martes, mayo 29, 2012

Brasil inhóspito.


Parece una contradicción in términis pero, desgraciadamente esta vez ha sido cierto. Había leído algo en la prensa (que Brasil estaba respondiendo a las mismas presiones migratorias que los españoles aplicaban a los brasileños que venían a España) pero la noticia decía que se habían reunido los dos gobiernos y que la cosa se estaba arreglando. ¡Y una leche!
De todas formas yo ya había tomado mis previsiones. Les había pedido a quienes me invitaban que me mandaran una carta de invitación para acudir al congreso como conferenciante. Y me la enviaron en duplicado.  Pero les dio igual.
Total que salí el primero del avión y llegué el segundo a la policía de inmigración en Natal. La primera sorpresa (intencional supongo, pero difícil de entender) fue ver que había media docena (o quizás más) cabinas de policía pero habían dejado solo una para los extranjeros y todas las otras para los brasileños. Parecía una ofensa verlo, una cola enorme de extranjeros (el vuelo era de la TAP y llegaba desde Lisboa) y los policías para brasileños prácticamente sin nadie.
El primer extranjero pasó sin muchos apuros. Y allí fui yo. En cuanto cogió mi pasaporte la funcionaria, llamó al coordinador, el tipo que estaba organizando las filas. Y éste me sacó de inmediato de la fila. Le mandó a la funcionaria que fotocopiara el pasaporte (lo único que hacía con todos los demás) y me llevó detrás de la cabina. ¿Tiene usted el vuelo de regreso comprado? Claro, le dije. Y le enseñé la reserva. La miró sin entender. Le dije, mire vengo a dar una conferencia en un Congreso y tengo una carta de invitación. Se la enseñé, la miró sin leer y sin enterarse, por supuesto. Tampoco parece que le interesara mucho. Después me pidió, de forma poco amable, mi extracto bancario. Estuve por decirle que eso es un secreto personal, pero para qué vas a discutir con un policía. Un extracto bancario, ¿qué es? Le enseñé una cartilla donde se marcaban de saldo 18.000 €. Tampoco la entendió. ¡Qué coño va a saber un policía brasileño del formato de las libretas bancarias españolas! No sabía ni dónde mirar. Y el banco, esa cosa nueva que se acaban de inventar de Nova Galicia banco, a él le debía sonar a chino. Todo un absurdo, incluso para él. De todas formas me dijo que me fuera a por la maleta y que después regresara a por el pasaporte. Le dije que no llevaba maleta pues iba por pocos días. Le dio igual. Que esperara.
Y se llevó el pasaporte a una oficina que había allí cerca. Por la fila de extranjeros iban pasando las personas. No debían ser españoles, o la historia esta la hacían de forma aleatoria. Al rato, sin embargo ya vi que había otro pobre despistado extrañándose de lo que le estaba pidiendo la funcionaria, que salió de su cabina con el pasaporte del fulano y se fue a la oficina donde había ido hace poco habían llevado el mío. Y la fila de extranjeros, para más INRI, parada. Por supuesto, debían estar pensando que los que estábamos allí retenidos éramos gente extraña que quería colarse en el país para ocultar sus delitos. Al poco apareció otro tipo con mi pasaporte. Se encaró conmigo para decirme cuánto dinero llevaba. Como quinientos Euros, le dije. Quiero verlos. Todo eso con bastante poca educación. Le enseñé mi capital: como siempre llevaba euros, dólares y moneda brasileña. Se lo enseñé, pero no sin decirle que aquello me parecía injusto. Hizo como que no me entendía, pero como se lo repetí me dijo que también se lo hacían a los brasileños en España. Si es como usted lo está haciendo, también me parece injusto, le dije. Llevo muchos años viniendo a Brasil y jamás me había pasado esto. Yo solo hago mi trabajo. Lo ha mandado la no sé qué (unas siglas, había dicho) y yo lo hago. Sí, le dije, pero incluso usted sabe que eso no es justo. Yo hago mi trabajo, me respondió. No volveré más a Brasil, me dije diciéndoselo mientras me marchaba. Es su problema, oí que me decía.
Y es probable que lo haga. Brasil era un mito para mí. El país de la amistad y la alegría, mi modelo por tantos motivos. Parece ser que las cosas están cambiando. Ellos dicen que cambian para defenderse, para pagar con la misma moneda con que tratamos a los suyos. Quizás tengan razón. Lo triste de todo eso, es que estamos tirando por la borda todo un estilo de relación. Una forma de colaboración que nos proporcionó tantas alegrías a colegas de ambos países.
Salí triste del aeropuerto. Y eso que el viaje había sido perfecto y que al otro lado de la puerta me esperaban las organizadoras del Congreso al que venía. Se lo conté, pero tampoco ellas tenían mucho que decir o hacer al respecto. Una historia esto de las fronteras. Yo me sentí humillado. Supongo que eso mismo les pasa a muchos y muchas (creo que con las mujeres son especialmente bordes, como si todas ellas vinieran a prostituirse) en Barajas. Lo siento de veras por ellos y ellas. Ahora ya sé lo que sienten.  

viernes, mayo 25, 2012

Hemeroteca



Los viajes en los aviones, sobre todo los de regreso, acaban siendo agotadores. Debe ser por el propio estado psicológico en el que te encuentras: agotado de los días de trabajo, con esa melancolía típica del final de las cosas (agobia el tener que empezar algo nuevo pero también te desazona el concluirlas, un contrasentido muy típico de lo emocional), y con esa duda existencial que suelen imponer los ritmos impredecibles de los aviones. De todas formas, volver también tiene sus encantos: vuelves a tu casa, a tu familia, a tu seguridad, a lo cotidiano.  Y basta de rollo. La cosa es que, al menos esta vez, tengo algo que contar del regreso de Italia.
De Urbino a Bolonia fue fácil. Taxi a Pesaro (con un taxista comunicativo, habituado a hacer ese trayecto con profesores universitarios: agradable) y de allí tren a Bolonia. Un calor infernal, en Bolonia, pero como aún tenía unas horas me animé a dar un paseo por la ciudad. Sobre todo por llegarme hasta le due torri que me tienen abducido. Ellas y la librería Feltrinelli que está a sus pies. Es  un placer quedarse extasiado mirando las torres e imaginando su historia. Y otro placer inmenso perderse en la librería (lo que no deja de tener su mérito, que puedas perderte en una librería). Yo no solo me perdí en la librería, sino que desde que tomé la vía Zamboni, ya estuve perdido todo el tiempo. Eso me pasa por querer explorar nuevos itinerarios. Convencido estaba yo de que, Zamboni adelante, acabaría saliendo cerca de la Stazione Centrale. ¡Y un huevo! Más andaba, más me iba alejando de mi destino. No sé cómo hice, la verdad, pero se me hizo interminable el camino a la estación: dos horas y pico andando bajo un sol tórrido. Varias preguntas a gente que me mandaba ir en la dirección exactamente contraría a la que yo llevaba. Un agobio.
Luego, el avión salió bien y el viaje fue agradable. Me entretuve con un Pais semanal antiguo. De ahí lo de “hemeroteca”, como título de esta entrada, porque se trataba de un Suplemento de Diciembre del año pasado. Ya llovió, pero para los textos de ese número no importaba mucho. Dos artículos me dejaron especialmente tocado.
El primero, el que escribe Rosa Montero sobre la corrupción. Rosa escribe fantástico. Escribe como piensa, lo que para mí es un mérito especialmente relevante. También yo lo intento, pero claro, no compares… Fuimos compañeros en la Facultad de Psicología de la Complutense en los inicios de los años 70, pero ya de entonces ella debía estar vinculada a temas de periodismo. Lo mismo hubiera debido hacer yo, de haber seguido la tradición de los estudiantes del Colegio Mayor Pío XII que nos obligaba a hacer dos carreras, la que cada uno hubiera elegido y Periodismo o Sociología. Yo, que ya había intentado estudiar periodismo en Pamplona pero no logré superar el exagerado examen que entonces hacían con preguntas todas de actualidad (presidentes de países, deportistas, guerras y procesos de independencia y otras lindezas de las que entonces no tenía ni la más pajolera idea), preferí combinar mis estudios de Psicología con los de Pedagogía (para alcanzar por otra vía lo que siempre fue mi objetivo: la Psicopedagogía, que no existía en España y sólo se podía estudiar en el PAS de Roma). En fin, retornando al texto de Rosa Montero, me encantó lo que decía sobre la corrupción y los corruptos. También yo me he preguntado muchas veces y lo hemos hablado entre los amigos, por qué esa gente hace lo que hace. ¿Qué necesidad tiene de enmierdarse por unos miles de euros? ¿Cómo lo piensan, cómo lo cuentan en casa, cómo se autojustifican? Ella hipotetiza que es la sensación de impunidad la que lleva a la gente a ir abusando cada vez más de su posición. Y así, comenzando por pequeñas cosas, va poco a poco arriesgándose a lo mucho. Seguramente es eso lo que pasa, sí. Claro que nosotros nos escandalizamos con los que se llevan grandes cosas, los que cometen tropelías que llaman mucho la atención. Y uno se queda tranquilo porque siente que él no hace esas cosas. Uno mismo no roba miles de euros, no se queda con cantidades o regalos millonarios. La cuestión es si no estamos todos, cada uno en el nivel en que se mueve, metidos en el mismo lodazal que criticamos. Cada uno se hace con su propio discurso de justificación pero, al final, no hay tanta diferencia. Sólo en la cantidad. No es cuestión de apuntar a nadie, tampoco de hacer una confesión personal pública, pero es tan tenue la línea entre lo correcto y lo incorrecto (sobre todo si se analiza desde la perspectiva moral) que no pisarla o no cruzarla resulta casi heroico y, a veces, incomprensible. Últimamente me voy dando cuenta, además, de que aquellas personas que más critican ciertas cosas más tienden a caer ellas mismas en lo que critican. Es como si quisieran darse a sí mismas la sensación de que ellos o ellas no son así. Hace unos años me quedé de una pieza cuando supe que la persona que cada semana jugaba conmigo al squash y que había escrito varios artículos en la prensa contra la corrupción era justamente la persona del maletín, quien iba reclamando a los constructores un porcentaje de las obras que realizaban para entregarla (quien sabe si completa) al partido gobernante. Con frecuencia oigo que critican a ciertos colegas por sus relaciones extramatrimoniales (con palabras malsonantes, incluso) los mismos a los que he conocido con amantes desde hace años. Claro que pocos pueden robar millones y por eso los anatematizamos, pero probablemente, como dice Rosa Montero, eso empieza poco a poco, “no es que de la noche a la mañana vengan a intentar comprarte por un millón de euros; es que ya desde mucho antes has debido ir haciendo tu pequeña carrera de delincuente. Por ejemplo, recibiendo regalos de empresa demasiado costosos, favoreciendo en algún examen o concurso al hijo de un amigo”. En fin, esa corrupción venial a la que damos poca importancia cuando somos nosotros, pero nos lanzamos a degüello cuando es ajena. Es una cosa casi más estética que ética, pero por ahí comienza todo. Y a ver quién tira la primera piedra. (
(La imagen es de la Wikipedia y refleja las percepciones sobre la corrupción política en el mundo).
El otro texto magnífico de ese número del PAIS semanal, era el de Javier Marías criticando la imagen que una reciente encuesta daba de los adolescentes actuales. Marías se cura en salud señalando que no suele creer en las encuestas (“casi siempre están mal hechas o están sesgadas, por no decir que nacen amañadas”) pero que los resultados de esta le dejaron abatido. Y es verdad. Hicieron la encuesta entre mil y pico estudiantes de secundaria sobre las relaciones entre chicos y chicas. No dice de dónde eran esos estudiantes, pero es probable que eso tampoco importe mucho. Las respuestas, desde luego, alucinan. Reflejan una visión absolutamente inmadura y retro de las relaciones: las chicas deben complacer a sus novios (60% de respuestas) y los chicos proteger a sus chicas (90%); los celos son una prueba de amor (65%); las chicas necesitan, para realizarse, del amor de un hombre (el 44% de las chicas están de acuerdo) y, también ellas, piensan (un 52%) que los chicos son agresivos, mientras sólo un escaso 1,8% los ve como tiernos (claro que ni uno solo de los chicos, un 0%,se atribuye a sí mismo esa condición de tierno  y comprensivo). Quizás esas respuestas no respondan a la realidad y sólo sean una buena muestra de los estereotipos con los que funcionan los chicos y chicas cuando responden a una encuesta. Quizás hayan querido muchos de ellos jugar con sus respuestas, o puede que la propia encuesta, al permitir solamente una respuesta haya distorsionado los resultados. Pero la verdad es que no me figuro a mí mismo respondiendo eso en mis tiempos de adolescente. Y tampoco creo que las chicas con las que nosotros nos las tuvimos que ver, allá en los 60, dijeran esas cosas. Aunque solo fuera por vergüenza torera. Y a quien se le ocurriera decir algo parecido, bien podría recibir una leche por gilipollas. Pero es verdad que los modelos de relación tardan mucho en cambiar. O cambian aceleradamente en unas cosas y poco en otras. Cada vez que veo a una chica llevando la moto y al tío detrás de paquete me dan ganas de aplaudirles; o a ella conduciendo el coche y a él de copiloto. Pero no es fácil que el esquema clásico de ellos conduciendo y ellas dejándose llevar se altere.  Y supongo que así será también en otras cosas. De todas formas, yo no me creo los resultados de esa encuesta. O mucho se nos han torcido las cosas.
En fin, fue un viaje de regreso muy entretenido. Y provechoso. Salí de Urbino a las 9 y media de la mañana y llegué a casa a medianoche. Parece mentira que estemos en el siglo de las comunicaciones rápidas. Llegué agotado, pero bueno, me dio tiempo a leer cosas interesantes.

martes, mayo 22, 2012

Il Richiamo

Urbino te sorprende desde que lo ves de lejos. Una ciudad construida sobre una colina. La ciudad del milagro. La ciudad ideal,  como reza el título de la exposición que en este momento se exhibe en el Palazo Ducale (todo un conjunto de cuadros renacentistas sobre la ciudad ideal partiendo del más representativo atribuido a Luciano Laurana y que la tradición cree que representa justamente a Urbino). Una vez dentro es una ciudad espectáculo, increíble. Un monumento global. Una ciudad universitaria (los documentos dicen que tiene 15.900 habitantes pero no debe ser cierto porque la universidad tiene unos 12.000 estudiantes).
Bueno, pues yo entre mal. Me baje del taxi que me había ido a buscar y me resbalé. La leche fue también espectacular, como la ciudad. Y aunque no necesité la ayuda de los que corrieron a auxiliarme (uno me dijo que había oído el golpe y que con el ruido seco que hice era imposible que no me hubiera roto algo; soy de cabeza dura, le dije) quedé medio dolorido.  Pero bueno, la cosa no pasó a mayores, salvo esos dolorcitos en la rabadilla y la muñeca que poco a poco desaparecieron.

 Así que, llegada la hora me dije que era mejor olvidarse de las tareas pendientes y marchar al cine. De las dos opciones que tenía me pareció más interesante Il Richiamo. Y acerté.

Il Richiamo, película italo-argentina estrenada el 15 de este mes, o sea, hace casi nada, es una película distinta pero muy interesante. Está dirigida por Stefano Pasetto e interpretada en los papeles principales por dos actrices italianas magníficas Francesca Inaudi e Sandra Ceccarelli. El film toca todos los tabús que se pueden incorporar a una historia de amor (en este caso entre las dos mujeres): dos mujeres, una casada y la otra que vive con su novio, se encuentran casualmente y se desarrolla un romance incierto pero intenso entre ambas. Todo ello aderezado con unos hermosos paisajes de la Patagonia argentina. La película está muy bien hecha (de hecho, recibió uno de los premios principales del festival de Toronto).

La moraleja final es que el amor es siempre difícil. Lo es entre hombres y mujeres pero lo es, igualmente, entre la pareja de mujeres. Un amor siempre lleno de matices, de momentos de gozo y otros de desilusión, de expectativas y nostalgias.  La Cecarelli es una azafata casada con un médico alergólogo famoso. Ambos viajan mucho y aunque parece que todo va bien entre ellos se nota una cierta frialdad (quizás porque él se dedica demasiado intensamente a su trabajo y sus congresos). La otra, Francesca Inaudi, es una mujer rompedora en su vida, es toda alegría y desapego de las cosas  que hace. No quiere vincularse a nadie aunque vive intensamente la relación con su novio, un tipo que hace piercings y tatuajes, que la ama sinceramente y quiere construir un futuro con ella. Improvisamente la mujer del médico, tras un embarazo malogrado, empieza a sentirse mal y deja el trabajo. Aburrida en casa, recupera su viejo deseo de dar clases de piano y ahí conoce a la Inaudi. Son tan distintas entre ellas, una muy racional y convencional y la otra absolutamente rompedora y antisistema que, al principio, todo son problemas. Pero la convencional descubre que su marida la engaña y la desarraigada que su novio quiere consolidar la relación y casarse. Un shock para ambas. Y poco a poco los extremos se van aproximando y ambas se descubren y se aman intensamente.

La vida de ambas cambia cuando a la joven le confirman un puesto en el equipo de investigación de la Patagonia para observar animales. Justo en el lugar donde su padre poseía una barca que había abandonado por algún tipo de problema económico que no se aclara. Ella anuncia su marcha y la mujer del médico sorprende a su marido hablando con otro doctor sobre su enfermedad que, según ellos, es cáncer. Eso lo cambia todo y decide marcharse con la amiga a la Patagonia.


Allí van consolidando su relación. Pero si el amor heterosexual no les fue fácil, tampoco lo será el homosexual y su relación en aquellos paisajes idílicos, con un estilo de vida absolutamente diferente, también va sufriendo los mismos vaivenes. Es muy interesante esa relación intensa y complicada entre las dos mujeres. Al final, acaban reproduciéndose muchos de los problemas que ya tenían en sus relaciones anteriores: el rechazo a la posesión y entrega al otro, los celos, la dificultad de construir un proyecto común, la incomunicación, las nostalgias, el juego de confianza y desconfianza en darse completamente al otro, el ataque y la reconciliación. No es fácil ser fiel a uno mismo y a la situación que se vive y llegar a esa compenetración que exige la convivencia amorosa. Ellas no lo consiguen. O quizás sí, porque no se puede llegar más allá de donde ellas llegaron.  

Obviamente, se puede hacer una lectura feminista de la película. Mujeres cansadas de una relación desequilibrada con sus parejas masculinas que son capaces de reconstruir un nuevo espacio de relación sexual entre ellas. Me ha gustado mucho el comentario que hace una internauta italiana sobre el asunto (a la que, por cierto, le asombra que un film así haya sido dirigido por un hombre):

Il richiamo parla del femminile, ma non è un film ideologico o femminista. Non sostiene che le donne siano superiori agli uomini, nonostante questi nel film cerchino di imbrigliarle in codici e regole per loro superati, o subiscano passivamente la loro “ribellione”. Esprime però un disagio, un'ansia e un'insoddisfazione comuni a molte donne di oggi (e parlo per esperienza personale). Il desiderio di non arrendersi, di uscire dalla depressione magari facendo una pazzia, di smetterla di farsi soffocare da un marito che ha l'amante e che ti tratta come una sua paziente, la fuga dalla coscienza di una grave malattia, da una metropoli affollata in cui la solitudine viene per contrasto amplificata, e la voglia di tornare ai primordi, al deserto, all'oceano, alla natura. Per ritrovare il proprio io interiore più solido e antico, ancorato alla terra.


No es esa la conclusión que yo sacaría, pero me parece acertada. Vista desde la posición masculina, los hombres de la película no son desconsiderados, al contrario, parecen muy enamorados de sus mujeres. Dejando aparte la historia de la amante del médico, una cuestión superficial, éste se desvive por su esposa, le busca solución a su problema, pelea por ella. Es cierto que la situación hace que se mezclen mucho las cosas, que él sea médico y ella enferma complica mucho su relación. Su mujer se convierte en su paciente, el deseo que debería sentir por ella se diluye en esa preocupación más profesional que le lleva a cuidarla más que a desearla. Sin duda eso rompe todas las expectativas de relación de pareja para ambos, pero sobre todo para ella (situación sofocante, dice la comentarista italiana). De esta manera la huida de ambas es como un salto en el vacío. Pero no es tanto un problema de los hombres con los que se han relacionado. Es la relación misma, o aquello en lo que esta relación se ha convertido lo que las agobia. Ellos son buena gente. Pero, a la vista está, que eso no es suficiente.

Y junto a esta historia preciosa de amor, la película está llena de detalles: el espejo que acompaña a la chica joven como un amuleto, la visión de la muerte simbolizada en la fábrica de despiece de pollos, las llamadas constantes al padre por parte de la chica joven, los recuerdos de su etapa infantil de la ex esposa. En fin, mil matices para adornar y dar sentido a ese recorrido por los sentimientos y las fidelidades.

La historia no sale bien. O quizás sí. Depende de lo que cada uno espere. En cualquier caso, no es una película triste. Se disfruta con la historia, con los paisajes infinitos de la Patagonia, con el carácter alegre y rompedor de la Inaudi. También se sufre. Como en la vida. Y lo mejor en este tipo de cosas: sales del cine con una sensación placentera, preguntándote qué harías tú en una situación parecida, identificándote y desidentificandote con los personajes. Y con unas ganas enormes de viajar a la Patagonia.





lunes, mayo 21, 2012

La envidia


Esta vez no hubo antipasti, pero habíamos comenzado bien, él con un buffet de verduras y yo con unos tagliatelle al cinghiale (jabalí). Estupendos, como sólo se pueden tomar en una trattoría de Módena, toda ella llena de recuerdos de Pavarotti que, según me contaron es modenese y la frecuentaba. Se ve que la conjunción entre su apetito y lo buena que estaba la comida acabaró dejando huella en su volumen.

Entonces fue cuando mi compañero de mesa me dijo. Non so come si dice in spagnolo, ma sento invidia. ¿Cómo?, me extrañe. Sí, eso, envidia, me dijo. ¿Alguien ha pedido algo que te apetecía mucho? ¡Ah, no, no tiene nada que ver con la comida! Es mucho más estético y espiritual. Desde que entramos me llamó la atención la pareja que está en esa otra mesa. Todo un manual de seducción. Yo no los veía pues me quedaban a trasmano, pero me levanté, hice como que iba al lavabo y disimulé que no los miraba mientras me recreaba en la escena. Un señor de mediana edad (60?) y una chica de unos treinta y pico. Podía ser su hija, pero a la vista estaba que no era esa su condición. Tampoco es que ella fuera muy llamativa ni que hiciera nada por serlo ni por cómo vestía, ni por maquillaje, ni por el tono de voz (de hecho yo ni había sentido su voz detrás de mí).

¿Qué has visto de especial?, le pregunté cuando volví a mi asiento tras el paripé del viaje al baño. L’o detto, un manuale di seduzione. Bueno es Italia, pensé, pero lo que le dije fue ¿y?, ansioso de que me explicara. Al principio parecía una comida normal, comenzó. Podrían ser dos compañeros de trabajo que han bajado juntos a comer antes de iniciar el trabajo de la tarde. Pero poco a poco, al señor comenzaron a brillarle más los ojos y comenzó a mover las manos y a acercarse a ella. Primero eran toques suaves, como si fueran pequeños tropiezos que hubieran ocurrido por casualidad. En zonas periféricas, por supuesto: las manos, los brazos, los hombros. Poco a poco las trincheras fueron avanzado y lo toques, suaves y cortos, fueron elevando la cota hasta llegar a la mejilla, luego la cara, la cabeza; con la mano abierta, con la mano cerrada. El momento clave fue cuando esos toques primero fortuitos (no lo creo) y luego bien intencionados iban acompañados de miradas. Ella como distraída pero él con un brillo que daba envidia. Ella al principio parecía neutra, no rechazaba los mimos pero tampoco reaccionaba de forma clara a ellos. Poco a poco, en paralelo con el color de sus mejillas (cada vez más coloradas) se fue metiendo en situación, pero sin exagerar. Poco a poco entró en el juego, o eso le pareció a mi amigo, pero sin enloquecer (aceptaba el toque de manos, le miraba cuando él la miraba, comenzaba a  haber esa complicidad necesaria para que la cosa llegara a buen término).

Vaya, tuve que confesar, quien a tener que sentir envidia soy yo. Envidia y un cierto cabreo porque ya he visto que hemos estado hablando pero tu cabeza estaba en otro lado. No de veras, me dijo, toda una lección de seducción.

Solo al rato me atrevía a mirar de nuevo hacia ellos. Para entonces, la cosa parecía bastante avanzada. Ella ya participaba activamente en el juego, se reía, le brillaban los ojos (o eso parecía). A él se le veía seguro, bromeaba con el camarero, se reía, se sentía bien. Detrás de ellos una fotografía de Pavarotti. Envidias aparte, nosotros seguimos a lo nuestro, un capretto al forno para compartir.

sábado, mayo 12, 2012

EL EXÓTICO HOTEL MARINGOLD



¿Qué hace que una película sea una buena película? Suele decirse que sobre gustos no hay nada escrito, así que es posible que lo que a unos les sorprenda y emocione, a otros les deje realmente fríos. Digo todo esto porque resulta llamativa la disparidad de opiniones que sobre esta película he podido ver tanto en críticos como en comentaristas. De algunos creo, sinceramente, que no han sabido verla (por ejemplo, criticarla porque no entra a fondo en la problemática social de la India), otros porque van con expectativas muy fijas y no se dejan llevar por lo que ven. Al final, se sienten frustrados. En fin, allá ellos y ellas. Yo creo que es buen cine el que “te toca”, el que te mete en la acción o en la historia, el que te trae recuerdos, el que permite que te identifiques con la historia o con alguno de los personajes. Al final, el film te llega. Sales del cine con una sonrisa (como en este caso) o con una lágrima a medio secar o con una sensación de bienestar (o malestar, pero eso es para gente más compleja). Bueno, al menos ése es el cine que me gusta a mí.

Por eso, estaba seguro que “El exótico Hotel Maringold” me iba a gustar. Tenía demasiadas cosas buenas para que el conjunto pudiera desmerecer: unos autores ingleses extraordinarios, de esos que hacen escuela; una historia de personas mayores llena de sugerencias y guiños, tanto para quienes ya calzamos años como para quienes son más jóvenes (siempre pueden vivirlo en función de sus padres o abuelos); un lugar como la India que nunca te deja indiferente, con sus colores, sus ritmos frenéticos, sus contradicciones. Y, al final, efectivamente, se trenza una historia en que todos esos elementos combinan perfectamente y la película logra sus objetivos. Se pasa bien.

La historia es original y actual: un grupo de personas mayores inglesas (jubiladas, en situaciones personales complicadas o que, simplemente, buscan nuevas emociones) deciden pasar una temporada en un hotel índio que la propaganda describe como lugar idílico. Tan actual es la cosa que varios de nosotros ya habíamos hablado de iniciativas de ese tipo para cuando llegue el momento de la jubilación. Mejor que una residencia, mejor que andar deambulando y de prestado por las casas de los hijos, mucho mejor, tener una urbanización o un lugar en la que puedas, a la vez, sentirte libre y acompañado. Irse hasta la Índia puede parecer exagerado pero, bueno, para mí un plan excelente sería pasar 6 meses en España y otros 6 meses en algún país sudamericano. Y a ese plan de la Índia hay que reconocerle sus atractivos.

Y allí se van. Son gente con caracteres muy marcados y los actores que los encarnan están muy bien escogidos. Para eso los actores ingleses, con gran experiencia en el teatro, con un dominio absoluto de los primeros planos y de esas muecas que son todo un discurso, son excelentes. Y se nota. Un juez, un matrimonio arruinado por haber prestado su dinero a su hija, una viuda reciente, un tipo que lo que quiere es ligar y una señora con las mismas intenciones, una mujer cascarrabias y muy english que no soporta a negros ni indios. En fin, una fauna notable, llena de arquetipos fácilmente reconocibles en la vida cotidiana. También los personajes indios están muy remarcados, pero se hacen muy humanos, muy simpáticos.

Y luego está el hotel Maringod, famoso en tiempos pasados pero hecho una ruina en la actualidad. Y, en parte, ésa es la gracias de la historia. Las reacciones diferentes de gentes ya entradas en años que se encuentran de buenas a primeras en una situación nueva y desconcertante. Ellos acostumbrados al orden inglés llegan al paraíso del caos. Y cada uno emplea sus armas para adaptarse. Curiosamente lo logran mejor aquellos que más se abren a la nueva situación. Quien se acurruca en sus viajas seguridades no lo consigue.
Lo más interesante es cómo el carácter de cada uno condiciona su proceso. Obviamente, cuando uno llega a la edad madura lleva ya mucho bagaje de experiencias. No es fácil desaprender, pero tampoco es imposible. Y para algunos de ellos, el desaprender es, justamente, lo que les devuelve a la vida. La cascarrabias racista es la que mejor sintoniza con la criada india intocable; el marido abrumado por su lealtad a una mujer que ya no soporta, es el que acaba descubriendo la locura y el sinvida en que está metido; la mujer que nunca ha trabajado, la que empieza a trabajar y a disfrutar de ello. Y así cada uno va haciendo su propio aprendizaje. La India resulta para ellos  una especie de terapia dulce. También en los personajes indios se produce esa transformación.

Al final, la película es un canto a la vida, a la ilusión, al sentimiento de que sólo nos acabamos cuando nos sentimos acabados. En estos años en los que tanta tendencia tenemos a la depresión, a ver las cosas negras y a sentirnos en medio de un túnel, unos cuantos días (quizás un mes, con menos no daría tiempo) en el hotel Maringod nos vendría de maravilla. Es lo que piensas al salir del cine: ¡carajo, me encantaría pasar una temporada en ese hotel!.
La película está llena de grandes frases de esas que conviene anotar (lástima, me faltó el bolígrafo y mi libretica del Alzheimer), pero hay una que como se repetía uno se la aprende: No hay que preocuparse porque al final todo irá bien; y si las cosas no van bien, es que todavía no es el final. Seguro que al gobierno le encantará.

miércoles, mayo 09, 2012

FINDE EN LA PALMA


A veces el trabajo no es un castigo divino. Tiene sus cosas buenas. El del fin de semana pasado fue así, una mezcla equilibrada entre trabajo y ocio. Me habían invitado, hace ya tiempo, a dar un curso en la UNED de La Palma. Yo acepté, en parte por la simpatía con la que el proponente me planteó el asunto y, en parte, porque es una de las pocas islas que no conozco y de las que cuentan maravillas. Mi recuerdo de La Palma es el de un compañero de mili en Los Rodeos de Tenerife, que era de allí y solía traernos aquellos paquetes de puros palmeños que no se los saltaba un caballo (y menos yo que no había pasado de los farias de mi padre).
Cuando te comprometes ves la cosa muy a largo plazo. Hacía casi un año que habíamos hablado de ello. Cuesta poco comprometerse así, para un futuro lejano. Siempre piensas que algo pasará en el intermedio que anulará el trabajo. Pero no suele suceder y, al final, la fecha llega inexorable y, casi siempre, en momentos en que ya estás agobiado por otros muchos compromisos. Pero, entonces, ya no tiene vuelta de hoja y tienes que cumplir.
En este caso, además, los últimos días fueron complejos. Habíamos decidido viajar en Viernes y con combinaciones ajustadas (cosa que como buen viajero ya sé que no hay que hacer nunca). A ello se añadió algo con lo que no habíamos contado allá en Enero cuando sacamos el billete, la huelga de pilotos de Iberia. Buscamos un Plan B que consistía en viajar el día anterior y hacer noche en Madrid, pero no hizo falta porque la semana anterior el gobierno impuso otro mediador entre pilotos y compañía y la huelga quedó desconvocada. Pero para que no le faltara emoción, justo cuando íbamos en el taxi cara al aeropuerto, oímos por la radio que los tripulantes de cabina de Iberia (azafatas y demás) habían convocado huelga. Ya la jodimos, pensé. A ver dónde nos dejan tirados. Pero no pasó nada. Los vuelos salieron en hora, cosa milagrosa, y llegamos a la isla on time.
El curso, ¡va!, salió regular. Una cosa estándar. El grupo era muy heterogéneo (desde una coordinadora de vuelos del aeropuerto, a gente que estudiaba Derecho, otros de empresariales, varios profesores y una persona que se dedicaba a hacer chapuzas en trabajos distintos) y con intereses muy distintos. Por cierto, me llamó mucho la atención, que había bastante gente (quizás la mitad del grupo) que estaba en paro (pobres, pensé, van a cuanto curso se convoca a ver si les sirve para algo, ¡qué responsabilidad para mí!) La temática de las competencias empieza a cansarme por la cantidad de mensajes contradictorios que unos y otros estamos lanzando. En este caso, la cosa era más grave aún, pues las instrucciones que los profesores han recibido de la Consejería de Educación da Canarias (y sobre cuyo cumplimiento les vigilan los inspectores) tiene poco que ver con mi idea de las competencias y de cómo trabajarlas en la escuela. Así que no estoy seguro de si les aporté alguna claridad o sólo serví para generar más ruido en sus cabezas. Acabaron contentos, de todas formas.
Pero más allá del trabajo, este viaje a la Palma ha significado disfrutar de dos sorpresas estupendas: la propia isla y los anfitriones.

Seguramente, fue más importante la segunda de ellas que la primera, que ya se daba por supuesta. Juan Antonio (secretario plenipotenciario del Centro Regional de la UNED) y Ana su esposa fueron unos anfitriones magníficos. De esos que uno ya no encuentra en sus desplazamientos. Ahora todos estamos suficientemente cargados de compromisos como para no poder atender a quienes nos visitan (porque les hemos llamado nosotros para que hagan algo) como se merecen. De unos años a esta parte han cambiado mucho las cosas en ese sentido. Sobre todo en los lugares grandes. Te tratan de oficio, que es una manera limpia de dejarte solo. Y uno lo entiende, aunque te deja un mal sabor de boca. Bueno, todo lo contrario de lo que sucedió en La Palma. Juan nos fue a buscar al aeropuerto, nos llevó a comer algo rápido a una playa cercana al hotel y me esperó para ir al lugar del curso.  Allá nos esperaba Ana, su esposa. Ambos asistieron a todo el curso, fuimos a cenar juntos, volvimos al curso juntos al día siguiente, comimos juntos, nos llevaron de paseo por la isla y nos dejaron ya cansados y encantados por la noche en el hotel, finalizando con ello nuestra estancia en La Palma. Unos magníficos anfitriones, de los que te miman. De los que te aceptan como uno más de su entorno: conocimos a su hija adolescente, su casa en el hidrovolcán, su perrito, su coche. Disfrutamos de ellos y con ellos. Un auténtico mimo. Y eso es lo que necesita uno, que le mimen.

La Palma fue el otro descubrimiento. No es una isla grande ni saturada de gente (quizás eso es lo que la ha salvado). Es como una especie de suspiro geológico que surge del mar y se eleva hacia el cielo hasta los dos mil y pico metros. Debido a la sequía de este año, no estaba tan verde como suele ser, pero con eso y con todo, estaba preciosa. Me contaron que las islas canarias es un archipiélago en el que se puede observar el proceso de consolidación de las islas a medida que pasa el tiempo. Las más antiguas, si entendí bien, son Fuerteventura y Gran Canaria; en la etapa media están Tenerife y La Palma y las más jóvenes son Hierro y Lanzarote. Eso significa que La Palma ha recorrido un camino intermedio entre su origen volcánico y su futuro como espacio más asentado y con sedimentos de tierra y humus. Y la verdad es que esa especie de juventud geológica se nota en el río de lava (del año 1943) que llega hasta el mar y que aún asombra con su negrura; en la cantidad de cráteres volcánicos abiertos y visibles en toda su preocupante hermosura (nuestros anfitriones vivían en el hueco dejado por un hidrovolcán en la propia Santa Cruz: 150 chalets que no se veían desde fuera como si estuvieran tragados por la tierra); en los acantilados cortados a pico; con las rocas negras y multiformes que surgen por doquier en las playas.
Pero lo mejor de todo fue la excursión a la caldera de Taburiente. Por supuesto no nos dio tiempo a bajar al fondo, eso hubiera requerido acampar allí. Recorrimos el tramo fácil para turistas convencionales. Pero casi no había gente y pudimos disfrutarlo de forma intensa, sobre todo en el último mirador, ya metidos en una de las laderas de la caldera. El silencio. Sobrecogía sentir el aire revoloteando entre los árboles y emitiendo un susurro profundo que era como si estuvieras escuchando la cadencia de las olas en el mar, pero de forma inmaterial. Y eso te convertía en un ser leve en todos los sentidos: leve porque te veías tan poca cosa frente a la inmensidad de la naturaleza; leve porque aquella inmensa hermosura de verdor, volúmenes, torrenteras y espacios inmensos te convertía en un puntito perdido en la ladera; leve porque podías sentirlo todo, el sonido del aire, el aleteo de algunos pájaros que nos vigilaban, el movimiento de objetos indefinidos que se desplazaban o caían. Nos quedamos en silencio mucho rato disfrutando de aquel regalo. Entre tanto avión, tanto curso, tanta conversación, el silencio de la caldera me sedujo. No me extraña que haya gente que acampe allí sólo por eso, por el silencio. Una cura antiestrés, dicen que es. Estoy seguro.

Y así fue que acabó nuestro paso por La Palma. Al día siguiente ya no dio tiempo a más. Un paseíto por la playa, un bañito en la piscina del hotel y a las 12, como buenos y cumplidores turistas, entregamos las llaves del hotel y esperamos pacientes la hora de ir al aeropuerto. Estaba cerquita, tanto que jamás me había sucedido poder llegar a un aeropuerto por el módico precio de 1,30€ que fue lo que me costó el autobús. Y, a partir de ese momento, todo siguió las rutinas clásicas: esperar el embarque, entrar los primeros, tomar tu asiento, dormirte al despegar, despertar ya en ruta, aburrirte mientras hojeas la prensa o tratas de completar los crucigramas, dormirte de nuevo si da tiempo, desesperarte por lo que tarda el avión en llegar al finguer desde que ha aterrizado, salir rápido (si te dejan los pasmones que tienes delante que tardan una eternidad en levantarse y tomar sus cosas) y volar a la sala VIP para aburrirte de nuevo mientras esperas el siguiente vuelo. Esta vez, además, la espera era de más de 4 horas y se hizo eterna. Al final, rondando la medianoche del domingo, llegamos a casa.

Mucha cosa para sólo tres días. ¿Relax o más estrés? Eso es lo malo de este estilo de vida que acabas no sabiendo distinguir lo que te gusta de lo que te cansa, el relax del estrés, el ocio del trabajo. Muy confuso todo.