miércoles, febrero 25, 2015

ROMA MEMORIES







Casi una semana en Roma. De jueves a miércoles. Todo un lujo si fueran vacaciones. Más complicado si lo que te ha traído hasta aquí es la celebración de un Congreso sobre Montessori y su impacto en la Educación Infantil, en cuya organización has estado implicado desde hace meses- Pues eso, de congreso en Roma: ad maioren Montessori gloriam.
Organizar un Congreso internacional en un país extranjero, aunque esté ahí al lado, como en este caso es, siempre, una aventura poco recomendable para cardíacos. Al final, las cosas salen. Y, hasta podría decirse que salen bien. Pero te dejan agotado. Y eso que casi todo lo ha hecho la gente de aquí, pero es mucha tensión durante mucho tiempo. Bueno, pues ya hemos acabado.
La parte logística del Congreso estuvo estupenda. Nos alojaron en el Antico Palazzo Rospigliosi en plena Sta. Maria Maggiore. Más en el centro imposible. Podiamos ir perfectamente a la Lateranense, donde se celebraban las sesiones. Y andando, lo que en Roma no deja de ser un lujo. También la parte académica del Congreso ha funcionado muy bien. Hemos tenido una gran presencia de personajes importantes de la Pedagogía italiana (aquí o logras eso, o no eres nadie: los grandes catedráticos son como dioses del Olimpo; parece mentira que seamos tan diferentes italianos y españoles: los catedráticos españoles, la casta académica, apenas significamos nada o muy poco). Bueno la cosa es que, salvo alguna excepción, sí han venido a nuestro Congreso los que tenían que venir. Y eso ha dado reconocimiento al Congreso y a sus organizadores.
Yo ya empiezo a ser muy conocido entre los colegas italianos. Para bien y para mal. Dos años formando de la Comisión que los evaluaba y que los habilitaba (o no) para ser catedráticos o Asociados te convierte en una figura identificable, apreciada y odiada a la vez (espero que más lo primero que lo segundo pues resulta obvio que un español metido en una comisión de 5 italianos, cada uno con sus propios intereses, bien poco puede hacer). En fin, allí estaba parte de la flor y nata de la Didáctica italiana. Lo que no hizo sino aumentar mis propios agobios al tener que pronunciar mi conferencia, que me parecía escasa y pobre, y tener que hacerlo, además, como uno de los líderes del Congreso. Pero salió bien. Y no quedó mal el pabellón español.
 
Por otra parte ha sido un Congreso muy especial. Lo mejor de todo es que he tenido a la familia cerca. Primero a hija y nieta (su primer congreso a los 11 meses: precocidad insuperable. Espero que, al menos, le den certificado de asistencia: ella ha hablado más en el Congreso que buena parte de los participantes). Luego el yerno y sus padres. Ha sido bonito llevar esa doble vida de vida de congreso y vida familiar. Creí que me provocaría incertidumbre y estrés por querer atender a muchos frentes a la vez pero no ha sido así en absoluto, siempre me ha apetecido mucho más la familia. Sobre todo, desde luego, por Iría, que crea adicción. Su entrada en el Congreso fue genial porque se puso a gatear entre donde estaba su madre y donde estaba yo y a hablar como una cotorra y, claro, en un congreso sobre Educación Infantil nadie podía quejarse. Al contrario, todos estaban encantados con ella. En seguida se hizo la protagonista de la sesión. Y tengo que decir que he recibido muchos más parabienes por ser su abuelo que por mi conferencia.
En esta ocasión, se trataba de un congreso en dos etapas (la primera más tipo Congreso, conferencias, mesas redondas, comunicaciones; la segunda más tipo jornadas de formación con visitas a escuelas y talleres prácticos). Es una apuesta original mía en la que los académicos, en general, no creían mucho. De hecho, casi ninguno de ellos continuó en la segunda etapa. Pero se trata de un formato muy interesante cuando tienes a gente que ha hecho una gran inversión en viajes (en este caso todos los que venían de Sudamérica, por ejemplo). Hay que darles la oportunidad de que puedan rentabilizar más el esfuerzo. Y la verdad es que organizativamente funcionó muy bien. De los 200 inscritos, más del 80% continuó en los talleres de la segunda fase. Incluidos los profesores y profesoras italianas.
La visita a las escuelas estuvo bien, aunque obviamente la satisfacción de cada uno dependió de la escuela a la que le tocó ir. La que visité yo, una escuela infantil financiada por la Banca de Italia para sus empleados, me resultó poco llamativa. Primero, porque la propia institución pone muchas restricciones para las visitas y las fotografías, con lo cual te sientes permanentemente vigilado. Después, que había muy poquitos niños. Pudimos ver espacios y materiales pero poco a los niños en acción. Eso sí, los espacios, sobre todo el exterior de la escuela era un enorme jardín-bosque que, con seguridad, haría felices a los niños en cuanto llegara el buen tiempo. También los recursos internos eran abundantes. Fue lo que más me interesó, ver los materiales Montessori, aunque fuera en sus estanterías. Pero, al final, me supo a poco, sobre todo porque me faltó ver a los niños en acción. Por lo que contaron otros que visitaron escuelas diferentes, tuvieron más suerte.
Y los cursos prácticos que siguieron dejaron bastante que desear. Las temáticas eran muy interesantes: la Documentación, los materiales y espacios, el lenguaje, el arte, las matemáticas, la naturaleza, etc. Pero, como nuestra expectativa estaba en que se trataría de sesiones tipo laboratorio y workshop, al verlas convertidas en simples sesiones teóricas, nos defraudaron bastante. Con todo, he descubierto que ese es un poco el modelo italiano. Es como si dijeran que no hay práctica sin teoría y que primero hay que revisar la teoría para entrar, después, en la práctica. No lo veo mal el planteamiento. Solo que, al ser sesiones cortas, acaban finalizando antes de que realmente se llegue a la práctica. Quizás si la secuencia fuera al revés, primero la práctica y después la teoría que ayudara a entenderla, el resultado sería mucho más satisfactorio. Al menos, la gente saldría con la sensación de que había aprendido a hacer algo nuevo. Sensación que no te queda aunque lo que te hayan contado sea interesante y novedoso para ti.
Y así, con dos días iniciales de congreso con todos sus rituales (incluidos los grandes speech de los catedráticos que coordinaban las mesas redondas), un domingo intermedio de turismo y colas (en Italia hay pocas cosas que puedas hacer sin tener que pagar el precio de una enorme cola) y los dos días finales de visita a escuelas y cursos dimos por completada esta nueva experiencia académica italiana. Creo que la gente ha quedado muy contenta. Roma reúne todos los  ingredientes para hacer que la gente se sienta bien. Fue un acierto, organizarlo aquí. Claro que esto habría sido un caos de no contar con Ferruccio y Andrea, los infatigables organizadores que hemos tenido.
También para mí la experiencia ha sido estupenda. Con sus claroscuros, por supuesto. Estar en la cabecera de los congresos genera muchos compromisos que son difíciles de gestionar: dónde te sientas, con quién comes o cenas, cómo haces para reconocer a todos los que tienes que conocer porque si no quedas fatal, cómo atiendes y agradeces a las muchas personas que han venido desde Sudamérica porque tú les has convocado o porque quieren conocerte… Yo soy un desastre en ese tipo de cosas. Y como siempre me voy con la sensación de que no he hecho las cosas bien. Ni para mí (porque no me permito atender más y mejor a la gente a la que me apetecería hacerlo) ni para los demás (que deberán pensar que les he atendido muy poco). “Usted tiene muchas fans aquí”, me decía una colombiana al poco de comenzar el congreso. Y eso parecía, desde luego por los abrazos y los besos que iba recibiendo a medida que la gente entraba en la sala de conferencias. Pero al final, por querer estar con todos, acabo estando solo. Y así ha sido, literalmente al final del Congreso. No sé cómo fue (con seguridad, culpa mía) pero todo el mundo se distribuyó en grupos de amigos y se fueron a cenar juntos y yo me vi más solo que la una, deprimido y yendo solo y en soledad a tomarme una sopa en el restaurante de al lado del hotel. Una mierda de final para un Congreso que salió muy bien. Aunque,  estando en Roma, siempre puedes contar con algún ángel que te eche una mano y te serene el ánimo.

lunes, febrero 16, 2015

50 SOMBRAS DE GREY





Había prometido que no leería la novela y, pese a ser una promesa estúpida, la cumplí. No me atreví a hacer lo mismo con la película (¡qué demonios, al final la va a ver todo el mundo y no voy a poder participar de las conversaciones en torno a ella!) y esta tarde hemos ido a verla.
Bueno, con la ventaja de no haber leído el libro (así no  tengo que echar de menos nada) y quedándome con lo que el film presenta, no me ha parecido una mala película. Terrible por su contenido y la visión enfermiza del sexo que supone el sadomasoquismo (aunque allí solamente hay sado y aun así, bastante light). La película está muy bien hecha en sus aspectos formales, los actores trabajan estupendamente, los paisajes y ambientes en que se lleva a cabo la grabación están bien seleccionados y el ritmo, en general, es bueno. Yo, al menos, no me aburrí (bastante tenía con ir controlando mis propias fantasías). El protagonista  Jamie Dorman está correcto (aunque quizás un tanto hierático y reconcentrado en lugar de expresar la emoción que cualquiera hubiera sentido en situaciones como las que iba viviendo, o quizás es que los sados tiendan a ser tristes, no lo sé) y ella,  Dakota Johnson pues perfecta. Dicen que el cuerpo que aparece en las escenas eróticas no es el suyo, que tuvo una sustituta, pero su expresividad estaba en la cara, en cómo expresaba sus emociones. Y esa sí fue ella. A mí me encantó.
Pero, obviamente, el morbo de la película está en el sexo y la forma en cómo lo viven los protagonistas. Decían del libro que era “porno” para señoras casadas. Y supongo que mucha gente  iba al cine esperando ver en pantalla aquello que ellos/as se habían imaginada mientras leían la novela. De ahí la frustración. Pero, en todo caso, resulta poco realista ir a ver porno a cines comerciales. El porno se ve en casa o en cines X. La película llega a donde se puede llegar sin romper en exceso las costuras de lo socialmente permitido. Y ese trecho lo cubre bien. Hay escenas eróticas excelentes que te hacen soñar.
Lo que perturba todo el  tiempo es el fondo patológico sobre el que se construye la relación entre ambos. La frialdad racional de él, rota solo a ratos; la mezcla de deseo y temor por parte de ella. Es difícil concebir algo tan hermoso y gratificante como el sexo en un contexto así. La propia idea de la “sumisión” resulta escalofriante. “¿Qué gano yo con eso?”, le pregunta ella.  “A mí”, responde él. En el fondo, él puede gozar con ella solo si goza de ella sin restricciones, sintiéndose su “amo” (la otra palabra desasosegante). Y no es que la idea de “sumisión” no carezca de encanto ni deje de tener su parte erótica.  Eso de no tener que tomar decisiones, que el otro las tome por ti; eso de dejarte sorprender, dejarte llevar a las cotas de placer más altas que tu compañero/a de experiencia sea capaz de proporcionarte, suena guai. Claro  que tal cosa requiere mucha confianza en el otro o la otra y la certeza de que no te hará daño. Todo lo contrario de lo que sucede en relaciones sadomasoquistas en las que el hacer daño forma parte sustantiva del juego.
La película, en ese sentido, es una montaña rusa en las que vas pasando por momentos de complicidad profunda con los protagonistas disfrutando con ellos, imaginándote en sus personajes, fantaseando con pezones y hielos y suspiros; luego, de pronto, aparecen gestos duros, silencios, contratos, la frialdad de planteamientos que eres incapaz de concebir en una persona. La solución final me pareció estupenda. No entiendo cómo contar esta historia requirió tres enormes tomos de novela escrita. La chica es capaz de recuperar su capacidad de ser ella misma, lejos de la “sumisa” que requiere su pareja. Ellos dos están buscando cosas diferentes. Él le está ofreciendo una vida llena de lujos y transgresiones a cambio de que renuncie a sí misma. No es una alternativa
De vez en cuando, yo miraba de reojo a mi mujer para ver si podía leer sus emociones. Pensaba para mí que también ella andaría danzando en sus fantasías lamentando, quizás, no haber vivido la intensidad de algunas de las experiencias de la protagonista o deseando repetirlas. Y miraba a los que nos rodeaban extrañándome de que chicos y chicas jóvenes miraran la pantalla como observadores de una historia ajena que apenas les conmovía.
Así pues, es una película técnicamente buena y que, en su contenido, te hace pensar en lo complicados que somos los seres humanos.  La complicación se centra esta vez en el sexo, pero podría aplicarse a cualquiera de los ámbitos de la existencia humana. Obviamente eso es lo que nos hace interesantes. Y distintos.
Y al salir escuché, “¿pero por qué le llaman a esto 50 sombras de Grey si es La Cenicienta?”.