lunes, diciembre 03, 2012

ABUELO



Hace un tiempo me había comentado una amiga chilena que estaba deprimida por algo que le había pasado en su visita a un aula de Educación Infantil, cosa que hacía con relativa frecuencia. Los niños pequeños llaman a sus profesoras “tías”. No sé de dónde les vendrá la costumbre, quizás para diferenciarlas de sus madres o para evitar que les llamen “mamá”. No lo sé. La cosa es que ella estaba muy acostumbrada a que los niños de las clases que visitaban la llamaran, también a ella, “tía”. Eso le gustaba mucho. Lo que había roto esa felicidad era que esa mañana una niñita de la escuela que visitaba la había llamado “abuelita”. Primero le sonreí, contaba, y después me fui enseguida al baño para disimular mi frustración y constatar el diagnóstico de la pequeña. Todos nos reímos mucho entonces.


Pero está claro que uno no se puede reír de los malos tragos ajenos. El sábado, mientras mi madre charlaba-rezaba con la monja que la visita cada semana, cogí mi computador y me fui a la cafetería de al lado a tomarme un café mientras leía el periódico y acababa un texto.  En ello estaba cuando se sentó en la mesa de al lado una señora de edad indefinida pero no excesivamente mayor. No le presté mucha atención, la verdad. Ni siquiera cuando sentí que hablaba en alto. Sólo que al final oí algo así como “abuelo”, “¡eh, abuelo, hace un frío terrible fuera!”. Como no había nadie a su lado ni al mío, no tuve más remedio que mirar para ella. Pensé que no se dirigía a mí, pero es que no había nadie más alrededor. ¡Coño, dije para mí, esta tía me está llamado abuelo, pero yo no tengo pinta de abuelo. Está loca! Y, efectivamente, el abuelo era yo. Nunca me había pasado una cosa así. “¡Oiga señora, pensé en increparle, por qué me dice abuelo! Yo no le he faltado en nada”. Pero qué leche, cómo iba a decirle nada. Es verdad que soy abuelo, pero que te lo digan así, a bocajarro, te deja hecho trizas. Al rato, la señora se levantó y se fue sin pedir nada. Debió ser que entró en el bar solo para calentarse un poco. Tenía que ser, pensé para mí. Una pobre vagabunda que probablemente tampoco esté muy bien de la cabeza. Si no, de qué me va a llamar abuelo…  Me pareció una justificación bastante interesada por mi parte, pero sirvió para salir del paso. Eso sí, no me la he quitado de la cabeza. ¡Puñetera mujer!