miércoles, mayo 09, 2012

FINDE EN LA PALMA


A veces el trabajo no es un castigo divino. Tiene sus cosas buenas. El del fin de semana pasado fue así, una mezcla equilibrada entre trabajo y ocio. Me habían invitado, hace ya tiempo, a dar un curso en la UNED de La Palma. Yo acepté, en parte por la simpatía con la que el proponente me planteó el asunto y, en parte, porque es una de las pocas islas que no conozco y de las que cuentan maravillas. Mi recuerdo de La Palma es el de un compañero de mili en Los Rodeos de Tenerife, que era de allí y solía traernos aquellos paquetes de puros palmeños que no se los saltaba un caballo (y menos yo que no había pasado de los farias de mi padre).
Cuando te comprometes ves la cosa muy a largo plazo. Hacía casi un año que habíamos hablado de ello. Cuesta poco comprometerse así, para un futuro lejano. Siempre piensas que algo pasará en el intermedio que anulará el trabajo. Pero no suele suceder y, al final, la fecha llega inexorable y, casi siempre, en momentos en que ya estás agobiado por otros muchos compromisos. Pero, entonces, ya no tiene vuelta de hoja y tienes que cumplir.
En este caso, además, los últimos días fueron complejos. Habíamos decidido viajar en Viernes y con combinaciones ajustadas (cosa que como buen viajero ya sé que no hay que hacer nunca). A ello se añadió algo con lo que no habíamos contado allá en Enero cuando sacamos el billete, la huelga de pilotos de Iberia. Buscamos un Plan B que consistía en viajar el día anterior y hacer noche en Madrid, pero no hizo falta porque la semana anterior el gobierno impuso otro mediador entre pilotos y compañía y la huelga quedó desconvocada. Pero para que no le faltara emoción, justo cuando íbamos en el taxi cara al aeropuerto, oímos por la radio que los tripulantes de cabina de Iberia (azafatas y demás) habían convocado huelga. Ya la jodimos, pensé. A ver dónde nos dejan tirados. Pero no pasó nada. Los vuelos salieron en hora, cosa milagrosa, y llegamos a la isla on time.
El curso, ¡va!, salió regular. Una cosa estándar. El grupo era muy heterogéneo (desde una coordinadora de vuelos del aeropuerto, a gente que estudiaba Derecho, otros de empresariales, varios profesores y una persona que se dedicaba a hacer chapuzas en trabajos distintos) y con intereses muy distintos. Por cierto, me llamó mucho la atención, que había bastante gente (quizás la mitad del grupo) que estaba en paro (pobres, pensé, van a cuanto curso se convoca a ver si les sirve para algo, ¡qué responsabilidad para mí!) La temática de las competencias empieza a cansarme por la cantidad de mensajes contradictorios que unos y otros estamos lanzando. En este caso, la cosa era más grave aún, pues las instrucciones que los profesores han recibido de la Consejería de Educación da Canarias (y sobre cuyo cumplimiento les vigilan los inspectores) tiene poco que ver con mi idea de las competencias y de cómo trabajarlas en la escuela. Así que no estoy seguro de si les aporté alguna claridad o sólo serví para generar más ruido en sus cabezas. Acabaron contentos, de todas formas.
Pero más allá del trabajo, este viaje a la Palma ha significado disfrutar de dos sorpresas estupendas: la propia isla y los anfitriones.

Seguramente, fue más importante la segunda de ellas que la primera, que ya se daba por supuesta. Juan Antonio (secretario plenipotenciario del Centro Regional de la UNED) y Ana su esposa fueron unos anfitriones magníficos. De esos que uno ya no encuentra en sus desplazamientos. Ahora todos estamos suficientemente cargados de compromisos como para no poder atender a quienes nos visitan (porque les hemos llamado nosotros para que hagan algo) como se merecen. De unos años a esta parte han cambiado mucho las cosas en ese sentido. Sobre todo en los lugares grandes. Te tratan de oficio, que es una manera limpia de dejarte solo. Y uno lo entiende, aunque te deja un mal sabor de boca. Bueno, todo lo contrario de lo que sucedió en La Palma. Juan nos fue a buscar al aeropuerto, nos llevó a comer algo rápido a una playa cercana al hotel y me esperó para ir al lugar del curso.  Allá nos esperaba Ana, su esposa. Ambos asistieron a todo el curso, fuimos a cenar juntos, volvimos al curso juntos al día siguiente, comimos juntos, nos llevaron de paseo por la isla y nos dejaron ya cansados y encantados por la noche en el hotel, finalizando con ello nuestra estancia en La Palma. Unos magníficos anfitriones, de los que te miman. De los que te aceptan como uno más de su entorno: conocimos a su hija adolescente, su casa en el hidrovolcán, su perrito, su coche. Disfrutamos de ellos y con ellos. Un auténtico mimo. Y eso es lo que necesita uno, que le mimen.

La Palma fue el otro descubrimiento. No es una isla grande ni saturada de gente (quizás eso es lo que la ha salvado). Es como una especie de suspiro geológico que surge del mar y se eleva hacia el cielo hasta los dos mil y pico metros. Debido a la sequía de este año, no estaba tan verde como suele ser, pero con eso y con todo, estaba preciosa. Me contaron que las islas canarias es un archipiélago en el que se puede observar el proceso de consolidación de las islas a medida que pasa el tiempo. Las más antiguas, si entendí bien, son Fuerteventura y Gran Canaria; en la etapa media están Tenerife y La Palma y las más jóvenes son Hierro y Lanzarote. Eso significa que La Palma ha recorrido un camino intermedio entre su origen volcánico y su futuro como espacio más asentado y con sedimentos de tierra y humus. Y la verdad es que esa especie de juventud geológica se nota en el río de lava (del año 1943) que llega hasta el mar y que aún asombra con su negrura; en la cantidad de cráteres volcánicos abiertos y visibles en toda su preocupante hermosura (nuestros anfitriones vivían en el hueco dejado por un hidrovolcán en la propia Santa Cruz: 150 chalets que no se veían desde fuera como si estuvieran tragados por la tierra); en los acantilados cortados a pico; con las rocas negras y multiformes que surgen por doquier en las playas.
Pero lo mejor de todo fue la excursión a la caldera de Taburiente. Por supuesto no nos dio tiempo a bajar al fondo, eso hubiera requerido acampar allí. Recorrimos el tramo fácil para turistas convencionales. Pero casi no había gente y pudimos disfrutarlo de forma intensa, sobre todo en el último mirador, ya metidos en una de las laderas de la caldera. El silencio. Sobrecogía sentir el aire revoloteando entre los árboles y emitiendo un susurro profundo que era como si estuvieras escuchando la cadencia de las olas en el mar, pero de forma inmaterial. Y eso te convertía en un ser leve en todos los sentidos: leve porque te veías tan poca cosa frente a la inmensidad de la naturaleza; leve porque aquella inmensa hermosura de verdor, volúmenes, torrenteras y espacios inmensos te convertía en un puntito perdido en la ladera; leve porque podías sentirlo todo, el sonido del aire, el aleteo de algunos pájaros que nos vigilaban, el movimiento de objetos indefinidos que se desplazaban o caían. Nos quedamos en silencio mucho rato disfrutando de aquel regalo. Entre tanto avión, tanto curso, tanta conversación, el silencio de la caldera me sedujo. No me extraña que haya gente que acampe allí sólo por eso, por el silencio. Una cura antiestrés, dicen que es. Estoy seguro.

Y así fue que acabó nuestro paso por La Palma. Al día siguiente ya no dio tiempo a más. Un paseíto por la playa, un bañito en la piscina del hotel y a las 12, como buenos y cumplidores turistas, entregamos las llaves del hotel y esperamos pacientes la hora de ir al aeropuerto. Estaba cerquita, tanto que jamás me había sucedido poder llegar a un aeropuerto por el módico precio de 1,30€ que fue lo que me costó el autobús. Y, a partir de ese momento, todo siguió las rutinas clásicas: esperar el embarque, entrar los primeros, tomar tu asiento, dormirte al despegar, despertar ya en ruta, aburrirte mientras hojeas la prensa o tratas de completar los crucigramas, dormirte de nuevo si da tiempo, desesperarte por lo que tarda el avión en llegar al finguer desde que ha aterrizado, salir rápido (si te dejan los pasmones que tienes delante que tardan una eternidad en levantarse y tomar sus cosas) y volar a la sala VIP para aburrirte de nuevo mientras esperas el siguiente vuelo. Esta vez, además, la espera era de más de 4 horas y se hizo eterna. Al final, rondando la medianoche del domingo, llegamos a casa.

Mucha cosa para sólo tres días. ¿Relax o más estrés? Eso es lo malo de este estilo de vida que acabas no sabiendo distinguir lo que te gusta de lo que te cansa, el relax del estrés, el ocio del trabajo. Muy confuso todo.

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