En fin, lo interesante es que se nos ha convertido en tema de conversación y que las emociones se han ido prolongando a la post-boda. Quedan muchas cosas que contar de aquel día y de los que le antecedieron. Pero, en fin, ya volveremos sobre ello cuando hagamos el álbum de fotos. En cualquier caso, lo que no quisiera dejar pasar son algunas reflexiones de este periodo post. Algunas son resonancias de las que tuve la oportunidad de hacer en la ceremonia y que adjuntaré a esta entrada. La importancia de los vínculos entre las personas y la necesidad de que esos vínculos no sean excesivamente centrípetos. Cerrarse en la pareja o en la familia reducida es empobrecerse. Necesitamos de las redes. Para mí, esto de las redes es como el elemento clave de la supervivencia. Lo viví de una forma dramática cuando tuvimos el accidente de tráfico que dejó malheridas a Elvira y a la propia María en una ciudad extraña para todos nosotros. Al inicio todo resultaba demasiado complejo y difícil, todo nos superaba. Pero hete aquí que poco a poco, casi sin darnos cuenta, se fue construyendo una red de apoyos. Primero la propia familia pero enseguida fueron apareciendo amigos y amigos de amigos o familiares de amigos que se presentaban y se ponían a tu disposición. Unas veces lo que te podían ofrecer era poco, invitarte a tomar un café y animarte; otras veces, su aportación resultaba clave para serenarte, para informarte, para complementar tus deficiencias. Una enorme red.
Ahora con el casamiento de una hija sucede lo mismo. Quienes se casan son ellos y a la red de cada uno se habrán integrado los elementos de la red del otro (la familia, los amigos, las personas con quienes interactúan), pero incluso para quienes estamos a su alrededor se va ampliando nuestra red. Han aparecido en nuestras vidas, sus padres y familiares. La red del novio se ha unido a la red de la novia y quienes estábamos en ellas pertenecemos ahora a una nueva red ampliada. Hemos tenido una suerte inmensa porque son personas magníficas y cariñosas (buena parte del mérito de ese toque de emoción que tuvo la boda fue suyo). En nuestro caso, las cosas son aún más interesantes pues se trata de una red internacional y multicultural. Seguro que tenemos mucho que apreciar y aprender unos de otros. Y así, ya tenemos otras personas a las que querer y por las que preocuparnos. A ellos les pasará lo mismo, supongo. Y si los nuevos vínculos son, como deseamos todos, vínculos sanos y enriquecedores, actuarán como vasos comunicantes que nos aportarán nutrientes a todos los miembros de la red. Es lo bonito de estas cosas.
A ese mismo capítulo de fortalecer los vínculos pertenece, creo yo, la presencia de los amigos en la ceremonia. Para María y Luca, como para tantos otros novios, fue un dilema difícil de resolver quién iría a la boda. Su idea inicial era reducirlo a la familia pequeña: padres y hermanos. Casi todas las parejas comienzan sus preparativos con esa idea pero, los pobres, poco a poco van aceptando que sus deseos son sólo una parte del proceso. Que su boda es también la boda de sus familias y que su compromiso legal sirve para que sus padres puedan cumplir otros compromisos asumidos. Aceptar eso le costó a nuestra hija muchas lágrimas y esa sensación amarga de estar siguiendo un guión que no era el suyo. Todo le venía impuesto (menos el novio, claro) y ella, que pese a todo, es tan cariñosa que quería complacernos, acabó sintiéndose mal. Luego las cosas no resultan tan tremendas y también los novios acaban disfrutando de la presencia de sus amigos. “Estáis aquí, decían en su agradecimiento, porque habéis sido importantes para nosotros”. No le falta encanto a una boda sólo de padres y hermanos (de hecho, así fue la mía), pero ver a todo aquel grupo humano rodeándolos en la ceremonia, acompañándolos en sus votos matrimoniales, vitoreándolos en la cena y viviendo juntos la alegría y las bromas del baile posterior fue extraordinario. Y así se van fortaleciendo las redes.
-“Chisst, oye, no está resultando esto un poco pesado y serio para un día de agosto, me reconviene el blog, ya te dieron tu minuto de gloria (y te tomaste casi 15) en la ceremonia para que lo dijeras, deberías dejar de darle vueltas al asunto y volver a cosas más veraniegas”.
-“¡Se tarda en hacer la digestión de estas cosas, le he dicho, pero tú claro, qué sabras…?.
Pero, en el fondo tiene razón. Como siempre. Ya lo dije. Añado el texto para quien desee releerlo.
Matrimonio de AINOHA E LUCA
(Español)
Gracias a todos por acompañarnos en esta fecha hermosa del matrimonio de Ainoha y Luca. Cuando nos lo anunciaron, hace ahora casi un año, parecía todo muy lejano. Pero el tiempo corre desbocado y aquí estamos hoy, a 30 de Julio en este día dichoso que ya no olvidaremos más.
Hace un par de semanas regresaba de Brasil y se sentó a mi lado un empresario argentino que venía a España a la boda de su hija. La ceremonia se celebraría ese sábado en Santiago de Compostela. Eso generó entre ambos una fuerte solidaridad y, como no conocía España, le hice de lazarillo. Venía preocupado porque tenía que decir unas palabras en la boda (bilingüe también en su caso, alemán-español) y no sabía bien cómo hacerlo. Tenía miedo, me dijo. No tanto a no saber qué decir (eso no es nunca un problema para un argentino) sino miedo a emocionarse y ponerse a llorar quedando mal ante sus invitados. Ése ha sido también mi miedo de todo este tiempo. Espero que confesarlo desde el inicio, me ayude a mantener el tipo.
¿Qué se puede decir en la boda de una hija y ante tanta gente? Que la quieres mucho resulta obvio. El complejo de Edipo larvado que todos tenemos se recrudece fuertemente en fechas así. Decir que estamos encantados de que se haya encontrado con Luca, de que se hayan enamorado y estén dispuestos a formar una familia, es otra obviedad. Hemos convivido con ellos estos últimos años y esperamos haber sido capaces de demostrarles que consideramos un lujo tenerlo como yerno. Sólo lo sentimos por vuestros hijos, pobres, porque con dos apellidos en Z (Zanchetta y Zabalza) van a ser siempre los últimos de todas las listas.
En resumen, que estamos felices de que haya llegado este día y que, al igual que María Luisa y Roberto bendecimos, como hacían los padres de antes, vuestra unión. Nos duele pero es ley de vida. Ya dice el Génesis que “dejarán a su padre y a su madre para unirse a su pareja”. Así que nos sentimos felices de que haya llegado este día de la boda de nuestros hijos. Y, dicho esto, yo debería callarme. Pero, como estamos en una boda y uno no deja nunca de ser lo que es, un profesor, dejadme que diga dos cosas más.
La primera tiene que ver con los nuevos tiempos de la relación de pareja, el “problema del género”, que se dice ahora. Afortunadamente hoy no se han leído esas lecturas trasnochadas, por sagradas que sean, en las que se habla de que la mujer debe estar sometida al hombre y obedecerlo como autoridad de la casa. Y conste que no lo digo como protesta por ser el padre de la novia. Hoy la autoridad está repartida, pero incluso así, no suele entenderse bien lo de autoridad. Autoridad tiene su origen en el verbo latino “augere”, que significa “aumentar”, ayudar a engrandecerse y crecer. Quien ejerce bien la autoridad eso es lo que hace, ayudar a crecer a aquellos sobre quienes tiene “auctoritas”. Siempre creí que eso era el matrimonio, que cada uno ayuda al otro a crecer y entrambos se ayudan a crecer como pareja. Y lo mismo sucede con los hijos. Es la misma idea del “empowerment” inglés. Y ya que estamos en una ceremonia religiosa podemos citar al Eclesiastés que también lo señala: “Más valen dos que uno, porque obtienen más fruto de su esfuerzo. 10 Si caen, el uno levanta al otro. ¡Ay del que cae y no tiene quien lo levante!” Yo creo que muchos matrimonios fracasan por eso, porque la autoridad, no importa quien la ejerza, se usa para cercenar, para atar, para someter, para crecer a costa del otro.
Cuenta una vieja leyenda azteca que una pareja de jóvenes que quería casarse fueron donde el brujo de la tribu para que les diera la receta para ser felices y vivir juntos todos los días de su vida. Él mandó a cada uno de ellos a una montaña diferente a cazar con una red, ella un azor y él un águila. En la leyenda ambos lo consiguieron y fueron con su presa ante el brujo. Volaban muy alto, y eran muy fuertes, dijeron ambos, fue muy difícil cazarlos. Está bien, les dijo él. Ahora atadles con una cinta la pata de uno a la pata de la otra y dejadles libres de nuevo. Eso hicieron pero las aves fueron incapaces de alzar el vuelo. Sólo se arrastraban y al poco rato comenzaron a picotearse y herirse entre ellas. Aprended de ellas, dijo el brujo, si el estar juntos sólo os debilita y empobrece no tardaréis mucho en lastimaros mutuamente.
La segunda idea es que se llega a una ceremonia como ésta por caminos complejos. Inicialmente queríais que fuera una cosa sencilla de padres y hermanos. Luego la cosa se fue ampliando y hoy estamos aquí un numeroso grupo de personas. Todas ellas porque son importantes para vosotros y para nosotros. Reunir a las personas que uno quiere y que han contado mucho en vuestras vidas puede quedar en poca cosa, en un día de fiesta. Tampoco está mal. Pero en una boda la cosa podría ser mucho más interesante. De hecho, la liturgia del matrimonio da un sentido mucho más rico a nuestra presencia. No os casa el sacerdote, os casáis vosotros en presencia de un sacerdote y en presencia de la comunidad que formamos los demás aquí presentes. Y esta idea de comunidad, tan diluida últimamente en esta fase del posmodernismo líquido, resulta muy interesante. “Implicados o Concernidos”, escribía hace un tiempo nuestro Rector para referirse a la postura que deberíamos adoptar frente a la Reforma universitaria española. Eso podríamos preguntarnos aquí: estamos concernidos (es decir, presentes por razón de compromisos familiares o de amistad pero viendo desde fuera la ceremonia) o implicados (es decir, como personas que tenemos que ver con lo que han sido hasta ahora los novios y con lo que serán en el futuro). ¿Estamos asistiendo descomprometidos a la boda de unos hijos, familiares o amigos o estamos comprometiéndonos con ellos a ayudarlos en lo que esté en nuestra mano?. Sólo así haríamos comunidad. No es fácil llevar adelante un matrimonio (¡que nos lo pregunten a quienes ya llevamos mucho tiempo en él!). Las cifras de divorcios y separaciones han superado ampliamente a las de casamientos.
No es difícil tener una pareja, lo difícil es conservarla. Y es más difícil aún si el asunto queda como algo puramente personal e íntimo, algo a dos. Necesitamos de nuestras familias, de nuestros hermanos, de nuestros amigos para que nuestra historia sea viable. El matrimonio es un proyecto de pareja pero que requiere del apoyo de todos cuantos están y han estado a vuestro alrededor. Por eso me parece estupenda esa imagen que figura en la portada de vuestro librito de ceremonias: vivir es ir creando y recreando redes. A medida que nos vamos haciendo mayores, comprendemos que la mayor riqueza que tenemos son nuestros amigos y que lo que más seguridad nos da es sentir que, si lo necesitamos ellos, nuestros amigos, nos apoyarán. Aunque todo nos lleve a ser cada vez más individuales (¡cuántas veces escuchamos eso de que, “ese es tu problema y nadie te va a sacar de él”!), resulta difícil sobrevivir, también como pareja, si no contamos con el apoyo de quienes nos rodean, de quienes nos aprecian y son nuestros amigos. Estamos aquí porque formamos parte de ese grupo de amigos. ¡Ojalá nuestra presencia se pueda entender como un compromiso que va más allá del momento y de la fiesta que nos ofrecéis!. Algo que signifique: “María y Luca podéis contar con nosotros para lo que necesitéis. Os queremos mucho y por eso estamos aquí con vosotros acompañándoos en el inicio de esta aventura de casaros”.
Y nada más. En unos minutos acabará la ceremonia y os llenaremos de arroz que, no sé si sabéis, es una tradición china que recuerda la felicidad y la fertilidad, ambas unidas. En la iglesia ortodoxa se echan a los novios almendras, porque el almendro es el árbol que florece primero. Pues eso, queridos hijos que sea ésta una gran fiesta, preludio de muchos años de felicidad y fertilidad. ¡Me muero de ganas de ser abuelo!
(Italiano)
Grazie a tutti per averci accompagnato in questa giornata meravigliosa del matrimonio di Ainoha e Luca. Quando ce l’hanno annunciato, ormai quasi un anno fa, sembrava tutto molto lontano. Però il tempo scorre senza fermarsi e oggi 31 luglio siamo qui in questo giorno felice che non dimenticheremo mai più.
Un paio di settimane fa, mentre rientravo dal Brasile, si è seduto al mio fianco un imprenditore Argentino che doveva venire in Spagna per il matrimonio della figlia. La cerimonia si sarebbe celebrata quello stesso sabato a Santiago de Compostela. Questo fatto ha prodotto in entrambi un forte coinvolgimento e, siccome non conosceva la Spagna, gli ho fatto un po’ da guida. Era preoccupato perché doveva dire alcune parole durante il matrimonio (un discorso bilingue: nel suo caso tedesco - spagnolo) e non sapeva bene come farlo. Aveva paura, mi ha detto, non tanto per non sapere che cosa dire (questo non è certo un problema per un argentino), ma paura di emozionarsi e mettersi a piangere facendo una brutta figura davanti ai suoi invitati. Questo è stato anche il mio timore per tutto questo tempo. Spero che confessarlo fin dall’inizio mi aiuti a mantenere la calma.
Che cosa si può dire al matrimonio della propria figlia davanti a tanta gente? Che le voglio molto bene è ovvio. Il complesso di Edipo che tutti teniamo assopito dentro di noi esplode fortemente in una giornata come questa. Dire che siamo felici che si sia incontrata con Luca, che si siano innamorati e siano pronti per formare una famiglia, è un’altra ovvietà. Abbiamo convissuto con loro in questi ultimi anni e speriamo di essere stati capaci di dimostrare loro che consideriamo un lusso avere Luca come genero. Ci preoccupiamo solo per i vostri bambini, poveretti, perché con due cognomi che cominciano con Z (Zanchetta e Zabalza) saranno sempre gli ultimi di tutte le liste.
In sintesi, siamo felici che sia arrivato questo giorno e con Maria Luisa e Roberto benediciamo, come facevano i genitori di un tempo, la vostra unione. Ci dispiace, ma è la legge della vita. Si legge nel Libro della Genesi: “Lascerete vostro padre e vostra madre per unirvi e vivere insieme”. Perciò siamo felici che sia arrivato questo giorno del matrimonio dei nostri figli. E, detto questo, dovrei stare zitto. Ma siccome siamo in una festa di matrimonio e uno mai smette di essere ciò che è, un professore, lasciatemi dire qualche altra cosa.
La prima ha a che fare con i nuovi tempi del rapporto di coppia, il “problema del genere”, come si dice ora. Fortunatamente oggi non abbiamo fatto quelle letture fuori tempo, per sacre che fossero un tempo, nelle quali si diceva che la moglie doveva essere sottomessa al marito e obbedirgli come capo famiglia. E si badi che non lo dico come protesta per essere il padre della sposa. Oggi l’autorità è equamente ripartita, ma anche così non è chiaro che cosa bisogna intendere per autorità. Il termine autorità deriva dal latino “augere”, che significa “aumentare”, aiutare a diventare grandi e a crescere. Chi esercita l’autorità lo fa cioè aiutando a crescere coloro sui quali ha autorità. Ho sempre creduto che il matrimonio fosse questo, che ognuno aiuti l’altro a crescere ed entrambi si aiutino vicendevolmente a crescere come coppia. E la stessa cosa succede anche con i figli. È la stessa idea dell’empowerment inglese. E poiché siamo in una cerimonia religiosa, possiamo citare l’Ecclesiaste che anch’esso lo conferma: “Due valgono più di uno, perché ottengono maggiori frutti dal loro sforzo. 10Se cadono, l’uno rialza l’altro. Guai a chi cade e non ha nessuno che lo aiuti a rialzarsi!” Io credo che molti matrimoni falliscano per questo, perché l’autorità, non importa chi la esercita, si usa per tagliare, per legare, per sottomettere, per crescere a spese dell’altro.
Narra una vecchia leggenda azteca che una coppia di giovani che volevano sposarsi sono andati dallo stregone della tribù perché desse loro la ricetta per essere felici e vivere insieme tutti i giorni della loro vita. Li mandò ciascuno in una montagna differente a cacciare con una rete, lei un astore, lui un’aquila. Nella leggenda entrambi ebbero successo e tornarono dallo stregone con il loro bottino. Volavano molto in alto ed erano molto forti, dissero entrambi, ed è stato molto difficile prenderli. Ora legate con un nastro la zampa dell’uno con quella dell’altro e lasciateli liberi di nuovo. Loro lo fecero, ma gli uccelli non riuscivano ad alzarsi in volo. Riuscivano solo a strisciare e dopo un po’ cominciarono a beccarsi e a ferirsi reciprocamente. Imparate da loro, disse lo stregone, se a stare insieme vi indebolisce e impoverisce, non tarderete molto a combattervi vicendevolmente.
La seconda idea è che si arriva ad una cerimonia come questa per percorsi complessi. Inizialmente volevate che fosse una cosa semplice, solo con i genitori ed i fratelli. Poi la cosa si è andata via via ampliando e oggi siamo qui in un gruppo numeroso di persone. Tutte queste persone sono qui perché sono importanti per voi e per noi. Riunire le persone a cui si vuole bene e che hanno contato molto nelle vostre vite può essere una piccola cosa in un giorno di festa qualsiasi. Può andare bene. Ma in una festa di matrimonio può essere molto più interessante. Di fatto, la liturgia del matrimonio dà un senso molto più ricco alla nostra presenza. Non vi sposa il sacerdote, vi sposate voi in presenza del sacerdote ed in presenza della comunità che è formata da tutti i presenti. E questa idea della comunità, tanto diluita ultimamente in questa fase della postmodernità liquida, appare molto interessante. “Coinvolti o implicati”, scriveva un tempo il nostro Rettore per riferirsi alla posizione che dovevamo adottare di fronte alla Riforma universitaria spagnola. La stessa cosa possiamo chiederci qui: siamo implicati (vale a dire, presenti per motivi di legami familiari o di amicizia, però vedendo la cerimonia dal di fuori) o coinvolti (cioè come persone che hanno a che fare con ciò che sono stati fino ad ora gli sposi e con ciò che saranno in futuro). Stiamo assistendo disimpegnati alle nozze dei nostri figli, familiari o amici, o stiamo impegnandoci con loro ad aiutarli per ciò che dipende da noi? Solo in questo modo possiamo fare comunità. Non è facile portare avanti un matrimonio (se lo chiedano coloro che siamo sposati da tempo!). Il numero dei divorzi e delle separazioni hanno superato ampiamente quello dei matrimoni.
Non è difficile fare coppia, è difficile conservarla. Ed è più difficile ancora se si tratta di qualcosa di puramente personale ed intimo, una cosa solamente a due. Abbiamo bisogno delle nostre famiglie, dei nostri fratelli, dei nostri amici perché la nostra storia sia realizzabile. Il matrimonio è un progetto di coppia, ma richiede il sostegno di tutti quanti sono e sono stati intorno a voi. Per questo mi pare stupenda l’immagine che compare nella copertina del vostro libretto di cerimonia: vivere è andare intrecciando e ricreando reti. Nella misura in cui ci facciamo più vecchi, comprendiamo che la maggiore ricchezza che abbiamo sono i nostri amici e che la cosa che ci dà maggiore sicurezza è sapere che, se abbiamo bisogno di loro, ci aiuteranno. Benché tutto sembri portarci ad essere sempre più individualisti (quante volte sentiamo dirci “sei tu chi a il problema e sei soltanto tu a tirarti fuori di lì”!), risulta difficile sopravvivere, anche come coppia, se non facciamo affidamento sul sostegno delle persone che ci stanno intorno, che sono i nostri amici. Siamo qui perché facciamo parte di questo gruppo di amici. Magari la nostra presenza si può intendere come impegno che va al dà del momento e della festa che ci offrite. E questo significa: “Maria e Luca potete contare su di noi per ciò di cui avete bisogno. Vi vogliamo molto bene e per questo siamo qui con voi per accompagnarvi fin dall’inizio in questa vostra avventura”.
E niente più. Fra pochi minuti finirà la cerimonia e vi cospargeremo di riso che, non so se lo sapete, è una tradizione cinese che ricorda la felicità e la fertilità insieme. Nella chiesa ortodossa si lanciano mandorle sugli sposi, perché il mandorlo è l’albero che fiorisce per primo. Che questa grande festa, cari figli, sia preludio di molti anni di felicità e fertilità. Muoio dalla voglia di diventare nonno!
Miguel Zabalza
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