almacenado. Una vez concluido el depósito, ellos te dan un certificado de haberlo depositado. Los niños se metían absolutamente en el papel y cuando no entendían algo lo preguntaban y se iban felices con su certificado de desprendimiento del miedo.  Un compañero nos contó que él había estado el día anterior. Antes de que le tocara el turno coincidió con una niña que estaba preocupada  en la fila. “¿Vas a dejar tus miedos?”, le preguntó. “Sí, dijo ella, y tú también los vas a dejar”, “Claro, le respondió él, ahora estoy pensado qué miedos tengo”. “Yo ya sé mis miedos”, le dijo la pequeña. “¿Sí?, qué suerte”, le dijo el profe. “Voy a poner el miedo a la oscuridad y a los exámenes”. “¡Qué buena idea!”, le contestó. Y entonces le tocó el turno a ella. Se fue, le llevó un tiempo rellenar el formulario, y al salir iba feliz. “”Ya los dejé, le dijo al pasar, y ya como enterada del procedimiento le indicó: puedes poner varios”. “Eso haré. Gracias”. También yo me encontré con una niña que hablaba con su mamá tratando de concretar sus miedos y cuando le tocó el turno allí se fue con ella a cumplimentar los papeles. Lo pasé de miedo en el diálogo con la monitora sobre los ídem. Ella me fue aclarando con paciencia mis dudas. Aunque había varios en la mesa escribiendo sus papeles (entre ellos la madre y la niña que me precedieron cada una con sus propios miedos) ya se dio cuenta enseguida la monitora que los míos eran más difíciles de definir (sobre todo porque había algunos que escapaban a mi jerga española: julepe, cuiqui). Pero fue muy amistosa y pude concluir la tarea. Puse que olía a quemado el miedo a la salud y no estoy muy seguro que eso lo hiciera bien, pero ella lo dio por bueno y me certificó el depósito. Oye, salí como más ágil y aliviado.

Después pasamos al “taller de corazones” donde se trataba de recomponer corazones. “Lustramos y hacemos brillar corazones deslucidos”, decía el cartel de entrada. Y “Este mes corazones mirando al sur, descuentos especiales”. Y “Precios especiales para perdedores del amor”, Podías hacer el proceso completo dando forma a un hierro y soldándolo para armarlo internamente con alambres. Interesante pero sin la emoción de los miedos. Fue curioso que una de las monitoras quizás porque le sonaba la cara me dijo. “usted es Miguel Ángel Santos Guerra”. “no, le dije, no soy ese Miguel Ángel, pero somos buenos amigos”. Y los que venían conmigo se chivaron quién era yo. “Ah sí, dijo ella, yo le he leído mucho”. Estuvo bien porque me trató con muchas atenciones el reto que estuve allí. Pero la pobre me hablaba de cosas que no fui capaz de reconocer. Seguro que eran de Santos Guerra.


Y así, a cada sitio que íbamos, actividades originalísimas y preciosas. “El color de los recuerdos”, tenías que buscar en un inmenso papel de objetos de todo tipo (desde una sartén a un zapato, libros o discos, un berbiquí o una raqueta, una bota de vino o un sostén, quizás hasta mil objetos). Tenías que contemplarlos y ver si alguno de ellos te sugería un recuerdo hermoso de tu vida. Después había que buscarle un color entre cintas de papel de todas las tonalidades. Escribías el recuerdo y lo colgabas en otro inmenso panel de red para colocar las tiritas de papel. Dabas ganas de pararse a mirar qué recuerdos había seleccionado la gente y con qué colores los había relacionado. Espero que los organizadores lo hagan, será un bonito estudio.

Muchos lugares con actividades hermosas. Tumbarse en el suelo para ver las estrellas (“mar de fueguitos”); descubrir nombres en los mapas dibujados en las paredes (“mapa del nombre”), cambiar las figuras de un teatrillo alterando sus componentes y posiciones (“teatrillo de comediantes”). Me encantó la construcción de poemas con piezas rectangulares de madera que tenían una frase escrita en cada lado. Me salieron poesías realmente hermosas. ¡Lástima no haberlas escrito! Las “palabras giratorias” me pareció un juego fantástico para fomentar la expresión oral, la construcción de mensajes que relacionaran las palabras o frases que coincidieran en cada una de las tres ruedas cada una con palabras o frases distintas. Por ejemplo, en la rueda central estaba la consigna general (¿qué sucedió entre? Luego en la primera rueda una serie de palabras y en la segunda rueda otra serie de palabras o expresiones. El resultado podía ser: ¿qué sucedió  entre – las cosquillas –y la oscuridad? O ¿qué sucedió entre -  las almohadas -y las mariposas? Había varias de esas ruedas con cuestiones diferentes. ¿Por qué – el río – se asustó? ¿Qué pasaría si los edificios comenzarán a – jugar? ¿Cuándo – los paraguas – enloquecieron?

 Y así, treinta o cuarenta actividades: la construcción de ciudades, el taller de las pócimas, los verbos del nosotros, la fabrica del papel, el taller de encuadernación; el taller de serigrafía y de pintura en el agua.

Y colgados del techo algunas frases para recordar siempre:

“¿Cuándo le cedimos la sabiduría al conocimiento, cuándo el conocimiento a la información y, sobre todo, cuándo dejamos que la información se convirtiera en puro ruido?

Porque empezaste a jugar dentro del útero, porque entraste jugando a la cultura, al lenguaje, al movimiento…Porque jugando supiste del tiempo y del espacio. Porque jugando fuiste amiga, grupo, colectivo resplandeciente. Porque jugando aprendiste a amar, a razonar, a imaginar y penetrar en todos los misterios. Por eso decile gracias al juego y seguí jugando.

No se puede jugar a medias.

Si se juega se juega a fondo.

Para jugar hay que apasionarse.

Para apasionarse hay que salir del mundo de lo concreto. Salir del mundo de lo concreto es incursionar en el mundo de la locura.

Sin meterse en la locura no hay creatividad.

Sin creatividad uno se burocratiza, se torna hombre concreto, repite palabras de otro. Eduardo Pavlovsky



La infancia es una manera de estar en el mundo, una lógica que no puede decirse ni verse en condiciones normales de percepción sensible. Su función es penetrar en lo remoto, lo ausente, lo oscuro, lo extraordinario.

En fin, no sé cómo agradecer a los amigos y amigas argentinas esa tarde de disfrute global: como el niño que fui (y que me resisto a dejar de ser; como el adulto capaz de sorprenderse con la creatividad; como profesor que descubre el gran poder educativo de recursos no escolares; como psicólogo y pedagogo que ve cómo cosas sencillas pueden tener un gran valor educativo y lúdico. Y a todo ello he de añadir que me liberé de algunos miedos que quedaron allí archivados para mejor tiempo.


sábado, junio 18, 2016

ROSARIO y la bandera argentina.




Rosario es una ciudad argentina espectacular. Afincada en la rivera derecha del Paraná (que estos días baja hermoso y potente, dicen que por las muchas lluvias caídas en Brasil de donde procede). Según el taxista, la ciudad ronda los dos millones de habitantes.  Como todo en Argentina, el principal problema de Rosario es que no puede compararse con Buenos Aires que es el referente universal, pero aceptada tal como es, resulta una ciudad encantadora.
Urbanizada al estilo inglés con calles rectas y perpendiculares que se van cruzando, viven en la  actualidad su particular crisis de crecimiento a la que se ha juntado ahora la necesidad de reposicionarse en el nuevo esquema político de Argentina con el triunfo de Macri. Rosario, al menos el círculo en que yo me muevo, es tradicionalmente socialista y aunque tampoco comulgaban plenamente con el Kirchnerismo, desde luego se sienten muy alejados de los planteamientos neoliberales del nuevo gobierno.
Tiene ese toque vetusto de los edificios y tradiciones argentinas: muchas casas preciosas necesitadas de una operación de mantenimiento urgente. Otras que se mantienen bien o que ya fueron recuperadas y que expresan con claridad el esplendor que la ciudad debió tener en tiempos no muy remotos. Al igual que Buenos Aires es una ciudad con más librerías que panaderías, lo cual, dados los tiempos que corren (y lo que ha venido ocurriendo en España) es algo de admirar. Y, al igual que muchas ciudades latinoamericanas es una mezcla de construcciones llamativas con espacios de subdesarrollo, enormes torres de lujo en la rivera del río (con unas vistas que deben ser increíbles) y a sus pies unas favelas ( aquí las llaman villas) que marcan esos desajustes infinitos en clases sociales y estilos de vida.
Ha sido una ciudad con una gran herencia inglesa en lo que se refiere a estaciones ferroviarias que contaban con enormes espacios y amplias edificaciones en forma de galpones de ladrillo rojo. Al desaparecer el tren (desgracia similar a las ocurridas en otros países latinoamericanos con grandes tradiciones en cuanto a los trenes y toda la cultura y la estética que suele surgir en torno a ellos) se han ido recuperando los espacios y edificios de las antiguas estaciones y apeaderos que la ciudad ha ido aprovechando para enriquecer su oferta de espacios libres (cuenta con inmensos parques y espacios abiertos) y de centros culturales. Un modelo de reaprovechamiento urbanístico a favor de la oferta cultural y de equipamientos para la infancia. Admirable en ese sentido.

Pero lo mejor de la ciudad es el río y su entorno. Como les ha pasado a muchas ciudades con entornos naturales similares de río o mar, me han contado que Rosario ha sido hasta hace poco una ciudad de espaldas al río que se aprovechaba únicamente como recurso de transporte industrial: el puerto y los ferrocarriles. Situación que se ha revertido. Se han tirado los muros y se han creado equipamientos sociales (restaurantes, museos, parques infantiles, zonas de paseo, y juego). Ahora hay enormes espacios abiertos que se llenan de familias con niños. Los domingos que salen con sol es una maravilla pasear por allí y observar el bullicio y la alegría de aquellos inmensos paseos.
Rosario tiene, además una peculiaridad especial en Argentina. Es la ciudad en la que nació la bandera argentina y se ha convertido en su hogar privilegiado. De hecho, el próximo lunes se celebrará allí el “día de la bandera”, que es festivo en toda la nación. Asistirá el presidente y cientos de niños con sus familias jurarán la bandera. En Argentina, todavía creen y respetan su bandera. La bandera de todos.  Yo llegué el jueves a media noche y pude asistir el viernes (festivo también en Argentina en recuerdo de uno de sus héroes de apellido Güemes) a la promesa que muchísimos niños de diferentes colegios llegados hasta Rosario prestaban a la bandera. Como se ve en la fotografía una infinidad de niños y padres se fueron reunidos todos estos días en el monumento a la bandera (por cierto, si amplían la fotografía, podrán ver que un personaje va descendiendo por la torre ondeando la bandera). Un personaje que representa al General Belgrano les plantea  la siguiente fórmula de juramento:
Queridos estudiantes santafesinos:
La bandera celeste y blanca representa a nuestra Patria, su historia, su porvenir, que es el nuestro. Honrarla es un acto de amor; al respetarla crece nuestra esperanza y podemos confiar en el futuro. Cada pedacito de bandera es nuestro corazón que late.
Recuerden que prometer es poder decir toda la verdad, con el corazón, y es para siempre. Por eso, estudiantes santafesinos: ¿Prometen por las cosas que más quieren, por sus amigos, sus familias y sus juegos, por la escuela y la ciudad que los vio nacer, por engrandecer este país y lograr la igualdad para conseguir un futuro mejor, donde todos seamos escuchados y podamos tener trabajo, esperanzas y alegría?”
¿Prometen que en cada pequeña tarea responsablemente asumida van a quererla, respetarla y rendirle el homenaje que ella merece?
Queridos estudiantes santafesinos, ¿prometen defender esta bandera celeste y blanca?»
Ellos responden: «Si, prometo».
No sé si esto servirá de algo. Probablemente, no. O sí. A la gente de acá nos resulta un poco raro, pero quizás es que hemos perdido sensibilidad hacia ciertas emociones que tienen que ver con lo que somos como colectivo.