jueves, abril 14, 2022

Celebrándolo en el NaDo, Coruña.

 

Lo hagas como lo hagas, llegar a los 48 años de casados tiene su mérito. Cada parte de la pareja tiende a pensar que buena parte del éxito se debe a ella (por supuesto, eso es lo que pienso yo), pero no cabe duda de que, en esos trechos tan largos de vida en común, con tantas subidas y bajadas, con tantas prórrogas, el empeño tiene que se mutuo porque, si no, resulta imposible.

Pero mira, aquí seguimos, sorprendidos nosotros mismos. Desde aquel lejano 14 de abril de 1974, a poco de acabada nuestra carrera de Psicología y tras un cortísimo noviazgo de pocos meses asumimos nuestro compromiso (entonces estas cosas se “consagraban”) e iniciamos esa aventura matrimonial que nos ha traído hasta aquí. 48 añitos, toda una vida. Tiempo suficiente para construir una hermosa familia con hijos que navegan en los cuarenta y nietas/nieto que van transitando desde los 6 a los 11. Felices, por tanto.

Y como las cosas buenas hay que celebrarlas (y las malas, olvidarlas), hemos aprovechado las vacaciones de semana santa (muy trajinadas este año: Bilbao-Valladolid-Tafalla-Madrid-Coruña) para darnos dos premios. El primero fue cultural: el musical A Chorus Line montado por Bardem para estrenarlo en Málaga y que están haciendo estos días en el Teatro Calderón de Madrid. Muy interesante, aunque merece su propia entrada en el blog y espero poder hacérsela. Y el segundo ha sido un premio gastronómico pascual: un almuerzo de degustación en el NaDo de Coruña.

No fue fácil la selección del restaurante. Coruña tiene buenos restaurantes, pero los conocemos poco y, además, no son días fáciles pues nuestro aniversario ha coincidido este año con el Jueves Santo y con un día soleado y precioso. Muchas gentes paseando y disfrutando de esta hermosa ciudad. Y comiendo, claro. Pero fuimos previsores y ya habíamos buscado una alternativa el día anterior. No resultó fácil, en efecto. Algunos restaurantes estaban cerrados y otros completos. En cualquier caso, tuvimos suerte combinada con buen ojo y reservamos en el NaDo.

Siendo sinceros poco sabíamos de este restaurante que lleva tres años en Coruña y que se ha extendido ya a Madrid. Me gustó el hecho de que ofreciera un menú degustación de altos vuelos. La fecha lo merecía.

Y allí aparecimos a la hora marcada. Nosotros los primeros. Debe ser que escalonan las llegadas de los clientes. De esa manera pueden atenderte más personalmente en la toma de contacto y en los primeros platos. Poco apoco fueron llegando los clientes y llenándose las mesas, que eran pocas (unas 12 calculé) con un sistema de tableros corridos (como las mesas domésticas donde vas añadiendo tableros si los precisas) que les permite adaptar cada mesa al número de comensales.

El NaDo es una sala corrida a la que entras por la cocina y te desplazas hacia las mesas. La entrada fue cordial, los camareros/as son muy amables y todos hacen de todo, cocinan y sirven. Incluyendo el chef (“prefiero que me llamen cocinero”, nos dijo) que nos sirvió y atendió muy amable y conversador durante toda la comida.

Tienen dos menús: uno largo y otro más corto. La cantidad de comida de cada plato es la misma, iban advirtiendo a cada nuevo cliente, lo que les diferencia es que el largo incluye más platos. Llegados hasta allí y dispuestos a disfrutar del mayor número de sabores diferentes, elegimos el largo: 3 aperitivos, 10 platos y 2 postres.

El menú se inicia con los aperitivos. El primero es un caldo de sabor intenso a base de mejillones y, entendí, que jamón. Y con él llega el espíritu de lo que será toda la comida, un juego permanente de sabores escasos, intensos y sabrosos. Esas delicias que dejan un retrogusto especial y que te exige descomponer esencias y asombrarte con la mezcla de sensaciones. Rico el caldito. El otro aperitivo fue un combinado de tres bocaditos: remolacha cocida en su propia salsa (un sabor magnífico), cogollo cocido al vapor con un toque de vinagre delicioso y alcachofa con una salsa exquisita. Tres bocados deliciosos. Finalmente, nos trajeron unos panes especiales que hacen ellos mismos a base de harina de maíz (brona) y de trigo integral que primero hornean y una vez hecho lo pasan por la brasa. Le acompañaba un aceite de algas que también hacen ellos mismos y mantequilla. Muy sabroso el aceite y el pan excelente.

Superado el primer embate y ya orientados sobre el estilo de comida que se nos iba a ofrecer: bocados cortos con sabores muy trabajados, nos aprestamos a iniciar la parte central de la ceremonia. Por supuesto, ya nos habíamos hecho, en el interim, con una botella de Carlos Moro Matarromera del 2016, que fue mejorando a medida que se oxigenaba y avanzábamos en la comida.

El menú comenzaba con (1)“cococha de merluza, alga percebe y patata suflé”, una combinación muy rica con el pescado poco hecho y sabroso, el alga fantástica y la patata suflé muy original. Buen comienzo. Le siguió (2) un bocado de “cigala”: la cola pelada de la cigala (una) venía en un cuenco sobre el que se vertió una salsa hecha con sus cabezas; las patas ya medio liberadas de la coraza expuestas en un expositor de algas. Nuevamente, los sabores perfectos: poco cocinado el pescado para respetar su sabor.

En tercer lugar (3) apareció el “escabeche de lamprea y espinacas” que resultó una delicia. Yo no soy de lamprea, pero ese pequeño bocado me pareció exquisito. Se respeta muy bien el sabor de la lamprea. Le siguió (4) un combinado de “espárragos blancos recién cocidos ‘a feira’” con aceite de Jaén. Los espárragos, al dente, fantásticos. El aceite, “de un amigo suyo de Jaén”, nos dijeron, riquísimo. Bueno, y si es verdad aquello de que no hay quinto malo, aquí se cumplió el dicho. Bajo el principio de “recuperar el sabor de las legumbres”, como se justificó el chef, llegaron (5) las “fabas de Lourenzá”. Lourenzá es una localidad gallega de reconocida fama en cuanto a sus habas blancas, grandes y carnosas. Haciendo un guiño bromista, ellos le añaden al nombre del plato la advertencia de “sin almejas” (pues esa es la postura clásica: fabas de Lourenzá con almejas), pero no se echan de menos las almejas, la verdad. Muy ricas las habas, muy en su sabor, con un toque picante en la salsa (hecha con almejas, nos dijeron).

 Superado el primer quinteto, y sin solución de continuidad, pasamos a los sucesivos platos que siguieron con la misma tónica: verduras y pescado.  Le siguió (6) un bocado de “champiñones sobre costra de linaza” que es algo así como un bocado de champiñón al cuadrado (laminado, en trozos, y en diversas cocciones). Rico, respetando el sabor. Después llegó (7) la “Xarda y jamón”, su plato estrella, nos dijo el chef, pero no fue para tanto. Nuevamente, su principal mérito fue ensalzar sus sabores originales: la xarda (caballa) sabía a xarda y el caldito de jamón a jamón. La combinación muy buena. Le acompañaba (8) una “tartaleta de zanahoria” muy rica, también, y por la misma razón: tanto la zanahoria visible como la fundida en la salsa sabían a lo que eran. El siguiente bocado (9) fue “corvina, guisantes y mantequilla” estuvo bien, aunque uno comienza a notar cierto cansancio en esta secuencia prolongada de presentaciones. Y no por saciedad sino por exceso de información y sensaciones.  Quizás la falta de costumbre que produce sobreexcitación. Pero eso no tiene que ver con el plato en sí. El pescado siempre poco hecho y, en este caso, con la piel tostada. Rico. Y la secuencia se cierra (10) con el “chicharrón de buey”, la única carne de toda la comida. Y en forma de chicharrón, es decir aseada, sin grasa. Un balance un poco decepcionante para quienes amamos tanto el pescado como la carne. El chicharrón muy sabroso y la salsa que le acompañaba rica. 


 Llegados a este punto, se abre un paréntesis en el menú y te ofrecen, si lo deseas, un plato de degustación de quesos (para desengrasar, suele decirse en Galicia). Eso te crea una especie de desfase mental. ¿Te lo ofrecen como gentileza de la casa o como una ampliación opcional del menú que habrás de abonar aparte? Dado el momento en que estás de la comida (se entiende que si has ido a ese tipo de restaurante y has elegido el menú largo vas dispuesto a todo), parece fuera de lugar preguntárselo directamente. No lo hicimos. Y como hasta mis debilidades son más fuertes que yo, les dije que sí. Elvira, en cambio, les dijo que no. Y allí aparecieron con una tabla de quesos de una pinta excelente. Mi ración (11) se compuso de una prueba de 4 quesos: un queso azul gallego de Palas de Rei que llevó el primer premio al mejor queso del mundo; un queso, también gallego, muy cremoso tipo queixo da serra  portugués o torta del casar; un tercer queso gallego semicurado y un cuarto queso que entendí era francés. Tengo que reconocer que muy ricos y originales todos.

Y tras todo este peregrinaje por sabores y sensaciones diferentes llegaron los postres. El primero fue un combinado de aguacate, manzana y menta. Bien, rico. Yo no soy mucho de postres, pero estuvo agradable y muy apropiado para finalizar volviendo a sabores naturales. A ese postre le seguía otro de características bastante similares que mi mujer se empeñó en sustituir por el flan de la casa del que le habían contado maravillas (solo por probar el flan merece la pena ir a comer a ese restaurante, le dijeron). Y pudimos saborearlo. Efectivamente, delicioso. Un saborcito suave (se nota el añadido de nata que le da ese toque de suavidad y dulzura), gustoso, delicioso. Un buen final.

Y la comida acabó con un café. Nuevamente, esa sensación confusa con el “y ahora podemos ofrecerles un café emulsionado…tipo el café de pota”. Al final, era un café hecho en una melita de toda la vida con su cucurucho filtrante. Estaba bueno.

Y aquí acaba la historia de esta comida sofisticada en el NaDo (“nacido”, en gallego). La experiencia ha estado muy bien. Para quienes gustamos del comer, cualquier experiencia de este tipo es siempre agradable y satisfactoria. De los menús que he probado de esta categoría, no es el que más me ha gustado, pero le encuentro muchos méritos. Especialmente dos: su compromiso con los sabores originales (uno va descubriendo en cada plato la esencia del producto que está consumiendo, disfrutas del sabor de cada cosa); y el buen uso de los recursos vegetales y del mar (ya había disfrutado de este nuevo mundo de las algas en el restaurante de Yayo Daporta, pero también aquí se hace un uso estupendo de algunas algas y los bocados de legumbres y vegetales están muy ricos). En mi humilde opinión, también hay cosas que podrían mejorar: el equilibrio entre carne y pescado, por ejemplo.

El trato personal es exquisito. La presencia constante del chef, la aparición de prácticamente todos los cocineros en las mesas, el diálogo amable cuando te explican los platos o responden a tus preguntas. El trato, en ese sentido, es perfecto. No lo es tanto la dinámica comercial que rige esa especie de contrato implícito que se establece entre el cliente que va al restaurante a recibir un servicio y la empresa que le atiende. La relación, en ese sentido, puede ser amable y generosa o ser puramente comercial. Y eso se ve en la factura. A ver, uno escoge un menú que ya es costoso de por sí (85€ por persona, sin incluir bebidas). Entiende que su compromiso se refiere a la experiencia en su conjunto. Y si es así, ¿qué sentido tiene que te cobren 2€ por el agua que te sirven en una jarra o que te cobren el café (6€) que se ha hecho en una melita delante de ti? Incluso, la oferta de los quesos resulta confusa, pues tampoco se aclara que se cobrará al margen. En nuestro caso aún fue peor pues se equivocaron y nos incluyeron 60€ de queso que provocó una discusión entre nosotros pues yo no quería protestar y estaba dispuesto a pagar la factura tal como venía, pero mi mujer no se lo pasó y, al final, lo arreglaron y quedó en 6€. No importa la equivocación, la puede tener cualquiera, lo que importa son los detalles. Uno sale más contento de aquellos lugares donde siente que lo que es una mera relación comercial se transforma en algo más próximo y amigable, donde no solo te dan lo contratado, sino que parece que te están regalando algo. Ese, “y ahora la casa les invita a… un café, un chupito…”.

Con todo, quedamos muy contentos con la experiencia. Fue una muy buena decisión haber optado por NaDo. Quien desee una experiencia gastronómica sobresaliente en sabores y en estética (a eso no me he referido, pero tanto el local en sí mismo como los emplatados son muy originales) que no se pierda el pasar por el NaDo. Hoy estaba lleno de parejas jóvenes. Me encantó ver que cada vez hay más gente y más variada gustando de la buena comida.