lunes, febrero 11, 2008

XXY o la incertidumbre.


Ahora que están pesando a las modelos para hallar su índice de masa corporal y evitar la anorexia y otras complicaciones psicosomáticas en las chicas jóvenes (estos días relata la prensa que tres modelos inglesas han sido rechazadas para los desfiles de Cibeles por excesivamente delgadas), nos llega esta película argentina que aborda el tema de la identidad sexual y sus incertidumbres. Lucía Puenzo nos cuenta la historia de una adolescente hermafrodita que trata de avanzar en medio la niebla espesa en que se mueve su existencia bipolar. Se nota que la historia está contada por una mujer. La hace más sensible a los detalles y se mete muy bien en la piel de la protagonista.

Técnicamente, el problema tiene un nombre, “síndrome de Klinefelter”, pero la historia de Alex es mucho más rica, más humana. La batalla de la identidad sexual se juega en muchos frentes y casi todos ellos están incluidos en el film. Y el que menos pesa, aunque no podría faltar, es el médico, el dilema entre si operarse o no operarse. La película lo plantea sólo como fondo del problema y sirve como elemento detonante de todas las otras caras de la cuestión: la familiar (el juego de expectativas y frustraciones que supone para una pareja el tener una hija “diversa”); la social (el morbo que provoca saber que una chica atractiva posee atributos sexuales duplicados); la personal (el dilema de saber qué se quiere ser, en qué identidad se siente mejor; la angustia de pensar en que puede que no haya elección alguna que tomar); la relacional (las primeras experiencias sexuales y sus inquietantes efectos sobre una misma y sus parejas). En fin, muchos frentes abiertos. No era fácil tratarlos todos bien y con naturalidad. Hay mucha angustia latente en los personajes, pero lo llevan con dignidad.

Los jóvenes actores protagonistas, Inés Efrén (Alex) y Martín Piroyanski (Álvaro) bordan sus papeles de jóvenes “diversos”, que no son fáciles pues están saturados de matices y ambigüedades. Ricardo Darín está, como siempre, muy metido en su papel. Quizás sobreactúa en ciertos momentos, pero eso mismo llena de dramatismo la historia y deja entrever la enorme lucha interior que su personaje vive. Cualquier padre se puede poner en su lugar y sentir la misma angustia por hallar el camino correcto. El resto de los actores están bien pero pasan desapercibidos.

Me ha resultado curioso ver que muchas críticas de Internet, sobre todo algunas de jóvenes, son muy ácidas y negativas. “La peor película que he visto en los últimos años”, dice una chica de 18 años. Y muchos la tildan de aburrida, plana, sosa, poco creíble, etc. A mí me ha parecido muy interesante. Me encanta el cine argentino cuando cuenta historias. Y aquí lo hace. Sigue adoleciendo de problemas notables con el sonido (o quizás sea el lenguaje que hace que a veces no entiendas lo que dicen los actores) pero describe muy bien los personajes, presenta paisajes magníficos y posee un lenguaje cinematográfico dinámico y atrapador. No es fácil aburrirse, incluso en una película lenta como ésta.
Y el problema de fondo, querer o no querer a los hijos y cómo hacerlo, acertar con la decisión correcta, dejar que sea la propia chica quien decida, saber equilibrar la protección a una hija con su derecho a construir su propia orientación sexual y su proyecto de vida, va mucho más allá del hermafroditismo. Dicen algunos críticos que lo interesante de la película es que te obliga a hacerte preguntas. Es verdad. Puede que la historia que cuenta no te pille de cerca, pero no te puedes librar de los numerosos dilemas vitales y relacionales que van apareciendo. Lo que sucede es que son cosas sobre las que nunca es fácil saber qué harías tú en esa situación. Por eso es una película que inquieta. No da respuestas. Sólo te pone las preguntas encima del mantel.
En fin, creo que se mereció con justicia el premio a la mejor película extranjera de los Goya 2007.

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