martes, mayo 31, 2016

ABRAZARSE




Tratando de organizar mis archivos del ordenador (¡qué pesada tarea! ¡Cómo envidio a los que tienen su mesa de trabajo limpia como una patena y con uno o dos folios sobre los que trabajan sin tenerse que mover como yo en una jungla de papeles que voy cambiando de lugar para hacerme un hueco!) me encontré con algunas cosas que guardaba para comentarlas en el blog pero que se perdieron en el caos digital que es mi ordenador (un contrasentido eso de llamar ordenador a algo tan desordenado). Pero bueno, como en los baúles de nuestra infancia, a veces uno encuentra cosas interesantes.
Yo me encontré este texto de Rosa Montero aparecido en El País del 3 de Marzo de 2015. Fuimos compañeros en la carrera de Psicología allá en los primeros setenta, pero más allá de esa coincidencia, me encanta las columnas que escribe. Derrochan sensibilidad en un lenguaje claro y seductor. Ella comenzaba su columna diciendo que hay diversas maneras de ser eterno.  La primera, dice, es el deseo permanente de aprender, y cuenta una anécdota de Séneca empeñado en aprender a tocar en la flauta una compleja melodía musical la noche previa a que lo ejecutaran sus verdugos. Otra forma de ser eterno es abrazarse.  Y Rosa Montero decía lo siguiente:
Y dos. Estudios científicos mundiales parecen demostrar que los humanos necesitamos un mínimo de cuatro abrazos al día para sobrevivir. Algunos sostienen que lo óptimo sería ocho o más, pero, en cualquier caso, sin esos cuatro abrazos al día la cosa no funciona: nos crispamos, nos deprimimos. Aunque no hace falta que los abrazos tengan connotaciones sexuales, se me ocurre que si le añadimos un espolvoreo de seducción se potencia el efecto (el sexo es en sí mismo terapéutico: lo explicaron la semana pasada en Madrid en la I Jornada de Sexualidad para Personas Discapacitadas). De modo que sí, desde luego: ese breve pero definitivo viaje al pecho del otro, ese cobijarse en su tibieza y hundir la nariz en un cuello fragante, es otra maravillosa, momentánea posibilidad de ser eterno. Quizá esta columna les parezca algo extravagante: los primeros calores siempre tienen en mí raros efectos. Pero aun así les recomiendo que sigan mi consejo: abrácense todo lo que puedan.
Cuatro abrazos al día, sería una dosis magnífica. Un subidón de energía. Claro que tienen que ser abrazos como los que Rosa Montero describe no esa cosa frígida e indefinida que te ofrecen algunas personas que parecen temerosas de contagiarse de algún virus del que fueras portador. Los curas de la vieja moral decían que debías bailar dejando espacio suficiente como para que pasara un perro entre uno y otra. Una cosa frustrante y sin gracia. Como cuando te dan la mano y no sabes si es la de verdad o una que llevan postiza para saludar. No se siente la vida, es un apéndice sin vida ni expresión. Los abrazos tienen que ser abrazos como Dios manda.  Que sientas el cuerpo y el alma de la persona a la que abrazas.

La verdad es que esto de los abrazos constituye todo un estilo de vida. Dice Kulraj que “abrazar es una extensión de una necesidad humana fundamental: el tacto”. Que nos lo digan a quienes trabajamos en Educación Infantil. Es como una carta de presentación de la persona que tienes delante o junto a ti. Con lo bonitos que son y lo que los disfrutas esos abrazos de koala de los nietos cuando son pequeños. Pero luego, la sinceridad y el goce se van perdiendo, tanto para dar como para recibir. Y eso que, volviendo a Kulraj, no parece que el hacerse mayores signifique que la necesidad del tacto disminuya en absoluto. Pero la verdad es que hay gente especialmente renuente al contacto físico. Claro que también hay “tocones” que te hacen dudar del valor terapéutico del contacto físico. En cualquier caso, hay abrazos para todos los gustos desde los abrazos protectores (abrazo por la espalda) a los de complicidad (abrazo por los hombros), de los de camaradería (palmaditas en la espalda) a los de amistad (frote de espalda), de los románticos (abrazo de baile lento) a los más sensuales (abrazos de baile rápido).

Curiosamente algunos (yo mismo) prefieren darlos que recibirlos y eso tiene que significar algo. De hecho, alguna vez me ha coincidido pasar por lugares donde se ofrecían esos “abrazos gratuitos” tan de moda estos años, pero nunca fui capaz de acercarme. Quizás es que uno debe sentir esa puntita de deseo de contacto que desaparece cuando te ves forzado a ello. Y, desde luego, me horrorizan los abrazos fríos, protocolarios (abrazos triángulo los ha denominado alguien por la postura que la pareja adopta).
En fin, que resulta muy apetecible eso de los 4 abrazos diarios. Y si alguno de ellos es de esos que mezcla proximidad con afecto (que es el coktail adecuado), la cosa puede resultar de lo más apetecible.


domingo, mayo 22, 2016

El amor, según McCullers.




No era fácil esperarse algo así. La historia era simple y un poco rebuscada. La protagonista es una señora llamada Amelia que vivía en un pueblo meláncólico y solitario. Así lo describe McCullers en “La Balada del  Café Triste” (Edit. Austral-Seix Barral ) de donde extraigo esta reflexión:
El pueblo de por sí es ya melancólico. No tiene gran cosa, aparte de la fábrica de hilaturas de algodón, las casas de dos habitaciones donde viven los obreros, varios melocotoneros, una iglesia con dos vidrieras de colores y una miserable calle mayor que no medirá más de cien metros. Los sábados llegan los granjeros de los alrededores para hacer sus compras y charlar un rato. Fuera de eso, el pueblo es solitario, triste: está como perdido y olvidado del resto del mundo… (p.7).
Vamos, nada del otro mundo. Y volviendo a doña Amelia, resulta que un día recibe en el café que regenta a un pariente enano y bastante maltrecho al que aloja en su casa y cuida cuanto puede. Le dedica tanta atención que se comenta en el pueblo que entre ellos se establece una relación muy especial que quizás sea amor. Un amor complejo porque hay muchas diferencias entre ellos y porque de ser verdad rompe no pocas reglas del comportamiento esperable de una señora mayor y viuda como Dña. Amelia. El caso es que, de pronto, aparece una interesante reflexión sobre el amor y los amantes. McCullers que diferencia entre amante y amado (compleja dicotomía en una relación en la que pareciera que ambos debían ser amantes) se refiere, primero, a los/las amantes. Y dice:
En primer lugar, el amor es una experiencia común a dos personas. Pero el hecho de ser una experiencia común no quiere decir que sea una experiencia similar para las dos partes afectadas. Hay el amante y el amado, y cada uno de ellos proviene de regiones distintas. Con mucha frecuencia, el amado no es más que un estímulo para el amor acumulado durante años en el corazón del amante. No hay amante que no se dé cuenta de esto, con mayor o menor claridad; en el fondo, sabe que su amor es un amor solitario. Conoce entonces una soledad nueva y extraña, y este conocimiento le hace sufrir. No le queda más que una salida, alojar su amor en su corazón del mejor modo posible, tiene que crearse un nuevo mundo interior, un mundo intenso, extraño y suficiente. Permítasenos añadir que este amante del que estamos hablando no ha de ser necesariamente un joven que ahorra para un anillo de boda; puede ser un hombre, una mujer, un niño, cualquier criatura humana sobre la tierra (p. 31).
Interesante descripción. Puede que ésa fuera la situación de doña Amelia pero  lo es, también, para mucha gente, jóvenes y mayores, solteros y casados, hombres y mujeres. Es decir, no es algo extraño, me parece a mí. ¡Cuántos amores guardados no  residirán en los corazones de las personas! Esos que no puedes confesar, que ni siquiera sabes bien si pertenecen a esa categoría del amor o a otros caprichos menos respetables. Es decir, quieres, aprecias, admiras, piensas en él o ella de forma incógnita o disimulada, procurando que no rompa tu vida ni la de la otra persona. Cuando los amigos y amigas cuentan sus experiencias (casi siempre, alterándolas para que no parezcan propias) es fácil reconocer situaciones así.
La situación del amado es más simple. O quizás, no.
Y el amado puede presentarse bajo cualquier forma. Las personas más inesperadas pueden ser un estímulo para el amor. Se da, por ejemplo, el caso de un hombre que es ya abuelo que chochea, pero sigue enamorado de una muchacha desconocida que vio una tarde en las calles de Cheehaw, hace veinte años. Un predicador puede estar enamorado de una perdida. El amado podrá ser un traidor, un imbécil o un degenerado; y el amante ve sus defectos como todo el mundo, pero su amor no se altera lo más mínimo por eso. La persona más mediocre puede ser objeto de un amor arrebatado, extravagante y bello como los lirios venenosos de las ciénagas. Un hombre bueno puede despertar una pasión violenta y baja, y en algún corazón puede nacer un cariño tierno y sencillo hacia un loco furioso. Es solo el amante quien determina l valía y la cualidad de todo amor.
El pobre enano de la historia le ha llevado a Mc Cullers a cargar las tintas sobre los amados y amadas. Quizás llame más la atención ese amor silencioso cuando quien lo provoca es alguien escasamente elegible, si fueran las reglas del amor convencional las que fueran a dirigir el proceso. Amores épicos son ésos. Pero lo normal no es eso. No es así como suelen suceder las cosas que luego te comentan los amigos (cosa no fácil, el contarla, pues por algo es un sentimiento embridado). Amantes y amados suelen ser personas normales, gente que por alguna razón se ha encontrado, se ha conocido y ha quedado deslumbrado por el otro, incluso si éste-ésta no lo sabe.
Por esta razón, la mayoría preferimos amar a ser amados. Casi todas las personas quieren ser amantes. Y la verdad es que, en el fondo, el convertirse en amados resulta algo intolerable para muchos. El amado teme y odia al amante, y con razón: pues el amante está siempre queriendo desnudar a su amado. El amante fuerza la relación con el amado, aunque esta experiencia no le cause más que dolor.
No es un buen final. No sé si es cierto que la mayoría prefiere ser amante a ser amado. Probablemente sí porque te sientes más protagonista y autosuficiente. Eres tú quien decide y siente. Pero cuesta más pensar en que el amado teme y odia al amante. Y si fuera así, no entiendo que el amante desee continuar siéndolo. Demasiado heterodoxo ese amor que fuerza la relación y nutre su amor de dolor.
En fin, un lío, pero me ha parecido muy interesante este soliloquio filosófico sobre el amor y sus complejidades. Cuadra bien con lo que te cuentan los amigos.

lunes, mayo 02, 2016

Un año de silencio.




Parece mentira. Va a hacer un año que no escribo nada en el blog. ¡Con la cantidad de cosas que han pasado en este tiempo! 
Empezando por la más objetiva y menos discutible, han pasado casi doce meses. ¡Una barbaridad de días, horas y acontecimientos! Mirando hacia atrás, lo que ves es un amontonamiento de cosas difíciles de identificar retrospectivamente. Por algo dicen las neurociencias que una de las tareas más importantes que desarrolla nuestro cerebro es la del olvido, la limpieza progresiva de recuerdos parciales. El mío en eso del borrado funciona excelentemente. Por no recordar, ya ni me acordaba de mis contraseñas para entrar en el blog o de cómo se hace para publicar un nuevo post. Menos mal que siempre me apoyo en mis libreticas del Alzheimer y ellas sí que no borran las anotaciones.

En fin, no sé si esta vez conseguiré tener ese puntito de constancia que te permite ir relatando las cosas significativas que vas viviendo. Es verdad que escribir consume tiempo, un tiempo que necesitas para otras cosas, para otras escrituras obligadas. Pero pese a esa inversión, lo que te da el escribir es tan importante que se echa de menos. Me da la impresión (al menos en mi experiencia) de que el no escribir acaba convirtiendo tu existencia (ese día a día del que no tienes cómo zafarte) en algo anodino, gris, horizontal y sin matices. Es cierto que cuando vives momentos muy significativos tienes más ganas de contarlos, pero también lo es que cuando no los cuentas incluso esos momentos en sí mismos importantes acaban perdiendo significado y, al cabo de unos pocos días, se convierten en eventos normales, olvidables.

Pues en esas estamos. Los próximos días dirán hasta qué punto este reencuentro con el blog supone el inicio de un nuevo idilio (solo él y yo sabemos lo importante que fue nuestra relación en otros tiempos) o se quedó en un encuentro casual. Bien sabe Dios, cuánto me gustaría que fuera lo primero.