lunes, agosto 30, 2010

Conocerás al hombre de tus sueños


Bueno pues fiel a su cita anual ya está aquí la nueva peli de Woody Allen: You will meet a tall dark stranger, que se ha traducido al español (no sé si para hacerla parecer como una comedia romántica) como Conocerás al hombre de tus sueños. No es una buena tradución porque parece que se refiere sólo a las mujeres (aunque en la peli tanto los hombres como las mujeres buscan al otro ideal). Me contaron que hace poco, en una entrevista, le preguntaron a Allen cómo era posible que fuera tan prolífico y a la vez tan exitoso. Según el entrevistador cabría entender que hiciera una película cada año, pero no que todas fueran un éxito. Su contestación fue que a él se le ocurría una idea y luego la desarrollaba y que sus ideas parece que gustaban a la gente. Así, sin más. Ni estudios de mercado, ni efectos especiales, ni temas escabrosos o de actualidad. Él sigue con sus manías y nos las explica haciendo cine. Del bueno.
Buenas ideas y buenos actores, quizás ésa sea la razón de su éxito. La idea es magnífica: en cuatro trazos plantea algunos de los problemas eternos de la humanidad: la búsqueda de la eterna juventud; la huida de la realidad a través de la magia; los problemas de pareja y el eterno deseo de lo ajeno; el éxito y el fracaso y la forma en que nos complican la vida. Amor, sexo, humor y traiciones, en la versión simplificada que nos ofrece la publicidad de la película. Y todo ese cocktail adobado con arte, literatura y música. Un círculo completo.
Y de los actores, qué decir. Un elenco de primera categoría tanto en ellos como en ellas: Anthony Hopkins, Josh Brolin, Antonio Banderas; Gemma Jones, Naomi Watts, Freida Pinto, Lucy Punch. Todos ellos bordan sus papeles (aunque Banderas resulta un poco inexpresivo).
Entre todos construyen una historia coral en la que se van entremezclando las vidas de tres parejas: los padres, la hija y su esposo y unos novios a punto de casarse. Tres parejas que se cruzan entre ellas y con otras parejas que van surgiendo al hilo de la historia a medida que esas tres parejas originales se van quebrando. Pero las parejas sólo son el container de la vida de quien las forma. En realidad, en la olla de cada pareja se van cociendo los sentimientos y ambiciones de cada uno de sus miembros, cada uno de ellos metido en su propia guerra personal. Y eso es lo que cuenta Allen: el temor del padre a hacerse viejo y su búsqueda de la eterna juventud a través del ejercicio físico y del sexo con una putilla joven; el temor de la madre a la realidad que se le echa encima y su búsqueda de fantasías compradas a una médium; la insatisfacción personal y profesional de los hijos su búsqueda de amores nuevos y atajos profesionales; el miedo al futuro de la novia a punto de casarse. Lo dicho, amor, sexo y traiciones. Contado en off con humor por una especie de diablillo cojuelo que estuviera visionando desde lo alto la vida y vicisitudes de los protagonistas. Y en hora y media escasa, Woody Allen teje toda una radiografía de la vida corriente. Y todo ello sin un mal gesto, sin estridencias. Porque Allen es, sobre todo, eso: lenguaje. Lenguaje lúcido.
Me encanta Woody Allen, así que no pretendo ser imparcial. Sus guiones me parecen obras de literatura que merecerían estudiarse. Espero con impaciencia cada año su nueva creación y, aunque puede que varíe de año a año el nivel de entusiasmo que produce, se mueve siempre en niveles muy altos. Así ha sido este año. No es una historia que apasione ni que sorprenda por su lenguaje (en ese sentido la del año pasado, Si la cosa funciona, fue mejor) pero está tan bien contada, los personajes son tan claros, resulta tan fácil reconocerte en sus obsesiones que, al final, sales con esa sonrisa de satisfacción de quien ha presenciado una buena película.
Y ahora a esperar la del año que viene ‘Midnight in Paris’.

sábado, agosto 28, 2010

Origen


Ya nos lo habían advertido: una magnífica película, de esas en las que no te puedes distraer nada porque pierdes el hilo. Y es verdad, Origen se ha construido sobre un guión tan complejo e interesante que exige toda nuestra concentración. Yo llevaba días mosqueado porque no lograba entender nada cuando leía la explicación del argumento que suelen traer los periódicos. Me había hecho a la idea de que era algo así como psicólogos de la CIA que intentaban extraer el pensamiento de la gente como si de una máquina de la verdad se tratara. Pero no tiene nada que ver con eso. Resulta imposible explicar en pocas líneas una trama tan compleja.
Este film, de la Warner, que acaba de estrenarse, está dirigido por Christopher Nolan, que también es autor del guión, con lo cual el mérito básico del film es sólo suyo. Protagonizado por Di Caprio y un grupo de actores, que no hacen mal su papel, pero cuya identidad se ve arrollada, como en un alud, por la intensa actividad que se va produciendo a lo largo de la historia.
Ya decía que de psicólogos y terapeutas nada. Se supone, más bien, que la tecnología ha avanzado tanto que ya se puede poner y quitar pensamientos en los sujetos. Las ideas de algunos valen mucho y por eso pueden ser extractadas y conservadas (y lo contrario, pueden defensas en torno a ellas para que tal cosa no suceda). En ese contexto, tanto los extractores de ideas como los agentes de seguridad de las ideas (auténticos ejércitos para los ricos) son profesiones con mucho porvenir. Más difícil que extraer ideas es introducirlas en la cabeza. Y cuanto más compleja o chocante es ésta, la dificultad aumenta. ¿Y cómo se hace eso? Entrando en los sueños de las víctimas. Parten del principio de que nuestra mente está siempre controlada y únicamente baja sus defensas en el momento del sueño. Cuando soñamos nuestras ideas circulan con una cierta fluidez y se hacen más vulnerables. Así que los extractores mezclan su sueño con el sueño de las personas sobre las que desean intervenir y en ese espacio onírico hacen su trabajo.
Así pues, la historia va de cómo un grupo multidisciplinar de especialistas (que actúan como un comando en el que cada cual debe desarrollar su especialidad: arquitectos, ingenieros, transformistas, guerreros) dirigido por Di Caprio debe introducir una idea en la mente de un joven heredero de una gran empresa. Les paga la competencia de esa empresa, así que la idea que deben inocular en el joven es bastante irregular: destruir lo que su padre creó. Por eso no se puede abordar directamente, sino que requiere varios pasos previos, lo que les obliga a programas no sólo un nivel de sueño sino varios sueños entrelazados entre sí. Introducir sueños en el propio sueño, como si fuera un juego de muñecas rusas. Dentro de cada sueño se inicia un nivel más profundo de sueño (un sueño dentro del anterior). Y así hasta tres niveles, que después se convierte en cuatro. Cada uno de ellos con historias y personajes distintos, claro. Además, esa liberación de la racionalidad que hace que nuestras ideas vayan actuando casi libremente no sucede sólo en la mente de las víctimas, también sucede en la mente de los extractores. Así que los sueños de los protagonistas (los que deben introducir la idea en su víctima) pasan también a estar presentes en cada uno de los niveles del sueño y les complican aún más lo difícil que la misión resulta por sí misma. Y como los sueños de cada uno, tampoco surgen de la nada sino que están vinculados a lo que es nuestra vida real, ahí van apareciendo, en simultáneo los que fueron los grandes problemas de la vida de los personajes que, a través del sueño, tendrá que ir enfrentando. Así que Origen es una madeja con muchos hilos que se entremezclan. Pero con pistas suficientes para que uno no se pierda. Eso sí, sin hurtarnos tampoco la complejidad que tanto subconsciente mezclado tiene.
Total, que a medida que uno va hundiéndose en un sueño tras otro, tiene que ir abriendo las historias sucesivas que se producen en ellos, sin olvidar los anteriores niveles pues también en ellos sigue sucediendo el sueño. Eso es lo que hace compleja a la película y lo que te tiene atrapado visual e intelectualmente. Desde el punto de vista cinematográfico esta mezcla de niveles es todo un acierto pues en cada uno de ellos te encuentras en un escenario distinto (eso mismo es una pista para saber dónde estás) y con un tipo de acción que siempre es muy fuerte. Pero eso de pasar de un garaje, a un avión, a una mansión, a una montaña nevada, etc. es muy atractivo visualmente.
Tengo que confesar que disfruto más de las historias con una línea narrativas más clara. Pero también apetece, de vez en cuando, este desafío intelectual, este juego de saltos en el vacío de las paradojas. En eso, la película tiene elementos preciosos: la caída ralentizada de la furgoneta al río, la necesidad de sincronizar tiempos que van a velocidades distintas, los movimientos en el vacío, la aparición del limbo de nuestros catecismos ahora reinterpretado por la ciencia-ficción, la necesidad de construir una estructura mental que nos permita ir situando los diversos niveles del sueño bajo el supuesto que cada nivel sucesivo de sueño está a mayor profundidad que el anterior como si se tratara de los pisos, cada vez más profundos de una mina. Romper el sentido común para poder seguir la historia, ése es el desafío más atractivo de la película. Y no se pasa mal.
Sin olvidar, claro, lo sugerente que resulta eso de compartir sueños. “Eso me gustaría a mí, ¿ves?, meterme en tu cabeza y ver lo que tienes ahí encerrado”, me decía mi santa cuando lo hacían en la película. Sería peligroso (¡Uf, a saber qué anda circulando sin control por el consciente!) pero viéndolos a ellos allí en sus sofás nadie diría que lo pasan mal. Hasta apetece.

domingo, agosto 22, 2010

El solista

Tras un día raro con madrugón incluido para viajar de Mondoñedo a Coruña y sin playa por una de esas nieblas opacas que, de vez en cuando, llegan desde el mar y se instalan en plena playa aunque 100 metros más allá luzca un sol capaz de confundir, tuvimos sesión de cine. Cine de sofá, naturalmente, que no es lo mismo (soy de los que piensan que el cine hay que verlo en el cine, pero sin palomitas, ¡por dios!) pero el sofá también tiene su encanto (te acurrucas en una esquina, te abrazas, te distraes; vamos, es otra filosofía). Y eso que la cosa ésta de bajar al cineclub, que lo tenemos en la puerta de al lado, se está convirtiendo en un problema pues ya hemos visto prácticamente todas las películas que tienen en stock. Y las que no hemos visto (terror, vampiros, violencia gratuita, trangalladas, etc.) es porque no entran en nuestros gustos.
Y escogí El Solista (“The Soloist”) de Joe Wright que se estrenó en España a finales del año pasado. Las referencias del film señalan que está basado en una historia real ocurrida en Los Ángeles. Está protagonizada por dos grandes artistas, Robert Downey Jr. que hace de periodista y Jamie Foxx que hace de vagabundo y enfermo mental. Ambos bordan sus papeles, aunque eso era de esperar pues tienen un currículo extraordinario a sus espaldas.
La historia es emocionante. Un periodista al que le faltan temas interesantes que incluir en su columna de éxito se encuentra, por casualidad, con un mendigo vagabundo que toca un desecho de violín bajo la estatua de Beethoven. Su olfato periodístico le lleva enseguida a ver el filón que aquel encuentro representaba: era un tema humanitario, sensible y con morbo, duro, vinculado al arte. Tenía buenas condiciones para sacarle partido. Y entabla conversación con el vagabundo. Éste no es una persona de muchas palabras y pronto se da cuenta de que sus problemas desbordan la pobreza y entran en el mundo de lo personal. Se interesa por él y comienza a indagar a partir de los indicios que el propio violinista le ofrece.
Había sido un buen alumno de una escuela pública, apasionado desde pequeño por la música. Se obsesionó por Beetoven y quería llegar a ser como él. Sus profesores detectaron sus cualidades y aconsejaron a los padres que le dieran formación musical. Eso hicieron ellos llevándolo a una de las mejores escuelas de música de N.Y. Pero allí duró poco porque al segundo año comenzaron sus problemas mentales, sus angustias y fobias. Acabó escapándose de casa y malviviendo en la calle. Cuando todo este itinerario de penurias aparece en la prensa algunos lectores se compadecen y le hacen regalos: un violonchelo; el alquiler de un apartamento para que salga de la calle; la posibilidad de integrase en una especie de comunidad de marginados donde le ofrecen mayor seguridad y apoyo, etc.
Pero las enfermedades mentales son complejas y convierten en complejas las relaciones con quienes las padecen. Y ése es el auténtico nudo de la historia, los avances y retrocesos de la relación entre ambos, el periodista y el violinista esquizofrénico. Para ambos es una auténtica aventura. Ambos se manejan siempre al borde del abismo, jugando en torno a sus respectivos límites. Todo lo que tenía de noticia, de material para el voyerismo y la compasión social deja paso al problema personal de alguien que quiere ayudar a otro y no sabe cómo y alguien que desearía recuperar su pasión por la música pero tampoco sabe cómo. Las batallas personales de los protagonistas, las que cada uno de ellos vive en su interior y las que viven en su relación mutua se convierten en el texto de la historia. Lo demás es contexto, anécdota, material para enriquecer la estética visual de la historia. Y en eso el director Wright es un experto consumado. Los desplazamientos de cámara (con esos planos cenitales que te permiten captar las situaciones y los personajes), los traveling, los flashback a la vida anterior de ambos, etc. son guiños cinematográficos que suavizan la dureza de la historia. Y una forma de demostrar que uno conoce el oficio.
Me ha llamado mucho la atención la dureza de las críticas cinematográficas. "El pomposo Joe Wright parece más preocupado por visualizar una sinfonía de Beethoven con una especie de salvapantallas caleidoscópico que por indagar en uno de los grandes temas de su drama" (Javier Ocaña: Diario El País); "Confusión por dentro y por fuera. (...) Donde había material para tirar de un ovillo dramático (...) se ha quedado en una contemplación apresurada y demasiado confusa de una relación donde se aprecian demasiados agujeros. (...) Puntuación: ** (sobre 5)." (José Manuel Cuéllar: Diario ABC). Es cierto que cada uno ve en una película lo que sus propios filtros le permiten ver. A los críticos no les ha quedado más remedio que reconocer que la película tiene una hechura impecable. Así que se meten con la historia y la forma de contarla: que no mete al espectador en la historia, que no transmite sentimientos, que no emociona, que se queda en elementos demasiado superficiales, que le resta realismo y, al final, que lo que cuenta no parece verdad. No puedo estar más en desacuerdo con ellos. Es cierto que la eventualidad de un músico brillante convertido en vagabundo que va tirando de un carrito lleno de cachivaches, suena a raro. También lo es que un periodista quiera llegar más allá de su papel de narrador. Pero esos son, justamente, los mimbres que hacen de esta historia una historia especial, digna de ser contada. Es cierto, también, que la línea narrativa es oscilante, genera incertidumbre y no sabes qué va a pasar en el momento siguiente, pero eso es el reflejo magistral de cómo avanza la esquizofrenia. Es como meterte en un laberinto complejo y cerrado, donde sólo a veces se ve la luz. Y esos momentos transitorios de lucidez hacen crecer nuevas esperanzas pero son efímeras y, al poco, estás de nuevo en el mundo intemporal y confuso de tus miedos, tus voces interiores, tus cortocircuitos. Y eso está muy bien representado en la película. No deja indiferente y hay momentos en que resulta cargante. Como la vida de los personajes.
Dejando al margen la parte técnica del film en la que Wright demuestra que es un maestro, varias cosas destacaría yo esta película:
• Los dilemas de la ayuda a las personas. No es fácil saber ayudar, aunque uno quiera hacerlo y hacerlo bien. A veces, la persona que ayuda tiende a ocupar en exceso el espacio del otro. Ni siquiera en casos como éste queda claro qué es mejor: si intervenir o simplemente ponerse a disposición del otro, hacerle saber que estás allí pero dejando que sea él quien asuma sus propias responsabilidades. Personalmente no estoy de acuerdo con el responsable de la Comunidad que defiende la idea de la no intervención, aunque probablemente resulte, a la larga y en la práctica, la única posible. ¿Hubiera mejorado la situación de Nathaniel el recibir alguna medicación o algún tipo de terapia? Yo creo que sí. ¿Esa mejora sería tal que justificara una cierta violentación de la voluntad del enfermo? Eso es lo que nadie puede asegurar. Aunque las pocas cosas que se hicieron (ingresarlo en la comunidad y ofrecerle un apartamento) mejoraron mucho su calidad de vida. Y por eso surge el dilema de cuál es, en cada caso el bien superior, si la salud del enfermo o su libertad. Si algo me ha parecido poco realista en el film es, justamente, que las cosas hayan ido evolucionando tan positivamente sin más apoyo profesional. No es fácil saber ayudar.
• La dureza de la enfermedad mental. Sea como sea que uno ha llegado a esa situación, todo se hace muy complicado, con idas y venidas, con una tensión in crescendo, con una incertidumbre terrible sobre qué va a pasar, qué será lo siguiente. Convivir con enfermos mentales es bien duro. Bien lo saben quienes se encuentran en esa situación. Y los más doloroso es ver que no avanzas, o que lo que parecían avances se esfuman de forma repentida para volver de nuevo a la situación de partida: las mismas palabras, las mismas voces, los mismos miedos.
• La importancia de la música. Siempre se dijo que la música calma a las fieras, pero hace mucho más que eso. Mantiene vivas las partes del cerebro que tienen que ver con las destrezas adquiridas. Permite tener un punto de apoyo para sobrevivir al que uno se agarra de forma obsesiva (Nathaniel repite una y otra vez la melodía, obsesivamente, como si fuera ese clavo ardiente que le permite no precipitarse en el vacío).
• La pobreza y sus submundos. Aunque no es ése el tema de la película, el director se recrea en ella y quiere hacer su pequeña aportación de sociología crítica. Es verdad que la pobreza es un mundo que debería conmocionarnos. Igual que suele decirse que el dinero atrae el dinero, las desgracias atraen más desgracias. Y así, los que viven en situación de pobreza extrema van acumulando todo el abanico de miserias disponibles: enfermedades, violencia, malas relaciones, marginación, desesperanza, locura. La pobreza es como un imán que atrae hacia sí todo lo peor. Incluida la parte más cínica e inhumana de la sociedad que no desea verse molestada por esa escoria social. Y allí va la policía a detenerlos por estupideces. En vez de ayudarlos, se les criminaliza.
• Pero, quizás, lo más sorprendente es lo bien representado que está el sufrimiento de quien intenta prestar ayuda. Y más todavía si la persona a quien se ayuda es un enfermo mental. En este caso es un periodista que se mete a redentor, pero suele pasarles lo mismo a los profesionales. No hay forma de quedarse al margen, salvo que te conviertas en un funcionario y ritualices tus acciones como si fuera una coraza. En esos casos, es el personaje quien aparece para que la persona no se implique emocionalmente. Les pasa mucho al personal médico, a los psicólogos y terapeutas e, incluso, a los educadores. Uno puede ocultarse detrás del personaje (del profesional, del ayudador) pero si dejas un resquicio abierto acabas implicándote personalmente. Y entonces entran en juego muchas más variables. Te haces vulnerable tú mismo, tus propios problemas entran a formar parte del problema general que pretendes resolver. Por eso el periodista de la película acaba replanteándose no sólo su forma de aproximación al violinista vagabundo (transitar del papel de salvador al de amigo) sino, incluso su propia vida y su relación matrimonial. Es lo que suele suceder, que acaban confundiéndose los papeles y, al final, ya no sabes quién ayuda a quién.
Eso es lo que mi filtro me ha dejado ver de la película. Me ha parecido muy interesante. Creo que la incluiré entre las películas que trabajo en clase con mis estudiantes de Educación Social, los futuros ayudadores de gente como Nathaniel.

sábado, agosto 21, 2010

Un mar de recuerdos.

Hola papi, ya ves, tras tantos viajes relámpago (“de médico”) como se decía antes, esta vez me he tomado unos cuantos días de vacaciones para volver a Pamplona un poco más tranquilamente y poder, así, acompañar a mamá y disfrutar de la familia. Como ha sido una semana intensa y llena de emociones, en lugar de contarlo como quien cuenta cualquier otro viaje, prefiero contártelo a ti como si fuera una carta que tú puedas leer sosegadamente en algún atardecer de tu nuevo mundo.
Lo primero que tengo que decir es que era un viaje de prueba para mí mismo. No es fácil, ¿sabes? Se siente mucho tu falta. Da lo mismo lo que hagas, para donde mires, la cosa que toques o el tema del que se hable, tú estás siempre por allí cerca. Enseguida aparecen los recuerdos, las imágenes (dónde te ponías, qué te gustaba, qué solías decir, cómo hacías las cosas, cómo reaccionabas) y, a veces, esa emoción que te sube por dentro desde el estómago como si fuera una nieva espesa y te nubla los ojos. En eso cada uno de nosotros va llevando su propia batalla interior. Algunos parecen llevarlo mejor. Otros vamos más a trancas y barrancas. Pero supongo que buena parte de lo que nos pasa no se ve. O que buscamos apartarnos un poco de los demás cuando llegan los momentos bajos para no contagiárselo. Ha pasado poco tiempo aún y estamos en una especie de periodo de prueba, tratando de apoyarnos mutuamente, sin decirlo.
Pero son sentimientos raros. Duelen mucho cuando se presentan, pero sin embargo los buscamos porque si no los tuviéramos aún dolería más. Dicen que una de las cosas que produce más angustia cuando se pierde a un padre es el temor a perderlo del todo. No sólo porque se muere sino porque, poco a poco, es como si se fuera debilitando su recuerdo. Aquello de “el muerto al hoyo y el vivo al bollo”, aquí no sirve. Te convertiste en una parte tan importante en nuestras vidas que ahora tenemos que reestructurar buena parte del edificio que habíamos ido construyendo juntos.
Bueno, papi, pero no tienes que preocuparte porque vayamos a perder tu recuerdo. Ni modo. Entras en casa y allí estás tú en una fotografía enorme en medio del salón. Lo primero que ves desde la puerta. Igual que sucedía antes cuando era entrar y verte sentadico en tu sofá, ahora estás encaramado en la primera balda del expositor. Con los mismos ojillos achinados y la sonrisa pícara. Y como cuando no estabas en el sofá, estabas sentado en la mesa, si uno mira para allá también te encuentra en otra hermosa fotografía con Javier. Los dos allá para que los recuerdos se unan y se hagan más fuertes. En fin, es cuestión de acostumbrarse a esa otra forma de presencia y mirada paternal.
Fuera de eso, ya habrás visto por el rábico del ojo la cantidad de novedades que tienes en casa. Han cambiado la cocina de arriba abajo. Ahora con colores combinados, con electrodomésticos de última generación, con cajones inmensos (aunque según la mamá, le caben menos cosas), con otro estilo. De todas formas, lo que hacíamos tú y yo, que solía ser fregar y secar los cubiertos, eso ha quedado igual que siempre. Así que te hubieras adaptado bien.
Te decía que te quería contar esta semana que hemos pasado ahí. Ha sido muy interesante. Llegamos el lunes a medio día. Ahora se hace fácil llegar. Además como viajábamos desde Coruña es menos recorrido. Estaba la mamá sola (tus hijos y nietos habían estado en fiestas en Tafalla el día anterior, así que andaban resacosos esa mañana). Comimos con ella y nos fuimos a descansar un poco al hotel. Por la tarde larga sesión de chinchón y conversación con la Salo. El martes, llevamos a la mamá al mercadillo. Es al único sitio al que conseguimos sacarla. Nos vas a tener que echar una mano,¡ eh!, porque cada vez se nos vuelve más Beraza y no hay quien la mueva de casa. Pero en el mercadillo, la goza escogiendo sus melocotones de viña y sus lechugas de cogollo. Al menos eso tenemos que mantenerlo.
La dejamos en casa y seguimos Elvira y yo hasta Tafalla. Te hicimos una visitica en el cementerio. Sin mucho ruido pero con toda la emoción contenida de todo este tiempo sintiendo tu falta. Se siente algo especial estando allí, junto a tus restos. Contigo podemos estar en cualquier parte, es la ventaja de vivir transformado en recuerdo, pero allí estamos con lo que queda de ti en este mundo material, en contacto con el lugar que escogiste como morada eterna. Es como ir a la casa de alguien. Allí vamos a visitarte. Y a emocionarnos. Y a seguir cuidándote a través de los mimos que podemos volcar sobre el lugar donde reposas. Recuerdo el cariño que tú ponías cuidando la tumba de tus padres en Salinas de Ibargoiti. Mientras pudiste hacerlo tú, la pintabas cada año, la limpiabas, le ponías flores. Luego te acompañábamos, sobre todo Santi, para hacerlo contigo. Pero siempre siguió siendo “el lugar” donde te citabas con tus padres. Era como llevarles un regalo el día de su cumpleaños. Bueno, pues verás, que hemos aprendido bien eso de ti. No te falta de nada. Tu bisnietos te llevan recuerdos constantemente, y todos mis hermanos tienen aquello limpio como una patena y hermoso como un jardín. Estoy seguro de que te encanta. También visitamos a Javier y volvimos a emocionarnos con él, como cada vez. Además tenía que felicitarle por su nietico. Ahora debe estar mucho más contento sabiéndose abuelo y teniéndote tan cerquita.
Y de allí, tragando saliva y tratando de cambiar la cara, nos fuimos al bar de Santi para saborear un vermut tafallica en plenas fiestas. Y, sobre todo, para conocer a tu nuevo bisnieto, Iker. Es precioso, papá. ¡Qué pena que no llegaras a conocerlo por tan poquico tiempo! Está riquísimo. Una cara redondita y feliz que unos dicen que se parece mucho a su abuelo Javier y otros a la parte de la abuela Mila. En todo caso, contaron que dormido y con los bracicos sobre el pecho es la viva imagen de Javier. Si roncara sería difícil distinguirlos. Es una felicidad, papi, ver cómo va creciendo la familia y vamos teniendo retoños nuevos. Además de eso, también nos dieron otra buenísima noticia en el vermut: la Sara se ha echado novio. Yo no conozco al chico, pero tú probablemente sí. Y la Blanqui ha trabajado muchos años con su padre en Luzuriaga, o eso entendí. Por lo visto, él tiene el bar de la Valdorba. En todo caso, eso es lo de menos. Lo importante es que Sara estaba feliz, radiante y con muchas ganas de que todos lo supiéramos.
Así que volvimos a Pamplona felices. Por la tarde, dejamos que mamá echara la siesta (y nosotros hicimos otros tanto, por supuesto) para que luego no tuviera escusas de que estaba cansada para seguir con nuestra sesión intensiva de chinchón.
El miércoles nos fuimos de excursión. Por tu tierra. Tenía muchas ganas de conocer Ochagavía. Así que nos hicimos un tour fantástico, comenzando por tu pueblo. Entramos en Salinas, pero solo dimos una vueltica con el coche recordando la casa de tus padres. El pueblo está cuidadísimo, precioso. Seguimos hasta Lumbier y allí nos fuimos a visitar la Foz. No lo conocíamos. Nos pareció espectacular la forma en que el río ha horadado las piedras hasta configurar aquel desfiladero desafiante. Recorrimos los 3 ó 4 kilómetros del paseo y seguimos viaje hasta Navascues. Allí un cafecito y después hasta Ochagavía. Nos pareció interesante, aunque quizás me había hecho demasiadas expectativas. Pero mereció la pena. El regreso por Roncal y nos paramos en Burgui. Habíamos estado allí con la mamá y contigo visitando a la Ilu y a Rufino hace muchos años. Compramos una tonelada de queso del Roncal y pan artesano y ya nos volvimos a casa a comer con mamá. Una excursión preciosa. Por la tarde, siestica y concierto de Jazz en la Ciudadela con la Blanqui. Aunque a ti no te iban esas cosas lo hubieras disfrutado, sobre todo por el acordeón. Era un trío de músicos muy internacional: un argentino, un italiano y un pamplonica. El pamplonica tocaba el acordeón y era todo un mago de la música. Le daba tonos imposibles y creaba melodías muy originales. Un genio el tío. Después nos fuimos de pinchos y enseguida regresamos a casa. Enseguida significa a las 11 y pico de la noche, pero allí estaba la Salo esperándonos para cenar. Ya le habíamos dicho que no vendríamos a cenar, pero ella “deseaba” que cenáramos en casa y no le importó que se fuera al carajo todo su horario. Allí estaba, la pobre, esperándonos. En fin, ¡qué te voy a decir a ti, que no sepas! No faltó, el chinchón, claro.
Habíamos previsto regresar el jueves, pero alargamos un día más nuestra estancia en Pamplona. Me alegro mucho de haberlo hecho así. En lugar de volver para Galicia, a donde fuimos es a Los Arcos, el pueblo de mamá. También estaban de fiestas, pero eso no tenía nada que ver con el motivo de visitarlo. Yo quería recuperar viejos recuerdos de mi infancia allí. Y de paso, tampoco dejaba de tener morbo el encontrarse con alguno de los tíos o primos y ver cómo reaccionábamos ambos. Recorrimos el pueblo de cabo a rabo: la casa de la abuela ya tirada y con un edificio nuevo en el lugar, la calle Mayor (yo buscaba mi colegio, pero estaba equivocado porque no estaba allí sino en la calle del Medio: luego lo recordé muy bien), la plaza de la Iglesia, la propia Iglesia donde fui tanto tiempo monaguillo, el coso donde me pilló y casi me mata la Vaquilla de las fiestas, el corral a donde llevaba cada mañana las cabras de la abuela para que las incorporara el pastor a su rebaño, el gallinero de la abuela… Fue interesante recordar cosas. Ha sido un viaje para alimentar nostalgias. Tomamos el vermut en casa de la prima Pili y regresamos a Pamplona para comer con la mamá y ponerle al día. Por la tarde, ratico de descanso y paseo por el centro de la ciudad que estaba, por cierto, atestado de gente. Nuevo chinchón a vida o muerte por la noche (esta vez fue de muerte, pues pese a que llevaba una ventaja considerable, mi madre me dio sopa con ondas y me ganó).
Papi, ya ves. Una semana intensa en Pamplona. Hacía mucho tiempo que no pasábamos tantos días juntos. A la mamá le rompimos todos sus ritmos y horarios pero estaba contenta. También para ella debe ser muy difícil llenar tantos vacíos a todas las horas del día. Aunque parece una roca, y se comporta como tal, debe estar pasando lo suyo, la pobre. Y eso que entre unos y otros, casi no le dejamos tiempo ni para pensar. Lo peor de estas cosas son las despedidas. Ya recordarás que yo casi ni me despedía de ti cada vez que iba a casa. A los dos nos sentaban fatal las despedidas, hacíamos pucheros y teníamos los ojos royos y las lágrimas a flor de piel. Así fue también esta vez. Un beso y un abrazo mirando para otra parte. Y una rápida huida.
El regreso estuvo bien. Nos encontramos en la Playa de las Catedrales, en Ribadeo (Lugo) con nuestros amigos Pepe y Dora y pasamos un día delicioso en la playa. Por la noche nos llegamos hasta Mondoñedo (recuerda que había estado allí el tío Tomás o Lino, no me acuerdo, de Superior de los Pasionistas; ahora ya no deben tener ningún convento pues le pregunté a una señora mayor y ni siquiera le sonaba nada de los Pasionistas) donde habíamos reservado hotel. Cenamos juntos y ya esta mañana de sábado nos hemos vuelto a casa.
Y aquí estamos. Necesitaba mucho de unos días diferentes. Salir de las rutinas de casa, dejar el ordenador. Así que me han venido muy bien estos días en Pamplona. Tenía miedo a cómo reaccionaría, a si sabría llevarlo bien sin emocionarme demasiado. El primer día lo pasé mal. Demasiados recuerdos y emociones. Pero después todo ha ido muy bien. Ahora estoy encantado. Coruña está fresca y no parece día de playa, pero aquí ya se sabe, como aparezca un rayo de sol, uno sol, ya estamos en la playa.
Así que todos bien. Todos muy pendientes de todos. Con la familia que cada vez va ampliando más sus redes (¿habrás visto mi relato de la boda de María, verdad?) y sus vástagos. La vida sigue, papá. La seguimos viviendo contigo. Así será siempre.
Un beso muy fuerte.

domingo, agosto 15, 2010

Las familias.


Mañana de domingo veraniego. Buen momento, antes de prepararse para el paseo y la playa, para echar un vistazo a las revistas que se van acumulando en el revistero. Aunque suelo huir de ese tipo de publicaciones, hoy empecé por el YO DONA que acompañaba al periódico EL MUNDO de ayer. Trae en portada una sonriente fotografía de Trinidad Jiménez, iniciando su campaña política a la Comunidad de Madrid.

Pero no ha sido la entrevista con Trinidad lo que me ha interesado, sino la editorial que escribe la directora y el posterior debate que matienen cuatro mujeres sobre "LA FAMILIA como campo de batalla". Ahora que estamos toda la familia metidos de lleno en tema de bodas, resulta un asunto importante y oportuno.
Plantear la familia como un campo de batalla, ya predispone a una cierta mirada turbia sobre ella. Quizás lo hayan hecho sólo como una forma de darle interés periodístico al asunto porque, efectivamente, los datos que manejan después tienen poco que ver con ello. Para el 90% de los españoles la familia ocupa el lugar preferente en sus vidas, por encima del trabajo y el bienestar (encuesta del CIS de diciembre de 2009). Incluso entre los jóvenes se mantiene ese lugar preferente: el 81% consideran que la familia es el asunto más importante de sus vidas (estudio del Instituto de la Juventud sobre los valores de los jóvenes, 2008). Que sigamos manteniendo esos índices en un contexto en el que dos de cada tres matrimonios se separan (196.613 enlaces en 2008 frente a 118.939 separaciones), es todo un ejercicio de optimismo. Y no es sólo en nuestro contexto, o eso creo. Siempre me ha emocionado ver cómo hablan de sus familias los hombres y mujeres mejicanos y, en general todos los sudamericanos. Lo nuestro, a su lado, se queda en algo tibio. Quizás luego tengan sus amantes fuera del matrimonio, pero que nadie diga algo negativo de la familia, que se lo comen. En el fondo, debe ser que valoramos más las relaciones familiares que las relaciones de pareja. Al final, a tu pareja la escoges tú y de la misma manera que la escoges porque te gusta, la dejas cuando ya no te gusta. Pero uno no escoge a su familia, a sus padres, a sus hijos. Y, curiosamente, ese sentido azaroso del vínculo familiar acaba teniendo más fuerza que aquellos lazos que nosotros mismos hemos establecido libremente.
La revista hace alusión a los trabajos del Framingham Heart Study, una especie de instituto de investigación vinculado a la Universidad de Boston que, desde 1948, va haciendo el seguimiento de más de 12.000 personas (www.framinghamheartstudy.org/about/index.html). Ellos entregan muestras de sangre que son analizadas y sirven para ir relacionándolos con los diversos avatares de salud, especialmente cardíaca, de los donantes. Lo curioso es que también han estudiado la cuestión de las separaciones. Y llegaron a una conclusión llamativa: el riesgo de separación aumenta en función de la cercanía de otras parejas que se hayan separado anteriormente. Y dan porcentajes: aumenta hasta un 22% cuando ha sido un hermano/a el que se ha separado; hasta un 55% si ha sido un colega de despacho; y hasta un 75% cuando el que se ha separado es un amigo/a íntimo. La razón que aportan parece plausible: cuando alguien se divorcia y habla de ello suele poner más énfasis en resaltar las ventajas de hacerlo que los inconvenientes. Y ésa es la música que le queda a quien lo escucha. El efecto dominó, que se dice. Lo gracioso es que los investigadores han considerado más cercano, al menos en estos temas, a un amigo/a e incluso a algún colega de la oficina que a nuestros hermanos.


En cualquier caso, plantear la familia como un campo de batalla, parece exagerado. Es bien cierto que aquellos entornos en los que los vínculos afectivos son más fuertes, es donde se producen las emociones más intensas y donde se pueden dar, por ese mismo motivo, las mayores aflicciones. Grandes amores y grandes problemas. Corruptio optima, pésima, decían los latinos. Cuando se pervierte lo mejor, es cuando se dan los males mayores. Y la familia se presta mucho a que sucedan ese tipo de cosas: por eso los maltratos, las presiones, los abusos.


El Diccionario español se ha quedado antiguo cuando define familia como un grupo de personas emparentadas entre sí que viven juntas. El parentesco va mucho más allá de la convivencia. Sólo algunos viven juntos, otros son los abuelos, los tíos, los primos. Los propios hijos cuando se hacen mayores dejan de convivir. Y luego está la familia política con los que los lazos, aún siendo más débiles, también resultan importantes.


En el fondo, lo que importa es saber gestionar la convivencia. Es en eso en lo que estamos más flojos porque se han reducido mucho los márgenes de maniobra. Cada vez nos exigimos más y, como en otros espacios de nuestra vida, priorizamos los derechos sobre los deberes. Eso y que, como decía mi suegra, “es que ahora, hijas, no aguantáis nada”. No es fácil, efectivamente, convivir. Precisamos de mecanismos de resolución de conflictos que hayamos consensuado previamente (en momentos de bonanza) porque cuando llega la crisis es difícil encontrar soluciones con tanta emocionalidad empañándolo todo.


Y, sin embargo, incluso cuando la convivencia deja de ser un problema bien porque te adaptas o porque te resignas, o porque dejas de dar importancia a ciertas cosas, justamente para evitar conflictos, aparecen otros focos de tensión familiar. Lo dice muy bien una de las participantes en el debate de YO DONA: muchos problemas comienzan cuando los padres se hacen mayores y dependientes. Organizar su cuidado genera no pocos conflictos entre los hermanos. Y, bueno, está también el eterno problema de las herencias. ¡Hay que ver, hasta dónde pueden llevarnos las herencias, hasta qué punto pueden destrozar esa prevalencia de lo afectivo que debe caracterizar a una familia. Incluso entre gentes que hasta ese momento se han llevado muy bien.


O sea que las familias son eso. A veces, un remanso de paz. Otras veces una olla a presión. Muchas un refugio y un colchón contra la adversidad. No faltan, efectivamente, las que tienen algo de campo de batalla. Eso debía sentir la abuela de aquella casa que cuando se reunían todos sus hijos y nietos en casa para celebrar la Navidad y le preguntaban qué quería de regalo, ella contestaba: “Que tengamos la fiesta en paz”.


Sea como sea, yo me marcho mañana a ver a la mía que los tengo lejos y ya los estoy echando de menos.

sábado, agosto 14, 2010

A la playa… con dos cojones.


Es muy celta La Coruña. Es como estar en Escocia o Irlanda, el tiempo cambia a cada poco. Pero eso en Agosto es una tragedia. Uno tiene sus planes y no puede estar dependiendo de qué vaya a pasar en las horas siguientes. Tanta incertidumbre estresa mucho. Así que aquí se corta por lo sano: si toca playa, todo dios a la playa.
Y eso hicimos. Y como ya vamos conociendo el percal, mi santa en cuanto pisamos la calle dijo: “creo que voy a meter una chaqueta en la bolsa”. Pues eso, si hace falta meter una chaqueta junto a las toallas se mete, pero nada de renunciar a la mañana de playa. Con dos cojones.
Luego resultó que, efectivamente, ni chaqueta ni glorias. Yo creo que hasta me quemé. Quedó un tiempo, que por momentos, era estupendo. Y el agua, aunque la cosa variaba de zona a zona, estuvo como nunca. Sigue fría, si no no sería Coruña, pero estaba agradable. Casi cálida. Pero la gente no se lo cree mucho. “Lo que veo yo, decía un señor de Bilbao que teníamos al lado, es que aquí solo se meten las personas mayores”. Ellos, dos matrimonios cincuentones, ni se aceraron a la orilla.
Hoy estuvo simpático el día. Como era sábado había mucha gente por la calle. Bastantes haciendo, como yo, su recorrido por el paseo marítimo, desde los Jardines a la Torre de Hércules y de allí hasta Riazor. Unos 5 kilómetros que sientan muy bien. Ésa es mi ración de los sábados. Los domingos es un poco más largo por la otra parte, desde Riazor hasta El Portiño y regreso.
Cuando ya llegaba a la playa adelanté a dos viejetes que hablaban alto. Uno de ellos andaba casi doblado. El más tieso le estaba preguntando: porque tú, ¿qué edad le echas?. Por lo menos cincuenta, le decía el encorvado, cincuenta y pico. Va a ser muy joven para mí, le decía el tieso, ¿qué hago yo con trece años más? Me va a pedir mucha guerra. Pues se la das, le decía el otro que casi no podía con su alma, se la das. Por supuesto, estuve a punto de corroborar yo, ¡qué carajo!, tú se la das. Pero no quise ser cotilla.
Y como ya había llegado a mi sitio de la playa, los dejé marchar con sus devaneos adolescentes. Además, cuando uno entra en la playa, incluso en Coruña, tienes que dejar a un lado el oído y priorizar la vista. En este caso no es para poder moverte entre un mar de cuerpos y evitar pisar a alguien. Total éramos cuatro gatos. No tenemos problemas de cantidad en la Playa del Orzán. Tenemos más de calidad, pero aún así siempre hay cosas hermosas que ver. Estas últimas semanas, se han hecho habituales dos hermosas mozas colombianas (es un suponer) que se tumban al pie mismo de la escalera, supongo que para incrementar el goce de los paseantes. Y las chicas son propietarias de dos culos cinco estrellas, o tres tenedores o como se mida la calidad de esas zonas. Una de ellas, además, gasta poco en bañador. Luce uno de esos hilos dentales que más que tapar lo que hacen es establecer linderos para diferenciar espacios. Vamos, una alegría.
Y luego, por aquí y por allá, a veces solas, a veces en pareja, a veces con sus novios (otro suponer) otras muchas en minibikinis o en topless que hacen un panorama muy estimulante. Así que uno debe analizar cuidadosamente el contexto, con sensibilidad y disimulo. Y todo lo que uno lleva avanzado en controlar su voyerismo se va al carajo en un minuto.
¿Qué te ha pasado hoy, me recrimina el blog? No es muy propio de ti, todo esto que estás escribiendo, ¿no? No sé, me he justificado, ¿ te parece mal que les mire? Supongo que a ellas no les molesta. Bueno, me dice el blog, me parece un comentario machista. Bueno, no sé, le he dicho yo, quizás debiera fijarme más en los hombres, pero no me va ese rollo. Tú estás mal…, ha dejado caer mirando para otro lado, un día hablas de la muerte y al siguiente de culos y tetas, es verdad que te ha debido dar mucho el sol. En la cabeza. Ya me callo, ya me callo, no te enfades. Si no escribo, te enfadas porque no escribo. Y si escribo, me criticas. A ver si te enteras de que estamos de vacaciones…y de que esto es un poutpurri. ¡Vamos hombre!

jueves, agosto 12, 2010

Tokio blues



Norvegian Wood, en su versión original. En honor a la canción de los Beatles con ese nombre y que uno de los personajes toca a la guitarra en varios momentos de la historia.
Interesante novela, ya antigua pues la escribió en 1987, de Haruki Murakami, un ídolo de la gente joven. La contraportada del libro incluye un comentario del crítico literario de El País quien adviertía que “Murakami, al igual que los Beatles, produce adicción, provoca numerosos efectos secundarios y su modo de narrar tiene algo de hipnótico y opiáceo”. Cuando comencé a leerlo me pareció una aprovechada exageración de los editores, pero ahora que ya lo leí debo confesar que algo de eso hay.
Cuenta una retorcida historia de enamoramientos tan intensos como imposibles. Cuenta decisiones trágicas de jóvenes que se suicidan en la flor de su vida, y otras que apuestan por vivir a pesar de las dificultades. Tiene de todo lo que un joven puede encontrarse en la vida: amistad, amores, enfermedad, sexo, suicidio, vitalidad, humor, ganas de vivir y ganas de morir. Quizás por eso es tan buena novela.
Watanabe, el protagonista tenía dos grandes amigos: Kazuki, el chico y Naoko, la chica. Aunque los dos estaban enamorados de Naoko, ella eligió a Kazuki. Pero eso no rompió su amistad. Él lo aceptó así y siguieron juntos. Un buen día (malo para él) Kazuki se suicidó y eso provocó un terremoto en el grupo y acabó llevando a Naoko a una seria depresión. Para recuperarse se interna en una especie de residencia-sanatorio donde todo está dispuesto para que los internos superen sus dificultades. La novela cuenta el reencuentro de Watanabe con Naoko y la reconstrucción de la relación con ella. Es un proceso largo y tortuoso pues ella está internada y él ha de combinar estudios universitarios y trabajo para poder mantenerse. En el ínterin van apareciendo otras relaciones, pero él no quiere romper el pacto implícito que tiene con ella y su compromiso de esperarla hasta que se ponga bien. Cosa que no sucede nunca. Más bien, al contrario, va empeorando y al final sufre una nueva crisis y acaba suicidándose también. Esa muerte es un nuevo desastre en la vida de Watanabe y le produce una fuerte desolación que le lleva a vagabundear durante un mes y casi a perder su salud física y mental. Pero es una muerte que, a su vez, le salva, porque de esa manera puede retomar su vida Midori y hacer efectivo el que había sido su amor (oculto bajo la capa de la amistad) durante los últimos años.
Ya me doy cuenta de que contado así parece un drama tremebundo. Pero no es verdad. Cierto que es un drama, pero cargado de vida. Junto a personajes dolientes y perdidos (Kazuki al que casi no conocemos salvo por referencias y la propia Naoko que es un sin vivir) hay otros personajes llenos de vida. Muy interesante es el personaje de Reiko, la compañera de Naoko en su casita de la residencia. Ella es algo mayor pero también sufrió lo suyo y tuvo que dejar a su familia (a su marido y su hija) para que no les perjudicaran las maledicencias que decían sobre ella. Pero a ella la salva la música (era profesora de piano y en la residencia toca la guitarra, sobre todo canciones de los Beatles, aunque su repertorio es enorme) y el sentido común. Pero con quien más me he identificado es con el personaje de Midori. Ella es una tía genial. Alegre, sencilla, poderosa, desconcertante. Lo mismo le dice que le encantan las pelis porno que le invita a atender a su padre moribundo. Los diálogos con ella tienen una frescura de lo más gratificante. Una chica así compensa cualquier espera. Estar con ella es siempre una aventura y crea adicción. Salió ganando Watanabe, perdió a Naoko pero ganó a Midori.
Resulta muy interesante cómo aborda Murakami algunos temas.
La muerte, por ejemplo. Me llama la atención que una novela con tanta presencia de la muerte resulte un icono para los jóvenes. Pero tampoco es de extrañar pues, en el fondo, los protagonistas son gente joven que vive la muerte en su entorno y no le queda más remedio que integrarla en su vida:

“Recién llegado a Tokio (es Watanabe quien habla de sí mismo), cuando empecé una nueva vida en la residencia, tenía un único propósito: tratar de no tomarme las cosas a pecho, mantener la debida distancia con el mundo (…) Al principio pensé que iba a lograrlo. Sin embargo, por más que intentase olvidarlo (la muerte del amigo), en mi interior permanecía una especie de masa de aire de contornos imprecisos. Con el paso del tiempo esta masa empezó a definirse. Ahora puedo traducirla en las siguientes palabras: ‘La muerte no existe en contraposición a la vida sino como parte de ella’.
Expresado en palabras, suena a tópico, pero yo en ese momento lo sentía como una masa de aire en mi interior. La muerte estaba presente en el pisapapeles, en las cuatro bolas rojas y blancas alineadas sobre la mesa de billar. Y nosotros vivimos respirándola, y va adentrándose en nuestros pulmones como un polvo fino.
Hasta entonces había concebido la muerte como una existencia independiente, separada por completo de la vida. ‘Algún día la muerte nos tomará de la mano. Pero hasta el día en que nos atrape nos veremos libres de ella’. Yo pensaba así. Me parecía un razonamiento lógico. La vida está en esta orilla; la muerte en la otra. Nosotros estamos aquí, y no allí.
A partir de la noche en que murió Kizuki, fui incapaz de concebir la muerte (y la vida) de una manera tan simple
.” (p. 37)
No resultaría extraña una reflexión de este tipo en una persona adulta. Yo mismo lo estoy viviendo así en estos últimos años. Esa sensación de que la muerte se ha mezclado con la vida, de que convivimos con ella, está en nosotros como cualquiera de esas enfermedades de las que somos portadores aunque no se manifiestan. Puede aparecer en cualquier momento. No sé si eso le resta dramatismo a la idea de morir o, por el contrario, se lo incrementa. Al final, da lo mismo. Pero llama la atención leérselo decir a un chico de 18 años (aunque puede ayudar a entenderlo que el personaje que lo dice lo está recordando 20 años después).
Otra idea interesante de la novela es la idea de normalidad. Los personajes andan siempre en el filo de la navaja, a mitad de camino entre normalidad y ese otro conjunto de situaciones que te hacen distinto. Debe ser una sensación típica del final de la adolescencia. Pero esa tendencia a la depresión, el miedo a la soledad o su búsqueda, la sensación de vacío, etc. hace de ellos unos personajes que parecen muy vulnerables. Cuando Reiko le cuenta cómo es la residencia donde ellas están, le va describiendo parte del personal que está bastante pasado de rosca:

“-Es como si el personal de la plantilla y los pacientes pudieran intercambiarse los papeles- dice Watanabe.
-¡Exacto!, -exclamó Reiko blandiendo el tenedor en el aire-. Veo que van entendiendo cómo funciona esto.
-Eso parece.
-Lo que nos hace personas normales es saber que no somos normales-reflexionó Reiko” (p.198)
No está mal como reflexión para los educadores. Saber que no somos normales (o, quizás, saber que la normalidad es un concepto difuso) es lo que nos hace normales. Y además nos ayuda a no segregar a nadie, a no ponernos demasiado exquisitos cuando analizamos los comportamientos de los otros.
Tampoco faltan reflexiones sobre la enseñanza. Al fin y al cabo, Reiko era profesora de piano. Ella pensaba, además, que lo hacía bien. Y por una razón que me gustó mucho:

“-Soy mucho más paciente con los demás que conmigo misma, y sé sacar el lado bueno de las personas. En resumen, soy como el rascador de una caja de cerillas.(…)
Porque desde la primera vez lavi me di cuenta de que odiaba que la presionaran. Asentía con amabilidad a lo que le proponía, pero hacia exclusivamente su santa voluntad. La dejaba tocar como quisiera. Luego yo interpretaba la misma melodía de diferentes formas. Y discutíamos qué interpretación era más correcta. Después le decía que volviera a tocarla. Su interpretación mejoraba bastante con respecto a la anterior. La niña intuía las mejoras y se corregía” (p. 201)
¡Qué buen sistema didáctico! Claro que para eso hay que saber hacer la tarea y saber hacerla de formas diversas. Y luego que tener un solo estudiante da mucha holgura para poder hacer cosas. Con todo, ojalá los profesores de conservatorio tuvieran ese buen ojo didáctico.
Resulta graciosa la conversación que Watanabe mantiene con el padre moribundo de Midori. Él está más en el otro mundo que en éste pero él le cuenta cosas. Y no banalidades. Le habla de lo que él está estudiando en su curso de historia del teatro. De Sófocles, Esquilo, Eurípides y la tragedia griega.

“La característica de su obra (se refiere a Sófocles) radica en que hay diferentes cosas que se van complicando las unas con las otras hasta que cualquier movimiento se hace imposible. Salen muchos personajes, cada uno con sus propias circunstancias, razones y quejas, todos persiguiendo, a su modo, la justicia y la felicidad. Por ello, todos acaban encontrándose en un callejón sin salida. Lógico, ¿no le parece? Es imposible que prevalezca la idea de justicia, que todos alcancen la felicidad. Y se produce el inevitable caos. ¿Entonces qué cree usted que sucede? En realidad algo muy simple. Al final aparece un dios. Y controla el tráfico. Tú vas para allá, tú te quedas aquí. Tú te juntas con aquél, tú te quedas aquí un rato quieto. Todo se resuelve. A esto le llama ‘deus ex machina’. En las obras de Eurípides suele aparecer casi siempre un deus ex machina y sobre este punto la crítica está dividida.
“Sería tan cómodo que existiera un ‘deus ex machina’ en el mundo real. ¿No le parece? Cuando alguien pensara ‘¿y ahora qué hago? Estoy atrapado’, un dios bajaría deslizándose desde lo alto y lo resolvería todo. Nada podría ser más fácil. En fin, esto es Historia del Teatro II. Éstas son las cosas que estudiamos en la universidad” (p.253)
Simpático discurso. Y más imaginándolo delante de la cama de un enfermo terminal en el hospital. Él lo reconoce en la novela: “Mientras charlaba, el padre de Midori me miraba con ojos turbios, sin decir nada”. Alucinando, debería estar el pobre. Pero resulta tierno: él no le conocía de nada, era la primera vez que acompañaba a su amiga a visitarlo y para que ella descansara un poco, le dijo que saliera a dar una vuelta y que él se encargaba de atender a su padre ese rato. Y le habló de lo que tenía en la cabeza. Me trae muchos recuerdos esa situación. También me tocó hacerlo en muchas ocasiones. Resulta mucho más fácil de lo que parece. Tú hablas y eres consciente de que es menos importante lo que dices que el hecho mismo de hablar, de que suene tu voz en un tono agradable que sirva para tranquilizar al enfermo.
Bueno, hay otras cosas interesantes en la novela: la aproximación al sexo y las primeras incertidumbres; el sexo como lenguaje y la forma tan diversa de aproximarse a las relaciones íntimas entre unas chicas y otras. Pero lo más interesante de todo es el canto al amor que se desarrolla a lo largo de toda la novela. Toda ella gira en torno al amor y a la muerte, en torno al amor y a la vida. Te va a encantar, me dijo mi hija, gran fan de Murakami. Y es verdad. Me encantó.

El amor y los recuerdos



Ayer fuimos a ver la obra de teatro “Una relación pornográfica” protagonizada por Joan Ribó y Pastora Vega. El hecho de que también en la vida real ambos hayan formado recientemente pareja tras romper sus matrimonios anteriores le daba cierto morbo añadido a un título que ya de por sí no te deja indiferente. Y , qué duda cabe, de que ambos son magníficos actores. Para algunos de nosotros, Joan Ribó, fue el gran rompedor del pudor teatral en los años 70 con aquel desnudo integral en Equus. O sea que la cosa se prometía entretenida. Y la verdad es que no había una sola plaza libre.
La obra plantea, entre otras muchas cosas interesantes, la cuestión de las fantasías sexuales, sobre todo en las mujeres. Y eso me preguntaba yo al entrar en el cine, rodeado de grupos de señoras muy mayores que sonreían picaronas: ¿qué esperarán ellas de una obra de teatro con ese título? Porque estoy seguro de que pocas de ellas conocían el argumento. Tampoco lo conocía yo. Después supe que se trataba de la versión teatral de un film francés del año 99 (“Une liaison pornographique” que en España se tradujo como “Una relación privada” para evitar el efecto disuaorio que para algunos pudiera tener el título original). El que fuera autor del guión del film Phillippe Blasband, ha sido también su adaptador para el teatro, así que cabe suponer que se ha mantenido fielmente el sentido original.
Desde el punto de vista teatral está muy bien desarrollada, con una coreografía minimalista (dos sillas, una a cada lado del escenario, cada una con un vestidor; una mesa de cafetería que va saliendo y entrando en escena según avanza la historia; y una cama que aparece esporádicamente), una música suave que sólo intensifica el tono en momentos dramáticos y un juego de luces perfecto (con esa imitación de gran ventanal sobre la ciudad que se va abriendo cada vez que ellos se reúnen en el café). Imposible conseguir efectos teatrales tan eficaces con recursos tan sencillos. Con ello se consigue, además, que toda la atención se concentre en el texto sin demasiados estímulos periféricos que te distraigan.
Porque, sin duda, lo mejor de la obra es el guión. La historia que cuenta no es extraordinaria pero como se refiere a las relaciones de pareja y a sus vaivenes, enseguida te atrapa. Una voz en off (¿un terapeuta?) va entrevistando por separado a una pareja sobre la relación que ambos vivieron hace unos años. Se supone que las entrevistas se hace a cada uno por separado, pero la magia del teatro las convierte en simultáneas (cada uno en su rincón) y así vamos viendo en paralelo cómo cada uno vivió aquellos momentos. Una idea brillante. Y mientras van contando la historia, como si se tratara de flashback cinematográficos, ellos van reproduciendo sobre el escenario algunas de las escenas que están contando. Una magnífica sintaxis teatral. ¡Qué grandes posibilidades ofrecer el buen teatro! Por eso cabrea tanto cuando te encuentras con trabajos pésimos, mal montados, con escenografías irrelevantes. Pero aquí sucede todo lo contrario: con unos pocos elementos se puede contar de forma brillante una historia compleja.
Ya decía que la historia era lo mejor. Bueno, al menos para mí, obsesionado por las relaciones humanas. La historia que nos cuentan es la de una pareja que se conoce a través de anuncios de contactos. So objetivo inicial es mantener una relación estrictamente sexual y con tal motivo quedan para verse cada jueves. Inicialmente ambos están satisfechos con sus encuentros esporádicos pero poco a poco la familiaridad les va llevando al conocimiento mutuo (salvo en temas de identificación personal: nombre, estado, teléfonos, etc.) y va apareciendo el cariño. Lo que era extraordinario se convierte en ordinario y eso eleva de rango la relación. Ya no es sólo el sexo de los jueves. También quedan algún día a cenar. Hablan. Piensan en el otro. Suspiran o temen el encontrarse. En fin, la relación sexual se convierte en relación personal. Atípica, voluntariamente opaca, intensa. Pero los momentos van dejando paso a la duración, lo esporádico a la continuidad y el deseo sexual al deseo del otro. La relación cambia de nivel y el montaje que se habían planteado se va desmoronando. Ya no vale jugar al pasárselo bien un rato los jueves, las cosas adquieren perspectiva, se tiñen de emociones y afectos. Ya no es sexo, es amor. Y cuando ambos han descubierto que están pisando otro terreno, cuando ambos se sienten bien en él, cuando su anhelo del otro les lleva a prepararse para dar el salto, entonces se sienten incapaces y en lugar de decir el “sí” se quedan en el “no”. ¿Miedo? ¿Estupidez?¿Realismo?¿Mero recurso dramático del autor? No lo sé, la verdad. Pero te quedas mal porque no se ve que haya motivo alguno que les impida seguir disfrutando de su relación, ahora en otro plano distinto.
Como puede verse, una historia con mucho jugo. El tema de las relaciones, y más aún si van adobadas de sexo, tiene eso, que nunca te deja indiferente. Cuando el entrevistador preguntaba por qué habían puesto aquel anuncio de contactos, el chico dijo que por “experimentar”. Pero ella habló de “cumplir una fantasía sexual” que durante mucho tiempo había estado rondando su cabeza. Y mencionó cómo eso era normal en las mujeres. Bueno, en las mujeres y en los hombres. Todos hemos tenido (y tenemos) esas fantasías. El entrevistador le preguntó qué fantasía era esa, pero no se lo quiso decir. Dijo que había muchas, por ejemplo el sexo en grupo. Mientras ella decía eso, el señor que estaba sentado delante de mí daba con el codo a su pareja y le preguntaba con un gesto si ella también tenía esa fantasía. Ella le dijo que no. Me pareció que eso le dejaba frustrado. Luego la actriz mencionó otras: ser violada por un gorila, por ejemplo. El de la fila de delante ya no hizo gesto alguno. Le debió parecer demasiado heavy. De todas formas, el tema de las fantasías sexuales rondó durante toda la obra. Pero nos quedamos sin saber cuál era esa fantasía. Una pena.
Muy interesante es cómo él y ella responden de manera diversa a las mismas preguntas. Parece lógico que cada uno vivió una versión diversa de la relación.

¿Relación pornográfica? Sólo en la imaginación de quienes asistimos a la obra. Muy interesantes son las palabras del director del film, Fréderic Fonteyne: "En la entrevista descubren que los dos vivieron esa historia de amor tres años antes y no se la han quitado de la cabeza, por eso necesitan contárselo a alguien, sino dejaría de existir. Lo pornográfico de la película es precisamente eso, que se desnuden ante una tercera persona. Eso me sirvió para trabajar sobre distintos niveles de emoción. Lo que se siente al enamorarse y luego al recordarlo, y resulta que lo más emocionante es ese recuerdo".
De hecho, al final, ésa es la gran moraleja de la obra: cómo se construye el recuerdo de una relación. Para el director, el recuerdo supera en emoción a la propia relación. Puede que sea cierto. Nosotros le llamamos nostalgia. Al igual que la expectativa de algo, cuando es fuerte, suele ser superior a momento en que ese algo se produce. Eso dicen que pasa con la droga. Con el recuerdo debe pasar algo parecido. Uno puede filtrar el recuerdo y enriquecerlo (o empobrecerlo), cosa que no puedes hacer con la realidad de la relación. Dice el director de la obra en el prospecto: “Lo que permanece después de una historia de amor no es el amor, sino la historia. Todo lo que de ella recordamos y todo lo que de ella hemos olvidado”.
Fantasías sexuales y recuerdos. Todo un programa para solazarse en una noche de Agosto.

miércoles, agosto 11, 2010

La post-boda

Ya hace semana y pico que pasó la boda, pero estas cosas se van rumiando de a pocos. Vas regresando a algunos detalles, vuelves a pensar en lo que pasó, en las cosas que se dijeron (y en las que no se dijeron), en los gestos de las personas y su talante. En fin, en todo aquello que te llamó la atención.
Lo bonito, en este caso, es que las cosas que vamos recordando y comentando; los mensajes que te van llegando de amigos y familiares son siempre muy agradables. “Mi è sembrato tutto molto bello, la piccola chiesa, i testi scritti in due lingue, le tue parole, la commozione continua di Maria ...”, acaba de escribirme Quinto. Como él, casi todos tienden a resaltar lo bien que se lo pasaron, la emotividad que se respiraba en cada fase del proceso, el acierto en la organización del acto, la hermosa capilla, los textos que se leyeron. Cada quien resalta cosas diversas, pero casi todos coincidimos en esos puntos.

Hay ceremonias nupciales, da lo mismo si religiosas o civiles, que se quedan mucho en eso, en el aspecto ceremonial, en la parafernalia exterior. La gente comenta lo guapos que iban los novios, la calidad del banquete, la cantidad y relevancia de los invitados. Hay otras que te calan más. No sé muy bien por qué. Y es probable que no todos los que asisten lo vivan así. Por tanto es probable que sea algo que depende más de la gente que va a la boda que de la boda en sí misma. Posiblemente, aunque yo creo que no es así.
En fin, lo interesante es que se nos ha convertido en tema de conversación y que las emociones se han ido prolongando a la post-boda. Quedan muchas cosas que contar de aquel día y de los que le antecedieron. Pero, en fin, ya volveremos sobre ello cuando hagamos el álbum de fotos. En cualquier caso, lo que no quisiera dejar pasar son algunas reflexiones de este periodo post. Algunas son resonancias de las que tuve la oportunidad de hacer en la ceremonia y que adjuntaré a esta entrada. La importancia de los vínculos entre las personas y la necesidad de que esos vínculos no sean excesivamente centrípetos. Cerrarse en la pareja o en la familia reducida es empobrecerse. Necesitamos de las redes. Para mí, esto de las redes es como el elemento clave de la supervivencia. Lo viví de una forma dramática cuando tuvimos el accidente de tráfico que dejó malheridas a Elvira y a la propia María en una ciudad extraña para todos nosotros. Al inicio todo resultaba demasiado complejo y difícil, todo nos superaba. Pero hete aquí que poco a poco, casi sin darnos cuenta, se fue construyendo una red de apoyos. Primero la propia familia pero enseguida fueron apareciendo amigos y amigos de amigos o familiares de amigos que se presentaban y se ponían a tu disposición. Unas veces lo que te podían ofrecer era poco, invitarte a tomar un café y animarte; otras veces, su aportación resultaba clave para serenarte, para informarte, para complementar tus deficiencias. Una enorme red.

Ahora con el casamiento de una hija sucede lo mismo. Quienes se casan son ellos y a la red de cada uno se habrán integrado los elementos de la red del otro (la familia, los amigos, las personas con quienes interactúan), pero incluso para quienes estamos a su alrededor se va ampliando nuestra red. Han aparecido en nuestras vidas, sus padres y familiares. La red del novio se ha unido a la red de la novia y quienes estábamos en ellas pertenecemos ahora a una nueva red ampliada. Hemos tenido una suerte inmensa porque son personas magníficas y cariñosas (buena parte del mérito de ese toque de emoción que tuvo la boda fue suyo). En nuestro caso, las cosas son aún más interesantes pues se trata de una red internacional y multicultural. Seguro que tenemos mucho que apreciar y aprender unos de otros. Y así, ya tenemos otras personas a las que querer y por las que preocuparnos. A ellos les pasará lo mismo, supongo. Y si los nuevos vínculos son, como deseamos todos, vínculos sanos y enriquecedores, actuarán como vasos comunicantes que nos aportarán nutrientes a todos los miembros de la red. Es lo bonito de estas cosas.

A ese mismo capítulo de fortalecer los vínculos pertenece, creo yo, la presencia de los amigos en la ceremonia. Para María y Luca, como para tantos otros novios, fue un dilema difícil de resolver quién iría a la boda. Su idea inicial era reducirlo a la familia pequeña: padres y hermanos. Casi todas las parejas comienzan sus preparativos con esa idea pero, los pobres, poco a poco van aceptando que sus deseos son sólo una parte del proceso. Que su boda es también la boda de sus familias y que su compromiso legal sirve para que sus padres puedan cumplir otros compromisos asumidos. Aceptar eso le costó a nuestra hija muchas lágrimas y esa sensación amarga de estar siguiendo un guión que no era el suyo. Todo le venía impuesto (menos el novio, claro) y ella, que pese a todo, es tan cariñosa que quería complacernos, acabó sintiéndose mal. Luego las cosas no resultan tan tremendas y también los novios acaban disfrutando de la presencia de sus amigos. “Estáis aquí, decían en su agradecimiento, porque habéis sido importantes para nosotros”. No le falta encanto a una boda sólo de padres y hermanos (de hecho, así fue la mía), pero ver a todo aquel grupo humano rodeándolos en la ceremonia, acompañándolos en sus votos matrimoniales, vitoreándolos en la cena y viviendo juntos la alegría y las bromas del baile posterior fue extraordinario. Y así se van fortaleciendo las redes.

-“Chisst, oye, no está resultando esto un poco pesado y serio para un día de agosto, me reconviene el blog, ya te dieron tu minuto de gloria (y te tomaste casi 15) en la ceremonia para que lo dijeras, deberías dejar de darle vueltas al asunto y volver a cosas más veraniegas”.
-“¡Se tarda en hacer la digestión de estas cosas, le he dicho, pero tú claro, qué sabras…?.
Pero, en el fondo tiene razón. Como siempre. Ya lo dije. Añado el texto para quien desee releerlo.





MIS PALABRAS EN LA BODA










Matrimonio de AINOHA E LUCA

(Español)
Gracias a todos por acompañarnos en esta fecha hermosa del matrimonio de Ainoha y Luca. Cuando nos lo anunciaron, hace ahora casi un año, parecía todo muy lejano. Pero el tiempo corre desbocado y aquí estamos hoy, a 30 de Julio en este día dichoso que ya no olvidaremos más.

Hace un par de semanas regresaba de Brasil y se sentó a mi lado un empresario argentino que venía a España a la boda de su hija. La ceremonia se celebraría ese sábado en Santiago de Compostela. Eso generó entre ambos una fuerte solidaridad y, como no conocía España, le hice de lazarillo. Venía preocupado porque tenía que decir unas palabras en la boda (bilingüe también en su caso, alemán-español) y no sabía bien cómo hacerlo. Tenía miedo, me dijo. No tanto a no saber qué decir (eso no es nunca un problema para un argentino) sino miedo a emocionarse y ponerse a llorar quedando mal ante sus invitados. Ése ha sido también mi miedo de todo este tiempo. Espero que confesarlo desde el inicio, me ayude a mantener el tipo.

¿Qué se puede decir en la boda de una hija y ante tanta gente? Que la quieres mucho resulta obvio. El complejo de Edipo larvado que todos tenemos se recrudece fuertemente en fechas así. Decir que estamos encantados de que se haya encontrado con Luca, de que se hayan enamorado y estén dispuestos a formar una familia, es otra obviedad. Hemos convivido con ellos estos últimos años y esperamos haber sido capaces de demostrarles que consideramos un lujo tenerlo como yerno. Sólo lo sentimos por vuestros hijos, pobres, porque con dos apellidos en Z (Zanchetta y Zabalza) van a ser siempre los últimos de todas las listas.

En resumen, que estamos felices de que haya llegado este día y que, al igual que María Luisa y Roberto bendecimos, como hacían los padres de antes, vuestra unión. Nos duele pero es ley de vida. Ya dice el Génesis que “dejarán a su padre y a su madre para unirse a su pareja”. Así que nos sentimos felices de que haya llegado este día de la boda de nuestros hijos. Y, dicho esto, yo debería callarme. Pero, como estamos en una boda y uno no deja nunca de ser lo que es, un profesor, dejadme que diga dos cosas más.

La primera tiene que ver con los nuevos tiempos de la relación de pareja, el “problema del género”, que se dice ahora. Afortunadamente hoy no se han leído esas lecturas trasnochadas, por sagradas que sean, en las que se habla de que la mujer debe estar sometida al hombre y obedecerlo como autoridad de la casa. Y conste que no lo digo como protesta por ser el padre de la novia. Hoy la autoridad está repartida, pero incluso así, no suele entenderse bien lo de autoridad. Autoridad tiene su origen en el verbo latino “augere”, que significa “aumentar”, ayudar a engrandecerse y crecer. Quien ejerce bien la autoridad eso es lo que hace, ayudar a crecer a aquellos sobre quienes tiene “auctoritas”. Siempre creí que eso era el matrimonio, que cada uno ayuda al otro a crecer y entrambos se ayudan a crecer como pareja. Y lo mismo sucede con los hijos. Es la misma idea del “empowerment” inglés. Y ya que estamos en una ceremonia religiosa podemos citar al Eclesiastés que también lo señala: “Más valen dos que uno, porque obtienen más fruto de su esfuerzo. 10 Si caen, el uno levanta al otro. ¡Ay del que cae y no tiene quien lo levante!” Yo creo que muchos matrimonios fracasan por eso, porque la autoridad, no importa quien la ejerza, se usa para cercenar, para atar, para someter, para crecer a costa del otro.

Cuenta una vieja leyenda azteca que una pareja de jóvenes que quería casarse fueron donde el brujo de la tribu para que les diera la receta para ser felices y vivir juntos todos los días de su vida. Él mandó a cada uno de ellos a una montaña diferente a cazar con una red, ella un azor y él un águila. En la leyenda ambos lo consiguieron y fueron con su presa ante el brujo. Volaban muy alto, y eran muy fuertes, dijeron ambos, fue muy difícil cazarlos. Está bien, les dijo él. Ahora atadles con una cinta la pata de uno a la pata de la otra y dejadles libres de nuevo. Eso hicieron pero las aves fueron incapaces de alzar el vuelo. Sólo se arrastraban y al poco rato comenzaron a picotearse y herirse entre ellas. Aprended de ellas, dijo el brujo, si el estar juntos sólo os debilita y empobrece no tardaréis mucho en lastimaros mutuamente.

La segunda idea es que se llega a una ceremonia como ésta por caminos complejos. Inicialmente queríais que fuera una cosa sencilla de padres y hermanos. Luego la cosa se fue ampliando y hoy estamos aquí un numeroso grupo de personas. Todas ellas porque son importantes para vosotros y para nosotros. Reunir a las personas que uno quiere y que han contado mucho en vuestras vidas puede quedar en poca cosa, en un día de fiesta. Tampoco está mal. Pero en una boda la cosa podría ser mucho más interesante. De hecho, la liturgia del matrimonio da un sentido mucho más rico a nuestra presencia. No os casa el sacerdote, os casáis vosotros en presencia de un sacerdote y en presencia de la comunidad que formamos los demás aquí presentes. Y esta idea de comunidad, tan diluida últimamente en esta fase del posmodernismo líquido, resulta muy interesante. “Implicados o Concernidos”, escribía hace un tiempo nuestro Rector para referirse a la postura que deberíamos adoptar frente a la Reforma universitaria española. Eso podríamos preguntarnos aquí: estamos concernidos (es decir, presentes por razón de compromisos familiares o de amistad pero viendo desde fuera la ceremonia) o implicados (es decir, como personas que tenemos que ver con lo que han sido hasta ahora los novios y con lo que serán en el futuro). ¿Estamos asistiendo descomprometidos a la boda de unos hijos, familiares o amigos o estamos comprometiéndonos con ellos a ayudarlos en lo que esté en nuestra mano?. Sólo así haríamos comunidad. No es fácil llevar adelante un matrimonio (¡que nos lo pregunten a quienes ya llevamos mucho tiempo en él!). Las cifras de divorcios y separaciones han superado ampliamente a las de casamientos.

No es difícil tener una pareja, lo difícil es conservarla. Y es más difícil aún si el asunto queda como algo puramente personal e íntimo, algo a dos. Necesitamos de nuestras familias, de nuestros hermanos, de nuestros amigos para que nuestra historia sea viable. El matrimonio es un proyecto de pareja pero que requiere del apoyo de todos cuantos están y han estado a vuestro alrededor. Por eso me parece estupenda esa imagen que figura en la portada de vuestro librito de ceremonias: vivir es ir creando y recreando redes. A medida que nos vamos haciendo mayores, comprendemos que la mayor riqueza que tenemos son nuestros amigos y que lo que más seguridad nos da es sentir que, si lo necesitamos ellos, nuestros amigos, nos apoyarán. Aunque todo nos lleve a ser cada vez más individuales (¡cuántas veces escuchamos eso de que, “ese es tu problema y nadie te va a sacar de él”!), resulta difícil sobrevivir, también como pareja, si no contamos con el apoyo de quienes nos rodean, de quienes nos aprecian y son nuestros amigos. Estamos aquí porque formamos parte de ese grupo de amigos. ¡Ojalá nuestra presencia se pueda entender como un compromiso que va más allá del momento y de la fiesta que nos ofrecéis!. Algo que signifique: “María y Luca podéis contar con nosotros para lo que necesitéis. Os queremos mucho y por eso estamos aquí con vosotros acompañándoos en el inicio de esta aventura de casaros”.

Y nada más. En unos minutos acabará la ceremonia y os llenaremos de arroz que, no sé si sabéis, es una tradición china que recuerda la felicidad y la fertilidad, ambas unidas. En la iglesia ortodoxa se echan a los novios almendras, porque el almendro es el árbol que florece primero. Pues eso, queridos hijos que sea ésta una gran fiesta, preludio de muchos años de felicidad y fertilidad. ¡Me muero de ganas de ser abuelo!


(Italiano)
Grazie a tutti per averci accompagnato in questa giornata meravigliosa del matrimonio di Ainoha e Luca. Quando ce l’hanno annunciato, ormai quasi un anno fa, sembrava tutto molto lontano. Però il tempo scorre senza fermarsi e oggi 31 luglio siamo qui in questo giorno felice che non dimenticheremo mai più.

Un paio di settimane fa, mentre rientravo dal Brasile, si è seduto al mio fianco un imprenditore Argentino che doveva venire in Spagna per il matrimonio della figlia. La cerimonia si sarebbe celebrata quello stesso sabato a Santiago de Compostela. Questo fatto ha prodotto in entrambi un forte coinvolgimento e, siccome non conosceva la Spagna, gli ho fatto un po’ da guida. Era preoccupato perché doveva dire alcune parole durante il matrimonio (un discorso bilingue: nel suo caso tedesco - spagnolo) e non sapeva bene come farlo. Aveva paura, mi ha detto, non tanto per non sapere che cosa dire (questo non è certo un problema per un argentino), ma paura di emozionarsi e mettersi a piangere facendo una brutta figura davanti ai suoi invitati. Questo è stato anche il mio timore per tutto questo tempo. Spero che confessarlo fin dall’inizio mi aiuti a mantenere la calma.

Che cosa si può dire al matrimonio della propria figlia davanti a tanta gente? Che le voglio molto bene è ovvio. Il complesso di Edipo che tutti teniamo assopito dentro di noi esplode fortemente in una giornata come questa. Dire che siamo felici che si sia incontrata con Luca, che si siano innamorati e siano pronti per formare una famiglia, è un’altra ovvietà. Abbiamo convissuto con loro in questi ultimi anni e speriamo di essere stati capaci di dimostrare loro che consideriamo un lusso avere Luca come genero. Ci preoccupiamo solo per i vostri bambini, poveretti, perché con due cognomi che cominciano con Z (Zanchetta e Zabalza) saranno sempre gli ultimi di tutte le liste.

In sintesi, siamo felici che sia arrivato questo giorno e con Maria Luisa e Roberto benediciamo, come facevano i genitori di un tempo, la vostra unione. Ci dispiace, ma è la legge della vita. Si legge nel Libro della Genesi: “Lascerete vostro padre e vostra madre per unirvi e vivere insieme”. Perciò siamo felici che sia arrivato questo giorno del matrimonio dei nostri figli. E, detto questo, dovrei stare zitto. Ma siccome siamo in una festa di matrimonio e uno mai smette di essere ciò che è, un professore, lasciatemi dire qualche altra cosa.

La prima ha a che fare con i nuovi tempi del rapporto di coppia, il “problema del genere”, come si dice ora. Fortunatamente oggi non abbiamo fatto quelle letture fuori tempo, per sacre che fossero un tempo, nelle quali si diceva che la moglie doveva essere sottomessa al marito e obbedirgli come capo famiglia. E si badi che non lo dico come protesta per essere il padre della sposa. Oggi l’autorità è equamente ripartita, ma anche così non è chiaro che cosa bisogna intendere per autorità. Il termine autorità deriva dal latino “augere”, che significa “aumentare”, aiutare a diventare grandi e a crescere. Chi esercita l’autorità lo fa cioè aiutando a crescere coloro sui quali ha autorità. Ho sempre creduto che il matrimonio fosse questo, che ognuno aiuti l’altro a crescere ed entrambi si aiutino vicendevolmente a crescere come coppia. E la stessa cosa succede anche con i figli. È la stessa idea dell’empowerment inglese. E poiché siamo in una cerimonia religiosa, possiamo citare l’Ecclesiaste che anch’esso lo conferma: “Due valgono più di uno, perché ottengono maggiori frutti dal loro sforzo. 10Se cadono, l’uno rialza l’altro. Guai a chi cade e non ha nessuno che lo aiuti a rialzarsi!” Io credo che molti matrimoni falliscano per questo, perché l’autorità, non importa chi la esercita, si usa per tagliare, per legare, per sottomettere, per crescere a spese dell’altro.

Narra una vecchia leggenda azteca che una coppia di giovani che volevano sposarsi sono andati dallo stregone della tribù perché desse loro la ricetta per essere felici e vivere insieme tutti i giorni della loro vita. Li mandò ciascuno in una montagna differente a cacciare con una rete, lei un astore, lui un’aquila. Nella leggenda entrambi ebbero successo e tornarono dallo stregone con il loro bottino. Volavano molto in alto ed erano molto forti, dissero entrambi, ed è stato molto difficile prenderli. Ora legate con un nastro la zampa dell’uno con quella dell’altro e lasciateli liberi di nuovo. Loro lo fecero, ma gli uccelli non riuscivano ad alzarsi in volo. Riuscivano solo a strisciare e dopo un po’ cominciarono a beccarsi e a ferirsi reciprocamente. Imparate da loro, disse lo stregone, se a stare insieme vi indebolisce e impoverisce, non tarderete molto a combattervi vicendevolmente.

La seconda idea è che si arriva ad una cerimonia come questa per percorsi complessi. Inizialmente volevate che fosse una cosa semplice, solo con i genitori ed i fratelli. Poi la cosa si è andata via via ampliando e oggi siamo qui in un gruppo numeroso di persone. Tutte queste persone sono qui perché sono importanti per voi e per noi. Riunire le persone a cui si vuole bene e che hanno contato molto nelle vostre vite può essere una piccola cosa in un giorno di festa qualsiasi. Può andare bene. Ma in una festa di matrimonio può essere molto più interessante. Di fatto, la liturgia del matrimonio dà un senso molto più ricco alla nostra presenza. Non vi sposa il sacerdote, vi sposate voi in presenza del sacerdote ed in presenza della comunità che è formata da tutti i presenti. E questa idea della comunità, tanto diluita ultimamente in questa fase della postmodernità liquida, appare molto interessante. “Coinvolti o implicati”, scriveva un tempo il nostro Rettore per riferirsi alla posizione che dovevamo adottare di fronte alla Riforma universitaria spagnola. La stessa cosa possiamo chiederci qui: siamo implicati (vale a dire, presenti per motivi di legami familiari o di amicizia, però vedendo la cerimonia dal di fuori) o coinvolti (cioè come persone che hanno a che fare con ciò che sono stati fino ad ora gli sposi e con ciò che saranno in futuro). Stiamo assistendo disimpegnati alle nozze dei nostri figli, familiari o amici, o stiamo impegnandoci con loro ad aiutarli per ciò che dipende da noi? Solo in questo modo possiamo fare comunità. Non è facile portare avanti un matrimonio (se lo chiedano coloro che siamo sposati da tempo!). Il numero dei divorzi e delle separazioni hanno superato ampiamente quello dei matrimoni.

Non è difficile fare coppia, è difficile conservarla. Ed è più difficile ancora se si tratta di qualcosa di puramente personale ed intimo, una cosa solamente a due. Abbiamo bisogno delle nostre famiglie, dei nostri fratelli, dei nostri amici perché la nostra storia sia realizzabile. Il matrimonio è un progetto di coppia, ma richiede il sostegno di tutti quanti sono e sono stati intorno a voi. Per questo mi pare stupenda l’immagine che compare nella copertina del vostro libretto di cerimonia: vivere è andare intrecciando e ricreando reti. Nella misura in cui ci facciamo più vecchi, comprendiamo che la maggiore ricchezza che abbiamo sono i nostri amici e che la cosa che ci dà maggiore sicurezza è sapere che, se abbiamo bisogno di loro, ci aiuteranno. Benché tutto sembri portarci ad essere sempre più individualisti (quante volte sentiamo dirci “sei tu chi a il problema e sei soltanto tu a tirarti fuori di lì”!), risulta difficile sopravvivere, anche come coppia, se non facciamo affidamento sul sostegno delle persone che ci stanno intorno, che sono i nostri amici. Siamo qui perché facciamo parte di questo gruppo di amici. Magari la nostra presenza si può intendere come impegno che va al dà del momento e della festa che ci offrite. E questo significa: “Maria e Luca potete contare su di noi per ciò di cui avete bisogno. Vi vogliamo molto bene e per questo siamo qui con voi per accompagnarvi fin dall’inizio in questa vostra avventura”.

E niente più. Fra pochi minuti finirà la cerimonia e vi cospargeremo di riso che, non so se lo sapete, è una tradizione cinese che ricorda la felicità e la fertilità insieme. Nella chiesa ortodossa si lanciano mandorle sugli sposi, perché il mandorlo è l’albero che fiorisce per primo. Che questa grande festa, cari figli, sia preludio di molti anni di felicità e fertilità. Muoio dalla voglia di diventare nonno!

Miguel Zabalza

domingo, agosto 08, 2010

La boda

Parece mentira pero ya ha pasado una semana desde la boda. Y, entre relax post-boda, viaje de regreso y demás historias casi no he tenido tiempo para rumiar las muchas sensaciones que un momento tan importante va generando.
La verdad es que todo salió magníficamente. Como suele decirse en estos casos, se superaron nuestras expectativas. Pero, lo que es más importante aún, se disiparon los no pocos nubarrones que habían ido oscureciendo nuestro firmamento en las últimas semanas. Quizás por eso mismo la alegría era más auténtica, más profunda. A lo superficial de la fiesta se añadía esa felicidad profunda de sentir que las cosas van saliendo bien y las dificultades se mantienen bajo control. Es decir, un gran día. Nos decía María, ya de viaje de novios, que también ellos, iban recordando los detalles y comentándolos. Y que cada nuevo detalle era motivo de nuevas alegrías. Eso nos ha pasado, también, a nosotros. Y supongo que así seguirán las cosas mientras vamos recibiendo las fotografías de aquel día.

Los detalles. Es verdad que son importantes. Pero en nuestro caso, la batalla principal no la estábamos peleando con detalles sino con cosas más sustantivas. Y esas cosas salieron bien. Eso fue lo principal. Todos éramos primerizos en esta historia de las bodas. La nuestra quedaba ya demasiado lejos en el tiempo y en el estilo como para que pudiera servirnos de modelo. Así que cada cosa era una improvisación. Por eso, el haber acertado en algunos detalles fue toda una suerte. Hubo detalles, hermosos detalles que fueron llenando toda la boda, desde que comenzamos a hablar de ello, hace casi un año, hasta ahora que ya pasó todo.














Algunos detalles merecen la pena ser comentados aquí. Claro que yo comentaré, como no podría ser de otra manera, los que me llamaron más la atención a mí. Por ejemplo, que la iglesia estaba hermosa. Era la primera boda que se celebraba en ella. Era una pequeña capilla que pertenecía a la parroquia del Mussile di Piave. El párroco anterior impuso que todos los casamientos se hicieran en la iglesia parroquial. Los nuevos sacerdotes abrieron un poco más la mano y pensaron que bien podía aprovecharse aquella Chiesetta di Lazzaretto, en Millepertiche, para actos religiosos. Así que inauguramos esa nueva época y empezamos a generar una nueva cultura del casamiento en ella: por ejemplo que los novios y sus testigos estuvieran junto al altar y vueltos hacia la gente, en lugar de darles la espalda; que la ceremonia, aún siendo religiosa, tuviera un componente laico con lecturas y congratulaciones de la comunidad; que los padres de ambos esposos estuviéramos juntos en el primer banco.

El florista, un gran profesional de Fossalta di Piave, hizo un trabajo magnífico. Claro que bajo la batuta de Luisa. Y la capilla, recogidita, era una hermosura de colores y flores. Incluso la disposición de los bancos y sillas en plan circular en torno al altar era muy acogedora y daba la impresión que estábamos todos rodeando y arropando efectivamente a los novios. De la ceremonia poco se puede decir, salvo que fue entrañable. Y cada cosa tenía su intríngulis. Ni una lectura, ni un párrafo del salmo, ni una de las preces salieron de la nada. Todo estaba muy pensado. Todo tenía su sentido y, por si acaso las interpretaciones podían abrirse en exceso, ya se encargó Vicente, tío y sacerdote que dirigía la ceremonia, de aclararlo desde su sentido bíblico. Y luego los amigos haciendo las lecturas y leyendo las preces. Y Quinto Borghi ofreciéndonos la música aunque tuviera que pelearse, él que está acostumbrado a los grandes órganos, con un teclado electrónico. En fin, algo entrañable. Incluida, supongo, mi propia aportación tratando de decir unas palabras, cosa que me ha costado menos en bodas de amigos pero que me tenía sobrecogido en la boda de mi propia hija. Pero, bueno. Logré no emocionarme en exceso y llegar al final sin echarme a llorar, algo que no había podido evitar en todos los ensayos anteriores. Y no sucedió en la iglesia probablemente porque debía alternar el español y el italiano y, además, la letra era tan pequeña que al menor despiste me hubiera equivocado. Así que la necesidad de estar tan pendiente del texto me impidió poder desviar el pensamiento a otras ideas. Ya se ve que no hay mal que por bien no venga.
Y siguiendo con los detalles, una costumbre italiana que nosotros no tenemos es que también el coche que lleva a la novia va adornado de flores. Así que llevé el coche a que lo adornara el florista y, aunque la propuesta que me hacía parecía poco viable, al final quedó perfecto, con un gran conjunto de flores en la delantera del coche, un gran centro en la parte trasera y adornos en los retrovisores. Espectacular. De hecho nos iban pitando los coches que se cruzaban con nosotros.
Y si el escenario estaba hermoso, lo mismo podríamos decir de los novios. Luca espectacular con su traje oscuro y la corbata en tonos grises (él que odia esos ropajes pijos) y María con su traje blanco largo, lleno de tules y bordados, con su flor en el pelo y esa alegría en los ojos que, después de todo lo pasado, era como todo un grito de vida. Se les veía novatos e inseguros, pero felices. Aquel era su día, y a medida que iban pasando las horas y sucediéndose los acontecimientos, le fueron tomando el ritmo a la situación y convirtiéndose en los auténticos protagonistas. Hasta las 8 de la mañana siguiente, según nos han contado.
También el escenario de la cena, en casa de Luisa y Roberto, los padres de Luca, resultó espectacular. La casa en sí, es preciosa, pero se esforzaron tanto, la prepararon de tal forma que todo el mundo quedó impresionado. La carpa que se había montado para la cena lucía magnífica, con un lujo inesperado para algo que siempre deseamos como algo simple. Y la cena fue excelente. Los amigos españoles, más acostumbrado a otro tipo de menús, se quedaron prendados de la buena cocina italiana: los aperitivos de bienvenida bajo el porche (prosciutto, spogliatine ripiene, verdurine pastellate, fantasie a cucciaio con tartare di carne). Y todo ello bien regado con aquel vino proseco que ha sido todo un descubrimiento. Después en la cena, el fagottino d’orto inicial, una especie de cestillo relleno de cocktail de marisco, el risotto, los gnochi, el filetto de maiale, la tarta de milhojas, los bellavista di frutta fresca (unas brochetas de fruta fresca que sentaban de maravilla a esas horas de la noche), la gelateria, los mojitos nocturnos. Todo muy abundante y con un vino riquísimo. Y entre medias, algo que tampoco se hace aquí, los regalos a los asistentes. Una pieza de Murano con atenciones especiales a los testigos de la boda y a los padres.
En fin, tampoco faltaron los momentos más chuscos, como en cualquier ceremonia nupcial. Los nervios de Luca que llegó puntual con los suyos a la iglesia para encontrarse con que no había prácticamente nadie de la parte española. Debió temerse lo peor. Y todo porque nuestros amigos se habían perdido en el camino. Vic que iba abriendo camino porque era el único que sabía llegar vio pasmado como el coche que le seguía en la caravana, con los Cortizo y Gestal en su interior, se detenía y alguien se bajaba para mirar en el capó. Vicente siguió pero todo el resto, que se paró con Javier, quedaron perdidos y tuvieron que regresar al hotel al rato, cuando se suponía que ya debían estar en la Iglesia acompañando al novio. Y ya íbamos con casi 20 minutos de retraso. Luca y su familia de los nervios, supongo. Nos llevó tiempo organizar otra caravana que, al final, ya no hizo falta pues María que también se había entretenido en la peluquería, se había vestido en un tiempo record (mérito de la Blanqui, sin duda) y ya la teníamos preparada a la puerta del hotel. Nuevo cambio de planes, cambio de conductores en los coches (el único que sabía llegar era yo pero no podía ir abriendo la caravana pues tenía que ir con la novia) y jaleo añadido para ver cómo nos organizábamos. Al final, rompiendo todos los protocolos, conduje el coche de la novia, que iba engalanado a tope, y detrás nuestro se fueron colocando todo el resto de coches. No parecía lógico que la novia llegara antes que los invitados, así que cuando ya no había posibilidad de perderse nos echamos a un lado, pasaron todos los que nos seguían, esperamos un momento para darles tiempo a aparcar y montar el cortejo de bienvenida. No sé qué pensarían la gente de los coches que pasaron mientras tanto viendo un coche de novia aparcado en la orilla de la carretera, junto a un canal de agua de regadío. “Dudas de última hora”, dirían. Pero al rato y tras un nuevo cambio de conductor en el coche de la novia que pasó a manos de Michel, hicimos nuestra entrada triunfal en la iglesia.
Y ahí comenzó esta historia hermosa de una hija que se casa. Ellos deben andar ahora por Nueva Zelanda disfrutando de sus recuerdos y de esa energía renovada que te dan las grandes fiestas.
Pero basta por hoy. O quizás sólo reste desearles que todo marche bien. Y gritarles, como tantas veces durante la cena, ¡que se besen, que se besen!, ¡bacio, bacio!.