viernes, abril 20, 2012

I love slowlife.



No hay forma. Es igual cómo te lo propongas. Eso del slowlife  es una leyenda urbana. Un paraíso inalcanzable. Una utopía. Y, además, es imposible. Más aún cuando andan de por medio las compañías aéreas y sus maladados hábitos de hacer de su capa un sayo. Hacen su propia interpretación del slow: va retrasando los vueles por causas múltiples, pero lo llevan con tranquilidad, sin que se les mueva un pelo. A base de golpear siempre con la misma piedra están teniendo más éxito que los mejores programas educativos. Hacen que medres en paciencia; una paciencia que tiene mucho que ver con la resignación.
Con la vida ajetreada que llevo y los sustos que el destino me ha dado últimamente (menos mal que han sido sustos vicarios, es decir, patadas en el culo de otros) había decidido firmemente que esto no podía seguir así. No puedes estar siempre en el filo de la navaja de manera que cualquier acontecimiento inesperado acabe malogrando un día o todo un programa. Como dicen sus promotores: La "Vida Slow" es un cambio cultural hacia la desaceleración de nuestra forma de vida y hacia un mayor disfrute de la misma. Basándose en una vuelta hacia la revalorización de los afectos, la realización de actividades placenteras y en comer saludablemente (Slow Food, no Fast Food). Consiste en un cambio en nuestra actitud ante la vida, relacionado con la desaceleración en la forma de comer, de trabajar, un mayor espacio para el ocio, el relax, los hobbies y las relaciones afectivas” (http://www.eutimia.com/slow/ ).
Bueno, pues eso. Yo ya tenía mis propósitos hechos: “relajación, chaval, que la vida dura cuatro telediarios y en el quinto pueden anunciar tu esquela” (¡cuando estoy optimista es que soy la leche!). Pero con mi propia idea de lo slow, un poco heterodoxa, he de confesarlo. Lo que sucede es que uno puede intentar ralentizar la vida, pero esto de vivir es como andar en bicicleta, si paras te caes. Y así fue, que por no parar, los viajes continuaron. Y es curioso, los viajes, en lugar de relajarte te estresan. Tienen todas las condiciones para ser un paréntesis donde te olvides de los agobios de lo cotidiano y te dediques a ver otros lugares, a admirar otros patrimonios, a conocer a otra gente. Pero, ¡quiá!.
Yo hice lo que tenía que hacer. Mi psicoanalista de cabecera me dio un papelito con los consejos a tomar en consideración (él también había leído la misma web que yo). La hojita decía:

·         Respete sus horas de sueño. Duerma lo necesario. El sueño es la actividad reparadora psíquica y física por excelencia.
·         Ingiera una dieta con alto contenido en frutas y verduras y bajo contenido en grasas. 
·         Practique un hobby que le dé tranquilidad.
·         Realice actividad física moderada por lo menos tres veces a la semana.
·         No sature su agenda de actividades, todo puede esperar.
·         Realice una actividad a la vez, no varias al mismo tiempo.
·         No mire el reloj a cada rato, de ser posible, no utilice reloj pulsera.
·         Coma despacio, mastique y salive muy bien los alimentos ante de tragarlos.
·         Prepare una comida tranquilo/a y sin hacer otra cosa a la vez, como mirar televisión. Disfrute de una conversación si está comiendo junto a otras personas, en caso contrario, disfrute de la soledad pacíficamente.
·         Cuando esté de vacaciones disfrute tranquilamente de la misma sin embarcarse en múltiples y agotadoras actividades diarias.
·         Deje tiempo en su agenda diaria para estar con personas que usted quiere o realizar actividades que le generen placer. 






 Ya se ve que son todos consejos con mucha enjundia. Estupendos. Pues nada, qué va. Ni uno. Dormí mal y poco (¿sabían que los escolares colombianos inician sus clases a las 7 de la mañana?; pues ése ha sido el plan, más o menos; una crueldad, habiendo tantas horas en el día; y yo, pobriño, encima con el jet lag encima); ensaladas y verduras ni por el forro (comida de cafetería universitaria; ¡cómo eché de menos la monodieta de verduras y pescado de mi casa!); hobbis pocos, la verdad (menos mal que el iPhone tiene su solitario y los daditos del Mahjong que son mi salvación en las rutinas); andar lo justo porque siempre te ponen pegas de peligrosidad (eso sí, el domingo me escapé a andar por el centro de Medellín y hoy lo he hecho por el centro de Buenos Aires; ninguna sensación de inseguridad salvo la cosa de que me pudieran identificar como español y me corrieran para quitarme mis YPFs: están bravos de narices con todas las calles empapeladas llamando a apoyar a la presidente, a su EVITA); La agenda llena hasta los topes, eso es imposible de solucionar, ya me he resignado; lo de hacer sólo una cosa a la vez ya lo voy consiguiendo, pero no es por la cosa del slow sino por el Alzheimer; lo de mirar el reloj da igual porque como en cada lugar tienen su hora y, además, tu cuerpo tiene otra, casi siempre te equivocas; no puedes comer despacio porque no sólo madrugan sino que los cabritos comienzan el trabajo de la tarde a las 14 horas, ni siesta ni leches; preparar comida ya sería lo último y la posibilidad de hablar con gente tampoco resulta fácil pues en realidad no conoces a nadie (es un milagro cómo han llegado hasta mí y me han llamado, nunca lo entenderé) y aunque los conozcas un poco cada uno tiene su familia y sus compromisos (así que al estrés se añade un piquito de depresión por la soledad y el atracón de hotel: mira eso tiene la ventaja de que al final a los que acabas conociendo muy bien es al personal del hotel y casi llegas a intimar con ellos); lo buscar el placer ya ni lo mento para evitar prejuicios.

Oye, espera un momento, me acaba de susurrar el blog al oído, ¿de verdad sabes a dónde quieres llegar con esta entrada, o simplemente te estás liando (supongo que para mitigar la soledad del hotel)?” Sí, la verdad, le he tenido que confesar, me he liado un poco. En realidad sólo quería contar que tanto empeño por mi parte en relajarme y disfrutar de este viaje y resulta que voy acumulando estrés y sueño de forma galopante. Y que la última ha sido a causa de la compañía aérea que me ha martirizado sin compasión.
Yo ya sabía que uno no puede confiarse. Por eso había pedido un vuelo matutino con el que llegaría a Buenos Aires a media tarde de ayer. Pero nada, me sacaron billetes con Avianca que teóricamente salía de Bogotá a las 22:10 de la noche para llegar a Buenos Aires a las 06:35. Mi primera conferencia en la Feria del Libro comenzaba a las 11. Bueno, pensé, la cosa va justa porque hay que contar con el trajín de para inmigración, aduana, tomar el taxi y llegar al Hotel, cambiarte y nuevo taxi para llegar al lugar de la Feria, pero podría llegar. Con lo que yo no contaba es que el vuelo se iba a retrasar y retrasar y retrasar. Me empecé a agobiar cuando faltaba sólo media hora para embarcar y nuestro vuelo ni siquiera aparecía en las pantallas. En una de esas anunciaron que el vuelo de Avianca a Nueva York se cancelaba por problemas técnicos. Otro chute de estrés. Luego me fui a Internet a ver qué decía del vuelo y allí ya se confirmaba que saldría con hora y media de retraso. Hice cuentas y quizás podría llegar a tiempo a mi conferencia pero iba a depender mucho de la suerte (que pasara pronto la policía, que no hubiera atascos en la entrada a Buenos Aires, ni después para llegar a la Feria). Me tomé otro pinchito y un vaso de vino para ahogar la desazón. Pero iba pasando el tiempo y allí nadie decía nada. ¡Qué manía tienen todas las compañías en despreciar esa ansiedad que saben que generan los retrasos! No te dicen nada. Para ellos debe ser algo normal, una incidencia que tienen todos los días. Vamos que no es su problema. Pasó la hora y media y aquello seguía igual: ni puerta, ni hora, ni nada que decir. Bueno, para acortar el cuento que cuando ya pasaban dos horas nos dicen de embarcar. Yo ya no sabía qué hacer. Se cerraron las puertas comenzamos a rodar y en eso noto que el avión se para y comienza a regresar. Ya la hemos jodido, pensé. Algo va mal. Y de pronto, la voz del capitán para explicar que debido a la hora han cambiado la pista y tenemos que ir a otra pista. La cosa es que Bogotá tiene dos pistas y una se les jorobó el otro día con un rayo. No creo que la hubieran arreglado. En realidad yo creo que lo que hicieron es cambiar la cabecera de pista. Nosotros teníamos que despegar en la misma pista donde aterrizaban los aviones pero en dirección contraria a ellos.  Y así fue, otra caminata hasta la otra cabecera de la pista. El capitán advirtió a la tripulación que se acomodaran en sus puestos que en dos minutos despegábamos. Coño dos minutos, pasaron diez, quince y aquello no se movía. Yo veía que delante nuestra iba otro avión que tenía que despegar pero tampoco se movía. Luego lo entendí, tenían primero que aterrizar dos vuelos que iban frenando a medida que se acercaban donde nosotros estábamos. Al final, comenzamos a rodar cuando el retraso se había convertido  en casi tres horas. Ya no merecía la pena ni preocuparse. De cabina pidieron disculpas (en ese tono afectado y banal en el que ya ves que en realidad no te piden disculpas sino que te informan para cumplir el trámite) y nos dijeron que llegaríamos a Buenos Aires a las 9 de la mañana. ¡Chungo!, pensé. En dos horas no se llega a la feria del libro.
El viaje es corto (menos de 6 horas), así que no hay tiempo para nada, sobre todo para dormir. Entre que alcanzas la altura y la velocidad de crucero, entre que cenas, y que te despiertan una hora antes para darte un zumo y organizar el aterrizaje, ya no queda casi tiempo más que para una cabezada. Llegamos efectivamente a las 9. Pasamos la policía con lentitud y  salí echando leches para comenzar la aventura de llegar a tiempo a mi conferencia. Es peor tener prisa. Salí, revisé ansioso los cartelitos con los nombres de las personas a las que se esperaban pero yo no estaba entre ellos. Otro contratiempo, cuando la cosa está de no, está de no. El tipo que debía recogerme o ya se había ido cansado de esperar o ni siquiera había ido a buscarme. Si no fuera dramático, sería hasta gracioso el verme yendo agobiado de uno a otro de los carteles para ver qué nombre pone. Cuando ven que te acercas, el del cartel cree que eres tú la persona que él está esperando y te ofrece su sonrisa y inicia el gesto de darte la mano o de intentar cogerte la maleta. Una frustración para ambos cuando le dices que no eres tú el del cartel. Y sigues con la búsqueda. Así pasé otro cuarto de hora y cuando ya iba a contratar un taxi vi que entraba en la sala el tipo con mi cartel. Las 9:20. Salimos, tomamos la autopista y todo fue bien hasta que entramos en la ciudad. Un taco de la leche. Nada que hacer. Paciencia. En cada semáforo pasaban media docena de coches porque todo estaba colapsado. Yo ya estaba en actitud zen, que sea lo que dios quiera. A las 10 llegamos al hotel. Necesito 15 minutos para ducharme y bajar, le dije al taxista. Aquí le espero, me aseguró. Y así fue. Duchita rápida, traje de guapo, asegurarse de que lleva uno consigo la presentación y a toda leche al taxi. Bueno tengo que decir que como no tardé mucho en maquillarme aún me tomé 5 minutos para entra en la sala de desayunos y tomar una fruta y un café. Hecho. Llegué a la Feria a las 11 en punto. Aún no había acabado la mesa redonda anterior. Eso me dio un respiro.
Lo demás todo salió bien. Quizás por el tranquimazín que tomé con el café.

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