jueves, febrero 28, 2008

Zaragoza de mis recuerdos.

Ayer mañana llegué a Zaragoza. Tuve una conferencia por la tarde y tendré hoy un curso. Así que estos días tienen sabor mañico. Y me siento bien aquí. No solamente porque tengo buenos amigos (acabo de encontrarme con uno de ellos) sino porque esta ciudad está llena de recuerdos y nostalgias.
Aquí comenzó mi vida universitaria. Yo estaba destinado a oficios más sacros (en realidad yo iba para obispo en Perú, era como un destino que ya había asumido). En aquellos finales de los años sesenta la posibilidad de estudiar estaba ligada a vincularte a alguna congregación religiosa e ir a sus colegios. Y eso fue lo que hice, tenía dos tios pasionistas y con ellos me fui a los 11 años. Cursé primero en el colegio de Gabiria (Guipúzcoa) y hasta sexto en Euba (Vizcaya). Después el noviciado en Angosto (Álava) y el PREU en Zumárraga (Guipúzcoa). Duré hasta los 17 años cuando ya había cursado y aprobado el PREU. Cuento todo esto para introducir mi llegada a Zaragoza. Dejados los frailes (algun día contaré cómo se truncó mi carrera episcopal) yo bien creí que había acabado mi vida estudiantil y que me pondría a trabajar y a ayudar económicamente a mi familia. Pero no fue así. Comencé a trabajar en un bar en Tafalla donde vivían mis padres y a preparar contabilidad con un profe particular. Pero tuve suerte. Él me vió con muchos recursos y convenció a mis padres (y a mí) de que debía seguir estudiando. Lo intenté con periodismo en Pamplona pero no superé el examen (preguntaban cosas que de la vida cotidiana y de política internacionalque a mí ni me sonaban; y, sobre todo, yo tenía poco que ver con el Opus). Pero, a todas estas, ya era noviembre o diciembre y con el curso iniciado me vine a Zaragoza. Yo iba para médico, lo juro. Pero creí, estúpido de mí, que para hacer medicina era preciso haber hecho el bachillerato de ciencias. Como lo mío eran las letras, me fui a hablar con el decano de la la Facultad de Filosofía y Letras. Para mi sorpresa, no fue difícil. Me dijo que podía comenzar como alumno libre. Y eso hice con una beca de la Diputación de Navarra. Ahí comenzó mi etapa mañica.

Fueron dos años preciosos. Para un chaval ingenuo y estudioso como yo todo era un descubrimiento. Aprendí mis primeras habilidades sociales (yo estaba acostumbrado a vivir en un internado y cometía errores constantes en mi vestimenta, en mi forma de relacionarme con la gente), aprendí a ganarme la vida (la beca sólo llegaba a cubrir necesidades básicas pero el resto debía ganármelo yo, así que daba clases particulares y hacía trabajos esporádicos en vacaciones) y aprendí, sobre todo, a disfrutar de la vida sin corsés (incluidos mis primeros acercamientos titubeantes a las chicas). Ya digo, muy interesantes los dos años en Zaragoza.

Por otra parte era una ciudad muy amigable. Teníamos el tranvía que recorría el camino desde el campus a la plaza de España. Yo vivía en una residencia en la plaza de San Francisco, junto al campus y a menos de 5 minutos de mi Facultad. Eso hacía fácil la vida diaria. Te daba tiempo a pasear, a estudiar, a relacionarte con mucha gente, a continuar mi estilo de vida con otras acciones solidarias, etc. Sin falsa modestia he de reconocer que era muy bueno en los estudios (6 años de seminario sirvieron, al menos para eso) y sobresaliente en latín (gracias a las clases particulares de latín pude sobrevivir con holgura). La verdad es que tuvimos muy buenos profesores. Extraordinarios. Yo me veo ahora como catedrático de universidad y creo que no llego ni a la altura de los zapatos de lo que ellos eran y sabían. O al menos, nosotros los veíamos como gente de otro planeta, que lo sabían todo de Arte, de Literatura, de Lenguas Clásicas, de Historia. Ahora que ando metido en temas de calidad de la docencia, no podría decir que sus clases fueran modélicas pero, contradicciones de la pedagogía, creo que aprendimos mucho con ellos. Quizás porque nos gustaba estudiar. O porque viniendo de situaciones precarias, veíamos en la universidad una forma de mejorar nuestra vida. La cosa es que disfruté mucho de aquellos años de comunes. Fui delegado de curso y me sabía los cumpleaños de todos los compañeros (no éramos muchos entonces, unos 40 ó 50) y los ponía en la pizarra cuando llegaban para que toda la clase lo festejara.

En fin, Zaragoza fue mi primer bautizo en muchas cosas. Tuve grandes amigos y amigas. Creo que me enamoré de varias de ellas. Una era mayor que yo y me hacía poco caso y acabó casándose con un militar de la Academia. Había otra que me gustaba mucho. Era hija de un profesor de la Facultad que después se hizo famoso pues llegó a ser académico de la Lengua. Pero no me atreví a confesarle mis sentimientos. O sí, lo hice pero atribuyéndoselos a otro (la típica historia de “hay un chico al que le gustas mucho y cuenta de ti maravillas…”). Debí hacerlo muy bien pues se creyó que, efectivamente, era otro al que me refería. Aquí comencé a trabajar en el Reformatorio que dirigían los terciarios capuchinos (ellos me daban comida y alojamiento y yo hacía de cuidador de los internos). Aquí se forjó mi vocación por la Psicología (no pudiendo, o eso creía yo, medinica pensé que lo mío era la psicopedagogía) y de aquí salió, creo yo, mi gusto por lo social. En todo caso, recuerdo aquellos años, como un tiempo precioso en el que yo iba poniendo, sin saberlo, los cimientos delo que sería mi futuro.

Así que Zaragoza está llena de recuerdos y nostalgias. Y eso que ya se ha hecho una ciudad enorme, industrial, amenazante. No es la Zaragoza que recuerdo, salvo las calles del centro (pero ni siquiera el Tubo es ya lo que era). Pero sigue manteniendo ese encanto particular de sus gentes, su acento, sus chicas bonitas (no espectaculares, pero sí bonitas), el gesto amable de la gente y esa cordialidad mañica que te atrapa. Se echa de menos el travía. Pero, sobre todo, se echan de menos los 18 años que yo tenía entonces. Y la mirada abierta y sorprendida con que leía todo lo que pasaba. Y la mucha ilusión que ponía en todo lo que hacía.

miércoles, febrero 27, 2008

Hablar

Estos dos últimos días han estado llenos de comentarios y análisis del debate televisado entre Zapatero y Rajoy. Se ha analizado el debate desde todos los puntos posibles. Cada quien, obviamente, desde su propia óptica y sus particulares filias y fobias. Me quedo con una sensación bien simple. Lo importante es que han hablado.

Hablar es la esencia de cualquier relación. Resulta básico para crearla, para mantenerla e, incluso, para concluirla. Es probable, o eso creo, que en este ámbito de las relaciones sea más importante el hecho mismo de hablar que el tema del que se hable. O que el tono (aunque, a veces, sea el tono el que se convierte en el mensaje: ¡me ha gritado!). O que la modalidad (el conversar, el discutir, el debatir…). Escuché una vez a José A. Marina, el filósofo conferenciante, que los hombres dábamos más importancia a ganar o perder en una posible discusión, mientras que las mujeres lo que más valoraban era el hecho mismo de hablar. No estoy muy de acuerdo en atribución de género. Por lo menos no ha sido ésa mi experiencia. Pero sí estoy de acuerdo en el argumento. Al final, lo realmente importante es hablar.

Aunque a veces necesito el silencio y la soledad, me gusta mucho hablar. Sobre todo con ciertas personas, con las que tienes más en común. Esa complicidad personal te permite hablar de cosas y pasar a hablar de ti mismo o del otro, o de la relación entre ambos. Debe ser cosa de la edad. Ya me lo han dicho. Pero me resulta difícil entender una conversación puramente funcional, para hablar de cosas. Ni siquiera Zapatero y Rajoy lo consiguieron. Al final, el debate fue sobre ellos mismos, sobre cómo se ven, sobre lo mal que se llevan.

Hace poco tiempo, paseaba yo junto al mar en Coruña. Y recibí una llamada telefónica que dió lugar a una charla tensa. El mar estaba movido ese día. Y, mientras hablaba, sentí que las conversaciones son como el discurrir de las olas. Los momentos de la conversación se van sucediendo con una cadencia y una intensidad similar al oleaje. Hay momentos suaves y agradables como esas olas que te acarician cuando llegan. Hay otros bruscos, que te estallan delante y que te dejan tambaleando. Tienes que reponerte y hacer pie antes de responder. Hay argumentos que tienen resaca. Te das cuenta que te van arrastrando y arrastrando hacia asuntos o tonos difíciles de controlar y que presagian problemas. Hay olas de jugar y olas de defenderse, olas que te mecen y en las que puedes dejarte llevar y olas que te asustan. Hay olas transparentes en las que te puedes zambullir sin reservas y otras sucias y grasientas que te irritan y te gustaría evitar porque ensucian. Aquel día la conversación estaba movida como el mar, con un fuerte oleaje. Pero viendo el mar, teniéndolo allí a tu lado hasta podías ir advirtiendo cuando las curvaturas del agua y de la conversación advertían de la aproximación de una ola dura.

No sé si conversar es un arte. Supongo que sí. Algunas personas son, desde luego, muy buenos conversadores. Yo siempre he preferido escuchar a hablar, pero últimamente me gusta hacerlo y me siento mal cuando no puedo hablar con la gente que aprecio. Aunque las conversaciones consuman tiempo, aunque no se llegue a conclusiones, aunque no se saque nada en límpio, aunque aparezcan algunas olas fuertes de esas que te desestabilizan un poco. Al final, ¿qué te queda si no hablas?.

domingo, febrero 24, 2008

Felicidades Paula.


Querida paula, aquí, entre prisas aeroportuarias (ya han llamado a embarcar pero como me han pasado a bussiness puedo permitirme el lujo de esperar un poco mas) quiero enviarte mi felicitación en este ano tan especial. Ya sé que no debe apetecerte mucho celebrar nada, pero a los demás si nos apetece aprovechar esta fecha para aproximarnos a ti y hacerte protagonista de los muschos afectos que te has ido ganando durante todos estos meses. Y celebrar lo bien que has llevado todo este calvario. Teniamos que mirarte de vez en cuando para podernos relajar, para ver las cosas de una manera serena. Has sido fuerte y has estado viva. No has roto tus proyectos con lamentaciones. En fin, corazon, nos tienes a todos (y a mí muy en particular) absolutamente fascinados. Calculo que la procesión va por dentro, como la de todos, pero lo estás haciendo muy bien. Has sido capaz de reforzar las redes que ya nos unían (por eso la imagen que acompaña este post, en lugar de las clásicas copas de champán chocándose). Y hasta nos has hecho ganar un pellizquito a la lotería. No se puede pedir más.
De todas formas, lejos de mí aprovechar este día para volver sobre pesadumbres pasadas. Solo quiero que sepas que, aunque estemos lejos, te recordamos y que te mereces celebrar con entusiasmo tu santo. Con esa alegría y simpatía que es tu mejor tesoro. Que lo pases muy bien, pichurrita.
Un besazo desde el D.F y me voy que perderé el avion.

20 anos.Tantas cosas que decir!


La fortuna y algunos equívocos de la agencia de viajes me obligaron a cambiar los planes iniciales y a anticipar el regreso de San Luis Potosí. A cambio me gané un fin de semana fraternal en Puebla. Coincidí en el aeropuerto del D.F. con mi hermano que regresaba de Cuba y viajamos juntos a su casa en Puebla. Así que he podido disfrutar, una vez más, de un sábado pueblino. Lleno de emotividad, como otras veces. En esta ocasion porque se celebraban los 20 anos de casados de Luis Raúl y Maribel.
Siempre me admira esta facilidad de los mejicanos para expresar sus sentimientos. Y la ocasión se prestaba bien a hacerlo. Les habían organizado una fiesta sorpresa y realmente quedaron sorprendidos pues no se lo esperaban. "¿Qué aniversario?, pregunto él cuando se encontró en medio del fregado?". In fraganti, lo pillaron.

20 años de casados. Tantas cosas por decir! Los amigos de antes y los de después, la familia, los hijos e hijas (que en esto son bien diferentes), y algún que otro intruso como yo. Allí estábamos todos. Las emociones surgieron desde el principio de manos de la sorpresa. Maribel es bien expresiva y contagiaba emoción a cada abrazo. Luego la comida corrió bien sin faltar nada de lo que hace agradable un ágape con amigos, incluída la música. Todo excelente, pero lo mejor llegó al final, con los brindis.

La anfitriona llamó a escena a quienes debían hablar (los brindis en Méjico son muy formales). Lo hicieron los hijos recordando la importancia de esos años para ellos. Tantas cosas por decir de esos 20 años. Les debían la vida y mucho más. Una de las hijas se emocionó (y nos emocionó a todos) y tuvo que dejarlo. Pero después lo retomó con los ojos empañados de lágrimas para recordar, sobre todo, lo mucho que le habían ayudado sus padres en las decisiones que había ido tomando. Otros familiares hablaron tambien. Todos con mucho sentimiento.

Lo mejor llego cuando fueron ellos mismos quienes tomaron la palabra. Ella habló de lo exaltada que estaba hace 20 anos y de cómo se reproducía ahora esa misma sensación. Pero me emocionó más el marido (obviamente, yo me podía identificar más con él). Atribuyó los méritos de esta aventura feliz a su esposa (lo que a juzgar por las caras de quienes le escuchaban debía ser algo más que una mera cortesía), ella había mantenido fuerte la estructura familiar. Se sintió orgulloso de sus hijos e hijas y, al final, hizo una auténtica declaración de amor. Estoy seguro que no desmerecía en nada a la que pudo hacer hace 20 anos.

De todo ello, lo que más le puede llamar la atención a alguien no mejicano es esa facilidad para abrir la espita de las emociones, para confesarse en público, para superar el rubor de decir explícitamente a alguien, y delante de todo el mundo, lo mucho que le quieres. Nosotros también sentimos esos sentimientos, pero nos cuesta hacerlos públicos. Debe ser algo genético en ellos.

Y no era solo eso. Quizas fue que el ambiente tan cargado de emociones nos contagió a todos. Pero la comida entera estuvo llena de esos pequenos detalles de las parejas de invitados que te indican que allí hay mucha emotividad concentrada. Como yo estaba desparejado pude irme fijando. Muchos mimos, mucha ternura en las miradas, muchas caricias, mucho tomar la mano del otro. En fin, hay algo especial en Mejico (al menos en el Mejico que yo conozco) que te hace tierno, sentimental. Es una fascinacion por la familia tan explícita, tan llena de emociones que acaba contagiándote. "Al final, toda nuestra riqueza son nuestros hijos", oí decir, tambien emocionado a Carlos Franco, sentado a mi lado.

En fin, 20 anos juntos es toda una vida. Mucho tiempo, mucha vida, muchas emociones, muchas cosas que contar. Gusta compartir y celebrar este tipo de honomásticas. Mas aún, a quienes llevamos muchos mas anos que esos de casados. Es como compartir una complicidad muy especial. Pero gusta, sobre todo, sentir esa emocion sin tapujos, esa capacidad para decir lo que sientes aunque te emociones. Siempre me sorprenden en eso los mejicanos. Felicidades Maribel y Luis Raul. Visto lo que hemos visto hoy, aquel proyecto de vida que iniciásteis hace 20 años ha sido todo un éxito. ¡Que siga así!.

sábado, febrero 23, 2008

La bandera


Ahora que en España estamos agobiados con las banderas que se han convertido en símbolos equívocos y fuentes de controversia, me he encontrado en un país donde todo es distinto en relación a eso. Una de las cosas que más me ha impactado esta semana mexicana es el protagonismo que tiene la bandera en la vida mejicana y, sobre todo, en la educación.

Llegué un lunes a medio día a San Luis y me acompañaron en la comida el equipo directivo de la institución. Todos muy trajeados. Les pregunté por qué y me dijeron que como era lunes tenía los honores a la bandera. No entendí bien lo que me quería decir. Me explicaron que cada lunes se honra a la bandera en las escuelas. Se canta el himno y se iza la bandera. Y todos están (lo pude ver esa tarde en una plaza pública) con un nivel de seriedad infinito, con el brazo cruzado sobre el pecho y absolutamente entregados al acto. Y eso cada lunes. Desde preescolar. ¡Con el follón que se ha montado en Galicia con el tema del himno en las galescolas!.


Pues nada, además de cada lunes, mañana día 24 será el día de la bandera. Y los niños de Primaria habrán de jurar públicamente la bandera en un acto oficial. La letra del juramento es la siguiente: ¡Bandera de México! Legado de nuestros héroes, Símbolo de la unidad de nuestros padres y de nuestros hermanos, te prometemos ser siempre fieles a los principios de libertad y justicia que hacen de nuestra Patria, la nación independiente, humana y generosa, a la que entregamos nuestra existencia.


Instalados como estamos en pleno posmodernismo donde este tipo creencias y valores globales e impuestos suenan a raro, llama mucho la atención cómo se vive aquí. No acaban de entender nuestra desafección por los símbolos patrios. Es una sensación que ya he vivido en otros países iberoamericanos. Quizás sea que son países jóvenes que precisan reforzar su identidad como tales. Y lo hacen a través de símbolos.


La cosa es que te genera disonancia cognitiva. ¿Hemos perdido o hemos ganado en ese proceso? ¿Se hace bien con incorporar ese tipo de formación desde preescolar como fórmula de homogeneización y consenso social? La progresía española no lo aceptaría de ninguna manera. Yo tampoco lo veo claro, pero si les miras a los ojos a esta gente, nuestros amigos, quienes están formando los futuros profesores de este país ves tal convencimiento que te entran dudas.

San Luis Potosí






Esta última semana la he pasado en San Luis Potosí. Como nunca había estado allí tenía una cierta expectación por saber cómo era aquella ciudad de la que únicamente me habían dicho que era "colonial". Y es verdad, junto con Puebla y algunas otras reliquias urbanas, San Luis es una ciudad preciosa que refleja la parte buena de esa herencia que los españoles dejamos por estas tierras.

San Luis es la ciudad de las mil iglesias (no son mil pero deben andar por las trescientas, en eso compite seriamente con Puebla); la ciudad de las cien placitas y de los infinitos jardines. Eso hace de ella una ciudad fantástica para pasear, para sentarse bajo árboles acogedores, para perderte por rincones en los que vas descubriendo elementos nuevos. Como han peatonalizado todo el centro resulta cómodo pasear. Han logrado, además, una iluminación magnífica de los diversos documentos, con lo cual el paseo al anochecer es como moverte en un espacio lleno de sugerencias. Por otra parte los edificios son magníficos, un buen exponente del poderío económico que debía tener esta ciudad en los buenos tiempos de las minas de oro. De ensueño.






Un poco más complicado ha sido llevar bien el tema del clima. Te despiertas a 6 ó 7 grados y va subiendo el termómetro hasta los treinta y pico para medio día. Insoportable. Y hay de tí como te olvides de una chaqueta por la tarde porque la temperatura en una hora puede descender muy bien 20 grados. Así que "o tasas o telas", como dicen en mi pueblo.






Si la ciudad es bonita y amigable, la gente no le va a la zaga. Yo no conocía a nadie de la institución a la que venía a trabajar pero me han hecho sentir como en casa. Y eso que mi careto de cansancio por el viaje ha debido durar varios días. Pero han sido comprensivos conmigo y se han portado de maravilla. Es de esos sitios en los que todavía predomina el componente personal sobre el formal, tú eres una persona de carne y hueso antes que un conferenciante extranjero. Nadie sabe lo que se agradece eso cuando se está tan lejos de casa. Uno necesita que le mimen. De un tiempo a esta parte ya solo acepto invitaciones de sitios así. Uno ya está un poco harto de ir como experto al que le tratan como si fuera un comercial que va a vender sus productos. En fín, tengo mucho que agradecer a todo el equipo de la Normal del Estado que me ha atendido tan bien.



Eso sí, he tenido que seguir luchando, como en cada viaje a Méjico con los picantes. Así que estoy de arrachera a la plancha hasta el cogote. Casi no hay donde elegir y da lo mismo que te digan que esto no pica nada, al final a mi me abrasa.






Interesante experiencia la de esta semana. Y con el broche de oro de un sábado en Puebla con la familia. Así que nada más que pedir.



domingo, febrero 17, 2008

Viajar es un placer


Viaje a Zaragoza para el 27. Y, entre medias, invitación de Lleida para que, aprovechando el viaje, de allí otra conferencia ese mismo día por la mañana. Así que debo planificar el viaje. Una odisea. Mi plan era viajar a Zaragoza con esa companía nueva que se llama Plaza que hace el Santiago Zaragoza y nos viene muy bien pero claro ahora ya no me vale porque se llega a Zaragoza a las 11,15 y no tendría como llegar a Lleida para las 12,30 en que comenzaría mi conferencia tengo que pensar en madrugar y viajar vía Madrid podría salir de Santiago en el vuelo de las 6,20 de la manana jodido porque justo acabo de llegar de Méjico y estaré aún con un jet lag de pelotas y luego correr desde Barajas a Atocha para coger un AVE que sale a las 9 para Lleida a donde llegaría sobre las 11,30 con tiempo justo para llegar a la Universidad y dar la conferencia y luego tendría que salir a toda leche para coger otro AVE a Zaragoza a las 3 así que sin comer y llegar a tiempo para mi conferencia en Zaragoza luego al acabar la conferencia de Zaragoza podría ir corriendo a la estación para coger otro AVE hasta Barcelona y tomar allí el avión que sale a las 22,30 para Santiago así podría rematarlo todo en el mismo día con el peligro por supuesto de cómo se retrase el avion a tomar por el saco todo el plan porque ya no llego a ningún sitio o para ir mas tranquilo podría salir el día anterior aunque nunca antes de la noche porque es martes y ese día tengo clase hasta las 8 de la noche y no quiero perderla así que como mucho podría viajar esa noche hasta Barcelona hay un avion a las 22,30 que llega a la medianoche pero claro llegando tan tarde ya no tengo como ir hasta Lleida tendría que quedar en Barcelona y viajar a la mañana siguiente a Lleida en un AVE que sale de Barcelona a las 9 y luego hacer lo mismo que tenía pensado otra vez el AVE hasta Zaragoza y el regreso por la noche desde Barcelona. No sé si queda claro. Voy a tomarme la tensión que me da como un dolor en el pecho. Y eso que viajar es un placer. ¡Que desastre!.














viernes, febrero 15, 2008

La buena vida


A veces uno se sorprende con ciertos atractivos de la vida que están ahí pero que, metidos como estamos en esta vorágine de la vida diaria, me ha tocado disfrutarlos poco.

Tuve que hacerme un análisis de sangre y el laboratorio abría a las 9. Así que ese día pude remolonear un poco más en cama. Además había que ir en ayunas y era bueno evitar las tentaciones. La cosa fué sencilla y, al acabar, pensé que me merecía desayunar en una cafetería típica próxima a la consulta. Y allí me fuí.

El café con leche y el cruasán a la plancha sabían de gula a esas horas de la mañana (rondaban las diez menos cuarto). Pero lo que me extrañó era que el café Miami, una de esas reliquias del pasado, enorme y con muchas mesas, estaba a tope. La gente de lo más relajada tomando su café, charlando, hojeando la prensa. Serán pensionistas, pensé. Pero nada de eso, había gente de todas las edades, incluidos muchos jóvenes. Estarán haciendo el descanso del café, supuse. Pero tampoco tenían pinta de eso. Demasiado relajados para estar de paso. Más bien parecía que estaban acostumbrados/as a aquello, que formaba parte de su rutina diaria. Sentí algo parecido a la envidia.

Hoy acabo de leer un comentario de la última película de Antonello Gimaldi, Caos calmo (que por cierto habrá que verla para comprobar si esa escena de sexo entre Nanni Moratti e Isabella Ferrari es tan fuerte como para que los obispos italianos pidan que la censuren). Cuenta el periodista que es la historia de un padre en crisis que quiere dejar todos sus agobios y dedicarse sólo a vivir la vida con su hija. Y el propio Moretti comentanto su personaje dice que "todos hemos querido alguna vez parar; retirarse, detener el tiempo. Es lo que mueve a este hombre que me resulta próximo y lejano, que me fascina".

Algo de eso fué lo que sentí esa mañana en el café. Ganas de bajarme. Me pareció tan atractivo poder vivir así relajado, tomándote tu café a las diez de la mañana, sin prisas, sin compromisos. Pero no sé si eso es bueno. Debe ser otra modalidad de tentaciones cuaresmales. O quizás que estaba sintiendo el mono de la probeta de sangre que me habían sacado. O que, igual que dicen que avanza el desierto ocupando cada vez espacios más amplios, va avanzando dentro de mí la mentalidad del prejubilado. No sé, pero es tremendo eso de que por una razón u otra ni siquiera tomandote el café a media mañana puede uno dejar la cabeza tranquila y no pensar.

Amores contra corriente



No siempre me gustan los cortos. A veces no pasan de ser puro lengüaje cinematográfico, pura forma. Y se hace difícil entrar en situación en tan poco tiempo. Pero teniendo ese título, no pude dejar de verlo. Y no me arrepentí.
Mientras una voz en off nos ponía en situación, en pantalla aparecía un salmón luchando por avanzar contra corriente, saltando obstáculos del río, siempre concentrado en la tarea de seguir adelante. Pero la historia era menos heróica y mucho más próxima y romántica.

Se trataba de una pareja que habían sido amantes en una relación con numerosos altivajos. Se habían descubierto casi sin sentirlo,en un momento muy especial para ambos. Ella se sintió fascinada por él. Él sintió que descubría en ella a alguien que le hacía más fuerte, que le permitía compartir sensaciones y proyectos. Se sentían bien juntos. Buscaban momentos de intimidad, se gustaban. Y acabaron queriéndose.

Las dificultades se fueron presentando a los pocos, decía la voz en off. Discutían mucho, se disgustaban. Al principio, incluso esas situaciones penosas acababan produciendo resultados positivos. Las reconciliaciones permitían superar sin traumas las dificultades sobrevenidas. Era mayor el disfrute mutuo que las insatisfacciones. Pero la caja de los sinsabores fue creciendo. Las peleas se hicieron más frecuentes. Ya no daba tiempo a restañar las heridas. Y cada nuevo conflicto se convertía en un pequeño infarto sentimental que dejaba su huella. Acabaron haciéndose daño y, al final, diversos disgustos en cadena acabaron precipitando la ruptura. El sentido común les hizo ver que no merecía la pena continuar con algo que provocaba más sufrimiento que satisfacciones. Y así pasaron varios meses, construyendo un nuevo espacio de relaciones neutras en el que la distancia psicológica sirviera de trinchera defensiva contra nuevas heridas.

Hasta ahí llegó la voz en off. Y ahí comienza la historia fantástica del corto. En el fondo es la historia de una rebelión. No era fácil de entender esta parte. No jugaba con los códigos de la racionalidad. Se trataba de que algo, ¿el deseo?, se había rebelado contra el sentido común.

Estaba agazapado en el hígado. Arrinconado por el peso de las evidencias racionales y la resignación de los amantes. Pero algo pasó ese día que lo hizo despertar y trazar su plan como un estratega consumado. Debería engañar al yo racional, a la parte inteligente de ambos. El deseo contra el sentido común. El ahora contra el pasado. No no era fácil.

Ella empezó a notar que algo raro sucedía desde la mañana. No pensaba lo que hacía, lo iba haciendo sin más. Se vistió de lencería roja con pantalón oscuro y blusa blanca escotada. Se recogió el pelo con un moño y se ajustó un collar de corales rojos. Era como si la moviera una fuerza interior distinta de la habitual, pero le gustó el resultado, se sintió guapa y no pensó más.

Lo de él fue distinto. Despertó sobresaltado, como si se le hubiera hecho tarde. Recordó que no había dormido bien durante la noche y supuso que le cogería el sueño ya de madrugada. Pero no estaba cansado. Al contrario, se sentía excitado y lleno de energía. No pensó mucho en lo que hacía mientras se duchaba, se vestía y desayunaba. Y, cuando iba a salir, se vió en el espejo del hall. Llevaba pantalón de tonos verdes, camisa blanca y corbata en verde oscuro con pequeños cuadritos blancos. Y una cazadora marrón. Pasaré frío, pensó, pero ni se le ocurrió volver a abrigarse más.Se sentía bien.

El día fue normal pero mejor de lo habitual. Era como si lo hubieran pintado de colores cálidos. Había más luz. La gente sonreía más. Estaba claro que era un día especial aunque ninguno de los dos sospechaba siquiera por qué. Se encontraron cuando caía la tarde. En un parque. Debía yo estar distraído porque no tengo ni idea de cómo llegaron allí. Por sus caras al verse, tampoco ellos parecían saberlo. La sorpresa se unía a la alegría. ¡Qué casualidad!, dijo él. Es verdad, contestó ella. Y añadió, ¿qué haces por aquí?. Si te soy sinceró, no lo sé, contestó, debe ser el destino que sabía que tú ibas a pasar por aquí. Y me alegro. Estás guapísima. Gracias, contestó ella. Algún indicio invisible les debió advertir que con palabras no avanzarían mucho. Las palabras pertenecen al mundo racional y ése no era un contexto propicio. Había un seto alto y detrás de él un banco. Un lugar apetecible y privado. ¿Tienes prisa?, dijo él. No. ¿Nos sentamos? Como en los viejos tiempos, dijo ella. Y se sentaron y la conversación salto al mundo de las miradas. Necesitaban descubrirse de nuevo. Y tras las miradas, unas caricias suaves, tímidas, titubeantes. No era fácil. El sentido común, el pasado, la razón seguían con su labor de zapa. Les parecía una vuelta atrás, una recaída innecesaria. El deseo debía pelear cada paso, cada momento. A veces daba la sensación de que lo había logrado y la cosa iba para adelante, pero enseguida aparecía una nube que lo retrasaba todo. Y vuelta a empezar.
Pero el cuerpo también tiene memoria. Y eso los salvó. Comenzaron a respirar más juntos. Las caricias se hicieron más atrevidas. Llegó el primer beso y, a partir de ahí, saltaron los frenos. Se entretuvieron mucho entre caricias y miradas. Saltaron los primeros botones y entraron en un cuerpo a cuerpo progresivo. El cuerpo tiene memoria, es verdad. Y las puntas de los dedos. Y la lengua. Y el olfato. El deseo se sentía bien. Ese era su terreno. Respiraron fuerte, se abrazaron e hicieron el amor con ansiedad. Las risas y el llanto se mezclaban con palabras de éxtasis, con mordiscos, con suspiros. Cuando llegaron al paraíso se iba echando la tarde, pero les dio igual y siguieron abrazados un buen rato. Sin moverse, sin hablar como si temieran romper el encanto de aquel momento infinito.
Luego se vistieron y quedaron allí sentados. Pudieron empezar a hablar pero con un lenguaje muy construido, dulce, del que no hace daño sino caricias. Se sentían bien y no querían pensar en nada más. Al deseo se le veía satisfecho, más relajado, como quien ya ha acabado su tarea.

No recuerdo nada más. Creo que fue ahí cuando fui saliendo de ese mundo mágico en el que me había metido el corto. Era como si hubieran puesto a quemar alguna planta olorosa con poder para embriagar. Eso había conseguido la historia, introducirnos en un mundo de ensoñaciones para implicarnos en la historia, para que todos convirtiéramos aquella historia en nuestra historia o en nuestro sueño.

La cosa es que cuando miré de nuevo a la pantalla, allí estaba el salmón. Ahora avanzando río abajo. Y con una divertida cara de satisfacción. Ya había cumplido su cometido. Sólo le quedaba volver de nuevo al mar, a la vida cotidiana. Seguramente, mucho menos complicada que su travesía amorosa río arriba. Pero menos interesante.

El siguiente corto era sobre el calentamiento del planeta. Pero ya me interesó menos. Demasiado calentamiento. Incluso para un día como hoy, San Valentín.

miércoles, febrero 13, 2008

Todos delincuentes


Me han llamado de la Radio Gallega. Querían hacerme una entrevista para hablar de la propuesta del PP de rebajar la edad penal a los 12 años. Alguien les había dicho que yo sabía de eso.
¿Y qué le parece esa propuesta?, es lo primero que me ha preguntado. Una parvada, le he contestado siendo consciente de que no era un epíteto demasiado académico. ¡Qué manía con penalizar, con categorizar como delincuente a todo quisque que se salga de la línea!
No duró mucho la entrevista. Supongo que me desmadré un poco con análisis que iban más allá de lo habitual en las charlas radiofónicas de media tarde. El periodista quería hacer de malo. Sí eso que dice está bien, pero resulta muy largo y mientras tanto tenemos ahí a chavales que van haciendo de las suyas. Es verdad, le dije. No se puede negar que algunos jóvenes cometen delitos (no son muchos, el 0,18% de los jóvenes según las estadísticas) y sobre esos casos tendrá que intervenir la sociedad, no solo la policía y los jueces. Pero dígame, contraataqué yo, qué ganamos con convertirlos en delincuentes, con enviarlos a la cárcel. Eso no resuelve el problema que han causado y crea un nuevo problema con ellos. No mejorarán en la cárcel, seguro. Crecerán como delincuentes y eso es lo que serán toda su vida.
Es tremendo, le decía al periodista, lo que nos está pasando. Son niños y niñas de 12 años. Ellas quizás no hayan tenido su primera regla y ellos aún andan a vueltas con su cuerpo desgarbado y lleno de granos. Y ya queremos que sean responsables de lo que hacen y que tengan que penar si se equivocan.
De todas formas, es cierto que algunos de ellos son crueles y hacen daño. No consigo explicarme cómo han llegado hasta ahí, cómo han podido deteriorarse tanto, pero desde luego nadie en su sano juicio podría decir que ha sido por su culpa. Hay muchas formas de analizar los problemas de la delincuencia infantil. Una de ellas es, ciertamente, la legal y policial. La gente siente una fuerte predilección por ella, porque le da seguridad. Pero es una perspectiva errónea tanto desde el punto de vista social como psicológico. Se basa en la idea del “libre albedrío”, es decir que cada uno es dueño y responsable de sus actos, que si actúa mal lo hace porque quiere y, por tanto, debe pagar por ello. Ya es dudoso que ese principio se pueda aplicar a todos los adultos, pero resulta fuera de lugar cuando hablamos de niños y niñas pequeños. Los problemas, esos problemas, también pueden verse desde una perspectiva social, es decir, entendiendo que cuando un chaval acaba delinquiendo lo que eso supone es un fracaso en su proceso de socialización. Y en ese fracaso tanta culpa tiene la sociedad como el propio sujeto. También puede hacerse una lectura educativa o psicológica del problema porque siempre son chavales con problemas en su educación, con una sensibilidad obturada, con pocas habilidades sociales, con mucha frustración acumulada. Estas miradas sobre los problemas de la delincuencia juvenil son más amables (lo que a algunos les repugna) pero también mucho más constructivas. No significa no actuar, pero sí hacerlo de forma que las medidas que adoptemos aporten algo a la resolución del problema (que es también el problema del agresor).

Todo eso me ha ido saliendo a borbotones en la entrevista. También pude recordar nuestra experiencia con los Hogares Promesa (quizás por eso me han llamado de la emisora) allá en los años 70-80. Nosotros sacábamos a los chavales delincuentes de los reformatorios para llevarlos a vivir con nosotros, a nuestra casa. Por lo general eran de los más difíciles de cada centro. Algunos de ellos tenían un currículo delictivo bien fuerte. Pero el vivir con nosotros les abría a otro futuro. Del reformatorio hubieran pasado directamente a la cárcel. Era su destino. Pero, en muchos casos logramos torcer ese destino. Hicieron carreras universitarias. Se casaron y tuvieron hijos a los que trataron de educar con más cariño del que ellos mismos habían recibido. Es verdad que la delincuencia infantil y juvenil de entonces era distinta a la de ahora. Casi no había drogas. No se presentaban conductas tan perversas como esas de maltratar para grabarlo. Pero en sustancia, casi siempre es lo mismo: unos pobres chavales muy rotos interiormente e incapaces de controlar sus actos. Son merecedores de castigo, pero, sobre todo, necesitan de apoyo y ayuda para ir recuperándose.
En todo este montaje me preocupa, sobre todo, esa tendencia cada vez más fuerte a llevarlo todo al derecho penal y al castigo. Y se nos va llenando el alma de deseo de venganza. Siempre está ese sustrato de venganza en la penalización de los agresores (tú la has hecho pero la vas a pagar). Y todo se tiñe de ese tono púrpura de la venganza. Todos queremos vengarnos: quien se siente abandonado por su pareja; quien se ve ultrajado o insultado; quien sufre un robo o un atropello; quien tiene a alguien querido vejado o muerto por culpa de alguien. Todos pedimos enseguida venganza. Algunos hasta se la toman por su mano. Y es eso, se nos olvidan las otras alternativas: medidas preventivas, atención a los agresores desde el inicio, búsqueda de causas más allá del sujeto trasgresor, perdón, incluso. Sólo queremos que el juez condene a quien nos ha hecho daño. Y cuanto más fuerte sea la pena, más satisfechos nos quedamos. Ya sé que suena raro, pero no tiene futuro una sociedad así. Me parece a mí.
Me impresionó mucho hace unos años, en aquella película de “La pelota vasca, la piel contra la pared”, de Julio Medem, el testimonio de un joven a quien ETA le había hecho perder un pié completo. Decía que no odiaba a los terrorista, no les deseaba mal. Sólo quería que aquello no se repitiera y estaba dispuesto a trabajar porque así fuera. Pero sin violencia.
No es fácil no odiar a chavales que cometen esos delitos tan horrorosos que de vez en cuando saltan a las primeras páginas de la prensa. El cuerpo nos pide hacerles a ellos todo el mal que ellos han hecho a otros. Pero no es la solución. Por eso tenemos la ley y los jueces, para que actúen con racionalidad y no emocionalmente. Pero ahora parece que todo el mundo quiere ser expeditivo. Aunque perdamos al bebé al querer tirar el agua sucia del baño. Me siento aturdido por tanto ruido de togas y sentencias en temas de niños y jóvenes. Seguro que iremos a peor. Allá en los años 70 nos atrevimos a decir a la Administración que deberían optar entre llenar las calles de educadores o llenarlas de policías. Parece que la opción está hecha. La gente ha preferido a los policías y a los jueces. La cosa no pinta bien.

lunes, febrero 11, 2008

XXY o la incertidumbre.


Ahora que están pesando a las modelos para hallar su índice de masa corporal y evitar la anorexia y otras complicaciones psicosomáticas en las chicas jóvenes (estos días relata la prensa que tres modelos inglesas han sido rechazadas para los desfiles de Cibeles por excesivamente delgadas), nos llega esta película argentina que aborda el tema de la identidad sexual y sus incertidumbres. Lucía Puenzo nos cuenta la historia de una adolescente hermafrodita que trata de avanzar en medio la niebla espesa en que se mueve su existencia bipolar. Se nota que la historia está contada por una mujer. La hace más sensible a los detalles y se mete muy bien en la piel de la protagonista.

Técnicamente, el problema tiene un nombre, “síndrome de Klinefelter”, pero la historia de Alex es mucho más rica, más humana. La batalla de la identidad sexual se juega en muchos frentes y casi todos ellos están incluidos en el film. Y el que menos pesa, aunque no podría faltar, es el médico, el dilema entre si operarse o no operarse. La película lo plantea sólo como fondo del problema y sirve como elemento detonante de todas las otras caras de la cuestión: la familiar (el juego de expectativas y frustraciones que supone para una pareja el tener una hija “diversa”); la social (el morbo que provoca saber que una chica atractiva posee atributos sexuales duplicados); la personal (el dilema de saber qué se quiere ser, en qué identidad se siente mejor; la angustia de pensar en que puede que no haya elección alguna que tomar); la relacional (las primeras experiencias sexuales y sus inquietantes efectos sobre una misma y sus parejas). En fin, muchos frentes abiertos. No era fácil tratarlos todos bien y con naturalidad. Hay mucha angustia latente en los personajes, pero lo llevan con dignidad.

Los jóvenes actores protagonistas, Inés Efrén (Alex) y Martín Piroyanski (Álvaro) bordan sus papeles de jóvenes “diversos”, que no son fáciles pues están saturados de matices y ambigüedades. Ricardo Darín está, como siempre, muy metido en su papel. Quizás sobreactúa en ciertos momentos, pero eso mismo llena de dramatismo la historia y deja entrever la enorme lucha interior que su personaje vive. Cualquier padre se puede poner en su lugar y sentir la misma angustia por hallar el camino correcto. El resto de los actores están bien pero pasan desapercibidos.

Me ha resultado curioso ver que muchas críticas de Internet, sobre todo algunas de jóvenes, son muy ácidas y negativas. “La peor película que he visto en los últimos años”, dice una chica de 18 años. Y muchos la tildan de aburrida, plana, sosa, poco creíble, etc. A mí me ha parecido muy interesante. Me encanta el cine argentino cuando cuenta historias. Y aquí lo hace. Sigue adoleciendo de problemas notables con el sonido (o quizás sea el lenguaje que hace que a veces no entiendas lo que dicen los actores) pero describe muy bien los personajes, presenta paisajes magníficos y posee un lenguaje cinematográfico dinámico y atrapador. No es fácil aburrirse, incluso en una película lenta como ésta.
Y el problema de fondo, querer o no querer a los hijos y cómo hacerlo, acertar con la decisión correcta, dejar que sea la propia chica quien decida, saber equilibrar la protección a una hija con su derecho a construir su propia orientación sexual y su proyecto de vida, va mucho más allá del hermafroditismo. Dicen algunos críticos que lo interesante de la película es que te obliga a hacerte preguntas. Es verdad. Puede que la historia que cuenta no te pille de cerca, pero no te puedes librar de los numerosos dilemas vitales y relacionales que van apareciendo. Lo que sucede es que son cosas sobre las que nunca es fácil saber qué harías tú en esa situación. Por eso es una película que inquieta. No da respuestas. Sólo te pone las preguntas encima del mantel.
En fin, creo que se mereció con justicia el premio a la mejor película extranjera de los Goya 2007.

Ahora o nunca.

Por lo que he visto no tiene muy buena crítica, pero a mí me ha gustado mucho. Claro que ya se ve desde el inicio que es una historia escrita a la medida de sus dos actores principales, Jack Nicholson y Morgan Freeman. Además, Robert Reiner, el director, les deja hacer lo que ellos hacen mejor. Nicholson de persona un poco loca pero llena de energía y Freeman de alguien tranquilo, relajado y buena persona (aquí, además, le añaden una capa de sabiduría que asombra: lo sabe todo sobre todo; al final eso le hace un poco menos creíble).
La historia es bonita y simple: dos enfermos terminales deciden aprovechar el poco tiempo que les queda para cumplir la lista de deseos que no han logrado cumplir en su vida. Claro que para poder hacerlo con garantías hace falta dinero, así que uno de los personajes (Nicholson) es extremadamente rico y podrá permitirse cualquier tipo de lujo que requieran los deseos. Eso les lleva a viajar en jet privado por las diversas maravillas del mundo, a moverse sin restricciones por hoteles y restaurantes, a concederse aventuras de todo tipo… En fin, como si fuera el cuento de la lámpara de Aladino, se pudieron permitir desear cuanto quisieron. Y la historia nos va llevando con ellos a lugares maravillosos, desde las pirámides de Egipto al Taj Mahal, desde el Himalaya al desierto del Serengueti. Una fotografía espléndida.

Pero lo interesante de la película es la historia. Está llena de humor, aunque el tema sea bien dramático. Y tiene cosas muy seductoras. En primer lugar, la idea de hacer una lista (el título original, The Bucket List, respeta más la importancia de la lista en la historia) con los deseos, con lo que nos gustaría hacer. Freeman que comenzó como profesor se la mandaba hacer a sus estudiantes. Luego vio, en su propia carne, que la vida no respetaba la lista y uno acaba haciendo aquello que tiene que hacer. Y no suele coincidir con los deseos. Pero en su situación, con una esperanza de vida de pocos meses, resulta interesante esa historia de una lista de deseos. El permitirse desear en esas circunstancias me parece algo extraordinario. Ellos lo hicieron. Y escribieron su lista. E iban tachando cada ítem de la lista a medida que los iban cumpliendo. Algunos de esos ítems eran graciosos: besar a la chica más guapa del mundo (que resuelve besando a su nieta); hacerse un tatuaje; reirse hasta morir (cosa que resulta casi literal), etc.

También son interesantes algunas anotaciones que el sabio Freeman va aportando a lo largo del film. Especialmente la de los 5 estadios por los que se pasa ante la enfermedad del cáncer: negación, ira, negociación, resignación y aceptación. También me gustó su reflexión sobre las dos preguntas básicas ante la muerte, como si fueran los dos deberes básicos de toda vida: ¿has encontrado la felicidad?, ¿a cuántas personas crees que has hecho felices?.
En fin, dos monstruos del cine que se superan a sí mismos; una historia que da mucho juego, que te hace reir y llorar; una fotografía espectacular; y dos o tres moralejas interesantes. Que diga la crítica lo que quiera. Me encantó.

lunes, febrero 04, 2008

¿Necesidad?



“¿Y tú qué necesidad tienes de escribir todas esas historias?, ¿no te da vergüenza contar cosas tan personales?”, me dijo mi madre. Tampoco ella entiende, supongo, que alguien hable de cuestiones que rozan la intimidad de cada uno, esa esfera de lo personal que, por lo general, no compartimos salvo con personas muy especiales. Es una buena pregunta, le dije. Yo me la hago muchas veces.
Y es verdad, ¿será que lo que comenzó casi como un juego-desafío pueda llegar a convertirse en una necesidad? ¿Escribo por necesidad? ¿Y si así fuera, sería eso una especie de patología? Es puro exhibicionismo, me reconvino hace algún tiempo una amiga, como la de esa gente que se abre la gabardina para mostrar sus tesoros. Y amenazó con no volverme a hablar en la vida si mencionaba cualquier cosa de conversaciones o discusiones que hubiera tenido con ella.
Pues la verdad, no lo sé. Hay gente extrovertida a la que le resulta fácil contarte su vida (me ha tocado por dos veces un taxista, el mismo, que en un recorrido de no más de 10 minutos me ha contado toda su vida, de su matrimonio, de sus hijos, de sus vacaciones, en fin, todo así a borbotones). Pero no es mi caso. Escucho mejor que hablo (aunque alguno sonreiría si me oye decir esto) y, por lo general, soy muy introvertido. Y muy tímido en el cara a cara (ahora menos, parece, desde que ando en esto del blog). Debe ser que escribir sobre un papel, o sobre una pantalla de ordenador, da menos corte. No reacciona, no te pone caras ni hace gestos de impaciencia, no te llama mentiroso ni te contradice. Es cómodo, aunque no siempre. Nunca dejas de pensar en la gente que te podría leer y en lo que les pueda parecer a ellos lo que escribes. Pero acabas acostumbrándote.
En todo caso,la cuestión es, ¿qué necesidad tengo de escribir todo esto?, ¿lo hago por necesidad?. Pues no lo sé, la verdad.

domingo, febrero 03, 2008

Amor dividido


Dentro de una semana casi imposible (La Rábida, Santiago, Zaragoza, Pamplona) se hacía necesario un tiempo de dejarse llevar. Sin hacer nada, sin tener que estar pensando en el paso siguiente. Y nada mejor que el cine para eso. Entras, te sientas cómodamente (aquí sí se podía, no como en aquellas malditas butacas de Viña del Mar) y dejas que el director y los actores te metan en su mundo de fantasía. Sueñas, ríes, lloras con ellos y, al final, de nuevo a casa.
Pues lo dicho, me fui a ver El amor en los tiempos del cólera de Mike Newell. Como la novela me había enamorado de García Márquez hace ya muchos años, tenía cierta prevención con respecto al film. Pero estuvo bien. La historia resulta un poco lenta a ratos (pero también lo era la novela, quizás para reflejar mejor el ambiente cansino y relajado en que se desarrollaba la vida de los personajes) pero está bien contada. Los paisajes son impresionantes (Colombia es impresionante y fue rodada sobre todo en Cartagena de Indias) y la música atrapadora (Shakira hace un trabajo magnífico con sus canciones y la canción final “despedida” es candidata al globo de oro como mejor canción de 2008). Así que se pasa bien.

Como el propio García Márquez estuvo muy implicado en el desarrollo del film, la historia está muy bien contada. Ese amor que pervive a través del tiempo y los avatares. Una historia grande que trasciende las pequeñas historias, la categoría que va elevándose sobre las anécdotas. Y todo sin grandes aspavientos. Aunque se supone que hay cólera de por medio, el film no se recrea en la enfermedad ni trae a primer plano la tragedia de gentes que sufren. Incluso el desamor que el protagonista siente a lo largo de su vida se convierte en algo íntimo pero no destructivo. Florentino Ariza(nuestro Bardem) espera pero no desespera, más bien al contrario. Cualquier hombre soñaría con una agenda tan llena de amores y sexo (¿620 tenía contabilizadas en su diario? ¡Qué locura! ¡¿Qué envidia?!) como la suya.
Los actores están bien. Bardem, sobre todo, en su papel de Florentino Ariza. Me gustó más de mayor que de mediana edad (y no entiendo por qué su etapa juvenil la hace otro actor que físicamente se parece tan poco a él, se produce un salto que confunde bastante al principio). Tampoco está mal Giovanna Mezzogiorno como Fermina Daza (a ella no la sustituyen de joven, en cambio). Y los demás bien, correctos.
Ya he dicho que los paisajes son impresionantes. Sobre todo, los planos generales de naturaleza. Esas inmensas montañas y valles colombianos. Esos ríos infinitos. Las últimas secuencias con el barco, tipo New Orleans con su gran rueda propulsora a popa, en la mitad del río son preciosas. Y si a eso le añades la canción de Shakira, resulta inolvidable.
La historia es muy bonita. No podía ser de otra manera, siendo de García Márquez. El amor como un boomerang que va y regresa al inicio. Pero sin necesidad de tragedias ni arrepentimientos, como si fuera el decurso normal de su historia. Todo un ensayo sobre el amor y los amores. “Amor dividido”, se dice en la película. Hay un amor del cuerpo y un amor del alma. Un amor de cintura para abajo y otro de cintura para arriba. El amor verdadero, amor del alma, es intangible, sereno, constante. Un ejercicio de seducción espiritual. Suena bien cuando se escucha pero cuesta subirse a ese carro. Es mejor tocar madera. Y desear que las etapas anteriores duren aún mucho tiempo. (¿Oye, 620, será posible?)

84 añicos



Los del papá. Parece que fue ayer (bueno, esta vez menos que otras) y ya estamos de nuevo a finales de Enero. Fecha marcada en nuestro calendario familiar porque estamos todos de celebración. Los años los cumple él, el papá, pero lo celebramos todos como si nos fuera la vida en ello y reconociendo que cada año se hace un poco más cuesta arriba. Así que cada año tenemos más que celebrar.
Son días de emociones fuertes. No sé cómo nos las arreglamos pero andamos todos, sobre todo los mayores, con las emociones a flor de piel. Son como brasas templadas que esperan el menor soplo para arder de nuevo. No son emociones trágicas. De ésas también hay, pero no me refiero a ellas ahora. Son emociones, sin más. Esa cosa densa que te sale del fondo del estómago, como si te lo encogiera, y te agarrota el pecho y se va extendiendo por todo el cuerpo convertida en temblores y, al final, busca desahogo en forma de lágrimas.
Hoy se han encargado los nietos de mover el viento y avivar el fuego. Le han regalado al abuelo un libro con textos escritos por cada uno de ellos. Sus fotografías y sus escritos. Escritos llenos de emociones, casi cartas de amor, de añoranzas, de buenos deseos. Como tenía que salir para el aeropuerto me han concedido el privilegio de poderlos leer de corrido. Imposible hacerlo sin llorar desde la primera a la última página. Un chute de sensaciones no apto para cardíacos.
Luego, ya en el avión, medio aletargado por la comida pantagruélica que nos hemos zampado, he seguido pensando en el maravilloso misterio que encierra esta familia y en ese algo indefinible que nos lleva a todos a recalar en nuestros orígenes y a retornar, a cada poco, al nido paterno. Es como la fuerza de un imán que te atrae. Algunos hablan de la llamada de la sangre y parece un juego literario. Pero si alguien nos analizara con detenimiento quizás descubriera que esa llamada existe y que, en nuestro caso, tiene una fuerza enorme.
Yo creo que todos somos conscientes de que buena parte del misterio de esa atracción radica en nuestro padre. Algo tiene este hombre que acaba seduciéndote. Da lo mismo que seas hijo o nieto o nuera o, simplemente, amigo. Él te atrapa. Parece que pasa de ti, hace como que no se entera pero te sigue, te embruja y, al final, ya no puedes precindir de él. Maneja sus relaciones con una estrategia similar a como juega al mus o al chinchón: se hace el despistado pero va siguiendo toda la jugada y sabe casi siempre qué cartas llevas. Él no se inmiscuye en tus jugadas, pero las vigila y se hace presente. Como quien no quiere la cosa. Ése era el mensaje más repetido por sus nietos en el libro que le han regalado. Que había sido muy importante para ellos, que siempre había estado ahí vigilante, que se sentían, también ellos, atrapados en su cariño.
Ojalá mis nietos me quieran a mí la mitad de lo que yo te quiero a ti”, le escribía Eva. Y ése es, calculo, el sentimiento que todos albergamos. Ojalá fuéramos capaces de ser como tú, papá. Deberías dejarnos en herencia tu secreto, eso que te ha permitido crear esta gran familia que te adora, y hacerlo sin levantar la voz, sin aspavientos. No debe ser fácil. Cómo ser relevante sin ser notorio, cómo ser sabio sin grandes saberes, cómo ser dulce sin ñoñeces, cómo ser emotivo (incluso llorón) sin dejar de ser firme. Ese quedarse siempre en un aparente segundo lugar pero sin perder presencia ni capacidad de influencia. Porque si algo te ha caracterizado es el estar siempre ahí. Un amor (y eso que estas grandes palabras hasta se hacen raras por pretenciosas, lo tuyo ha sido siempre mucho más simple), pues eso, un amor presente que da la cara, que no se esconde, que plantea los temas sin precauciones. No te ha importado hablar con cada uno de nosotros de cualquier cosa, nos gustara o no, tuvieras razón o no, fuera oportuno o no. Pero siempre buscando no hacer daño sino ofreciendo tu ayuda. Tu especialidad ha sido siempre ésa, la del impacto suave, afectuoso, sin brusquedades. Lo decían tus nietos en sus escritos, pero lo sabemos sobre todo tus hijos, creo que has sido como esa pinturas o fotografías en las que la imagen te va siguiendo con su mirada aunque tú te vayas moviendo. Se diría que sus ojos se van moviendo contigo y siempre te miran de frente. Es como si cada uno de nosotros (hijos, nietos, todos) hubiera sentido tu mirada de forma individual, dirigida a él de manera distinta y particular.

En fín, papá, te hemos visto sufrir lo indecible y disfrutar hasta donde te llegaba la vida; te hemos visto mirarnos con ojos de desamparo y súplica cuando te llevaban en camilla y con ojos de seguridad y apoyo cuando éra alguno de nosotros el que andaba trastabillado y a tropezones. Y sabemos, vaya si lo sabemos, que no has tenido una vida fácil ni una familia cómoda, pero muchos te envidiarían si supieran hasta donde hemos llegado todos juntos. Y a cualquiera de nosotros nos haria felices vernos a tu edad con esta caterva de gente de 4 generaciones a nuestro alrededor. Pues eso, 84 años bien aprovechados. Y muchas lecciones que aprender para nosotros.
Felicidades papá.