viernes, julio 31, 2009

Rexouvando



Rexouvando. Así decimos, en gallego, a las reuniones para recordar acontecimientos vividos, fiestas celebradas, delicias degustadas. El diccionarios dice que la palabra tiene que ver con la "murmuración", la "habladuría", el "meterse con los demás". Hombre, algo de eso hay, pero lo nuestro tiene mucho más que ver con el disfrute y la juerga reconstruida y redisfrutada. Y eso es lo que hicimos ayer un pequeño grupo de amigos recordando la fiesta de mis 60 años en Orazo.



Total, cualquier excusa es buena para celebrar lo que sea. Y en este caso, la rexouva sirve para recordar momentos agradables, para volver sobre anécdotas que cada uno fue viviendo, para "refrescar", como se dice ahora, las emociones de aquel encuentro.

Sirvió, además, para que los amigos me fueran pasando las fotografías que hicieron. Así voy acumulando evidencias y detalles que se escaparon a la mirada demasiado ajetreada de aquel día.



Sirvió también para que les diera noticias sobre la cabra. Fui a verla el miércoles. La cuida Antonio, el señor que nos atiende la finca. Él antes tenía vacas pero con esto de la crisis lechera gallega se deshizo de ellas. De veintitantas, se quedó con tres para entretenerse un poco y tener leche para la familia. Así que tener a la cabra en casa no le agobia en exceso. Me contó que estaba un poco deprimida y que comía poco. Que había adelgazado. Que pese a las buenas intenciones de mis amigos ella no quería saber nada de triscar hierba. Prefería el pienso y la comida que le preparaban en casa. También hablamos de su futuro (¡hay que ver las responsabilidades que se te vienen encima cuando tienes que criar una cabra!) y decidimos que el haber acabado en nuestra casa debía ser algo positivo para ella, no su condena a un puchero próximo. Así que dejaremos que vaya creciendo un poco con las ovejas de Antonio y, más adelante, le buscaremos un novio por los alrededores. Si la cosa va bien, puede que la cabra nos dé cabritillos y así los corrales de Antonio vuelvan a estar más animados tras la marcha de las vacas. Como puede verse todo un proyecto de vida. En lugar de servírnosla a la petitoria como estaba planificado, nuestra Lina (así la bautizaron los amigos), va a vivir una vida de cabra longeva y va a cumplir su misión reproductora. Eso, si le va la marcha y no se nos deprime. Pero yo creo que sí, que sabrá estar a la altura.

Mari Pili y Luis querían hacer aquel día una recogida de firmas paea salvar a Lina del sacrificio, pero ya pueden ver que no hizo falta. Al final, todos le hemos cogido cariño a nuestra cabritilla.



Por lo demás, estoy encantado de ver lo bien que se lo pasaron los amigos y amigas aquel día. Todos los que hablan de ello lo hacen con alegría y satisfacción. Se lo pasaron estupendamente. Mérito de Elvira que estuvo siempre detrás de los detalles y supo aunar fuerzas para que aquello no fuera un caos. Y, salvo en los cánticos que fueron un desmadre, todo salió con bastante brillantez, incluidos los bailes de jotas o lo que fuera. Aún me faltan por recoger los discursos (Luis se me está retrasando un poco, enfrascado como está en asumir la presidencia de la asociación psicoanalítica madrileña) pero pronto estarán. Con todo ello pretendo hacer un álbum.

En fin, la rexouva estuvo bien. Repasar las fotografías de Manolo Taboada ha sido un placer porque las caras, las expresiones y todo lo que se ve muestra la gran alegría de la fiesta.

Y a fin de cuentas, los sesenta tampoco se están haciendo tan pesados.




sábado, julio 25, 2009

Amigo Grossi

Adiós, Giacomo. Ojalá esta nueva aventura que comienzas más allá de la vida te sea grata. Ojalá puedas continuar los muchos proyectos interesantes que habías comenzado en esta parte de la existencia. Nos has dejado, pero ni te imaginas cómo te vamos a echar de menos quienes habíamos tenido la fortuna de estar cerca de ti.
Ya lo sabía. Lo temía cada vez que me llegaba una llamada de Italia. Hoy llegó un mensaje intempestivo de Franca: “Carissimo, purtroppo Giacomo ci ha lasciato dopo una lunga malattia il 23-07-09. Volevo fartelo sapere per l’amicizia che vi legava. Un abbraccio. Franca”. Terrible noticia. Cada vez me cuesta más sobrellevar estas despedidas trágicas. ¿Qué se puede decir? ¿Qué te puedo decir para expresar lo que siento en este momento, lo que ya venía sintiendo desde que nos despedimos, ya para siempre, la última vez que nos vimos en tu casa de Módena? Tu mirada decía eso, gracias por venir pero os agradecería que os fuerais y me dejarais pasar este trago final sin testigos. Yo quería animarte, sugería que la medicina avanza mucho y que seguro que encontraban remedios que, al menos, pararan el avance de la enfermedad, pero tu expresión era de quien ya se ha rendido y acepta el destino, aunque le pese.
Querido amigo Grossi. Cómo duele pensar que se interrumpe una historia tan larga y especial de amistad. Leía entre lágrimas el mensaje de Franca y me venían a la mente las muchas cosas que hemos vivido juntos. Lo nuestro fue pura coyuntura, absoluta casualidad. Yo entré en aquel despacho de la Universidad de Bolonia para saludar a Nicola Cuomo y me encontré con alguien a quien no conocía en la mesa de enfrente. Y algo pasó en aquel momento, seguramente tu gran capacidad de empatía, que nos hizo conectar muy bien. Nos citamos para el día siguiente en Módena. Y ahí comenzó una amistad que ha durado más de 20 años.
Y desde entonces, lo nuestro ha sido un enamoramiento mutuo. Te he admirado como resulta difícil contar y he sentido siempre un aprecio similar por tu parte. Daba lo mismo que pasáramos meses o años sin hablarnos, desde el primer minuto del reencuentro recuperábamos la relación cordial. Es lo que suele suceder con los buenos amigos.
Siempre te he tenido por un pedagogo excelente ( ¡cuántas cosas he aprendido contigo!) pero eso nunca fue comparable a cómo admiraba en ti tu dimensión humana. Las veces que te he pedido ayuda o consejo has estado siempre ahí, próximo y generoso hasta la exageración. Exagerado fue que insistieras en que ocupara tu cama de matrimonio los fines de semana en que disfrutaba de vuestra hospitalidad en Módena; exagerado fue el cariño con que acogiste y cuidaste a mi hija María, como si fuera tu propia hija, cuando buscaba iniciar su formación en psico-oncología en Italia; exagerado el cariño y la disponibilidad con que siempre has respondido a mis llamadas para participar en congresos o reuniones científicas. Todos mis amigos de Pamplona y Santiago te recuerdan con enorme cariño.
Contigo conocí Módena y te empeñaste en molestar a un amigo tuyo para que me explicaran cómo elaboraban el aceto balsámico. Allí pude ver y saborear añadas de más de 100 años de antigüedad. Recuerdo con especial emoción la noche en que salimos a cenar con tu familia a una trattoría y al final quisiste hacer una queimada (te entusiasmaban las queimadas) que tuvo tanto éxito que, al final, toda la gente del restaurante se acercó a nuestra mesa y allí estuvimos disfrutando del aguardiente en comunidad y cantando.
Parecíamos D. Quijote y Sancho, tú alto y fino y yo chiquito y relleno, pero hacíamos buena pareja. Nuestras ideas coincidían bastante y entre ambos hacíamos un discurso bastante coherente y práctico. Allí donde estés deben saber que han ganado un buen educador y un entusiasta del ambiente y de sus posibilidades. Un gran refuerzo para los ecologistas de la zona.
¡Tantas cosas, Giacomo! No sé cómo decirte adiós. Se me agolpan los recuerdos. La última vez que te llamé para venir a La Granja, a un curso de verano sobre Educación Ambiental, me llamaste el último día para decirme que alguna cosa rara habían encontrado los médicos y que te mandaban hacer más análisis. Que no pintaba bien, me dijiste, pero no me lo creí. Yo te había visto hacía poco y estabas bien, no podían cambiar las cosas de la noche a la mañana. Pero no tuviste suerte y todo fue mal. Una enfermedad degenerativa que te iba consumiendo los músculos. Un desastre.
Querido amigo Giacomo, adiós. Has sido para mí (y supongo que para mucha otra gente) alguien muy especial, una de esas personas que se cuelan en tu vida de forma inesperada y que acaba jugando un papel esencial. Tenías ese don. Metías a la gente en tu vida y eso nos hacía sentirnos muy próximos a ti, unos privilegiados. Pude conocer a tu padre, ya enfermo y encamado. Conocí y disfruté de tu familia que acabé sintiendo como si fuera la mía durante mi etapa italiana. Admiré sobremanera, y más a medida que avanzaba la enfermedad, la gran fortaleza de Franca, tu mujer. Y la simpatía de tus hijas. ¡Pobres, qué mal lo deben estar pasando ahora!.
Me siento feliz de haberte conocido, Giacomo. Tengo que reconocer que he tenido mucha suerte con mis amigos. Sin daros apenas nada me habéis dado muchísimo. Eso me hace estar siempre en deuda. En fin, es duro perderos, aunque en este caso casi me alegro por ti. Lo estabas pasando demasiado mal, no era justo sufrir tanto. Ojalá puedas descansar ahora. Y también Franca. Ojalá esta nueva etapa sea como volver a comenzar. Hacer un reset y recuperar el entusiasmo y la vitalidad de aquel Giacomo de toda la vida, el que era capaz de hacerte enamorar de una ciudad, de un vinagre, de un proyecto educativo, de la vida en general.
Dice la canción española que “cuando un amigo se va, algo se muere en el alma”. Es verdad. Perder a un amigo es lo más terrible que nos puede pasar. Aunque haya sido bueno para ti, Giacomo, tus amigos quedamos destrozados. Nos queda la esperanza de que tantos méritos acumulados te garanticen una eternidad feliz.

¡Adiós, Giacomo!¡Fue un privilegio conocerte y ser tu amigo!

viernes, julio 24, 2009

Seducción.



Él lo hizo bien. Había entendido que dar una conferencia ante un auditorio de varios cientos de personas, el 90% mujeres, exige unas fuertes dotes de seducción. Y comenzó con una anécdota. Había sucedido en Blumenau, a dos horas de coche de Florianópolis. Es una bellísima ciudad donde se aposentaron inmigrantes alemanes y que han mantenido rígidos criterios municipales para darle un toque alemán a todas las construcciones. Uno diría que se encuentra en cualquier lugar de la Baviera. Baste decir que su gran fiesta anual es la Oktoberfest con concursos sobre quién bebe más cerveza y bailes del más clásico estilo germánico-austríaco. Según los entendidos, zona de bellísimas mujeres. La combinación de los rasgos alemanes con la vitalidad y gracia brasileñas alcanza niveles inalcanzables. Pero esto lo sabían todos los asistentes, no hacía falta que lo dijera. O quizás sí. Y él contó su historia.
Se trataba, también de un congreso sobre educación. Él participaba en un taller para profesores de Educación Infantil. Se trataba de ir experimentando sensaciones y texturas de diverso tipo. Según contó, les taparon los ojos y les señalaron que deberían recorrer un pequeño laberinto en el que se encontrarían con objetos y situaciones de muy diverso tipo que podían tocar y tratar de identificar analizando, a la vez, las emociones que cada una de ellas les producía.
La experiencia fue alucinante, según la iba contando. Se encontró las más inverosímiles cosas: plantas, objetos, animales, personas, olores, sonidos. Tocaba y sentía con precaución temeroso de encontrarse con elementos peligrosos. Pero no era el caso. Cuanto más avanzaba más se iba emocionando de cómo los estímulos externos que a veces no valoramos son hermosos y tienen su propio lenguaje, su textura, su mensaje. Y así, tras casi 20 minutos de sensaciones, llegó al final. Era una sala donde las organizadoras los iban sentando, sin sacarse la venda de los ojos en una especie de círculo. La habitual asamblea que se hace en las clases de niños pequeños para contar las propias experiencias.
Creí que ya había acabado la historia. No estaba mal para introducir la necesidad de enriquecer los registros cognitivos y sensoriales de los niños y niñas pequeños. Pero me equivoqué. No estaba hablando de Pedagogía, hablaba de él mismo. Y su historia apenas acababa de comenzar.
Lo mejor, dijo, fue cuando nos quitaron la venda. Tenía delante de mí la mujer más hermosa que jamás hubiera podido imaginar. Una vestal romana. Vestía una túnica blanca del cuello a los pies, era esbelta con una melena rubia espectacular, tez clara, ojos azules intensos y esa mirada limpia y profunda que te atrapa con su fuerza magnética. Casi pierdo el sentido, confesó. Creí que había despertado en el cielo y que me recibía el más hermoso ángel de la corte. No era alguien a quien pudieras desear con deseos humanos, era una aparición, un sueño. La perfección hecha mujer. Tardé en recuperarme. Y saben ustedes, han pasado más de 5 años de aquello y aún siento que mis ritmos vitales enloquecen cada vez que me acerco a estas tierras y las veo a ustedes y puedo admirar de nuevo esa admirable fusión perfecta entre genes y naturaleza que las hace a ustedes tan hermosas. Espero sepan disculparme si pierdo el hilo durante mi conferencia.
Yo lo miraba con ojos incrédulos y con una pizca de envidia. Un día de estos me he de apuntar a un cursillo, pensé para mí.

jueves, julio 23, 2009

Florianópolis

Era una de las ciudades de mis sueños. Muchas veces pensé que un futuro ideal, tras la jubilación, sería pasar seis meses en Sudamérica y otros 6 en España, así aprovechaba los mejores tiempos de cada uno de los hemisferios. Y, en esos sueños, el lugar donde me gustaría asentarme en Sudamérica sería Brasil y dentro de Brasil, el Estado de Santa Catarina cerquita de su capital, Florianópolis. Así que cuando me ofrecieron venir a hacer la conferencia de apertura de un Congreso no lo dudé. Aunque ya había pasado por aquí, deseaba volver a sentir las buenas vibraciones de entonces. Y aquí estoy.
Pero debe ser que mis tiempos han cambiado y también los tiempos externos. Es invierno y Florianópolis está desolado. Llueve, hace frío y todo me parece mucho más caduco y caótico de lo que yo recordaba. Debe tener razón aquel que decía que uno no debe volver nunca a los lugares que le enamoraron porque sus recuerdos pueden quebrarse como un fino cristal. Lástima, tendré que buscar otro enclave más idílico para alimentar mis sueños.
Eso no quiere decir que la ciudad deje de merecer elogios. Para los brasileños es una de las partes más bonitas de su país y uno de los centros de turismo más solicitados. Ayer me contaban que es una ciudad de unos 450.000 habitantes pero que en verano supera el millón. Eso ya deja claro su interés y atractivo. Pero visto así, como lo estoy viendo yo, desde el piso 13 de un hotel enclavado en el centro antiguo de la ciudad, desluce un poco. Pese a ello he de reconocer que el paisaje que se ve desde mi ventana es magnífico. Tengo delante de mí toda la bahía que nos separa del continente (Florianópolis es una isla), como si fuera un inmenso lago, con una cadena de montañas por la parte del continente (nuevamente esa mezcla de mar y montañas configurando un espacio de una belleza tan particular de las ciudades más hermosas). Lo caótico está en las construcciones que me rodean, viejas más que antiguas, sin orden ni concierto, ennegrecidas por la humedad, muy juntas unas a otras. También hay casas de una hermosura deslumbrante.
Quizás lo peor sea el invierno, la lluvia y el frio que te encierra en el hotel y te agota las endorfinas. El tiempo está desapacible. El viento, como estoy en un piso alto, suena constantemente como un lamento en los entresijos de las construcciones. No te apetece salir a pasear y no tienes más remedio que entretenerte mirando por la ventana y buscando los defectos de las traseras urbanas a las que da tu mirador. De todas formas, seguro que no soy objetivo.
La cosa está en que uno ya está aquí y no gana nada con agobiarse. Aún me quedan un par de días para reconciliarme con la ciudad y su entorno. A ver si alguien se ofrece de lazarillo para mostrarme lo más interesante de la región. Mientras tanto podré en cuarentena a mis sueños para que no se me desmoronen, los pobres. Ellos que veían excitados ante la posibilidad de confirma sus expectativas e ir explorando paraísos terrenales como los de la foto a los que acudir cada año. Pobres…

lunes, julio 20, 2009

Chocolat

Teníamos preparada la película El Luchador, competidora de los Oscars, para llenar la tarde de sofá y mimos, pero cuando vimos anunciada Chocolat no tuvimos ninguna duda. Ya la hemos visto otras veces, así en plural, pero sigue siendo irresistible. ¡Qué delicia!
Si hubiera una categoría de cine tridimensional, pero no en el sentido espacial, sino en el sentido vital; una película que lograra captarte en todos los registros, desde la inteligencia a los sentidos, desde la belleza estética al arrebato ético, desde las convicciones al deseo, desde la vista al olfato y al tacto, esa película sería Chocolat.
Impresiona todo en ella. La historia sencilla pero conmovedora y plausible si uno conoce esas villas antiguas en las que el cacique de turno era quien mantenía un poder omnímodo contaminado por sus ideas religiosas o políticas. La belleza de la protagonista (Juliette Binoche), una belleza femenina clásica, canónica, de las mujeres que conjugan un cuerpo escultural y una energía vital que las hace irresistibles. Belleza de ella, a la que después se une la de él (Johnny Deep) que a mí me sorprende menos, como es natural, pero que he de reconocer que está estupendo. Pero impresiona sobre todo el magnetismo del chocolate. Se pasa uno la película segregando saliva y deseo, esperando que por un milagro de magia, como sucedía en La rosa púrpura de El Cairo, aquella película de Woody Allen, la protagonista saliera de la pantalla y nos ofreciera degustar alguna de aquellas maravillas que iba ofreciendo a los demás.
Y al placer sensual y erótico del chocolate hay que añadir el placer intelectual del mensaje que subyace a todo el film. El deseo de libertad, de ser uno mismo, de liberarse de las ataduras injustificadas, el deseo de vivir. Y no solo eso, sino todo eso adobado de una ingente capacidad de empatía. El chocolate sirve para llegar a los rincones más recónditos de cada uno y aplicar allí su ungüento dulce y optimista.
Al final queda claro que cada uno de nosotros es diferente de los demás, que cada uno tenemos nuestro chocolate favorito, el que nos hace bien y nos vuelve más optimistas y confiados. Y cuando llega el The End uno no puede menos que esbozar una sonrisa y salir corriendo a la cocina a hacerse una taza de chocolate que sea augurio de una tarde de domingo realmente llena de sabores. Gracias Lasse Hallström por esta hermosa película.

domingo, julio 19, 2009

Un novio para mi mujer.



Con este título no es que la cosa diera para repicar campanas. Me sonaba haber visto ya alguna película americana con título parecido. Pero ésta era argentina y eso cambiaba las cosas. Me encanta el buen cine argentino, ése que es capaz de contarte una historia y de meterte en ella como uno más. Cuando leí que era del mismo director de “No sos vos, soy yo” (Juan Taratuto), y de los mismos productores de “El hijo de la novia”, ya lo tenía claro.
Y qué decir. Pues eso, una interesante historia con esos diálogos trepidantes habituales, con esa musicalidad lingüística que los hace tan inconfundibles y con esa visión ácida de la vida y las situaciones que tan bien manejan. No suelen ser historias complejas y ésta tampoco lo es: un marido cansado de soportar a la borde de su mujer y que no sabe cómo quitársela de encima hasta que aconsejado por sus amigos propone a un seductor oficial que la enamore. El trazo grueso del argumento es simple en exceso y, probablemente, con toques machistas. Pero eso es lo de menos porque, como suele ser habitual en el cine argentino, lo interesante está en las situaciones, en el lenguaje, en la provocación, en los aderezos. Por eso es difícil de contar, hay que ir a verla.
He leído que es un film que se preparó para que se luciera Adrián Suar, actor de moda en Argentina, pero quien de veras borda su papel es ella, Valeria Bertuccelli, que está impresionante en su papel de mujer malaje y borde que se va transformando a lo largo de la historia. Ella se pasa el día en casa. No trabaja. Tampoco tienen hijos, pero escuchándola se diría que es la esclava universal. Se queja de todo, todo le parece mal, todos son unos cretinos. Es el mundo que está loco. Y así todo el día desde que se levanta hasta que se acuesta. Ése es su trabajo: poner a parir a todo bicho viviente. Y con un lenguaje sin concesiones (con mucho “orto” y mucha “concha” y mucho “coger” de por medio, que seguramente los españoles poco asiduos a lo argentino no entenderán). Así que la vida de pareja es un despropósito. Pero Tenso (Suar), es tan calzonazos que no se atreve a romper y busca una vía más indirecta: que sea ella la que lo deje, enamorándose de otro.
Y ahí comienza la aventura. Ese otro del que debería enamorarse es un ex-presidiario con un gran pedigrí como seductor. Y la verdad que lo hace bien. Uno se ríe con su estrategia pero hay que reconocer que es buena, muy buena. Lo primero que hace es facilitar que salga de casa, lo que obliga al marido a buscarle trabajo en la emisora de radio de un amigo, pero pagándole él. La verdad es que el papel le viene al pelo: tiene que hablar de todo lo que no le gusta, de lo que está mal. Le encargan un programa contra el optimismo. Como anillo al dedo le viene el programa. Se explaya a gusto. Y ahí comienza su reconversión. Sigue igual de borde, pero los halagos del seductor la van ablandando, las alabanzas del director del programa le hacen sentirse como un pavo real. Ella comienza a ser otra. Y el marido a lamentar su decisión de dejarla. Así que se van a hacer terapia de pareja (no podía faltar en una peli argentina) y ahí aparecen las miserias en las que han vivido. Magníficas las escenas de la terapia.
Te descojonas pero por dentro vas haciendo examen de conciencia.
En fin, el final resulta obvio. En el fondo no es tanto una película sobre el divorcio sino sobre la reconciliación, sobre la reconquista del ser querido.
En definitiva, una película interesante. Con situaciones muy divertidas (la fiesta en casa de los amigos con el rollo de los sagitarios es genial) y con otras en las que como decía, te hace pensar. Al final, quien más quien menos todos vivimos en pareja y todos hemos sentido, a veces, el agobio del yugo conyugal.
El “vivir felices y comer perdices”, del cuento, no resulta tan simple en la realidad. Curiosamente ayer mismo aparecía en las noticias de Yahoo una reseña de una investigación australiana con un título llamativo: "What's Love Got to Do With It" (¿Qué tiene que ver el amor con esto?). Los investigadores se plantearon cuáles eran los factores que hacen que las parejas se mantengan unidas. Desde luego, el enamoramiento no basta, según ellos. Tampoco es que haga falta investigar mucho para saber eso. Entre el 2001 y el 2007, observaron a 2500 parejas (lo que es una pasada) para identificar los factores que caracterizaban a las que seguían juntas y que les diferenciaban de las que se habían separado. Lo que cuenta la nota de prensa como conclusiones del estudio (a saber cómo las han interpretado los periodistas) es que los maridos que tienen 9 o más años que su mujer tiene el doble de posibilidades de separarse (bueno supongo que es ella, la que se separa), también los que se casan antes de los 25 años. Los hijos fuera del matrimonio (de otros matrimonios o del propio antes de casarse) también duplican la probabilidad de separarse. También cuando las mujeres quieren reproducirse mucho más (aquí el problema es saber cuánto es “mucho más”) que sus parejas. También cuando los padres de uno o de los dos miembros de la pareja se han separado es más probable que los hijos se separen. Las parejas que están en su 2º o 3er. Matrimonio (no dicen si la probabilidad de separarse aumenta correlativamente al número de bodas anteriores, pero hasta sería posible pues una vez que uno le coge el tranquillo todo va más rápido). Ser pobre (nadie lo diría, ahora que algunos no se separan porque no les da para pagarse los gastos) e, incluso, fumar son factores muy negativos.
Y eso que los investigadores australianos se quedan en cosas externas. Les falta el toque psicoanalítico y relacional de esta película de Taratuto. Si entramos en esas dimensiones más cualitativas aparecerán sin dudas muchos otros factores de separación.
Total, que lo realmente milagroso es seguir juntos. Tengo que mandarles yo unas cuartillas a estos colegas de la Univ. Nacional Australiana para darles un par de recetitas.

miércoles, julio 15, 2009

¡Pobre de mí!



En Pamplona, al acabar los sanfermines se canta el "pobre de mí". Es como si se acabaran unos días milagrosos, de estar entre nubes, de pasarte el día bailando y comiendo y bebiendo para volver a la cruda realidad.


Pues eso, acabaron los sanfermines y comienzan los comentarios. Este año, además, las cosas han sido suficientemente trágicas como para suscitar la polémica. El periódico de hoy trae la carta de un lector que se avergüenza de esta nueva versión del "pan y circo" con que se nos entretiene y aleja de otros problemas más relevantes. Y dice que los sanfermines necesitan que haya muertos para alimentar la liturgia del peligro y realzar el romanticismo del valor. Si los toros nunca cogieran a nadie, la cosa iría perdiendo su encanto y dejaría de atraer a los arriesgados. Suena terrible.




No es fácil entender los sanfermines. Seguramente como ninguno de los deportes de riesgo. Lo difícil es entender el riesgo, gente que es capaz de poner en riesgo su vida por hacer algo que podría evitar. Y sin embargo, cuando más fácil y cómoda nos va siendo la vida, más gente hay dispuesta a "vivir el riesgo" a través de situaciones buscadas: en el deporte de riesgo, en formas de vida compleja, en el turismo de aventura, etc. Desde un punto de vista neutro todas esas cosas entran dentro del mismo saco, creo yo. Todas tienen que ver con "la adrenalina" que despiertas, con el sentimiento que generan de "valor" en quien lo hace y de "admiración" en quien te lo ve hacer.


Pero los sanfermines, siendo eso, son mucho más que eso. Creo que es difícil de explicar para quien no lo haya vivido de alguna manera. Para los navarros es algo que llevas en la sangre. Yo salí pronto de casa para ir de interno a un colegio, pero aún así lo viví de forma intensa. Corrí el encierro sólo un par de veces porque no me coincidía bien con las vacaciones y, la verdad es que resulta de una excitación tremenda. Entonces (los años 70) había menos gente que ahora y por eso se corría con más tranquilidad, pero aún así cuando yo iba como alma que lleva el diablo me tropecé con alguien que venía en dirección contraria y le dí tal empujón para apartarlo de mí que chocó contra un escaparate y lo rompió.


Corrí más en las vacas de Los Arcos, que eran enormes y, entonces, de cuerno límpio (sin embolar). Y un día me cogió. Fue algo repentino. Yo la había visto pero había gente entre ella y yo, así que no me pareció inminente el peligro. ¡Y un huevo! En unos segundo, no sé cómo lo hicieron, los otros desaparecieron y me encontré cara a cara con aquella mole de carne y cuernos. Me miró mal y se vino directa a por mí. ¡La has cagao, miguel, pensé mientras salía volando hacía el cielo del golpe que me había dao! Tuve mala suerte y volví a caer sobre sus cuernos, así que de nuevo salí volando y esta vez con cornada incluída. Ya no recuerdo más. Después supe que fueron enseguida corriendo a avisar a mi abuela, ¡Sebastiana, Sebastiana, que a tu nieto le ha pillado la vaquilla y está en el hospital! Qué va a ser mi nieto, decía ella, si aún está en la cama. Pero sí, era yo que ya me había levantado hacía tiempo y me había escapado al encierro sin decirle nada. Me salvé por tres centímetros, me dijo el médico. Pero bueno, por esa vez, no hubo que lamentar nada. Y, obviamente, desde entonces, ya no he vuelto a correr. Por si las moscas.


Pero sí lo han hecho mis hijos. A los tres años, Michel ya corría con sus primos delante de unas vaquillas pequeñas que el Ayuntamiento de Tafalla les ponía a los peques. Corrían que se las pelaban, tanto los críos como los bichos, sin que se supiera bien quién se escapaba de quién. Si se tropezaban contigo, obviamente, te mandaban al suelo, pero no tenían malicia. Así se crearon muchas vocaciones de futuros corredores. Se te va metiendo el gusanillo en el cuerpo.


Ahora que ya veo los encierros en la tele y a 800 kms. de distancia sigo sintiendo ese fondo de emoción y añoranzas que uno siempre conserva. Todo el mundo sabe que es peligroso (ahora casi todo lo es) pero tiene esa emoción que lo hace tan atractivo. Se entiende bien que venga gente de todo el mundo a meterse en el lío. Los sanfermines son así. Es una fiesta para meterte de lleno en ella. Si te vas quedando al margen, en las orillas, acabas aburriéndote. Has de correr, bailar, comer y beber saltándote los controles habituales. Ya vendrá después el descanso. La cosa es que todo eso, tras el televisor sólo son colores atractivos y emoción congelada.


martes, julio 07, 2009

Resaca post aniversario



Me fui a ver a la cabra. Pobriña, no puede quedar sola así, sin más. La sacaron de su redil, la llenaron de globos y la metieron en una fiesta enloquecida para dejarla después sóla. Pero estaba bien, tranquila amarrada al poste (aunque ahora con una cuerda que le permitía más movimientos). Se había zampado algunas rosas del rosal y había limpiado a conciencia en círculo la hierba. Como tenía agua cerca supongo que tampoco tenía sed. Pero así y todo no era fácil evitar un cierto sentimiento de culpabilidad con ella.
Me miró con cara circunspecta cuando llegué. ¿Quién sabe? Quizás me tomó por el carnicero y empezó a imaginarse lo peor. Pero, tras 4 mimos de saludo, enseguida comprendió que estaba de su lado y se tranquilizó. Así que ella siguió con lo suyo y yo me fui a ordenar todo lo que había dejado de cualquier manera tras la fiesta.
Lo primero que hice fue recoger los regalos. ¡Tantas cosas! Supongo que algunos lo hacen de manera más mecánica pero estoy seguro que la mayor parte de mis amigos lo pasaron muy mal con la historia del regalo. Me pasa a mí cada vez que he de hacerlo. Lo pienso, le doy mil vueltas, me desespero porque me da la impresión de que la persona a la que se lo vas a regalar lo tiene todo, tienes que calcular en no pasarte y, a la vez, no quedarte corto… Un suplicio. Por eso cuando miro los regalos siempre me pregunto que habrá por detrás de ellos, qué mensaje me traen de las personas que me los dieron, en qué habrán pensado cuando lo buscaban. En parte, al menos, cada regalo refleja la imagen que tienen de ti los que te lo regalan. Así que los miré con calma, traté de relacionarlos con las personas de las que venían, traté de sentir sus sentimientos. A veces no es fácil. Otras veces, lo captas enseguida.
Y luego viene la parte de la historia que me toca a mí. ¿Habré sido lo suficientemente expresivo agradeciéndoselos a quienes me los daban? La situación es tan caótica en algunos momentos de la fiesta que te falta sosiego para pararte, abrir el regalo, disfrutarlo con los donantes y agradecérselo de veras. Unos que llegan y te dan su regalo mientras otros están entrando y saludando y tienes que ir a recibirlo y alguien que te llama y otros más que llegan y otros dos regalos en la mano… Un batiburrillo de sonrisas, saludos, apretones de manos, abrazos y bienvenidas que le restan protagonismo a los regalos. Por si acaso, cuando tuve un momento, fui anotando de quién era cada cosa pero ya entonces tuve algunas dudas. Un desastre. Se merecían mucho más agradecimiento los donantes, lo sé. Sobre todo aquellas personas que se lo habían pensado mucho. Es una tarea que me queda pendiente la de escribirles uno a uno y agradecerles de nuevo y con más intensidad.
Ahí se fue una parte de la tarde. La cabra me miraba hacer pero no estaba muy comunicativa. Iba a lo suyo y entre chupito y chupito de agua de la fuente se iba zampando su menú vegetariano. Le sugerí hacer un break y asintió con la mirada. Por lo que he visto, le gusta doblar las rodillas delanteras y ponerse de rodillas. Parece que eso la relaja. Así que como la vi en plan de descanso yo también acerqué una silla y me senté. No fue fácil iniciar una conversación. ¿De qué carallo hablas con una cabra? Lo único que se me ocurrió fue preguntarle si le había gustado la fiesta de ayer. Creo que eran juramentos las cosas que decía, aunque no se le entendía bien. No debió gustarle mucho, pensé. Bueno, le dije, es cierto que debió ser bastante estresante para ti. Te trajeron aquí cargada de globos y arrastrándote a la fuerza. Pero luego ya viste que toda la gente se volcó a hacerte caricias. Y los niños se lo pasaron en grande contigo. Ella seguía medio distraída. Quizás no le interesara mucho el tema, aunque no creo. Mi impresión fue que lo que no le gustaba era hablar de ella misma. Quizás tuviera sentimientos encontrados sobre lo que estaba viviendo y le resultara difícil de explicarlo. Bueno, le dije, si es eso, tampoco te parezca extraño, también me pasa a mí. Ha sido un día estupendo y, sin embargo, mis emociones están muy revueltas. Me siento bien y mal a la vez. Eso son los 60 que te han caído encima, me susurró ella con un guiño (vaya, al final se comunicaba, menos mal, ya pensé que me quedaría hablando solo como un idiota). Sí, eso también, confesé. Pero son muchas más cosas. No sé si todos los amigos que han venido se han sentido bien. A algunos los he visto un poco melancólicos como sin entrar en la fiesta. Quizás hayan pensando que les he atendido poco o que he agradecido poco sus regalos. Además como había varios grupos (los amigos de fuera, la pandilla de ahora, los amigos de encontrarnos en ocasiones, los del trabajo, la familia…) era difícil poder estar con todos y atenderlos como se merecían. Tonterías, dijo la cabra. Gracias, le dije, pero tú no puedes entender lo complicados que somos la gente. Tonterías, insistió ella. Ojalá, acepté. La verdad es que todo el mundo me dijo que se lo había pasado muy bien. En realidad, yo también me lo pasé muy bien. Incluso cuando la cosa resultaba un poco caótica y cada uno deseaba una cosa o cantaba una canción o andaba a su bola. Ya sé que no faltaron los momentos de emoción intensa (cuando Luis leyó su escrito, con el video retrospectivo) o de risa intensa (con los versos de Juan y su risa contagiosa, con la historia del argentino que se va al paraiso canadiense) o de placer sin más (en el baile, en las canciones). Tampoco faltaron algunos momentos de tensión y consignas contrapuestas. Lo típico de estas cosas. Y se nos olvidó la queimada. Por qué entonces esa cara medio llorosa, me dijo la cabra. No sé, tuve que aceptar, cosa de las emociones que lo mezclan todo.
Ya se había hecho tarde y tuve que recogerlo todo para regresar. Allí dejé a la cabra. Yo creo que más tranquila, aunque cuando me iba me miró con una cara un poco dubitativa. Debía estarse preguntando dónde demonios había ido a parar. La sacan de su corral, la llenan de globos, la meten en medio de una multitud y la dejan sola atada a un poste. Gente rara. Pero si hasta hay un tipo que habla con las cabras. ¡Por Dios…!

domingo, julio 05, 2009

Sesenta años, cincuenta amigos…y una cabra.





Fue una gran fiesta. Hermosa. Original. “La fecha se lo merecía”, me dice Ángel. “Y el personaje”, le matiza mi otro ángel. No creo que sea eso. Es que mis amigos son así. Exagerados en las cosas que hacen.
Cumplir sesenta años no es cosa de gusto. O, dados los tiempos que corren, quizás sí. He ido dejando a tanta gente querida en el camino que, aunque el cuerpo me pide hacer una contabilidad negativa (¡uno menos, tío!), la gratitud con la vida me obliga a considerarlo como un gran regalo (¡otro más!) de los que se me van concediendo. El hecho mismo de que quisiera celebrarlos (y por segunda vez) ya indica que tampoco me lo he tomado tan mal. Y que, pese al acojono coyuntural, los años no me asustan.
Ya los celebré con mi familia navarra. Y fue hermoso, como son las cosas de la familia: cuantos más años va teniendo uno más cuenta se va dando de hasta qué punto la familia, las familias a las que uno pertenece son importantes. Ahora lo quería celebrar con la familia gallega y con los amigos. 60 años dan para tener muchos amigos. 60 años, sesenta amigos, me había planteado. Al final no pudieron ser tantos, se quedaron en 50. También porque los amigos que quedan con esa condición son aquellos que comenzaron a aparecer en nuestra existencia en la universidad. Y desde ahí hasta ahora.
Y así fue. Vinieron los amigos de la carrera, ese grupo hermoso y fiel que se ha ido manteniendo unido durante treinta y ocho años. Todos nosotros vivimos intensamente nuestros estudios de Psicología en la Complutense. Eran años hermosos aquellos (del 68 al 73), de lucha e incertidumbre política en el exterior y de fuerte motivación e intensas emociones en el interior. Después la vida nos llevó por caminos diferentes, pero seguimos igual de unidos. Y lo gracioso es que es ahora cuando quizás uno valora más esa relación. Cuando puede verla en perspectiva y hacerse consciente de la importancia que cada una de esas personas, por una razón u otra, han tenido para ti.
También vinieron los amigos actuales. Los de la pandilla. Los de la cabra. Ese grupo de locos y locas cariñosas, tan distintos entre sí, pero capaces de sentir necesidad de los otros cada pocos días. Necesidad de verse, se salir a cenar, de compartir platos, de charlar, de despotricar contra medio mundo, incluyendo nosotros mismos. Capaces de mantener conversaciones absolutamente serias y profundas junto a otras desmadradas del todo. En fin, los amigos de los días de diario y también los de las grandes fiestas. También ellos fueron. Por supuesto, con la enciclopedia rotativa que como los malos regalos de antes nos vamos pasando de uno a otro como castigo inmisericorde. Pero esta vez, además (¡cabrones!), me regalaron una cabra. Yo les había pedido un cortacésped. Y según ellos, eso fue lo que hicieron, regalarme un cortacésped ecológico, que para eso las cabras se comen todo lo que pillan. “Te va a dejar la era como los chorros de oro”, me decían mientras se descojonaban. A ver qué demonios hago yo con la cabra ahora. Suelta no la puedo dejar porque allá se van las flores y todo el copetín. Y dejarla atada parece un castigo inmerecido. Animalillo. El caso es que ahora tengo sesenta años y una cabra atada a un poste. Ya veremos.
Y junto a estos, todo un puñado de gentes que uno ha ido queriendo a lo largo de estos muchos años. Amigos de la Facultad. De esos muy pocos. Pasar de colega a amigo en el trabajo es un salto cualitativo difícil, y cuando acontece resulta excesivamente coyuntural. Enseguida aparecen situaciones que someten a crisis la relación y todo se va al carajo o, simplemente, se queda en situación de stand by. Pero con algunas personas el aprecio se convierte en cariño sincero, en complicidad, en complementación. Te sientes más fuerte con ellos y ellas, pero no porque te debas fidelidad (con frecuencia defendemos posiciones contrarias) sino porque por alguna especial razón, que ni siquiera suele estar clara, siente fe en esa persona, sabes que nunca te hará daño sino, al contrario, te apoyará y ayudará a resolver los problemas en que te metas.
Y también vinieron amigos que nada tienen que ver con el trabajo. Gentes con los que te vas cruzando por muy diversas circunstancias y que se quedan en tu vida. Son como las drogas. Una vez que las toman generan dependencia. Tu organismo, tu vida necesita de ellas para funcionar. Quizás “necesitar” no sea la palabra correcta. Podrías sobrevivir sin ellos pero sientes una alegría enorme cada vez que los vez, cada vez que sabes algo de ellos. Te preocupan. Te hacen feliz. Hubo muchos de estos amigos y amigas. También es difícil pasar del “conocimiento”, casual o repetido, a la verdadera amistad, pero cuando ese salto se da, es gente que se instala en ti que llena tu espacio. Aquí llenar no es ocupar, sino lo contrario, lo expande, lo crea. Los amigos van creando esas redes que amplían nuestro tan cortito espacio personal. Eso es justamente, lo que nos da la vida.
Bueno, demasiado rollo pera decir, simplemente, que allí estuvieron mis amigos. Los de verdad. Cada uno de ellos por una o varias razones particulares. No soy una persona excesivamente expresiva en mis afectos, pero sé querer a la gente, y, a veces, como ésta, te sorprende ver que el afecto, el cariño y la consideración son mutuos. Tampoco me gusta mucho ser protagonista (o quizás sí, no sé). En todo caso, prefiero que sean otros los que reciban los homenajes, y participar yo en dárselos. Pero esta vez me tocaba a mi y tuve que hacer de tripas corazón para aguantar, a ratos, las ganas de llorar.
Decía Felipe González que “Dios nos libre del día de las alabanzas”, porque eso significa que estás mal o que te van a sustituir. O que estás de aniversario, se podría añadir. Entonces, los amigos escogen lo mejor de ti y crean una imagen maravillosa. Tú ya sabes que no eres así (bueno, ellos también lo saben) pero es lo que hay que hacer ese día. Así que dijeron cosas hermosas. Y entre las bromas propias del día (los sesenta dan mucho juego para meterse con uno) los mensajes fueron muy cariñosos. Nuestro vate oficial para estas ocasiones, el doctor Gestal se fue por los consejos terapéuticos (con especial insistencia en la próstata, por supuesto); y Luis Martín, echó mano de sus urdimbres psicoanalíticas para trenzar un discurso sobre la amistad tan llenó de emoción que acabamos los dos con lágrimas en los ojos. Y luego el vídeo donde Juan Manuel, Celia y Jesús, con el apoyo táctico de Elvira, trataron de reconstruir algunos hitos básicos de estos muchos años. Un vídeo precioso de las muchas cosas que hemos vivido juntos y lleno de emociones fuertes que tendré que volver a ver a solas para saborearlo como se merece.
Como decía al principio, fue una fiesta hermosa. Hermosa porque tuve a mi familia, la pequeña y la grande, a mi lado. Porque tuve a un montón de amigos de todos estos años acompañándome y disfrutando conmigo y con los míos. Hermosa porque el pulpo y la carne al caldeiro que nos preparó Urbano estaba deliciosa. Porque los amigos gaiteiros de Casa grande de Remesar hicieron un hueco para venir a amenizarnos la velada y forzarnos a bailar. Porque nos desgañitamos cantando esforzadamente aunque con escasa organización gracias a los libretos de Ángeles y Fernando. En fin, hermosa porque los amigos vinieron cargados de regalos (cosa que no debían hacer) que me dejaron abrumado y con muchas deudas pendientes con ellos. Pero buenos, eso es lo que gustan hacer los amigos.
En fin, que celebré por segunda vez mi sesenta aniversario. Ya soy un poco mayor. Y ahora, además, con una cabra atada a un poste. ¡Cabrones!.