lunes, julio 09, 2007

Morenica y galana.


Los navarros nos reunimos ayer. Unos 30. Tiene gracia cómo, a veces, hay ciertas condiciones invisibles que acaban uniéndote mientras otras coincidencias o factores más visibles y relevantes te separan o te dejan indiferente. Ser navarrico o navarrica imprime carácter, a lo que se ve. Y no queremos renunciar a ello. Además, puede que no tengamos muchas virtudes, pero somos buena gente (eso lo dicen todos). Y es un gusto verse así, de vez en cuando.
Pues eso, nos reunimos en la casa de uno de nosotros. Un santo, el pobre porque aunque se lleva la comida de fuera, la hacemos allí. Así que le llenamos la casa, le bebemos su vino y sus licores, le gastamos las cosas básicas de la cocina, le dejamos todo hecho unos zorros. Y ellos tan contentos.
El menú de estos días no se discute. Unas migas, espárragos, pimientos del piquillo, longaniza (de Zubiri, por supuesto), relleno, morcilla, chorizo picante y ajoarriero. En fin, todo cosas de casa. Y mucho vino rosado (que como insiste Jesús ningún navarro debiera confundir con el clarete, pues el rosado no nace de mezcla alguna sino que se elabora siguiendo un proceso diferente al tinto y de ahí le viene el color).
Seguimos, como no podía ser menos, la más rancia tradición de los Txokos navarros y las mujeres tenían prohibido acercarse a los fuegos. Tampoco protestaron mucho por ello, todo hay que decirlo. Y allí nos empeñamos los más cocinillas (Jesús y yo) en sacar adelante el menú. A mí me correspondió la longaniza y la morcilla. A él las migas. Tarea fácil, esta vez. No se precisa un máster para freír, pero sí una cierta destreza para darle el punto. Quedó bien y me felicitaron (bueno más bien felicitaron las otras a nuestras mujeres por haber sido las que “mejor habían escogido marido”). No estaría mal si fuera cierto…

El caso es que nos lo pasamos muy bien. Bebimos bastante (las botellas de Gran Feudo caían como moscas), cantamos algunas jotas y hasta llegamos a echar un mus. Y gané, por supuesto, aunque a fuer de sincero he de reconocer que no tenía enemigo y fue fácil.

En fin, otro San Fermín más. Un gusto reunirse con gente que no son tus amigos pero que comparten contigo esa condición difusa de la territorialidad. Algo que en nuestro caso está saturado de emociones. Este año llegó una navarrica nueva. Trabaja en la Xunta y no había venido nunca aunque lleva en Santiago más de 10 años. Bueno, pues la pobre, no pudo evitar las lágrimas cuando catábamos la jota de la “morenica y galana”. Y a punto estuvimos de seguirle otros cuantos.
Es difícil de explicar si no se vive.

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