martes, febrero 27, 2007

O sentido da vida

Ayer contaba que el taxista, junto con la vuelta del pago de la carrera me había entregado un papelito. Creí que sería su tarjeta profesional para volver a llamarlo si precisaba de taxi. Pero no, era un afiche pastoral sobre el “sentido de la vida”.
Ya me había pasado en Monterrey (México) una vez que estaba dando un curso en el TEC. Habíamos comenzado esa mañana y cuando llegó la hora del café bajamos a tomarlo. Coincidí en el breack con una profesora que tras los saludos ordinarios me pregunto: “Miguel, ¿cuál es tu búsqueda?”. Pensé que no había entendido bien la construcción gramatical de la frase y que me preguntaba si buscaba a alguien. Le dije que no, que estaba encantado tomando el café con ella. Pero entonces matizó la pregunta, me decía qué era lo que buscaba en la vida. Supongo que le había llamado la atención el hecho de que viajara tanto.

Bueno, la cosa tiene su miga. Como estos días ando dándole vueltas a la cosa del destino, mi pregunta es si no será que me están llegando pistas cruzadas para que realmente piense en ello, en el sentido de la vida. El papel del taxista no deja escape a elucubraciones, sus preguntas son bien directas: ¿por qué vivo?, ¿cuál es la razón de la vida?, ¿cuál es el objetivo de vivir?.

Lo malo es que luego sigue un procedimiento demasiado conocido en la oratoria clásica: de las antitesis a la tesis. Presenta varias frases negativas sobre el sentido de la vida para luego presentar la solución. Pero no es tan sencillo.

Algunas de las frases que señala son curiosas. Hay una señora (Mary Roberts Rinehart), quizás famosa, no lo sé, que dice de la vida: “un poco de trabajo, un poco de sueño, un poco de amor y todo acabó”. Menos mal que metió lo del amor, porque sino vaya panorama!. Pero hay otras frases aún más chocantes: “el alma vive aquí como en una prisión y sólo se libera con la muerte” (éste, un tal Colton, o era cura o estaba muy depre); “vivir es ser una sombra ambulante” (de lo peor de Shakespeare); “vivir significa pensar sobre el pasado, lamentarse sobre el presente y temer sobre el futuro” (éste, Rivarol, por lo menos es agudo). Y cuenta el caso de un deportista de élite: “de joven yo creía que 20 años de fama bastarían… tal vez ganar tres campeonatos y entonces, estando en la cumbre, retirarse. Después trataría de recuperar todo lo que había perdido a causa del mucho tiempo que estuve viajando… Pero ahora todo parece tan sin sentido… Aquel ansia incontrolable e conquistar el mundo no tenía freno. Y al caer enfermo uno llega a la conclusión de que ‘el deporte ya no significa nada’ y ese pensamiento es simplemente terrible”.

Bueno esto tiene su miga, he de confesarlo. Eso de que puedes pasarte la vida buscando algo que, a la postre, va a resultar sin sentido, es fuerte. Que el deportista de marras sintiera que sus viajes habían sido una pérdida que esperaba recuperar más tarde, en mi caso duele y te obliga a pensar.

Pero llegados a este punto, el panfleto da un salto en el vacío. Y se sitúa en la Biblia: “Yo soy… la vida” (Juan, 14.6) o aquello de San Pablo “para mí el vivir es Cristo” (Filipenses, 1.21). Mucho salto, efectivamente.

Quizás haya personas capaces de dar ese salto, pero forman parte de racionalidades distintas. Las preguntas que podemos hacernos sobre nuestra vida y sobre su sentido, sobre si habremos orientado bien o no nuestros pasos, sobre si nuestras prioridades están bien alineadas, etc. son preguntas racionales que pertenecen al mundo de lo cotidiano y es en él donde han de tener respuestas. Porque la respuesta, de haberla, ha de concretarse en reajustes de esas mismas cosas que uno ha analizado.

Lo otro está bien para un creyente. Pero ni siquiera a él le va a servir como respuestas a preguntas tan simples pero tan complejas como las que hacía el panfleto. Sería demasiado fácil si pudiéramos responder así.

En todo caso, la cuestión de fondo sigue ahí pendiente. ¿Tiene sentido la vida? ¿Necesitamos de razones para vivirla? Dejando de lado, la “negatividad” de los ejemplos del panfleto (cosa que me extraña siempre de los discursos religiosos y que ya criticaba el otro día al comentar El Gran Silencio), yo sí creo que la vida merece vivirse. Es mucho más que esa prisión de la que nos librará la muerte (¡Jesús, qué pensamiento tan retorcido!). Y merece la pena vivirse incluso sin religión. La vida se vive a muchos niveles. Quizás el religioso sea uno de ellos e, incluso, importante. Para mí, por ejemplo, lo es. Pero eso no quita que haya de serlo en cualquier caso y que de él se derive el “sentido de la vida”. Se cruza uno cada día con gente tan maravillosa que no son creyentes y que disfrutan de la vida, que la comparten con los demás, que nos enriquecen a todos con su presencia y sus aportaciones.

Bueno, no sé si es el destino que quiere que piense en mi vida y me manda señales o, simplemente, que al bueno del taxista que me trajo del aeropuerto se le ocurrió darme el papelito (apuesto a que para él, el dármelo forma parte del “sentido” de su vida). Y, menos mal, que no se quedó a esperar la respuesta…

lunes, febrero 26, 2007

Porto Alegre

Un desastre. Ya tenía escrita mi entrada, quise mover el cursor hacia arriba para corregirla y ¡zas!, al carajo todo. Y como no hay forma de recuperar el texto (o yo no sé hacerlo) pues, se acabó. No es la primera vez que me pasa y se te queda cara de idiota. Así que, una vez acabado mi repertorio de juramentos, me he prometido que ya no escribo más sobre el blog. LO haré primero en Word y luego lo copiaré allí. Eso es lo que estoy haciendo ahora.

El viaje fue largo y pesado, sobre todo al final pues no sé qué pasaba en Brasil ese domingo que venían todos los vuelos con retraso. Todos. El mío con más de dos horas. Y, en todos los casos, la explicación que repetían por el altavoz era la misma: “retraso no pouso”, lo que nuestra Aena suele mencionar como “llegada tardía del avión asignado”. Total que llegé a Porto Alegre a las 2 y pico de la madrugada.

Tomé un taxi y me llevó al hotel en una carrera que si no fueran las horas que eran hasta resultaría divertida. Aquí los coches no paran en los semáforos rojos (dicen que por seguridad) y el tipo alargaba la cabeza cuando llegábamos a uno para mirar a un lado y otro y seguía sin aminorar la marcha. Menos mal que a esas horas no había nadie. Y lo más interesante vino al final. Le pagué y me devolvió el cambio con un papelito. Su tarjeta, pensé, para que lo llame si preciso de taxi. Pero no. Era un panfletillo sobre “el sentido de la vida”. Ya estoy en Brasil, me dije a mí mismo, el Brasil de siempre. Un tipo que no conoces, que apenas dijo nada durante el trayecto (creo que era sordo por los gestos que hacía cuando le dije la dirección), pero que te da un papelito para que te preguntes sobre el sentido de tu vida, tus objetivos, tus razones para vivir. Supongo que era evangelista. Interesante el papel. Las preguntas eran demasiado fuertes para esas horas de la madrugada, pero merece comentarse. Lo haré.
Y aquí estoy. A 30º grados. Hoy di un pequeño paseo por los aledaños del hotel y hay que buscar la sombra para no quemarse. En fin, veremos qué da de sí.

miércoles, febrero 21, 2007

Carnes tolendas.

Hoy comienza la cuaresma, aquello del carnes tolendas. Y suena raro, la verdad.
El domingo pasado se esforzaba el cura en la misa por explicar todo el asunto del ayuno y la abstinencia. El miércoles de ceniza, hoy, ayuno y abstinencia. Los otros viernes de cuaresma abstinencia. Y tuvo que hacer un gran despliegue didáctico para tratar de concretar a qué se refería cada una de esas condiciones de la penitencia cuaresmal y a quienes afectaba.
Explicar el ayuno era fácil: "comer menos, decía él, y no comer entre horas. Aunque ahora que los médicos recomiendan lo mismo pero 5 veces al día, la cosa no parece tan radical. Lo de la abstinencia era peor: "no comer carne". Claro que si puedes comer pescado, la cosa no sólo no supone penitencia.
Pero lo que llama más la atención de todo esto es que este tipo de cosas se han convertido en un discurso absolutamente fuera de nuestro tiempo. No sabría como explicárselo a mis hijos, la verdad. Y menos aún justificarlo, aunque fuera desde el espíritu religioso que aún me queda. Y pensar que hasta hace poco se le daba tanta importancia que llegó a configurar toda una cultura: los viernes no se come carne en muchas casas, como herencia derivada de esta tradición. Hoy mi mujer entraba una hora más tarde a su trabajo. Le pregunté si sabía por qué era eso y me dijo que para curarse la resaca de muchos que fueron ayer a la cabalgata de disfraces. No tenía ni idea que se trata de otra de esas tradiciones vinculadas al mundo católico:se entra una hora más tarde para que la gente pueda acudir a tomar la ceniza, cosa, obviamente que casi nadie hace.
En fin. Hemos cambiado mucho. Pero estas mismas cosas que a nosotros nos extrañan por caducas, resultan que se mantienen como elementos sustanciales de otras culturas religiosas como es el caso del ramadán musulmán. La verdad es que hemos cambiado mucho. Y para bien.

martes, febrero 13, 2007

Las becarias.

Resulta habitual escuchar que los hospitales españoles funcionan gracias a los MIR. Pero algo parecido podríamos decir de nuestras universidades: en algunos de sus campos, sobre todo en el de la investigación, funcionan gracias a los becarios. Hermosa y sufrida figura la de becario, encarnada en personas jóvenes y, casi siempre, generosas hasta el agotamiento, luchando por mantenerse en la búsqueda de un puesto de trabajo como docentes e investigadores universitarios, el gran sueño de muchos de ellos y ellas. Nos hemos acostumbrado tanto a ellos que ya no sabríamos qué hacer si llegaran a faltarnos.

Nosotros no tenemos becarios. Son todas becarias, así que tendré que hablar en femenino. Y no es éste un dato baladí. No solamente está en sus manos nuestro presente, ellas serán las que en un futuro próximo asuman el relevo en la docencia y en la investigación. Hay becarias genéricas que atienden a diversos campos. Y las hay más monográficas, que se dedican a un proyecto o un área específica. Yo tengo la suerte de contar con una becaria adscrita a nuestro proyecto de investigación. Y me ha cambiado la vida. Para mejor, por supuesto.

Si hiciéramos una lectura marxista de la vida universitaria, supongo que ellas y nosotros debiéramos pertenecer a clases distintas, defender intereses diversos y mantenernos en permanente conflicto. Afortunadamente no es así. Nos llevamos bien, nos respetamos y tratamos de hacernos la vida lo más agradable posible. No sé si será así, de todas formas. Quizás no pase de ser la visión un tanto bobalicona de un profe mayor. Yo añadiría que el simple hecho de verlas deambular por los pasillos, jóvenes, alegres, casi siempre de prisa, dicharacheras y cargadas de energía ya le alegra a uno la vida. Pero no lo voy a decir porque me dirán que es un comentario machista y que valoro en ellas más lo que aportan por ser chicas jóvenes que por ser investigadoras. Nada más lejos de mi perspectiva, ya dije antes que no sé qué haríamos sin ellas.

Pero tampoco dejo de pensar en cómo vivirán ellas su situación. ¿Cómo una lucha por la supervivencia? ¿Cómo una competición constante? ¿Cómo un sufrido noviciado en el que hay que tragar lo que te echen y poner buena cara aunque estés rabiosa? Y, qué pensarán de nosotros, los profes. ¿Dictadores, jefes a secas, amigos, colegas con los que desarrollar un trabajo, abuelotes a los que hay que ayudar y mimar un poco para que no se desorienten, pesadilla con la que hay que enfrentarse con paciencia cada mañana? ¿Nos odian, nos temen, nos admiran, nos quieren? En cualquier caso, es muy interesante esa combinación de generaciones diversas. Da mucho juego porque, aunque puede resultar explosiva, también puede ser enormemente entrañable y productiva.

Bueno, alguien puede preguntarse a qué viene ahora este canto a las becarias. Bien simple, hoy está de cumpleaños mi-nuestra becaria, María. Un gran día, espero, para ella. Después de tenerla durante un año y pico trabajando a 1 metro, de darle la lata constantemente con problemas de todo tipo (neuras, incluidas), bien se merece un homenaje. Y ningún homenaje más justo que reconocer todo el esfuerzo que diariamente hace para que las miles de cosas en que andamos metidos vayan adelante.Un beso, María y muchas felicidades.

lunes, febrero 12, 2007

El Gran Silencio

Tenía muchas ganas de ver esta película desde que me había hablado de ella un amigo valenciano. En Galicia ha durado poquísimo en las carteleras. Pero, finalmente, ayer pude ir a verla en Santiago de Compostela. Sacamos las entradas con dos horas de antelación ante la mirada incrédula de quien atendía la taquilla. Y no me extraña, al final éramos 6 personas en la sala y tres de ellas marcharon antes de que acabara.
Desde luego, es una película distinta a las otras. Primero porque dura tres horas. Después porque es una película técnicamente limitada (seguramente porque así lo quiso el propio director, Philip Gröning; quizás también porque la copia que estaban utilizando estuviera en malas condiciones: había momentos con rayas y manchas). Pero lo es, sobre todo, por el tema que trata: la vida en un monasterio cartujo, creo que alemán.
Repetición, ritmo. silencio es el subtítulo que figura en la publicidad. Y eso es justamente lo que sucede en el film. Frases, momentos, situaciones que se repiten una y otra vez. Una combinanción extraña entre inmovilidad (en las posturas, en los gestos) y movimiento (en las salidas y entradas de los monjes). Llama la atención que pese a la tranquilidad que transmite el ambiente, a veces da la impresión de verlos estresados, corriendo para llegar a los oficios con el campanero constantemente llamando con el reloj en la mano. Y sobre todo silencio. Un silencio de las personas pero orlado por múltiples sonidos de las cosas y las actividades. Sonidos, sobre todo, de las campanas.
He leido que es una película que está teniendo mucho éxito. Que llena los cines en los que se proyecta. No en Galicia, desde luego. Y no me extraña. Aunque el crítico Julio Rodríguez Chico ha escrito que ["No es una obra para un público indiscriminado, pero tampoco hay que entenderla como sólo apta para el creyente. Quien se acerque con la mente y el corazón abiertos y libres de prejuicios, se beneficiará de un clima de paz para encarar la vida, tendrá a su disposición una parte de la realidad –de eso se trata en el cine que busca algo más que la diversión–, y gozará de la puesta en escena austera y esencial que los grandes cineastas han perseguido en sus trayectorias artísticas. Su visión exige dejar fuera del cine las preocupaciones y agobios de la calle, y también renunciar a ruidos y tramas truculentas para dejar lugar al silencio y poder escuchar otras realidades."], no estoy tan seguro. Muchas de las cosas que allí suceden o aparecen (por ejemplo, los textos) sólo se pueden entender desde una determinada lógica. Fuera de ella sólo generan confusión.
Es difícil reflejar la vida de un monasterio y este film no lo consigue. Creo yo. Yo pasé un año completo en un contexto bastante similar a ése. No en un monasterio cartujo, sino en un noviciado pasionista. Y allí había mucho silencio pero también mucha vida. Una vida difícil de captar desde detrás de las puertas o con la camara situada a 60 metros de los monjes. En fin, no sé.
Pero hubo varias cosas que me llamaron mucho la atención en el film.
1) Los textos. Bellos en su expresión literaria, pero difíciles de entender desde una lógica racional. "Señor tú me has seducido y yo me he dejado seducir", uno de los que más se repite, suena fantástico pero es lo mismo que suelen decir los padres cuando protestan porque sus hijos se han enrolado en una secta: estos desgraciados han seducido a mi hijo/a y la hemos perdido.
2) La falta de crítica. Es una entrega total a una regla y a unas disposiciones en las que ellos mismos no tienen ni arte ni parte. Renuncia a uno mismo, se dice en el lenguaje religioso. Otro de los textos insistía en la necesidad de abandonar tus bienes si querías ser su discípulo. Eso se entiende mejor. pero esa renuncia a sí mismo y a toda crítica no me parece tan sana. Resulta graciosa la discusión sobre si deberían seguir manteniendo los grifos para lavarse las manos antes de entrar al oratorio. Sólo uno de los monjes discrepa. El resto se aferra a los símbolos: si perdemos los símbolos nos quedamos vacíos. Y eso que alguien atina bien con el sentido de los símbolos: lo importante no son los símbolos sino lo que significan.
3) La visión restrictiva de la vida. Esto fué lo que más me golpeó. Más aún porque es un mensaje que desde ciertos sectores religiosos se repite constantemente: sin fe en Dios, la vida carece de sentido. Lo dice el monje ciego en la conversación final. Y él está absolutamente convencido de lo que dice. No consigo entenderlo. No es mi caso, pero incluso sin fe (cada vez son más las personas que dicen no tenerla) la vida sigue teniendo mucho sentido. La vida es la vida, al margen de nuestras creencias. Y siempre merece la pena vivirla. La cuestión es que si algunos creyentes (los más preclaros, como en este caso los monjes) piensan que sin fe la vida carece de sentido, qué piensan de los que no tienen fe. ¿Creen quizás que están viviendo una vida sin sentido?

Demasiadas cosas para un film. Ya lo sé. Pero ha removido muchas cosas en mí. Quizás necesite volver sobre algunos de los temas. Lo siento.

miércoles, febrero 07, 2007

Gripando.

Estoy gripando, o gripado, o jodido que es lo mismo. Este año no pude vacunarme porque no conseguía echar fuera un resfriado peñazo y lo estoy purgando de veras. Ya me han advertido que la gripe de este año es muy puñetera, parace que se va pero queda. Se esconde y reaparece al menor cambio de tiempo. Justo lo más adecuado para este voluble invierno gallego. Un fastidio.

Lo peor es que te atonta, te deja sin reflejos. Estás tan pendiente de tu nariz manantial que el resto de las cosas se difuminan y no consigues controlarlas. Te embarullas con todo (como ya se está viendo en esta entrada del blog).

Pues eso, aquí me tienen postrado delante del ordenador. Haciendo como que trabajo. Dando mil vueltas a las cosas sin resolver ninguna (bueno, alguna sí). Y dudando sobre si seguir de esta guisa o mandarlo todo al carajo y marchar a casa y meterme en cama. Esto último me tienta más.

Hermosa profesión

Cuando alguien suele decirme que es psicólogo o psicóloga, suelo animarle diciendo que no se preocupe, que nadie es perfecto, que lo sé por experiencia. Pero hay veces en que uno puede enorgullecerse de serlo. O de que lo sean tus próximos (de los 4 que formamos nuestra familia, tres somos psicólogos, así que mayoría absoluta) .
Ayer fue uno de esos días. Mi hija apareció tarde y triste a la cena. Ella, psicóloga de la Asociación Española contra el Cáncer, trabaja en el Hospital atendiendo a niños con cáncer y a sus familias. Por lo visto, uno de los niños (2 añitos) que parecía que lograba superar la enfermedad, ha tenido una severa recaida y apenas van a poder hacer nada por salvarlo. Ella estaba muy identificada con él y con sus padres. El niño pasó más de un año en el hospital y estableció una relación muy cordial con ella. Estaba destrozada, por supuesto y sus emociones fluían a raudales con los ojos llenos de lágrimas. Tiene que ser terrible tener que asistir impotente a la acción destructiva de esos agentes invisibles y, ello, pese a la terapeútica tan agresiva a la que someten a los crios. Con lo cual es un doble dolor: verlos sufrir tan intensamente y tan inutilmente.
Pero pese a todo el dolor que ella sentía, se veía forzada a luchar, a la vez, contra sus sentimientos. Sabe que tiene que ser fuerte, controlarse para poder seguir prestando apoyo tanto al peque como a su familia. Y a los otros niños del servicio que igualmente necesitan de su atención. Es lo hermoso de una profesión en la tienes que buscar fortaleza en tu propia debilidad porque, probablemente, el mejor recurso que puedes ofrecer eres tú mismo. No se trata de aplicar técnicas o de acorazarte detrás del "personaje", del profesional. Allí estás tú con tus debilidades y fortalezas.
Fue una cena intensa. Como un temporal de emociones cruzadas. Una lucha entre posiciones racionales y emociones. Unas veces eran críticas a los padres y madres que se angustian y angustian a los que tienen a su lado por problemas menores (la pérdida del pelo, alguna cirujía menor, etc.). No son capaces, decía ella, de ver que hay niños en mucha peor situación a su lado. Uno no puede dejarse llevar por sentimientos destructivos, decía. Es inmoral en esas circunstancias. Hay que ver lo positivo de la situación para poder salir de la tendencia a dejarse llevar a la desesperación. Pero junto a ello, en el otro lado de las vivencias contradictorias, el deseo de dejarlo todo y pasarse a un ámbito profesional más relajado y menos implicativo. O la negación a convertirse en un profesional distante e impasible que no se mezcla con los problemas de la gente para no salir él mismo dañado.
Quizás porque yo, en este momento, lo veo desde fuera, pero uno se siente orgulloso de que ser psicólogo signifique también eso. Vivir intensamente lo que estás haciendo porque tiene que ver con las vidas de otras personas. Es lo hermoso de esta profesión, que no te deja indiferente. Menos aún, claro, si lo estás viviendo en una hija que lucha con sus propias emociones encontradas. Es probable que también ella necesite ayuda para poder afrontar estos periodos especialmente intensos. Pero pese a todo ello, de lo que estoy convencido es que está haciendo un trabajo magnífico. Y que, si yo fuera el padre del chavalín enfermo me encantaría tener a alguien como ella dispuesta a empatizar con mi dolor y, pese a su propia confusión interior, capaz de superarse para tratar de aliviar mi desesperación.

domingo, febrero 04, 2007

Relaciones de pareja

Hoy me ha dado por ir cerrando viejas libretas con notas. Yo llevo siempre conmigo una libreta a la que cariñosamente llamo la "libretica del alzheimer". Allí voy apuntando ideas, compromisos, contactos. En fín, todo aquello que quiero que no se me olvide. Bueno, pues hoy quería recuperar cosas de las libretas de los últimos meses y me he encontrado con estas anotaciones sobre las relaciones de pareja. Es un decálogo cojo. Querían ser diez recomendaciones pero se quedaron en 8. Quizás alguien pueda añadir dos más.

¿Podríamos llamarlas "reglas para que funcione la relación de pareja"? Resulta pretencioso y un pelín cursi, pero podría servir. Estas son mis reglas:

1) Si es un reproche, no lo digas (a menos que no puedas evitarlo).
2) No se pueden exigir los halagos, pero a todos nos sientan de maravilla, incluso los exagerados.
3) Hablar de la relación es bueno, pero solo en su justa medida y recordando siempre la regla nº 1. Obsesionarse mucho por analizarla y hablar de ello, puede convertirse en un pozo del que resulta muy difícil salir.
4) Para salir de un enfado se precisan conductas paradójicas, es decir, hacer justo lo contrario de lo que te sientes inclinado a hacer. pero no suele ser fácil.
5) Si tus expectativas no se cumplen es mejor modificarlas a exigir al otro que las satisfaga. Claro que si no se cumplen en absoluto, quizás sea necesario tomar decisiones de mayor embergadura (como dejarlo, por ejemplo).
6) Pensar, a veces, que el otro/a está "raro" es inevitable y, además, cómodo. Pensar que está raro porque me ve raro a mí es más difícil de aceptar pero suele resultar bastante cierto.
7) Cuando algo parece ir mal, preguntarle al otro/a "¿Qué te pasa hoy?" más que arreglar el problema suele empeorarlo. Hacer como que uno no se da cuenta y mostrarse más atento es mucho más terapeútico.
8) Esforzarse mucho por planificarlo todo no siempre hace que las cosas salgan mejor. A veces genera sensación de presión y agobio. Además, las cosas improvisadas tienen mucho encanto.

Me faltan dos más. Se aceptan propuestas.
Lo que sí puedo asegurar que las que he mencionado funcionan. Las he experimentado en mi propia carne y, aunque nada puede garantizar que las cosas vayan bien en una pareja (por eso de la impredicibilidad), ciertas cosas pueden ayudar. Al menos esa ha sido mi experiencia.

viernes, febrero 02, 2007

La cincuentena

Acabo de terminar la novelita de Vargas Llosa, La tía Julia y el escribidor. Muy interesante por el trabajadísimo lenguaje que utiliza el autor. Hay párrafos que se diría han sido elaborados con esa minuciosidad propia de los orfebres, cada adjetivo, cada estructura sintáctica parece surgir de un laboratorio donde se hubieran sopesado todas las alternativas para quedarse con la más rica, o la más chocante.

Tampoco la historia está mal y acaba envolviéndote en las aventuras y desventuras de un enamoramiento asimétrico. Tiene el encanto añadido de describir Lima con gran lujo de detalles.

Pero he de confesar que lo que la ha hecho más interesante han sido los textos de Camacho para sus radionovelas. Y esa coletilla permanente, al describir a sus personajes principales, de que estaban, como la ciencia lo había demostrado con solvencia, en lo mejor de su vida, la cincuentena.

jueves, febrero 01, 2007

De nuevo en el tajo.

A la gente le cuesta volver, o eso dicen. A mí me encanta volver. Sean cuales sean las características del viaje. Habría podido ser excelente, atractivo, feliz, como el que acabo de concluir. Pero siempre me gusta volver. Lo que no quita, desde luego, para que a los pocos días esté, de nuevo, deseando viajar. ¿Otra más de las contradicciones de mi mochila?

Pero me gusta mi casa, me gusta la universidad, me gusta la gente con la que estoy, me gusta el trabajo que hago (aunque lo disfrutaría más si lo tuviera mejor organizado), me gusta estar aquí. (Vaya, parece la canción esa del me gusta, me gusta...) Pero es verdad. Y eso que estoy deprimido.

Ya estamos de nuevo metidos en nuestro proyecto de investigación. Tendré que preparar los exámenes de este primer cuatrimestre y corregir los trabajos, terminar los 5 ó 6 artículos comprometidos, preparar las siguientes intervenciones (las primeras el próximo lunes y martes) y así sucesivamente.

Es decir, que he entrado de nuevo en el agobio de siempre pero esta vez con más alegría de la habitual. Veremos cuánto dura.