martes, noviembre 16, 2010

El Congreso de Lima y sus honores

Después de tantos días de zancandil por tierras americanas necesito ponerme al día, sobre todo porque las emociones han sido intensas. Comenzaré por el Congreso de Lima que ha sido estupendo. Era nuestro VI Congreso Iberoamericano sobre Docencia Universitaria que ésta vez organizábamos desde AIDU en consorcio con la Universidad Católica de Lima. Es verdad que llevamos un año de organización y que el Prof. Uldarico, que lo ha coordinado desde allí, ha sido insistente y minucioso hasta la pesadilla. Ni se sabe cuántos cientos de e-mails nos hemos intercambiado y cuantas consultas y decisiones hemos tenido que ir resolviendo día a día (y noche a noche porque lo suyo es el insomnio, un insomnio hiperactivo). Pero, al final, se ha notado su mano y la del resto de los organizadores que lo han llevado todo con una perfección intachable.
Con todo, quizás no haya sido eso, la pulcritud de la organización, lo que más ha llamado la atención en este Congreso. Lo que más ha calado en la gente ha sido el buen ambiente que ha reinado allí desde el inicio. Mérito mutuo. La gente peruana es de una amabilidad exquisita. Te saludan a cada rato, se interesan por cómo estás, te miran con afecto, te tratan bien. Nunca parecían cansados. Al contrario, los encontrabas siempre dispuestos a resolverte el problema que tuvieras, por muy personal que fuera, por lejos que quedara de sus obligaciones como anfitriones de un Congreso Internacional. Y un poco, también mérito nuestro. Al menos de quienes representábamos a AIDU allí. Felipe Trillo y yo mismo hacemos un tandem atípico pero equilibrado. Y nuestra buena sintonía, incluso cuando parece desafinada, está siempre ahí, serenando los ánimos y creando buen rollito. Los peruanos son cariñosos, pero también los gallegos lo somos. Y ha sido la suma de ambos cariños lo que ha generado un Congreso especialmente sensible y cercano. Y luego ahí están Carlos Moya, un gran conversador y showman permanente; Alicia Rivera con su energía mejicana y dulce; Aurelio Villa, que aunque venía acompañado se ha sentido en su salsa y hasta casi ha logrado hacernos un lavado de cerebro ecológico para que nos liberemos de las piedras que obturan nuestros canalillos a base de ácido málico. En fin, lo hemos pasado muy bien juntos.
Además se nota que hay gente que lleva muchos años acudiendo a los encuentros. Y eso deja poso. Se genera una complicidad alegre y distendida entre los antiguos que se va extendiendo como una valsa de aceite a todos. Acaba notándose mucho en el trato. También es mérito de la gente que traemos y de la gente que se matricula. Todos ellos de una valía intelectual a prueba de tests de resistencia. Y la mayor parte con muchas ganas de disfrutar y sacar el máximo partido a un viaje caro y largo pero muy satisfactorio. Probablemente ha sido el Congreso con el elenco de expertos más amplio y de mayor calidad del que hayamos disfrutado hasta ahora. Y aunque a algunos los hemos tenido medio perjudicados por una gripe traidora que se nos coló en forma de constipados y alergías, todos han dejado el pabellón del Congreso por las nubes. El científico y el de las relaciones humanas. Con gente así merece la pena todo el esfuerzo que lleva la organización de estas cosas.
Bueno, y para guinda, el título pomposo que me dieron al final: la ORDEN AL MÉRITO del Consejo Mundial de Educación (World Council for Curriculum and Instruction). “Por su valiosa contribución a la PAZ MUNDIAL, A LA COMPRENSIÓN ENTRE LOS PUEBLOS Y A LA ELEVACIÓN CULTURAL Y EDUCACIONAL DE LAS NACIONES”. Así se dice en el Diploma que acompaña la medalla. Así que fue una clausura emocionante para mí. Tenía que hablar para cerrar el acto pero no sabía si ponerme a llorar o liarme a abrazos con Horacio Marín, colega chileno, Decano de la Facultad de Educación de la Univ. Mayor de Santiago de Chile y Presidente del capítulo chileno del Consejo Mundial de Educación.
Bueno, está claro que yo no me merezco tamaño reconocimiento y así lo dije. En todo caso, nos lo merecemos conjuntamente la gente de AIDU que en unos pocos años hemos sido capaces de aglutinar a gente muy valiosa de ambos lados del Atlántico creando lazos afectivos e intelectuales entre gente de muchos países iberoamericanos. Pero está bien pasar por estas experiencias. Te eleva la moral, lo que no viene mal en los tiempos difíciles que uno transita. Hace unos pocos años, una revista brasileña me señalaba entre los 20 mejores pedagogos del siglo XX, algo que hace gracia por su desmesura. Estas cosas tienen aspectos positivos y otros negativos. Ya decía Felipe González (y también lo repetí yo en Lima) que “¡Dios nos libre del día del homenaje!” porque se supone que se está anticipando tu final. “Nada de eso, me contestó Horacio, la recibes en tu mejor edad”. Bueno gracias, le dije. Ojalá sea así. Pero está bien. Igual que los infartos, aunque los superes, dejan su huella, esperemos que estas cosas, aunque inmerecidas, signifiquen una nueva inyección de vitalidad y de ganas de seguir haciendo cosas. Que se conviertan en estrellas polares a donde puedas mirar cuando te sientes mal.

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