El título despista. Que en Galicia se come bien es algo bien sabido, pero el equívoco reside en que, en realidad, ésta no es una película sobre comida. Aunque lo parezca, yo creo que no hay películas sobre comida. Se utiliza la comida como momento de especial comunicación entre el dentro y el fuera de los seres humanos. En la comida se negocia, se discute, se corteja, se enamora, se habla, se ríe y se llora. En el fondo, la comida sólo es el fondo de las cosas que van pasando como figura. Y así sucede, también, en este último film de Jorge Coira que se estrenó hace una semana.
Como vivo en Santiago, ése era el principal aliciente de la historia: que transcurre en Santiago, que se recrea en sus rúas y plazas, en sus restaurantes, en sus historias. La fotografía está bien aunque nunca llega a colmarte porque siempre piensas que se podría haber hecho mejor, que podría haberse explotado más la hermosura de esta ciudad, sus rincones, su luz, su pálpito.
La película es un conjunto de historia tejidas y contadas en torno a la comida. Como si la vida se desarrollara en tres actos: el desayuno, la comida y la cena. En torno a esos tres momentos, y situando en paralelo diferentes historias y personajes, se va trenzando una historia de historias. En el desayuno vas conociendo a los personajes y sus vidas; en la comida se plantean las historias y en la cena se van concluyendo. Unas mal y otras bien, como en la vida misma.
Los personajes están muy bien diseñados, aunque hay alguno de relleno. Una pareja de ancianos que sólo comen en su casa viejiña, con su vajilla viejiña y representando todos los tópicos (salvo que resulta difícil concebir al abuelo tomándose un licor Caroline después de comer, quizás un chupito de aguardiente de hierbas, pero no un licor tan chic). Se diría que es a través de ellos que se pretende dar continuidad a los tres momentos de la historia: desayuno comida y cena. Pero desentona.
Las historias que se cuentan son graciosas y dramáticas, a la vez. El tipo que se mata preparando una comida romántica para una chica que siempre le da plantón a última hora. El homosexual que se ve forzado a salir del armario ante su hermano mayor al que ha invitado a comer. La chica que se siente en un impasse en su matrimonio y que invita a comer a quien fuera su enamorado de jovencita. El médico maduro que sale a cenar con su amante jovencita que quiere irse a vivir con él. Todas son historias interesantes.
Una de las cosas mejores de la película es el manejo de los tiempos y el cambio de ritmo que introduce en función de cómo va la historia. Esos silencios prolongados y medias palabras equívocas de la esposa y el antiguo pretendiente (Esperanza Pedreño y Luis Tosar) que no sabe si le está pidiendo que se acueste con él o simplemente le está tomando el pelo. Te figuras en una conversación como ésa y te sientes igual de perdido que ellos. Igual de impresionante es el tiempo demorado, lento, de malos presagios del enamorado optimista impenitente que espera a una amiga para pasar con ella una noche tórrida. El pobre infeliz te va llevando paso a paso en la preparación de la comida y después de la cena hasta el último segundo y cuando debiera sonar el timbre de la puerta porque llega la chica esperada, o bien quienes llegan son amigos en busca de farra que se le zampan lo que había preparado o bien lo que suena es el móvil para decirle que la chica que espera no puede acudir. Imposible no sentir la misma frustración que él y las ganas de mandarla al carajo. Más dramático es el tempo del gay que sale del armario y que en el corto espacio de los tres platos de la comida pasa de la alegría del reencuentro con su hermano mayor y la relación amañada con su compañero de piso al reconocimiento de su homosexualidad. Cada historia va encontrado su propio climax, va jugando con los ritmos y los tiempos. Incluso el movimiento de la cámara te va provocando esa sensación de lentitud en unos casos y de precipitación en otros.
En fin, se pasa un buen rato. Se ríe uno con la figura de los borrachines que abren el día con cubatas y siguen en ello hasta que acaba el día y la película. Excelentes actores, aunque uno se pierda parte de lo que más que decir, balbucean. El sonido es un problema en la película. Supongo que es difícil grabar bien las conversaciones en un contexto tan dinámico, pero cuesta a veces seguir las conversaciones. Algunos pensarán que es porque no entienden el gallego, pero ¡qué va!, incluso quienes lo entendemos lo pasamos mal para seguirles.
Y con todo, pese a que la crítica culta pone por la nubes esta nueva creación de Coira, yo salí con una sensación agridulce del cine. Es cierto que se trata de un film ágil, original y divertido (entretenido), pero tiene algo que no deja de preocuparme siempre que veo películas que se ubican en Galicia. Es verdad que la ciudad está muy presente, pero más como postal y como encuadre que como una ciudad viva. Se ven las rúas, la plaza de la Quintana, el restaurante del Tránsito de los gramáticos, en fin, que deberíamos estar satisfechos. Pero yo, al menos, no salí contento.
Tengo la impresión, ya de antiguo, que la Galicia que está en la cabeza de alguna gente (cineastas, literatos, cómicos, etc.) es una Galicia cutre, oscura, húmeda. Y no es así. Hay una Galicia llena de luz, rica, intelectual, industriosa, avanzada. Incluso la comida que se ofrece en el film tiene muy poco que ver con la comida que aquí se hace. El plato más sofisticado que se ve es una lubina a la sal que ni siquiera es un plato típico de Santiago. Todo lo demás podría ser de cualquier parte y, desde luego, de ser de aquí estaría mejor cocinado.
Incluso la estética de la película me resultaba chocante: tonos oscuros, personajes pobres, ropas de escaso glamour, situaciones pelín absurdas. ¿Qué tiene eso que ver con Santiago? Seguro que si la hubieran rodado en Coruña todo hubiera tenido otro tono, otra alegría. Y si no fuera así, los coruñeses habrían puesto el grito en el cielo.
Pues Santiago tampoco es así. Uno se ríe porque las historias tienen su puntito gracioso. Pero, al final, sales con mal cuerpo. Les cuesta entrar en la belleza luminosa de esta ciudad. Una pena.
Como vivo en Santiago, ése era el principal aliciente de la historia: que transcurre en Santiago, que se recrea en sus rúas y plazas, en sus restaurantes, en sus historias. La fotografía está bien aunque nunca llega a colmarte porque siempre piensas que se podría haber hecho mejor, que podría haberse explotado más la hermosura de esta ciudad, sus rincones, su luz, su pálpito.
La película es un conjunto de historia tejidas y contadas en torno a la comida. Como si la vida se desarrollara en tres actos: el desayuno, la comida y la cena. En torno a esos tres momentos, y situando en paralelo diferentes historias y personajes, se va trenzando una historia de historias. En el desayuno vas conociendo a los personajes y sus vidas; en la comida se plantean las historias y en la cena se van concluyendo. Unas mal y otras bien, como en la vida misma.
Los personajes están muy bien diseñados, aunque hay alguno de relleno. Una pareja de ancianos que sólo comen en su casa viejiña, con su vajilla viejiña y representando todos los tópicos (salvo que resulta difícil concebir al abuelo tomándose un licor Caroline después de comer, quizás un chupito de aguardiente de hierbas, pero no un licor tan chic). Se diría que es a través de ellos que se pretende dar continuidad a los tres momentos de la historia: desayuno comida y cena. Pero desentona.
Las historias que se cuentan son graciosas y dramáticas, a la vez. El tipo que se mata preparando una comida romántica para una chica que siempre le da plantón a última hora. El homosexual que se ve forzado a salir del armario ante su hermano mayor al que ha invitado a comer. La chica que se siente en un impasse en su matrimonio y que invita a comer a quien fuera su enamorado de jovencita. El médico maduro que sale a cenar con su amante jovencita que quiere irse a vivir con él. Todas son historias interesantes.
Una de las cosas mejores de la película es el manejo de los tiempos y el cambio de ritmo que introduce en función de cómo va la historia. Esos silencios prolongados y medias palabras equívocas de la esposa y el antiguo pretendiente (Esperanza Pedreño y Luis Tosar) que no sabe si le está pidiendo que se acueste con él o simplemente le está tomando el pelo. Te figuras en una conversación como ésa y te sientes igual de perdido que ellos. Igual de impresionante es el tiempo demorado, lento, de malos presagios del enamorado optimista impenitente que espera a una amiga para pasar con ella una noche tórrida. El pobre infeliz te va llevando paso a paso en la preparación de la comida y después de la cena hasta el último segundo y cuando debiera sonar el timbre de la puerta porque llega la chica esperada, o bien quienes llegan son amigos en busca de farra que se le zampan lo que había preparado o bien lo que suena es el móvil para decirle que la chica que espera no puede acudir. Imposible no sentir la misma frustración que él y las ganas de mandarla al carajo. Más dramático es el tempo del gay que sale del armario y que en el corto espacio de los tres platos de la comida pasa de la alegría del reencuentro con su hermano mayor y la relación amañada con su compañero de piso al reconocimiento de su homosexualidad. Cada historia va encontrado su propio climax, va jugando con los ritmos y los tiempos. Incluso el movimiento de la cámara te va provocando esa sensación de lentitud en unos casos y de precipitación en otros.
En fin, se pasa un buen rato. Se ríe uno con la figura de los borrachines que abren el día con cubatas y siguen en ello hasta que acaba el día y la película. Excelentes actores, aunque uno se pierda parte de lo que más que decir, balbucean. El sonido es un problema en la película. Supongo que es difícil grabar bien las conversaciones en un contexto tan dinámico, pero cuesta a veces seguir las conversaciones. Algunos pensarán que es porque no entienden el gallego, pero ¡qué va!, incluso quienes lo entendemos lo pasamos mal para seguirles.
Y con todo, pese a que la crítica culta pone por la nubes esta nueva creación de Coira, yo salí con una sensación agridulce del cine. Es cierto que se trata de un film ágil, original y divertido (entretenido), pero tiene algo que no deja de preocuparme siempre que veo películas que se ubican en Galicia. Es verdad que la ciudad está muy presente, pero más como postal y como encuadre que como una ciudad viva. Se ven las rúas, la plaza de la Quintana, el restaurante del Tránsito de los gramáticos, en fin, que deberíamos estar satisfechos. Pero yo, al menos, no salí contento.
Tengo la impresión, ya de antiguo, que la Galicia que está en la cabeza de alguna gente (cineastas, literatos, cómicos, etc.) es una Galicia cutre, oscura, húmeda. Y no es así. Hay una Galicia llena de luz, rica, intelectual, industriosa, avanzada. Incluso la comida que se ofrece en el film tiene muy poco que ver con la comida que aquí se hace. El plato más sofisticado que se ve es una lubina a la sal que ni siquiera es un plato típico de Santiago. Todo lo demás podría ser de cualquier parte y, desde luego, de ser de aquí estaría mejor cocinado.
Incluso la estética de la película me resultaba chocante: tonos oscuros, personajes pobres, ropas de escaso glamour, situaciones pelín absurdas. ¿Qué tiene eso que ver con Santiago? Seguro que si la hubieran rodado en Coruña todo hubiera tenido otro tono, otra alegría. Y si no fuera así, los coruñeses habrían puesto el grito en el cielo.
Pues Santiago tampoco es así. Uno se ríe porque las historias tienen su puntito gracioso. Pero, al final, sales con mal cuerpo. Les cuesta entrar en la belleza luminosa de esta ciudad. Una pena.
No hay comentarios:
Publicar un comentario