martes, diciembre 07, 2010

LOS CONTROLADORES


A veces uno tiene suerte. No suele ser lo habitual, pero esta vez me ha tocado a mí. Como ya vi que los controladores empezaban con sus movimientos (que si faltaba uno, que si faltaban varios y cerraban el espacio aéreo, primero de noche y luego poco a poco, cuando les daba la gana), me temí lo peor. “Verás cómo se les ocurre una de esas cuando nosotros tenemos que tomar el vuelo a México y nos dejan aquí…”. Y, efectivamente, así habría sucedido. Pero se me ocurrió que podríamos adelantarnos a lo que pudiera pasar. Si se retrasaba un poco el vuelo que debía tomar perdía la conexión en Madrid. Así que llamé a Iberia y les pedí que me cambiaran la primera parte del vuelo (Santiago-Madrid) para el día anterior. Creí que no me lo iban a permitir o que me cobrarían un pastón. Pero no solo lo hicieron sino que además no me cobraron nada. De algo tiene que servir tener tarjeta oro. Además, con el adelanto tendríamos unas horas para compartir con nuestros amigos en Madrid.
Cuando llegamos al aeropuerto de víspera, las cosas ya olían mal. Nos dijeron que los controladores iban a cerrar el aeropuerto de 20 a 20:30. Y eso hicieron. Nuestro avión salía a las 20.40 pero ya supones que el cierre supone retrasos en cadena que afecta a todos. Te pone de mala leche ver con qué impunidad hacen lo que se les sale de los huevos (al menos, si son hombres). Además nevaba copiosamente, así que, pesimista que es uno, pensé que no saldríamos. Y nuestros amigos esperándonos en Madrid para salir a cenar juntos.
Salir, salimos, pero una hora y media después. Y llegamos a Madrid a las 11 de la noche y al hotel pasadas las 11 y media. Sólo Juan Manuel y Celia, que son unos santos y unos anfitriones de sobresaliente, aguantaron la espera. Ya solo pudimos cenar en el VIPS de Gran Vía, donde, por cierto estaban los actores y actrices (impresionantes de guapos todos) de la peli “A un metro sobre el cielo”, o algo así, que acababan de estrenar allí cerquita. Allí estuvimos hasta la una y volvimos al hotel.
Y luego de nuevo miles de horas de viaje. Hay que ver, qué largas de hacen las horas de Madrid a México. Son 13 horas que te dan tiempo para todo. Vimos 4 películas, dormimos ratos, comimos tres veces, leímos media novela de Almudena Grandes (Inés y la alegría, que no es poca cosa). Y así y todo, el vuelo seguía y seguía. Pero bueno, es cuestión de tener paciencia. No hay más. Y llegamos. Pero nos quedaban 4 horas de espera en México D.F para tomar el vuelo a Cancún. Y más aburrimiento. No sirvieron ni las coronitas y los nachos con arrachera para llenar el hueco. Menos mal que descubrí que American Express tiene su propia sala VIP y que podíamos pasar allí en rato que nos quedaba. Y eso hicimos. Por lo menos te puedes tumbar un poco y te regalean. Pero aún nos quedaban 2 horas de vuelo hasta Cancún. Y cuando llegamos pasada la media noche, aún hubo que esperar la maleta que salió de las últimas. ¡Qué agobio te entra cuando ves que van saliendo maletas y maletas y la tuya no aparece! La gente toma la suya y se va, las filas de espera se van achicando y tú sigues allí jurando en arameo. Pero salió. Y hasta tuvimos suerte porque en México tras pasar el escáner, todavía tienes que apretar el botón para ver si te sale verde o rojo. Lo hizo Elvira y salió verde, solo que ella, ¡bendita!, traía en su bolso una naranja. Le mandaron a revisar y se la requisaron. Le regañé por no leer mi blog. Si lo hubiera hecho ya sabría que eso no se puede hacer. Y menos mal que esto es México. Si llega a ser Chile le abren un expediente son su multa correspondiente como si llevara droga.
A todas estas, llevábamos algo así como 26 horas y media de viaje entre unas cosas y otras. Y aún nos faltaba ir de Cancún a Playa del Carmen donde estaba nuestro hotel, el Riu Tequila que quedaba a 68 kilómetros. 45 minutos nos dijo el taxista cuando nos montamos a la una de la madrugada. Y menos mal que era de noche. Como se está celebrando en Cancún la Convención Mundial sobre el cambio climático está esto lleno de Jefes de Gobierno y gente importante, con lo cual hay muchísima policía. Había controles cada medio kilómetro. Pero de noche, se habían relajado un poco, si no, no llegamos ni en dos horas. Pero a eso de las 2 entrábamos en el hotel. Una pasada, aunque, claro, después de haber estado el año pasado en Samaná, República Dominicana, en el Cayo Levantado, esto te parece poca cosa.
En fin, hemos superado un viaje infinito. Llegamos agotados pero ya estamos aquí. Y bien. Cuando llegamos ya deberíamos estar trabajando en España. Llamamos a nuestros hijos y nos enteramos que lo que van a tener Michel Y Elena es una niña. Y que María está tirada en el aeropuerto de Porto porque los cabrones de los controladores han vuelto a cerrar el espacio aéreo. Así que no tengo de qué quejarme. Al contrario, es como ponerse a saltar. Y a esas,nos cruzamos con un grupo de ingleses que van como cobas. Una de ellas, me pone la mano ancha como para que choquemos una palmada. La chocamos. Esto empieza a parecerse ya a una fiesta. A ver…

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