martes, enero 29, 2008

Más Guelfenbein


Antes de que pierda mis anotaciones quería completar el repaso a la novela de Carla Guelfenbein y sus textos sobre diversos asuntos. Ya decía en la entrada anterior que trata temas muy sugestivos y de una forma que te sorprende por su acierto u originalidad. Ahí van algunas de las perlas que me encontré.

Amistad
(Sobre la lealtad) “Evoqué las múltiples conversaciones que habíamos tenido sobre este tema. Era una cuestión que a él lo obsesionaba. Con el tiempo se había vuelto parte de nuestro vocabulario, y el entendimiento mutuo de lo que significaba había constituido uno de los pilares de nuestro vínculo. Recordé que habíamos llegado juntos a la conclusión de que la lealtad estaba incluso por encima de la verdad. Esta última podía estar supeditada a la experiencia de cada uno, a los requerimientos de un tipo más elevado de integridad; en cambio, la lealtad- pensábamos- era inequívoca” (p.165). Hace no mucho mencionaba yo en un debate con mis colegas del área una idea similar para describir lo que suele pasar en las oposiciones (entre la amistad y la justicia escojo la amistad) y me llovieron, justamente, las críticas. Pero es un dilema que está ahí y que resulta muy difícil superar. O no, pero entonces la solución no es la correcta.

Presente y futuro.
(Theo) “Estoy seguro de que cada momento contiene los momentos futuros, sólo que no podemos descifrarlos. Es al mirar atrás cuando la composición oculta de las cosas se hace patente, y en ese instante nos decimos que todo ha ocurrido de la forma que tenía que ocurrir. Un ojo más atento, un ojo capaz de ver a través de lo invisible, hubiera percibido las señas” (p.19).
(Clara) “Si pudiera saber cuál es el secreto que hace de este momento lo que es, entonces podría reproducirlo cuando quisiera. Podría cerrar los ojos y decir: ¡ahora!”(p.48)
(Bernard, un editor) “Theo querido, detrás de todas las cosas, incluso las más insustanciales, hay una historia, premisa número uno si quieres escribir
” (p.132)

Gente de la universidad
(Clara) “No soy una de ellos, ni quiero serlo. Los conozco. Crecen en la universidad, en las bibliotecas, se alimentan de creencias, de discursos, de anécdotas, se marchitan cuando la duda los alcanza, florecen cuando unos ojos admirados se posan en ellos, se exaltan cuando al encontrarse con sus pares desenfundan sus sables y despliegan sus destrezas. Experimentan el máximo regocijo confirmando lo que ya saben, o atrapando un nuevo matiz que atesoran satisfechos en un cajón de su cabeza. Me alejo de ellos, me alejo de sus peroratas, de sus libros arrimados a los rincones, de sus batallas” (p. 49). Me cae bien esta Guelfenbein, pero con seguridad también ella es profesora de universidad. Es imposible, si no, tanta clarividencia. Lo vive desde dentro.

Creer
(Clara) “Yo los veía, a mi padre y a mi madre, parecían felices. Una felicidad que se expandía, volviéndolos parte de algo más grande que ellos mismos. Creer es, tal vez, el gesto más noble y también el más pueril. Ellos creían. Creían que un mundo más justo era posible y estaban dispuestos a demostrarlo” (p.78)

La melancolía
(Antonio respondiendo a un comentario de Clara sobre su aire taciturno y distante) “-¿Has oído la pregunta retórica número treinta y tres de Aristóteles? Dice así: ¿por qué todo ser excepcional es melancólico?”(p.96) Mira, no la conocía. Pero me ha venido a mí para no agobiarme más con estos últimos periodos más melancólicos.

La conversación
(Theo hablando con un editor) “Yo hacía esfuerzos colosales para que mi conversación no se volviera insulsa pero tampoco impertinente, los dos acantilados por donde suele despeñarse la ignorancia” (p.108)

La soledad
(Theo) “Un amigo poeta de las Islas Canarias dice que la soledad es siempre una ventana que mira un árbol. La soledad es siempre un hombre en un hotel que mira por la ventana, lo hubiera rectificado de haber tenido el entusiasmo necesario para tomar el teléfono y llamarlo a Tenerife” (p.209). Estoy absolutamente de acuerdo. Hasta podría llamarle yo al poeta y decírselo.

La muerte
(Theo hablando de la depresión de Clara tras la muerte del amigo) “La muerte tiene eso: se instala entre los vivos y trastoca nuestras existencias, se desliza en nuestras mentes y desata las alimañas de la infancia” (p.212).

La verdad y sus diversas perspectivas
(Theo decidiendo escribir un libro contando la historia de su amistad) “Aún cuando usara todos mis recursos para ajustarme a la verdad, nada de lo que dijera sería la versión oficial de los hechos, puesto que tal cosas no existía; lo ocurrido había sido largamente procesado por mis sentimientos y fantasmas. Asimismo, no estaba en absoluto seguro de poder distinguir lo imaginado de lo vivido. Sobre todo, tenía la certeza de que el pasado era un material dúctil y que al tocarlo se transformaría” (p.223)

Las palabras
(Theo justificando el haber escrito su historia) “Luego hablé de Clara, imaginando que ella me lo reprocharía. Pero ya no estaba dispuesto a dejar que los silencios hicieran de los momentos un cúmulo de cenizas. Había aprendido muchas cosas ese año viviendo con mi hija Sophie y escribiendo, y tal vez lo más importante había sido el valor de las palabras. Nombrar las cosas no era ya un acto de debilidad; por el contrario, representaba una muestra de entereza” (p. 247). Eso siento yo también con el blog. A veces dudas si deberías escribir sobre cuestiones personales pero cuando lo haces te sientes bien, como liberado, más dueño de ti mismo. Es el valor de las palabras.

Conocer al otro
(Theo al leer el diario personal que le había entregado Clara para que conociera su versión de la historia) “En algún momento me di cuenta de que ya no buscaba entender. Ninguna señal me conduciría a su alma, porque las señales son infinitas y van cambiando, y no hay intimidad, ni siquiera ésta, que permita a un ser tocar el espacio único y solitario del otro” (p.267)

Bueno, ya está bien. La Guelfenbein me va a demandar por plagio, por uso abusivo de sus propios textos. Bueno a esto se le llama ahora intertextualidad. Solo puedo justificarme diciendo que ha sido por puro placer intelectual con las cosas que ella escribe. Y qué mejor que intentar compartir aquello que nos ha gustado. A mí me ha gustado mucho, la verdad, esta “mujer de mi vida”.

Por cierto, he podido comprobar que Carla Guelfenbein es chilena y que estudió Biología en Inglaterra donde estuvo exiliada. De ahí que conoce tan bien ambos ambientes. No es esta su primera novela. También escribió “El revés del alma”. Pero es en ésta donde ha querido meterse en la piel de los hombres. Quería mirar el mundo desde la otra orilla, la masculina . Y se dio cuenta de que conocía el mundo masculino mucho más de lo que ella pensaba y mucho más de lo que los hombres piensan que pueda llegar a conocerlos una mujer. Y es cierto.

domingo, enero 27, 2008

La mujer de mi vida.


Domingo por la tarde. Mi día de cine y relax familiar. Pero hoy no va a poder ser. Estoy en La Rábida (Huelva), rodeado de historia colombina (de aquí salió Colón rumbo a las Américas) y del estruendo de miles de palomos en celo que intentan seducir a sus esquivas compañeras. Mañana comienza un curso en la UNIA (Universidad Iberoamericana de Andalucía) que, teóricamente, dirijo y me tocará inaugurarlo.
No hay cine pero aprovecharé para comentar la novela que acabo de terminar y que me ha dejado un magnífico retrogusto, como sucede con los buenos vinos. Ya contaba ayer que pregunté en Chile por novelistas interesantes del país y me recomendaron esta novela de Carla Guelfenbein, “La mujer de mi vida”. Y la verdad, merece la pena leerla. Me encantan los textos con frases o textos de esos que tú dices, ¡hay que ver qué bien expresa esta idea!. También cuando ves que da en el clavo de sentimientos o situaciones que tú has vivido pero eres incapaz de explicarlas con esa claridad. Cuando me encuentro con esos textos doblo la esquena inferior de la página. Para no olvidarme y poder volver sobre ellos. Para copiarlos. No sé, para disfrutarlos de nuevo. Bueno, pues esta novela parece un acordeon, ahora que la he acabado. Son tantas las páginas dobladas…

Cuenta una historia preciosa de amores y desconsuelos entre dos hombres y una mujer. Antonio y Clara son exiliados refugiados en Inglaterra pero que vuelven a su Chile natal. Theo es inglés y aparece como el narrador de la historia. Ésa es una de las claves de esta historia, que su autora la narra a través de la visión y las palabras de un hombre.Un cruce de sensibilidades quela dota de una personalidad muy atractiva, sobre todo en lo que se refiere al trato con las mujeres. Y junto a ese mérito el de tocar muchos asuntos interesantes (la amistas, la soledad, la melancolía, la muerte, las palabras, el compromiso político, etc.) e ir dejando, en cada uno de ellos, frases e ideas que te hacen pensar, que te llevan a identificarte con ellas o negarlas. En todo caso no te dejan indiferente. Es mucho más que una narración. Es como si quisiera sentar doctrina sobre los asuntos que van apareciendo. Y, a mi manera de ver, el resultado es fascinante.

Haría demasiado larga esta entrada recoger aquí esas frases interesantes y comentarlas. Las iré comentando a los pocos. Pero no puedo dejar de recoger hoy algunas sobre las relaciones hombre-mujer que me parecen estupendas. Tengo que decir, que ambos, Theo y Antonio (amigos íntimos entre sí) están enamorados o algo parecido de Clara.
La proximidad de una mujer, cuenta Theo de una de sus primeras citas, siempre me intimidó; especialmente en aquellos momentos preliminares, cuando todo puede suceder, o nada, cuando no sé con exactitud qué espera ella de mí, cuál será el instante preciso para acercarme, incluso si esto es posible, o tan sólo una ilusión provocada por mi deseo”(p.69). ¿Quién no ha sentido alguna vez esa desazón, el dilema entre pasarse y quedarse corto, entre resultar patético o simplemente idiota?
Quise dormir con ella, pero también derpertarme a su lado; según creía en ese entonces, lo que distingue al sexo del amor”(p.74)
(Después de un tiempo sin verla, ella le había llamado a casa cuando él, Theo, no estaba) “En vez de abordar el tema de una forma erudita y lógica mis cavilaciones se reducían a estrategias para conquistarla. Si había algo que no debía hacer cuando la viera, era mencionarle mis padecimientos por ella. No hay mejor manera de alejar a alguien que exacerbando sus sentimientos de culpa. De hecho, ésta era una de las contadas premisas básicas con que a esa edad lograba vencer las dificultades básicas. Había adquirido la mayoría de estas premisas de las chicas del colegio, de las películas y de la literatura erótica. Sin embargo, las cosas estaban cambiando.Empezaba a somarse la idea de que para lograr algún tipo de relación con el género femenino había que ser vulnerable, comunicativo, hacer preguntas, pero no de esa forma que aprendí en mi temprana adolescencia, esa curiosidad superficial y utilitaria que usaba con el fin de conseguir sexo. No, había que plantear interrogantes que revelaran la comprensión que poseías del alma femenina. Al mismo tiempo, había que escuchar de una forma adecuada, en un estado de fragilidad y apertura que te permitiera sentir al otro. Pero había algo que no cuajaba. Ser vulnerable no es parte del registro masculino, y al no serlo, no estimulaba las hormonas femeninas que producen el enlace. En este escenario tenías dos opciones: te pasabas la noche conversando de forma abierta con una mujer y te quedabas con las ganas, o te volvías misterioso y lacónico y entonces tenías sexo”(p. 109-110). No sólo es gracioso el ver de dónde saca sus ideas (yo me sé de alguno que utiliza fuentes bastante parecidas) sino cómo da en el clavo. Que levante la mano aquel a quien no le suene esa música. La alternativa entre hablar o hacer el amor debe ser uno de los dilemas más universales de las relaciones de pareja, da lo mismo que sean esporádicas o estables. Pena que la Guelfenbein no nos dé alguna sugerencia para resolverlo.
(Aquí es Clara la que cuenta sus sentimientos en su diario) “Fue Antonio quien impuso el escepticismo. No fue algo repentino, me fue persuadiendo poco a poco de que el amor no sólo es imposible, sino también inutil. Las pasiones, tarde o temprano, mueren, y cuando eso ocurre surgen el resentimiento y la rabia. Amigos, siempre amigos, jugando al juego del desencuentro, evitando los peligros de una relación adulta. Fue una forma de supervivencia la que él me inculcó. De mi mirada siempre atenta se nutrió su fuerza, y de la necesidad que tiene él de mí se sostuvo la mía” (p.135). Aunque sea revelar el misterio de la novela hay que decir que ni siquiera ellos lo consiguieron. Es fácil deslizarse de la posición de amigos a la de amantes pero difícil dar marcha atrás. Es ése temor el que asusta. Por eso hay pocas rupturas que se libren de ese resentimiento y rabia.

(Theo sentado en un sillón con Clara después de mucho tiempo separados) “Pensé en lo esquiva que puede ser la intimidad. Con frecuencia, la mentamos cuando no está presente. Porque la intimidad no es esa incontinencia verbal o física que, a veces, se apodera de nosotros cuando creemos haber encontrado en el camino a alguien digno de nuestras confesiones o de nuestra pasión. La auténtica es escurridiza y escasa, se manifiesta en el cuerpo como un calor pacífico, placentero y provoca una ilusión de permanencia. Clara y yo en la penumbra, entregados a nuestros pensamientos, no la experimentábamos de ninguna forma. Por el contrario, estoy seguro de que ella se sentía tan lejos de mí como yo de ella”(p.185)

Este último texto que citaré me pareció fantástico. Bien merece que de él haya salido el título de la novela. Preciosa contraposición entre la fantasía y la realidad.
(Theo en un momento en que Clara, que está pasando por una profunda crisis, trata de beber hasta emborracharse) “Ansié verla llegar hasta el límite. Me estremecí de mi crueldad. ¿Qué sentía por Clara? El placer de verla tocar fondo no era amor. Al fin y al cabo, quince años fantaseando con una mujer no significa mucho. Amoldada a tus deseos va perdiendo toda realidad. La Clara que había nombrado infinitas veces en el entresueño, la que eclipsaba a todas las otras mujeres, la mujer de mi vida, no existía más que en mi imaginación. Había llegado el momento de humanizarla y obtener mi libertad. Aunque comprendía, también, que abandonar su imagen idealizada implicaba quedar desprotegido. La idea de esa mujer que ella encarnaba ante mis ojos me había mantenido fuera del alcance de los afectos”(p.213) Esa contraposición entre lo que imaginas y deseas y la realidad de las personas es siempre un problema para las relaciones. Éstas sólo pueden ser auténticas y libres cuando lo real sustituye a la imagen fantaseada. Mantenerse en esa especie de mentira (que el personaje predomine sobre la persona, como en una especie de noviazgo permanente) es una tarea imposible de sobrellevar por mucho tiempo. Exige un esfuerzo terrible y un estrés permanente. Unos para no defraudarse pese a la persistencia de hechos que contradicen la imagen idealizada; los otros para mantener a toda costa la imagen que el otro tiene de ti. Y nos sucede eso en todos los órdenes de la vida: como hombre o mujer, como pareja, como padre, como profesional, como todo. Siempre estás luchando contra las fantasías que los otros se han creado y siempre con esa especie de espada de Damocles del temor a frustarles.
Es una sensación, un temor que yo, al menos, siento constantemente. Cuando me llaman de sitios que no te conocen y tienen una idea muy elevada de ti, siempre temes que los vas a defraudar (sobre todo en aquello en que te sientes más inseguro). A veces, hasta necesito verbalizarlo ante ellos para que el temor no me venza. Es como adueñarte de él verbalizándolo, haciéndole sentir que lo controlas. Y les digo al auditorio que me escucha: no sé cómo se imaginaban que era yo; quizás se esperaban alguien muy joven o muy alto y delgado, alguien con grandes melenas rizadas y ojos azul cielo; pues ya ven lo que hay; no se me defrauden mucho, mis mejores valores son interiores y se tarda un poco en poderlos apreciar. Es cuestión de echarle un poco de morro para curarse en salud.

Bueno, pues así de interesante, al menos para mí, ha sido esta novela de Carla Guelfenbein. Aún me quedan muchos otros textos por recoger porque toda la novela está sembrada de estos retazos de lucidez. Me encantó.

sábado, enero 26, 2008

Rupturas (2)



Estoy leyendo una novela de Clara Guelfenbein, "La mujer de mi vida". Pregunté en Chile por autores chilenos interesantes y me la aconsejaron. Además de su título atrapador, es una novela que merece la pena.

Como hace unos días escribía sobre las rupturas, me llamó mucho la atención un párrafo del texto donde se describe una ruptura de forma magistral. Éste es el párrafo:

"Debió ser un proceso invisible, que se fué gestando en el tiempo. Supongoque los abandonos son así. Primero deja de importarte lo que el otro piensa, sus discursos y argumentos te empiezan a sonar rancios; luego te desinteresas de lo que hace, de lo que siente y, sin darte cuenta, paf, partes. No importa que sigas ahí, compartiendo el café por la mañana. Ya has partido y lo que queda de ti es apenas una cáscara. Eso es lo que Clara me había dejado, una preciosa cáscara de ella misma".

Me pareció intersante esa forma simple de describir el proceso del desafecto. Así es como suele avanzar, desimplicándose a los pocos. Convirtiendo al otro primero en "extraño" y después en "invisible". Y no importa que ambos sigan juntos. Es una presencia ausente.

Santa Elvira



Llegó tarde al curso por alguna razón. Así que, cuando ella llegó, ya llevábamos un par de meses metidos en faena y con grupos incipientes de amigos. El mío era un grupo de murcianos, no sé muy bien por qué, quizás porque coincidí en el Colegio Mayor con alguien que venía de aquella universidad. Y ella, que venía de Galicia, debió conocer en su Colegio Mayor a gente de Murcia. La cosa es que, al final, coincidimos en el mismo grupo de compañeros de clase. Tardamos un tiempo en hacernos amigos y congeniar. Teníamos trayectorias distintas y otros amores incipientes. Pero ella siempre estuvo allí como uno de los miembros más simpáticos y cautivadores del grupo. Nos encandilaba su simpatía, su falta de convencionalismo, sus risas exageradas pero contagiosas, su soltura. Los chicos del grupo, ingenuos a tope, estábamos fascinados con ella porque creíamos que tenía mucha vida a sus espaldas (a saber qué cantidad de cosas englobaba eso en nuestra imaginación), que estaba a años luz de nosotros. Yo creo que ella hasta nos provocaba en ese sentido. Hablaba de sus amigos (mayores que nosotros, por supuesto). Contaba que se iba a ir a un país americano, que se iba a enrolar en no sé qué historias medio revolucionarias medio misioneras. Una pasada.

Tardó en meterse en la carrera y siempre la vivió con más desprendimiento y relativismo que el resto del grupo, que éramos unos empollones empedernidos. Eso nos asustaba, pero tenía también su punto de atracción, por la imagen de libertad que representaba. Pasó el tiempo y fue aumentando mi afición. La veía fuera de mi alcance, pero nos hicimos muy amigos. Mi 4º año de Psicología estuvo plenamente marcado por aquella nueva y más estrecha relación. Se fue configurando un grupo más pequeño con 4 personas: nosotros dos del Pío XII y ellas del Isabel de España. Hilario y yo nos pasamos medio año soñando en acostarnos con ellas, planificándolo, disfrutándolo como si fuera algo maravilloso e inevitable. Y ellas nos seguían el juego. ¡Qué inocentes éramos los tíos de aquella generación! Y así, a los pocos, la relación de amistad (sólo eso, pero todo eso) se fue extrechando. Fue mi confesora y confidente. Por esas cosas que tiene la vida, aquel final de curso, mi marcha a milicias a Canarias coincidió con una carta en que me anunciaban que una relación afectiva que parecía iniciarse no podía seguir. Ella nos conocía a los dos y yo le confesé mi angustia. Aún recuerdo con qué intensidad le escribía cartas personales y con qué ilusión esperaba sus respuestas. Aquellas cartas suyas desde Orazo fueron mi flotador espiritual durante aquel verano. Creo que nadie ha esperado nunca con más entusiasmo que el que yo tenía, que acabara el verano y comenzara el curso.

Y el curso comenzó. 5º de Psicología en la Complutense. Y lo que parecía imposible dejó poco a poco de serlo. Las tareas y agobios del último curso de la carrera nos fueron uniendo cada vez más. Y, aunque yo seguía formando parte de “los chicos del Pío” (tres o cuatro tipos estudiosos e ingenuos que nos habíamos alojado antes en el Colegio Mayor Pío XII) empezaba a construirse una cadena de complicidades más pesonales e interesantes. Y comenzamos a salir y a formar una pareja, titubeante al principio pero que enseguida se consolidó. Nos unió definitivamente la Pedriza, un hermoso lugar de la sierra madrileña a donde íbamos toda la pandilla. Aquellas tiendas de campaña superpobladas y mixtas constituían un ecosistema muy propicio a los encuentros, algunos fortuitos, otros fruto de una estrategia muy elaborada. Preciosos tiempos aquellos de descubrimientos mutuos y mutuos encantamientos. Estar con ella era como cuando se pone a cargar el teléfono movil, solo que al revés: yo comenzaba de color verde y acabada de rojo morado. Pero siempre lleno de energía, aunque fuera a base de discutir. Los paseos por el campus, los ratos tumbados en la hierba, los maratones de cine, las charlas infinitas… De vez en cuando volvemos a recorrer aquellos escenarios: aquí fue el primer achuchón, ¿te acuerdas?; en este pub tuvimos una bronca fenomenal y casi lo dejamos; aquí veníamos muchas veces a desayunar nuestro cruasán a la plancha; tumbados ahí en la hierba y viendo pasar los aviones del día del ejército formalizamos nuestra relación; en ese bar, sentados en la barra, decidimos que nos casaríamos, de vaqueros y sólo con la familia, la Semana Santa siguiente.
Y así fue. Nos bastaron 7 meses de novios pues llevábamos tres metidos en afanes comunes. Cedimos en lo de los vaqueros pero no en la fiesta. Orazo nos cedió su intimidad para aquel momento tan sustancial. Era la Pascua de 1974. Allí se inició nuestra aventura. Y aquí seguimos, en amor y compañía, con treinta y cuatro años de convivencia a nuestras espaldas. Hemos vivido más tiempo juntos que separados. Y, desde luego, con muchas ganas de que nuestra historia común se prolongue muchos más.

Ayer fue Santa Elvira, una monja alemana del S. XII. Y es gracioso cuántas coincidencias existen entre ambas y, a la vez, qué diferencias tan significativas. Empezando por el nombre. Elvira, que es nombre alemán, significa etimológicamente “prudente consejera”. Quien haya leído los párrafos anteriores entenderá lo bien que le va el nombre a la Elviriña. Y cuentan que la santa, que amaba mucho la vida, solía repetir "Me alegro de cada instante que vivo". Ése es también el tono vital de Elvira. Su frase preferida es aquello de que está en "la mejor edad y en el peso justo". En cambio, se parecen en lo que se refiere a las tres virtudes que, según el catholic.net, orlaron a la santa: virginidad, pobreza y obediencia. Lo tiene difícil que quiera hacerla obediente, le gusta vivir bien y, afortunadamente, la virginidad no forma parte de su jerarquía de valores. En fin, un que estamos de santo y añoranzas.
Y menos mal. Porque fue un día agobiante para mí en lo que se refiere al trabajo. Mi agenda estaba a punto de estallar como una granada de mano y me pasé todo el día tratando de desactivarla, con la misma angustia con suelen hacer ese trabajo los artificieros. Pues eso, menos mal, que el santo de Elvira me permitió huir del presente y refugiarme en estos recuerdos dulces y energizantes de nuestro pasado. A medio día lo celebramos con nuestros hijos. Por la noche, cena con los amigos. Ella se lo merece. Cada día más. Felicidades, corazón.

jueves, enero 24, 2008

La fuerza del narciso.



Lo cuento como un chiste en algunos de mis cursos aquello de que “los profesores de infantil y primaria quieren a los niños; los de secundaria quieren a sus materias y los de universidad nos queremos a nosotros mismos”. A mis colegas universitarios eso suele hacerles gracia. Quizás porque todos somos conscientes de la importancia que tiene el narcisismo en nuestras vidas. Buena parte de las cosas que hacemos tienen esa motivación interna: quedar bien, que reconozcan nuestra valía, que nos admiren, que nos llamen a dar cursos y conferencias.
Cuento todo esto no como confesión personal de mi propio narcisismo, sino como prólogo a una historia que me acaba de ocurrir y que tiene bastante que ver con el asunto.
Recibo una llamada de los EEUU. En un castellano aceptable, aunque se notaba que no era su lengua madre. Me dicen que es una llamada del Who’s who, una especie de empresa, según creí entender, que publica libros de personajes importantes. Crea bases de datos con científicos relevantes de todo el mundo. Para facilitar su conocimiento mutuo, me dijo, y hacer públicos sus méritos. La primera conversación fue sólo para establecer el contacto y acordar una nueva llamada en la que la que me hablaría sería su jefa. Y así fue. A la hora acordada, llegó la llamada. Primero la secretaria y luego la jefa, que ya me anunció que la entrevista podría durar unos quince minutos (¡tela, pensé para mí, quince minutos en una llamada de los USA cuesta su pasta!). La entrevista entrevista duró mucho menos (5-6 minutos). Me extrañó que las preguntas que me hacía resultaban bastante anodinas (la empresa en la que trabajaba, mi antigüedad en ella, lo que me gustaba de mi trabajo, mis hobbyes). Poca cosa, la verdad. El resto fue para contarme de qué iba el rollo del Who’s who y sus supuestas inmensas ventajas. Yo le escuchaba arrebolado y con el narciso subido a tope (me consideraban lo suficientemente importante como para incluirme en ese listado de personajes importantes del mundo). A medida que iba avanzando la llamada (ella hablaba de diversos departamentos en la empresa, etc.) yo iba pensando que todo eso no se hacía gratuitamente (yo seguía pensando en lo que costaría la llamada) y que seguramente la tía acabaría diciéndome que todo eso que me ofrecía costaba una pasta. Y así fue,pero muy al final. “Bueno señór,usted tiene dos opciones de integrarse en el Who’s who con una cuota de 600$, la básica, o una de 700$ que incluye su fotografía”. Vaya, pensé, ya me parecía a mí que esto no era algo de una ONG, y que tampocotiene tantoque ver con mis posibles méritos. Un negocio, es lo que es. Bueno, pues hasta me convención de que era mejor la opción de los 700$. Con el narciso en plena ebullición, no era cosa de ponerse a regatear. Sonaría raro. Y al poco, me dice que para proceder al pago precisaría mi número de tarjeta de crédito. Lógico, pensé, si hay que pagar es la manera más cómoda. Y ya la estaba sacando de la cartera cuando caí del burro. Soy idiota o qué, cómo voy a dar el número de mi tarjeta por teléfono. A tomar por el saco el narciso, se desinfló todo mi autoerotismo de golpe. Un coitus interruptus. Ni siquiera un negocio, aquello era un atraco. Habían olido una presa fácil de adormecer con cantos de sirena y me habían estado engatusando hasta llegar al final.
No, señora, le dije, no puedo darle mi número de tarjeta. Nunca por teléfono. También para ella fue un golpé. Lo sentí en su tono de voz. “Pero señor, me decía, qué problema le ve, qué le está preocupando?”. Pues que yo no le conozco a usted, le dije. Sólo hemos hablado por teléfono. Y para que no le resultara demasiado personal hasta me inventé una mentira (a medias), que hacía pocos meses me habían usado fraudulentamente mi tarjeta. “Entiendo su punto, me dijo” Y me prometió que buscaría, con el departamento de finanzas, otra vía más segura de recibir los dólares. Pero desde entonces no he vuelto a saber más de ellos.
Uno sonríe cuando lee en la prensa cómo algunos han pagado cara su ingenuidad o su ambición ante trucos diversos. Pero ya te hace menos gracia cuando compruebas que has estado a punto de engrosar la cofradía de los panolis. Y sólo porque uno pierde el oremus en cuanto le cantan cuatro milongas a su narciso. ¡Qué triste!

martes, enero 22, 2008

Rupturas


“Lo hemos dejado”, nos dijo. No estaba claro qué era lo que habían dejado pero pensé que debía ser el tabaco. Ya era hora, le contesté, os estaba matando. ¿Pero qué dices? Lo hemos dejado, hemos roto nuestra relación. ¿Cuándo? Ya llevábamos un tiempo mal, pero ha sido hace unos días. Y se produjo ese silencio apenado de quien no sabe qué debe hacer, si dar el pésame, felicitar, compadecer o montar un cristo porque también tú querías a la persona dejada. Finalmente, la amistad te va llevando por el camino adecuado y lo que te preocupa es saber qué tal está y cómo lo está llevando.
¿Qué cosa esto de las rupturas? Se te cuelan en las sobremesas como si fuera un tema más de la vida cotidiana. Y vienen en oleadas (de tres ó cuatro supimos durante el fin de semana), sin distinguir edades ni años de duración. Antes eran cosas de los otros (más jóvenes, más progres, más calaveras), pero ahora las tienes ahí, entre tus amigos, en tu sala de estar. Y habrá que tocar madera…
Se rompen las parejas, las amistades (las largas y otras más cortas, las intensas y, también, las light), los aprecios, los grupos, las familias… Todo resulta demasiado fluido y cambiante como en un juego de caleidoscopios. Te lo explican y lo entiendes. Las cosas ahora son así, dicen. Pero uno no puede dejar de pensar en los residuos de dolor y frustración personal que cada uno de esos cambios debe dejar como rastro.
¿Y cómo se rompe?, le pregunté a mi amiga. ¿Qué te ha pasado para tomaras la decisión? No son cosas, me dijo, son fases. Comienzas discutiendo con frecuencia y eso te va haciendo como pequeños rasguños que al principio no tienen importancia pero luego se convierten en heridas. Y poco a poco sientes como que le deseas menos, que te cuesta estar con él. Su compañía y sus mimos que antes eran un placer que añorabas te dejan fría e incluso se hacen desagradables. Evitas los contactos. Acabas soportando la relación más que disfrutando de ella. Y supongo que, al final, dejas de quererlo, sin más. Pero lo más difícil es cómo decírselo. Quisieras que fuera él mismo quien se diera cuenta, que ni siquiera fuera necesario hablarlo. Pero parecen ciegos. Al final, has de pasar por el mal trago de tener que hablarlo. Sientes que le haces daño, que tambalea, pues ni siquiera se lo esperaba (hay que ver cómo somos ciegos en estos temas de la relación). Y, en mi caso, se quedó en silencio, hundido, como si se le hubiera venido el mundo abajo. Supongo que le llevará un tiempo recuperarse pero acabará resignándose y saliendo adelante. “¿Duro, no?”, le comenté. Siempre es duro, aunque a veces lo hacemos más duro de lo que debiera.

Estas historias de las rupturas me fascinan. Puro morbo profesional, supongo. Y no es tanto por hurgar en los por qué (al final, las razones pueden ser infinitas y no siempre lógicas; además da lo mismo, para que la relación se rompa basta con que uno no quiera seguir, no importa por qué lo haga ni si el motivo es aceptable o no) sino en el cómo. Como hacen la pareja o los amigos para comunicárselo al otro. Y qué pasa cuando se habla de esa cuestión.

Así que seguí explorando y eso fue lo que le pregunté a otro amigo recién separado. ¿Cómo se lo dijiste? También él hubiera preferido no tenerlo que hablar. Estaba claro que las cosas no iban bien, me dijo. Debimos dejarlo hace tiempo. ¿Porque ya salías con otra?, le fustigué. No salía (o al menos ése no es el término adecuado) pero sí sabía que podría tener otras relaciones más satisfactorias. Y esa posibilidad fue más fuerte que la realidad, inquirí. Cierto, me contestó. Esta vida compleja que llevamos te hace tropezar con gente diversa con la que, en algunos casos, vas congeniando. Y cada persona nueva que conoces abre nuevas expectativas en ti, te hace disfrutar de experiencias distintas. Claro, intenté comprender, y se te abren ante ti un montón de opciones interesantes entre las que supuestamente habrías de elegir. Pero eliges no elegir porque eso siempre supone reducir los grados de libertad, ¿no? Lo dices como si uno fuera un promiscuo, me recriminó, y sabes que no es así. Pero yo creo que hay que vivir la vida intensamente, que no vamos a durar mucho y que nos arrepentiremos de todo el tiempo que hayamos perdido en convivencias anodinas.

Un misterio esto de las relaciones y las rupturas. Tan acercan al máximo placer y te hunden en el mayor sufrimiento. Y, a veces, ambas cosas a la vez. Ya sé que es ley de vida, que las cosas empiezan y acaban, pero no es justo tanto sufrimiento como provocan las rupturas. Esta semana me ha tocado estar con quienes dejan, pero habría que saber qué pasaba por la cabeza y el corazón de las otras partes, las dejadas. Aunque quizás no pase nada y sólo se trate de que yo soy un antiguo que se ha adaptado poco a este mundo moderno de los fractales y las variaciones. Pero no puedo dejar de pensar que es triste romper. No se rompe sólo la relación o la amistad o la colaboración. Algo muy dentro de cada uno queda roto, necrosado. Te llenas de vacio y desesperanza. Ya dice la copla sevillana aquello de que “algo se muere en el alma cuando un amigo se va…”, o cuando alguien que te apreciaba deja de hacerlo,o cuando lo que creías seguro se vuelve incierto. Quien lo haya vivido sabe como duele. Quizás por eso he sido incapaz de romper nunca con relaciones, amigos o compañeros. Me identifico más con aquello de Sabina: lo peor del amor es cuando pasa, cuando al punto final de los finales no le quedan unos puntos suspensivos…

lunes, enero 21, 2008

De pasiones y celos.

Tras el maratoniano fin de semana que ya conté, tocaba cine para relajarse y volver a retomar el ritmo de lo cotidiano. Y así fue que acabamos en Expiación, más allá de la pasión. Ése es el título. Sugerente, aunque genera expectativas que tienen poco que ver con el contenido del film. Uno se figura una película de pasión y sexo (una especie de obsesión perversa) en la que los amantes acaban pagando un alto precio por su locura. Pero no sucede nada de eso. Hay más expiación que pasión. Muy british en su estética, derrocha sensibilidad y gusto por la naturaleza y el lujo muy al estilo de una gran historia costumbrista inglesa.
Una gran película, en todo caso. De esas que merece la pena ver aunque sepas que vas a salir de ella desasosegado. Además siendo un trabajo de Joe Wright, el mismo de Sentido y Sensibilidad, ya no hay mucho más que añadir. Además, la historia está basada en un bestseller americano que ha sido muy bien adaptado (quizás exagerando un poco los tintes dramáticos de la historia) por Christopher Hampton. La estructura que ha dado al film, donde todo cobra sentido al final, es lo propio de las obras maestras. Los actores Keira Knightley, James McAvoy son excelentes aunque sus personajes acaban resultando un poco rígidos y difíciles de creer. No es fácil identificarse con ellos.

Formalmente la película es preciosa, con ese toque inglés que te cautiva en los paisajes, en las mansiones, en ese cierto amaneramiento del trato, en el propio lenguaje cuidado hasta el detalle. La historia es todo un drama muy bien contado, con pasos adelante y atrás que te hacen mantener la atención y rompen la monotonía. Una niña rica e imaginativa (Briony: Romola Garai) que fantasea amores con el hijo de su criada y se aterroriza cuando ve que se enrolla con su hermana. Su propio terror y frustración le lleva a acusarlo de un crimen que no ha cometido y alterar trágicamente la historia de amor que se estaba iniciando. Él ira a la cárcel y para librarse de ella a la guerra. La hermana mayor sigue muy enamorada y también se enrola como enfermera, lo mismo que la hermana pequeña que enfrentada a los dolores de la guerra descubrirá la tragedia que sus celos han provocado. Y para expiarlos escribe una historia donde para expiar la tragedia transforma los hechos en una historia romántica. Pero hay cosas que no se pueden expiar. Ni siquiera en la magnífica secuencia que la Vanessa Redgraves nos regala al final del film.

¿Y qué decir? Poco. Los grandes dramas tienen eso. Cuentan historias eternas, pero lejos de lo cotidiano. No resulta increíble que una niña pequeña fantasee con un joven apuesto; ni lo es, tampoco, que pueda construir (incluso inconscientemente) una historia para perjudicarlo como venganza por su pérdida (en el fondo es el argumento de todos los maltratos: si no eres mío no lo serás de nadie), pero ya es menos creíble que la gente se lo acepte sin más y que eso sea el inicio de una debacle tan terrible en la historia de los afectados. Ves tanto sufrimiento en cada secuencia que se te hace desproporcionado. He leído que los protagonistas comentaban de sus papeles que les habían gustado mucho porque “los amores más profundos son los amores truncados”. Podría ser, pero es como si la historia, de puro grandilocuente, te dejara fuera de ella misma, como un mero espectador que se deja contar una historia trágica.

En el fondo se habla de celos. Pero de esos celos que parecen una maldición de los dioses en la mitología griega. Y se habla de pasión, pero de una pasión tan llena de sufrimiento y grandilocuencia (es puro espectáculo las escenas del ejército en la playa, o la reiteración de escenas de hospital) que te deja un poco frío. Uno sale de la película habiendo aprendido poco. Ni siquiera te apetece llorar porque hasta parecería cursi y ñoño en medio de tanto drama.

Y sin embargo, lo dicho, es toda una lección de cine. Y con muchos méritos para llevarse más de un globo de oro y algún que otro oscar.

Amores madrileños.


Al rebufo de la movida madrileña de estos días (peleas entre los políticos madrileños del PP, consagración de obispos y otras menudencias) nos hemos pasado un fin de semana intenso y agradecido en la capital. Lo que pasa es que allí todo es tan grande que te enteras de las cosas sólo por casualidad. Pero Madrid es siempre interesante (sobre todo si no tienes que vivir allí). Y si te organizas bien, le sacas mucho partido. Nosotros vivimos allí 8 años, tres de la carrera y los 5 primeros de matrimonio y trabajo, y todavía, cada poco sentimos una cierta nostalgia de aquellos años y de aquella ciudad. Y allá que nos vamos, a madrileñear un poco. Lo malo de ahora es que la nostalgia te dura poco (entre dos y tres atascos) y luego ya suspiras por volver a nuestro Santiago familiar y manejable. Pero pese a que, al final, apenas hemos pasado allí un día y unas pocas horas, nos ha cundido mogollón: cena el viernes con amigos, visita a la ampliación del Museo del Prado el sábado por la mañana, comida de homenaje a nuestra Dami a mediodía, teatro por la tarde y nueva cena con amigos por la noche. Y a las 8 de la mañana del domingo ya estábamos de nuevo en el coche camino de Pontevedra, donde habíamos de llegar a comer, pues celebrábamos el San Vicente con los Vicentes de la familia. Y tarde del domingo en Santiago, con cine incluido, para que no le falte nada al fin de semana. Si decían que el ocio es no-hacer-nada, ésta debe ser otra acepción distinta del concepto. Así que menos mal que ha llegado el lunes para poder descansar un poco (si no fuera porque a las 9 de la mañana ya tengo mi primera clase).

Bueno, pero no me quejo. La verdad es que ha sido un fin de semana muy interesante. Sobre todo, porque esto de verse con los amigos de siempre es muy agradable. En Navidad, a algunos de ellos les mandé la felicitación ésa que decía que “los amigos son como los radares de la Guardia Civil, aunque no los veas, siempre están ahí” Pero no sé si eso funciona mucho. Al final tienes que verlos, charlar, discutir, enterarte de los últimos cotilleos, saber cómo les va en amores y en su trabajo, en fin, meterte un poco en su vida. Al revés del dicho, el olvido va generando distancias y, poco a poco, vas quedando al margen. Te quedas sin temas de los que hablar, sin emociones que compartir. Y la distancia acaba afectando a las posturas y a naturalidad con que normalmente puedes tocarlos, abrazarlos, coleguear.

Y eso fue lo que hicimos. Encalar un poco más nuestros afectos. Y, claro, festejar a Dami, la amiga que entra en la sesentena con la cabeza alta y el mismo brillo en los ojos que cuando la conocimos allá en los años 70. Siempre, entonces y ahora, al lado de su gran “cani”.

Estuvo bien la fiesta. Conseguimos que fuera una sorpresa, pese a lo complicado que es poner de acuerdo a casi 30 personas (¡y más de la mitad psicoanalistas!). Pero se logró con la complicidad del marido y los hijos. Ella estaba convencida de que la sacaban a comer con sus hijos y casi se marea de emoción cuando se encontró en el restaurante con toda la panda. Fue una comida, además de pantagruélica, emocionante. Muchos regalos. De esos que tienen un origen y un destinatario y vienen envueltos en intenciones. Nuestros regalos, mérito de Celia y Juan Manuel, los auténticos animadores de todo esto, estuvieron estratégicamente pensados: algo (una sesión de spa con cena incluida) para compartir con alguien (puro pleonasmo, pues el único elegible según Dami, es su “cani”); algo para compartir con todos (un karaoke, por el que suspiraba de antaño) y al que esperamos sacar mucho partido en cada fiesta que celebremos a partir de ahora; y algo para lucirlo ella (un precioso juego de gargantilla y pendientes). Pero, además de los regalos, estuvieron también los escritos. Cada uno tratamos de transmitirle nuestros sentimientos de estos treintaypico años juntos. Todos con mensajes parecidos. Que no le ha valido su estrategia, que aunque haya pretendido quedarse siempre en segundo lugar y pasar desapercibida ha sido siempre muy importante para nosotros. Que tiene, y se los reconocemos, méritos que van mucho más allá de ser “la esposa de…”. Un poder en la sombra (la nostra mamma alla quale tutti noi ci siamo affezionati tanto!) y un enorme chorro de energía, eso es lo que ha sido. Ella bebía agua para ahogar las emociones y los demás tratábamos de mirar para otro lado para disimular las nuestras.
Pues eso, otra amiga más en el club de los sesenta al que, poco a poco, nos iremos incorporando el resto, aunque algunos protestan, entre ellos yo, que no tenemos ninguna prisa. Pero los próximos, Jesús y Mari Pili, están a punto de caer. Así que suya será la próxima fiesta.

Y tras ese climax, del resto poco que decir. La ampliación del Pardo interesante pero sin hacerte soltar eso Ohh!, que yo esperaba de Moneo. Eso sí, la exposición temporal de Velazquez que está ahora es realmente excepcional. Sólo eso merece un viaje a Madrid. Y luego está el placer eterno de poderte pasear por las inmensas e intrincadas salas del Pardo tradicional. La verdad es que abruma tanto cuadro, casi no tienes para dónde mirar. Y allí sí que las exclamaciones son constantes porque se van iluminando tus recuerdos. Ese cuadro lo tuve que estudiar… ése me cayó en un examen… ése no lo conocía y es impresionante. Y luego te encuentras con situaciones interesantes, como la monitora explicando a un grupito de niños de 4 años el cuadro de las hilanderas. Pero luego cuadros y más cuadrod. Cientos, miles de cuadros. Al final, te rindes. Es imposible. No sé cómo hacen lo que se pasan días enteros y van cuadro a cuadro. Es bastante peor que ir de compras. Deben entrenar para eso. Y mira que yo me recuerdo en Londres, en una ocasión que me quedaban unas horas entre vuelo y vuelo, recorriendo el British Museum como si estuviera haciendo footing, pasaba por delante de los cuadros corriendo. La gente hasta me abría paso para que no perdiera el ritmo.

Y el teatro, una frustración. Fuimos a ver “Hay que purgar a Totó” que ya sólo por contar con la presencia de Nuria Espert parecía una buena opción. Pero qué va. “Disparate conyugal entre orinales y purgantes”, dice su cartel anunciador. Y eso es lo que es, un disparate. No me explico como Nuria aceptó protagonizar una cosa con tan poco fuste. Dicen que quería abordar algo cómico después de tantos papeles dramáticos. Pero se merecía un guión mejor, más a su altura. Una frustración. Salvo la gracia inicial del señor de la casa tratando de localizar en la enciclopedia las “islasebridas” en la “S” de Sébridas y después, con la ayuda de su mujer en la “E” de Ébridas, ya no hubo chistes aceptables. Y, efectivamente, el chaval se merecía una purga. Por bobalicón. Y los otros actores también. Me quedé al final con una duda. Los dos personajes que salen en el escena final, la esposa del cornudo y su supuesto amante, cuando les preguntan en qué trabajan, ¿dirán que en el teatro?. Porque salen dos minutos, dicen dos frases y baja el telón. Pobres. Espero que en otras obras les toquen papeles más lucidos.

Y así, como quien no quiere la cosa, hasta tuve la oportunidad (inesperada, inmerecida, indeseada) de estar presente en la toma de posesión del nuevo obispo auxiliar de Madrid. Pasaba por delante de la catedral de La Almudena y nunca había podido entrar tras su reforma. Esta vez estaba abierta y lo conseguí. Estaban en plena ceremonia. Con una inmensidad de obispos y cardenales en el presbiterio: 62 obispos, 4 cardenales y el nuncio, según las noticias. Pronunciaba su discurso de toma de posesión el nuevo obispo auxiliar José A. Martínez Camino, el actual secretario de la Conferencia Episcopal. Sólo pude oirle unas cuantas frases, pero me llegó. Se refuerzan los partidarios de ese discurso rancio y apocalíptico tan del gusto de Rouco, su valedor. Le oí decir algo así como que “resucitó el infierno y que se ha aliado con buena parte de la sociedad para atacar a la Iglesia. Todos contra la Iglesia. Buena muestra de eso es lo que ha pasado en la Sapienza de Roma estos días pasados”. En fín, no lo entiendo. Y la gente aplaudía. Me da pena escuchar cosas así. Cada día es más fuerte la brecha entre unos y otros, parece como si cada parte viviera en su mundo y se alimentara de su propia lógica. Como si el Iceberg en el que convivíamos se hubiera partido en dos y cada pieza se fuera alejando movida por corrientes contrapuestas. Una pena.

viernes, enero 18, 2008

La felicidad y Dami.



¿Es buen día hoy para hablar de felicidad? En medio de un periodo bastante lleno de melancolía, puede resultar chocante dar ese salto en el vacío. Pero hoy es viernes, y eso ya te aproxima un poco a la felicidad. Además, tras una conferencia en Vigo, esta tarde saldré para Madrid a homenajear a una amiga que va a cumplir sus 60 años. Y si tuviera que poner algún ejemplo de persona feliz, sería en ella, nuestra Dami, en la que pensaría primero.

Y resulta curioso porque ella no responde mucho al patrón de las personas que ponen el éxito y la felicidad fuera de sí mismas. La felicidad de Dami está dentro de ella, le pertenece, forma parte de su sistema linfático y por eso le recorre todo el cuerpo. No radica en títulos u honores, ni en protagonismos especiales. Es una felicidad doméstica, hecha de momentos como esas mantas multicolores formadas por miles de pequeñas piezas. Su heroicidad (lo de ser felices hoy es día, aún sigue siendo cosa de héroes) no radica en la búsqueda de grandes metas sino en gestionar su entorno con amabilidad y en llenar de cariño y pasta sciuta a cuantos le rodean. Si alguna vez pudo ser cierto aquello de que ser feliz no depende tanto de “tener lo que se quiere sino de querer lo que se tiene”, el caso de Dami es un buen ejemplo. Y no porque haya adoptado una actitud panoli y resignada (esa de “felices los que nada esperan, porque nunca se verán defraudados”) sino porque ha sabido muy bien dónde estaba su fortaleza. Se ha pasado buena parte de su vida rodeada de estrellas (y de psicoanalistas, que aún es peor) pero ni siquiera eso le ha hecho perder su propia luz, no la ha convertido en satélite de nadie. Todo el mundo sabía que aquello funcionaba porque la Dami estaba allí.

En fin, así es la cosa de la felicidad. Ese tesoro que todo el mundo vamos buscando sin saber bien lo que buscamos. Y es que los reclamos, a veces, confunden. Algunas buscan esa felicidad tipo “telecinco” llena de tetas y caderas despampanantes; otros vamos como locos tras la felicidad bancaria o la académica o la profesional. A veces se consigue, pero siempre el precio a pagar es alto y el rédito final (lo que pierdes de una felicidad para ganar de la otra) no suele merecer la pena.

Y aunque abundan los desorientados en esta búsqueda, llama la atención cuánta gente ha hecho bien las cuentas con respecto a la felicidad. Me he tropezado en Internet con las respuestas que algunos navegantes daban a la pregunta clave de si existe realmente la felicidad.

Hay respuestas muy interesantes. “La felicidad no es un lugar al que parece imposible llegar, dice Sylvie, sino una forma de vivir”. Y un anónimo añade “Claro, si te refieres a la vida, la vida será bella si sabes vivirla, y si sabes vivirla serás feliz”. Pero la idea más general es que la felicidad no es un estado permanente, hay momentos de felicidad. Eso dice Ricardo: “La felicidad absoluta y eterna no existe. Sólo existen momentos de felicidad. El filósofo Séneca dijo: Felicidad es no necesitar de ella”. E insiste otro internauta: “La Felicidad como realidad en si misma, como algo concreto y determinado no existe. Lo que existen son momentos Felices.Y la continuidad de estos momentos felices en mayoría, sobre los momentos menos felices, nos dan la percepción de un estado de Felicidad”. “¿Existe el aire?, se pregunta Lori, no lo vemos pero sabemos que esta allí...con la felicidad pasa eso. La felicidad no es un estado que pueda ser permanente, pero si son constantes los momentos de felicidad...la cuestión es que estamos tan absortos con millones de cosas, que no le damos importancia al momento”.Hay una respuesta anónima que tranquilamente podría haberla escrito cualquiera de nosotros: “Yo defino mi felicidad, como pequeñas pausas en mi vida atareada entre compromisos y rutinas...cosas que aun hoy me sorprenden a cada momento...cuando alguien por la calle me da los buenos días con una sonrisa, cuando amablemente alguien se toma la molestia de cederme su lugar, cuando alguien sin motivo me obsequia una sonrisa...cuando no hay cola para pagar la luz y puedo usar ese tiempo en mirar un libro, jugar con mis hijos o simplemente sentarme a no hacer nada...cuando mi jardín florece, cuando llueve, cuando sale el sol y moría de frío, cuando mis amigos me visitan, cuando mis padres me llaman por teléfono, cuando alguien recuerda mi cumpleaños, cuando me hacen un descuento en mis compras, cuando encuentro los zapatos de mis sueños y están de oferta ....cuando mis hijos me miman, cuando me sonríen, solo mirarlos, verlos dormir o jugar, verlos como progresaron en algo que practicaron, un abrazo, un beso...y podría citar un millón de situaciones mas que me hacen sentir feliz.”
También esta otra está bien: “La felicidad, es sólo un estado de ánimo... No es algo que dure de forma continua y permanente. Pero por supuesto que existe, son aquellos momentos que llenan nuestra vida, que hacen que todo tenga sentido o merezca la pena. La felicidad para algunos está en vivir una emoción muy intensa y para otros, puede ser simplemente un estado de calma o paz interior”.
Pero hay dos respuestas que me gustaron especialmente: “Creo que no debemos de buscar la felicidad, sino contentarnos con ser felices”. Efectivamente, eso de “buscar la felicidad” parece pretencioso y cursi. Y parece como si tuvieras que salir a su conquista y enfrentar trabajos sin fin. “Dejarse ser feliz” suena más relajado y satisfactorio. La otra respuesta tiene mucho que ver con la fiesta que hoy celebramos y con la persona a la que hacemos nuestro homenaje: “Hay quien dice que eres más feliz cuando no buscas tu felicidad, sino la de la gente a la que quieres. Si ellos también buscan la tuya, entonces la felicidad será doble...”
Yo creo que ése ha sido el gran mérito de Dami, que ha repartido tanta felicidad a su gente que no podía sino recibirla de ellos. Y eso, es justamente, los que nos ha traído hoy hasta aquí a toda su panda de amigos. A compartir con ella otro de esos momentos felices a los que nos ha acostumbrado desde hace tantísimos años.

sábado, enero 12, 2008

La rebelión del diario



Ella escribía su diario con constancia. Según le oí comentar, llevaba año y pico haciéndolo y hasta la fecha no había notado nada raro. Iba introduciendo sus notas sin más precauciones que la normal autocensura: no ofender a nadie, no exponer en exceso la propia intimidad, y poco más. Nadie debía leer su diario, así que se destino era la mera autoexpresión. Por eso, nada permitía pensar que podría pasar lo que pasó. Que el diario se le rebeló. De una forma injusta, pertinaz, dolorosa.

Dejó de ser el "container" de sus palabras para pasar a ser él quien las creaba y organizaba. Hubo un momento, me dijo, en que sentí que el diario se había metido dentro de mí, que ocupó mi cabeza y comenzó a imponer sus normas. Como en un "golpe de estado" perfectamente organizado. Era el diario el que decidía sobre qué yo podía pensar. Si aparecían pensamientos poco adecuados para el diario, se eliminaban. "De eso no vas a poder contar nada en el diario", sentenciaba. Y el pensamiento desaparecía. Y no controlaba sólo los temas, también la forma en que podrían ser pensados y expresados. Para el diario, a veces, la forma era más importante que el fondo:"esto podría decirse bien con esta frase", "esa idea es demasiado compleja para escribirla así", "muy bueno eso, podría servir como final del párrafo, para hacerlo simpático". Y así día y noche. Ella estaba agobiada y no sabía qué hacer. Ya no sentía que el diario le serviera para expresar sus ideas y sentimientos. Ahora era el diario el que se había hecho fuerte y controlaba la cabina de mando de su vida. Poco a poco se había adueñadode sus momentos, de sus pensamientos, de su lenguaje. Comenzó a hablar con frases cortas. Con formas rebuscadas y provocadoras. Acabó pensado sólo en temas que pudieran figurar en su diario. Y a darles forma en función del espacio disponible para cada día. En fin, una pesadilla.

Cuando me lo contó me pareció extraño, pero no supe qué aconsejarle. Sólo me atreví a preguntarle: "oye, ¿ y has oído algo sobre si pasa lo mismo con los blogs?".

martes, enero 08, 2008

8-I-08 Leonespor corderos




Ya la tenía en mi agenda, pero aún no había encontrado el momento. Llegó ayer, a pesar de ser lunes, tras una sesión del curso bastante agotadora. Y me fui al cine. Al bendito Cine Arte de la plaza de Vergara (dios castigue al fuego eterno a los diseñadores de sus butacas). Leones por Corderos, es la película de esta semana. Magnífica. Con tres genios de la pantalla compitiendo por lucirse: Robert Reford (que también es el director y productor); Meryl Streep y Tom Cruise.

Las tres historias que componen la trama, en realidad son la misma y giran en torno a la guerra de Afganistán y al papel de los EEUU en la misma. Es una visión muy dilemática del problema de esa guerra y de las guerras en general. Se trata de analizar el problema desde diversas miradas: la del senador que la promueve y que cree en el papel de juez y jefe mundial que corresponde a los EEUU; la de la periodista que está ya de vuelta de hacer de la voz de su amo del gobierno y que toma una postura crítica frente a la guerra, sus mentiras y sus efectos perversos sobre los sujetos; la de un profesor que trata de infundir en sus estudiantes un sentido de la vida y del compromiso que supera con mucho la función de las materias. Y entre medias, escenas de guerra y dolor pero que quedan en una especie de segundo plano, como si fuera una voz en off para clarificar un poco más las discusiones que se están teniendo en los otros escenarios. Pero en todo caso, son escenas que marcan muy bien los diversos niveles de implicación en las guerras, desde los jefes que mandan y maniobran estrategias (los corderos) y los pobres soldados ingenuos e ilusionados que son los que se pringan y mueren (los leones). De ahí el título que era la crítica sarcástica que hacían los soldados alemanes a los ingleses en la guerra mundial: que eran leones mandados por corderos.
Las discusiones sobre la guerra en el despacho del senador están bien, sobre todo por la fuerza de los personajes y porque no se habla de la guerra en abstracto sino de una guerra y unos hechos que todos conocemos, de las mentiras con las que se pretendió justificarla y de los enormes errores y atropellos que se cometieron.
Por supuesto, lo que más me interesó fue la figura del profesor. Tanto la discusión que mantiene con su alumno, como las escenas que aparecen de sus clases es todo un manual de Pedagogía. Interesantísimo. En primer lugar, la visión que tiene de la docencia y de su papel en ella. No se trata de enseñar cosas sino de estimular la posibilidad de que los alumnos generen sus propios proyectos de vida, que se comprometan. El gran capital de un profesor universitario no es lo que él sabe o pueda contar a sus estudiantes. Su gran capital son las capacidades de sus estudiantes. Y se siente fracasado si éstos no las desarrollan al máximo. No había oído nunca una definición tan bella de la docencia. Y más cosas. En realidad, toda esa parte de la película en torno a Robert Reford que hace de profesor, no tiene pérdida (se la tengo que recomendar a mis estudiantes y discutirla con ellos). ¿Y su visión de la evaluación? Le ofrece un 8 a su estudiante. Recuerda a estudiantes que ha tenido con 6 y con 8. “¿Y los de 10?”, le pregunta el estudiante. “De esos no me acuerdo”. “¿Se acuerda de los de 6 y no se acuerda de los de 10?” “Así es, le dice, es la diferencia entre potencial y nota”. Seguro que a mi amigo Felipe Trillo esta parte le va a encantar. El profesor valora y aprecia por encima de cualquier cosa el potencial de sus estudiantes. Da lo mismo que saquen buenas notas o no. Son los que se comprometen, se la juegan, hacen cosas importantes. Sacar buenas notas es cuestión de estrategia. Valer es cuestión de empeño y valor. Para un profesor, eso es lo importante Y qué decir de sus clases basadas en discusiones, en presentación de proyectos por parte de los estudiantes. Qué interesantes discusiones se generan, qué bien se las han preparado los estudiantes.¡Qué envidia!

Mi curso de hoy a los profesores de las carreras de educación de la universidad en la que estoy versó justamente sobre eso: ¿qué significa formar hoy en día? ¿Cuándo podemos decir de alguien que es una persona formada? ¿Y qué papel nos toca jugar a nosotros como profesores y a la universidad como institución en ese proyecto de formación? Ni sospechaba yo que iba a tener una respuesta tan clara en el cine. Mañana les diré que no dejen de ir a ver la película.

Familias, Herodes y otros líos.


El hotel de Viña del Mar donde estoy está saturado de turistas. Sobre todo argentinos. Deben haber hecho una oferta especial, de media pensión, y esto se ha puesto a tope. Muchas, pero muchas, familias con niños pequeños. Así que es un hotel Jardín de Infancia. Podrían montar sesiones de divertimento para los pequeños y seguro que los padres se lo agradecían porque se les ve radiantes por la mañana en el desayuno y agotados por la noche en la cena. Pues eso, mucho crío correteando, mucha señora con cara de camarón y narices desolladas (sobre todo ellas, debe ser que ellos abusan menos del sol playero), algunas parejas de mediana edad de vacaciones y unos cuantos grupos de la tercera edad. Y algún despistado como yo que está aquí por casualidad. No se puede pedir mayor diversidad. Y, eso sí, mucha cara de felicidad de inicio de vacaciones.

Dicho lo cual, y a la vista del título que puse a esta entrada del blog, seguro que alguien puede pensar que estoy hasta el moño de tanto crío y añoro algún nuevo Herodes que me los quite de encima. Pues no, nada de eso. Los críos me encantan, pero resulta que ayer, día de Reyes (que aquí en Chile no se celebra, ellos tienen el “viejito pascuero”, que tampoco gusta a algunos curas que les van diciendo a los pequeños en la iglesia que el viejito no existe, que es mentira y los pobres críos salen espantados y llorando) y en misa el cura nos habló de Herodes, de los herodes de nuestros días.

Tenía yo curiosidad por saber cómo iba la cosa eclesial, por aquí, en Chile. Dejé España en plena efervescencia postmanifestación a favor de la familia (¡qué desastre de obispos tenemos; señor, señor, qué cruz!) y me ha tocado aquí volver sobre el tema. Y tampoco está mal la cruz que les ha tocado cargar a los chilenos, con algunos curas y sus prédicas. El que escuché yo el domingo más que hablar de la familia, prefirió referirse a Herodes y utilizó un texto de Fulton Sheen, aquel obispo americano que tuvo tanto éxito en sus intervenciones televisivas y cuyos libros nos recomendaban leer de adolescentes. Supongo que el texto no estaba mal, pero era difícil saber lo que pertenecía al texto y lo que era cosecha propia del orador. Total que lo que nos vino a decir es que Herodes más que una persona es un personaje, el de los tiranos cuyo mensaje es querer convencer a la gente de que la Iglesia está en contra del Estado. “Y esto a quién se le puede ocurrir, tiene que estar loco, es una mentira (y aquí alzaba la voz y daba golpes contra el atril y el micro), porque lo que quiere decir, en realidad, es que la Iglesia está en contra suya y que ellos son el Estado”. Bueno una visión bastante apocalíptica de la cosa. Y ahí dejó ya a Fulton Sheen y comenzó a desbarrar por cuenta propia. “Y sigue habiendo muchos herodes hoy en día, decía, por ejemplo, esos tipos que se ponen una bomba y la hacen estallar matando a gente. Por qué no se matan ellos, y dejan a los demás en paz”, seguía argumentando y golpeando el púlpito. La cosa mantenía su clímax, pese al salto histórico de Herodes a Al Queda. ¡Ah, no, pero la cosa no iba a parar ahí! Aún faltaba el salto mayor, un triple mortal de necesidad. “Y esos otros herodes, siguió diciendo, que se casan con su mujer pero luego otra mujer les guiña el ojo y se acuestan con ella pensando ‘que no lo sepa mi mujer’. Y ni siquiera les basta con otra, continuó, porque después otra les guiña el ojo o les roza (este cura debe pensar que está chupado ligar, se ve que no sabe lo complicado que se ha puesto) y se van con ella pensando, eso sí, ‘que no lo sepa mi mujer’. “Pues no, insistía, que se lo digan”. “Porque, concluyó, quien no actúa como piensa acaba pensando como actúa y tratando de justificar, sin más, lo que hace” Y ahí sí, podía entendérsele el mensaje del notable relativismo moral que se va extendiendo en la sociedad.
En fin, dejemos aparte esa historia de que son las mujeres las que guiñan el ojo y sacan del buen camino a los hombres (yo me sé de alguien que se pondría del hígado si se lo escucha decir) que ya es un buen indicativo de su versión rancia de las cosas. Lo que me pareció asombroso es el encabalgamiento de ideas: del Herodes de Judea a los herodes de Al Queda y de ahí a los maridos herodes.

¡Pobre familia! Con amigos así, qué falta le hacen enemigos.

Y aquí viene la parte seria de esta entrada del blog, creo que la Iglesia o, al menos la jerarquía, se está equivocando al usar la familia como un arma de fuego político e ideológico. Deberían enaltecer las virtudes de la familia, sus aportaciones, su importancia en el desarrollo de los hijos y en el equilibrio de las personas, su mensaje de unión, el hecho de que es la instancia social en la que más claramente se da el predominio de lo afectivo, del apoyo mutuo, etc. En fin, la esencia del mensaje cristiano. Pero no, se está demasiado obsesionado por el sexo, por las formas, por los papeles. Con esas armas, es una batalla perdida. Y eso acaba doliéndonos fuertemente a quienes estamos convencidos de su importancia y del papel esencial que juega para el equilibrio personal y para la cohesión social. Desde que comenzamos con los Hogares Promesa, allá en los años 70, ha sido para mí una convicción que no hace sino fortalecerse día a día, pese a que uno no deja de escuchar mensajes contrarios a la familia, supuestamente de intelectuales progresistas. Y aún hoy día, cuando trabajo con mis estudiantes los temas relacionados con la inadaptación social, el primer tema que siempre abordamos es el de la familia. Tendría que haber un discurso de la izquierda, un discurso progresista que fuera valedor de la familia (en sus múltiples formatos) y de su importante papel social y personal. Sin importar las creencias que cada uno tenga. No puede ser que la derecha, la peor derecha (incluida la eclesiástica) se adueñe de la idea de familia y la reinterprete a su manera. Eso debiéramos hacer. Pero parece que nos diera vergüenza.

Nota graciosa: ¿Recordáis aquel juego de cartas infantiles con familias de distintas razas? Uno tenía que formar una familia completa pidiendo, cuando le tocaba la vez, alguna figura a los otros. Era un juego de memoria divertido. Tenías que acordarte quién tenía cada figura de la familia para recuperarla cuando el otro fallaba al pedirte una carta que tú no tenías. Bueno, obviamente, las familias eran muy convencionales: abuelo-abuela, padre-madre, hijo-hija y no recuerdo qué otras figuras. Bueno, pues el otro día me regaló mi hermana una baraja similar en euskera pero actualizada. Ya no eran las familias convencionales y, por supuesto, nada de razas. Las familias de identificaban por el nombre de algún niño/a. Pero en algunas familias estaban el padre y la madre con un solo abuelo y además un amigo de la madre y una amiga del padre. En otras el niño no tenía padre pero tenía dos madres. En otra el niño era adoptado (se notaba en la fotografía). En otras, la niña vivía con sus abuelos. En fin, una variedad muy interesante de situaciones. Muy real, lo que hacía que el completar la familia se hiciera bastante complejo.

domingo, enero 06, 2008

Los mejores años de nuestras vidas



Dice la propaganda que es “la película más encantadora que ha dado el cine francés en mucho tiempo”, y uno hasta podría estar de acuerdo. Porque es realmente una gran película en la que no se sabe qué destacar más, si el guión que es extraordinario, o los personajes que están magistrales, o la fotografía fantástica (que es un canto al París de siempre, el del lujo), o la propia historia (las historias que se entrecruzan) que es vitalista, emocionante y profunda. Ha sido un buen regalo de Reyes, aquí en esta soledad chilena.
Hoy tendría que comenzar hablando del cine. Cine Arte, se llama. Uno de esos cines antigüos, pero muy antigüos. Pasan la misma película (sólo una) durante toda la semana. Pero con la ventaja de que están en el centro de la ciudad, en plena plaza Vergara. Me fui a la sesión de las siete y la inmensa platea se fue poblando de unas pocas parejas,y algunos sueltos. Viejitos a matar la tarde. Parejas de novios a pololear buscando lugares estratégicos, matrimonios de mediana edad. Había de todo. Lo peor, cómo decirlo, las butacas. Insufribles. Algunas con los muelles saltados que se te hincaban en el culo. Todas hechas con un cuero viejo y relamido en el que te escurrías. Me he pasado la hora y media tirando de mí hacia arriba y tratando de apoyarme en la butaca de adelante para no acabar en el suelo. Pero hasta eso tuvo su encanto y algunas ventajas adicionales: nadie comió palomitas. Y el sonido funcionó bien.

La película se parece a algunas francesas recientes en las que la protagonista es una chica bien vitalista, como Amelie. Y dirigida, se nota bien, por una mujer. También aquí la protagonista, Cecile de France, es una chica nada espectacular pero con una vitalidad interna que acaba contagiando a cuantos se cruzan con ella. Y se cruza con 4 personajes cada uno con su propia historia: un nuevo rico, que comenzó de taxista, de vuelta de todo y con una enfermedad terminal que se echa una amante joven (que antes lo había sido de su hijo) y pone a la venta todo los tesoros que ha ido coleccionando. “El tiempo que pasa es el que queda”, le dice enigmático a su hijo. Y “la vida es como las casas, cuando eres joven las construyes para ti, de viejo las compras”. Otro personaje fantástico es el de un pianista famoso pero desesperado con la vida agobiante y de presiones que lleva. Su mujer y manager sólo piensa en explotar su éxito y firmar contratos y él lo daría todopor irse con ella a una casita aislada en la rivera de un lago. Viven una historia de amor preciosa, llena de dilemas y al borde del precipicio pero el amor que se tienen es tan profundo que los salva. Otra historia es la de la artista de telenovelas, un poco obsesiva y falta de autoestima pese al enorme éxito de que goza en la TV (aunque a ella lo que le mola es el cine) pero una mujer auténtica, “es todas las mujeres en una” dice de ella la protagonista en la mejor piropo que podría dedicarle. Y, finalmente, está la historia del hijo. Historia con muchos frentes: con su padre rico con elque no se lleva, con su esposa con la que acaba de romper, con su examante que ahora lo es de su padre y con la protagonista de la película con la que, como era previsible, acaba teniendo un romance.
4 historias preciosas, profundas. Personajes que parecen vencidos pero que llevan tanta vida dentro que acaban reconstruyéndose y saliendo adelante y contagiandonos a todos esa fuerza interior. Personajes y paisajes. Los escenarios de la película son magníficos. El café du theatre, el Palacio de la Opera, el Ritz, la casa-museo del millonario y sus hermosos objetos de arte ( y entre ellos la cautivadora escultura que se llama “el beso”), etc. Y París siempre allí, al fondo con hermosos planos generales en los cuales, por supuesto nunca falta la Torre Eiffel o el Sena.

Bueno, qué decir, un placer intelectual y también de los sentidos. La parte final del film en el que se alternan los tres escenarios (el concierto, la subasta y el plató de televisión) es realmente preciosa. El concierto es alucinante (qué piezas preciosas de piano se interpretan a lo largo del film, ya solo por eso merecería la pena verlo), la subasta te pone los pelos de punta y en el plató te mondas de risa.

Es la magia del cine. Una tarde que se prometía solitaria, medio aburrida y melancólica, se llenó de luz y alegría. Sales del cine con las pilas cargadas. Eso sí, voy a tener que buscar una casa de masajes para que me arregle la espalda que me ha quedado destrozada por la puta butaca.Pero, sin duda alguna, mereció la pena.

sábado, enero 05, 2008

Viña del Mar



El día dos llegué a esta parte del mundo que a quienes la descubrieron por primera vez debió parecerles el Paraíso, y así la llamaron Valparaiso. La verdad es que cuando llegas, tienes que ascender por un cerro, y allá desde lo alto lo que divisas es una bahía inmensa envuelta en cerros. Treinta y pico cerros me dijeron que había. Todos ellos llenos de casas, casitas y luces. Es una visión realmente espectacular, que por la noche, alcanza una dimensión casi inimaginable para quien no lo haya disfrutado. Se repite, una vez más la combinación de las ciudades más bellas del mundo: la montaña que se acerca hasta el mismo mar y crea una combinación de picos y valles verdes, junto con casas y la propia ribera marina que resulta todo un espectáculo. Eso es Viña del Mar + Valparaíso, un lujo de la naturaleza.
Estoy alojado en el que debió ser el gran hotel de la ciudad de Viña, el O’Higgins. Me cuentan que en este hotel era donde se alojaban los artistas que participaban en el festival de Viña del Mar. Creo que lo ganó una vez Julio Iglesias y en otra ocasión Serrat. Bueno, eso debía ser antes, porque ahora el hotel está bastante en declive. Se le nota caduco, aunque resulta espectacular y mantiene un cierto estilo: tiene ascensores de esos de puertas de persiana, con su ascensorista que lo maneja con una especie de rueda.
Una de las cosas bonitas de Viña es el mar. También aquí pasear por la orilla del mar es todo un placer. Además me trae añoranzas de mis primeros tiempos en La Coruña. Nada más llegar a la ciudad, aunque viniera de conducir 700 Kms. tenía una salida obligada a la playa del Orzán, que entonces acababa en una serie de enormes rocas. Era una gozada ir saltando de roca en roca mientras escuchaba el sonido de las olas. Bueno, pues ese placer lo he podido recuperar aquí en Viña. También tiene una zona de la rivera marina que cierra el mar con enormes rocas volcánicas y es estupendo poder ir saltando de una a otra y manteniendo el equilibrio. Eso sí, ahora con más prudencia pues uno ya no tiene aquella elasticidad de antes. Y no es lo único en que se parece a Coruña, también tienen aquí un reloj de flores semejante al de los jardines.
En fin, aquí estoy de nuevo, en la otra orilla del mundo. Un poco atontado todavía por el jet lag, agotado después de dos días intensos de trabajo y un poco melancólico por la soledad. Pero como la sarna con gusto no pica… (bueno, picar pica igual, pero no puedes quejarte), ya sé que me toca callar. Y tratar de disfrutar lo que pueda de este verano chileno.

jueves, enero 03, 2008

Antes del amanecer


(Retrasado del día 1 de Enero)

No tocaba, pero ayer sacamos un poco de tiempo para el cine. Cine de sofá, claro. No va a ir uno al cine en nochevieja con tantas cosas que preparar en casa para la cena. Quise ver “Los fantasmas de Goya” pero algo pasó en el DVD que no funcionó. Así que nos tuvimos que conformar con “Antes del amanecer”, film de Richard Linklater (1995) de la que había leído muy buenas críticas como una de las mejores películas románticas que se hayan filmado. El día era propicio para eso, además.

Me gustó mucho. Tiene cosas magníficas y describe con una naturalidad inmensa el siempre complejo proceso de enamoramiento de una pareja. Dos jóvenes que se conocen incidentalmente pero que deciden ampliar su encuentro unas horas (hasta el amanecer) para ver qué tal les va. Incluso el punto de partida es divertido: todos (los casados y casadas, se entiende) hemos conocido a mucha gente antes de encontrar a nuestras parejas actuales. A veces fueron encuentros puntuales, o simples conversaciones. ¿Qué hubiera pasado si nos hubiéramos detenido un poco más en esa relación,simplemente para comprobar si compaginábamos o no?. Un punto de partida estupendo. No recuerdo en qué otra película se hacía el proceso contrario: el señor mayor (no recuerdo si separado o viudo) echaba mano de su agenda y trataba de ir visitando a todas las que habían sido sus novias. Para ver si seguía vivo el interés mutuo. Y lo que comprobó fue desastroso. Pero en este caso, la cosa les sale bien.

A lo largo de la tarde, con sus altibajos, se va construyendo una relación interesante. Van tocando todos los temas que una pareja precisa tocar para conocerse (a veces, con modos muy graciosos y efectivos como la llamada a un amigo imaginario para contarle lo que está pasando). Tengo que reconocer que me pareció más interesante ella, Julie Delpy, que él, Ethan Hawke. Hacía reflexiones más profundas, tenía una visión de la vida más madura. Y eso que el personaje masculino va diciendo cosas que tienen mucha miga. Por ejemplo, eso de que todos hacemos las cosas que hacemos con el objetivo de que nos quieran un poco más. O, lo difícil que es sobrellevar un abandono, el que alguien te deje. Me gustó mucho el cómo se había hecho consciente de la diversa forma de ver las cosas, según cuál sea ellado de la barrera en el que estés. “Yo había dejado muchas veces a las chicas con las que salía pero, hasta que me han dejado nunca había pensado en lo mal que se pasa”.
Por otra parte, en la película van apareciendo personajes interesantes. La adivina y su frase de que “somos polvo de estrellas”, que resulta difícil de interpretar pero suena fantántico. O el camarero, que le presta una botella de vino, así por el morro, para que pase “una noche inalvidable”. O los actores de la vaca. En fin, una historia muy bien contada y amena. Y eso que el sexo brilló por su ausencia, como si ambos hubieran estudiado en la Compañía de María. En todo caso, como se refiere a situaciones por las que todos hemos pasado resulta fácil identificarte con uno o con otro. Así que la película es como un recorrer tu propia película (“ves, eso me hubiera gustado también ; a mí”; “cuando yo te dije eso, me pusiste una cara fatal”; “tú eras mucho más estrecho en esas cosas”te”; “nuestra primera discusión fue más beligerante”; “tú eras mucho más lanzado que él… sí porque tenía muchas menos dudas”) Y así,como quien come cacahuetes fuimos desgranando nuestros primeros pasos. Es la ventaja de estar en casa.
He visto que hay una segunda parte: Antes del anochecer. Habrá que verla.

martes, enero 01, 2008

Deseos de año nuevo.



Se acabó el año. Se finí. Kaput. Vaya con dios este puñetero año. Sólo me molesta de que se vaya el que habrá pasado otro año y tendremos que apuntar un dígito más al apartado edad. Pero, por lo demás, no voy a sentir ni pizca de pena por él. No es que no me hayan pasado cosas buenas a lo largo de estos 12 meses. Sí y bastantes. Pero también se han sucedido las malas. Algunas muy malas. Y, al final, el balance no es positivo. A ver si este pasar página es algo más que el tránsito de un día a otro. Ojalá haya cosas que cambien. Que cambien a fondo. A ver.
Y eso que mis amigos, los optimistas, no dejan de insistir que estamos en el mejor momento de lo que nos queda de vida. Bueno, pensándolo bien no es que sea una reflexión demasiado optimista, la verdad. Pero lo dicen con una sonrisa. Quizás sea por eso. Y la verdad es que estamos aquí en la mitad de una lucha denodada por sobrevivir entre funerales y despedidas de la gente que nos rodea. “Es lo que nos toca”, me dijo alguien el otro día. Pero tampoco es demasiado consuelo. Preferiría que hubiera más bodas y bautizos. Tienes que llevar regalos y al final te sale por un pico, pero resulta mucho más interesante.

¡Carajo!, me está saliendo una entrada horrorosa de puro depre. Y, la verdad, no era eso lo que quería. Para nada me siento así. De hecho, ahora mismo estoy encantado aquí en la T4 esperando que salga el avión para Santiago de Chile donde pasaré dos semanas. “No sabes qué pena nos das, me decían los amigos cachondeándose, seguramente lo tienes que pasar fatal en un viaje así en estas fechas”. Pura envidia.

Así que esta diatriba contra el 07 tampoco es que esté muy justificada. La cosa es que me ha dejado dos o tres heridas que será difícil que cicatricen. Pero bueno, ya se ha ido. Y ahora a otra cosa.

Por cierto, dentro de toda la parafernalia del tránsito y de los miles de correos que nos hemos intercambiado estos días, me ha gustado especialmente uno que me envió mi amiga Minerva desde Méjico. Y luego me ha vuelto a llegar desde otras partes. Es un poema de Victor Hugo sobre los deseos. Como me encantó, lo copio aquí para que otros lo puedan disfrutar si es que no les ha llegado.


Te deseo primero que ames, y que amando, también seas amado. Y que, de no ser así, seas breve en olvidar y que después de olvidar, no guardes rencores .Deseo, pues, que no sea así, pero que si es, sepas ser sin desesperar.
Te deseo también que tengas amigos, y que, incluso malos e inconsecuentes, sean valientes y fieles, y que por lo menos haya uno en quien puedas confiar sin dudar.
Y porque la vida es así, te deseo también que tengas enemigos. Ni muchos ni pocos, en la medida exacta, para que, algunas veces, te cuestiones tus propias certezas. Y que entre ellos, haya por lo menos uno que sea justo, para que no te sientas demasiado seguro.

Te deseo además, que seas útil, más no insustituible. Y que en los momentos malos, cuando no quede más nada, esa utilidad sea suficiente para mantenerte en pie. Igualmente, te deseo que seas tolerante; no con los que se equivocan poco, porque eso es fácil, sino con los que se equivocan mucho e irremediablemente, y que haciendo buen uso de esa tolerancia, sirvas de ejemplo a otros.
Te deseo que siendo joven no madures demasiado de prisa, y que ya maduro, no insistas en rejuvenecer, y que siendo viejo no te dediques al desespero. Porque cada edad tiene su placer y su dolor y es necesario dejar que fluyan entre nosotros.

Te deseo de paso que seas triste. No todo el año, sino apenas un día. Pero que en ese día descubras que la risa diaria es buena, que la risa habitual es sosa y la risa constante es malsana.

Te deseo que descubras, con urgencia máxima, por encima y a pesar de todo, que existen y que te rodean, seres oprimidos, tratados con injusticia y personas infelices

Te deseo que acaricies un gato, alimentes a un pájaro y oigas a un jilguero erguir triunfante su canto matinal, porque de esta manera, te sentirás bien por nada.
Deseo también que plantes una semilla, por más minúscula que sea, y la acompañes en su crecimiento,
para que descubras de cuántas vidas está hecho un árbol.
Te deseo, además, que tengas dinero, porque es necesario ser práctico. Y que por lo menos una vez por año pongas algo de ese dinero frente a ti y digas: “Esto es mío", sólo para que quede claro quién es el dueño de quién.

Te deseo también que ninguno de tus afectos muera,
pero que si muere alguno, puedas llorar sin lamentarte y sufrir sin sentirte culpable.

Te deseo por fin que, siendo hombre, tengas una buena mujer, y que siendo mujer, tengas un buen hombre, mañana y al día siguiente, y que cuando estén exhaustos y sonrientes, hablen sobre el amor para recomenzar.
"Si todas estas cosas llegaran a pasar, no tengo más nada que desearte, sino que seas feliz" .


Precioso, ¿verdad?. Y escuchado con una música de fondo de ENYA resulta una auténtica delicia. Y todo un máster en deseos. Resulta muy fácil identificarse con muchas de las cosas y situaciones de que se habla. Y uno siente en el alma que ojalá se cumplieran en él, esos deseos. ¿Qué más se puede desear? ¿Qué más se puede decir sobre los deseos?