martes, noviembre 16, 2010

Herminio Barreiro

Y en pleno viaje americano me llegó la triste noticia del fallecimiento de Herminio Barreiro. Otro colega y amigo que nos deja. Es terrible esta sensación de transitorio que lo empaña todo. Es como en una de esas películas de terror en las que se va hundiendo el suelo y todo el mundo intenta escapar despavorido. Pues sí, se nos va hundiendo el suelo. Y desespera ver cómo cada vez es gente más próxima a ti la que desaparece, como un terrible augurio de la fragilidad en la que nos encontramos.
Herminio fue durante muchos años el más antiguo y venerado de los profesores que formábamos parte del claustro de nuestra Facultad de Educación en Santiago de Compostela. Pertenecía a aquella generación de grandes pedagogos que se formaron en la Institución Libre de Enseñanza y vivieron de sus esencias. Un pensador, un lider, un enamorador. La gente se enamoraba de él y de sus clases. No me ha extrañado nada ver algunas cartas al director en la prensa gallega de antiguos alumnos suyos. “Foi o prefesor que me aprendeu máis en toda a miña carreira”, decía una exalumna en su carta homenaje. Muchos deben pensar eso. Otros tenemos estudiantes, Herminio tenía alumnos y alumnas fervientes. Era increible cómo conseguía enamorarlos de la Historia de la Educación que él convertía en historias, en detalles, en convicciones. Sabía como nadie combinar ideas políticas, sociales y pedagógicas. Procedente del Partido Comunista de los buenos tiempos y convencido marxista, había ganado, sin embargo, una madurez equilibrada con los años. Mantenía su capacidad de convicción y no renunciaba a su magia populista ni a un cierto estilo anarquista y de relativización de lo convencional, incluidos los estilos académicos clásicos. Eso le hacía grande ante los estudiantes. Llegó a tener más de 400 estudiantes provenientes de todas las carreras porque sabían que sus clases eran atractivas y que no prestaba excesiva atención a los controles y evaluaciones. Probablemente algunos se aprovecharon de ello pero, sin duda, fueron muchos más los que descubrieron con él que la Educación es un campo de estudio muy interesante y que la historia de la educación nos ayuda a entender buena parte de lo que ha sido la historia de la humanidad. Y de lo que puede llegar a ser.
Y si el Herminio profesor fue siempre grande, el Herminio hombre y compañero no le anduvo a la zaga. Llevo más de 30 años en la Universidad de Santiago y en todo ese tiempo jamás presencié un mal tono por su parte, una pelea con alguien, una ruptura o un enfrentamiento personal. Pese a que nuestra Facultad, como otras, es un fácil caldo de cultivo de frustraciones y recelos, de filias y fobias entre compañeros, de episodios que enturbian las relaciones por mucho tiempo, él siempre estuvo por encima de esas pequeñas miserias humanas. Nunca se sintió tentado por crear su grupo de adeptos. Y podría haberlo hecho pues le sobraban méritos y capacidad para ello. Pero él era él. Tenía sus criterios, hacía sus valoraciones, idolatraba su discrecionalidad y la capacidad de poder decir y hacer (o votar) lo que le viniera en gana.
Alto. Guapo, según los comentarios decibles y los indecibles de nuestras estudiantes. Buen conversador. Poeta y escritor de textos enormemente bellos. Hizo sus pinitos como periodista de una columna invitada que procurábamos no perdernos nunca. Encantador de serpientes con ese lenguaje alegre y mordaz que sacaba a relucir cuando lo consideraba preciso. Amigo excelente y mal enemigo (en mis tiempos de decano se convirtió, para mi desesperación, en un aladid de los estudiantes en huelga). Perspicaz y empático, con esa mirada profunda y tierna que te hacía sentir próximo a él. Sabía ponerse en tu lugar y sentir contigo aunque él mismo estuviera en otro frente distinto al tuyo. Buena persona, en suma.
Como vivíamos muy cerca, muchas veces nos cruzábamos. Unas veces de regreso andando a casa desde la Facultad. Entonces podíamos hablar más. Otras veces de paseo por las calles de la ciudad. Él casi siempre agarrado al brazo de su mujer. Entonces nos cruzábamos saludos cortos. Los últimos meses comencé a verlo un poco más triste, más ensimismado. Llegamos a cruzarnos sin que me viera, sin que se le viera con ganas de hablar, pero jamás pensé que estuviera tan mal. Creí que, desde la jubilación como emérito, echaba de menos sus clases y a sus estudiantes. Y quizás fuera eso. Alguien como él, no podía sobrevivir mucho tiempo sin aquello que había sido su fuente de energía, su placer vital.
En fin, amigo Herminio, otra vez nos ha tocado perder al perderte. Tú no creías mucho en estas cosas de la eternidad, pero ahí debes estar disfrutando de ella. Si hay algún lugar reservado a la buena gente, seguro que tú estarás ahí. Disfrutando de ese mirador con perspectivas infinitas, viéndolo todo con la lucidez de quien posee buenos fundamentos, conversando con quienes fueron tus referentes y padrinos. Ojalá sigas siendo en ese otro lado de la vida el mismo Herminio alegre y socarrón, buen gallego (en la mejor expresión del término), buen amigo y excelente profesor. Y a ver si, también ahí, consigues tanto fervor de quienes te escuchen hablar del poder transformador de la Educación. Nosotros hemos perdido a uno de nuestros mejores profesores, de los más queridos por los estudiantes. Pero la historia de la Educación en Galicia ha ganado un nuevo protagonista. Ayer presentaban en la Facultad el Diccionario Galego de Educación. En la próxima edición tendrán que incluir otra entrada que hable de ti. Te lo has merecido de sobra.
Te recordaremos siempre, amigo Herminio.

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