sábado, diciembre 18, 2010

Ciruelica. Inés y la alegría



Que Almudena Grandes es una gran novelista resulta una obviedad después de haber leído Malena tiene nombre de tango o Atlas de Geografía humana o Corazón helado o las Edades de Lulú. Pero su categoría se eleva a cumbres de maestría con el proyecto que acaba de iniciar de los “episodios de una guerra interminable”, emulando a Galdós (que según confiesa es su autor de culto). Si todas las novelas que seguirán (5 más, según nos anuncia) son como Inés y la alegría, no me cabe ninguna duda de que nuestros nietos estudiarán su nombre y sus obras en sus clases de literatura española contemporánea.
Creo que poco más tengo que decir para dejar claro que me ha encantado. Me ha emocionado, a veces, hasta las lágrimas; me ha sorprendido; me ha instruido sobre un episodio, la invasión del valle de Arán, del que jamás había oído hablar y me ha llamado la atención con ese tantico de morbo que implica el introducir en la narración nombres bien conocidos del panorama político español como Santiago Carrillo, La Pasionaria, la familia de Franco y algunos de sus militares, etc. Tampoco sabía nada de mi paisano Jesús Monzón, a lo que se ve un importante líder del partido comunista en la posguerra. Además ella, la autora, es capaz de darle a todo un hálito de realismo que uno sigue la novela como si estuviera leyendo un libro de historia.
De todas formas, la protagonista absoluta de la historia es Inés. Es ella la que te emociona, la que te mete en su mundo, en sus ansias, en su cuerpo. Hay que reconocer que Almudena Grandes borda los personajes femeninos. Los radiografía, los analiza, los interpreta, les deja ser lo que son. Sobre todo a las protagonistas. Hay otras muchas mujeres en la historia, pero ellas son del montón, no destacan, las ves deambular por la historia como si fueran tu vecina del 2º. Incluso, aunque en la historia jueguen un papel relevante o aunque la autora se esfuerce por insistir en que se trata de alguien especial, importante. Eso le ha pasado con la Pasionaria. Durante toda la novela se empeña en que sintamos que es un personaje clave, una mujer excepcional, alguien a quien deberíamos adorar. Pero no lo consigue. Mi hipótesis es que ella misma, la autora, no siente eso, no se identifica con ella. Incluso, acaba crucificándola en la parte final cuando ella rompe con su amante joven y se comporta como una vulgar resentida que busca venganza. Pero con Inés no pasa eso. A ella la mima, la enaltece, la hace ascender a cumbres gloriosas de expresividad y exaltación y la deja caer a abismos negros de amargura. Y eso es lo que emociona porque te identificas con ella, amas sus amores y sufres sus desconciertos. Además, la vincula a la cocina (excelente truco de los novelistas actuales), con lo que consigue que nuestra adhesión no sea sólo intelectual o emocional, sino también culinaria y hedonista, llena de los sabores y nostalgias que siempre trae consigo el paladar.
No es difícil sentirse en su piel entusiasta. Seguirla cuando se aparta ideológicamente de su hermano falangista, cuando sufre con su internamiento en un convento, cuando padece en silencio el acoso cruel de un militar ante el silencio de sus familiares que debieran protegerla, cuando lo deja todo para incorporarse al frente y colaborar, cuando se enamora y se entrega en cuerpo y alma a su ídolo, cuando se ve traicionada y en sospecha por todos, cuando recuperar el honor perdido, etc.. En fin, es una historia intensa y rica en episodios que te mantiene en vilo y da mucho en qué pensar.
La historia es grande y hermosa. Hay que ver lo que se puede sacar de unos cuantos días de invasión light. Almudena Grandes sabe darle una estructura muy particular a cada tema. Cada capítulo tiene una secuencia interna muy origina y envolvente. Primero te mete en un momento intenso de la historia y luego regresa a momentos anteriores para desenvolver el cómo se llegó hasta allí. Por su parte cada capítulo se escribe desde la perspectiva de uno de los protagonistas. Es interesante ver el juego de percepciones de cada uno de ellos. Las mismas cosas, los mismos hechos vistos desde la perspectiva de él y la de ella. Un juego de matices muy sabrosos.
Pero curiosamente, lo que me llegó al corazón, fue el “ciruelica” cariñoso con el que Monzón trataba de reconquistar a uno de sus amores. Una expresión tan navarra, tan sentimental, tan delicada, tan llena de vivencias. Tan redonda y eufónica (porque mira que suena linda: “ciruelica”). Ciruelica. Es precioso. Era listo Monzón. Las cosas no le fueron bien, pero no es de extrañar que con expresiones así lograra conquistarlas. ¡Cuánto nos queda por aprender a algunos!

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