jueves, junio 18, 2020

BACURAU




Cuando nos permitieron salir de casa, tras semanas de encierro, lo hicimos cargados de ansiedad, como quien busca algo que anhela y echaba mucho en falta, como si fuera el final de un ramadán lleno de privaciones. ¡Cómo disfrutamos de aquellos paseos, aunque estuvieran limitados en tiempo y distancia! Una sensación parecida he sentido estos días con el inicio del cine, del cine de verdad, ése de pagar entrada, de ir a la sala, de sentarte en tu butaca en un ambiente íntimo y con sonido envolvente y dejarte llevar por la historia que te cuentan. Fantástico. Así fue como me sentí inmerso en esa historia dramática que cuenta Bacurau.
La publicidad la presenta como un film extraño, compendio de estilos diferentes (western, Thriller, cine fantástico, cine político, etc.) y con una fuerza expresiva que le ha hecho merecedor de diversos premios internacionales en Cannes, Sitges, La Habana, etc. Pero, para ser sincero, para mí todo eso resultó secundario ante el hecho de que se trataba de un film brasileño y que contaba una historia ubicada en Pernambuco. Con eso era más que suficiente para excitar mi interés, pues son muchos los lazos que me unen a colegas pernambucanos de Recife.
Bacurau es un film brasileño (en realidad, una coproducción entre Brasil y Francia) de 2019, dirigida por Kleber Mendonça (filho) y Juliano Dornelles. Como se trata de una obra coral, el elenco de actores es muy amplio, aunque destacan los nombres de Udo Kier (el malo del film) y Sonia Braga, una actriz muy conocida en Brasil, ella en la parte buena.
La historia nos introduce en una “historia posible” en la que los guionistas tratan de amalgamar cultura rural brasileña, naturaleza (muy especial en esta zona del Pernambuco interior) y política (tanto la corrupción política local como la voracidad destructiva de la globalización). El resultado es ese film extraño del que habla la publicidad: intimista por momentos, violento en otros, fantástico a veces y con toques de erotismo brasileño (esa forma amable y desprejuiciada de relacionarse con el cuerpo y con el sexo).
Como en un juego de zoom infinito en google maps, la cámara comienza enfocando el universo completo para ir llevándote, poco a poco, al Estado de Pernambuco en Brasil. Al oeste del estado, dice la voz en off. Desconozco si ese lugar (Serra Verde, Bacurau) existen o son solo ubicaciones imaginarias, pero el lugar es creíble, seguro que hay lugares así en ese Estado y en otros de Brasil. La que sí es auténtica es la gente con la que nos encontramos allí, muchos de ellos no son actores.
Bacurau es una pequeña aldea en la mitad de ninguna parte y con una población polifacética y muy variada. Tienen un problema grave con el agua pues los políticos del municipio al que pertenecen están aprovechándose de ella. Y descubren, de pronto, que su pueblo, Bacurau ha desaparecido del mapa, ya no figura en él. Poco se imaginan ellos, en su vida tranquila y costumbrista, que todo aquello forma parte de un plan diabólico para hacerlos desaparecer realmente. Y esa es la historia, cómo los malvados se pueden atrever a jugar con la vida de personas sencillas y buenas para su disfrute perverso y/o sus intereses políticos. Y así, se van sucediendo los muertos y las venganzas; el cinismo de unos y la voluntad por sobrevivir de los otros; los individuos frente a la colectividad. Al final, Bacurau es como Fuenteovejuna, la historia cordial y salvaje a la vez de una aldea que enfrenta con la fuerza de su unión a quienes pretenden abusar de ellos.

Tres impresiones llevaba en mi mente cuando concluyó la peli y salimos ordenadamente de la sala guardando las distancias. La primera era que aquella era una historia muy brasileña. Lo era en la coreografía y en el marco antropológico que se presenta: los personajes son muy brasileños, sus casas rurales, su relación, su forma de hablar y de actuar te lleva indefectiblemente a Brasil. No te imaginarías esa aldea en ningún otro país del mundo. Extraña más el toque violento y, por momentos gore, en el que deriva la historia. Mi experiencia en Brasil ha sido siempre de pensar en los brasileños como un pueblo muy pacífico, muy hecho a gestionar las privaciones con resignación, a disfrutar de todo lo que tienen sin pensar en exceso en lo que les falta. No sé, quizás esté equivocado. O quizás suceda que sean motivos puramente fílmicos los que han llevado a crear un contexto de violencia que hiciera más atractiva la película. La segunda impresión era que también me parecía muy brasileño el recurso a mezclar la descripción de contextos rurales con toques ecológicos y con reivindicaciones que tienen mucho que ver con la conservación del ambiente. En este caso está el agua como telón de fondo de la corrupción de los políticos municipales. Y la tercera impresión, en este caso algo relacionado no solo con Brasil sino con toda Iberoamérica, es el gusto por esa mezcla de lo imaginativo y fantástico vinculándola con lo bueno, pero sobre todo, con lo malo por venir: los malos espíritus, lo exotérico, los malos personajes, las insidias de los poderosos, la conspiración internacional. Aquí, en Bacurau, los malos son americanos que desean divertirse a costa de su vida. Y aparecen platillos volantes que son drones, emboscadas, asaltos. Y, eso sí, disfrutan ya de mucha tecnología: celulares, pantallas electrónicas, repetidores de señales, etc.
La fotografía del film es excelente. Con colores vivos, con primeros planos fuertes para destacar los rasgos de los diversos personajes y su personalidad. Planos generales interesantes y clarificadores porque te hacen sentir muy bien la inmensidad de los paisajes brasileños. El montaje siempre correcto y conduciendo la historia son simplicidad. La música estupenda (recibió el premio a la mejor música en el festival de La Habana). El ritmo muy ajustado a las escenas: lento y cansino cuando avanza el camión del agua por las trochas de la meseta, frenético en los momentos de frenesí criminal, inquietante en los momentos de suspense.
En definitiva, es fácil meterte en la historia y sintonizar con lo que te van contando. Quizás son demasiado malos los malos y eso te aleja de ellos, los hace poco creíbles, aunque puestos a imaginar, también podríamos imaginarnos algo así. Hay escenas cargadas de emoción: el desafío de los niños a ver quién es capaz de llegar más lejos en la obscuridad; la tranquilidad parsimoniosa de Plinio (Wilson Rabelo) y las explosiones de Sonia Braga. En fin, durante dos horas y pico me he sentido de nuevo en Brasil y he disfrutado con ello. Y volver al cine ha merecido la pena.


domingo, junio 14, 2020

Y REGRESÓ EL CINE...con Cassavetes.



Lo de la “nueva normalidad” se va haciendo normal y poco a poco vamos recuperando algunas de las rutinas que formaban parte de nuestras vidas. Igual que para muchos, la ausencia del cine fue para mí un drama durante todos estos meses. Al principio parece que la puedes compensar empachándote de series y subproductos de la TV, pero no es lo mismo. Ni siquiera parecido. A quien le gusta el cine, le gusta con toda su parafernalia (incluida la cenita posterior con tu pareja para comentar lo visto). Vamos que el cine es más que cine y todo eso lo habíamos perdido. Y se nos hizo largo, la verdad. Ahora el cine es menos fiesta de lo que era: con entradas electrónicas, sin tocar nada, sin nadie a tu lado, sin palomitas (es lo mejor, ¡qué silencio precioso en toda la sala!), todo muy controlado… Pero, chico, estás allí en el cine, con los actores actuando en una pantalla grande, volviendo a soñar en historias, sumergiéndote en ese universo envolvente de luces y oscuridad, sonidos y silencios, historias y emociones.  El cine, de nuevo.
Claro que, por ahora, la programación sigue en stand by y las salas van programando lo que tienen a mano. A mí me tocó ver una peli viejilla, de 1976. Aún no había nacido nuestro primer hijo que ya ha cumplido 43 añitos. Se trata de El asesinato de un corredor de apuestas chino, de John Cassavetes que es, también, autor del guión. De hecho, la han seleccionado y repuesto en el marco de un ciclo de homenaje a Cassavetes. Así que hay que verla con perspectiva.
Lo primero que sorprende, al menos a mí, es que se trata de un film muy largo. 2 horas y 20 minutos es mucho tiempo para el ritmo al que nos ha acostumbrado el cine actual. Sigue habiendo algunas películas largas, pero casi siempre lo son porque abordan temáticas complejas que requieren narrativas demoradas. No es ése el caso de la historia que nos cuenta Cassavetes: un personaje del mundo marginal, dueño de un cabaret, que buscando lucirse ante sus chicas se endeuda en el juego cosa que aprovecha la mafia a la que debe el dinero para obligarle a actuar como sicario y eliminar a un chino famoso. Hay que decir en su descarga que, salvo momentos puntuales, la película se soporta bien. Podrían reducirse algunos momentos de los sucesivos shows que se alargan en exceso, pero eso significaría perderse la contemplación de culos y tetas, así que vaya lo uno por lo otro.
En realidad, la película no cuenta nada o lo que cuenta (viendo el título, se diría que vamos a presenciar la anatomía de un crimen y sus consecuencias) resulta secundario en la estructura del film. El chino muere, efectivamente, pero su muerte es un episodio poco relevante y marginal en el desarrollo del film. Podría haberlo contado una voz en off y no hubiéramos perdido nada de la riqueza visual y narrativa del film. Yo creo que lo que le interesaba a Cassavetes era contar una historia sobre el ambiente marginal, escandalizar al establishment con un voyerismo explícito aunque contenido. Al finalizar, tienes la sensación no de haber asistido a un crimen, sino de haberte colado en ese submundo marginal y macarra de los cabarets y la mafia. Un submundo que es, a la vez, violento y cordial. En él se mezcla la tiranía psicótica de los criminales, con el cariño de los personajes mediosanos que sobreviven en ese ambiente.

Dicen las crónicas que la película tiene componentes autobiográficos de su autor, que en el fondo él quería contar algo parecido a lo que había sido su propia vida. Me lo creo. El mimo con que retrata el compromiso del protagonista (por cierto, un papel fantástico el que hace Ben Gazzara, aunque resulta un poco inexpresivo y lineal, a veces) con su cabaret, el respeto y  trato cariñoso con que se dirige a cada una de sus chicas, el optimismo que desprende, la forma en que afronta los momentos adversos…todo eso expresa vivencias que van más allá del buen dominio del lenguaje cinematográfico. Al final, más que un Thriller es una película intimista focalizada en la descripción de ambientes y relaciones.
En resumen, se me ha hecho larga, pero me ha gustado. Lo que tiene de protesta (los estriptís, la violencia, los personajes y cantos macarras del show, los ambientes oscuros y cutres) puede parecer un poco trasnochado e ingenuo hoy en día, pero hay que situarse en aquel lejano 1976 en que nosotros teníamos que viajar a Perpiñán o Povoa de Varzim para poder ver películas un poco atrevidas.
En fin, la gran alegría de hoy es que, finalmente, hemos recuperado el cine. Aún está convaleciente la cosa, pero para empezar no ha estado nada mal. Y hacerlo con Cassavetes le añade un mérito indudable. Que siga así la cosa, sin recaídas ni retrocesos.



viernes, junio 12, 2020

AMISTADES DE LARGA DURACIÓN.


Ya lo decía Gil de Biedma que, mal que nos pese, ahora ya de casi todo hace más de veinte años. Y bueno, pues menos mal, porque eso significa que ahí seguimos, que hemos tenido la suerte de durar y así podemos gestionar los recuerdos y las cosas que sobrevivieron con nosotros. Algunas de esas cosas duraderas tienen una importancia relativa, pero hay otras que resultan esenciales: la salud, la familia, las amistades…
A eso voy, a las amistades de larga duración, esas relaciones que quedaron tan firmemente establecidas en sus inicios que pueden superar el desgaste del tiempo y mantenerse durante años. Quisiera honrar con esta entrada de hoy a nuestro grupo de amigos y amigas que se inició hace ya 50 años cuando, inocentes veinteañeros nosotros, cursábamos nuestros estudios universitarios. Y ahí seguimos, ahora que todos vamos cruzando la frontera de los 70. Es fácil entender que algo de especial tiene nuestro grupo si, pese a los cambios que todos nosotros hemos ido teniendo en nuestras vidas durante esos años, la amistad ha persistido viva y fuerte. Durante estos meses de la pandemia nos hemos ido encontrando cada semana y ha sido como un chorro de energía y apoyo que iba calmando la ansiedad del confinamiento.
Probablemente no se trata de un fenómeno extraño en estos tiempos. Son muchas las agrupaciones de exalumnos, de “amigos de…”, las quintas de la mili, etc. que se mantienen por años o se reencuentran después de muchos años de estar alejados. Probablemente, los nuevos dispositivos tecnológicos que permiten el contacto a través de redes sociales tienen mucho que ver con este resurgir de las viejas amistades. Y no debe ser ajena, tampoco, la necesidad que en este momento de relaciones superficiales, superpuestas y transitorias, acabamos sintiendo de una pertenencia más seria y duradera. ¡Quién sabe!
Yo he vivido esta situación como algo tan natural que siempre pensé que los amigos lo eran para siempre. Que surgían del azar, de momentos y situaciones privilegiadas en las que te encontrabas con personas con las que sintonizabas y a las que acababas queriendo. Y que una vez establecido el lazo, eso ya permanecía para siempre. Cierto es que la edad te va enseñando que la vida es más compleja que todo eso y que las relaciones va evolucionando (como la política) con una geometría variable. Las afinidades de hoy se alteran mañana y lo que parecía eterno es solo un espejismo momentáneo. Y, probablemente, eso ni siquiera es malo porque nos ayuda a evolucionar, a descubrir a nuevas personas, a afrontar otros desafíos. Sea como fuere, el caso es que nosotros sí que hemos durado. 50 años, que decir, se dicen pronto, pero te pones a contarlos y es una lista enorme. Tiempo suficiente para que sucedan muchas cosas en su interior.
El caso es que ahí estamos nosotros, celebrando nuestras bodas de oro de grupo. Y siendo muchos de nosotros psicólogos, somos bien conscientes de que mantener relaciones duraderas no es fácil. ¿Cómo ha sido posible lo nuestro?; ¿qué tiene de original este grupo que hemos sabido mantener durante tantos años?; ¿han sido la suerte o la casualidad las que nos ha traído hasta aquí o es mérito de alguien?; ¿y, de serlo, a quién deberíamos agradecérselo, a personas concretas del grupo o al conjunto?  Muchas preguntas…
Toda esta temática de los grupos me ha tocado explicársela a mis estudiantes porque es un tema relevante para quienes van a tener que trabajar gestionando instituciones y organizando grupos. Recuerdo que les gustaban mucho estos temas porque era fácil vincularlos con su propia experiencia. Lo mismo que me sucedía a mí cuando se lo explicaba. Y esa misma inquietud interior he sentido hoy al reflexionar sobre nuestro grupo. Ha sido importante para mí, lo viví intensamente en sus orígenes y ese mismo regusto vuelve cada vez que nos encontramos. La pertenencia a un grupo ocupa siempre una parte importante de nuestra identidad y nos define de alguna manera. Claro está que pertenecemos a grupos muy diversos y esa multiplicidad de pertenencias difumina nuestra vinculación a cada grupo específico, pero aun así, hay grupos que te dejan una marca indeleble. No es fácil saber por qué.
Eso es lo que me he querido plantear hoy. ¿Cómo es que hemos llegado hasta aquí? ¿Qué tiene de particular este grupo que lo ha hecho tan persistente?. Revisando cosas sobre grupos y mis propios recuerdos resulta que podrían establecerse algunas condiciones para que las amistades ganen en persistencia temporal. Obviamente la duración de los grupos y la intensidad de su influencia en los miembros vienen condicionadas por el tamaño y estructura del grupo, por la naturaleza de la relación, por las actividades que realiza, etc. Pero en nuestro caso, ese tipo de aspectos son los que son: un grupo pequeño, basado en el afecto, sin función específica que cumplir salvo la de satisfacer el deseo de vinculación de sus miembros.  Lo interesante es que partiendo de ahí (al final son característica habituales de muchos grupos informales) podemos establecer una especie de decálogo cuyos enunciados hacen más probable una larga vida del grupo. Veamos: 
  1.  Basarse en experiencias compartidas gratificantes. Por eso, es más probable que duren las relaciones con origen en la juventud. La juventud connota positivamente a quienes compartieron con nosotros aquella etapa de nuestra vida que, normalmente, recordamos con visión positiva y mucho agrado. 
  2. Mantener expectativas realistas. No esperar que los amigos puedan satisfacer todas nuestras necesidades y deseos. Las expectativas excesivas, al no cumplirse, generan frustración y ésa no es una base apropiada para una amistad duradera.
  3. Irse adaptando a las variaciones que el tiempo provoca en la relación. Las personas van cambiando con el paso del tiempo (en ideas, en conductas, en aficiones, en posicionamientos frente a la vida, en amores). Incluso la propia relación dentro del grupo va variando. En la vida de los miembros del grupo van apareciendo otras personas que provocan reajustes relacionales. Puede que el propio grupo cambie (alguien que lo deja o nuevos miembros que se incorporan) con los consiguientes cambios en las afinidades y coaliciones internas. En fin, si falta esa capacidad de “apertura” (openness) y “adaptación” se hace más difícil la supervivencia. Algunos grupos se blindan internamente para evitar ese riesgo (no admiten nuevos miembros, penalizan las variaciones, refuerzan el liderazgo) pero eso, en lugar de reforzarlos como grupo, les resta dinamicidad y los esclerotiza.
  4. Asumir como grupo las 4 grandes condiciones que se vinculan a la persistencia de la amistad: confianza, sinceridad, fidelidad, reciprocidad. No son condiciones fáciles de incorporar en la etapa adulta, pero sí en los años jóvenes. Por eso los grupos de juventud las establecen mejor en los inicios y después es más fácil tomarlas como referentes, aunque sea, simplemente, como cualidades virtuales más que reales. Se trata de condiciones fáciles de entender: la pertenencia al grupo y las relaciones con los amigos y amigas deben generar confianza y no desconfianza; debemos sentir que nuestra relación es auténtica y sincera, no interesada o buscando objetivos no declarados; las relaciones deben ser leales (no es fácil sentirse bien si sabes o sientes que tus amigos hablan mal de ti a tus espaldas, por ejemplo); y debe haber reciprocidad en la relación, que nadie trate de aprovecharse de los demás.
  5. Respetar el espacio personal de los demás. Nadie debería tomar decisiones que afecten a los demás considerando sagrado ese espacio ajeno. Y saber mantener una distancia higiénica cuando opiniones ajenas no coinciden con las mías. Confesar el incomodo si uno se siente capaz de decirlo y sentirse libre de divergir. No insistir en las propias convicciones si uno siente que molestan a los otros miembros del grupo (desplazar el ejercicio de esas convicciones a otros grupos que sintonicen con ellas). Las diferencias constituyen una riqueza del grupo, pero insistir en ellas puede debilitar la necesaria presencia de elementos compartidos que alimente la relación.
  6. Estar ahí en los malos momentos individuales. Poner en juego cotas relevantes de disponibilidad, aunque solo sea a través de la presencia, del abrazo, de la mirada cariñosa. Eso es lo que suele decirse: “en los momentos malos se descubre quiénes son tus verdaderos amigos”.
  7. Estar ahí y compartir los buenos momentos y reírse juntos. La risa es ese bálsamo que ayuda a suavizar los roces y a resetear los malos momentos. Las celebraciones juegan un papel crucial en el mantenimiento de la amistad y actúan como tónicos reconstituyentes en los momentos bajos. Quizás por eso es frecuente escuchar aquello de “lo que más me gusta de mi pareja es que me hace reír”. Claro es que se trata de reírse juntos, reírse con, no reírse de…
  8. Buscar tiempos y espacios compartidos, superando los trajines y urgencias de lo cotidiano. No resulta un compromiso fácil en las dinámicas agitadas con que acostumbramos a vivir, pero no se trata tanto de “estar junto” (dimensión espacio) sino estar ahí, dedicar tiempo al otro, permanecer en contacto, aunque ese contacto solo pueda ser virtual (dimensión tiempo). Ya hemos visto qué importante resulta esa disponibilidad en la situación de pandemia que hemos vivido.
  9. Sazonar de lírica la relación. Reconocer lo difícil que es crear lazos fuertes y duraderos y felicitarse mutuamente por haberlo logrado. Regodearse en los recuerdos, reforzarse por el mérito colectivo en permanecer juntos, hablar del grupo, de nuestra amistad, de los buenos tipos que somos y de lo bien que estamos juntos.
  10. Un liderazgo alternado, tenaz y movilizador. No suele ser bueno que siempre ejerza el liderazgo la misma persona o grupo. No es bueno para ellos porque sobredimensiona su protagonismo y tumoriza su narcisismo. Tampoco lo es para el resto porque los acostumbra a un papel de “followers”, a dejarse llevar y no implicarse en la toma de decisiones, a elaborar sistemas de identificación débiles con el grupo. Y lo que está claro es que un grupo de amigos y amigas se mantiene por años si se van sucediendo alternativamente el papel de movilizador del grupo, de gestor de iniciativas colectivas.  Añadido esto, obviamente, a la necesidad de que todos, pero todos, colaboren y se esfuercen en lograr que el grupo sobreviva.
Son 10 aspectos que, si de algo vale mi experiencia (cosa que harían bien en poner en duda), forman parte del clima que las buenas amistades necesitan para afirmarse y permanecer. Claro que bien pudieran ser otras las características a mencionar. Unas colegas de la UNAM publicaron un Inventario de estrategias de mantenimiento de la amistad (https://www.aidep.org/sites/default/files/articles/R23/R232.pdf). En cualquier caso, como sucede con los otros mandamientos, todos los mencionados pueden reducirse a dos: quererse y comunicarse. Los dos juntos. Quedarse en el simple afecto resulta insuficiente porque, al final, el cariño va difuminándose, se va convirtiendo en un simple recuerdo que da pereza recuperar. Lo que actualiza y renueva el cariño es, justamente, la comunicación, el conocimiento mutuo, las experiencias compartidas, el encuentro.
Si analizo nuestro grupo con los anteojos de estas diez condiciones creo que nuestra valoración tendría que ser muy positiva.  Podemos sentirnos orgullosos de lo bien trabadas que teníamos nuestras relaciones cuando comenzamos (condición 1), de cómo nos hemos ido adaptando a los cambios (condición 3) y del esfuerzo colectivo que hemos hecho para que el grupo se mantenga vivo (condición 10). Hemos sido buenos chicos y chicas llorando y riendo cuando ha hecho falta (condiciones 6 y 7) y aunque, a veces, la política y el fútbol enredan el clima, tampoco llega la sangre al río y somos capaces de hacer retornar las aguas a cauces de moderación y respeto mutuo (condición 5). Hemos celebrado todo lo celebrable, hemos hecho por reunirnos cuantas veces hemos podido y, cuando no hemos podido, hemos echado mano del “zoom” para nuestros encuentros semanales (condición 8). En fin, que la edad nos ha enseñado a no volvernos locos y a saber ajustar nuestras expectativas con respecto a lo que podemos dar y recibir de nuestros amigos: a la vista está lo que pasa con el álbum de los 50 años  (condición 2). Y, desde luego, todo eso de la confianza, sinceridad, fidelidad y reciprocidad, aunque son valores abstractos y genéricos, forman parte de nuestra agenda común de líneas rojas y ni siquiera nos planteamos que alguien pudiera saltárselas (condición 4). En definitiva, que somos unos tipos estupendos que hemos tenido una suerte enorme en encontrarnos, querernos y mantenernos en contacto durante tantos años (y con esto cumplimos de sobra la condición 9).  Así que diez de diez. No está mal para una trayectoria tan larga y llena de incidencias.
Nos merecemos una fiesta. Y un álbum.