domingo, julio 29, 2007

Gritos de silencio


Creí que esta entrada al blog tendría como idea matriz que si existe el infierno, éste no puede ser otra cosa que un gran silencio, el silencio eterno. Pero luego, mientras rumiaba cómo transmitir mis sentimientos, me he dado cuenta de que el silencio, como todas las cosas que afectan a la relación entre las personas, tiene su cara buena y su cara mala. Cierto que a mí me preocupaba su cara mala. Empezaré por ella. La parte positiva vendrá después.

Dice el dicho español aquello de que “la distancia es el olvido”, pero a mí me parece que no, que es en el silencio donde está el olvido. Es cierto que hay muchos silencios, pero yo me refiero aquí al silencio entre las personas, a cuando no sabes de aquellos de los que te gustaría saber. Se ha roto la comunicación y sólo queda el silencio. Ese silencio es un arma muy destructiva. Sobre todo porque no sabes qué hay en él. Es como un gran vacío lleno de cosas que desconoces.

Hay silencios que son mensajes y otros que son castigos. Hay silencios espontáneos y otros muy preparados. Hay silencios respetuosos y otros despectivos. Hay silencios ruidosos y otros mortecinos. Hay silencios cortos y silencios eternos. Hay silencios y hay silencio. Éste, por supuesto, mucho más duro de llevar.

Lo malo de los silencios es su hermenéutica. No sabes cómo interpretarlos y cuando lo intentas, casi siempre lo haces mal. Puedes culpabilizarte pensando qué habrás hecho mal, pero eso ayuda poco a buscar soluciones. Puedes echar la culpa al otro u otros (los que no se comunican contigo) pero con ello es muy probable que todavía empeores más las cosas. Tampoco es fácil buscar una estrategia válida para salir de esa bruma indefinida. Puedes optar por seguir hablando tú aunque el otro/otros callen pero se hace pesado y, al final, hasta un poco patético. Puedes optar por callar también tú hasta que el otro/otros hablen pero corres el riesgo de que vaya pasando el tiempo y la brecha se vaya haciendo cada vez más grande y vaya siendo cada vez más difícil y menos apetecible (para ambas partes) saltarla. El silencio se retroalimenta y se auto-refuerza. Cuanto más dura más fuerte se hace.

Pero de todo ello, más que el antes del silencio (sus causas o motivos) o lo que le sigue (sus consecuencias), lo que más me atrae como estudioso y también como sufridor es qué pasa “durante”. Qué pasa por la cabeza de quien no me habla o escribe, cómo está viviendo la situación, qué tipo de interpretaciones rondan su pensamiento, si se lo cuenta a otras personas qué les está contando. Puro “voyerismo psicológico”, lo sé pero muy interesante para poder comprender la situación y saber cómo afrontarla. Sólo que se trata de una situación paradójica: saber eso requeriría comunicarse que es, justamente, lo que no sucede.

En fin, supongo que las personas muy extrovertidas temen menos al silencio. Viven hacia fuera y generan su propio ecosistema sonoro. Para quienes somos introvertidos es más perturbador. Tú ya tienes una dosis fija de silencios, pero si esa zona se amplía, el silencio se convierte en ruido y, a veces, hasta duele.

sábado, julio 28, 2007

Bajo las estrellas.

Bajo las estrellas

Ya han pasado algunos días desde que pude ver esta película en Pamplona (que es donde hay que verla) y no quiero que, al pasar los días, las impresiones se me vayan diluyendo.
En la ficha técnica, baste decir que es una “opera prima” de Félix Viscarret, un navarrico (hay muy pocos) que ha llegado al cine grande desde los cortos. Protegido de Fernando Trueba, ha tenido la suerte de tener un buen mentor. Los actores son conocidos: Alberto San Juan interpreta al protagonista (Benito), Enma Suarez a Nines (la novia del hermano), Julián Villagrán a Lalo (el hermano artista, exalcohólico y depre), Violeta Rodríguez a la niña Ainara. La película está basada, a lo que se dice, en una novela ”El trompetista de la utopía”, título que ya promete mucho por sí mismo. De todas formas, tengo que decir que yo escogí verla por el morbo de ver una producción de un director navarro.
Y mis primeras sensaciones fueron nefastas. He de reconocer que me perdí la primera escena y el primer solo de trompeta que por lo que otros cuentan es un magnífico comienzo. Yo me encontré a Benito en plena pelea con su pareja y despotricando por tener que viajar a Navarra desde Madrid. Perola cosa empeoró cuando llega a Estella y la cámara va recogiendo, junto a los comentarios despectivos del actor unos espacios que, efectivamente parecen del tercer mundo. ¡Precisamente, Estella! Algo similar ocurre cuando vemos aparecer a los primeros personajes anclados en el pasado, miserables, sin expectativas, lo peor. Vaya, pensé, el ser navarro no garantiza ser buen director. Y me preparé para lo peor.

Pero poco a poco, la película te va metiendo en su magia. Hay mucho sentimiento en el guión y, al final, justo es reconocerlo, es una gran película. Bastante en la línea de Brokeback Mountain de Ang Lee y los amores entre los dos vaqueros, aunque con un drama más doméstico. Aquí no entra en juego la homosexualidad (se trata de dos hermanos), pero sí un fuerte amor (un amor hasta la muerte) entre dos hermanos que apenas se han tratado y a los que la vida ha llevado por caminos muy diversos y complejos. Toda la película es un gran canto al amor fraterno, al amor en definitiva, incluso cuando las cosas se tuercen hasta el paroxismo.

Creo que Viscarret intenta meter en su obra demasiadas cosas y eso hace que algunas queden tratadas de forma muy superficial. No podia faltar el terrorismo nacionalista (al final se trata de Estella, lugar conocido por el famoso pacto) pero es apenas un episodio que se resuelve muy en plan tópico (recibir una paliza por un comentario no es lo que suele suceder).

En cambio, Viscarret trata de manera magistral todos los matices del amor entre las personas. En eso sí se nota que es un buen navarro, sensible y atento a lo que les pasa a los otros. Me temí lo peor en las primeras escenas con la niña. Dado lo cutre de la historia hasta ese momento, todo hacía prever que la película se deslizaría por los pedregosos acantilados de la pederastia. “Vaya, me angustié, más leña para abrasar la imagen de Navarra”. Pero no fué nada de eso sino una de las más bellas historias de cariño que jamás he visto en el cine entre un adulto marginal y una niña también marginal. A partir de ahí, ya no tuve más peros y me entregué en cuerpo y alma a la historia.
Hay muchas cosas preciosas en la película como los paisajes (esas nieblas del Perdón están sobrecogedoras), la gente (bruta y noble a la vez, como somos de verdad), la propia historia (el apego a la familia, pese a los muchos girones en que se quiebre la relación, está siempre como fondo), la música (logradísima a veces y eso que eché en falta algo más de solos de trompeta) y el humor (hay un humor navarro, socarrón y cabroncete que está muy bien recogido, por ejemplo, en la música con que ameniza el funeral de su padre).En fin, Elvira salió protestando por las películas a las que le llevaba y yo acabé emocionado por lo mucho que me había sentido identificado con algunos momentos del film. Un 8.

lunes, julio 23, 2007

Repasando los últimos días.

Desde aquel 11 de Julio en que escribí mi última entrada han pasado algo más de 10 días y miles de cosas. Desde luego, han pasado miles de kilómetros. De Benicàsim a Burgos. De Burgos a Santiago y de allí a Segovia y después a Valencia para acabar en Pamplona. Todo un Tour veraniego lleno de paisajes, gentes (con nuevos amigos), experiencias y temáticas. Para ser los últimos días de este curso han dado mucho de sí. Y me han dejado agotado. Y casi feliz.
Benicàsim y Burgos estuvieron en la línea de siempre. Sin merecerlo, me he ido colando en un grupo de personajes importantes (rectores, políticos, expertos bien conocidos, etc.) que discuten sobre temas universitarios. Por un lado me agrada porque satisface tu narciso y te hace sentirte en la primera línea de los debates, como si pudieras tener alguna influencia. Pero, a nada que rascas en tu propio papel, enseguida comprendes que tu presencia en esos grupos es muy coyuntural. No desmereces cuando estás pero nadie te echaría de menos si faltaras. En fin, un saber agridulce.
Segovia fue más auténtico. Primero el espacio, en pleno parque natural de Valsain y viviendo en preciosos (y ruidosos) bungalows de madera (de pino de Valsain, por supuesto). Allí sí que tenías que arremangarte y demostrar lo que sabes y puedes aportar. Era gente que sabía de qué iba la cosa (algunos con bastantes años de experiencia en Educación Ambiental) y que no estaban allí por cumplir y sacarse el certificado. Querían aprender. Esas situaciones son siempre muy interesantes. Te asustan un poco al principio, pero poco a poco, vas cogiendo el ritmo y, por lo general, metiéndolos en tu discurso. Y eso que a mí me tocaba bailar con la más fea: la teoría. Cada mañana iniciábamos el día con una sesión teórica de 2 horas. Después venían las salidas al campo, la presentación de experiencias, etc. Pero eso lo hacían otros dos compañeros. El curso salió muy bien y todos se fueron encantados. Hasta me animé a pedirles que hiciéramos un blog donde contar el día a día (educacionambientalcencerropedagogico.blogspot.es). Yo me fui antes de que acabara el curso (otro síntoma del acelere en que vivo) pero ya me han informado que todo acabó fenomenal, que hicieron unos proyectos magníficos y que nos pusieron a los tres profesores por la nubes. No se puede pedir más.
Lo de Valencia fue distinto porque allí, lo del trabajo fue solo una excusa para ir a ver a una amiga que acaba de pasar por un trance personal jorobado. Sólo eso ya merecía el viaje. Verla y poder estar con ella un par de días, animarla, sentir su nerviosismo pero también su deseo de seguir luchando ha sido muy gratificante. Y creo que a ella le gustó mucho vernos.
Lo del trabajo fué más fastidioso. Quizás me cogió ya cansado. O es que también los profesores de aquella universidad (privada y religiosa) estaban también cansados. El caso es que fue uno de los cursos más difíciles que he dado en los últimos meses. Fue como un encierro en el que sientes los cuernos en el culo durante toda la sesión. Fueron solo 4 horas pero me llegó de sobra. Salí agotado. Y eso que trataba temas (los ECTS, las guías docentes, los nuevos planteamientos docentes de la convergencia) con los que suelo obtener un éxito rotundo. Pero había mucho euroescéptico. O pensaron que yo estaba demasiado cerca del MEC y el PSOE y ellos no comulgaban con esas ideas. A mitad de la exposición se levantó un cura (lo dijo él, que se identificó como asesor del obispo) para decirme que no estaba de acuerdo con lo que yo decía. "¿Con qué cosa, exáctamente, de lo que yo he dicho?", le pregunté. "Pues en realidad con nada de lo que ha dicho", me contestó. Y comenzó a desgranar sus ideas, bien contrarias a las mías, desde luego: la universidad del pasado fue en la que todos nosotros nos hemos formado y no nos ha ido mal; lo importante es la enseñanza y lo conceptual (él era profesor de Derecho Canónico) y no ese rollo del aprendizaje práctico; la universidad no es para todo el mundo y sólo deberían acceder los mejor dotados. Y eso dicho en plan bastante agresivo (descalificante). No quise defenderme (me agota en ese tipo de reuniones), aunque sí le mencioné que también nos formamos en una escuela fascista y el que no nos hubiera anulado no lo debemos considerar como mérito suyo. Sólo le dije que, efectivamente, sus ideas y las mías eran muy diferentes. Pero, eso, que sientes en la mirada de algunos como que están en otro rollo y que les importa un carajo lo que puedas decir. Lo bueno de esas situaciones tirantes es que inmediatamente surgen otras voces en el grupo que muestran su total apoyo a lo que estás diciendo. En fin, que fue un curso bastante fastidioso y que me cogió ya cansado.
Y así han transcurrido estos últimos días. Ahora estoy en Pamplona, disfrutando con mis padres, sobre todo con papá que intenta superar su último achaque. Tenía con él una enorme deuda desde su último ingreso en urgencias. En la distancia lo vives con mucha angustia. Estando aquí, no es que desaparezcan los temores, pero los tienes más a mano. Y la convivencia te hace disfrutar de los pequeños progresos. Ayer salimos a pasear un poco y, aunque se cansa mucho, él mismo va cogiendo seguridad y ahuyentando fantasmas. Hoy hemos ido al médico y le ha dicho que las cosas siguen su ritmo y que los indicadores básicos van bien. Él sigue riéndose con nosotros, disfrutando de nuestra presencia, preocupándose por todo lo que nos pasa (que en una familia tan amplia y tan "zabalza" siempre da para mucha conversación y debate). Y a mí me hace especialmente feliz tenerlo cerca y verlo contento. Disfrutar con él, ése va a ser el objetivo de estas vacaciones.

miércoles, julio 11, 2007

Benicàssim


Hoy debería completar mi comentario con una gran fotografía. Basta asomarse a la terraza del balcón del hotel donde me han alojado para disfrutar de una vista maravillosa de las playas de este pueblo castellonense. Seguramente para romper el oleaje han roto la playa enorme (el paseo marítimo tiene 4 kms.) con una serie de espigones. Eso hace que la playa se haya convertido en una serie de círculos sucesivos, como si fueran muchas “u” con los cuernos mirando al mar. Precioso y relajante pues llega hasta la habitación el ruido constante y monótono de las olas.

Y el hotel donde nos alojamos y donde se celebra el curso es otra maravilla. El Palasiet, un hotel balneario (spa, en el lenguaje moderno o “termas” en el antiguo) donde ponen una enorme lista de lujos a tu alcance. Desde luego piscina de agua salada. Pero además piscina de agua caliente, con chorros, cataratas y yakuzzi. Y muchas pijaditas modernas de rejuvenecimientos faciales y corporales a base de algas, barro, chocolate o vino. Los “peeling” y exfoliantes, depilaciones y maquillajes… todo muy atractivo. Uno se queda pensando por donde empezar. Hasta tratamiento de busto ofrecen (prometen reafirmarlo y remodelarlo), pero eso ya me tentó menos. Incluso tratamientos antiácida (de cabello, claro) y lo pensé pero desistí porque lo que no prometían eran milagros.

A lo que no me pude resistir fue a los masajes. Los hay de todo tipo, orientales y clásicos; para él, para ella o para los dos; a dos manos o a 4 manos (es la primera vez que oigo hablar de él, pero parece muy excitante); terapéuticos o normales. En fin, como sucede siempre ante el exceso de oferta uno se queda perplejo. Pensé en un tailandés, pero ya no había hora (además no vi a nadie con cara de oriental, así que me temí que me lo daría alguien de Cuenca y no es lo mismo). Finalmente, me tuve que contentar con uno clásico y dado por un hombre. Hasta ahora, nunca me había dado un masaje un hombre y afronté la novedad con ciertas expectativas (será duro, enérgico, como a mí me gusta). Y no, lo sentí superficial como sobrevolando la espalda. Siempre te sienta bien un masaje, pero esta vez me defraudó. Eché de menos a mi Rosa de Santiago. Ella es mejor masajista.

A todas estas, yo estoy aquí participando en un curso de verano importante. Con muchos Jefes (hay 4 ó 5 Rectores, muchos Vicerrectores y Decanos, gente importante de la gestión universitaria) y algún que otro indio (uno de ellos, yo). Hoy tuve mi conferencia y fue un éxito. Así que salí más contento que del masaje.

lunes, julio 09, 2007

Morenica y galana.


Los navarros nos reunimos ayer. Unos 30. Tiene gracia cómo, a veces, hay ciertas condiciones invisibles que acaban uniéndote mientras otras coincidencias o factores más visibles y relevantes te separan o te dejan indiferente. Ser navarrico o navarrica imprime carácter, a lo que se ve. Y no queremos renunciar a ello. Además, puede que no tengamos muchas virtudes, pero somos buena gente (eso lo dicen todos). Y es un gusto verse así, de vez en cuando.
Pues eso, nos reunimos en la casa de uno de nosotros. Un santo, el pobre porque aunque se lleva la comida de fuera, la hacemos allí. Así que le llenamos la casa, le bebemos su vino y sus licores, le gastamos las cosas básicas de la cocina, le dejamos todo hecho unos zorros. Y ellos tan contentos.
El menú de estos días no se discute. Unas migas, espárragos, pimientos del piquillo, longaniza (de Zubiri, por supuesto), relleno, morcilla, chorizo picante y ajoarriero. En fin, todo cosas de casa. Y mucho vino rosado (que como insiste Jesús ningún navarro debiera confundir con el clarete, pues el rosado no nace de mezcla alguna sino que se elabora siguiendo un proceso diferente al tinto y de ahí le viene el color).
Seguimos, como no podía ser menos, la más rancia tradición de los Txokos navarros y las mujeres tenían prohibido acercarse a los fuegos. Tampoco protestaron mucho por ello, todo hay que decirlo. Y allí nos empeñamos los más cocinillas (Jesús y yo) en sacar adelante el menú. A mí me correspondió la longaniza y la morcilla. A él las migas. Tarea fácil, esta vez. No se precisa un máster para freír, pero sí una cierta destreza para darle el punto. Quedó bien y me felicitaron (bueno más bien felicitaron las otras a nuestras mujeres por haber sido las que “mejor habían escogido marido”). No estaría mal si fuera cierto…

El caso es que nos lo pasamos muy bien. Bebimos bastante (las botellas de Gran Feudo caían como moscas), cantamos algunas jotas y hasta llegamos a echar un mus. Y gané, por supuesto, aunque a fuer de sincero he de reconocer que no tenía enemigo y fue fácil.

En fin, otro San Fermín más. Un gusto reunirse con gente que no son tus amigos pero que comparten contigo esa condición difusa de la territorialidad. Algo que en nuestro caso está saturado de emociones. Este año llegó una navarrica nueva. Trabaja en la Xunta y no había venido nunca aunque lleva en Santiago más de 10 años. Bueno, pues la pobre, no pudo evitar las lágrimas cuando catábamos la jota de la “morenica y galana”. Y a punto estuvimos de seguirle otros cuantos.
Es difícil de explicar si no se vive.

domingo, julio 08, 2007

¡7 de Julio, San Fermín!


Es nuestro grito de guerra como navarros, aunque este año lo estoy notando un poco menos. Y eso que pensaba estar en Pamplona este fin de semana. Pero no me estoy despertando a tiempo para ver el encierro como dios manda, y eso me tiene preocupado. Antes era como si saltara un resorte interior o me sonara un despertador genético. Debo estar tan estresado que ni lo oigo.
De todas formas, estoy llegando a las repeticiones y eso da para saciar el gusanillo. Fue bonito el encierro del sábado, aunque con tanta gente en el recorrido que asunta. De hecho tuvieron que retrasarlo hasta despejar un poco las calles porque resultaba en exceso peligroso. Los fines de semana es siempre así. El de hoy, domingo, el de los Miuras, ha estado muy interesante. Mucha gente, también. Supongo que eso despista mucho a los toros, con miles de estímulos provenientes de todas direcciones. Y así acaban despistándose como el de hoy que tras una caída se salió de la manada e hizo derrotes a diestro y siniestro. Pudo ser un encierro trágico pero afortunadamente no hubo que lamentar más que heridos sin gravedad. Y eso que en un par de ocasiones, tuvo tan a su merced el toro a su víctima que podría haberla masacrado. Pero, miuras y todo, han sido buenos.

En fin, que estamos en San Fermín. Y, aunque vivirlos en Santiago de Compostela, a 700 kms. de distancia, no es lo mismo, tampoco deja de ser San Fermín. De hecho, dentro de un rato nos iremos a comer juntos todos los navarros de la ciudad. Nuestro amigo Jesús, de Peralta, será el encargado de hacer las migas y a los demás nos tocará echar una mano con la longaniza, las chuleticas de cordero o lo que sea. Comeremos y beberemos a gusto. Cantaremos algunas jotas y recuperaremos recuerdos de nuestros pueblos navarros.

Ahora que Navarra está mucho en la prensa por la historia de las negociaciones con los nacionalistas para constituir gobierno, nosotros viviremos otra Navarra, la que llevamos en el corazón convertida en añoranza. Suele estar medio aletargada durante el año, pero llega San Francisco Javier en Diciembre o San Fermín en Julio y despierta cada año con nuevos bríos. Es lo que tiene vivir fuera de tu tierra. Una cruz que sólo los navarros podemos saber lo que nos pesa.

Pues eso, ¡viva San Fermín!.

jueves, julio 05, 2007

Compoñedores

Galicia es tierra de compoñedores. Son esas personas, normalmente campesinas, dotadas del don de la sensibilidad y que saben recolocarte los huesos o aligerarte los esguinces. Brujos/as los llaman en otras partes, pero es más plástico lo de compoñedores. Pena que entre sus competencias no figure también la de recomponer los desaguisados relacionales. Tendrían mucho trabajo.

¡Qué fácil es meter la pata en estos asuntos de las relaciones y qué difícil arreglar los destrozos! ¡No te vale ni la novena a una santa milagrosa! Y ya puedes pedir perdón o cargarte de penitencias. No te lava ni el agua del río, como se dice en mi tierra. Antes se nos decía que el perdón de algunos pecados importantes quedaba reservado a los obispos. Éste debe ser uno de esos.

Lo peor de todo es cuando te encuentras con gente con una cierta propensión a meteduras de pata. No lo hace con mala uva. Ni se le pasaría por la cabeza hacer daño a nadie. Pero al final, lo hace. “Fue sin querer”, se excusa. Pero no vale. No le aceptan la excusa. Y debe igual hacer el proceso de reparación y sufrir sus consecuencia. Me pasó algo de eso hace unos años jugando al fútbol playa. Yo era consciente de que en los regates y en la recuperación de balones a veces chocaba con el pie de los otros (que les daba una patada, vamos). Siempre pedía perdón. Pero en una de esas, uno de los jugadores vino a por mí y me dio un enorme y alevoso patadón a propósito. Le recriminé violentamente su acción y a punto estuvimos de llegar a las manos. El insistía en que yo jugaba muy sucio y daba muchas patadas. “Yo lo hago sin querer, insistí, y tú has venido a agredirme a propósito. No tiene nada que ver una cosa con otra”. “Me da lo mismo si lo haces a propósito o no, me contestó. Tus patadas duelen lo mismo”. Algo así debe pasar en esta cosa de las relaciones. Incluso aunque lo hagas sin querer, duele lo mismo.

Quienes sufren ese síndrome cuentan que, a veces, sufren ellos mismos más que la persona agraviada. Pero ni siquiera eso disminuye su falta. De nada sirve si, al final, tu error hace sufrir al otro.

Supongo que ha sido el cansancio del final de curso. O quizás la intensidad de los agobios que impone el poner en marcha un Congreso y tratar de que todo vaya bien. O que, al jugar en distancias tan cortas, ese mundo de la comunicación interpersonal tan cruzado de tensiones y expectativas, de patrones convencionales y de momentos espontáneos, se hace especialmente complejo. El caso es que cuando menos lo esperas, cuando menos lo deseas, plaf!, metiste el pie en pleno charco.

Al menos eso es lo que me ha pasado a mí. He llamado a alguien con el nombre de otra persona, no he sido capaz de entender bien las demandas de apoyo que recibía, he dicho cosas que querían ser halagos y han parecido acusaciones, he tomado decisiones (o las he dejado de tomar) que en lugar de mejorar las cosas las han empeorado, y así podría seguir. El caso es que algunas personas han sufrido o están sufriendo innecesariamente. Decir que lo siento suena bien pero no arregla el problema, lo sé. Nadie ha venido, todavía, a darme el patadón alevoso. Pero hasta podría suceder.

Un compoñedor de afectos y relaciones. Eso es lo que me vendría bien.

miércoles, julio 04, 2007

Tristeza


La tristeza es una ocupa. Se te mete dentro y va ocupando espacios, cada vez más amplios, cada vez más íntimos. Es como esa niebla húmeda que te cala los músculos y los huesos y te deja aterido, sin fuerzas.

La tristeza es un narcótico. No es sólo que se te instale en casa. Te produce como un atontamiento general. Es como uno de esos torbellinos que van conduciéndolo todo al mismo sumidero. Todo tu pensamiento se centra en una idea y no eres capaz de salir de ella. Tiene el efecto de un tantra obsesivo de esos del hare crisna. Le das vuelta y más vueltas a la misma cosa. Pero por muchas vueltas que le des no consigues verla de otra manera. Con lo cual, tu pensamiento se hace circular, se autorefuerza, se minimaliza.

La tristeza es un coñazo. Te convierte en una cruz para los demás. Les obligas a entrar en tu obsesión, en tu decaimiento. Tienen que soportar tus demandas. Y si lo tuyo va de tristeza quejosa resulta, además, cargante. Por eso vas notando como los demás miran hacia otro lado. Es su instinto de conservación. Si la tristeza es victimaria, tampoco resulta plato de gusto para quienes te rodean. Sentirse la víctima de todo el mundo es cómodo y tranquilizador. Te lleva a buscar las soluciones fuera de ti. Esa tristeza está cargada de exigencias y, a veces, de reproches. Exige una solidaridad sin contrapartidas. Lo dicho, un coñazo.

Hay también una tristeza cachonda. Pero es como el buen caviar, muy escasa y muy cara. Saberse reír de sí mismo y de lo que te pasa es estar a otro nivel. Algunas tristezas nacidas de la enfermedad o la desgracia no permiten el cachondeo pero sí una mirada socarrona sobre uno mismo. Otras tristezas más mundanas (de celos, de minifracasos, de conflictos previsibles, de insatisfacciones) piden algo de cintura y mucha desdramatización. A veces duele. Pero es como cuando te revientan un grano de pus. No es nada el dolorcillo que provoca frente a la satisfacción que viene después.

Y, ¿a qué viene todo esto? Es mi gimnasia matutina. Estoy intentando liar a mi propia tristeza, a ver si a base de rollos la aburro y me deja en paz.

domingo, julio 01, 2007

Poio-2


La parte visible de Poio es fácil de describir. Ya lo he hecho en la entrada anterior. Pero Poio tiene otras caras menos visibles. Al final es una obra humana, hecha por hombres y mujeres, cada uno de los cuales acudimos a ese encuentro con nuestra particular valija personal de expectativas y temores. Y después de tantos años, Poio tiene también una historia. Una larga vida de emociones y encuentros. Con muchos cruces, pero no en el sentido religioso de la cruz, sino en el geométrico de líneas de vida que se aproximan y se alejan. El pasado de 20 años de este Poio y el deseode recuperar su historia han tenido su impacto innegable y, en este caso, un impacto casi visible. Por eso, contar Poio como lo he hecho en la entrada anterior resulta demasiado descarnado y frío. Puede servir para la prensa pero no para quien lo haya vivido de forma plena.
Posiblemente, eso que convierte a Poio en algo especial (muy emotivo) para los que asisten, no sea otra cosa que el hecho de que todo allí rezuma mucha emocionalidad. Se siente entre la gente de la organización, en nuestro trato con los que vienen con una cierta constancia, en la proximidad con que tratamos a la gente. Yo no soy gallego y, por tanto, no puedo atribuirme esa cualidad. Pero sí he podido disfrutarla desde hace casi 40 años. Los gallegos (y las gallegas, sobre todo) son extremadamente cordiales y cariñosos. Tiernos, incluso. Y saben llenar el ambiente de ese tono amistoso y de disponibilidad que los hace muy atractivos. Yo creo que Poio no sería lo mismo en cualquier otro sitio de España.

Un contexto así de emotivo es un caldo de cultivo imparable de tensiones emotivas. Si a eso unimos las muchas historias que se entrecruzan en 20 años de vida, los cambios que la vida nos ha ido obligando a asumir (incluyendo el hecho de que, al menos los pioneros, ya tenemos 20 años más, obviamente), la aparición de nuevas gentes y visiones de las cosas, uno no puede sino sentirse embargado de emociones encontradas. Creo que eso nos ha pasado a bastantes personas durante estos días. Unos lo han exteriorizado más, otros lo han debido vivir más en su interior sin dejar que se vea.

Yo he sido, desde luego, uno de los que ha vivido estos días con una intensidad emocional que me ha dejado agotado. Para mí comenzó mal el Congreso, pues coincidió la inauguración con el internamiento de mi padre en el hospital. Eso me ha traído de cabeza durante todos estos días. Lo internaron porque respiraba mal y se le encharcaban los pulmones. Y quizás por contagio, eso mismo me ha pasado a mí. He vivido Poio con el corazón encharcado de angustia. Angustia que resurgía a cualquier movimiento (fuera llamada de teléfono, fuera discusión con alguien, fuera error que cometía o situación que no supiera manejar). No sé si estas cosas se deban decir o no, pero he llorado mucho durante este Poio. La distancia y el desconocimiento hace que uno viva los problemas de una forma muy saturada de temores y agobios. Pero tengo que decir, también, que todo el mundo me hizo sentir su apoyo de forma muy patente. Había mucha gente preocupada por mí. Fue una sensación extraña. Estoy más acostumbrado a ayudar que a dejarme ayudar. Pero, la verdad, para bien o para mal, la gente me sintió como muy vulnerable y tejió toda una red de apoyos (unos visibles y otros invisibles) que me han llevado como en volandas durante estos días.

Emociones y angustias no suelen combinar bien. Y esa ha sido otra fuente de agobios estos días. Los 20 años de vida del Congreso han sido también 20 años de vida en el grupo que lo pusimos en marcha. Muchas cosas han cambiado desde entonces en nosotros. La vida y las relaciones tienen eso, que se mueven en ciclos de mayor y menos intensidad, de mayor y mejor proximidad. Cualquier celebración de aniversario va a venir, por tanto, cargada de nostalgia, de recuerdos, de proyectos y expectativas (unas cumplidas y otras no). En algunos casos quisiéramos que todo siguiera igual, en otros que todo hubiera cambiado. De algunos cambios te alegras, de otros te entristeces. En todo caso, quedarse mirando al pasado no ayuda. Y te agota emocionalmente.

Aunque por edad y carácter tengo cierta tendencia a mirar al pasado y a regodearme en los recuerdos (en los buenos, los malos tienden a difuminarse con el tiempo). Sin embargo, lo que más me gusta del Poio actual es que se ha rejuvenecido. Seguimos los iniciadores pero ya tenemos a mucha gente nueva que llega con toda su energía. No les está siendo fácil integrarse, es verdad, porque los más antiguos nos sentimos “padres” de la criatura y comprometidos en su crianza. Eso nos hace sentirnos celosos de nuestros propios derechos adquiridos. Yo el primero. Y ya decía en la otra entrada al blog que quizás haya llegado la hora de ceder el protagonismo a otras personas. Este contraste de generaciones es una fuente constante de posibles conflictos, pero mi esperanza es que, al irlos resolviendo, eso nos sirva también para crecer y fortalecernos. Y además, conflictos aparte, seguimos siendo un equipo hermoso de personas con gran capacidad de entusiasmo y sacrificio personal. El día que eso nos falte, Poio será imposible.

Bueno, pensé que me saldría un texto bastante depresivo. Este Poio fue demasiado duro para mí. Tuvo momentos geniales y otros dramáticos. Pero todos muy intensos. El último día tuve que escaparme al Monasterio de Armenteira para ver si allí, en medio del monte, me relajaba un poco. Al acabar la sesión de clausura tuve claro que quizás debiera retirarme yo de Poio porque me desbordaba. Así que mi regreso a casa fue bastante deprimente y con mucha tensión interior. Tenía la impresión de haber hecho muchas cosas mal esos días y de estar en el centro de la mayor parte de los conflictos que se habían generado y de la insatisfacción que algunos sentían. También por eso quería escribir algo más personal sobre Poio. Pero parece que el paso de las horas va mitigando la desazón y, afortunadamente, los buenos recuerdos y sensaciones van ganando la batalla a los malos. Y aún queda un año para decidir qué será del próximo Poio. Porque haberlo, lo habrá.

Poio 2007


Estoy con una sobrecarga de trabajo que no es fácil de contar. Pero, incluso así, no quisiera que fueran pasando los días y se fueran enfriando las emociones de este Poio. Como hace algunos meses que he dejado de escribir mi diario, necesito de este espacio del blog para intentar reelaborar lo vivido en estos días. Claro que aquí, espacio público al fin y al cabo, todo debe ser más controlado y más Light. Pero, aún así, quisiera hablar de Poio.

Bueno, Poio es un Congreso que organizamos bianualmente desde hace 20 años. Dicen que es mi criatura y yo lo vivo así, la verdad. Nació de una de esas locuras que me dan a veces. Logré seducir a la gente que trabajaba conmigo (hay que ver qué capacidad tenía entonces para entusiasmar a implicarse en aventuras a los que me rodeaban y cómo la he ido perdiendo) y pusimos en marcha estos symposium. No éramos nadie, entonces, en el contexto nacional y nos hemos convertido en el referente básico sobre el tema de las prácticas. Eso de sentirlo algo tuyo resulta gratificante, pero a la vez también te llena de preocupación. A veces pienso si no seré yo mismo una cortapisa para que este Congreso crezca y dé un salto hacia delante. Durante estos días, he sentido muchas veces que quizás debiera dejarlo en otras manos, que eso le daría otro aire y lo oxigenaría. Si ya ha cumplido 20 años quizás sea el momento de dejarlo más libre del pasado y permitirle que se vaya abriendo a otros horizontes. No lo sé. Ahora tenemos dos años por delante para planteárnoslo.

Poio tiene una temática monográfica centrada en el PRACTICUM, esto es, las PRACTICAS preprofesionales que hacen los estudiantes universitarios fuera de la universidad. Nuestra persistencia en esa temática y las particulares condiciones tanto científicas como humanas en que se desenvuelve el Congreso hacen que Poio se haya hecho importante. Hoy se cita a Poio en planes de estudio y en tesis doctorales. Resulta difícil que alguien implicado en el PRACTICUM no haya oído hablar o no haya manejado materiales de Poio. Creo que hemos hecho un trabajo importante en estos 20 años.

Una de esa peculiaridades es que lo hacemos en el Monasterio de Poio, en Pontevedra. Y eso crea un clima bastante especial: pasamos todos juntos tres días en un ambiente muy relajado y amistoso. Eso ha hecho que sean muchos los que repiten convocatoria tras convocatoria. Y que los que acuden por primera vez se queden asombrados del clima de afecto y familiaridad en que se desenvuelve todo el trabajo. Esa ha sido una de mis sorpresas de este año. Mucha gente que no conocía se me ha acercado para decirme lo bien que se sentía, lo mucho que le estaba gustando estar en el Congreso. Eran mensajes que tenían menos que ver con lo académico (con las ponencias y comunicaciones, que de todas formas también valoraban muy positivamente) y mucho más que ver con sentimientos y afectos. Un economista (decano de su Facultad) me decía: “oye aunque hubiera que pagar 300 € más estaría encantado de hacerlo por lo bien que me estoy sintiendo y lo mucho que estoy aprendiendo con vosotros”.

Poio cumplía en esta convocatoria sus 20 años. Eso también nos ha afectado mucho. Quizás nos ha hecho más sensibles y afectuosos. El equipo de la organización, me refiero. Pero, a la vez, ha sido fuente de no pocos desencuentros.

Otra característica de Poio es que combinamos bastante bien las palizas científicas con momentos de descarga lúdica. Los días se llenan de recepciones con sus vinos y viandas varias. Y cuando la gente sale del Monasterio, acaba encontrándose de nuevo en Combarro, Sanjenjo o Pontevedra con la gente del Congreso. Al final, se quiera o no, van surgiendo nuevas amistades en torno al practicum.

Y, por lo general, todo está bastante bien organizado. Los años también cuentan en eso y ya hemos ido cogiendo experiencia. Hay una especie de especialización en la gente del equipo y, aunque con mucho esfuerzo, al final las cosas acaban funcionando y muy bien. Tampoco faltan los errores, pero eso nos hace más humanos. O eso es lo que yo pretendo hacer ver. Siempre insisto al inicio del Congreso que Poio es un evento artesano y que eso lo hace menos efectista (no tenemos azafatas de uniforme, ni grandes recursos tecnológicos) pero más humano. Hace que se note más el esfuerzo de la organización porque todo salga bien. Y yo creo que nos lo agradecen.

Pues dicho eso, creo que la experiencia de este año ha sido muy importante. Es la vez que hemos tenido a más gente matriculada, gente de más carreras distintas, más comunicaciones, etc. Hemos intentado darle un aire más internacional trayendo a primeros espadas como Philippe Perrenoud, de Ginebra y Ken Bain, de Nueva York. Y creo que los nacionales (Dino Salinas de Valencia y yo mismo) tampoco hemos desmerecido. Ha habido comunicaciones muy interesantes (otras, algo menos) y las dos Mesas Redondas fueron magníficas.

Y si algo caracteriza a Poio es su parte lúdica. Pese a estar en un Monasterio nunca olvidamos ese componente. Y la gente es de las cosas que más valora de su estancia aquí. Este año, tuvimos un viaje en barco por la ría de Pontevedra con la consabida degustación de mejillones y vino gallego. Y después cena en el náutico de Pontevedra (un privilegio) con la enorme catarsis de un baile intenso y envolvente (qué bonito ver participar en el a casi el 100% de los asistentes a la cena) hasta las 3 de la mañana. Todo el mundo estaba en la pista y disfrutando. Y a sabiendas que eso no les iba a eximir de tener que estar a las 9 de la mañana en el salón de Actos escuchando a Ken Bain.

En fin, otro Poio más. Este muy especial por muchas razones. La gente de la organización hemos quedado todos un poco tocados. Demasiadas emociones condensadas. Tanta historia por detrás tiene eso. Pero ha salido todo razonablemente bien. Nos mereceríamos un buen premio. La cosa es a quién se lo pedimos.