miércoles, octubre 31, 2012

Entre la ciencia y la conciencia

Volviendo al viaje a Brasil y a eso de que siempre aprendes cosas nuevas, no puedo dejar de mencionar una experiencia notable de este viaje.
La inmensa amabilidad de mis anfitriones les llevó a invitarme a visitar con ellos la Foz de Iguaçu, donde la empresa Hoper tiene su sede central. Invitación/ tentación insuperable para cualquier europeo que viaje a Brasil. Yo ya conocia las cataratas porque estuvimos allí hace muchos años, pero fue una experiencia tan maravillosa (las recorrimos en barca, com emoçao, y en helicóptero) que merecía la pena repetirse. Por supuesto acepté.
 
Y allí fuimos. Nuevo vuelo en avión desde Sao Paulo (llegamos sobre las dos de la madrugada), nuevo check-in en el hotel, nuevo input al agotamiento. Quedamos en vernos a la mañana siguiente para ver la sede de la empresa y nos despedimos.
 
Y a la mañana siguiente desayuno, check out y salida. Yo esperaba ir directamente a la empresa, pero me aguardaba una sorpresa: mi amigo me invitó a visitar la ciudad de la Conscienciología. Ufff!, pensé, ¿de qué va esto? Quisé tocar madera para evitar malos augurios pero no la tenía a mano. No soy muy proclive a estos nuevos espacios de exploraciones intelectuales. Como decía el otro, ya me cuesta trabajo creer en mi religión que es la verdadera, como para plantearme creer en otras. En fin, pudo más la curiosodad que mis temores. Y allá nos fuimos.
Aluciné.
 
Bueno, ya resultaban alucinantes los datos que me iba dando mi anfitrión mientras nos acercábamos al Barrio de Cognópolis: cientos de hectáreas propias, todo muy bien urbanizado; arias urbanizaciones integradas en el espacio aquel y otras más que se están haciendo; miles de personas vinculadas a la asociación y muchas de ellas (como los responsables de la Editora que me llevaba a mí) residiendo en Foz de Iguaçu justamente por ese motivo. De ellas, más de 600 personas llegadas de todo Brasil y de otras partes del mundo (había tres chicas españolas en ese momento, aunque no logré encontrarme con ellas) para trabajar como voluntarias (sin ganar nada) en las distintas tareas e investigaciones de la sociedad; como muchos de ellos son profesionales de alto rango (médicos, ingenieros, profesores, psicólogos) han tenido capacidad de montar un extraordinario hospital donde ofrecen medicina y psicoterapia de calidad no solo a los asociados sino a todo el Estado de Paraná.
 
Pues así, con muchas dudas en la cabeza, llegamos. Como toda la zona está protegica se entra a través de un control bajo custodia. Como conocían bien a mi amigo (debe ser uno de los pioneros de esta historia) pasamos rápido. A cada paso qué dábamos el asombro se incrementaba. Primero, lo que más llama la atención es el universo de neologismos en el que entras: todas las palabras que emplean resultan extrañas, como parte de una jerga críptica. Me lo justificaron diciendo que pretenden referirse a cosas que no tienen una denominación establecida y que, por tanto, han de buscarles una denominación adecuada. Pasamos por un paseo espectacular con un nombre portugués precioso A Aleia dos Gênios (el callejón de los génios) donde puedes caminar sosegadamente mientras te vas cruzando con esculturas de algunos de los mayores genios de la humanidad: desde Newton a Balzac, desde Marie Curie hasta Rousseau. Un paseo precioso que me hizo recordar a Séneca y Platón pensativos en el paseo.
 
El paseo lleva al Holociclo donde van elaborando la enciclopedia de la concienciología. Espectacular aquella sala que en su primera parte estaba formada por una infinidad de meses sobre la que posaban miles de diccionarios organizados por temáticas. Miles. Después venía la zona de las holotecas, es decir, repositorios de noticias y textos sobre temas de cualquier tipo. Impresionaba ver aquella cantidad de materiales y, más aún la metodología que seguían. En realidad, el producto principal de la Asociación es una Enciclopedia de la Conscienciología. Pues bien, para cada entrada en la enciclopedia van reuniendo materiales de diverso tipo: artículos de revistas o periodicos, textos diversos, documentos de internet, libros (menos). Mientras son pocos los van poniendo sobre la mesa con un cartel donde se señala el tema. Cuando la cantidad de documentos se va haciendo mayor los meten en una caja de plástico transparente y allí van incorporando nuevos documentos hasta que se alcance el millar; es decir, para cada artículo exigen que exista un millar de documentos de referencia en función de los cuales redactan, después, la entrada. Tarea ésta encomendada inicialmente al lider, Waldo Vieira, pero que al irse acumulando el trabajo preparan a gente escogida de la Asociación para que colabore en esa tarea.
Luego visité el tertuliarium, una especie de anfiteatro donde cada día los socios participan libremente en el debate de algún tema. El líder ocupa una posición central y el resto de participantes, muchos de ellos vestidos totalmente de blanco como el líder, hace sus aportaciones desde las gradas. Cuando llegamos a lugar estaban saliendo ya de la discusión, así que no pude ver cómo se producía el debate.
 
Más adelante, ya en la editorial pudimos charlar un poco más sobre todo este tema de la conscienciología. En realidad, el elemento común de su trabajo es lo que llaman la proyectología, es decir, la capacidad del espíritu para salir del cuerpo y verse a sí mismo y a los demás. Según fui sabiendo, todos ellos han tenido experiencias de ese tipo (esa experiencia de que sales de tu propio cuerpo y te ves a ti mismo y a los que en ese momento te rodean como algo separado de ti; puedes incluso hablar contigo mismo o con los otros, o darte cuenta de cosas de las que no serías consciente cuando estás en tu cuerpo). Mucha gente ha tenido experiencias deese tipo. Ellos tratan de explicar por qué sucede tal cosa y cuál es la naturaleza del conocimiento que se adquiere en ese estado.
 
Dicen no tener nada que ver ni con religiones ni con sectas. Especialmente preocupados están por que no se les confunda con la cienciología que, en Brasil, tiene tratamiento de secta. Ellos se dicen científicos en busca de una epistemología que les permita explicar cosas que a día de hoy la ciencia no logra explicar.
 
Todos me contaron cómo habían sido importantes para ellos esas experiencias extracorpóreas y cómo a raiz de ellas se habían enterado que existía este grupo y se habían adherido a él.
 
Fue una mañana intensa. Me acordé de aquellos objetos que nuestras madres solían comprar en los santuarios. Una especie de bola con la imagen del santuario o de la virgen correspondiente al que si volcabas primero boca abajo y luego lo colocabas de nuevo en su posición normal, se llenaba de nieve. Era un efecto precioso observar cómo las partículas de nieve marcaban un paisaje todo alterado en el que la nieve se iba posando poco a poco. Es una metáfora bastante aproximada de cómo me sentía yo: como si me hubieran dado la vuelta y toda la nieve del suelo se hubiera lanzado al aire para irse posando poco a poco. En pleno shock y con todo mi pensamiento racional  sobresaltado.
 
No recuerdo haber tenido experiencias extracorpóreas, aunque también yo he sentido en sueños esa capacidad para volar y recorrer fuertes distancias. Pero lo de salirme del cuerpo y verme a mí mismo desde una altura intermedia no creo que me haya pasado. Con todo, la experiencia de esa mañana en Foz me dejó perplejo. No consigo entender cómo la gente deja su trabajo y su vida para unirse a algo que le atrae como idea. Qué tiene esa idea para atraparte tanto, para que por ella comprometas tu vida. Acudir al simplismo de que son personas con poca cultura que se dejan seducir por ideas religiosas, no me sirve en absoluto. Primero que ellos aseguraban que esto no tenía nada que ver con la religión. Después, que las personas que yo conocí eran todo menos personas simples: buenos empresarios, profesionales de varios campos, gente muy interesante y con mucho que aportar. Decían que para ellos, la concienciología había significado la oportunidad de ser mejores personas, de poderse acercar a los demás con mayor afecto y comprensión (de esto puedo yo dar constancia), de hacerse, incluso, personas más preocupadas por la investigación y el rigor en las cosas que hacían.
 
Mi nieve seguía cayendo. El alboroto interior continuaba. Me sentía retado intelectualmente. Es bueno de vez en cuando salirte de tu propia lógica, encontrarte con cosas y situaciones que no logras comprender, martirizarte con preguntas.
 
La tarde fue más tranquila. Comimos decentemente mientras fuera del restaurante se producía el diluvio universal. Por la tarde habíamos programado una visita a las cataratas y hasta allí nos fuimos. Pero el cielo seguía descargando agua a pozales. Imposible ponerse a caminar en el entorno de las cataratas. Tuvimos que desistir.
Como compensación, aunque yo me hubiera dado por satisfecho si me hubieran dejado en el aeropuerto sin más, me llevaron a ver el embalse de Itaipú, compartido entre Brasil y Paraguay, probablemente el mayor del mundo. Tres trillones de litros de agua. Si la repartieran entre todos los habitantes del planeta Tierra nos tocarían 5.000 litros a cada uno. A uno le cuesta hasta imaginárselo.

 
Tiene 20 turbinas. Con sólo 2 de ellas cubren las necesidades de todo Paraguay. Las otras 18 sirven para atender el 20% de las necesidades de todo Brasil. ¡Una pasada! Para que los muros de contención del pantano pudieran soportar tanta presión del agua, tuvieron que encastrarlos en roca viva. Antes de construirlo el río tenía una profundidad de 60 metros. Tuvieron que desviarlo a una canal artificial abierto en plena roca para construir la primera parte del pantano. Ese canal tiene una profundidad de 90 metros. Trabajaron 40.000 obreros en la construcción. En fin, datos todos que marean. Al estilo Brasil.
 


No llegaron a 24 horas las que pasé fuera de Sao Paulo en esta excursión a la Foz de Iguaçú pero tarderé en olvidar la experiencia.
 

domingo, octubre 28, 2012

Nunca pasará un día...

Nunca pasará un día... sin que aprendas algo nuevo. O, al menos, eso era lo que decía el dicho. Y algo de eso hay. Cuando menos lo esperas te encuentras con una sorpresa de esas que te golpean y hacen pensar.
 
A mí me pasó en Brasil a donde viajé la semana pasada. Un viaje rápido, de jueves a sábado. Tan rápido que aún no había superado con el jet lag de la ida y ya estaba metido en el de la vuelta.El viaje, en cualquier caso, fue estupendo porque los anfitriones fueron magnífico. Es difícil encontrarse con gente así en los tiempos que corren: por su generosidad, por su amabilidad, por el aprecio que te demuestran a cada paso. Ellos son HOPER, una consultoría de temas educativos que asesora y desarrolla iniciativas pedagógicas en instituciones de Educación Superior. En esta ocasión presentaban un proyecto destinado a la mejora del aprendizaje de los estudiantes de carreras de Derecho y de Dirección de Empresas: Hoper Solución de aprendizaje, le denominaron al asunto. Se trata de una especie de tutoría institucional en la que ofrecen a las instituciones asociadas (contaban con trabajar con un entorno de 200.000 estudiantes) un pack de libros de autores relevantes (para eso se asociaron con la editorial Saraiva, una de las más conocidas y potentes de Brasil) cada uno de los cuales serviría de libro de texto para una disciplina. Y junto a ese pack sistemas virtuales de apoyo al aprendizaje, pruebas de autocorrección, programaciones de casos para el profesorado, etc.
 
Aunque, obviamente, toda la propuesta se movía en la lógica del "mercado educativo" (al final ellos son una empresa con treinta y pico empleados), a mí me resultó difícil ver dónde estaba el negocio. Se nota que quienes trabajamos en instituciones públicas nos sentimos un poco fuera de lugar ante planteamientos empresariales que afectan a la educación. Se habló de que el coste de esa "solución de aprendizaje", rondaría los 40 reales por alumno (unos 15€). Pero lo que yo pude ver es que cualquiera de los libros que formaban parte del pack semestral valían más de ese precio. Lo preguntéy me dijeron que se podían lograr esos precios porque se trabajaba en una economía de escala (cuantos más alumnos,más posibilidades de ajustar el precio: vamos eso de llegar a los doscientos mil estudiantes). Pero no acabé de entenderlo.
 
Asistieron a la reunión unos 100 responsables de universidades privadas. Supongo que, al final, habría de todo, unos más interesados y otros menos. Por lo que después me dijeron, ellos habían quedado contentos.
 
Cabría preguntarse qué hacía yo en ese escenario. Yo me lo estuve preguntando a medida que se sucedían las intervenciones (muy interesantes, por lo chocantes para mí). Allí me enteré de experiencias de Educación Superior que yo no conocía: cómo algunas grandes editoriales están comprando universidades; cómo van apareciendo universidades donde los alumnos van rotando por distintas partes del mundo sin una sede propia (Think Global School); cómo hay instituciones cuyos estudiantes tienen el derecho a llevar consigo su ordenador conectado a Internet en todas las actividades, incluidos los exámenes; cómo hay instituciones que van a cobrar unos 8.000 reales al mes (sobre 3.000€) y ya tienen lista de espera. En fin, una serie de cosas que te hacen alucinar porque te sacan absolutamente de  nuestro estilo convencional de pensar y hacer en las instituciones públicas.
 
Me tocó hablar de la figura y rol delprofesorado universitario en la actualidad. Se me da bien ese tema. Con los años he ido aprendiendo a incorporar matices. Es importante saber mucho y hacer las cosas bien, pero nada de eso resulta previsible si los docentes no son felices o si sienten que cada vez se valora menos lo que hacen. Así que sin negar la importancia de la Pedagogía y la Didáctica, sin olvidarse de lo importante que es el dominio de los contenidos, cada vez me cuesta menos hablar de contextos amigables, de cultura colaborativa, de reconocimiento institucional, o de felicidad. Uno no está seguro del todo en estos casos (menos aún cuando el público es brasileño pues su amabilidad puede más que cualquier valoración técnica), pero creo que les gustó.O eso quisieron hacerme sentir. Y se lo agradecí.
Una gente estupenda, la de Hoper.

viernes, octubre 12, 2012

Si de verdad quieres…



Una película a las 18,15 es un mal rollo. El cine se llena de niñatos cargados de palomitas y de adolescentes gritones que no saben ver cine. Una desesperación. Pero, ¿en qué diablos están pensando los gestores del multicines para programar una película así a esa hora? Los odio.
En fin, han sido dos horas de disonancia emocional y cognitiva. Por una parte, quería matar a los dos críos (pero críos, críos de 10 años) que supongo se habían colado en la sala y estaban solos en la fila de delante haciendo ruido y golpeando con sus pies en el suelo para distraerse. Con iguales emociones hubiera mandado al infierno a la pandilla de adolescentes que ocuparon toda la fila de atrás con sus pozales de palomitas y sus ganas de gorjear y hacerse notar mediante comentarios estúpidos y risitas constantes. Una cruz. Y mientras tanto, en la pantalla, los sexagenarios Meryl Streep y Tommy Lee Jones haciendo lo imposible por salvar su matrimonio. ¿Qué carajo pintaban toda esa panda de jovencitos viendo esa película?
La historia que nos cuenta  David Frankel es bien simple. Y atractiva. Ellos llevaban 31 años de matrimonio y precisaban de una puesta a punto. Lo normal. 38 llevamos mi santa y yo. Y aunque, afortunadamente, nuestra historia se parece poco a la de los protagonistas, podemos entender perfectamente lo que les pasa y vivir con ellos su deseo de renovación (eso si los cabrones de atrás, ellos y ellas, nos dejan seguir en paz la historia, claro).
Decía Tolstoy, al inicio de su Ana Karenina, que todas las parejas felices se parecen pero que las infelices lo son cada una a su manera. O quizás fuera, al revés, no lo sé. El caso es que en una película como ésta no puedes evitar estar constantemente comparándote, sintiéndote aludido, pensando en qué harías tú en una situación similar. Al final, creo que los pocos adultos que estábamos en la sala hemos hecho, junto a Meryl Streep y Lee Jones, una terapia de pareja. Al llegar a casa tendremos que hacer los ejercicios que el terapeuta (un Steve Carrel irreconocible en este papel de psicólogo, que ha quedado muy bien, muy en lo suyo) les ha ido mandando hacer cada día. Va a estar interesante.
Ellos, desde luego no estaban bien. Primero ves el comportamiento cotidiano. Habitaciones separadas, descortesía inaudita cuando ella quiere acostarse con él, desayuno frío y beso fraterno de despedida al salir para el trabajo. Muy exagerado todo. Luego te vas enterando que él ya ni la tocaba, que llevaban años sin tener sexo, que prácticamente habían dado por concluida su vida marital. Un amigo chileno (sesentón probablemente) decía hace unas semanas que “el matrimonio nos hace amigos” y añadía como corolario que él “nunca había sido tan amigo de su mujer como ahora”. No sé muy bien qué incluía y qué excluía esa idea de la amistad, pero es probable que estuviera hablando de sexo. El problema de los protagonistas es que ni parecían amigos. En el fondo, seguro que lo seguían siendo; puede que, incluso, siguieran enamorados, pero como les dijo después el psicólogo, los años habían ido dejando mucha costra (la rutina) que había ido ahogando la emoción.
Una de las principales avenidas de Sao Paulo, la Avenida Paulista, comienza en Paraíso y acaba en Consolaçao. Dicen de ella que es una metáfora del matrimonio. El matrimonio de la película hacía años que había llegado al final de la calle. Pero, oye, no hay como tocar fondo. Ella se armó de coraje (estas cosas casi siempre las inician ellas) y se propuso reemprender viejas batallas. Así fue como acabaron en terapia.

Si dejamos al margen toda la parafernalia americana, no estuvo mal la terapia. El guión recoge bien los principios que deben regir en este tipo de intervenciones. Steve Carrel construye un rol de psicólogo apañado. Aunque ya dejé de trabajar en este tipo de cosas hace muchos años, yo habría planteado las cosas de forma parecida a como lo hace él. No sobreactúa, no se adueña de la situación, no provoca conflictos pero tampoco los rehuye  no  dramatiza la situación, es empático pero asertivo. Pasa desapercibido porque los protagonistas de la terapia son ellos. Les va marcando algunas pautas pero es comprensivo si no las siguen como él lo había planteado. Me gustó.

Eso  sí, uno se pone en el lugar de los protagonistas y puede llegar a sentir lo difícil del proceso. Que te manden permanecer un rato abrazado a una persona que lleva años sin tocarte y tú sin tocarla debe sonar a tarea imposible. Y no es sólo porque la cosa sea complicada de cojones, sino porque uno empieza a pensar que si la primera tarea es ésa cuál será la siguiente... y las que vendrán después. Como para entrar en situación de pánico preventivo. Y con razón, porque la tarea siguiente es acariciar todo el cuerpo del otro. ¡Chungo!. El pobre Arnold se corre de puro susto y ahí acaba la experiencia. Pero las otras tareas van in crescendo, así que tú mismo te vas agobiando en la butaca. ¡Santo cielo, qué será lo próximo!

Lo curioso de todo el proceso es que la auténtica batalla no está en las cosas que hay que hacer sino en el batiburrillo interior que esas conductas provocan. Las rutinas no dejan de ser defensas que las personas ponen para evitar esos desajustes. Lo que está en juego en la pareja son los sentimientos y las sensaciones que cada uno de ellos ha generando con el paso de los años. Ella no se siente guapa y deseable, siente que la desatención de él tiene que ver con la pérdida de sus cualidades. Él no se siente potente, ha perdido energía sexual y su indiferencia es un arma para evitar pasar por situaciones que no sea capaz de superar.  De esta manera cada cual se va retirando de los contactos por sus propios miedos y acaban estableciendo un mundo neutro, sin reclamos mutuos, cómodo. El esfuerzo que deben hacer para salir de esa situación es más en relación a reconstruirse a sí mismo que a cambiar su relación con el otro. Esto vendrá por añadidura en cuanto salden sus propias cuentas. Por eso ella se angustia cuando no es capaz de realizar una felación en el cine; pero seguramente no es un problema de ella sino de él que no se excita. Y otro tanto sucede en su noche de cena romántica y hotel: ella cree que él se para cuando la mira y no le gusta lo que ve; pero lo más probable es que él se haya parado porque ha llegado a un momento avanzado del proceso y no va a poder concluir con éxito su papel de amante. Es más un problema de autoestima que de relación. Muy complicado todo.
La cosa no podía acabar bien. Estaba visto. Uno no cambia a un marido, le había dicho una amiga a Kay. Ella renuncia, él no puede más. Y sin embargo, aquellas brasas que aún quedaban de todo lo que habían vivido juntos recobran un poco de vida y van retrasando la ruptura definitiva del proceso. Pero no lo tienen fácil. No es fácil.
Por eso puede que lo menos verosímil de toda la película sea el final. Obviamente, el film se había anunciado como una comedia romántica (¡y una leche, comedia!) y tenía que acabar bien. Eso es lo que sucede. A trancas y barrancas, ellos van logrando no romper. Acaban su terapia con más valles que picos y regresan a la vida de siempre. Y a las rutinas de siempre. Ella se prepara para dar carpetazo a la relación. Él chapotea por sobrevivir, absolutamente perdido en una situación que ya no controla. Pero ambos se necesitan. Hacía falta tan solo que uno de ellos rompiera el fuego y él lo hizo (estas cosas casi siempre las hacemos nosotros). Y ahí se abre un nuevo capítulo. Empieza el tiempo de recuperar viejos deseos y hacer nuevas promesas. Caen algunas costras y vuelven a descubrirse.

No es fácil, desde luego. Pero mira, ahí seguimos. Encantados. 

lunes, octubre 08, 2012

LA VERDAD



Pues eso, la verdad: ¡qué bueno es el teatro cuando el teatro es bueno! O te mueres de aburrimiento (y de vergüenza ajena, en ocasiones) o disfrutas como un enano, según el caso. Y esto último fue lo que pasó el fin de semana pasado en Madrid. Un guion extraordinario de Florian Zeller, ese joven francés que, por lo visto está siendo toda una revelación. Y unos actores que, aunque se les notaba que faltaban ciertos ajustes (el estreno había sido la noche anterior y esa era la segunda función que representaban), cumplieron bien su papel, especialmente Flotats. Maravillan los registros que posee, le basta un gesto, un movimiento de la mano, una mirada o una modulación de la voz para transmitirte su mensaje. Y se pasa la hora y media de la función hablando y desde posiciones muy diferentes en la historia: perseguidor y perseguido, dueño de la situación o abrumado por ella, enamorado o despechado, perdonando la vida o pidiendo perdón. En todas ellas fue creíble. El resto de los actores bien pero átonos, sin que te hagan vibrar.
La historia es sencilla pero como trata de una de esas cuestiones eternas, da lo mismo. Igual te mete en situación y te hace sentir que están contando parte de tus intimidades. ¿Es bueno decir la verdad?, ¿decirla siempre?, ¿decirla, incluso, en cuestiones de sexo e infidelidad?. Uff! Un temazo.
La moraleja que uno saca es que mejor que no. El protagonista lo dice bien clarito: “Si la gente dejara de mentir de la noche a la mañana, no existiría ninguna pareja en la tierra y, en cierta manera, eso sería el fin de la civilización”. Así de claro. De ahí nació aquello de las “mentiras piadosas” y, también, aquella otra oportuna diferenciación entre mentir y “no decir la verdad”.
La cosa es que el tipo se acuesta con la esposa de su mejor amigo. Hay que reconocer que lo suyo es de médico de guardia. Meterse en líos ya es complicado, pero hacerlo con la mujer de tu amigo es ir buscando el peligro. De todas formas, él no está excesivamente preocupado porque se ha auto-convencido de que no está haciendo mal a nadie y menos, aún, a su amigo. Al contrario, está muy preocupado por él, que ha perdido su trabajo y no deja de pensar en cómo podría ayudarle. Además monta todo un discurso defendiendo el valor ético de no decir la verdad. La verdad puede doler y nadie tiene derecho a hacer sufrir a los demás.
Más preocupada se ve a la amante y esposa del marido a quien eso de los polvos a contrareloj y a escondidas no la deja muy satisfecha. Por eso le pide más dedicación: una noche juntos, un viaje, en fin algo que les dé más espacio. Él quiere mantener las cosas como están porque es más seguro, pero al final, ante el peligro de quedarse sin nada, cede. De libro.
Nunca lo hubiera hecho, porque ese cambio es el inicio de todas sus desventuras. Su mujer le va cociendo en su propia salsa con preguntas inocentes sobre dónde has estado, qué tal estaba fulanito, cómo ha salido la reunión a sabiendas de que todo lo que le estaba diciendo era falso. Cazado como un conejo. Da la impresión de que ese primer golpe lo para con el manido truco de hacerse el ofendido y ofrecer la paz con una copa de champán. De todas formas ya le habían echado el cebo y a partir de ahí no levantará cabeza. Su drama es que acaba enterándose de que su mejor amigo sabía que se acostaba con su mujer, lo que a él le parece de una falta de decoro absoluta. Que él lo supiera y no le hubiera afeado el hecho ni dicho nada a pesar de que se veían constantemente. Eso no se le hace a un amigo, a tu mejor amigo. Y se lo dice. Mal paso, por dios, es que no da una. En esa maladada conversación se entera de que, en realidad, su amigo sabía que él se acostaba con su esposa pero no se lo decía porque él mismo hacía lo propio con la suya (está visto que en este lío los pronombres posesivos “su” y “suya” no hacen más que complicar el cruce). De todas formas espero que lo esencial haya quedado claro: ambos se la pegaban mutuamente y todo el mundo lo sabía. Todos menos él. Para no hacerle daño. Le habían aplicado su propia medicina.
Pues ésa es la historia. Un recorrido ameno por el sentido de la verdad en las relaciones interpersonales. Ya decía Sabina que hay verdades que matan. Y hay otras que curan. De todas formas, la verdad es un valle de arenas movedizas en el que resulta muy fácil hundirte sin remedio. He conocido adalides de “la verdad a toda costa” que han destrozado sus matrimonios, sus trabajos y sus amistades. También he conocido a otros, todo hay que decirlo, que defendiendo lo contrario “tú niégalo siempre, y cuantas más evidencias haya más convincente debe ser tu negación”, tampoco han salido muy bien parados. Supongo que la cosa está en ir mareando la perdiz, jugando con las medias verdades (al final, la verdad es como un iceberg, puedes mostrar solo la puntita y dejar oculto el resto según convenga). Es todo caso, nadie duda de que tanto la verdad como la no verdad traen consecuencias. Y ahí está la madre del cordero: ¿cuáles de esas consecuencias preferimos evitar?
De todas formas, en lo esencial, estoy de acuerdo con el protagonista: mejor evitar la verdad, al menos mientras se pueda. Sin mentir, obviamente. Y si te cazan, pues negarlo con convicción. O quizás no, quién sabe.