domingo, julio 29, 2012

Maraton cinematográfico

Los regresos suelen parecerse. Comienzas el día algo excitado porque te espera mucho trajín. Desayuno melancólico tratando de echar un vistazo por el buffet del hotel para ver qué te has dejado los días anteriores sin probar, pues la cosa se acaba. Recoger las cosas en la maleta, volviendo a hacer el milagro de que entre todo lo que has de llevar. Check out rápido pues en realidad no tienes nada que pagar salvo el minibar que, en mi caso, jamás toco. Y espera preocupada de quien te ha de llevar al aeropuerto. Siempre cabe que se haya olvidado, que le haya pasado algo. En mi último viaje a Brasil, a punto estuve de tener que tomar un taxi pues la persona que quedó en llevarme al aeropuerto se retgrasó más de una hora del momento previsto y yo ya veía que no llegaba con tiempo. Justo cuando metía mi maleta en el taxi apareció. Esta vez no fue así. El chofer de la universidad estaba allí antes de la hora pactada y todo salió perfectamente. Como era sábado, ni siquiera tuvimos que sufrir el tránsito habitual.

El embarque tampoco tuvo novedades, aunque no es fácil librarte de alguna pegiguera. En Chile son menos histéricos que en otros lugares (en la salida, en la entrada ya es otra cosa). Todo fue bien, incluido el embarque. Y así comienza, una vez más el regreso, con los rituales habituales. Lo peor de estos viajes es el horario. Salir a las 12 de la mañana en un vuelo que durará 13 horas significa que te pasarás toda la tarde en el avión. Tiempo en el que se supone que deberías dormir pues vas a llegar ya de mañana a destino. Pero no es fácil dormir por la tarde. Un ratito sí, en un sustituto de la siesta, pero no las horas reglamentarias. Y así pasa lo que pasa.

Lo que me pasó a mí es que se me hizo eterno porque apenas conseguí dormir. Uno tiene sus rituales. El mío comienza (después de los consabidos inicios del viaje con los avisos de seguridad, el pase con los periódicos, los auriculares, los utensilios de aseo y la copita de cava: beneficios de ser pasajero frecuente y que te pasen a bussiness) con una partida de mus contra la pantalla que lleva cada asiento. Antes me entretenía más. Ahora empieza a ser aburrida porque siempre gano. Después suele venir la comida y con ella se comienza con alguna peliculita. Después la siesta y, a partir de ahí, lo que Dios quiera, porque depende del tiempo que duermas.

Yo dormí poco, así que te encuentras a las tres horas de vuelo, despejado y sin saber qué hacer. Lo que hice fue ver cine. Mucho cine. 5 películas cayeron esa tarde. Me recordó mis tiempos de estudiante en el Pío XII donde hacíamos maratones de cine de 24 y 36 horas donde podíamos llegar a ver entre 15 y 20 películas seguidas. Algo así, pero ya más moderado por la cosa de la edad. Claro que tuve que apuntarme los títulos de las películas en mi libretica del Alzheimer pues estaba seguro de que no me acordaría ni de los títulos al llegar. Gracias a eso las puedo contar: Wanderlust, Alabama Moon, Lorax, Meu País y ¡Qué pena tu boda!.

La primera fue Wanderlust, que en los cines españoles la tradujeron como "Sácame del paraiso". Película americana de este mismo año, con la Jennifer Aniston y Paul Rudd de protagonistas. Bueno, entretenida por aquello del contraste entre el mundo de ejecutivos del que los protagonistas salen y el mundo hippy en el que acaban cayendo. Primero con dudas, luego de forma más consciente y grata. Se pasa bien, lo que no está mal para mitigar la preocupación de ir atravesando la cordillera andina llena de nueve y picos amenazantes.

La segunda fue Alabama Moon, que yo confundí con otra de un campamento de chicos. Pero no, esta es un poco más antigua, de 2009, y que va en plan de niño que vive con su padre en el bosque, al margen de la civilización y sus constricciones. El padre no quería que nadie pudiera exigirle nada, así que se automarginó con su hijo. Vivía de lo que pescaba o cazaba y de los recursos que le daba el bosque, algunos de los cuales podía intercambiar en la aldea del pueblo por productos más vivilizados. Cuando él muere, el hijo tiene que vérselas por su cuenta pero pronto cae en manos de la ley. El policía malo que lo traerá por la calle de la amargura. Lo internan en un horfanato, se escapa con sus compañeros y consigue adentrarse en el bosque con otros dos. Al final, acaba descubriendo que el mundo y quienes lo pueblan no son tan malos como su padre le había ido diciendo; que la amistad es un bien del que los humanos no podemos privarnos si queremos sobrevivir; y de que hay gente buena en la que se puede confiar. Es bonita su idea de las "cartas de humo". Escribe cartas a su padre muerto y las quema para que él  pueda leer  el humo. También lo hace con su amigo enfermo.
La tercera película fue un retorno a la infancia y al relax con Lorax. En busca de la trúfula perdida. Es una película americana animada, dirigida por Chris Renaud y estrenada este mismo año, 2012. Los dibujos animados de hoy en día ya no son como los de antes. La combinación de música, colores, ritmos, personajes, etc. es una maravilla de creatividad e ingenio. Siguen la estructura clásica de los malos malísimos y los buenos que, afortunadamente, son los que triunfan. En este caso, se introducen toques ecológicos (la recuperación de los árboles) e incluso económicos (los malos que buscan su propio provecho económico a costa de bienes esenciales para la población: les venden aire). En fin, se pasa un rato estupendo y se acaba con una sonrisa, lo que es un final más que aceptable.

La cuarta película tuvo mucho más calado. Meu País, película brasileña de 2011 que no creo se haya estrenado en cines españoles. Mitad en italiano, mitad en portugués (se trata de dos hermanos que después de un tiempo se encuentran tras la muerte de su padre), es un canto profundo a los valores de la familia. Me pareció una película extraordinaria. Una buena muestra de ese cine brasileño capaz de entrar a fondo en temas realmente profundos. Te toca el alma, además, pues comienza con la agonía del padre que, enseguida, te llevan a otras agonías y otras pérdidas que tú mismo has vivido. Así que la historia comienza con un nivel enorme de emocionalidad. Y luego, la historia sigue ese mismo ritmo. Para el hermano que viene de Italia con su esposa, hombre exitoso en los negocios, se abre toda una nueva perspectiva en relación a la familia. Descubre una nueva hermana, que no conocía, internada en un psiquiátrico y necesitada del apoyo familiar para no recaer. Descubre que su hermano vive una vida disipada que está arruinando las empresas que dejó el padre. Descubre, en definitiva, que la vida que él estaba llevando en Italia, pese a sus problemas, era una vida cómoda y ajena. Descubre a su familia y lo que significa tener familia. Con no pocos esfuerzos, los tres van reconstruyendo el espacio afectivo y natural que les pertenece y al que pertenecen. Y la fuerza de ese espacio es tanta que incluso su propio matrimonio y sus negocios en Italia pasan a un segundo plano. Un hermoso canto al poder de la familia.

La quinta y última una pelicula chilena del año 2011 fue, sin yo saberlo, la más divertida: ¡Qué pena tu boda! (aunque el título en inglés me pareció mucho más expresivo: Fucking my wedding). Comienza con una pregunta curiosa. ¿cuánto pesa una relación?. Todo lo que le has escrito, todas las fotos, todos los regalos. ¿Cuánto pesa todo eso que has de destruir cuando la cosa se rompe? No está mal para comienzo. La historia es bastante habitual: una de esas relaciones con picos y valles; con un embarazo intermedio, con aparición de exnovios y con alguna que otra infidelidad menor entre medias. Pero contado con ese humor socarrón chileno. Le sobran algunas lágrimas y quizás algunas situaciones poco creíbles como la de la becaria hija del jefe y salida (porque tampoco en Chile se atan los perros con longaniza). Tiene momentos gloriosos como la relación entre la pareja del gay heterosexual o el baile de los dependientes del café, al estilo de lo que sucede en EEUU. Estuvo bien. Un buen final.

Claro, con esta panzada de películas e insomnios, cuando llegué a Madrid, lo primero que busqué fueron las literas que tiene Iberia en la sala VIP. Me quedaban 5 horas hasta el siguiente avión a casa. Y me quedé frito. Menos mal que mis vecinos cabreados me avisaron que mi iPhone llevaba sonando varios minutos, sino hubiera perdido el avión. El jet lag, ya se sabe.



sábado, julio 28, 2012

Chile again



Se acabó, por esta vez, la experiencia chilena.
15 días fuera de casa es un abuso, hay que reconocerlo.  Al principio consigues superarlo mirando solo el presente. Igual que se hace cuando uno sube una cuesta, si miras al suelo donde van avanzando tus pies apenas notas que sea una cuesta. Si miras al frente, ya solo ver el repechón que has de subir, empiezas a palpitar. Así que el secreto es ir subiendo la cuesta sin pensar que lo sea. Con el tiempo pasa un poco lo mismo. Mejor no mirar mucho al frente. Y así, minuto a minuto, llenándolos como mejor puedes, va pasando el tiempo. Los viajes exigen un poco de estrategia que se va aprendiendo con el tiempo. Si comienzas a agobiarte desde el inicio por cada retraso del avión, por cada sorpresa, por todo lo que queda por delante, todo se hace eterno y acabas jodido. Mejor ir dejándolo pasar.

Bueno, pues así, entre unas y otras cosas, se fueron los 15 días. Algunos aburridos de muerte que se sobraban por todos los lados. Otros que resultaron insuficientes, tan intensa era la actividad. Y, para mí, habiendo actividad, el disfrute está garantizado. No sé, debe ser que el tiempo se me pasa volando cuando estoy haciendo algo. O quizás, que como las cosas, en general, salen bien y la gente es generosa, los aplausos y agradecimientos cubren de sobra el desgaste de lo que has estado haciendo. Pues así fueron los 15 días. Muchas cosas envueltas en tiempo.

Porque, la verdad, esta vez, el gran protagonismo de mi viaje fue realmente el tiempo. No sólo porque no hay nada que se pueda zafar del tiempo, sino que además de lo que tenía que ir a hablar era, en parte, del tiempo. Los créditos, la organización de los Planes de Estudio, los tiempos de los estudiantes. El tiempo de los otros y mi propio tiempo fueron los raíles por los que se deslizaron estos 15 días en Chile. Con cosas interesantes, como sucede siempre.

La primera es que me tocó chupar frío. Me encanta romper nuestro invierno con el verano sudamericano, pero me pone menos hacerlo al revés. Y la cosa es que salí de Madrid con 33 grados y llegué a Santiago de Chile con 3. Mucho salto para sorberlo de golpe. Pero luego, a medio día solía salir un sol  hermoso. No me puedo quejar. Y como compensación la Cordillera estaba preciosa de nieve blanca. Un espectáculo.

La segunda es que, tras una primera semana mediocre en un proyecto que, felizmente, ya hemos cerrado (también aquí el tiempo como protagonista), la cosa fue mejorando. Es interesante cómo proyectos que nacen con muchas ínfulas acaban quedándose en nada. Me enamoré de él y por eso me comprometí porque creía ver en la propuesta una voluntad institucional clara de renovar los estudios de Medicina y Ciencias de la Salud en las 8 Escuelas que componen la Facultad. Empezamos hace tres años con la presencia y el compromiso de los equipos decanales y las direcciones de los centros. Tres años después he acabado haciendo cursos para unos pocos profesores metidos con calzador y siempre con la sospecha desesperante de si acudiría alguien. Sospecha que los responsables te comunicaban compungidos “no sabemos cómo nos va a responder la gente; no son buenas fechas”. Frustrante. Pero ya acabó. Por supuesto, sin que nos hayamos acercado lo más mínimo a los propósitos iniciales. “Painting the cafeteria”. Así cuentan algunos colegas norteamericanos que acaban muchas innovaciones que se proponen altas metas: pintando la cafetería. En nuestro caso, no pintaron la cafetería; pero traen y pagan a un especialista español para que dé cursos sobre metodología de casos a docena y media de profesores. Más o menos, lo mismo.

La segunda semana fue más esperanzadora. Quizás porque, en este caso, estamos comenzando el proceso. Y porque se trata de una universidad privada con un liderazgo claro. A quienes provenimos de universidades públicas y llevamos su dinámica en el ADN académico, nos cuesta relacionarnos con las universidades privadas. No siempre es fácil entrar en su lógica porque, en ocasiones, es escandalosamente economicista. Sin embargo, en este caso me encontré con una universidad distinta. No sé si porque la universidad lo es o porque lo eran las personas con las que trabajé estos días. Me encantó estar con ellas. He aprendido mucho de su esfuerzo institucional y de su forma de afrontar el trabajo de formar a sus estudiantes. Pero lo que ha sido más hermoso es la forma cordial con que me han tratado. Han sabido mimarme durante la semana que he pasado con ellos. Y, la verdad, uno está en edad de que lo mimen. Cosa que pocas veces sucede, desgraciadamente.

Me alojaron en un buen hotel. Vino a recibirme un Vicerrector que ya no se apartó de mi lado en toda la semana (y eso, que esa semana le tocaba actuar como Rector suplente, pues el de verdad estaba de viaje). Viajamos juntos a Temuco y allí compartimos mesa y mantel en el mejor hotel de la ciudad; regresamos a Santiago y fue asistiendo una a una a todas mis intervenciones durante la semana (5), aunque a veces eran repetidas pues se dirigían a colectivos distintos. Y siempre estaba contento y siempre dispuesto a hacer todo lo que estuviera en su mano para que mi estancia fuera agradable. Y que comiera bien, eso es lo peor. Pero no faltaron sorpresas agradables, como la cena en el Mesón Patagónico donde asan corderos al espeto. Lo comienzan a hacer de madrugada para la hora de la comida y los tienen toda la tarde al fuego (siempre más de 4 horas) para la cena. Lo había visto ya en Buenos Aires, pero llama mucho la atención. Y el cordero estaba delicioso, la verdad.
Muy agradable todo, de veras. Me encantó sobre manera el entusiasmo de sus líderes académicos. La forma en que viven su trabajo los decanos y decanas, los directores y directoras de carrera que fui conociendo me emocionó. Su entusiasmo, sus ganas de mejorar, su confianza en sus equipos y en sus estudiantes, si identificación con la institución. Cuando la agencia chilena evaluó la institución, uno de los evaluadores les dijo que allí había mucha “mística” y les preguntó qué pasaría cuando acabara esa mística. Es verdad que había mística. Algo que tiene que ver con el convencimiento y el compromiso. Pero no me pareció falsa ni coyuntural. No eran comerciales vendiendo sus productos. Se les notaba que creían en lo que hacían y que se sentían privilegiados por poder estar allí. Hay algunas personas así en nuestras universidades pero son pocos, demasiado pocos.

Bueno, la cosa es que han sido dos semanas largas pero ricas. De las dos he aprendido mucho. Dos semanas, con sorpresa final: resulta que mi regreso estaba pautado para el viernes 27. Yo ya contaba las horas que faltaban para volver. Pero me había equivocado, en algún momento del proceso se había cambiado la fecha de regreso retrasándola un día. La frustración fue enorme. Revolví Roma con Santiago para intentar cambiarlo pero era el día del estreno de los Juegos Olímpicos y el vuelo iba a tope con gente que viajaba a Londres vía Madrid. Pues nada otro día más. Me perdí la fiesta familiar que, con esfuerzo, se había programado para mi regreso. ¡Una putada!


viernes, julio 20, 2012

ABRAHAM LINCOLN



 Los cabrones del cine no pusieron el título completo, así que caí como un pardillo. Yo creí que iba a ver una biografía de ese hombre de culto que fue Abraham Lincoln y resultó que me metí en una parodia de los chupasangre. Pero el título real de la película ya lo advertía: Abraham Lincoln, cazador de vampiros (Abraham Lincoln: Vampire Hunter). Bueno, me consuela que la he visto un mes antes de que se estrene en España y eso tiene su punto chic. Como aquí en Chile, las películas se proyectan subtituladas, eso que ganan de tiempo.
La película está dirigida por Timur Bekmambetov (basada en una novela Grahame-Smith, de título parecido) y con Benjamin Walker, Rufus Sewell y Dominic Cooper en el reparto.
Pues, qué quieren que les diga, la cosa va de eso, de cazar vampiros. Eso sí adobado con muchas frases de esas que parecen profundas pero resultan obviedades o cosas sin mucho sentido, al menos al traducirlas. El montaje del guión se inicia con la supuesta aparición de un diario de Lincoln en el que él va contando de forma ninuciosa todo lo que va sucediendo en el día a día. Y ahí es donde se descubre que su batalla principal no fue sólo contra la esclavitud del Sur sino con un ejército de vampiros que quieren adueñarse del mundo y defienden la esclavitud para que no les falte manjar que llevarse a la boca, sin coste social alto.
Con todo, la película no es aburrida. Hay mucha acción, mucha muerte, mucho efecto especial. Ya se sabe que los vampiros dan mucho juego (aparecen y desaparecen a voluntad, resucitan si los matas solo un poco, no padecen de tiempos y espacios que les limiten y tienen una agresividad salvaje) y acabar con ellos es una tarea prácticamente imposible. Pero que le maten a uno la madre primero y un hijo, después, resulta demasiado y eso es lo que lleva a Abraham a jurarles odio eterno y a convertirse en el mejor cazador de vampiros de la época.
Bueno, el pobre Lincoln no era aquel padre de la patria (que parecía de las tribus esas mormonas, con su barba en pico y su pinta seria de enterrador), que nos hemos acostumbrado a ver en los libros de historia. Un tipo cachas, que manejaba el hacha de una forma increíble, que sabía pelear a oscuras y que podía adivinar por dónde le iba a atacar un vampiro que se había vuelto invisible. También se enamora de una tía muy interesante. Lo de llegar a presidente la película lo deja así como una cosa secundaria (da a entender que lo consiguió de braguetazo, porque el padre de su esposa era senador). Y ya de presidente está a punto de perder la guerra con el Sur por los jodidos vampiros que atacan a los soldados sin que estos lleguen a enterarse de quién les ha partido el pecho.
Bueno, no es una película para amantes de la historia. No sé si lo es para amantes del cine, pues en eso de los amores la cosa está muy dividida y esto de los vampiros parece que tiene mucha clientela. Se lo pasarán bien los que gusten de matanza, de cabezas seccionadas (es que los vampiros son duros de matar y además hay que rematarlos porque vuelven), de sangre y de mucha acción. Para el resto, una película absolutamente prescindible. Es más, yo creía que ya no se hacían cosas de éstas. Me sorprendió.

lunes, julio 16, 2012

Viajaré tu cuerpo.



Y de nuevo de viaje. Esta vez a Chile, por 13 días. Menos mal que es el último. Después viene el verano y después, Dios dirá.
Los viajes no suelen diferenciarse mucho unos de otros, pero siempre tienen algún matiz, un encuentro, una sorpresa. Como los tiempos son largos (esta vez, 5 horas de espera en Barajas; opción pesada pero preferible a la de llegar angustiado con la seguridad de que pierdes la conexión) da para mucho. La sala VIP hace, además, que la cosa no sea tan dramática. Me dio tiempo a dormir, a leer, a despacharme un gin-tonic reparador, a responder los e-mails pendientes y a aburrirme soberanamente. Como cuando llegué estaba todo libre pude escoger un buen lugar para acomodarme: cinco sofás en forma de U. Mientras me iba a los ordenadores dejé allí mi troll, los periódicos y la chaqueta como “huella” que dijera que aquello estaba ocupado, pero a medida que la sala se iba llenando, me sirvió de poco y cuando volví se habían sentado allí dos parejas de brasileños. Mi sofá quedaba en medio (ése lo respetaron) pero todo el resto del espacio quedó ocupado por ellos.
Para ser brasileños me parecieron, al principio, bastante aburridos. Todos ellos con su iPad y cada uno a su bola. Ellos frisando los 40, ellas quizás también, pero mejor llevados. Luego las dos chicas y uno de ellos se fueron de compras por la terminal. Y se quedó a mi lado, el otro que siguió fuchicando su iPad. Poquito tiempo, porque enseguida tomo su móvil y llamó. El “Oi, amorrrrr…” con que comenzó la conversación y la transformación de su postura y de la expresión de su rostro dejó a las claras que estaba hablando con su chica. Vaya, pensé, yo creía que los 4 que estaban aquí eran dos parejas pero me equivoqué. O quizás no, y el tipo ha aprovechado que los otros han marchado para llamar a su amante. A medida que avanzaba la conversación pensé que la situación se parecía más a lo segundo que a lo primero. No sonaba a un “Oi, amorrrr…” muy matrimonial.
Pese a que lo tenía a 20 cms., casi cabeza con cabeza, no entendía todo lo que decia. A veces sólo susurraba (esos sonidos guturales que forman parte de los códigos paraverbales de las parejas). Además él era consciente de que tenía a un desconocido al lado. Y yo, muy digno, parecía absolutamente enfrascado en la lectura el periódico. Pero como ya estoy muy acostumbrado al brasileño sí que seguía los grandes trazos de la conversación. Y la cosa iba elevando el tono. Entre naderías descriptivas (contó que estaba en Barajas de regreso. Que había querido conocer París pero al parecer no había podido) iba intercalando su discurso amoroso. Me tenía fascinado por los saltos que daba de la realidad al deseo. De la descripción del viaje pasó a aquello de “mas a viagem que eu quero fazer é para o seu corpo. Eu quero viajar o seu corpo a partir do ponto do pé ao último cabelo”. No sé si lo escribo bien, pero sonaba fantástico. Tampoco sé lo que le decía ella, pero el tipo se escurría en el asiento mientras susurraba “Eu também, eu também”. Y seguían otras lindezas: “Morro por beijar sua barriguinha”; “Eu não posso esperar ate a segunda...”; “Estou morrendo de vontade por ficar com voçe”.
Toda una lección de cómo mantener una conversación estimulante. Y eso que aquí solo se pueden recoger los textos. Eran mucho más expresivos los gestos, los tonos, la alteración de la vocalización para convertirla en susurro.
Aquello era una melodía. “Quiero viajar tu cuerpo”. ¡Qué cabrón!. ¡Qué arte!.

miércoles, julio 04, 2012

El Viento



Las rutinas diarias caseras tienen sus encantos. Son los que te alegran la vida y te serenan. Después de un día agotador llegas a casa sin resuello. Te sientas en la cocina con tu santa y tomas algún resto del mediodía junto a la copita de vino (bueno dos) y las nueces para el colesterol. Tres ese trámite ya comienzas a sentirte bien. De la cocina a la salita buscando el sofá reparador. Allí te sueltas y comienzas el zapping a ver qué echan esa noche. Casi siempre son cosas irrelevantes. Parece mentira que entre casi cien canales no encuentres nada que te apetezca. Afortunadamente hay excepciones, como la de ayer. Después de tontear en varios canales, decidimos que la más prometedora de las películas de esa noche era El Viento, en la 2. Buena decisión.
El Viento es una película argentina con un Federico Luppi soberbio. Dirigida por Eduardo Mignogna (intentad pronunciarlo, ya veréis qué trabalenguas) se estrenó en el 2005. Como suele suceder con frecuencia con las películas argentinas, la historia es mucho mejor que la técnica. En este caso, el sonido era horrible y apenas se les entendía a los actores. Una pesadilla. Tampoco se hizo un gran dispendio en exteriores ni efectos especiales (casi mejor). La fotografía estuvo bien y de la música ya ni me acuerdo. El guión y la estructura de la historia, extraordinarios. Estoy enamorado del cine argentino, he de confesarlo.

La historia cuenta el viaje de un ranchero a Buenos Aires para encontrarse con su nieta y tratar de reconstruir unas relaciones que se habían roto hasta tal punto que ella (la nieta) ni siquiera había ido al entierro de su madre que vivía con el abuelo. Él le cuenta cómo murió su madre y poco a poco va haciéndole ver qué equivocada estaba ella pensando que su madre (que la había tenido de soltera) no la quería.

La película tiene ciertas resonancias a la novela de Mark Levy, Las cosas que no nos dijimos, llevada después al cine con el mismo título. Solo que El viento, claro, está contada con esa capacidad de hacerte sentir cosas, de mezclar lo intelectual con lo emocional (cosas del psicoanálisis, supongo) que tiene el cine argentino. La nieta (Antonella Costa, que está fantástica) tiene unas enormes ganas de reconstruir su identidad y conocer cómo fue su pasado. Fue hija de soltera y no conoció a su padre. Toda su infancia quedó en un estado bastante borroso. De hecho, creía que su madre no la quería y por ello, en cuanto pudo, se marchó del pueblo a Buenos Aires a estudiar. Hizo medicina y se quedó allí sin querer volver a saber nada de su familia rural. Tiene un novio de medio pelo y un amante que es su jefe en el hospital. Y así va sobreviviendo. Hasta que, de pronto, se entera de que su madre ha muerto. Pero no va al entierro.

Ahí es cuando aparece por su casa el abuelo. Como suele suceder en estos casos la primera fase del encuentro no tiene buena pinta. Demasiado tiempo separados para que la convivencia resulte fácil. Él le va contando poco a poco la muerte de su madre. Le deja que ella saque toda la amargura que lleva dentro, su sentimiento de abandono por parte de ella, de hija no deseada. La escucha y con esa aparente frialdad llena de ternura va soltando carrete. Le habla de ella, le va dejando ver las cartas que ella escribía cuando se quedó embarazada, cuando le hablaba de ella recién nacida. Le cuenta la historia del embarazo. Poco a poco, como en una película de intriga. Con esa lentitud del diván del psicoanalista que te permite ir descubriendo hasta qué punto tus vivencias están distorsionadas. Y ella va queriendo cada vez más a su madre, añorándola más, echándola de menos. Entre las cartas que le trae el abuelo hay, incluso, una suya de cuando vino a Buenos Aires y contaba a su madre cómo se sentía, cómo echaba de menos el pueblo, cómo sentía la falta del viento.

Hermosa toda esa reconstrucción de la figura de la madre, de ambiente cálido del pueblo, de su propia infancia. Y mientras reconstruye su pasado va destruyendo su presente. Se intensifican sus amoríos con el doctor casado y se diluye el deseo de su novio. Y así, sin saberlo ella va repitiendo la vida de su madre. Como ella queda embarazada de un casado que le deja claro que no se separará para hacer pareja con ella.

La historia importante llega hasta ahí. Lo demás son fuegos artificiales de fin de fiesta. El abuelo confiesa un delito antiguo y siente que debe pagar por él aunque nada tiene que pagar tras tanto tiempo. Y su castigo es volver a la aldea. Y allí se irá la nieta, a tener su propia hija que (posiblemente, aunque eso ya sucede fuera del guión) se irá un día a Buenos Aires a estudiar. Sólo que ella, no tendrá un abuelo que la rescate.
Linda historia, che!