sábado, enero 05, 2008

Viña del Mar



El día dos llegué a esta parte del mundo que a quienes la descubrieron por primera vez debió parecerles el Paraíso, y así la llamaron Valparaiso. La verdad es que cuando llegas, tienes que ascender por un cerro, y allá desde lo alto lo que divisas es una bahía inmensa envuelta en cerros. Treinta y pico cerros me dijeron que había. Todos ellos llenos de casas, casitas y luces. Es una visión realmente espectacular, que por la noche, alcanza una dimensión casi inimaginable para quien no lo haya disfrutado. Se repite, una vez más la combinación de las ciudades más bellas del mundo: la montaña que se acerca hasta el mismo mar y crea una combinación de picos y valles verdes, junto con casas y la propia ribera marina que resulta todo un espectáculo. Eso es Viña del Mar + Valparaíso, un lujo de la naturaleza.
Estoy alojado en el que debió ser el gran hotel de la ciudad de Viña, el O’Higgins. Me cuentan que en este hotel era donde se alojaban los artistas que participaban en el festival de Viña del Mar. Creo que lo ganó una vez Julio Iglesias y en otra ocasión Serrat. Bueno, eso debía ser antes, porque ahora el hotel está bastante en declive. Se le nota caduco, aunque resulta espectacular y mantiene un cierto estilo: tiene ascensores de esos de puertas de persiana, con su ascensorista que lo maneja con una especie de rueda.
Una de las cosas bonitas de Viña es el mar. También aquí pasear por la orilla del mar es todo un placer. Además me trae añoranzas de mis primeros tiempos en La Coruña. Nada más llegar a la ciudad, aunque viniera de conducir 700 Kms. tenía una salida obligada a la playa del Orzán, que entonces acababa en una serie de enormes rocas. Era una gozada ir saltando de roca en roca mientras escuchaba el sonido de las olas. Bueno, pues ese placer lo he podido recuperar aquí en Viña. También tiene una zona de la rivera marina que cierra el mar con enormes rocas volcánicas y es estupendo poder ir saltando de una a otra y manteniendo el equilibrio. Eso sí, ahora con más prudencia pues uno ya no tiene aquella elasticidad de antes. Y no es lo único en que se parece a Coruña, también tienen aquí un reloj de flores semejante al de los jardines.
En fin, aquí estoy de nuevo, en la otra orilla del mundo. Un poco atontado todavía por el jet lag, agotado después de dos días intensos de trabajo y un poco melancólico por la soledad. Pero como la sarna con gusto no pica… (bueno, picar pica igual, pero no puedes quejarte), ya sé que me toca callar. Y tratar de disfrutar lo que pueda de este verano chileno.

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