lunes, diciembre 20, 2010

Biutiful.


Es duro asistir a películas como ésta. Bardem está increíble. Probablemente, rozando la sobre-interpretación pero es que le da tal hondura a los sentimientos y situaciones por las que pasa que te desborda. Dice uno de los críticos cinematográficos que la película noquea. Eso es exactamente lo que yo he sentido. Sales noqueado con tantos frentes abiertos: los chinos, la esposa, los hijos, la propia enfermedad.
La película se acaba de estrenar. La dirige Alejandro González Iñárritu, el mismo de Babel, 21 gramos o de Amores Perros. Así que cuenta con un buen expediente, aunque esta vez le faltaba su guionista habitual, Arriaga, con el que parece que ha roto. Quizás los muy especialistas lo noten, pero la verdad es que, con su nuevo equipo, ha conseguido una película maestra. Probablemente porque Bardem hace un papel insuperable (premio de Cannes al mejor actor). Te mantiene en vilo, en un tono cansino, eso sí, durante las dos horas y media que dura la película. Prefiero, desde luego, la películas que transmiten felicidad, esas de las que las que sales del cine desbordante de endorfinas, pero aunque ésta sea todo lo contrario, he de reconocer que es una gran película. Inmensa y preocupante, con una fotografía y una música de gran cine.
La historia se hace un tanto confusa por querer abordar tantos temas. Parece claro que el director quiere hacer una película de denuncia social. Pero le hubiera bastado con un aspecto. Se hace pretencioso querer afrontarlos todos: desde la inmigración y el subempleo a la corrupción policial, desde la pobreza a la violencia, desde la homosexualidad a la infidelidad, desde los propios problemas de salud a la debilidad psiquiátrica de la esposa, desde su amor de esposo contrariado a un amor paterno sin fisuras. Demasiados temas, excesiva angustia, mucha emoción. Él (Javier Bardem) es un hombre separado, padre de dos hijos a los que adora y a los que trata de educar lo mejor que sus condiciones le permiten. Su esposa es una enferma bipolar que se dedica a la prostitución y por eso perdió la patria potestad. Sólo que, la pobre, desearía volver. El padre sobrevive con pagos que le van haciendo diversas mafias chinas por mediar ante la policía (corrupta en este caso) y ante los empleadores (también corruptos). Sin embargo, su posición en todos esos frentes es bastante honesta y va haciendo todo lo que él es capaz. Eso no evita que las cosas se le tuerzan y que sus buenas intenciones se conviertan en causa de una enorme catástrofe. Y, a todas estas, Barcelona, la Barcelona cutre de la inmigración y los abusos policiales, esta muy bien retratada. Aunque duela.
La historia de Bardem es, así, una biografía intensa y con los colores ocres del sufrimiento. Apenas hay sonrisas en la película. No te dan respiro. Y la muerte, tema básico de Iñárritu, siempre rondando. Es cine de Viernes más que de Domingo. No estoy seguro de que se disfrute viéndola, pero con seguridad sales tan aporreado de temas duros que no puedes por menos que reconocer que has visto una gran película. De las que no se olvidan.

sábado, diciembre 18, 2010

Ciruelica. Inés y la alegría



Que Almudena Grandes es una gran novelista resulta una obviedad después de haber leído Malena tiene nombre de tango o Atlas de Geografía humana o Corazón helado o las Edades de Lulú. Pero su categoría se eleva a cumbres de maestría con el proyecto que acaba de iniciar de los “episodios de una guerra interminable”, emulando a Galdós (que según confiesa es su autor de culto). Si todas las novelas que seguirán (5 más, según nos anuncia) son como Inés y la alegría, no me cabe ninguna duda de que nuestros nietos estudiarán su nombre y sus obras en sus clases de literatura española contemporánea.
Creo que poco más tengo que decir para dejar claro que me ha encantado. Me ha emocionado, a veces, hasta las lágrimas; me ha sorprendido; me ha instruido sobre un episodio, la invasión del valle de Arán, del que jamás había oído hablar y me ha llamado la atención con ese tantico de morbo que implica el introducir en la narración nombres bien conocidos del panorama político español como Santiago Carrillo, La Pasionaria, la familia de Franco y algunos de sus militares, etc. Tampoco sabía nada de mi paisano Jesús Monzón, a lo que se ve un importante líder del partido comunista en la posguerra. Además ella, la autora, es capaz de darle a todo un hálito de realismo que uno sigue la novela como si estuviera leyendo un libro de historia.
De todas formas, la protagonista absoluta de la historia es Inés. Es ella la que te emociona, la que te mete en su mundo, en sus ansias, en su cuerpo. Hay que reconocer que Almudena Grandes borda los personajes femeninos. Los radiografía, los analiza, los interpreta, les deja ser lo que son. Sobre todo a las protagonistas. Hay otras muchas mujeres en la historia, pero ellas son del montón, no destacan, las ves deambular por la historia como si fueran tu vecina del 2º. Incluso, aunque en la historia jueguen un papel relevante o aunque la autora se esfuerce por insistir en que se trata de alguien especial, importante. Eso le ha pasado con la Pasionaria. Durante toda la novela se empeña en que sintamos que es un personaje clave, una mujer excepcional, alguien a quien deberíamos adorar. Pero no lo consigue. Mi hipótesis es que ella misma, la autora, no siente eso, no se identifica con ella. Incluso, acaba crucificándola en la parte final cuando ella rompe con su amante joven y se comporta como una vulgar resentida que busca venganza. Pero con Inés no pasa eso. A ella la mima, la enaltece, la hace ascender a cumbres gloriosas de expresividad y exaltación y la deja caer a abismos negros de amargura. Y eso es lo que emociona porque te identificas con ella, amas sus amores y sufres sus desconciertos. Además, la vincula a la cocina (excelente truco de los novelistas actuales), con lo que consigue que nuestra adhesión no sea sólo intelectual o emocional, sino también culinaria y hedonista, llena de los sabores y nostalgias que siempre trae consigo el paladar.
No es difícil sentirse en su piel entusiasta. Seguirla cuando se aparta ideológicamente de su hermano falangista, cuando sufre con su internamiento en un convento, cuando padece en silencio el acoso cruel de un militar ante el silencio de sus familiares que debieran protegerla, cuando lo deja todo para incorporarse al frente y colaborar, cuando se enamora y se entrega en cuerpo y alma a su ídolo, cuando se ve traicionada y en sospecha por todos, cuando recuperar el honor perdido, etc.. En fin, es una historia intensa y rica en episodios que te mantiene en vilo y da mucho en qué pensar.
La historia es grande y hermosa. Hay que ver lo que se puede sacar de unos cuantos días de invasión light. Almudena Grandes sabe darle una estructura muy particular a cada tema. Cada capítulo tiene una secuencia interna muy origina y envolvente. Primero te mete en un momento intenso de la historia y luego regresa a momentos anteriores para desenvolver el cómo se llegó hasta allí. Por su parte cada capítulo se escribe desde la perspectiva de uno de los protagonistas. Es interesante ver el juego de percepciones de cada uno de ellos. Las mismas cosas, los mismos hechos vistos desde la perspectiva de él y la de ella. Un juego de matices muy sabrosos.
Pero curiosamente, lo que me llegó al corazón, fue el “ciruelica” cariñoso con el que Monzón trataba de reconquistar a uno de sus amores. Una expresión tan navarra, tan sentimental, tan delicada, tan llena de vivencias. Tan redonda y eufónica (porque mira que suena linda: “ciruelica”). Ciruelica. Es precioso. Era listo Monzón. Las cosas no le fueron bien, pero no es de extrañar que con expresiones así lograra conquistarlas. ¡Cuánto nos queda por aprender a algunos!

jueves, diciembre 16, 2010

Te presento a Laura.

A veces pasan cosas así. Entras con dudas en el cine porque no te suena la película que has escogido y, sin embargo, sales encantado. Claro que otras veces sucede lo contrario. Ayer, sin ir más lejos, pude ver en la cinemateca nacional del DF, una que se supone era una excelente opera prima de Jorge Michel Grau, “Somos lo que hay”. Película mexicana del 2010, ha recibido muchos premios, incluido alguno de la mejor película y mejor guión en algún festival. Horrorosa, cruel hasta la náusea, sádica. La historia de una familia, supuestamente caníbales, pero más que nada asesinos. Allí muere hasta el apuntador y varios de la primera fila. De esas cosas que la gente veía en los años 70, para embadurnarse de morbo después de tanta prohibición. En fin, afortunadamente no he tenido pesadillas esta noche, pero será lo último que vea de este director.
Todo lo contrario de Te presento a Laura, una película también mejicana y recién estrenada pero con actores de toda Latinoamérica. Tiene ese toque particular del cine argentino en el desparpajo, en la riqueza del guión, en los caracteres de los personajes. Pero sobre todo es atractiva porque es todo un canto a la vida, a las relaciones interpersonales, a la empatía y al humor, por encima de cualquier tipo de problema.
La historia que cuenta no es que sea muy original (en el fondo es un remake de la película de Jack Nikolson y Morgan Freeman, Ahora o nunca, en la que dos viejetes al borde de la muerte se plantean cumplir algunos de los sueños que habían ido quedando rezagados ante otras urgencias de la vida). Eso es lo que hace Martha Higareda, directora, guionista, productora y protagonista del film que comento. Me suele dar miedo cuando la misma persona lo hace todo, pero en este caso funcionó bien.
En la historia, Laura, la protagonista pasó por un incidente trágico, en el que murió su hermano pequeño. Y eso le hizo renunciar a vivir para poder ayudar a otros niños. Morir a fecha fija para poder cobrar el seguro que entregaría a una fundación de ayuda a niños con cáncer. Su problema es qué hará hasta que llegue esa fecha. Y, después de algunas peripecias divertidísimas, decide hacerse una lista con cosas que debe hacer antes de morir. La película comienza con una frase bien conocida (“La vida es eso que pasa mientras estamos ocupados en otras cosas”) y ella quiere no sé si evitar ese riesgo o hundirse en él para evitar que sus últimos días se le hagan imposibles de soportar. Pero hay tanta vida en ella que, a medida que van pasando los días y aumentando sus cruces en el calendario, se le nota esa sensación de angustia. Vivir la vida acaba siendo su mejor moraleja. Y sales de la sala con esa voluntad.
Ella, Laura, es cautivadora. Esa mezcla de desesperación, energía, sensibilidad la lleva a embarcarse en situaciones chocantes pero siempre resueltas en clave de humor. Te hace reír y sentirte feliz. Es fácil enamorarse de ella. De hecho, ése es el comentario más frecuente de quienes escriben en Internet tras haber visto la película, que resulta adorable, entrañable, atractiva como un imán difícil de resistir. Una medicina para diletantes y desesperados de la vida.
Merece la pena verla. Es como una taza de chocolate. Desarrolla las endorfinas.

viernes, diciembre 10, 2010

Nadando con delfines


Era una de las ofertas que te hacen en estos macro hoteles. Y la que más te entra por los ojos por su belleza y sus posibilidades. Así que se convirtió en uno de nuestros objetivos en esta semana de relax. Y ayer, como de carambola, nos encontramos frente al delfinario. Así que no lo dudamos y, aunque eso significaba abandonar durante una hora a nuestros amigos cubanos en la terraza de una cafetería, nos fuimos con los delfines.
Como es un monopolio de una empresa americana, abusan un poco en el costo pero, pese a todo, merece la pena. Te preparas para el agua, ellos te preparan para saber cómo tratarlos y comienza la fiesta. Una auténtica fiesta.
Los delfines son un capricho de la naturaleza en el reino animal. Perfectos en sus hechuras, en su textura, en sus movimientos, en su sensibilidad, en su gracia. No me extraña que sean unos terapeutas magníficos. Te lo pasas fantástico con ellos porque es un placer que te recorre todo entero, el movimiento, el tacto, la mirada, la comunicación, el juego. Ellos cantan contigo, aplauden, te tiran agua, te besan, se dejan acariciar, te ponen ojitos, te pasan por encima, por debajo, te hacen girar empujándote por una mano, se colocan de forma admirable, cada uno a un lado, para que puedas agarrarles de la aleta superior y arrastrarte. Te empujan por los pies para arrastrarte a velocidad hacia adelante hasta que te pongas de pie sobre el agua en pleno clímax de placer. En fin, una gozada de esas que te dejan un recuerdo imborrable. Además tuvimos la suerte de que estuvimos solos los dos. Normalmente son grupos de 4 ó 6 personas. Pero no había nadie más y tuvimos a la pareja de delfines para nosotros solos.
Lo pasas bien tú mientras estás con ellos y disfrutas también cuando ves a otras personas haciendo lo que tú hacías. Sobre todo a los niños. Les ves una cara de alegría, de complicidad con el animal que es fácil de identificar con la que tú mismo has sentido.

Para que la cosa no se quede sólo en emociones, el entrenador de los delfines se empeña en incluir una clase de biología de los delfines. Te explica su anatomía, su estilo de vida, su evolución. Y la verdad hay cosas que te sorprenden. Por ejemplo que cambian de piel cada dos horas. Por eso tienen esa piel tan lisita y siempre tersa que gusta acariciar. Ves cómo son sus dientes (al fin son mamíferos) y cómo los usan para mamar de pequeñitos. Incluso puedes meterles la mano en la boca, no sin cierta prevención porque sus dientes tienen una pinta bastante agresiva. Te admiras de lo diminuto de su oído, un orificio microscópico que apenas puedes ver. Y sin embargo tienen, o eso decía su entrenador, diez veces mayor sensibilidad acústica que los humanos. En fin, que también tuvimos nuestra lección de anatomía delfinaria.
Pues qué decir. Eso, que te quedas con una satisfacción inmensa, con esa felicidad que son capaces de transmitirte los animales cuando son tan sensibles y cariñosos como los delfines. ¡Una pasada!







martes, diciembre 07, 2010

¿De trabajo o de vacaciones?

La pregunta típica. Aquí menos, claro. Pero, claro, a quién le dices, sin sonrojarte que estás en Cancún por motivo de trabajo. Yo debía decir eso, pero la verdad no me atrevo.
La vida en el hotel es tranquila. Y larga. Hay que ver qué largos se hacen los días cuando no haces nada. Nada urgente, me refiero. Tras la maratón de furgoneta de ayer, hoy toca descansar, por supuesto. Pero, así y todo, te despiertas pronto (antes que en España) y te vas a desayunar con tranquilidad y luego… Algunos a la piscina y este menda al lobby con su ordenador, aunque sirve de poco pues aunque te lo prometen, no funciona Internet. Total, que estamos desconectados y sin posibilidades de responder a las cuestiones que se hayan ido planteando estos días. Por la tarde me acercaré a un ciber a ver si desde allí consigo ponerme al día.
Y menos mal. Acabo de ver a un grupo de españoles cariacontecidos, presionando a uno de los operadores que representan aquí a las compañías y que se ubican cada mañana en el lobby. Resulta que debían haber regresado a España el sábado pasado (estamos a lunes) pero como los cabrones de los controladores cerraron el espacio aéreo, los dejaron aquí. Y aquí siguen sin saber cuándo podrán regresar. Bueno, les he dicho, mejor aquí que en otra parte, no? Pero no les ha hecho gracia. Supongo que cada uno tenía sus planes y esta alteración se los ha roto. Se les ve jodidos, aunque ahora han venido otros que han dado un grito de alegría cuando les han dicho que aún no regresan. De todo hay en la viña del señor.
De todas formas hace un día estupendo, así que voy a mandar al carajo el ordenador y la evaluación de competencias y me marcho a buscar a mi propia para ver si tomamos la terrible decisión si piscina o playa. Creo que será playa.
Esta tarde llegan los colegas mexicanos que han organizado el curso. Calculo que cuando lleguen las cosas cambiarán un poco. Espero que para mejor, aunque tampoco será fácil mejorar este relajo.

Cancún y alrededores.

Esto no es Cancún, nos advirtió el guía. Ustedes dicen Cancún pero esto es Playa del Carmen. Bueno, creo que la diferencia no es tan importante. Estamos a 68 kms. de Cancún y, según dicen, esta es la parte bonita de la península de Yucatán.
El hotel (¿lo dije ya?) es magnífico. Podía ser mejor. Los hay mejores (justo enfrente tenemos uno de la misma cadena, el Riu Palace, que debe ser la leche: por supuesto nosotros no podemos entrar en él, ni gozamos de los mismos privilegios de que gozan ellos. Ayer, me acerqué a un chiringuito de la playa pidiéndoles un jugo de frutas que tenía buena pinta pero cuando vieron mi brazalete me dijeron que yo no podía pedirlo, que era exclusivo para los del Palace). Bueno, de todas formas éste, el Riu Tequila, está más que bien. Además a caballo regalado no se le puede mirar el diente, ¿no?, pues eso. Encantados.
Hoy hemos acabado el día en un restaurante asiático dentro del hotel (además del general tienen otros tres a los que tienes opción de ir una sola vez durante tu estancia). Magnífico. Nos pusimos las botas. Lo que no estuve mal después del día de locura que hemos pasado. Bueno, me refiero a la excursión de día completo que te deja muerto.
Nos fuimos a Chichenitza que en los mapas parece cerca pero metidos en la furgoneta se ha hecho eterno: salida a las 7,30 de la mañana y regreso a las 8 de la tarde. Al principio lo llevas bien, pero a medida que van pasando las horas, la cosa se pone fastidiosa. Chichen Itza está bien, pero te llama menos la atención cuando ya has visto otras pirámides y espacios Mayas. De todas formas era lo que más ansiaba ver de esta zona, así que un objetivo cumplido. Me he quedado profundamente impresionado de la grandeza de aquel pueblo. Y de su crueldad. Algo deberían hacer los historiadores para mejorar la imagen de los Mayas, porque todo lo que te cuentan de ellos son muertes y sacrificios. Hoy fue un día terrible en ese sentido. El campo del juego de pelota es impresionante. Pero lo es mucho más cuando te explican que jugaban siete contra siete y que el equipo perdedor (o quizás el ganador no supieron decirlo) era decapitado en honor a los dioses. Vaya. Allí sí que tenían importancia los árbitros. Pues nada, te colaban un gol y estabas jodido.
Pero, luego, todo lo que hemos ido viendo era de lo mismo. Lugares para sacrificar personas. Les cortaban las cabezas y luego las ponían sobre un palo como se ve en la fotografía. Un mueo de los horrores. Incluso los cenotes, unos huecos enormes en la tierra que se llenan de agua, servían para arrojar allí a los sacrificados para los dioses. Además tenían muchos: había 13 cielos cada uno con su propio dios. De esos cielos, varios eran subterráneos. Y a esos mandaban a los tipos a los que arrojaban al agua de esos inmensos agujeros. Eso sí, antes los atiborraban de alcohol, setas alucinógenas y peyote. Al final se iban al otro mundo pero con un coloque espectacular. Cuando caían al agua desde 20 metros de altura, ni nadar ni leches, claro. Al fondo directos.
En fin, he acabado con un agobio terrible. Allí no se libraba ni el apuntador. Nos quejamos ahora, pero el miedo que debían tener metido en el cuerpo aquella gente debía ser tremendo. Las imágenes son tigres o serpientes que se te merendaban en un suspiro, o gente que te sacaba el corazón y se lo comía… En fin, malos tiempos. Y luego critican a los españoles que llegaron por aquí por violentos.
En cambio, estuvo bien Valladolid, una pequeña ciudad que ha conservado todo su encanto colonial. Me encantó. Las casitas pequeñas, armónicas, colorida. Una enorme plaza central delante de la Iglesia. Todo muy a la española. Lo que fue casa consistorial lo han convertido en museo público (con casi ningún contenido) y puedes asomarte a los balcones y mirar la plaza sintiéndote importante. También vimos allí al lado, en un bar, una exposición sobre la mujer en la cultura maya que me pareció estupenda. Quizás lo mejor de todo el viaje.
Y luego, camioneta, camioneta, camioneta. La ida ya es dura, pero el regreso que te coge desfondado después de todo el calor del día, se hace eterno. Menos mal que tras la ducha de recuperación de mínimos llegó la cena asiática. Ahí sí acabamos mejor.
Mañana, playa y a descansar.

LOS CONTROLADORES


A veces uno tiene suerte. No suele ser lo habitual, pero esta vez me ha tocado a mí. Como ya vi que los controladores empezaban con sus movimientos (que si faltaba uno, que si faltaban varios y cerraban el espacio aéreo, primero de noche y luego poco a poco, cuando les daba la gana), me temí lo peor. “Verás cómo se les ocurre una de esas cuando nosotros tenemos que tomar el vuelo a México y nos dejan aquí…”. Y, efectivamente, así habría sucedido. Pero se me ocurrió que podríamos adelantarnos a lo que pudiera pasar. Si se retrasaba un poco el vuelo que debía tomar perdía la conexión en Madrid. Así que llamé a Iberia y les pedí que me cambiaran la primera parte del vuelo (Santiago-Madrid) para el día anterior. Creí que no me lo iban a permitir o que me cobrarían un pastón. Pero no solo lo hicieron sino que además no me cobraron nada. De algo tiene que servir tener tarjeta oro. Además, con el adelanto tendríamos unas horas para compartir con nuestros amigos en Madrid.
Cuando llegamos al aeropuerto de víspera, las cosas ya olían mal. Nos dijeron que los controladores iban a cerrar el aeropuerto de 20 a 20:30. Y eso hicieron. Nuestro avión salía a las 20.40 pero ya supones que el cierre supone retrasos en cadena que afecta a todos. Te pone de mala leche ver con qué impunidad hacen lo que se les sale de los huevos (al menos, si son hombres). Además nevaba copiosamente, así que, pesimista que es uno, pensé que no saldríamos. Y nuestros amigos esperándonos en Madrid para salir a cenar juntos.
Salir, salimos, pero una hora y media después. Y llegamos a Madrid a las 11 de la noche y al hotel pasadas las 11 y media. Sólo Juan Manuel y Celia, que son unos santos y unos anfitriones de sobresaliente, aguantaron la espera. Ya solo pudimos cenar en el VIPS de Gran Vía, donde, por cierto estaban los actores y actrices (impresionantes de guapos todos) de la peli “A un metro sobre el cielo”, o algo así, que acababan de estrenar allí cerquita. Allí estuvimos hasta la una y volvimos al hotel.
Y luego de nuevo miles de horas de viaje. Hay que ver, qué largas de hacen las horas de Madrid a México. Son 13 horas que te dan tiempo para todo. Vimos 4 películas, dormimos ratos, comimos tres veces, leímos media novela de Almudena Grandes (Inés y la alegría, que no es poca cosa). Y así y todo, el vuelo seguía y seguía. Pero bueno, es cuestión de tener paciencia. No hay más. Y llegamos. Pero nos quedaban 4 horas de espera en México D.F para tomar el vuelo a Cancún. Y más aburrimiento. No sirvieron ni las coronitas y los nachos con arrachera para llenar el hueco. Menos mal que descubrí que American Express tiene su propia sala VIP y que podíamos pasar allí en rato que nos quedaba. Y eso hicimos. Por lo menos te puedes tumbar un poco y te regalean. Pero aún nos quedaban 2 horas de vuelo hasta Cancún. Y cuando llegamos pasada la media noche, aún hubo que esperar la maleta que salió de las últimas. ¡Qué agobio te entra cuando ves que van saliendo maletas y maletas y la tuya no aparece! La gente toma la suya y se va, las filas de espera se van achicando y tú sigues allí jurando en arameo. Pero salió. Y hasta tuvimos suerte porque en México tras pasar el escáner, todavía tienes que apretar el botón para ver si te sale verde o rojo. Lo hizo Elvira y salió verde, solo que ella, ¡bendita!, traía en su bolso una naranja. Le mandaron a revisar y se la requisaron. Le regañé por no leer mi blog. Si lo hubiera hecho ya sabría que eso no se puede hacer. Y menos mal que esto es México. Si llega a ser Chile le abren un expediente son su multa correspondiente como si llevara droga.
A todas estas, llevábamos algo así como 26 horas y media de viaje entre unas cosas y otras. Y aún nos faltaba ir de Cancún a Playa del Carmen donde estaba nuestro hotel, el Riu Tequila que quedaba a 68 kilómetros. 45 minutos nos dijo el taxista cuando nos montamos a la una de la madrugada. Y menos mal que era de noche. Como se está celebrando en Cancún la Convención Mundial sobre el cambio climático está esto lleno de Jefes de Gobierno y gente importante, con lo cual hay muchísima policía. Había controles cada medio kilómetro. Pero de noche, se habían relajado un poco, si no, no llegamos ni en dos horas. Pero a eso de las 2 entrábamos en el hotel. Una pasada, aunque, claro, después de haber estado el año pasado en Samaná, República Dominicana, en el Cayo Levantado, esto te parece poca cosa.
En fin, hemos superado un viaje infinito. Llegamos agotados pero ya estamos aquí. Y bien. Cuando llegamos ya deberíamos estar trabajando en España. Llamamos a nuestros hijos y nos enteramos que lo que van a tener Michel Y Elena es una niña. Y que María está tirada en el aeropuerto de Porto porque los cabrones de los controladores han vuelto a cerrar el espacio aéreo. Así que no tengo de qué quejarme. Al contrario, es como ponerse a saltar. Y a esas,nos cruzamos con un grupo de ingleses que van como cobas. Una de ellas, me pone la mano ancha como para que choquemos una palmada. La chocamos. Esto empieza a parecerse ya a una fiesta. A ver…