sábado, febrero 27, 2021

EL MIEDO

 



El miedo es esa hidra de cien cabezas que es capaz de abrazarte hasta estrangularte. Se va inoculando en tu interior, notas cómo va creciendo y ocupando tu organismo, cómo diluye tus huesos, cómo inunda tu alma. Y, al final, ya eres otro, un territorio ocupado por obsesiones y amenazas. El  miedo lleva a la ira, la ira lleva al odio y el odio al sufrimiento, le decía Yoda a Anakin en Star Wars. Y algo de eso debe haber.

El miedo forma parte de nuestra naturaleza. Incluso juega su papel en el instinto de conservación. El miedo anticipa el peligro y, sin él, probablemente no sobreviviríamos. Pero esa función sistémica está muy sobrepasada entre nosotros. Quizás, porque los peligros también han aumentado su presencia y su letalidad. O esa es la impresión que tenemos (la que nos inoculan, porque la sensación de peligro forma parte de la misma naturaleza que el miedo y actúa como su anticipo).

Es difícil no tener miedo en estos tiempos de pandemias. La del COVID, desde luego, pero también todas las otras pandemias menos circunstanciales, pero igual de eficaces: la violencia, los robos, la pobreza, la incapacidad, la infelicidad. Se diría que estamos rodeados de amenazas. Y por si otras sensaciones más tranquilas pudieran distraernos, ya se encargan la publicidad y los intereses comerciales de recordárnoslas cada día (¡qué cada día, cada pocos minutos!).  Es una pesadilla soportar en la radio, con una constancia machacona, los anuncios de las empresas de colocar alarmas exacerbando el miedo a que asalten u ocupen tu casa. Son anuncios insidiosos, hechos con voz intimista y, por ello, mucho más peligrosa.   Un amigo querido, Enrique Martínez, solía insistir en que todo esto de la violencia tiene mucho de negocio. El que haya violencia interesa a todos aquellos que viven de la seguridad. Y, por tanto, posee un fuerte componente de intereses comerciales. De ahí los anuncios y de ahí la constante referencia al peligro y el miedo. No sé si la cosa será tan dramática como Enrique la plantea, pero la verdad es que asusta ese círculo vicioso entre miedo e intereses, muy al estilo de lo que suelen hacer las mafias: primero te amenazan y luego te ofrecen su solución. El que programas y locutores a los que admiro llenen sus programas de este tipo de anuncios me sorprende y causa frustración.


 

De todas formas, el miedo tiene muchos orígenes y en todos ellos el recorrido es bastante similar: esa sensación de impotencia que se va apoderando de ti, que te convierte en objeto de conquista, en el pin pan pun de azares que te pueden destruir. Esa es la sensación a la que nos han conducido las pandemias. Le dicen “cansancio pandémico”, pero es un sofrito de elementos varios al que el miedo le da su punto de picante.

Claro que esa sensación que ya nos cuesta sobrellevar a los hipocondríacos, se está exacerbando en estos días finales (esperemos que sean realmente finales) de la COVID-19. No dejas de pensar “ya jodería que después de un año evitando el virus, nos contagiáramos ahora que faltan cuatro días para la vacuna”. Aquello de “llegar a la orilla y ahogar”. Y la verdad es que las últimas balas suelen ser las más peligrosas. Y las más humillantes. Quizás por eso, el miedo se redobla en esta época, al rebufo de esa sensación de peligro reforzada.

Y como esas profecías que se autocumplen, así hemos vivido estas últimas semanas. Primero te aparecen algunos síntomas raros (dolor de cabeza, descomposición, malestar indefinido) y saltan todas las alarmas. Obviamente, fin de semana, para enredarlo más. Carrera al ambulatorio (deambulatorio en este caso porque no sabes a quien acudir y vas de puerta en puerta), esperas intranquilas, consultas telefónicas y primeras pruebas de descarte. Salen bien, pero no quedas tranquilo y te mandan otras más contundentes que también sale bien. Crisis superada. Pero al poco, llegan los nietos y avisan del cole que la profe puediera estar contagiada. Otra vez en fin de semana, of course. Nuevos agobios, nuevo deambular, nuevas esperas y nuevas pruebas. Resultados negativos, otra vez. Pero el miedo ya está ahí, un poco más dentro y más insidioso. Y ganando terreno.

La cosa es que las balas suenan cada vez más cerca. Antes eran las noticias que te llegaban, los números de las estadísticas, los casos lejanos de los que te enterabas… pero ahora lo sientes a tu alrededor, en tu barriga, en cada sensación desconocida que surge en tu organismo. Es jodido luchar contra el miedo.

“Siento mucho miedo en ti”, acababa Yoda su perorata a Anakin en Star Wars. Pues sí. ¿Y cómo no, si comienza un nuevo fin de semana?