domingo, abril 25, 2010

Circo del Sol


Semana de resacas y dolores pero, también, semana de reconstrucción, de dejar reposar el duelo, de revivir. No está siendo fácil, ¿cómo podría serlo?, pero va adelante. A los poquitos.
Ha sido importante el mar, fíjate tú por dónde. El mar tranquiliza, parece que va a lo suyo pero tiene ese imán particular que hace que poco a poco vayas entrando en su terreno, en su lógica de idas y venidas pausadas. Es como un karma que se repite infinitamente y te va vaciando poco a poco el nido de avispas que llevas en la cabeza. Al final te quedas solo con las olas. Magnífico terapeuta el mar.
Pero esta entrada quiero dedicársela al Circo del Sol. Nos ha visitado en Santiago de Compostela de manos del Xacobeo 2010 y ha sido tanta la presión de espectadores que han tenido que ampliar dos días más las representaciones. 5 días a dos sesiones completas. Impresionante.
Hacía años que no iba al circo. De niño los adoraba, pero últimamente se han ido consumiendo en sus propias contradicciones (está mal visto lo de los animales, no se les permite asumir conductas de riesgo a los artistas, resultan demasiado caros los montajes, ahora ya ves en la Televisión cosas de magia, malabarismo o payasos que antes solo podías ver en el circo…). Total que, al final, nos quedamos sin poder disfrutar de aquella emoción que siempre provocaba el circo. Se hacían necesarios cambios profundos en la concepción y desarrollo de los espectáculos. Y eso es lo que ha hecho el Circo del Sol.
Venía precedido por tanta fama que, en seguida, se convirtió en la estrella de este Xacobeo. Las entradas muy caras y, pese a ello, inmensas solicitudes. La primera tanda de entradas por Internet se agotó en apenas unas horas. Nosotros tuvimos suerte de buscarlas nada más iniciarse la venta y conseguimos dos en segunda fila. Creí que buenísimas, aunque luego no lo fueron tanto. Quedaban muy laterales. Pero tenían la ventaja de que veías a los artistas, veías sus caras, sus gestos, sus muecas. Podías admirar la belleza de sus atuendos. Todo nos resultó muy próximo y alucinante.
Y qué decir del espectáculo SALTIMBANCO. Una auténtica maravilla. Sé que el Circo del Sol tiene otros mejores y, quizás, otras versiones de éste mismo también más ricas (cuesta creer que, actuando como actúan por todo el mundo, hayan venido a Santiago de Compostela sus mejores acróbatas y artistas). Pero no cabe duda de que quienes actuaron aquí eran buenísimos. El espectáculo en general fue extraordinario. Sales lleno de alegría y eso es ya suficiente.
Lo primero que te llama la atención es el enorme colorido de vestimentas y atrezzo. Todo muy bien conjuntado utilizando los colores del arco iris. Un festival de colores cada vez que el grupo aparecía en conjunto. Color y movimiento en una especie de danza caótica en la que no sabes muy bien hacia dónde mirar pues por todas partes hay estímulos atractivos. Y, también, luces y música en otra simbiosis espectacular. Al final acabas hipnotizado por esos cuatro elementos: el color, el sonido (con una banda actuando en directo más todos los sonidos grabados), el movimiento y la luz (capaz de crear ambientes mágicos).
Pero claro, un circo no es nada sin sus números. Por buena coreografía que tengas, lo que esperan los presentes es ver las maravillas que atletas y artistas bien entrenados son capaces de hacer. Al circo se va a soñar, a ver que cosas que para ti son impensables otros las saben hacer. Los números fueron maravillosos (y conste que soy consciente de que estoy repitiendo mucho esta palabra): los atletas subiendo por la barra fija vertical como si estuvieran haciendo una tontería, la pareja de gauchos boleadores (espectacular, y eso que yo ya había visto muchas veces ese ejercicio en Brasil, pero la mezcla de percusión, baile y bolas, me pareció especialmente bello), los saltos desde el balancín a la cima de la torre humana, las japonesas siamesas y sus increíbles equilibrios en el aire, los dos tipos y la fuerza de sus brazos (y de sus cervicales, el tipo que hacía de soporte debía tener las cervicales de hormigón, si no resulta imposible hacer lo que hacía), el ciclista, el mimo (su primer número, sobre todo, en su ahogamiento en el baño, realmente insuperable; el segundo, cuando sacó a un espectador me pareció un abuso). En fin, los números fueron excelentes. Tenía al lado a una señora que no paraba de exclamar “increíble”, “increíble”. Y la verdad lo era. Parecía mentira que se pudieran hacer cosas como aquellas. No puedes dejar de admirarte de la fuerza de los artistas, de lo mucho que deben entrenar, de cómo han sabido llegar a la perfección. Salimos discutiendo si incluso los dos fallos que tuvieron (la niña que debía saltar desde el balancín a una torre humana de tres pisos y la chica que movía ocho pelotas) no estarían ensayados y los harían a propósito para movernos a esa predisposición a animarla a que lo lograra y cuando lo hace los aplausos se multiplican.
En fin, maravillosas dos horas y pico de sueños y admiración, de sensaciones estéticas inenarrables y de humor. El circo sigue teniendo una magia que te atrapa.
Eso el sábado. Y el domingo nuevo espectáculo, esta vez en Coruña. El Slava’s snowshow protagonizado por el payaso ruso Slava Polunin que, curiosamente, trabajó también en el Circo del Sol dentro del espectáculo Alegría. Fue un show curioso. Nada que ver con el circo del día anterior (los recursos que utiliza son mucho más precarios), pero que llega también a emocionar, sobre todo por el juego de gestos y movimientos con los que son capaces de expresar infinitos sentimientos. Cada vez me gustan más los mimos. Los buenos, claro. Los de este espectáculo me parecieron excelentes.
El escenario de un teatro de provincias no da para muchos excesos coreográficos, pero Slava ha sabido superar esa limitación y convierte en escenario toda la sala. Te lanza un imponente tornado de papelitos de colores que simulan nieve, te envuelve en una especie de tela de araña, se distribuyen los payasos por la sala metiéndose con los espectadores, se convierten en directores de un coro global que somos todos (y hay que ver qué gustosamente se mete la gente en el papel; también mérito de ellos que con un simple gesto son capaces de implicarte), te manda globos enormes para que todos nos sintamos con ganas de empujarlos y participar en la fiesta (pobres los de los palcos y plateas porque ellos se quedaron sin esa parte del espectáculo). En fin, un espectáculo emotivo y bonito.
No se puede pedir más para un fin de semana. Y eso que aún nos falta la peli de hoy domingo. Pero todo se andará.
Y así, a los pocos, con estos pequeños chutes de emoción y fantasía uno hace como que se olvida de que ahora hace una semana el mundo se le vino abajo.

jueves, abril 22, 2010

Duele.


Otro día más sin él. Uno lo va aceptando pero cuesta mucho sacárselo de la cabeza. Sobre todo los pequeños detalles de las últimas semanas. Esa tensión con que todos vivíamos cada momento a la espera de sus peticiones ha hecho que se grabara a fuego cada minuto. Cama arriba, cama abajo, agua, besos, levantarle para que respirara, llevarle al sofá y luego de vuelta a la cama, sentarlo en la silla, cogerle las manos, hablarle de cosas, atender la medicación, ayudarle a comer, refrescarlo, lavarlo, cambiarlo, tantas cosas… Incluso los momentos malos eran momentos magníficos porque implicaban una intensa relación y comunión con él. Tenías que tener a cien tu nivel de concentración para saber interpretar lo que quería y, si no lo lograbas, para entretenerlo con otras cosas.
En fin, la cabeza ya se esfuerza porque entienda y acepte. Que fue lo mejor para él, que había llegado su hora y el organismo no daba para más, que la vida es así, que ahora está más tranquilo. No es difícil de entender. Pero la cabeza manda poco en estos momentos. Es el hígado el que se ha hecho con la situación. Y él es menos razonable y, además, no se siente bien. Anda la angustia revoloteando por sus terrenos como una cosa viscosa que lo va impregnando todo de desazón, de ardor. Y eso duele todo el pecho. Y no hay Almax que lo suavice. Ni que pare las arcadas de emoción que de vez en cuando surgen de dentro como las columnas de humo y ceniza que arroja el volcán de Islandia. En fin.
Convertir la angustia en sufrimiento, el sufrimiento en dolor, el dolor en recuerdo y el recuerdo en recuerdos. Ése es el proceso que debería seguir el duelo por la pérdida de un ser querido. O, al menos, así (o parecido) lo contaba un amigo en una situación similar. No son pasos fáciles de dar, sobre todo el de salir de la angustia, pero poco a poco lo consigues. Yo creo que la angustia era mayor antes de que sucediera que después. A mí, al menos, me pasó. Después vino el sufrimiento, el no poder dejar de llorar, el sentirte mal y con una desazón incontrolable que no sabrías situar en ningún sitio (no es que te duela algo) sino que te envuelve como esa niebla espesa y fría que se te mete en los huesos. También eso pasó, aunque algún episodio vuelve de vez en cuando. La cuestión ahora es cómo ir manejando el dolor y convertirlo en recuerdo. Un recuerdo lindo de lo que fue nuestra vida juntos, de los muchos momentos compartidos, de las sonrisas y los cariños. Será el arco iris de que la tormenta comienza a escampar. En ello estamos, aunque el hígado no es fácil de convencer. Él sólo repite que duele, que duele mucho. ¡Pobriño!

martes, abril 20, 2010

Adiós, papi


A mamá no le importa hablar de ella pero a él le aterraba la muerte. Cada vez que salía la conversación, huía de ella con angustia. Calculo que, de puro sociable, le resultaba insoportable la idea de la soledad eterna tras la muerte. Por eso nos dolió más todo el proceso, porque nos poníamos en su lugar y sentíamos lo mal que lo debía estar pasando al ver que se le iba acercando la hora de enfrentarse a ella. Quizás por eso, las últimas semanas conversaba en sueños con su hijo Javier que lo estaba esperando al otro lado de la vida. Así se lo dijo al médico: que hablaba mucho con él. Le pediría información de primera mano. Seguro que Javier nos tomará el relevo en cuidarlo. Volverán a recuperar aquellos años felices en que vivían juntos y se cuidaban mutuamente. Da seguridad saber que tienes a un hijo que te está esperando.
En cualquier caso, con miedo o sin él, llegó la hora de la despedida. Se agarró a la vida con uñas y dientes, hizo cuanto humanamente pudo hacer. ¡Pobrico! "Yo ya quiero andar, decía, pero es que no puedo". Y pese a todo su agotamiento, a nada que pudiera, jamás dejaba de hacer bicicleta estática, o pasear, o hacer gimnasia. Todo un ejemplo para nosotros que tenemos bastante menos voluntad que él. Quizás por eso vivió tanto y desafió cuantos informes médicos lo situaban en fases terminales. Ya nos habían dicho los médicos que llevaba viviendo 30 años de regalo (desde que a los 50 tuvo dos infartos y tuvieron que hacerle varios bypass), que disfrutáramos con él lo que le quedará. Pero así, a los poquitos, le fue quedando mucha vida. Y se esforzó en prolongarla cuanto pudo. Los últimos meses con un esfuerzo sobrehumano. ¡Se merecía un descanso!
Su muerte fue tranquila. O eso nos pareció. Quería morir en su casa y lo consiguió. Se armó de valor y pidió a los médicos que le dieran un permiso de fin de semana, como en la mili. Lo consiguió el Viernes por la tarde con la firme promesa de volver a la clínica el lunes por la mañana. Pero no pudo ser. Llegó a casa, se relajó, disfrutó de nuevo de su sofá, vio los toros de la Maestranza, cenó, charló con quienes le acompañaban y se acostó asustado, como siempre, de tener que afrontar la noche. A la madrugada las cosas ya se habían puesto mal y Ramón tuvo que llamar al 112. Mal pronóstico, le dijeron, puede ser cosa de horas. El nos avisó a todos y allá salimos. Nosotros desde Galicia, Michel de Barcelona, Rafa desde México, vía N.York . Llegamos a mediodía y así, aún tuvimos toda la tarde para estar con él. Se animó a los toros pero ya con los ojicos cerrados, oyendo sin más. Pero no estaba bien. Se acostó al rato y le estuvimos haciendo compañía. Seguía tranquilico; su único problema eran las flemas. Le faltaban las fuerzas para luchar contra ellas pero aún se animó a tomar el yogourt que le ofrecía Santi, paladeándolo con gusto. Y así pasamos la tarde, subiendo y bajando la cama, poniéndole a él de pie para que respirara mejor. Pero la respiración comenzó a hacerse más suave y entrecortada. Y así hasta la medianoche cuando ya Michel nos advirtió que la cosa se acababa. Cada vez apneas más largas con retornos casi mecánicos. Y de la última ya no volvió. En todo ese tiempo nos tuvo a su lado, dándole la mano, sorbiendo nuestra propia angustia y haciéndole sentir que estábamos allí. Su mujer, parte de sus hijos, algunos nietos. Fue terrible y pacífico, a la vez. Jamás había asistido a una muerte. Le tengo pánico a la muerte, seguramente herencia de él. Le tenía pánico a su muerte porque sentía que él se la tendría. Pero todo fue muy sencillo. Será un recuerdo agridulce que, seguramente, no olvidaré jamás. Ojalá la mía fuera así. Nos parecemos tanto en tantas cosas que ojalá también lo hagamos en eso.
¡Ay, papi, querido! Durante algunos momentos yo sentí que ya no estabas allí donde nosotros mirábamos. Me acordé de lo que cuentan de la luz al final de un túnel. Debiste estar caminando hacia esa luz toda esa tarde del sábado y sobre todo a la noche. Recordé también lo que cuentan algunos de que el alma sale del cuerpo y se pasea por la habitación observándolo todo desde arriba. Eso pensé que hacías ya hacia el final. Que tu espíritu había dejado el cuerpo y se había sentado, sin problemas ya de movilidad, encima del armario y desde allí nos observabas entre sorprendido y agradecido. Así que morirse era eso, debiste pensar. Y nos veías besarte, ocultar las lágrimas, acariciarte, mirar ansiosos tu ritmo de respiración. Desesperarnos. “Esto estaba durando mucho”, nos repetirías una vez más como para justificarte de habernos dado ese disgusto, “no puedo seguir dando tanta guerra, teniéndoos a todos pendientes de mí. Fijaos los pies de la Salo. Necesita descansar. Y yo también”. Y luego seguirías con una sonrisa nuestros afanes por vestirte de gala para tu gran fiesta. No fue fácil, ya viste. Con los nervios y las prisas te atamos mal la camisa y hubo que volver a empezar.
Después, supongo que habrás tenido que afrontar tu primera jornada en ese lado de allá. Y espero que nos acompañaras durante el día y medio de tanatorio. Ya verías que vino muchísima gente. Mucha gente te quería mucho. Igual que nosotros, muchos debieron sentir que perdían a una persona que había sido importante en sus vidas. Calculo que no te digo nada nuevo para ti si recuerdo que estrenaste el nuevo panteón. Iñaki ha hecho allí una obra de arte. Allí quedaste muy bien colocadito. A pocos metros de tu hijo al que todavía no hemos podido trasladar porque la ley no lo permite. Allí iremos a veros con frecuencia.
Espero que también acudieras al Funeral. Un abarrote de gente. Me alegró ver a los hijos e hijas de tus hermanos, nuestros primos. Nos vemos muy poco pero ya quedamos en que hemos de hacer alguna reunión de primos aunque tengamos que llevar un cartel que diga quién es cada cual y de qué familia procede. Eso de verse en los funerales es bonito pero resulta deprimente. En fin, allí había mucha mucha gente. De Tafalla,de Pamplona, de Saigós, de Zubiri, de tu pueblo. Lástima que yo soy bastante zote y conozco a poca gente, pero cualquiera de tus otros hijos te contaría con pelos y señales las muchas visitas. Siempre tuviste mucho gancho, papá. No es fácil saber cómo lo hacías. Como no has sido una persona importante (para nosotros sí, eh!)ni rico nadie se ha podido acercar a ti por interés o por sacarte algo. Así que tus amigos lo han sido siempre porque te querían. Has convertido la sencillez en sex-appeal y eso te ha hecho tan atractivo. Si hubiera que buscar historias edificantes de gente sencilla, tus hijos podríamos contar la tuya. A los 50 años, la vida te soltó un zurriagazo en forma de infarto y desde entonces hiciste de tu debilidad tu mayor fortaleza. Así, jugando a ser débil (menos en el mus, que ahí no perdonabas una), te has hecho fuerte y nos has ido seduciendo a todos. Fingías que precisabas ayuda nuestra pero, al final, eras tú quien nos la daba en pequeñas dosis. En fin, no he oído a nadie que hable mal de ti. Y no es amor de hijo. Algo habrás hecho. Yuna buena muestra era la muchísima gente que vino a despedirte.
Y qué, ¿te enteraste bien del texto que te leyó tu hija? Supongo que en esa otra dimensión en la que ahora estás no necesitéis los sonotones. Fue lindo, ¿no te pareció? Lo escribieron entre tus nietos y la Blanqui le puso el sentimiento. Y como saben que tú sabes que yo suelo contar estas cosas en el blog, me han pedido que te lo escriba por si te apetece leerlo en algún rato libre. Te lo pongo al final, papi.
Bueno, chico, pues esto es todo lo que te puedo contar. Como te puedes figurar, estamos todos con el corazón roto. Cada uno va buscando su propia estrategia para ir deshaciendo el nudo inmenso que nos ha quedado en el pecho. Estábamos todos tan centrados en ti que nos va a ser difícil recuperarnos. Tendremos que buscar un nuevo centro. Ahora le toca a mamá. Hasta ahora la hemos tenido un poco descuidada porque la prioridad eras tú. Tú jugabas a ser débil y ella suele jugar a ser fuerte. Pero ha pasado mucho durante estos años y ahora tampoco a ella le va a ser fácil superar tu ausencia. Así que, salvo que nos eche de casa a escobazos, nos va a tener a todos como moscas cojoneras rondando a su alrededor para mimarla un poco. Claro que ya te puedes figurar que no va a ser tarea fácil. Los Beraza no son fáciles de convencer, pero ya buscaremos el camino.
Adiós papí. Ya ves, a ti te daban Seguril para ayudarte a eliminar líquidos. Yo necesito este otro medicamento que es escribir para ir eliminando la angustia que he ido acumulando. Me gustará mucho seguir hablando contigo. Si me animo, lo haré a través del blog. Si no, ya buscaremos algún momento a solas tú y yo.. También eso lo necesito mucho.
Aquí abajo te pongo el texto que leyó la Blanqui. Un beso muy fuerte. Te quiero mucho.

Texto leído en el Funeral, al final de la Misa:
Hoy es un día difícil para todos nosotros. En esta familia no somos de despedidas sino de celebraciones. Así que nos resulta especialmente duro hacerlo hoy contigo, nuestro cabeza de familia y la figura Zabalza por excelencia.
Gracias a ti, hoy estamos aquí todos. Como siempre te ha gustado: unidos y apoyándonos en el de al lado.
A pesar de ser un momento tan triste, nos vienen a la cabeza mil recuerdos tuyos, cada uno de nosotros con sus propias vivencias contigo. Y todos, sin excepción, hemos tenido una sonrisa dedicada a ti. Son momentos fáciles para hablar bien de la persona de la que nos despedimos, pero siempre ha sido así contigo.
Nos has enseñado a querer, a luchar por lo que queremos, a mantener la cabeza alta. A los nietos, además, nos has enseñado a dormir en tus brazos, a saber lidiar con tus hijos y a adorar a la abuela aunque ninguno lo hayamos hecho como tú.
Siempre has dicho que conocerías a uno de tus hijos o nietos entre 100 bebés. ¿Será porque llevamos tus genes antes de nacer?
De alguna forma, nos sentimos alegres por el final que has tenido. Muy a tu estilo, sin llamar la atención, sin quejarte. Y, además, como siempre has querido, en tu casa y rodeado de los tuyos.
Hoy, las personas que estamos aquí y otras muchas que, sin estarlo, comparten nuestros sentimientos queremos decirte ADIÓS, con sencillez, a tu estilo.
ADIÓS papá, abuelo, amigo. Que descanses en paz mientras sigues velando nuestras vidas desde ese otro lado de la existencia. Dale, también, un beso muy fuerte a Javier. Os queremos mucho a los dos. Ya lo sabéis.
….
Gracias a todos los que nos acompañáis en este momento. De parte de nuestra madre, de mis hermanos y sus esposas e hijos y de toda la familia. Mil gracias, también, de parte de él. Seguro que nos estará observando con una sonrisa.
Muchas gracias a todos. Eskerrik asko.

Dramática despedida




Todo en los tanatorios resulta dramático. Al menos, si tu presencia en ellos es de familiar del difunto. Primero porque él está allí y eso te llena el alma de angustia. Aquella persona que había formado parte de tu vida, que vivía contigo, que lo compartíais todo, está allí pero ya no está. Es y no es. Lo miras y vives y sientes y hablas con él como si estuviera pero lloras amargamente porque no está. Una presencia ausente desgarradora.
Y eso que ahora las funerarias hacen un papel espectacular. Y allí estaba papá con su cuerpo de siempre, mejor que siempre. Tranquilo, sosegado. Sin aquella respiración renqueante, sin aquellas flemas imposibles, sin el mal temple. Se le veía relajado, como quien ha acabado ya su trabajo y puede tomarse un respiro. Guapo.
Y en esos ratos infinitos en que solo quieres mirarle, te daba tiempo a pensar en los miles de detalles que habías vivido junto a él en los últimos tiempos. Mirabas sus ojos y te acordabas de las legañas que cada mañana le limpiabas y de las gotas de lacrimales de la mañana y de la noche. Mirabas sus orejas y recordabas los audífonos que debías colocarle y que había que guardar sin dejar las pilas puestas. Mirabas su cara y recordabas los cuidados de Raquel con su piel, y los afeitados que todos le hacíamos, o los cortes de pelo de la Blanqui. Y sus labios que había que humedecer de vez en cuando. Y sus manos, una sobre otra, esperando que en cualquier momento pudiera dar unas palmadas para llamarnos la atención, o que hiciera alguno de los gestos que poco a poco fuimos aprendiendo a entender: subir la cama, bajar la cama, darle agua, subirle a él, buscar la flema o simplemente, cogerle la mano. Tenía razón Santi cuando decía que, al final, lo que quedará en el recuerdo son “las cosicas que hemos ido haciendo por él”. En nuestro recuerdo y en el suyo. Y no son malos recuerdos. La verdad es que, incluso sabiendo que nos acercábamos al final, estos últimos meses nos han hecho más felices. Nos hemos podido sentir más esposa, más hijos y más nietos. Más suyos.
Por eso, quizás nos ha costado, nos está costando, tanto separarnos. Habíamos tenido mucha vida juntos. Se entregó a nosotros en cuerpo y alma y creo que lo hicimos bien. Al menos, hicimos todo lo que supimos hacer.
Pero los tanatorios son una inmisericorde cura de realidad. Las rutinas deben ser bastante similares en todos los casos. Gente que entra y que sale. Algunos que lloran desconsolados, otros que comentan con las visitas, otros que luchan con sus propios fantasmas. Pero ya no caben fantasías, no hay vuelta atrás. Él está allí detrás de un cristal. Pero ya no está. Y con su tranquilidad, con esa cara serena, con esa paz de quien ya superó todas las penas te está pidiendo que hagas tú lo mismo, que lo aceptes así y lo dejes descansar.
Pero es inútil, no puedes. El cuerpo que está allí y las imágenes que tu guardas en tu interior hacen un collage que trasciende la frialdad de la sala. Y acabas hablando en simultáneo con su cuerpo y tus recuerdos. Y las emociones explotan de nuevo. Y así una y otra vez hasta el beso gélido de la despedida. Dios mío, ¡que frío es el frío de la muerte!

Se nos fue.


¡Papá murió, ven!, fue lo único que supe decir entre lágrimas a mis hermanos. ¡Qué simple suena el decirlo pero qué tortuoso es el vivirlo! Con los ojos enrojecidos, hemos cantado tantas veces aquello de que “cuando un amigo se va, algo se muere en el alma…”. ¿Qué decir cuando quien se va es tu padre? Llevábamos meses luchando a tirones con la enfermedad y el desgate. Sabíamos que teníamos la partida perdida, pero no nos importó nada. Se trataba de no pensar en mañana y alegrarse de que cada día amaneciera aunque fuera tras una noche de perros. Era nuestro premio. Y el suyo. Algo que vivíamos como una victoria infinita. Y así, día a día durante meses. Como en esas batallas en las que el enemigo siempre ataca de noche y llegar vivo al amanecer ya es en sí una victoria. Y después disfrutas el día, más tranquilo y gratificante. El día era la luz, la compañía, las sonrisas, los mimos. Otra vez la vida. Seguíamos teniendo padre, marido, abuelo. Ya era mucho. Y ahora, en la medianoche (¡cómo no!) del sábado 17, todo se acabó para siempre. Cuesta creérselo. Han desaparecido las noches de infierno. Y eso lo agradeces. Pero también han desaparecido los días y su presencia llena de demandas pero también de cariño. Al final, acababa llenándolo todo, teniéndonos a todos encandilados, dispuestos a no perder su más mínimo gesto. Su debilidad lo convirtió en el gran protagonista de nuestras vidas. Y ahora, sin él, solo queda un gran vacío, un agujero negro inmenso y amenazante Mucha pena interior. Y una gran soledad.

lunes, abril 12, 2010

Otras lecciones.


Está uno tan acostumbrado a las lecciones que da como profesor que, con frecuencia, se olvida de las que él mismo recibe como persona. No hace mucho, en una conversación en grupo, alguien contaba que en el último año todo lo que hacía era atender a una tía aquejada de una dura enfermedad. Pobre, le decíamos, ni vive ella (bien, se supone) ni lo haces tú. Pensando en frío, hasta le hubiera sido mejor evitarse esa parte final de su vida. Quizás, nos decía él. Desde luego hubiera sufrido menos, pero llevo un tiempo pensando que esta parte de su vida tiene menos que ver con ella que conmigo. Quizás ella hubiera ganado, pero yo habría perdido todo el cúmulo de experiencias (de lecciones, decía él) que he ido aprendiendo durante este tiempo.
No le entendí entonces pero, a día de hoy, no carece de sentido. O al menos ésa es la sensación que yo tengo. La enfermedad de papá nos va sometiendo a todos, o al menos a mí, a una serie de pruebas que te van poniendo al límite. Cada día es una nueva vuelta de rosca, una nueva lección. Y no de esas que en las que basta con escuchar y quedarte con alguna cosilla. Estas son lecciones-prueba en las que aprendes sobre ti mismo y sobre tus propias debilidades y miedos, tus contradicciones, tu mundo oscuro.
Otros amigos y amigas que ya han pasado por esos trances lo cuentan sólo de pasada. Supongo que ellos y ellas también lo llevan mal. Pero daría igual que fueran más explícitos. El campo de batalla está dentro de uno mismo y sólo allí es donde las cosas adquieren su sentido. Por eso debe ser que cada uno damos esos pasos de manera muy diversa y sintiéndonos mejor o peor según cada quien.
Lo que yo voy sintiendo es que cada nuevo paso es una nueva vuelta de rosca. Cada una de ellas más difícil que la anterior. Y todas ellas en una escalada que no para. Cuando piensas que tienes la situación controlada, que ya sabes lo que has de hacer y sabes hacerlo sin agobiarte en exceso aparece algo nuevo que te desafía y, a veces, te desfonda. ¡Visto desde la distancia qué fácil era el acompañar a papá cuando salía a caminar! Acomodabas tus pasos a los suyos, recorrías sus caminos, disfrutabas de las conversaciones con él y de sus comentarios, charlabas con sus amigos. Luego cuando hubo que pautar sus medicamentos o vigilarlo mientras dormía por si pedía algo, también fue fácil. A veces tosía o pedía agua. Fácil y agradable. Y poco a poco, a medida que él iba dejando de hacer cosas, nos teníamos que enfrentar a tareas cada vez más personales, más complicadas, no tanto en la tarea en sí cuando en lo que esas tareas tenías de componente afectivo. Afeitarle, vestirle, ducharle, ayudarle en sus necesidades básicas. Cada paso ha supuesto tener que enfrentarme a mis propios fantasmas. Cada paso una vuelta de tuerca. Me admiraba con qué facilidad lo hacían los demás y cómo para mí resultaba un proceso penoso. Del que, sin embargo, de ninguna manera hubiera querido quedarme al margen. Muy al contrario, lo valoro como esas lecciones básicas que todos tenemos que aprender.
Pero de todas ellas, la última ha sido la más difícil. La que más me ha hecho llorar de impotencia: no entenderle, no saber lo que me quería decir, lo que me estaba pidiendo. En la cama de al lado del hospital había otro padre con su hijo en situación bien parecida. Pero él, el hijo, se cortaba menos: “no te entiendo, majo, le decía. Ya lo siento”. Y se quedaban ambos tranquilos. O eso me parecía. Todo lo contrario que me pasaba a mí. Me llamaba con las manos, me susurraba cosas ininteligibles que yo intentaba imaginar qué eran. Deshojaba la margarita de todas las posibilidades. Primero intentaba repetir yo lo que suponía que él estaba diciendo pero no lograba aclararme. Después comenzaba una carrera frenética, le daba agua, le movía la cama, le movía a él, le refrescaba la cara… a ver si era alguna de esas cosas las que me pedía. Pero casi nunca acertaba y en sus ojos notaba su desesperación. Y si él pudiera verme, notaría también la mía. Lo cual, desde luego, no nos ayudaría a ninguno de los dos. Además, como estaba medio dormido, ni siquiera las cosas que ya sabía hacer bien de aprendizajes anteriores me salían bien: darle el desayuno, la medicación, levantarle, etc.
Otra vuelta de tuerca que te va agobiando. Al final acabamos consensuando una especie de conversación de signos. Me decía con la mano lo que quería (cosas simples, claro) y así ya fue más fácil.
En fin, son esas lecciones que uno va aprendiendo. Aprendes, sobre todo, a ser humilde. Vamos tan sobrados en otros terrenos que cuesta la leche asumir situaciones que necesitas resolver bien porque son tan importantes para ti pero que no eres capaz de hacerlo.
Y a todas estas, llega a sustituirme a la hora de la comida mi hermano Ramón y, al poco rato, me entero que ya lo ha espabilado, lo ha sentado en la silla y lo saca a pasear. Y allí me los he encontrado a media tarde, charlando en la sala colectiva, viendo la televisión. Yo comiéndome el coco toda la mañana y él, con menos rollos macabeos, resolviendo la situación. ¡Para matarlo! Otra lección más. Ésta en plan bofetón.

lunes, abril 05, 2010

Mal temple


Querido blog, te necesito. Querría callar pero no me está sentando bien. Mal asunto éste de la angustia acompañándote cada día y ahogando cualquier resquicio de esperanza. Mi amigo Luis me lo decía en los paseos terapéuticos por Playa Jandía: la angustia lo jode todo, ni siquiera podrás estar triste, te agarra como esos bichos pegajosos de los films de terror y te eterniza en la desazón y el vacío. Nada sirve de nada y los apoyos que estás habituado a emplear en los malos momentos resultan inútiles. Solo queda chapotear en tu propio vacío y tratar de no ahogarte en los reflujos de amargura que van llegando a cada poco. Cuando él se siente muy mal dice que tiene “mal temple”. Así estoy yo, con muy mal temple.

Ha sido una Semana Santa terrible, como lo fue la cuaresma que le antecedió y los meses que precedieron. La certeza de que todo se acaba es como un pájaro carpintero que picotea incansable ensañándose en tu cerebro. Vives al rebufo de los acontecimientos, temiendo siempre una llamada telefónica, viviendo con un dramatismo injustificado cada momento.

Y, sin embargo, incluso así, también en este tsunami de angustia ha habido momentos en que lucía el arco iris: charlábamos con él, lo veíamos pasear, jugábamos a las cartas, hablábamos. La noche apretaba hasta casi ahogar, pero llegaba el día y todo parecía más amable y, a ratos, podías incluso sonreír, hacer planes, engañarte.

Y hoy regresando una vez más a casa, me dejaba llevar por la música que sonaba en la radio del coche. Ni idea de quién cantaba, pero la letra me iba golpeando. “Romper el silencio”, decía la canción. Y yo lo sentía como un reproche. No quiero hablar, no tengo ganas de contar nada y menos aún de bucear en mí mismo. “Romper el silencio” insistía la radio. Y tuve que aceptarlo. Quizás no sea malo, pensé. Y por eso he vuelto al blog. Y había más, “y si fuera capaz de mirarte y decir lo que siento”. Y de nuevo atinaba en la fibra sensible. Lo he pensado tantas veces sentado junto a él, cogiéndole de la mano que él estrecha gustoso, abrazado a él para sostenerle, para que dé unos pasos. Si pudiera mirarte papá y decir lo que siento. Supongo que me mirarías extrañado y quizás te asustarías. Pero la canción seguía impasible a mis lágrimas:” Si pudiera tenerte más tiempo, del tiempo que tengo. Si sólo fuera capaz de romper el silencio y detenerte en el tiempo”. No sé qué decir, no sabía quienes cantaban, pero era justo eso lo que más desearía en el mundo, tenerte más tiempo del tiempo que nos queda, detenerte en el tiempo.
Lo siento, querido blog. He pasado mucho tiempo en silencio. No ha sido culpa tuya, aunque cada vez me da más miedo asomarme a tu ventana. Pero eres un buen amigo, complaciente y comprensivo. Me hace bien contarte cosas. Tengo muchas cosas que contarte, algunas más optimistas. Pero tengo mucha angustia acumulada y necesito dejarla ir. Discúlpame.




PD.Luego he sabido que esa hermosa canción es del grupo Efecto Mariposa y se titula 10 minutos. Hermosa de veras.

Letra de la canción

La calle está vacía
hay lluvia en el cristal
la tarde es tan fría
y no te veo pasar
yo te espero y te espero
y desespero en tu ausencia

Quisiera tocarte
acercarme un poco más
pero se que estás tan lejos
al verte pasar
en tan sólo diez minutos
nuestra historia que empieza
se acaba...


Y si fuera capaz de mirarte
y decir lo que siento.
Si pudiera tenerte más tiempo
del tiempo que tengo.
Si pudieras venir a mi lado
tan sólo un momento.
Si sólo fuera capaz
de romper el silencio
y detenerte en el tiempo.

Quisiera descubrirte
estar donde tú estás
mirar desde tus ojos
poder ir donde tú vas
en mi torre te espero
y desespero en tu ausencia.

Porque eres la razón de mi ser
mi anhelo, mi perder, mi destino
ahora sólo vuelve, quédate
diez minutos conmigo, conmigo...


Y si fuera capaz de mirarte
y decir lo que siento.
Si pudiera tenerte más tiempo
del tiempo que tengo.
Si pudieras venir a mi lado
tan sólo un momento.
Si sólo fuera capaz
de romper el silencio
y detenerte en el tiempo.


Y si fuera capaz de mirarte
y decir lo que siento.
Si pudiera tenerte más tiempo
del tiempo que tengo.
Si pudieras venir a mi lado
tan sólo un momento.
Si sólo fuera capaz
de romper el silencio


Y si fuera capaz de mirarte
y decir lo que siento.
Si pudiera tenerte más tiempo
del tiempo que tengo.
Si pudieras venir a mi lado
tan sólo un momento.
Si sólo fuera capaz
de romper el silencio
y detenerte en el tiempo.