jueves, julio 05, 2007

Compoñedores

Galicia es tierra de compoñedores. Son esas personas, normalmente campesinas, dotadas del don de la sensibilidad y que saben recolocarte los huesos o aligerarte los esguinces. Brujos/as los llaman en otras partes, pero es más plástico lo de compoñedores. Pena que entre sus competencias no figure también la de recomponer los desaguisados relacionales. Tendrían mucho trabajo.

¡Qué fácil es meter la pata en estos asuntos de las relaciones y qué difícil arreglar los destrozos! ¡No te vale ni la novena a una santa milagrosa! Y ya puedes pedir perdón o cargarte de penitencias. No te lava ni el agua del río, como se dice en mi tierra. Antes se nos decía que el perdón de algunos pecados importantes quedaba reservado a los obispos. Éste debe ser uno de esos.

Lo peor de todo es cuando te encuentras con gente con una cierta propensión a meteduras de pata. No lo hace con mala uva. Ni se le pasaría por la cabeza hacer daño a nadie. Pero al final, lo hace. “Fue sin querer”, se excusa. Pero no vale. No le aceptan la excusa. Y debe igual hacer el proceso de reparación y sufrir sus consecuencia. Me pasó algo de eso hace unos años jugando al fútbol playa. Yo era consciente de que en los regates y en la recuperación de balones a veces chocaba con el pie de los otros (que les daba una patada, vamos). Siempre pedía perdón. Pero en una de esas, uno de los jugadores vino a por mí y me dio un enorme y alevoso patadón a propósito. Le recriminé violentamente su acción y a punto estuvimos de llegar a las manos. El insistía en que yo jugaba muy sucio y daba muchas patadas. “Yo lo hago sin querer, insistí, y tú has venido a agredirme a propósito. No tiene nada que ver una cosa con otra”. “Me da lo mismo si lo haces a propósito o no, me contestó. Tus patadas duelen lo mismo”. Algo así debe pasar en esta cosa de las relaciones. Incluso aunque lo hagas sin querer, duele lo mismo.

Quienes sufren ese síndrome cuentan que, a veces, sufren ellos mismos más que la persona agraviada. Pero ni siquiera eso disminuye su falta. De nada sirve si, al final, tu error hace sufrir al otro.

Supongo que ha sido el cansancio del final de curso. O quizás la intensidad de los agobios que impone el poner en marcha un Congreso y tratar de que todo vaya bien. O que, al jugar en distancias tan cortas, ese mundo de la comunicación interpersonal tan cruzado de tensiones y expectativas, de patrones convencionales y de momentos espontáneos, se hace especialmente complejo. El caso es que cuando menos lo esperas, cuando menos lo deseas, plaf!, metiste el pie en pleno charco.

Al menos eso es lo que me ha pasado a mí. He llamado a alguien con el nombre de otra persona, no he sido capaz de entender bien las demandas de apoyo que recibía, he dicho cosas que querían ser halagos y han parecido acusaciones, he tomado decisiones (o las he dejado de tomar) que en lugar de mejorar las cosas las han empeorado, y así podría seguir. El caso es que algunas personas han sufrido o están sufriendo innecesariamente. Decir que lo siento suena bien pero no arregla el problema, lo sé. Nadie ha venido, todavía, a darme el patadón alevoso. Pero hasta podría suceder.

Un compoñedor de afectos y relaciones. Eso es lo que me vendría bien.

No hay comentarios: