domingo, agosto 08, 2010

La boda

Parece mentira pero ya ha pasado una semana desde la boda. Y, entre relax post-boda, viaje de regreso y demás historias casi no he tenido tiempo para rumiar las muchas sensaciones que un momento tan importante va generando.
La verdad es que todo salió magníficamente. Como suele decirse en estos casos, se superaron nuestras expectativas. Pero, lo que es más importante aún, se disiparon los no pocos nubarrones que habían ido oscureciendo nuestro firmamento en las últimas semanas. Quizás por eso mismo la alegría era más auténtica, más profunda. A lo superficial de la fiesta se añadía esa felicidad profunda de sentir que las cosas van saliendo bien y las dificultades se mantienen bajo control. Es decir, un gran día. Nos decía María, ya de viaje de novios, que también ellos, iban recordando los detalles y comentándolos. Y que cada nuevo detalle era motivo de nuevas alegrías. Eso nos ha pasado, también, a nosotros. Y supongo que así seguirán las cosas mientras vamos recibiendo las fotografías de aquel día.

Los detalles. Es verdad que son importantes. Pero en nuestro caso, la batalla principal no la estábamos peleando con detalles sino con cosas más sustantivas. Y esas cosas salieron bien. Eso fue lo principal. Todos éramos primerizos en esta historia de las bodas. La nuestra quedaba ya demasiado lejos en el tiempo y en el estilo como para que pudiera servirnos de modelo. Así que cada cosa era una improvisación. Por eso, el haber acertado en algunos detalles fue toda una suerte. Hubo detalles, hermosos detalles que fueron llenando toda la boda, desde que comenzamos a hablar de ello, hace casi un año, hasta ahora que ya pasó todo.














Algunos detalles merecen la pena ser comentados aquí. Claro que yo comentaré, como no podría ser de otra manera, los que me llamaron más la atención a mí. Por ejemplo, que la iglesia estaba hermosa. Era la primera boda que se celebraba en ella. Era una pequeña capilla que pertenecía a la parroquia del Mussile di Piave. El párroco anterior impuso que todos los casamientos se hicieran en la iglesia parroquial. Los nuevos sacerdotes abrieron un poco más la mano y pensaron que bien podía aprovecharse aquella Chiesetta di Lazzaretto, en Millepertiche, para actos religiosos. Así que inauguramos esa nueva época y empezamos a generar una nueva cultura del casamiento en ella: por ejemplo que los novios y sus testigos estuvieran junto al altar y vueltos hacia la gente, en lugar de darles la espalda; que la ceremonia, aún siendo religiosa, tuviera un componente laico con lecturas y congratulaciones de la comunidad; que los padres de ambos esposos estuviéramos juntos en el primer banco.

El florista, un gran profesional de Fossalta di Piave, hizo un trabajo magnífico. Claro que bajo la batuta de Luisa. Y la capilla, recogidita, era una hermosura de colores y flores. Incluso la disposición de los bancos y sillas en plan circular en torno al altar era muy acogedora y daba la impresión que estábamos todos rodeando y arropando efectivamente a los novios. De la ceremonia poco se puede decir, salvo que fue entrañable. Y cada cosa tenía su intríngulis. Ni una lectura, ni un párrafo del salmo, ni una de las preces salieron de la nada. Todo estaba muy pensado. Todo tenía su sentido y, por si acaso las interpretaciones podían abrirse en exceso, ya se encargó Vicente, tío y sacerdote que dirigía la ceremonia, de aclararlo desde su sentido bíblico. Y luego los amigos haciendo las lecturas y leyendo las preces. Y Quinto Borghi ofreciéndonos la música aunque tuviera que pelearse, él que está acostumbrado a los grandes órganos, con un teclado electrónico. En fin, algo entrañable. Incluida, supongo, mi propia aportación tratando de decir unas palabras, cosa que me ha costado menos en bodas de amigos pero que me tenía sobrecogido en la boda de mi propia hija. Pero, bueno. Logré no emocionarme en exceso y llegar al final sin echarme a llorar, algo que no había podido evitar en todos los ensayos anteriores. Y no sucedió en la iglesia probablemente porque debía alternar el español y el italiano y, además, la letra era tan pequeña que al menor despiste me hubiera equivocado. Así que la necesidad de estar tan pendiente del texto me impidió poder desviar el pensamiento a otras ideas. Ya se ve que no hay mal que por bien no venga.
Y siguiendo con los detalles, una costumbre italiana que nosotros no tenemos es que también el coche que lleva a la novia va adornado de flores. Así que llevé el coche a que lo adornara el florista y, aunque la propuesta que me hacía parecía poco viable, al final quedó perfecto, con un gran conjunto de flores en la delantera del coche, un gran centro en la parte trasera y adornos en los retrovisores. Espectacular. De hecho nos iban pitando los coches que se cruzaban con nosotros.
Y si el escenario estaba hermoso, lo mismo podríamos decir de los novios. Luca espectacular con su traje oscuro y la corbata en tonos grises (él que odia esos ropajes pijos) y María con su traje blanco largo, lleno de tules y bordados, con su flor en el pelo y esa alegría en los ojos que, después de todo lo pasado, era como todo un grito de vida. Se les veía novatos e inseguros, pero felices. Aquel era su día, y a medida que iban pasando las horas y sucediéndose los acontecimientos, le fueron tomando el ritmo a la situación y convirtiéndose en los auténticos protagonistas. Hasta las 8 de la mañana siguiente, según nos han contado.
También el escenario de la cena, en casa de Luisa y Roberto, los padres de Luca, resultó espectacular. La casa en sí, es preciosa, pero se esforzaron tanto, la prepararon de tal forma que todo el mundo quedó impresionado. La carpa que se había montado para la cena lucía magnífica, con un lujo inesperado para algo que siempre deseamos como algo simple. Y la cena fue excelente. Los amigos españoles, más acostumbrado a otro tipo de menús, se quedaron prendados de la buena cocina italiana: los aperitivos de bienvenida bajo el porche (prosciutto, spogliatine ripiene, verdurine pastellate, fantasie a cucciaio con tartare di carne). Y todo ello bien regado con aquel vino proseco que ha sido todo un descubrimiento. Después en la cena, el fagottino d’orto inicial, una especie de cestillo relleno de cocktail de marisco, el risotto, los gnochi, el filetto de maiale, la tarta de milhojas, los bellavista di frutta fresca (unas brochetas de fruta fresca que sentaban de maravilla a esas horas de la noche), la gelateria, los mojitos nocturnos. Todo muy abundante y con un vino riquísimo. Y entre medias, algo que tampoco se hace aquí, los regalos a los asistentes. Una pieza de Murano con atenciones especiales a los testigos de la boda y a los padres.
En fin, tampoco faltaron los momentos más chuscos, como en cualquier ceremonia nupcial. Los nervios de Luca que llegó puntual con los suyos a la iglesia para encontrarse con que no había prácticamente nadie de la parte española. Debió temerse lo peor. Y todo porque nuestros amigos se habían perdido en el camino. Vic que iba abriendo camino porque era el único que sabía llegar vio pasmado como el coche que le seguía en la caravana, con los Cortizo y Gestal en su interior, se detenía y alguien se bajaba para mirar en el capó. Vicente siguió pero todo el resto, que se paró con Javier, quedaron perdidos y tuvieron que regresar al hotel al rato, cuando se suponía que ya debían estar en la Iglesia acompañando al novio. Y ya íbamos con casi 20 minutos de retraso. Luca y su familia de los nervios, supongo. Nos llevó tiempo organizar otra caravana que, al final, ya no hizo falta pues María que también se había entretenido en la peluquería, se había vestido en un tiempo record (mérito de la Blanqui, sin duda) y ya la teníamos preparada a la puerta del hotel. Nuevo cambio de planes, cambio de conductores en los coches (el único que sabía llegar era yo pero no podía ir abriendo la caravana pues tenía que ir con la novia) y jaleo añadido para ver cómo nos organizábamos. Al final, rompiendo todos los protocolos, conduje el coche de la novia, que iba engalanado a tope, y detrás nuestro se fueron colocando todo el resto de coches. No parecía lógico que la novia llegara antes que los invitados, así que cuando ya no había posibilidad de perderse nos echamos a un lado, pasaron todos los que nos seguían, esperamos un momento para darles tiempo a aparcar y montar el cortejo de bienvenida. No sé qué pensarían la gente de los coches que pasaron mientras tanto viendo un coche de novia aparcado en la orilla de la carretera, junto a un canal de agua de regadío. “Dudas de última hora”, dirían. Pero al rato y tras un nuevo cambio de conductor en el coche de la novia que pasó a manos de Michel, hicimos nuestra entrada triunfal en la iglesia.
Y ahí comenzó esta historia hermosa de una hija que se casa. Ellos deben andar ahora por Nueva Zelanda disfrutando de sus recuerdos y de esa energía renovada que te dan las grandes fiestas.
Pero basta por hoy. O quizás sólo reste desearles que todo marche bien. Y gritarles, como tantas veces durante la cena, ¡que se besen, que se besen!, ¡bacio, bacio!.

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