Domingo por la tarde. Mi día de cine y relax familiar. Pero hoy no va a poder ser. Estoy en La Rábida (Huelva), rodeado de historia colombina (de aquí salió Colón rumbo a las Américas) y del estruendo de miles de palomos en celo que intentan seducir a sus esquivas compañeras. Mañana comienza un curso en la UNIA (Universidad Iberoamericana de Andalucía) que, teóricamente, dirijo y me tocará inaugurarlo.
No hay cine pero aprovecharé para comentar la novela que acabo de terminar y que me ha dejado un magnífico retrogusto, como sucede con los buenos vinos. Ya contaba ayer que pregunté en Chile por novelistas interesantes del país y me recomendaron esta novela de Carla Guelfenbein, “La mujer de mi vida”. Y la verdad, merece la pena leerla. Me encantan los textos con frases o textos de esos que tú dices, ¡hay que ver qué bien expresa esta idea!. También cuando ves que da en el clavo de sentimientos o situaciones que tú has vivido pero eres incapaz de explicarlas con esa claridad. Cuando me encuentro con esos textos doblo la esquena inferior de la página. Para no olvidarme y poder volver sobre ellos. Para copiarlos. No sé, para disfrutarlos de nuevo. Bueno, pues esta novela parece un acordeon, ahora que la he acabado. Son tantas las páginas dobladas…
Cuenta una historia preciosa de amores y desconsuelos entre dos hombres y una mujer. Antonio y Clara son exiliados refugiados en Inglaterra pero que vuelven a su Chile natal. Theo es inglés y aparece como el narrador de la historia. Ésa es una de las claves de esta historia, que su autora la narra a través de la visión y las palabras de un hombre.Un cruce de sensibilidades quela dota de una personalidad muy atractiva, sobre todo en lo que se refiere al trato con las mujeres. Y junto a ese mérito el de tocar muchos asuntos interesantes (la amistas, la soledad, la melancolía, la muerte, las palabras, el compromiso político, etc.) e ir dejando, en cada uno de ellos, frases e ideas que te hacen pensar, que te llevan a identificarte con ellas o negarlas. En todo caso no te dejan indiferente. Es mucho más que una narración. Es como si quisiera sentar doctrina sobre los asuntos que van apareciendo. Y, a mi manera de ver, el resultado es fascinante.
Haría demasiado larga esta entrada recoger aquí esas frases interesantes y comentarlas. Las iré comentando a los pocos. Pero no puedo dejar de recoger hoy algunas sobre las relaciones hombre-mujer que me parecen estupendas. Tengo que decir, que ambos, Theo y Antonio (amigos íntimos entre sí) están enamorados o algo parecido de Clara.
“La proximidad de una mujer, cuenta Theo de una de sus primeras citas, siempre me intimidó; especialmente en aquellos momentos preliminares, cuando todo puede suceder, o nada, cuando no sé con exactitud qué espera ella de mí, cuál será el instante preciso para acercarme, incluso si esto es posible, o tan sólo una ilusión provocada por mi deseo”(p.69). ¿Quién no ha sentido alguna vez esa desazón, el dilema entre pasarse y quedarse corto, entre resultar patético o simplemente idiota?
“Quise dormir con ella, pero también derpertarme a su lado; según creía en ese entonces, lo que distingue al sexo del amor”(p.74)
(Después de un tiempo sin verla, ella le había llamado a casa cuando él, Theo, no estaba) “En vez de abordar el tema de una forma erudita y lógica mis cavilaciones se reducían a estrategias para conquistarla. Si había algo que no debía hacer cuando la viera, era mencionarle mis padecimientos por ella. No hay mejor manera de alejar a alguien que exacerbando sus sentimientos de culpa. De hecho, ésta era una de las contadas premisas básicas con que a esa edad lograba vencer las dificultades básicas. Había adquirido la mayoría de estas premisas de las chicas del colegio, de las películas y de la literatura erótica. Sin embargo, las cosas estaban cambiando.Empezaba a somarse la idea de que para lograr algún tipo de relación con el género femenino había que ser vulnerable, comunicativo, hacer preguntas, pero no de esa forma que aprendí en mi temprana adolescencia, esa curiosidad superficial y utilitaria que usaba con el fin de conseguir sexo. No, había que plantear interrogantes que revelaran la comprensión que poseías del alma femenina. Al mismo tiempo, había que escuchar de una forma adecuada, en un estado de fragilidad y apertura que te permitiera sentir al otro. Pero había algo que no cuajaba. Ser vulnerable no es parte del registro masculino, y al no serlo, no estimulaba las hormonas femeninas que producen el enlace. En este escenario tenías dos opciones: te pasabas la noche conversando de forma abierta con una mujer y te quedabas con las ganas, o te volvías misterioso y lacónico y entonces tenías sexo”(p. 109-110). No sólo es gracioso el ver de dónde saca sus ideas (yo me sé de alguno que utiliza fuentes bastante parecidas) sino cómo da en el clavo. Que levante la mano aquel a quien no le suene esa música. La alternativa entre hablar o hacer el amor debe ser uno de los dilemas más universales de las relaciones de pareja, da lo mismo que sean esporádicas o estables. Pena que la Guelfenbein no nos dé alguna sugerencia para resolverlo.
(Aquí es Clara la que cuenta sus sentimientos en su diario) “Fue Antonio quien impuso el escepticismo. No fue algo repentino, me fue persuadiendo poco a poco de que el amor no sólo es imposible, sino también inutil. Las pasiones, tarde o temprano, mueren, y cuando eso ocurre surgen el resentimiento y la rabia. Amigos, siempre amigos, jugando al juego del desencuentro, evitando los peligros de una relación adulta. Fue una forma de supervivencia la que él me inculcó. De mi mirada siempre atenta se nutrió su fuerza, y de la necesidad que tiene él de mí se sostuvo la mía” (p.135). Aunque sea revelar el misterio de la novela hay que decir que ni siquiera ellos lo consiguieron. Es fácil deslizarse de la posición de amigos a la de amantes pero difícil dar marcha atrás. Es ése temor el que asusta. Por eso hay pocas rupturas que se libren de ese resentimiento y rabia.
(Theo sentado en un sillón con Clara después de mucho tiempo separados) “Pensé en lo esquiva que puede ser la intimidad. Con frecuencia, la mentamos cuando no está presente. Porque la intimidad no es esa incontinencia verbal o física que, a veces, se apodera de nosotros cuando creemos haber encontrado en el camino a alguien digno de nuestras confesiones o de nuestra pasión. La auténtica es escurridiza y escasa, se manifiesta en el cuerpo como un calor pacífico, placentero y provoca una ilusión de permanencia. Clara y yo en la penumbra, entregados a nuestros pensamientos, no la experimentábamos de ninguna forma. Por el contrario, estoy seguro de que ella se sentía tan lejos de mí como yo de ella”(p.185)
Este último texto que citaré me pareció fantástico. Bien merece que de él haya salido el título de la novela. Preciosa contraposición entre la fantasía y la realidad.
(Theo en un momento en que Clara, que está pasando por una profunda crisis, trata de beber hasta emborracharse) “Ansié verla llegar hasta el límite. Me estremecí de mi crueldad. ¿Qué sentía por Clara? El placer de verla tocar fondo no era amor. Al fin y al cabo, quince años fantaseando con una mujer no significa mucho. Amoldada a tus deseos va perdiendo toda realidad. La Clara que había nombrado infinitas veces en el entresueño, la que eclipsaba a todas las otras mujeres, la mujer de mi vida, no existía más que en mi imaginación. Había llegado el momento de humanizarla y obtener mi libertad. Aunque comprendía, también, que abandonar su imagen idealizada implicaba quedar desprotegido. La idea de esa mujer que ella encarnaba ante mis ojos me había mantenido fuera del alcance de los afectos”(p.213) Esa contraposición entre lo que imaginas y deseas y la realidad de las personas es siempre un problema para las relaciones. Éstas sólo pueden ser auténticas y libres cuando lo real sustituye a la imagen fantaseada. Mantenerse en esa especie de mentira (que el personaje predomine sobre la persona, como en una especie de noviazgo permanente) es una tarea imposible de sobrellevar por mucho tiempo. Exige un esfuerzo terrible y un estrés permanente. Unos para no defraudarse pese a la persistencia de hechos que contradicen la imagen idealizada; los otros para mantener a toda costa la imagen que el otro tiene de ti. Y nos sucede eso en todos los órdenes de la vida: como hombre o mujer, como pareja, como padre, como profesional, como todo. Siempre estás luchando contra las fantasías que los otros se han creado y siempre con esa especie de espada de Damocles del temor a frustarles.
Es una sensación, un temor que yo, al menos, siento constantemente. Cuando me llaman de sitios que no te conocen y tienen una idea muy elevada de ti, siempre temes que los vas a defraudar (sobre todo en aquello en que te sientes más inseguro). A veces, hasta necesito verbalizarlo ante ellos para que el temor no me venza. Es como adueñarte de él verbalizándolo, haciéndole sentir que lo controlas. Y les digo al auditorio que me escucha: no sé cómo se imaginaban que era yo; quizás se esperaban alguien muy joven o muy alto y delgado, alguien con grandes melenas rizadas y ojos azul cielo; pues ya ven lo que hay; no se me defrauden mucho, mis mejores valores son interiores y se tarda un poco en poderlos apreciar. Es cuestión de echarle un poco de morro para curarse en salud.
Bueno, pues así de interesante, al menos para mí, ha sido esta novela de Carla Guelfenbein. Aún me quedan muchos otros textos por recoger porque toda la novela está sembrada de estos retazos de lucidez. Me encantó.
No hay cine pero aprovecharé para comentar la novela que acabo de terminar y que me ha dejado un magnífico retrogusto, como sucede con los buenos vinos. Ya contaba ayer que pregunté en Chile por novelistas interesantes del país y me recomendaron esta novela de Carla Guelfenbein, “La mujer de mi vida”. Y la verdad, merece la pena leerla. Me encantan los textos con frases o textos de esos que tú dices, ¡hay que ver qué bien expresa esta idea!. También cuando ves que da en el clavo de sentimientos o situaciones que tú has vivido pero eres incapaz de explicarlas con esa claridad. Cuando me encuentro con esos textos doblo la esquena inferior de la página. Para no olvidarme y poder volver sobre ellos. Para copiarlos. No sé, para disfrutarlos de nuevo. Bueno, pues esta novela parece un acordeon, ahora que la he acabado. Son tantas las páginas dobladas…
Cuenta una historia preciosa de amores y desconsuelos entre dos hombres y una mujer. Antonio y Clara son exiliados refugiados en Inglaterra pero que vuelven a su Chile natal. Theo es inglés y aparece como el narrador de la historia. Ésa es una de las claves de esta historia, que su autora la narra a través de la visión y las palabras de un hombre.Un cruce de sensibilidades quela dota de una personalidad muy atractiva, sobre todo en lo que se refiere al trato con las mujeres. Y junto a ese mérito el de tocar muchos asuntos interesantes (la amistas, la soledad, la melancolía, la muerte, las palabras, el compromiso político, etc.) e ir dejando, en cada uno de ellos, frases e ideas que te hacen pensar, que te llevan a identificarte con ellas o negarlas. En todo caso no te dejan indiferente. Es mucho más que una narración. Es como si quisiera sentar doctrina sobre los asuntos que van apareciendo. Y, a mi manera de ver, el resultado es fascinante.
Haría demasiado larga esta entrada recoger aquí esas frases interesantes y comentarlas. Las iré comentando a los pocos. Pero no puedo dejar de recoger hoy algunas sobre las relaciones hombre-mujer que me parecen estupendas. Tengo que decir, que ambos, Theo y Antonio (amigos íntimos entre sí) están enamorados o algo parecido de Clara.
“La proximidad de una mujer, cuenta Theo de una de sus primeras citas, siempre me intimidó; especialmente en aquellos momentos preliminares, cuando todo puede suceder, o nada, cuando no sé con exactitud qué espera ella de mí, cuál será el instante preciso para acercarme, incluso si esto es posible, o tan sólo una ilusión provocada por mi deseo”(p.69). ¿Quién no ha sentido alguna vez esa desazón, el dilema entre pasarse y quedarse corto, entre resultar patético o simplemente idiota?
“Quise dormir con ella, pero también derpertarme a su lado; según creía en ese entonces, lo que distingue al sexo del amor”(p.74)
(Después de un tiempo sin verla, ella le había llamado a casa cuando él, Theo, no estaba) “En vez de abordar el tema de una forma erudita y lógica mis cavilaciones se reducían a estrategias para conquistarla. Si había algo que no debía hacer cuando la viera, era mencionarle mis padecimientos por ella. No hay mejor manera de alejar a alguien que exacerbando sus sentimientos de culpa. De hecho, ésta era una de las contadas premisas básicas con que a esa edad lograba vencer las dificultades básicas. Había adquirido la mayoría de estas premisas de las chicas del colegio, de las películas y de la literatura erótica. Sin embargo, las cosas estaban cambiando.Empezaba a somarse la idea de que para lograr algún tipo de relación con el género femenino había que ser vulnerable, comunicativo, hacer preguntas, pero no de esa forma que aprendí en mi temprana adolescencia, esa curiosidad superficial y utilitaria que usaba con el fin de conseguir sexo. No, había que plantear interrogantes que revelaran la comprensión que poseías del alma femenina. Al mismo tiempo, había que escuchar de una forma adecuada, en un estado de fragilidad y apertura que te permitiera sentir al otro. Pero había algo que no cuajaba. Ser vulnerable no es parte del registro masculino, y al no serlo, no estimulaba las hormonas femeninas que producen el enlace. En este escenario tenías dos opciones: te pasabas la noche conversando de forma abierta con una mujer y te quedabas con las ganas, o te volvías misterioso y lacónico y entonces tenías sexo”(p. 109-110). No sólo es gracioso el ver de dónde saca sus ideas (yo me sé de alguno que utiliza fuentes bastante parecidas) sino cómo da en el clavo. Que levante la mano aquel a quien no le suene esa música. La alternativa entre hablar o hacer el amor debe ser uno de los dilemas más universales de las relaciones de pareja, da lo mismo que sean esporádicas o estables. Pena que la Guelfenbein no nos dé alguna sugerencia para resolverlo.
(Aquí es Clara la que cuenta sus sentimientos en su diario) “Fue Antonio quien impuso el escepticismo. No fue algo repentino, me fue persuadiendo poco a poco de que el amor no sólo es imposible, sino también inutil. Las pasiones, tarde o temprano, mueren, y cuando eso ocurre surgen el resentimiento y la rabia. Amigos, siempre amigos, jugando al juego del desencuentro, evitando los peligros de una relación adulta. Fue una forma de supervivencia la que él me inculcó. De mi mirada siempre atenta se nutrió su fuerza, y de la necesidad que tiene él de mí se sostuvo la mía” (p.135). Aunque sea revelar el misterio de la novela hay que decir que ni siquiera ellos lo consiguieron. Es fácil deslizarse de la posición de amigos a la de amantes pero difícil dar marcha atrás. Es ése temor el que asusta. Por eso hay pocas rupturas que se libren de ese resentimiento y rabia.
(Theo sentado en un sillón con Clara después de mucho tiempo separados) “Pensé en lo esquiva que puede ser la intimidad. Con frecuencia, la mentamos cuando no está presente. Porque la intimidad no es esa incontinencia verbal o física que, a veces, se apodera de nosotros cuando creemos haber encontrado en el camino a alguien digno de nuestras confesiones o de nuestra pasión. La auténtica es escurridiza y escasa, se manifiesta en el cuerpo como un calor pacífico, placentero y provoca una ilusión de permanencia. Clara y yo en la penumbra, entregados a nuestros pensamientos, no la experimentábamos de ninguna forma. Por el contrario, estoy seguro de que ella se sentía tan lejos de mí como yo de ella”(p.185)
Este último texto que citaré me pareció fantástico. Bien merece que de él haya salido el título de la novela. Preciosa contraposición entre la fantasía y la realidad.
(Theo en un momento en que Clara, que está pasando por una profunda crisis, trata de beber hasta emborracharse) “Ansié verla llegar hasta el límite. Me estremecí de mi crueldad. ¿Qué sentía por Clara? El placer de verla tocar fondo no era amor. Al fin y al cabo, quince años fantaseando con una mujer no significa mucho. Amoldada a tus deseos va perdiendo toda realidad. La Clara que había nombrado infinitas veces en el entresueño, la que eclipsaba a todas las otras mujeres, la mujer de mi vida, no existía más que en mi imaginación. Había llegado el momento de humanizarla y obtener mi libertad. Aunque comprendía, también, que abandonar su imagen idealizada implicaba quedar desprotegido. La idea de esa mujer que ella encarnaba ante mis ojos me había mantenido fuera del alcance de los afectos”(p.213) Esa contraposición entre lo que imaginas y deseas y la realidad de las personas es siempre un problema para las relaciones. Éstas sólo pueden ser auténticas y libres cuando lo real sustituye a la imagen fantaseada. Mantenerse en esa especie de mentira (que el personaje predomine sobre la persona, como en una especie de noviazgo permanente) es una tarea imposible de sobrellevar por mucho tiempo. Exige un esfuerzo terrible y un estrés permanente. Unos para no defraudarse pese a la persistencia de hechos que contradicen la imagen idealizada; los otros para mantener a toda costa la imagen que el otro tiene de ti. Y nos sucede eso en todos los órdenes de la vida: como hombre o mujer, como pareja, como padre, como profesional, como todo. Siempre estás luchando contra las fantasías que los otros se han creado y siempre con esa especie de espada de Damocles del temor a frustarles.
Es una sensación, un temor que yo, al menos, siento constantemente. Cuando me llaman de sitios que no te conocen y tienen una idea muy elevada de ti, siempre temes que los vas a defraudar (sobre todo en aquello en que te sientes más inseguro). A veces, hasta necesito verbalizarlo ante ellos para que el temor no me venza. Es como adueñarte de él verbalizándolo, haciéndole sentir que lo controlas. Y les digo al auditorio que me escucha: no sé cómo se imaginaban que era yo; quizás se esperaban alguien muy joven o muy alto y delgado, alguien con grandes melenas rizadas y ojos azul cielo; pues ya ven lo que hay; no se me defrauden mucho, mis mejores valores son interiores y se tarda un poco en poderlos apreciar. Es cuestión de echarle un poco de morro para curarse en salud.
Bueno, pues así de interesante, al menos para mí, ha sido esta novela de Carla Guelfenbein. Aún me quedan muchos otros textos por recoger porque toda la novela está sembrada de estos retazos de lucidez. Me encantó.
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