Bueno pues fiel a su cita anual ya está aquí la nueva peli de Woody Allen: You will meet a tall dark stranger, que se ha traducido al español (no sé si para hacerla parecer como una comedia romántica) como Conocerás al hombre de tus sueños. No es una buena tradución porque parece que se refiere sólo a las mujeres (aunque en la peli tanto los hombres como las mujeres buscan al otro ideal). Me contaron que hace poco, en una entrevista, le preguntaron a Allen cómo era posible que fuera tan prolífico y a la vez tan exitoso. Según el entrevistador cabría entender que hiciera una película cada año, pero no que todas fueran un éxito. Su contestación fue que a él se le ocurría una idea y luego la desarrollaba y que sus ideas parece que gustaban a la gente. Así, sin más. Ni estudios de mercado, ni efectos especiales, ni temas escabrosos o de actualidad. Él sigue con sus manías y nos las explica haciendo cine. Del bueno.
Buenas ideas y buenos actores, quizás ésa sea la razón de su éxito. La idea es magnífica: en cuatro trazos plantea algunos de los problemas eternos de la humanidad: la búsqueda de la eterna juventud; la huida de la realidad a través de la magia; los problemas de pareja y el eterno deseo de lo ajeno; el éxito y el fracaso y la forma en que nos complican la vida. Amor, sexo, humor y traiciones, en la versión simplificada que nos ofrece la publicidad de la película. Y todo ese cocktail adobado con arte, literatura y música. Un círculo completo.
Y de los actores, qué decir. Un elenco de primera categoría tanto en ellos como en ellas: Anthony Hopkins, Josh Brolin, Antonio Banderas; Gemma Jones, Naomi Watts, Freida Pinto, Lucy Punch. Todos ellos bordan sus papeles (aunque Banderas resulta un poco inexpresivo).
Entre todos construyen una historia coral en la que se van entremezclando las vidas de tres parejas: los padres, la hija y su esposo y unos novios a punto de casarse. Tres parejas que se cruzan entre ellas y con otras parejas que van surgiendo al hilo de la historia a medida que esas tres parejas originales se van quebrando. Pero las parejas sólo son el container de la vida de quien las forma. En realidad, en la olla de cada pareja se van cociendo los sentimientos y ambiciones de cada uno de sus miembros, cada uno de ellos metido en su propia guerra personal. Y eso es lo que cuenta Allen: el temor del padre a hacerse viejo y su búsqueda de la eterna juventud a través del ejercicio físico y del sexo con una putilla joven; el temor de la madre a la realidad que se le echa encima y su búsqueda de fantasías compradas a una médium; la insatisfacción personal y profesional de los hijos su búsqueda de amores nuevos y atajos profesionales; el miedo al futuro de la novia a punto de casarse. Lo dicho, amor, sexo y traiciones. Contado en off con humor por una especie de diablillo cojuelo que estuviera visionando desde lo alto la vida y vicisitudes de los protagonistas. Y en hora y media escasa, Woody Allen teje toda una radiografía de la vida corriente. Y todo ello sin un mal gesto, sin estridencias. Porque Allen es, sobre todo, eso: lenguaje. Lenguaje lúcido.
Me encanta Woody Allen, así que no pretendo ser imparcial. Sus guiones me parecen obras de literatura que merecerían estudiarse. Espero con impaciencia cada año su nueva creación y, aunque puede que varíe de año a año el nivel de entusiasmo que produce, se mueve siempre en niveles muy altos. Así ha sido este año. No es una historia que apasione ni que sorprenda por su lenguaje (en ese sentido la del año pasado, Si la cosa funciona, fue mejor) pero está tan bien contada, los personajes son tan claros, resulta tan fácil reconocerte en sus obsesiones que, al final, sales con esa sonrisa de satisfacción de quien ha presenciado una buena película.
Y ahora a esperar la del año que viene ‘Midnight in Paris’.
Buenas ideas y buenos actores, quizás ésa sea la razón de su éxito. La idea es magnífica: en cuatro trazos plantea algunos de los problemas eternos de la humanidad: la búsqueda de la eterna juventud; la huida de la realidad a través de la magia; los problemas de pareja y el eterno deseo de lo ajeno; el éxito y el fracaso y la forma en que nos complican la vida. Amor, sexo, humor y traiciones, en la versión simplificada que nos ofrece la publicidad de la película. Y todo ese cocktail adobado con arte, literatura y música. Un círculo completo.
Y de los actores, qué decir. Un elenco de primera categoría tanto en ellos como en ellas: Anthony Hopkins, Josh Brolin, Antonio Banderas; Gemma Jones, Naomi Watts, Freida Pinto, Lucy Punch. Todos ellos bordan sus papeles (aunque Banderas resulta un poco inexpresivo).
Entre todos construyen una historia coral en la que se van entremezclando las vidas de tres parejas: los padres, la hija y su esposo y unos novios a punto de casarse. Tres parejas que se cruzan entre ellas y con otras parejas que van surgiendo al hilo de la historia a medida que esas tres parejas originales se van quebrando. Pero las parejas sólo son el container de la vida de quien las forma. En realidad, en la olla de cada pareja se van cociendo los sentimientos y ambiciones de cada uno de sus miembros, cada uno de ellos metido en su propia guerra personal. Y eso es lo que cuenta Allen: el temor del padre a hacerse viejo y su búsqueda de la eterna juventud a través del ejercicio físico y del sexo con una putilla joven; el temor de la madre a la realidad que se le echa encima y su búsqueda de fantasías compradas a una médium; la insatisfacción personal y profesional de los hijos su búsqueda de amores nuevos y atajos profesionales; el miedo al futuro de la novia a punto de casarse. Lo dicho, amor, sexo y traiciones. Contado en off con humor por una especie de diablillo cojuelo que estuviera visionando desde lo alto la vida y vicisitudes de los protagonistas. Y en hora y media escasa, Woody Allen teje toda una radiografía de la vida corriente. Y todo ello sin un mal gesto, sin estridencias. Porque Allen es, sobre todo, eso: lenguaje. Lenguaje lúcido.
Me encanta Woody Allen, así que no pretendo ser imparcial. Sus guiones me parecen obras de literatura que merecerían estudiarse. Espero con impaciencia cada año su nueva creación y, aunque puede que varíe de año a año el nivel de entusiasmo que produce, se mueve siempre en niveles muy altos. Así ha sido este año. No es una historia que apasione ni que sorprenda por su lenguaje (en ese sentido la del año pasado, Si la cosa funciona, fue mejor) pero está tan bien contada, los personajes son tan claros, resulta tan fácil reconocerte en sus obsesiones que, al final, sales con esa sonrisa de satisfacción de quien ha presenciado una buena película.
Y ahora a esperar la del año que viene ‘Midnight in Paris’.
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