Un gran día éste en el que Mario Vargas Llosa ha conseguido el preciado galardón del Nóbel. Él, tan sensato y austero como siempre, ha agradecido en primer lugar a la lengua castellana por haberle permitido disfrutar tanto y, a la vez, hacer disfrutar a los demás con su estética y riqueza para contar historias. Un gran tipo este peruano que adora España y vive en Nueva York. Tengo que confesar que algunas de las novelas con las que más he disfrutado habían sido escritas por él. Me encanta, especialmente el Vargas Llosa de los años 70, el de Pantaleón y las visitadoras; el de La tía Julia y el escribidor; el de Travesuras de la niña mala.
Era la suya una literatura de puro goce estético, aunque el premio lo ha recibido, supongo, por sus trabajos más políticos y trascendentes en los que trata de describir los meléficos recovecos del poder y la tiranía como La ciudad y los perros o La fiesta del chivo. Un orgullo para todos nosotros este Vargas Llosa, que además, al menos aparentemente, es un tipo humilde y honesto. Lejos del estilo más histriónico de su precedente, Camilo José Cela.
Esta historia de los premios nóbel tiene su mundillo particular. Con lo seriamente que se lo toman los suecos, llama la atención como se ha organizado toda una juerga en torno al famoso galardón. Parece ser que este año otro de los premios, el de Física, ha recaido en un investigador cachondo de la Univ. de Manchester, Andrè Geim. Se lo han dado por descubrir el grafeno (una placa de carbono de un átomo de espesor que, por lo visto va a permitir hacer pantallas de Tv y computadores que se enrollan). Ya había recibido uno de los premios anti-nóbel en el año 97 por hacer levitar una rana en un campo magnético. Me encanta esta gente que sabe mezclar tan bien el trabajo y el cachondeo (aunque quizás eso de hacer levitar a una rana, creo que alguien lo hizo con un luchador de sumo japonés lo que debe ser más complejo, sea todo un avance científico).
Y resultan de carcajada los premios IgNóbel de este año. Esos que concede, en simultáneo a los verdaderos, la revista Annals of Improbable Research. Y lo hace por todo lo alto, en el teatro Sanders de la Universidad de Harvard y entregados por personas que sí han recibido el Nóbel de verdad. Los de este año, IgNóbel 2010, se repartieron el día 30 de Septiembre. Magníficos.
Me ha llamado especialmente la atención el de Biología, que se lo han llevado en comandita varios investigadores chinos y otro de la Univ. de Bristol por documentar la felación en los murciélagos de la fruta. A lo que se ve, cada nueva mamadita, prolongaba el acto sexual varios segundos (o minutos, no sé cuánto se entretengan estos murciélagos en la cosa del sexo). Tampoco está mal el de ingeniería que se lo han concedido a unos investigadores de Baja California por haber inventado un complicado helicóptero dirigido por radio control y que permite recoger los mocos de las ballenas. El de Medicina ha recaido en dos holandeses que han demostrado que para el asma es buenísimo montarse en una montaña rusa. Y no digamos nada del de Física que se lo han ganado con esfuerzo tres investigadoras de Nueva Zelanda por demostrar que la gente resbala menos cuando se hiela el suelo por el frío del invierno si se pone los calcetines por fuera de los zapatos. En el ámbito de la economía han sido más cabrones, se lo han dado a los directivos de Lehman Brothers y otras empresas por haber inventado un sistema de inversión que maximiza las ganacias (las propias, claro) y minimiza las pérdidas para la economía mundial. Tampoco está mal en IgNóbel de Gestión de empresas que se lo han ganado tres investigadores italianos de la Univ. de Catania por demostrar que las empresas resultan más eficientes si promueven a su personal siguiendo las reglas del azar. Y tengo que avisar a mi amigo Juan Gestal porque el premio de Salud Pública de este año se lo han llevado varios investigadores de Maryland (EEUU) por demostrar experimentalmente que los microbios tienen una propensión insana a pegarse a las barbas de los científicos. Claro que es esto de la Salud Pública, aún fue más interesante el IgNóbel del año pasado que se lo llevó la Dra. Elena Bodnar, la de la foto, por haber inventado un sostén que podía reconvertirse en una doble mascarilla en caso de necesidad, una para la propia usuaria y otra para algún despistado que se le ocurriera salir de casa sin mascarilla.
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