lunes, julio 16, 2012

Viajaré tu cuerpo.



Y de nuevo de viaje. Esta vez a Chile, por 13 días. Menos mal que es el último. Después viene el verano y después, Dios dirá.
Los viajes no suelen diferenciarse mucho unos de otros, pero siempre tienen algún matiz, un encuentro, una sorpresa. Como los tiempos son largos (esta vez, 5 horas de espera en Barajas; opción pesada pero preferible a la de llegar angustiado con la seguridad de que pierdes la conexión) da para mucho. La sala VIP hace, además, que la cosa no sea tan dramática. Me dio tiempo a dormir, a leer, a despacharme un gin-tonic reparador, a responder los e-mails pendientes y a aburrirme soberanamente. Como cuando llegué estaba todo libre pude escoger un buen lugar para acomodarme: cinco sofás en forma de U. Mientras me iba a los ordenadores dejé allí mi troll, los periódicos y la chaqueta como “huella” que dijera que aquello estaba ocupado, pero a medida que la sala se iba llenando, me sirvió de poco y cuando volví se habían sentado allí dos parejas de brasileños. Mi sofá quedaba en medio (ése lo respetaron) pero todo el resto del espacio quedó ocupado por ellos.
Para ser brasileños me parecieron, al principio, bastante aburridos. Todos ellos con su iPad y cada uno a su bola. Ellos frisando los 40, ellas quizás también, pero mejor llevados. Luego las dos chicas y uno de ellos se fueron de compras por la terminal. Y se quedó a mi lado, el otro que siguió fuchicando su iPad. Poquito tiempo, porque enseguida tomo su móvil y llamó. El “Oi, amorrrrr…” con que comenzó la conversación y la transformación de su postura y de la expresión de su rostro dejó a las claras que estaba hablando con su chica. Vaya, pensé, yo creía que los 4 que estaban aquí eran dos parejas pero me equivoqué. O quizás no, y el tipo ha aprovechado que los otros han marchado para llamar a su amante. A medida que avanzaba la conversación pensé que la situación se parecía más a lo segundo que a lo primero. No sonaba a un “Oi, amorrrr…” muy matrimonial.
Pese a que lo tenía a 20 cms., casi cabeza con cabeza, no entendía todo lo que decia. A veces sólo susurraba (esos sonidos guturales que forman parte de los códigos paraverbales de las parejas). Además él era consciente de que tenía a un desconocido al lado. Y yo, muy digno, parecía absolutamente enfrascado en la lectura el periódico. Pero como ya estoy muy acostumbrado al brasileño sí que seguía los grandes trazos de la conversación. Y la cosa iba elevando el tono. Entre naderías descriptivas (contó que estaba en Barajas de regreso. Que había querido conocer París pero al parecer no había podido) iba intercalando su discurso amoroso. Me tenía fascinado por los saltos que daba de la realidad al deseo. De la descripción del viaje pasó a aquello de “mas a viagem que eu quero fazer é para o seu corpo. Eu quero viajar o seu corpo a partir do ponto do pé ao último cabelo”. No sé si lo escribo bien, pero sonaba fantástico. Tampoco sé lo que le decía ella, pero el tipo se escurría en el asiento mientras susurraba “Eu também, eu também”. Y seguían otras lindezas: “Morro por beijar sua barriguinha”; “Eu não posso esperar ate a segunda...”; “Estou morrendo de vontade por ficar com voçe”.
Toda una lección de cómo mantener una conversación estimulante. Y eso que aquí solo se pueden recoger los textos. Eran mucho más expresivos los gestos, los tonos, la alteración de la vocalización para convertirla en susurro.
Aquello era una melodía. “Quiero viajar tu cuerpo”. ¡Qué cabrón!. ¡Qué arte!.

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