domingo, junio 14, 2009

FROM LONDON WITH HOMESICKNESS


¿Y no podrías resumir la semana?, me acaba de decir el diario cuando regresábamos del paseo vespertino. Está extrañado. Para él también es todo distinto aquí. El ritmo de vida, las cosas que hacemos, lo que se oye en la calle o en la televisión. Pero no solo eso, también todo lo que nota en mí, los sentimientos, el cansancio, la comida, la soledad. Me mira de forma extraña. A veces me da la impresión de que me compadece, pero como al final no deja de ser un diario, pues va a lo suyo. Una ocasión magnífica, insiste. No es fácil, me excuso, ya ves que estoy abrumado y un poco depre. Razón de más, me dice, siempre insistes en que escribir es una buena catarsis. En fin no sé, acabé diciéndole, tengo mucho que hacer. Pero luego encendí el ordenador y me puse a escribir. Y aquí estoy.
Resumir una semana tan intensa no es nada fácil, pero si dejo pasar más tiempo aún será peor. No sé si lo malo es lo mucho que hay que contar o si el mal está en las pocas ganas de hacerlo. En todo caso ha sido una experiencia intensa. Empezando porque, como suele ser habitual, llegada la hora de emprender el viaje, lo habría anulado con gusto. Pero era un compromiso que tenía conmigo mismo y, al final, pese a los múltiples inconvenientes que se van acumulando, cerré los ojos y me lancé. Tomé el avión y llegué a Londres siguiendo el guión previsto. Ningún problema en la llegada, salvo una larguísima cola en el control de pasaportes. Decíamos que con estar en Europa eso ya no pasaría, pero no ha cambiado nada. Te ponen en otra fila pero tardas lo mismo. Me estaban esperando en el aeropuerto (había contratado el pick up con anterioridad) y sin más contratiempos (salvo un atasco de mil diablos para entrar en la ciudad: tres horas tardamos para una cosa que no debería durar más de 45 minutos) empezó la experiencia londinense.
Llegamos a los apartamentos y también fue fácil. Están en Inverness Terrace, a 25 metros de una entrada al parque de Kensington Gardens y Hyde Park. Me dieron uno en el 4º piso, sin ascensor y con unas escaleras larguísimas. En un edificio antiguo precioso pero sin restaurar, con techos altos. Así que subes 4 pisos pero parece que fueran 7 u 8. Y yo que traía un maletón acabé sudando la gota gorda. Pero el apartamento está bien. No es una suite (aunque su sombre sea ése: Hyde Park Suites) pero te permite estar a gusto, sin agobios. Una cama grande, una mesa de trabajo pequeña, una cocina aceptable y un baño en el que tienes que entrar de lado. Eso sí no te hacen la cama ni te cambian las sábanas y toallas más que una vez a la semana, así que me he sentido como en mis tiempos de estudiante: con todo manga por hombro, la cama sin hacer y todo esparcido por cualquier parte.
El lunes por la mañana comenzaron las clases en la London School of English. Me queda como a unos 25 minutos andando y, prevenido como soy, ya había ido la tarde anterior a ver dónde quedaba, pero no la encontré. El lunes, en cambio, di con ella a la primera. El comienzo fue muy formal. Se les nota que tienen una enorme experiencia. Nos recibieron en el comedor de la escuela. El director nos saludaba y nos daba una carpeta con informaciones. Pero los primeros momentos es como organizar al ganado: van apareciendo los profesores con una lista, dicen los nombres de los que van con ellos y vas a una clase donde te piden que prepares tu propia presentación. Pero al rato vienen a buscarte para que mantengas una conversación con otro compañero de tu grupo y le hagas preguntas y contestes a las suyas. Y eso delante de tres profes que te están evaluando. La consecuencia fue que me cambiaron de grupo (no lo debí hacer demasiado bien).
Eran las 9,30 de la mañana y ya había pasado todo eso. En el grupo me encontré con un ruso (ingeniero químico), un japonés (asesor de empresas), una búlgara (arquitecta) y un francés (manager empresarial). Muy internacional. El ruso y el francés ya llevan varias semanas en la escuela, así que se les nota duchos, la búlgara apenas habla nada de inglés y el francés poco. Así que yo estoy un poco en el medio.
Y así comenzó la parte esencial de la semana. Clases por la mañana y por la tarde hasta las 4. Pero con muchos “breacks”. Siguen a rajatabla no tenerte más de una hora u hora y poco seguidas en clase. Se para 15 minutos y se sigue. Y son minutos exactos: si acabas cinco minutos más tarde, comienzas 5 minutos más tarde. Muy formal todo, como decía.
My teacher is Anne, una chica joven. Es agradable pero no próxima, se ha socializado mucho en ese formalismo que rige las cosas aquí. Otros docentes parecen más amigables. De todas formas se pasa bien con ella, nunca critica nuestros errores (aunque los anota en un papelito y luego te lo pasa con la corrección, es una buena cosa). Bueno hemos hecho muchas cosas (5 horas seguidas al día dan para mucho), nos manda tarea para casa y parece que algo vamos avanzando. Parece, al menos.
Acabamos a las 4 de la tarde. Una buena hora para poder hacer otras cosas más turísticas después, pero esta semana yo no he podido. Tenía trabajos que hacer de España con fecha tope de entrega, así que me quedaba un rato más trabajando en la Escuela y después me venía al apartamento. Cualquiera que lo piense, yo mismo sin ir más lejos, ve enseguida que es un plan nefasto. Del apartamento a la escuela y de la escuela al apartamento. Y eso estando en Londres. Difícil de creer, pero así fue. Y eso fue incrementando mi pesimismo y mis nostalgias. ¿Merece la pena el esfuerzo que esto supone? Me lo he preguntado mil veces estos primeros cinco días. Pero el Viernes amaneció un buen día y sentí que no podía seguir así. Al acabar el curso seguí un poquito más pero me vine pronto al apartamento. De camino compré cosas buenas en Mark and Spencer (hasta entonces apena había comido más que fruta), incluí una botella de vino y algún otro mimo. Lo dejé todo aquí y me fui a pasear por el Hyde Park. Hacía una tarde preciosa, cientos de parejas retozando en la hierba, muchísimos grupos jugando al futbol o al beisbol. En fin, comencé a vivir Londres. Fue una paliza pero mereció la pena.
El sábado me quedé toda la mañana leyendo en el apartamento (me fue imposible dejar la novela de Larsson, la segunda de la serie Milenium, hasta acabarla). Comí algo y me marché al centro. Sin saberlo me encontré con el Palladium en Oxford Circus donde estaban haciendo el musical SISTER ACT, tuve suerte y encontré entrada, además buena para esa tarde. Me dí un paseo por el SOJO, cené a las 6 (¡qué locura!) en uno de los chino y me fui al Teatro. Estuvo magnífico el musical, todo vitalidad, de esos que te hacen sentir bien (me recordó a Mamma Mia). Y después a dormir.
Y así, entre unas cosas y otras hemos llegado al domingo. Por la mañana me he ido hasta Portobello, pero ha sido una frustración de cómo yo lo recordaba. Se ha convertido en un mercadillo decadente. He comido en casa y me he atrevido a hacerme un buen entrecot (primera vez que como carne en toda la semana) que me ha sentado divinamente. Una buena siesta y a media tarde (hacía un calor terrible que no invitaba a salir) me he ido hasta la Universidad de Londres para ver dónde queda el Instituto de Educación a donde pretendo ir desde mañana todas las tardes. De paso miré los horarios del British Museum, que cierra a las 5,30 (¡hay que ver cómo se lo montan estos ingleses!).
Pues nada, aquí estoy, son las 9,30 de la noche y tengo que ponerme a hacer los deberes. Mañana entrará nueva gente y tendremos que volver de nuevo a las presentaciones. A ver si esta vez llevo algunas fotos de Galicia y Santiago para adornar mi presentación. Así que comienza otra semana, pero ahora ya se ve la salida del túnel. Y además tengo vino en el apartamento. La cosa pinta mejor.