martes, mayo 24, 2022

CINCO LOBITOS

 



Me sonó un poco raro que mi mujer me propusiera ir al cine un lunes, pero en esta fase de salida del contagio del virus, cualquier iniciativa para olvidarte del tema es bienvenida. Le apetecía ver Cinco Lobitos y allí nos fuimos. Y fue perfecto.

El título, así a palo seco y antes de ver la película, es poco estimulante. Suena a película infantil o a alguna historia en diminutivo. Luego ves que no, que está perfectamente justificado. Solo lamentas que pueda haber personas que no vayan a verla porque se imaginen otras cosas. Se pierden una espectacular experiencia fílmica (y vital).

Lo que Cinco lobitos cuenta es una historia familiar en la que una pareja joven tiene su primera hija. Ellos viven en la ciudad (quizás Madrid) y, durante esos días, reciben la ayuda de los padres de ella que se desplazan a su piso desde el pueblo costero del País Vasco donde viven. Y en torno a esos ejes se construye el guión.

Dirige la película Alauda Ruiz de Azúa, que también es la autora del guión. Ella es una cineasta joven acostumbrada a elaborar cortometrajes, pero hace poco tuvo su primer hijo y la experiencia le animó a pasarse al cine largo. Y, la verdad, lo bordó, tanto en la construcción del guión como en la realización de la película.  

La historia se construye sobre la base estrecha del espacio familiar (en ese sentido podría convertirse con facilidad en una obra de teatro) y se basa en los 4 personajes que constituyen esta doble familia: el matrimonio joven, Amaia (Laia Costa) y Javi (Mikel Bustamante) y los padres de ella, Begoña (Susi Sánchez) y Koldo (Ramón Barea). Cada uno de ellos tiene un perfil muy marcado (con un toque euskaldún muy notable) que encaja perfectamente en la historia que se pretende contar: ¿qué pasa cuando llega el primer hijo a la familia y añade ese plus de incertidumbre y estrés al ya de por sí incierto proceso de construcción de tu futuro personal, laboral y de pareja?

Sin duda, ése es un momento que cada pareja que haya pasado por él lo hemos vivido de manera diferente, pero es fácil comprender el tsunami al que se enfrentan Amaia y Javi (sobre todo ella) y ese volcán de sentimientos y agobios en el que chapotean para sobrevivir. Las situaciones se convierten en impredecibles e irracionales y es en ese caldo de cultivo donde la forma de ser de cada quien aparece de forma más neta y violenta. Pierdes el control de la situación (eso significa decir que algo “nos desborda”) y ahí es donde tienes que jugar tu partida (o rendirte, claro). 


 

Es justamente en esa ruptura de las apariencias, cuando aparece el carácter fuerte y dominante de las mujeres vascas.  Como pertenezco a ese mundo, me hace gracia cuando oigo hablar de las mujeres como la parte débil y a proteger. Toda mi vida la he vivido entre mujeres mucho más fuertes que los hombres, más duras que nosotros, más decisivas. Por algo son las “etxekoandreak”, las dueñas de la casa, ese territorio donde ellas imponen sus reglas. La película lo refleja bastante bien. Son ellas las protagonistas (lo que parece sensato en este caso pues se trata del nacimiento de la hija) y las que toman las decisiones. Y no siempre acertadas.

La relación de padres novatos con su primer hijo y sus consecuencias para la propia pareja es solo uno de los ejes sobre los que se ha construido la historia de “5 lobitos”. El otro eje argumental se desarrolla en el ámbito de la relación de los propios jóvenes (y ahora padres) con sus propios padres. Amaia va a jugar en simultáneo su papel de madre primeriza con el de hija adulta con sus padres. El cambio de estatus que supone el primer hijo para ambas partes es extraordinario. El guión se desmadra un poco en este aspecto, pero no hubiera hecho falta ese toque de dramatismo que la enfermedad de la madre añade a la historia. La transformación de la relación con los padres es en sí misma y siempre muy interesante. Esa sensación de las hijas (e hijos) de parecerse cada vez más a sus padres (incluso en aquello que en su día detestaron), esa trasmutación del papel de hijo/a que necesita ayuda al papel de hijo/a que debe ayudar a sus padres, esa recuperación de lazos afectivos que la postadolescencia y la primera etapa de madurez e independencia personal fueron anestesiando… todo eso genera cambios profundos en la forma de vivir la relación con los padres. En la película este cambio es demasiado brusco y eso hace que se pierdan muchos matices de ese interesante tránsito.

Y hay una tercera línea argumental en la película que me ha encantado. Lo que subyace a todo lo que ocurre en esta historia es la peculiar construcción de esa cualidad humana que es el amor. Un amor que estamos acostumbrados a ver en formatos muy diferentes y con tonos de sensibilidad de intensidades variables. En la sociedad navarra que yo he vivido el amor no se hablaba (sobre todo de mayores), se daba por hecho sin más. Si uno analizara el nivel de amor en la pareja o en la familia desde sus expresiones externas acabaría sacando conclusiones erróneas. “No pueden vivir juntos… y se morirían si los separan”, he oído decir de muchas parejas de padres-abuelos. Mucha discusión entre ellos, muchas desavenencias, como si la historia común les hubiera desencantado. Un amor rudo. Y, sin embargo, en esos casos lo ficticio es la rudeza porque en el fondo solo es una forma de sobrevivir sin que el otro acabe apoderándose de ti, porque ya dependes de él. Solo una vez me atreví a traer conmigo a Galicia a mi padre sin que viniera también mi madre. La idea era que descansaran el uno del otro. Y no lo soportó, a los dos días me pidió que le sacara un billete de tren que se volvía a casa. La relación entre Begoña y Koldo es también así, ruda, difícil. Lo que ella cuenta de él no es positivo, pero el día que ve que su hija se enfada con su padre se lo reprocha, cuando repasa experiencias pasadas reconoce que “a veces uno es feliz sin saberlo” y, al final, ahí está él cuando la enfermedad se hace presente.

En fin, muchos frentes abiertos por esta película con un cierto sabor a documental, lo que la satura de realismo y la acerca a la vida vivida por muchos de nosotros. Bien merecidos los múltiples premios que ha recibido. Muy recomendable.