miércoles, junio 13, 2012

Días en Honduras.




El enésimo viaje de este final de curso ha sido a Honduras, país centroamericano que yo no conocía salvo esas pequeñas reseñas de problemas confusos del narcotráfico y hace unos años de la destitución (golpe de estado contra su presidente que se había escorado mucho hacia el estilo venezolano).
Los precedentes del viaje no ayudaron mucho a mejorar mi imagen ni a suavizar los prejuicios. El proceso de obtención de los pasajes fue difícil y sometido a la lentitud de las cosas administrativas en aquellas tierras. Total que hasta dos días antes de iniciar el viaje yo no tenía los pasajes. En varios momentos del proceso entendí que la falta de avances suponía que la cosa se quedaba en nada, pero luego siempre volvía a resurgir. En varias ocasiones fui yo mismo quien deseó que el viaje se suprimiera. Incluso había tomado mi propia decisión de dejarlo estar y no preocuparme más. Pero, en fin, tampoco parecía fácil pues se trataba de un curso al que asistirían gentes de los 5 países centroamericanos (Honduras, la anfitriona, Costa Rica, Panamá, El Salvador y Nicaragüa) y de España. Ellos debían tener comprados ya sus pasajes, pensaba yo, no les puedo hacer eso. Pero por esos milagros del destino, la cosa sí fue adelante y el jueves me confirmaron que ya estaba todo listo para volar el sábado. Mi tensión andaba, ya por entonces, con síntomas parecidos a la deuda española, en niveles insoportables.
Luego, sin embargo, todo salió bien. Los vuelos sin retrasos, las condiciones atmosféricas tranquilas y gente esperándome en el aeropuerto. Y eso que el paso por Miami fue, como suele, exagerado en las medidas de seguridad (te toman las huellas de los 10 dedos de las dos manos, te fotografían la pupila, te descalzan, te pasan por la maquinita que te desnuda y te cachean). Eso sí, han hecho un gran esfuerzo de comunicación mediante cartelitos explicativos de las medidas que puedes ir viendo a medida que avanzas en las colas: por qué no se permiten líquidos, por qué la máquina de rallos X (if you prefer an individual exploration, just ask, te ofrecen generosos). En todo caso es un agobio dentro de todo aquel caos que constituye el aeropuerto de Miami.
En cambio, la vista de la ciudad desde el avión fue realmente espectacular. No creo que nunca haya visto nada tan llamativo, con los cayos repartidos por aquel mar azul cuando llegábamos, con la infinidad de enormes lagos artificiales rodeados de casitas-mansiones; con sus rascacielos en pequeñas zonas; con las playas;  con aquella extensión infinita de chalets entre árboles. Me pareció espectacular.
Y al final, ya cansado llegué a Honduras cuando caía la noche. Casi 24 horas de viaje entre vuelos y esperas. Como no conocía Honduras estaba en esa intriga de querer anticipar cómo sería aquel país. La cita en San Pedro Sula y alguien me había hablado bastante mal de la ciudad. La verdad, el primer encuentro fue nulo pues cayó tal manta de agua mientras nos desplazábamos del aeropuerto a la ciudad que apenas se podía ver un metro por delante del morro de la van que nos llevaba. El hotel era sencillo y familiar, pero muy cómodo. Con la gentileza que tanto se agradece cuando llegas de viajes tan largos, de encontrarte con una cesta de fruta y una botella de agua en la habitación.
Muchas cosas me llamaron la atención de Honduras. Primero de todo, la calidez de sus gentes. En eso, son similares a todos los otros países de la zona que yo haya conocido. Había en el grupo personas provenientes de todos los países centroamericanos: Costa Rica, Panamá, Nicaragua, El Salvador y Honduras. Faltaba sólo Guatemala que entre unas cosas y otras, se había quedado al margen de la red que los otros países habían formado. Cierto que unas personas eran distintas a las otras, pero todas tenían en común ese grado de cordialidad, de simpatía que los hace tan acogedores.
La segunda cosa llamativa es que son muy madrugadores. También aquí las clases de los chiquillos comienzan a las 7 de la mañana. Y nosotros, sin madrugar tanto, pero a las 8 ya estábamos en plena faena. Menos mal que los trabajos eran en el mismo hotel donde nos alojábamos, pero al final tenías que darte un madrugón para estar a tiempo en la sala de trabajo. Y no faltaba nadie. Una maravilla.
Tercera cosa, se pasan el día comiendo. Era curioso, con la excusa de los coffe breack ponían zumos, frutas y piscolabis en las mesas cada dos-tres horas. Agobiante. Pero quienes asistían al curso no le hacían ascos y, al final, hasta yo mismo (a quien no le hacía puñetera falta ese exceso de calorías) me contagié. Pero peor aún, la cosa llega a tal punto que como no aparezcan esas constantes medio-comidas empiezas a ponerte nervioso y a echarlas de menos. ¡Qué cosa!.
Otra cosa terrible era el calor. Cada día llovía con esa lluvia descontrolada que parece que va a inundarlo todo. Intensa, fuerte, a chorros en lugar de gotas. La descarga refresca el ambiente y resulta espectacular, pero dura poco y, enseguida, de nuevo el sol (y ahora mucho más húmedo, más agobiante). Nos salvó el aire acondicionado.
Trabajamos mucho, la verdad. Un poco desordenadamente, pero con intensidad. Como son muy habladores (habladoras, pues casi todas eran mujeres) la cosa se hacía más amena y creo que más rica. Pusimos en común muchas cosas y quedaron tareas pendientes que asumieron con una voluntariedad envidiable. Fueron sólo tres días de trabajo intenso, pero con resultados interesantes. Y eso que les queda mucho quehacer por delante, pero ellas lo saben y seguro que lo llevarán a gran recaudo. Para mí fue una enorme satisfacción. Pensar que las universidades más importantes de los 5 países centroamericanos han adoptado tu modelo de competencias docentes como base para programar la formación de sus docentes universitarios, no deja de ser algo por lo que uno puede sentirse orgulloso y muy contento.
Y como no todo es trabajar, el domingo nos llevaron a Copan, una zona arqueológica de restos mayas muy interesante. Una de las más importantes de toda Centroamérica. Con un calor infernal fuimos visitando los diversos espacios de la ciudad maya y reviviendo lo que debió ser aquel mundo inquietante. Estaban, por lo visto, muy condicionados por su propia concepción del inframundo y del supramundo (lugar solo reservado a sus emperadores y gentes especiales); con tensiones bastante similares a las nuestras en relación a la distribución de poder y a la búsqueda de estrategias para mantenerlo. En fin, una sesión de historia y cultura maya muy interesante. Cada vez que asisto a jornadas de este tipo, me llama mucho la atención cómo personas que, con toda probabilidad (no sé si sería el caso del profesor de Historia que nos hacía de guía) tiene muchas dudas para aceptar los nuevos dogmas de la religión católica o de la que profesen (hay muchas iglesias en Honduras), se vuelcan tan intensamente en las creencias de sus antepasados mayas, usan convencidos la jerga religiosa o cultural de ellos y lo explican como si lo que está diciendo resultara evidente de toda evidencia. Choca!. Y, eso sí, el regreso tuvo que ser precipitado porque el chofer del miniautocar que nos llevaba, no quería salir después de las 16,30 porque temía que nos pudieran asaltar en la carretera. Otro componente más de la emoción con la que se vive allí.
En fin, y así entre largas sesiones de trabajo y algunas concesiones al ocio nocturno (salidas a cenar a la ciudad, aunque siempre muy vigilados y por zonas “seguras”) pasaron esos 4 días centroamericanos. Total que vuelve uno  cansado pero contento. Otra experiencia más.

martes, junio 05, 2012

Una cena a tres.



Cena de hombres. Con permiso de las propias, por supuesto (aunque en el caso de Jesús, esta condición no cuenta). Y así nos podemos permitir el lujo de soltar alguna burrada medio verde, aunque sin trascendencia en nuestro caso (nuestros registros cromáticos suelen estar más cerca del amarillo limón en plan bandera de ONG y de gente seria y reflexiva, que del verde).

Primero, claro, nos ponemos al día. Curioso que hasta nosotros hemos convertido en tema central de conversación, la situación de nuestros hijos. ¡Quién nos lo iba a decir hace unos años! Pero la verdad es que como el Alzheimer sigue su proceso, resulta muy conveniente ponerse al día. Yo, por ejemplo, le pregunté a Juan Manuel si su hijo estaba estos días haciendo la selectividad. Me dijo que, en realidad, lo que hacía era un máster tras haber concluido Económicas. Bien, dije, ya veo que tengo mi reloj en horario de invierno… del 2007.

Bueno, el caso es que fue una cena interesante. No por el menú, desde luego (huevos rotos con huellas de jamón y cazón en adobo) pero sí por los temas sucesivos que fueron entrando en la discusión. Los más interesantes, sin duda, los que se referían a nosotros mismos. Aunque nuestras tareas profesionales nos hayan llevado a los tres a zonas periféricas de la Psicología, ninguno ha dejado jamás de serlo en lo más íntimo de su identidad. Por eso no solo no rehuimos sino que nos regodeamos en cuestiones sobre el ser, el estar, el sentirse. Dada nuestra edad y condición (sobre todo la de ellos que se sienten prejubilados felices) tampoco faltan referencias al transcurrir del tiempo, al antes y el ahora, al futuro y a las sensaciones que todo eso produce. Alguien planteó (quizás yo mismo, pues ellos lo negaron enseguida) si no nos sentíamos agobiados por el hecho de ir cerrando cosas a medida que pasaban los años. Cosas de la edad, supongo que añadí. En absoluto, coincidieron. Y ese amago en falso por entrar en una sensación compartida, me candidató para recibir de inmediato sus reconvenciones: está claro que tú haces lo contrario (ir abriendo muchos frentes) para no tener que aceptar que deberías ir cerrándolos; es una huida hacia adelante; acabarás mal.

Desde luego, no me convencieron. No me dejé. ¡Qué difícil es explicar ese sentimiento proactivo de sentirte comprometido con todo lo que esté en tu mano hacer! Y si crees que puedes aportar cosas a los demás, te resulta imposible quedarte quieto. Cierto es que esa sensación tiene un claro tufillo narcisista. No es solo pensar que hay muchas cosas que hacer y que algunas de esas cosas, las puedes/debes hacer tú. La cosa es que la argumentación sigue por vericuetos inconfesables que evidentes: lo tienes que hacer tú porque no hay nadie que las haga o, en todo caso, no hay nadie que las haga tan bien como tú. Esa es la parte débil de las personas excesivamente motivadas y activas. Como mis amigos son listos (psicólogos, todos) estas cosas se las saben y te las sueltan así a bocajarro, sin miramientos. Y uno debe reconocer que algo de verdad hay en todo ello. Pero el saberlo tampoco ayuda mucho porque luego, en la realidad, la gente te insiste, quiere que seas tú quien acuda, te seducen con adulaciones sugerentes, no desean alternativas. Vamos, te tienden la red y tú te dejas caer en ella con facilidad. No puedes dejar de atender su solicitud porque el hacerlo acabaría causándoles importantes daños, piensas. No tienes escapatoria. Pero mis amigos no tragaban. Y repetían sus mantras favoritos: nadie es imprescindible; si no estás tú, otros harán ese trabajo, y si nadie lo hace es que no es importante. Ni manera de convencerles.

Y no hablamos solo del trabajo sino de la edad. Al final, todo está muy relacionado. Hay dos adverbios que me traen loco, les decía yo: “nunca” y “siempre”. Lo del nunca es peor, porque significa cerrar cosas: ya nunca podrás hacer esto, o comer aquello, o vivir de esta manera; ya nunca volverás a ver a esta persona. Terrible nunca que te obliga a abandonar cosas que te han hecho feliz y que te prestaban. Lo del “siempre” es quizás menos agobiante pero igualmente desazonador: tendrás que tomarte esta pastilla para siempre; tendrás que aguantarte ese dolor para siempre, tendrás que seguir estos rituales para siempre, dejas el trabajo para siempre… Antes las cosas eran pasajeras, las tenías que soportar durante un tiempo pero luego retornabas a tu forma normal de ser, volvías a hacer lo que hacías. Lo jodido del siempre es que es para siempre. Una pesadilla.

Y así fue desarrollándose la cena. Mitad catarsis, mitad terapia, mitad bocado de huevos rotos con jamón. La verdad es que los vi satisfechos en su nuevo rol de jubilatas anticipados. Dicen que es una situación magnífica en la que la ausencia de obligaciones perentorias te permite dedicarte más a ti mismo, descubrir otras cosas a las que antes no les podías prestar atención (¿Tú que harías si no tuvieras que hacer lo que ahora haces?), hablar con los amigos (en el caso de Jesús, con las amigas, lo que según él tiene un encanto superior). Puedes leer, pasear, escribir cosas no académicas, disfrutar de los nietos… Me dio la impresión que dibujaban un mundo demasiado idílico como para ser verdad. Seguro que no es tan así. Y que también se comen el coco con sus propios adverbios y fantasmas.

El caso es que pasamos un buen rato y que, aunque por fuera pudiera parecer un diálogo de besugos en el que cada cual va a su rollo y hace poco caso de las aportaciones de los otros, aquello fue como el pasar un rodillo una y otra vez por ideas repetidas (los mantra que decía) que, al final, quedaron ahí como moscas cojoneras que te picotean cada poco para que no te olvides y pienses en ello.

Y en ello estoy.  En plena ebullición de propósitos. De hecho, creo que ha llegado el momento de organizarme de otra manera, de desenmascarar algunos narcisismos que se han hecho fuertes y de retornar a una vida más doméstica y tranquila. Los huevos rotos con jamón hicieron su efecto.