domingo, febrero 03, 2008

84 añicos



Los del papá. Parece que fue ayer (bueno, esta vez menos que otras) y ya estamos de nuevo a finales de Enero. Fecha marcada en nuestro calendario familiar porque estamos todos de celebración. Los años los cumple él, el papá, pero lo celebramos todos como si nos fuera la vida en ello y reconociendo que cada año se hace un poco más cuesta arriba. Así que cada año tenemos más que celebrar.
Son días de emociones fuertes. No sé cómo nos las arreglamos pero andamos todos, sobre todo los mayores, con las emociones a flor de piel. Son como brasas templadas que esperan el menor soplo para arder de nuevo. No son emociones trágicas. De ésas también hay, pero no me refiero a ellas ahora. Son emociones, sin más. Esa cosa densa que te sale del fondo del estómago, como si te lo encogiera, y te agarrota el pecho y se va extendiendo por todo el cuerpo convertida en temblores y, al final, busca desahogo en forma de lágrimas.
Hoy se han encargado los nietos de mover el viento y avivar el fuego. Le han regalado al abuelo un libro con textos escritos por cada uno de ellos. Sus fotografías y sus escritos. Escritos llenos de emociones, casi cartas de amor, de añoranzas, de buenos deseos. Como tenía que salir para el aeropuerto me han concedido el privilegio de poderlos leer de corrido. Imposible hacerlo sin llorar desde la primera a la última página. Un chute de sensaciones no apto para cardíacos.
Luego, ya en el avión, medio aletargado por la comida pantagruélica que nos hemos zampado, he seguido pensando en el maravilloso misterio que encierra esta familia y en ese algo indefinible que nos lleva a todos a recalar en nuestros orígenes y a retornar, a cada poco, al nido paterno. Es como la fuerza de un imán que te atrae. Algunos hablan de la llamada de la sangre y parece un juego literario. Pero si alguien nos analizara con detenimiento quizás descubriera que esa llamada existe y que, en nuestro caso, tiene una fuerza enorme.
Yo creo que todos somos conscientes de que buena parte del misterio de esa atracción radica en nuestro padre. Algo tiene este hombre que acaba seduciéndote. Da lo mismo que seas hijo o nieto o nuera o, simplemente, amigo. Él te atrapa. Parece que pasa de ti, hace como que no se entera pero te sigue, te embruja y, al final, ya no puedes precindir de él. Maneja sus relaciones con una estrategia similar a como juega al mus o al chinchón: se hace el despistado pero va siguiendo toda la jugada y sabe casi siempre qué cartas llevas. Él no se inmiscuye en tus jugadas, pero las vigila y se hace presente. Como quien no quiere la cosa. Ése era el mensaje más repetido por sus nietos en el libro que le han regalado. Que había sido muy importante para ellos, que siempre había estado ahí vigilante, que se sentían, también ellos, atrapados en su cariño.
Ojalá mis nietos me quieran a mí la mitad de lo que yo te quiero a ti”, le escribía Eva. Y ése es, calculo, el sentimiento que todos albergamos. Ojalá fuéramos capaces de ser como tú, papá. Deberías dejarnos en herencia tu secreto, eso que te ha permitido crear esta gran familia que te adora, y hacerlo sin levantar la voz, sin aspavientos. No debe ser fácil. Cómo ser relevante sin ser notorio, cómo ser sabio sin grandes saberes, cómo ser dulce sin ñoñeces, cómo ser emotivo (incluso llorón) sin dejar de ser firme. Ese quedarse siempre en un aparente segundo lugar pero sin perder presencia ni capacidad de influencia. Porque si algo te ha caracterizado es el estar siempre ahí. Un amor (y eso que estas grandes palabras hasta se hacen raras por pretenciosas, lo tuyo ha sido siempre mucho más simple), pues eso, un amor presente que da la cara, que no se esconde, que plantea los temas sin precauciones. No te ha importado hablar con cada uno de nosotros de cualquier cosa, nos gustara o no, tuvieras razón o no, fuera oportuno o no. Pero siempre buscando no hacer daño sino ofreciendo tu ayuda. Tu especialidad ha sido siempre ésa, la del impacto suave, afectuoso, sin brusquedades. Lo decían tus nietos en sus escritos, pero lo sabemos sobre todo tus hijos, creo que has sido como esa pinturas o fotografías en las que la imagen te va siguiendo con su mirada aunque tú te vayas moviendo. Se diría que sus ojos se van moviendo contigo y siempre te miran de frente. Es como si cada uno de nosotros (hijos, nietos, todos) hubiera sentido tu mirada de forma individual, dirigida a él de manera distinta y particular.

En fín, papá, te hemos visto sufrir lo indecible y disfrutar hasta donde te llegaba la vida; te hemos visto mirarnos con ojos de desamparo y súplica cuando te llevaban en camilla y con ojos de seguridad y apoyo cuando éra alguno de nosotros el que andaba trastabillado y a tropezones. Y sabemos, vaya si lo sabemos, que no has tenido una vida fácil ni una familia cómoda, pero muchos te envidiarían si supieran hasta donde hemos llegado todos juntos. Y a cualquiera de nosotros nos haria felices vernos a tu edad con esta caterva de gente de 4 generaciones a nuestro alrededor. Pues eso, 84 años bien aprovechados. Y muchas lecciones que aprender para nosotros.
Felicidades papá.

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