jueves, noviembre 04, 2010

La boda de Michel y Elena

Parece que tendría que ser más fácil porque ya estás entrenado, pero no sucede así. Llega el día y te coge igual de inseguro, nervioso y lleno de temores a que haya cosas que no vayan a salir bien. Las bodas son fenómenos abigarrados en los que se juntan demasiadas cosas, muchos detalles. Y todo eso envuelto en las emociones internas, en los roces externos que provocan los preparativos. Estás, a la vez, loco de contento y cabreado, entusiasmado y apático, eficaz e inseguro, con lágrimas en los ojos y la sonrisa puesta para los saludos. Mucha mezcla de cosas. Y menos mal, que en este caso, el más tranquilo era el novio, aunque yo calculo que lo conseguía sólo porque había logrado poner una gran tapadera sobre su volcán interior. Por eso, a veces, como en los pucheros del fuego, cuando las burbujas del herbor levantaban un poco la tapa, se sobraba y chisporroteaba. Pero gracias a su contención todo fue saliendo muy bien y recorrimos las sucesivas etapas sin grandes incidentes ni descomposturas.
Y cuando llegó el día todo estaba a punto. Los invitados ya habían ido llegando el día anterior. De mil lugares. Y ni siquiera eso nos descompuso, aunque había sido uno de los huesos difíciles de roer en la preparación: ¿cómo haríamos para atender todos los frentes?. Pues vaya, resultó fácil, al final.
Curiosamente teníamos menos miedo al día de la boda que a la víspera. Así que tranquilos ya (tampoco había otras alternativas) afrontamos el día con alegría, como decía el anuncio. Las mujeres iniciaron su peregrinar por las peluquerías. Como ya estaba todo preparado la cosa fue sencilla y todo salió bien. Menos el día, claro, que no sólo amenazaba lluvia sino que nos despertó con fuertes chuvascos y todo prometía que no cambiaría en las horas siguientes. Los huevos de Sta. Clara se quedaron un poco cortos a esas horas de la mañana, aunque luego la cosa se fue medio arreglando. Al menos, a ratos. Justo los ratos que nosotros necesitábamos, que no es pequeño milagro.
El fotógrafo llegó a casa a la hora convenida. Venía como un pistolero de los viejos films del oeste. El cinturón lleno de bolsillitos con vete a saber qué cosas. Tres grandes máquinas fotográficas con objetivos inmensos en bandolera, sus gafas negras de “caiga quien caiga” y la pose de ser, sin contestación posible, el más rápido de la banda. Y ahí comenzó todo a alborotarse un poco. No sé qué fotos habrá sacado pero habrá que aplicar una censura preventiva para no verse medio en pelotas en medio del albúm o en algún rincón del facebook. Cuando acabó con nosotros se fue donde la novia y creo que allí se lo pusieron más duro. Pero sobrevivió y creo que tendrá que escoger entre un millón o dos de fotografías que no paró de hacer a lo largo de todo el día.
Llegamos al Ayuntamiento con holgura de tiempo. El novio fue estricto al respecto. De hecho, como llegamos con mucho tiempo, aún estaba allí esperando a entrar la boda anterior a la nuestra. Pero Sta. Clara fue generosa y mantuvo los cielos a raya durante el tiempo de espera. Y como el escenario, la Plaza del Obradoiro es preciosa, la espera no se hizo larga. Fue una buena oportunidad para ir saludando a cuantos iban llegando. Todos guapísimos. Ellas más que ellos, claro. Pero se fue conformando un grupo enorme de gente linda. Gente chic. El novio expectante y mirando por el rabillo del ojo los coches que iban llegando para salir a esperar a la novia. Ella llegó con puntualidad germánica. Luego nos confesó que había estado dando vueltas para hacer tiempo y llegar justo a su hora. Y allí apareció. Preciosa con su traje blanco pálido con mucha doblez y una caída perfecta que no sabría describir. Elena no precisa de grandes adornos para estar elegante. Pero el traje le caía fantástico.
La ceremonia, pese a lo parsimonoso de las bodas civiles, estuvo bien. En lo justo. Y, sobre todo, a gusto de los novios que, al final, es lo que cuenta. Lupe, la concejala y amiga, hizo su papel y les leyó la cartilla de los deberes matrimoniales. Hubo sonrisas cuando dijo aquello de ocuparse ambos de las tareas de la casa. Seguro que muchos de los asistentes ni sabían que una cosa así estaba en el Código civil. Luego vino la ceremonia de las velas según les iba señalando María. Está bien porque tiene mucho significado: los testigos encienden cada uno una vela que se la pasan a los novios y éstos, a su vez, encienden el velón grande que representa su matrimonio. Algo que iluminará en función de la luz y el fuego que aporten cada uno de ellos. Hubo un pequeño lío con las velitas a la hora de encender el círio que no se dejaba prender con facilidad. Un símbolo también eso. Y después las palabritas del padre-suegro. Cortas y sentidas. No es fácil decir algo sensato en esos momentos. O te quedas corto (con los agradecimientos de cortesía) o te pasas (entrando en emociones demasiado personales). Bueno, no estuvo mal. Al final de esta entrada las pongo por si alguien no pudo escucharlas.
Y luego las fotos, los abrazos, las felicitaciones. Y más fotos. Y luego más. Elena estaba agotada. Michel lo llevaba mejor. En el pazo de San Lorenzo nos recibieron las gaitas y unos aperitivos deliciosos en el claustro. Y los salones fastuosos. El principal tenía unos tapices impresionantes y un artesonado que quitaba el hipo. Era como trasladarse a la Edad Media. Si los camareros en lugar de salir en fila de a uno con sus botellas de agua, hubieran aparecido con grandes bandejas y los corderos troceados aquello hubiera parecido uno de los festines que los nobles se permitían. En cualquier caso, la comida fue excelente: bogavante, merluza, solomillo y postre. Lo que tras los apetitosos aperitivos que nos habíamos zampado, constituía todo un exceso. Un buen motivo para bailar después, a ver si se bajaba la cosa.
Y entonces llegó lo mejor del día. Mesa a mesa, con cuidado, manteniendo el suspense y con toda la sensibilidad que la noticia requería, los novios fueron comunicando que esperaban un hijo. En cada mesa por la que pasaban se escuchaban gritos de alegría, aplausos, abrazos. Pero parecía lo normal por la boda. Sólo que no era por eso. No era sólo por eso. Mesa a mesa. Y por salones. Así que acabaron con los postres. Y para entonces ya todo el mundo conocía la buena nueva. Una estupenda sorpresa. En otros tiempos hubiera escandalizado un poco, hoy lo celebramos con orgullo. No se casaban porque Elena estuviera embarazada. Eso sí hubiera sido triste, por forzado. La boda estaba prevista desde Diciembre del año pasado. Y el embarazo fue hace un mes. Y, aunque les va a complicar un poco la vida, es una estupenda noticia.
Hasta la abuela de Elena, con sus ochenta y pico años, se alegró: “¡mira qué bien!, así ya saben que pueden tener hijos”. Y los jóvenes, en general, consideraban ésa, mejor noticia que la propia boda. Para mí también lo fue. Estos hijos nuestros son así. Siguen su propio ritmo. A veces, nos parece un ritmo demasiado acelerado. Pero está bien. Es su ritmo. Y, en cualquier caso, eso va a significar que en Mayo 2011 seré abuelo. A ver si nace el 14, como yo, y es un Tauro y nos comemos el mundo juntos.
En fin, entre la bomba del embarazo, el vídeo de la pareja, los puros de la sobremesa, el baile y los chascarrillos, se nos hicieron las 10 de la noche. Y eso que llevábamos allí desde las 2 de la tarde. Una jornada completa de glotonería y festejo. A lo que hay que sumar la víspera y lo que vendría después. Una gran boda, al fin y al cabo, como ellos se lo merecían. Y pese al susto que dan estas cosas, a las miles de cosas que se acumulan, a las emociones que se arrastran durante meses y que estallan ese día, todo salió bien. Salió magnífico. Y yo acabé la noche de aprendiz de abuelo. Y yo con estos pelos…





PALABRAS DE MIGUEL
5 minutos, me ha dicho Michel. Ése es el tiempo que tienes. Y a ello voy. En 5 minutos, 4 palabras y un pensamiento.
La primera palabra es GRACIAS! Gracias a los amigos y amigas por estar aquí acompañándonos. Algunos habéis venido de lejos, para otros seguro que os costado un fuerte esfuerzo organizarlo todo para disponer de estas fechas. Pero estáis aquí acompañándonos y llenando ese círculo de amistad y cariño que tan importante resulta en estas ceremonias.
La segunda palabra es también GRACIAS!. Gracias a Elena y Michel porque nosotros sabemos bien que casaros es, también, un acto de amor hacia vuestros padres. Hemos vivido con vosotros una larga vida hasta llegar aquí. Ahora habéis decidido formalizar vuestra relación, hacerla pública y convertirla en un compromiso de vida conjunta. Eso nos hace felices. Nos gusta ver que estáis bien, nos gusta ver que os queréis, nos gusta ver que asumís este compromiso de vida conjunta. Es vuestra vida y vuestra decisión, pero sabéis bien que a nosotros nos hace felices. GRACIAS, por todo eso.

La tercera palabra es SUERTE. No sé cómo habrá sido con Elena, pero Michel es de los niños que ha nacido con suerte o con un ángel de la guarda omnipotente. Le mordió un mono en el Zoo de Madrid, se cayó de un segundo piso, salió ileso de varios accidentes de tráfico, se cascó la rodilla haciendo snowboard. Y aquí está iniciando una nueva aventura El otro día el defensor del menor decía, citando a su esposa, que hay niños redondos y niños cuadrados. A los redondos basta darles un empujoncito para que vayan progresando por sí solos. Se comen el mundo. Con los cuadrados cada paso adelante cuesta un esfuerzo ímprobo. Michel es uno de esos niños redondos que ha ido siendo feliz y contagiando felicidad en cada etapa de su vida. Calculo que Elena también es así. Pues eso, toda la suerte que habéis tenido hasta ahora la necesitareis en el futuro. Casarse hoy en día es un acto de valentía, una apuesta al futuro, un desafío a los augurios. Para muchos jóvenes los papeles son un lastre que poco aportan a la relación. Quizás sea cierto, pero decir sí quiero ante la comunidad tiene ese plus de compromiso, de superación de las dudas e incertidumbres con que nos agobia el futuro. “Buen camino” se dicen los peregrinos a Santiago cuando se cruzan en la ruta. Pues eso, mucha suerte y “buen camino” en esta historia que ahora iniciáis.

La cuarta palabra es SENTIDIÑO, una expresión bien gallega. Sentidiño significa saber estar, ser inteligente, ser paciente, aceptar los acontecimientos con una cierta holgura, como los rascacielos chilenos soportan los terremotos: te cimbreas, crujes, pero al final sigues ahí igual de erguido y vital. “El amor no es suficiente para construir un matrimonio”, le decía Meryl Streep a su hijo en “Secretos compartidos”. Necesario pero no suficiente. La vida en pareja es complicada, la familia, todavía más. Necesitamos compartir espacios, transformarnos para adaptarnos al otro, acoplarnos para que no salten chispas. Pero necesitamos, también, mantener nuestros propios espacios, sentir que seguimos siendo nosotros mismos, que no nos hemos perdido en el otro, por culpa del otro. Gardner, psicólogo de Harvard, hablaba de las inteligencias múltiples. Él identifica 7. Los casados precisamos de 8. La octava tiene que ver con esa capacidad de saber formar pareja sin dejar de ser uno mismo.

Y finalmente, un pensamiento. Creo que es Galeano quien se refiere al matrimonio como “ese viaje con más náufragos que navegantes”. Pero es un pensamiento triste. Tiene razón José Antonio Marina cuando se queja del pesimismo con que muchas personas afrontan su vida en pareja. Escribe José Antonio Marina que “El modelo de un amor feliz y duradero nos sigue pareciendo deseable, pero cunde la idea de que no es posible por lo que es mejor no hacerse ilusiones y no aspirar a grandes cosas. Se vive, pues, en una decepción suave, a la defensiva. Desengañados sin haber sido engañados previamente, escarmentados en cabeza ajena. Hay un monopolio de historias de decepción y convendría recuperar la narrativa del éxito amoroso, porque también la hay”. Claro que las hay. Muchos hemos vivido esa experiencia de éxito y nos sentimos felices con ello. Las cosas pueden salir mal, por supuesto. Pero pueden salir bien, sólo que para que eso suceda hay que echarle mucha ilusión. Y algo de convencimiento. Pero sale. Y merece la pena.

Un beso muy fuerte a ambos.
Muchas gracias a todos y todas por estar aquí. Ni os imagináis lo importante que es para nosotros.

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