martes, mayo 29, 2012

Brasil inhóspito.


Parece una contradicción in términis pero, desgraciadamente esta vez ha sido cierto. Había leído algo en la prensa (que Brasil estaba respondiendo a las mismas presiones migratorias que los españoles aplicaban a los brasileños que venían a España) pero la noticia decía que se habían reunido los dos gobiernos y que la cosa se estaba arreglando. ¡Y una leche!
De todas formas yo ya había tomado mis previsiones. Les había pedido a quienes me invitaban que me mandaran una carta de invitación para acudir al congreso como conferenciante. Y me la enviaron en duplicado.  Pero les dio igual.
Total que salí el primero del avión y llegué el segundo a la policía de inmigración en Natal. La primera sorpresa (intencional supongo, pero difícil de entender) fue ver que había media docena (o quizás más) cabinas de policía pero habían dejado solo una para los extranjeros y todas las otras para los brasileños. Parecía una ofensa verlo, una cola enorme de extranjeros (el vuelo era de la TAP y llegaba desde Lisboa) y los policías para brasileños prácticamente sin nadie.
El primer extranjero pasó sin muchos apuros. Y allí fui yo. En cuanto cogió mi pasaporte la funcionaria, llamó al coordinador, el tipo que estaba organizando las filas. Y éste me sacó de inmediato de la fila. Le mandó a la funcionaria que fotocopiara el pasaporte (lo único que hacía con todos los demás) y me llevó detrás de la cabina. ¿Tiene usted el vuelo de regreso comprado? Claro, le dije. Y le enseñé la reserva. La miró sin entender. Le dije, mire vengo a dar una conferencia en un Congreso y tengo una carta de invitación. Se la enseñé, la miró sin leer y sin enterarse, por supuesto. Tampoco parece que le interesara mucho. Después me pidió, de forma poco amable, mi extracto bancario. Estuve por decirle que eso es un secreto personal, pero para qué vas a discutir con un policía. Un extracto bancario, ¿qué es? Le enseñé una cartilla donde se marcaban de saldo 18.000 €. Tampoco la entendió. ¡Qué coño va a saber un policía brasileño del formato de las libretas bancarias españolas! No sabía ni dónde mirar. Y el banco, esa cosa nueva que se acaban de inventar de Nova Galicia banco, a él le debía sonar a chino. Todo un absurdo, incluso para él. De todas formas me dijo que me fuera a por la maleta y que después regresara a por el pasaporte. Le dije que no llevaba maleta pues iba por pocos días. Le dio igual. Que esperara.
Y se llevó el pasaporte a una oficina que había allí cerca. Por la fila de extranjeros iban pasando las personas. No debían ser españoles, o la historia esta la hacían de forma aleatoria. Al rato, sin embargo ya vi que había otro pobre despistado extrañándose de lo que le estaba pidiendo la funcionaria, que salió de su cabina con el pasaporte del fulano y se fue a la oficina donde había ido hace poco habían llevado el mío. Y la fila de extranjeros, para más INRI, parada. Por supuesto, debían estar pensando que los que estábamos allí retenidos éramos gente extraña que quería colarse en el país para ocultar sus delitos. Al poco apareció otro tipo con mi pasaporte. Se encaró conmigo para decirme cuánto dinero llevaba. Como quinientos Euros, le dije. Quiero verlos. Todo eso con bastante poca educación. Le enseñé mi capital: como siempre llevaba euros, dólares y moneda brasileña. Se lo enseñé, pero no sin decirle que aquello me parecía injusto. Hizo como que no me entendía, pero como se lo repetí me dijo que también se lo hacían a los brasileños en España. Si es como usted lo está haciendo, también me parece injusto, le dije. Llevo muchos años viniendo a Brasil y jamás me había pasado esto. Yo solo hago mi trabajo. Lo ha mandado la no sé qué (unas siglas, había dicho) y yo lo hago. Sí, le dije, pero incluso usted sabe que eso no es justo. Yo hago mi trabajo, me respondió. No volveré más a Brasil, me dije diciéndoselo mientras me marchaba. Es su problema, oí que me decía.
Y es probable que lo haga. Brasil era un mito para mí. El país de la amistad y la alegría, mi modelo por tantos motivos. Parece ser que las cosas están cambiando. Ellos dicen que cambian para defenderse, para pagar con la misma moneda con que tratamos a los suyos. Quizás tengan razón. Lo triste de todo eso, es que estamos tirando por la borda todo un estilo de relación. Una forma de colaboración que nos proporcionó tantas alegrías a colegas de ambos países.
Salí triste del aeropuerto. Y eso que el viaje había sido perfecto y que al otro lado de la puerta me esperaban las organizadoras del Congreso al que venía. Se lo conté, pero tampoco ellas tenían mucho que decir o hacer al respecto. Una historia esto de las fronteras. Yo me sentí humillado. Supongo que eso mismo les pasa a muchos y muchas (creo que con las mujeres son especialmente bordes, como si todas ellas vinieran a prostituirse) en Barajas. Lo siento de veras por ellos y ellas. Ahora ya sé lo que sienten.  

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