lunes, octubre 11, 2010

Come, reza, ama.

Una trilogía un poco enrevesada pero atractiva. También lo es la película. Menos creíble de lo que sería aconsejable, pero una historia que se deja saborear. Y quizás ése es su mayor atractivo. No es cuestión de ver, de sentir el placer estético de una historia bien contada, con una música agradable y bellos paisajes. Aquí la historia se mete dentro de ti y la disfrutas con la comida, con la espiritualidad (un poco sui géneris, es ciero), con el erotismo, con los paisajes (unos paisajes que forman parte del imaginario soñado por muchos de nosotros). En fin, que merece la pena no perderse esta película construida a mayor gloria de la Julia Roberts. Pero a ella le pasa como a Clint Eastwood. Se bastan solos para llenar una maravillosa historia y cubrir con solvencia las diversas tonalidades del personaje protagonista.

Se estrenó el 24 de Septiembre. Se trata de un film estadounidense dirigido por Ryan Murphy, autor, también, del guión y protagonizado por Julia Roberts que es quien llena la película. Los demás, incluyendo Javier Bardem no pasan de ser monagillos de la diosa Roberts. La película trata de traducir a lenguaje visual una historia real tomada de las memorias de de Elizabeth Gilbert que llevan el mismo título y que, por lo visto, fue todo un éxito de ventas en los EEUU. Es la historia de una mujer en busca de sí misma y de un imaginario equilibrio que le permita una vida autodirigida y le redima de una insatisfacción profunda que le ha calado hasta los huesos. Una búsqueda que la obligará a romper con todo lo que tenía, su matrimonio, su trabajo, su vida placentera (aunque por lo visto no lo era tanto) para hacer un recorrido espectacular por Italia, la India y Bali. Ojalá todo el mundo pudiera hacer ese camino interior (y exterior, ¡qué leche!). Yo me apuntaría, desde luego.
La película te coge un tanto desprevenido. No entiendes de donde nacen los problemas de Liz (Julia Roberts). Se marido parece una persona normal y desde luego la quiere mucho (muy divertida y tierna la reunión para arreglar el divorcio en la que él, con unos pocos cursos de derecho, se representa a sí mismo). Ella tiene un buen trabajo y lleva una vida acomodada. Pero a los pocos minutos de iniciado el film ya está ella llorando. Suena a raro, a melindre de niña ñoña. Pero bueno, es la Julia Roberts que se pone dramática y se lo perdonas en favor de la historia. Pero luego la sigues y las cosas van más o menos de lo mismo. Ella con sus rollos interiores que le fastidian sus rollos exteriores. Y así nace su plan B: tomarse un año sabático y buscar consuelo en tres paraísos terrenales: Italia, India y Bali. Italia para comer (¡qué envidia puñetera!), India para rezar y Bali (pero podría ser Brasil, porque todo allí suena y se siente como brasileño) para amar.
Si esa fue la historia real de Elizabeth Gilbert, la envidio sobremanera. Y si no fue verdad, hay que reconocer que supo seleccionar tres escenarios maravillosos. No creo que haya elección mejor. La parte italiana es magnífica. Y la comida una especie de publicidad subliminal (por supuesto, al acabar la película nos fuimos a cenar a un restaurante italiano). Pero también la gente, la lengua, los gestos, los diálogos, la amistad, la seducción latente. No sé qué dirán los italianos (se lo tengo que preguntar a mi hija). Seguramente la verán llena de tópicos, pero a mí me encantó. Igual que la parte que se desarrolla en la India. Como todo el mundo, yo también tengo programado en mi agenda imaginaria un viaje de reconstrucción espiritual a la India. Y haría como ella, un mes o algo más en un monasterio viviendo de cerca esa posibilidad de transcendencia, de silencio, de paz. Claro que ella lo tiene más fácil, porque no se le plantean problemas logísticos (es una maravilla no tener que pensar en las cuestiones pragmáticas ni económicas), pero, incluso si cada uno ha de resolvérselo, merece mucho la pena. Y allí, la Julia Roberts se encuentra con un Richard Jenkins que está magistral. Mucho mejor que Bardem en su parte final de Bali. Bali que, como decía, es en realidad Brasil. Se habla brasileiro, la música que se escucha es brasileña, los paisajes podrían estar en Brasil, la relación entre las personas, todo te lleva a Brasil. Y, cómo no, allí, al final del camino, encuentra el equilibrio que buscaba y su nuevo amor.
Interesante la moraleja final. En realidad, dos. La primera tiene que ver con la idea de que el equilibrio personal se construye, a veces, con pequeños desequilibrios. Y el desequilibrio que produce el amor (ella está a punto de dejar a su Bardem querido porque le hacía perder su equilibrio) forma parte de ese equilibrio que, por humano, necesita siempre de una cierta inestabilidad. Para ser estable, justamente. La otra moraleja tiene que ver con ese principio aplicable, según la Roberts, a la “física de la búsqueda”. El camino de la búsqueda de unos mismo es dejarse empapar por los acontecimientos que uno va viviendo en su particular peregrinaje. Disfrutar de ellos, dejar que te modulen. Y al final sales enriquecido. Eso es lo que hace ella y, al final, no le sale mal.
La vida es compleja y polícroma. Eso es lo que más me ha gustado de la película. Por eso merece vivirse. Quizás sin tantos rollos mentales como ella, pero sin dejar de disfrutar lo que se pueda. Y aunque sea verdad aquello de que todo lo apetecible o engorda o es pecado, tampoco hay que dejarse presionar por ello. Hace bien yéndose a la isla de los loros. Cualquier otro plan, sería estúpido.

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