viernes, diciembre 20, 2013

Mari Carmen querida, adiós.




Solemos decir que la vida, de una manera u otra, es justa pero que la muerte es siempre injusta. Con Mari Carmen fue al revés, la vida no siempre le fue justa y, en cambio, la muerte (que siempre es una desgracia) fue justa con ella, llegó cuando la enfermedad empezaba a resultar insoportable. Demasiado pronto para cuantos la queríamos, pero  en el tiempo justo para ella. Le permitió despedirse de todo y de todos; le permitió jugar su partida de cartas la tarde anterior a venir a buscarla; le permitió ver a su hija con trabajo y relajarse; hasta le permitió, bendita sea, esperarme de regreso de mi último viaje a México. Pero, sobre todo, fue justa y benevolente porque no dejó que sufriera. Mientras la cosa podía  sobrellevarse con cataplasmas y pastillas pudo disfrutar con las personas a quienes quería; cuando ya nada hubiera podido neutralizar el dolor, la muerte la llamó a su reino. Eso no aminora la desgracia ni el dolor por su pérdida pero, puestos en su lugar, nos la hace más soportable.
Querida cuñada, solo han pasado unos pocos días desde que te hemos perdido pero aún seguimos con el shock. Aunque tu enfermedad nos dio el margen suficiente para irnos preparando, no es fácil elaborar el duelo. Especialmente a tus hijos que siguen con esas ojeras enormes que provoca el no dormir bien, el llorar a solas, el sentirse mal con ese dolor indefinido dentro que solo se irá mitigando con el paso del tiempo. También tus hermanos siguen ahí, en ese impasse que provoca el perder a uno de los pilares sobre los que asentaba su normalidad, su estilo de vida. Dependían de ti tantas cosas en sus vidas que, ahora que te han perdido, necesitarán buscar otros puntos de anclaje para construir su propio futuro. ¡Qué verdad es aquello de que cuando crees que ya tienes las respuestas a lo que deseas ser y hacer, viene la vida y te cambia las preguntas! Y ahí estamos todos preguntándonos qué será de todo ese entramado vital que habíamos construido contigo y en torno a ti. Eras tan importante en la vida de todos nosotros que tu muerte ha sido como un tsunami que se ha llevado buena parte de nuestra propia vida. No va a ser poco reto el volver a reconstruir aquellos cómodos esquemas de vida que habíamos construido.
A la muerte de nuestro padre, un hermano mío decía que, al final, lo  que nos queda son recuerdos. No necesariamente grandes recuerdos, sino recuerdos de esas pequeñas cosas que hicimos juntos. Y es verdad. Con las personas vivimos grandes momentos, unos de alegría y otros de mucho sufrimiento. Esos también se recuerdan, pero los que te llegan más dentro, los que te hacen sonreír, incluso en momentos así, son pequeñas cosas que se han vivido juntos. Quizás porque son momentos más personales, con un significado especial para quien los vive. O quizás que son cosas minúsculas pero que acaban ocupando un lugar privilegiado entre nuestros recuerdos. Cosicas. Y, sabes cuñada, mi vida contigo ha estado plagada de esas cosicas pequeñas pero agradables (aunque, quizás en su momento, supusieran un disgusto al que el tiempo ha eliminado la parte ácida).  Nuestra vida en común es como un largo trayecto entre dos comidas: una mariscada a finales de 1973 y un rabo de toro a finales del 2013, unos pocos días antes de fallecer. O sea, cuarenta años, ¡toda una vida! La mariscada me la ofrecisteis Manolo y tú la primera vez que llegué aterrorizado a Galicia como novio oficial de Elvira. Quizás fue una prueba para ver si era digno de entrar en la saga de los Cerdeiriña, pero yo lo viví como un momento de acogida y cariño que hizo que desde el primer momento me sintiera muy bien. El rabo de toro te lo ofrecí yo como uno de esos mimos que me gustaba hacerte en los pocos minutos en que podía pasar contigo. Disfrutabas tanto con esos momentos de excepción culinaria en los que podías romper el menú habitual de la semana, que nos hacía olvidar por unos momentos la complicada situación a la que te había llevado la enfermedad.  Hasta podíamos bromear y recordar y planear cosas para el futuro.
Decía, al inicio, que la vida no había sido justa contigo. Perteneciste a la alta sociedad coruñesa durante muchos años y, sin que mediara culpa alguna por tu parte, perdiste status y recursos. Tuviste que valerte por ti misma y lo hiciste con una valentía y un sentido del honor personal que te ha merecido el respeto de todos cuantos te conocen. Nunca es fácil  reconstruir como viuda el esquema de vida que se ha tenido como esposa de un médico de alto prestigio. En Coruña lo es aún menos. Y, sin embargo, ahí estabas, en la élite, entre “los de Coruña de siempre”, en toda la pomada coruñesa. Ibas para “señora de…” y lograste convertirte, con no poco esfuerzo, en simplemente señora. De las muchas cosas por las que te puedo admirar, ésta es, sin duda, la más importante, tu capacidad de adaptación. Sin dar mucha importancia a lo que hacías, sin otorgarte otro título que el de madre empeñada en sobrevivir. Parecías débil y dependiente y nos has dado toda una lección de cómo se puede llegar a liderar una familia tan complicada como la vuestra/nuestra con tino y eficacia, logrando el respeto de todos. Liderazgo que has mantenido hasta el final, ese brillante broche final de ser capaz de estimular el reencuentro entre hermanos y sobrinos. Es una herencia valiosa la que nos dejas. Cuídala, por favor, desde esa posición privilegiada que ahora ocupas. Es un brote verde que precisará mucho de tus cuidados.
De esos largos 40 años que hemos pasado juntos, más de la mitad, los hemos recorrido casi como trio de hecho. Los tres, Elvira, tú y yo, hemos hecho viajes, hemos ido al cine, hemos cenado, hemos pasado vacaciones en Orazo, hemos compartido con Vicente sus fiestas de Poio, hemos organizado cada navidad, hemos, hemos. Teníamos mucho pasado juntos y así habíamos planeado también el futuro, juntos en Coruña. Figúrate el desaguisado…

En fin, querida cuñada, nadie nos va a quitar las muchas cosas que hemos vivido juntos. Buenas y malas. Nunca podré olvidar lo que significaste para mí durante todo aquel mes trágico de Valladolid, tras el accidente de coche, en el que yo creía morir cada día al ritmo de los informes médicos sobre Elvira. Tú siempre estabas allí. Tan angustiada como yo, pero manteniendo el tipo. A veces me reñías porque no me cambiaba la camisa en varios días y me sentaba fatal (la camisa era el menor de mis problemas) pero me consolaba saber que estabas allí controlando mi desesperación. Pero también hemos tenido muchos momentos buenos (la boda de Manuel en la que pude bailar contigo tras tus primeros pasos como madre del novio; las muchas comidas en Casa Solla cada 6 de Agosto; los ratos de soledad a tres en Orazo; los viajes en tu flamante Mercedes a los campamentos de nuestros hijos; en fin, muchas cosas). Todo eso, pasa por mi cabeza en estos momentos de despedida. Una despedida relativa porque yo te seguiré teniendo cerca en Orazo, te visitaré con frecuencia y charlaremos.
Un beso enorme, querida cuñada. Ni te imaginas lo importante que has sido para todos nosotros.

jueves, diciembre 12, 2013

¡Adiós, corazón!


Frustrante cosa ésta del lenguaje que incluso la frases cariñosas se convierten en aldabonazos inmisericordes sobre el paso del tiempo.
Hoy me tocaba revisión de ese pequeño adminículo que llevo incrustado en el pecho. Se llama Reveal con un nombre que quiere parecer inglés pero está hecho en Portugal. Al final se queda en poquita cosa, una especie de pen-drive. Pero bueno dejémoslo estar que de él ya he hablado bastante en este blog, ahora intermitente (es un blog con apneas peligrosas). La cosa es que me tocaba revisión. En el hospital descargan sus anotaciones sobre las arritmias y te riñen si te has pasado. Yo me había portado bien (bueno, el corazón es el que se había portado bien, que él es muy autónomo), así que la cosa fue de trámite. De hecho, quien me atendió fue una enfermera, aunque bien preparada y muy habladora, con ese tono autosuficiente de las que llevan años de oficio.
Me colocó el aparato lector, extrajo los datos del cardio-pendrive y los analizó en pantalla. Nada, todo bien. Solo había dos incidencia, una marcada por mí y otra por el aparatito. Luego hizo su informe y me citó para dentro de seis meses.
Y al final, la guinda. “Y ya sabe, si le da algún mareo o un síncope se acerca por esta consulta sin pedir cita”. Muchas gracias, le dije. “Nada, corazón, a cuidarse”, me dijo ella. Pensé si se estaría despidiendo de mi víscera cardiaca, pero no, me lo decía a mí. Y cuando yo salía, ella aunque mirando para otro lado, lo repitió: “Adiós, corazón”. Me sonó chocante. No era un corazón de esos que significa “cariño” (adiós, cariño). La enfermera no era jovencísima pero, vamos, tampoco mayor. Yo debiera haber sentido “¡coño, me he ligado a la enfermera!”. Pero qué va, hubiera estado bien, pero no sonaba a eso. Más bien sonaba a trato maternal y compasivo (ya está usted mayor… cuídese, corazón). Me encantaba escucharlo cuando se lo decían a mi padre. Sonaba bien, a juego relacional, a enfermeras cariñosas con las personas mayores. Pero escucharlo dirigido a mí me sorprendió. Fue un coscorrón más que una caricia.
No somos nadie, está visto. Y, menos aún, en el hospital.
¡Señor, qué estrés! ¡Qué deterioro progresivo de la autoimagen!

lunes, septiembre 16, 2013

A relaxing tea cup, please!

Hi!, here I am again, le he saludo esta mañana al blog. Me ha mirado con cara rara como si, a estas alturas, fuera casi un intruso. ¿Y tú de qué vas?, me ha contestado displicente, ¿de dónde sales? Pues ya  ves, me excusé, necesitaba urgentemente something to relax me. No mola eso de estar pensando que ponerte a escribir algo que no sea trabajo es quitarte tiempo y vivir agobiado. Bueno, y que tenía ganas de verte de nuevo. ¿Te parece mal? Ni mal ni bien, tu sabrás si vienes por aquí o no. Me molestan tus ausencias porque un blog que no se renueva es como entrar en coma. La gente se cansa de entrar y ver que no hay nada nuevo. Al final se van. Lo siento, le he tenido que conceder, también para mí ha sido un poco como ponerme en stand by. Tuve que hacer un bypass para canalizar todas las energías hacia cosas más pragmáticas. Pero eso resulta agotador. Necesitaba el aire fresco del blog y poder decir alguna tontería que otra. Pues tú dirás..., me dijo.

No hoy, no. Esto es como una primera cita. Bastante he tenido con acordarme de la dirección y el password. Por cierto, te veo con otra pinta. Al principio pensé que me había equivocado de blog. ¿Qué te has hecho?  Pues ya ves, unos retoques. Pasó por aquí tu amiga Lina y se empeñó en que resultaba tan antiguo como tú y que tenía que remozarme. Y ya ves, me cambió la configuración. Un color más guai y moderno, y algunas otras pijadicas de estética. Pero yo me siento igual. Bueno eso espero, a mí me gustabas como estabas. Y tú, contraataca el blog, ¿qué te has hecho? Te veo raro. Pues ya ves, ha sido una transacción con mi asesora de imagen. Visto que de pelón se iban remarcando cada vez más las arrugas, me sugirió que me dejase crecer unos ricitos para disimular. Así mientras la gente sonríe por la melenita y los rizos, no se fijan en otras cosas. A ver cuanto dura.

Bueno, pues eso, que ya estoy aquí de nuevo. No me compensa tanta obsesión por el trabajo, tengo que desconectar. Espero que me ayudes. ¡Pa eso estamos!, me concedió ya más afectuoso. Por ciero, le dije, esta semana vi la película "La gran familia española", un pasatiempo sin mucho recorrido. Ya la comentaremos. 
Y nos despedimos.¡Bienvenido!¡Bienhallado!.

lunes, mayo 27, 2013

Al frente de la clase.





Resulta curioso pues es un film del 2008,  pero no sabía nada de él. Lo había comentado un compañero en la comida. Decía que era una película muy interesante, que merecía la pena verse. Nos contó algo del tema y, efectivamente, me pareció muy atractiva. Además, los consejos sobre buen cine nunca se deben desatender. La vida acaba siendo demasiado corta para perder el tiempo con malos filmes. Así que aproveché la tarde del domingo, encerrado en el hotel, para verla. Como está en You Tube, sin restricciones, pude hacerlo sin dificultad alguna.
Al frente de la clase es un alegato en favor de los derechos de las personas que sufren de alguna enfermedad rara, en este caso el síndrome de Tourette, una anomalía neurológica que hace que los sujetos  realicen movimientos y ruidos que no pueden controlar.
La película impresiona realmente. Y si eres profesor y formador de profesores, aún más. Muy bien pensada, sin melodramas innecesarios (es fácil comprender el drama que viven los sujetos con el síndrome de Tou…) pero con una presencia constante y machacona del síntoma. Eso ayuda a que uno no se pueda escapar por la parte ligeramente cómica de las situaciones (eso que solemos decir a veces de "si no fuera tan trágico darían ganar de reir). Aquí pasa un poco eso. A veces no puedes evitar una sonrisa (tampoco tendría sentido, pues el propio protagonista se ríe con frecuencia de las situaciones que su problema provoca) pero el film no te da respiro y acaba haciéndote consciente de lo agobiante de la situación.
Lo mejor, sin duda, el protagonista, James Wolk. ¡Qué maravilla, cómo se hace con el papel! Yo no conozco a ninguna persona que padezca el síndrome de Tour… pero me da la impresión de que su actuación es muy realista, que borda su papel. Acabas el film agotado, al identificarte con él, pero, a la vez, feliz porque te sientes contagiado de su fortaleza, de su capacidad de resiliencia.
Saqué muchas cosas en limpio de la película. Es todo un manual de educación y de autoayuda.
Lo primero que enamora es su gran capacidad de supervivencia. Debe ser como un milagro eso de vivir la propia enfermedad como un estímulo (ella ha sido mi mejor profesor, dice al final, la que me ha enseñado  la importancia de vivir y de superarme). Es curiosa esta fortaleza mental que, por otra parte, está frecuente en muchas personas con alguna incapacidad. Recuerdo un colega y amigo con problemas de movilidad (había tenido un accidente que le destrozó la pierna y le provocó una cojera irreversible) que me decía que él se sentía feliz de ser cojo. No solo no se quejaba, creía que había sido una bendición para él porque le había permitido llegar a ser como era. Me hizo pensar mucho porque al principio yo creía que no podía ser verdad lo que decía, que era una pose, una forma de sublimar su frustración. Pero no, era realmente una persona feliz que contagiaba alegría y deseo de vivir. De hecho se ha hecho famoso por los éxitos conseguidos en la recuperación de sujetos con algún tipo de discapacidad. Les transmite ese gran poder psicológico que él mismo posee y que le ha permitido llegar a las mayores metas académicas. Al protagonista de este film le pasa también eso, no le cuesta reconocer que tiene un problema (interesante la forma en que afronta el dilema de si es mejor hablar de él desde el inicio de sus entrevistas para obtener el empleo de profesor, o disimularlo), pero de manera alguna acepta que sea el problema el que le marque la agenda vital. Él es quien es con sus ruidos. Es un pack único pero en el que deben estar claras las prioridades y qué es lo fundamental y qué lo secundario.
Eso es exactamente lo que tratamos de inculcar desde hace años a través dela pedagogía de la diversidad. Las posibles discapacidades o minusvalías de los sujetos no constituyen el núcleo de su identidad. No debemos hablar de “ciego”, “cojo”, o “hiperactivo” porque con ello solo logramos confundir la parte con el todo. Ellos y ellas son personas con alguna característica particular que en nada reduce su cualidad de persona ni el conjunto de cualidades y capacidades que como tal posee: es una persona que puede hacerlo todo menos ver, o todo menos andar o menos estarse tranquilo durante periodos largos de tiempo. La escena del niño explicando a sus compañeros esta situación ayudado por el director de la escuela resulta muy emocionante. Probablemente, en la realidad, la respuesta de sus compañeros no hubiera sido tan correcta y emotiva (difícil pasar de la nada al todo) pero resulta emocionante comprobar cómo se puede construir un auténtico respeto a la diversidad, sin culpabilizar a quien la padece sino más bien al contrario, generando empatía con él.
Muy contrario a ese espíritu es lo que aparece como actitud de directores y colegas en las diferentes escuelas por las que va pasando solicitando trabajo. Luego, también la de algunos padres. Es descorazonador que gentes de educación (pero también de otros contextos como el golf, los restaurantes, el cine e, incluso, la iglesia) se muestren tan poco comprensivas. Duelen las miradas, los reproches, los prejuicios. Claro que tendríamos que ponernos nosotros mismos en esa situación y ver cómo reaccionaríamos. Por eso, cuando se encuentra con la pareja de directores que son capaces de elevar sus consideraciones más allá de los prejuicios, uno siente que otro tipo de mundo es posible. “Después de tanto hablar lo que hemos hablado, tenemos que demostrar que creemos en ello”, o algo así, es su justificación al contratarlo. Cierto, porque si no, al final, todo se queda en palabras. Ninguno de los que le rechazaron se confesaría persona “excluyente” o racista. Y probablemente no lo fueran en sus palabras, pero sí en las decisiones que adoptaban creyendo que hacían lo mejor.
Resulta muy emocionante el periplo que el protagonista sigue en la búsqueda de pareja.  Supongo que en ese terreno  tan sensible en la construcción de la propia autoestima, él ya había tocado fondo. Quizás hasta habría renunciado a tener pareja alguna pensando que nadie soportaría su enfermedad. Pero, en la misma tónica de todo lo que es su capacidad de resiliencia, sigue creyendo en él mismo. Así que su cita a ciegas resulta tierna y divertida. Y tiene la suerte de dar con una chica que está más allá del “qué dirán” y de los convencionalismos (probablemente, también ella había asistido a una escuela inclusiva). Sabe reconocer lo que hay dentro de él de tierno, de persona que domina las circunstancias, incluso aquellas que no le favorecen. Que sabe reír (incluso de sí mismo y de sus problemas) y hacerla reír. Y las cosas les salen bien. Ambos se lo merecen.
Bueno, y la otra cara hermosa de la película es el trabajo que el protagonista hace como profesor. Impresiona ver la clase vacía a la que le llevan los directores de la escuela que se arriesga a contratarlo, pero impresiona aún más ver la procesión de colegas que se van acercando a ella trayéndole cosas para la clase. Al final, completa un extraordinario repertorio de recursos didácticos para trabajar con los niños y niñas de su clase. También emociona ver el cuidado con que lo  va preparando todo para su llegada desde varios días antes. Él está emocionado y logra transmitir esa emoción a quienes le vemos metido en cuerpo y alma en el diseño de su propuesta pedagógica. Y cuando los niños llegan, ese tono de preocupación y calidad se mantiene. No es fácil para él pues debe hacer frente a su problema, debe explicárselo a los niños, debe asumirlo él mismo como una condición de normalidad en su vida profesional, debe ir dando una respuesta equilibrada a las dificultades que su situación trae aparejadas: por ejemplo que algunos padres no vean claro que en sus condiciones pueda dar clase y resultar positivo para sus hijos. Pero él  sigue adelante, se inventa cosas a trabajar con los niños, logra meter el mundo de fuera en sus clases (el ejemplo de la camionera y sus rutas es magnífico). En fin, hay muchas cosas de las que emocionarse en la película, pero la forma en que este profesor afronta el trabajo con los niños  es, sin duda, una de ellas.
Me pareció un poco sin sustancia ese salto en el vacío de nombrarlo profesor del año. No hacía falta para nada ese reconocimiento un tanto peliculero. Pero se entiende que al director del film le viene bien para acabar la historia con el speech final, todo un discurso programático sobre el  valor de la superación personal y lo que la educación, la buena educación, puede aportar para lograrlo. Llevamos años hablando del valor educativo de la diversidad, del derecho de todos a ser tratados como iguales para poder desarrollar un proyecto de vida lo más completo posible. Esta película que, además, está basada en un caso real, resulta muy reconfortante. Ya tengo de que hablar con mis estudiantes en el inicio del nuevo curso.

miércoles, mayo 22, 2013

Sobrevolando Brasil




Estoy sobrevolando Brasil desde hace un par de horas. Es curioso esto de las distancias, sobre todo en este enorme país. Todo es enorme. Ya estábamos por encima de tierras brasileñas y anunciaban los mapas del avión que faltaban casi tres mil kilómetros al destino. Recuerdo una vez haber comprobado que desde que el avión despegaba de Guarulhos hasta que cruzaba la ciudad de Sao Paulo t
ardamos casi 20 minutos. ¡20 minutos de avión para cruzar una ciudad! Impresiona pensarlo.
La cosa es que estaba viendo una película italiana bastante insulsa, NINA, (ya sería la tercera de este viaje) y me han entrado ganas de escribir. Hace días que no cuento nada en el blog y eso que han sido días llenos de emociones (una de ellas este viaje) y se me va llenando el depósito emotivo lo que no augura nada bueno. Al final, esa tensión estalla a través de la depresión o las lágrimas. Una lata.
Salir de casa suele tener estas cosas. Por un lado lo deseas ardientemente porque es movilizarte, visitar otros países, volver a encontrarte con colegas de todas las partes del mundo, estar en el candelero, sentir que te llaman, que valoran tus ideas, que te aplauden. La vida cotidiana no tiene esas cosas, allí eres uno más y cada vez más invisible. Salir es como una fiesta narcisista que engrasa las piezas de los mecanismos interiores. La gente de universidad lo necesitamos mucho. Sacamos fuerzas de este ir y venir. Los aeropuertos acaban formando parte de las coreografías profesionales.

De todas formas, en el escaso tiempo que tuve de espera en Barajas aún tuve tiempo para admirarme de mi propia fortuna. Que viajen gentes de la industria, de la medicina, del arte, de las ciencias, de la política, etc. hasta parece lógico. Pero que quienes nos dedicamos a la Educación entremos en esta danza, sorprende. A mí, gratamente desde, luego pero seguro que hay gente que piensa que es un despilfarro. Y la verdad es que resulta muy costoso. Uno va uniendo viajes, hoteles y comidas a los gastos de tu trabajo y la suma final resulta desmesurada. De hecho, nosotros en España no podemos hacerlo. Es una suerte que los países emergentes crean aún que la importancia de la educación merece esos dispendios. Con todo, no deja de ser una fuente de preocupación para quienes viajamos. Tienes que pensar mucho qué vas a decir para que les compense el esfuerzo.
Claro que a su esfuerzo económico y de anfitriones no le va a la zaga nuestro propio esfuerzo personal. Tienes que cambiar de horario, de ritmo de vida, de comidas. Pierdes muchos días, a veces, para una conferencia en un congreso. Eso sí me parece un despilfarro. En mi caso, este viaje tiene, además, la emoción añadida de ser mi primera salida seria tras el síncope cardíaco. Así que voy un poco asustado y vigilando cada sensación que se produce en el pecho. La verdad es que hasta ahora todo ha sido muy tranquilo, pero  no es fácil despreocuparse. Es mi prueba de fuego. Espero no tener que poner en marcha el Reveal y que todo vaya bien por ahí adentro.
….
Pues el viaje, lo que fue el vuelo, salió bien. En hora. Pero como no hay alegría completa, luego tardamos una hora y media en pasar la policía de inmigración.  Esta fase de los viajes se está convirtiendo cada vez más en una pesadilla. Parece mentira que no se cuide más ese aspecto. Unas colas infinitas de pasajeros exhaustos del viaje y que ven que las colas no avanzan, que hay muy pocos puestos de policía funcionando, que van lentísimos. Un calvario.
Llovía en Sao Paulo. Esa lluvia tropical intensa que lo inunda todo. Nuevas colas en las autopistas de entrada en la ciudad. Otra hora y media de coche. Entre la lluvia, el caos de tráfico, los inmensos atascos, un camión accidentado el periplo del taxi se hizo eterno. Así que la llegada al hotel después de tanta peripecia, me pareció un milagro. Pero ya estoy aquí.
Los primeros momentos son siempre un tanto melodramáticos. Sólo en el hotel, con días por delante alejado de tu mundo, empieza a subirte un hormigueo pantorrilla arriba. Es el inicio de la depresión de llegada. Chungo. Suelo atacarla saliendo a pasear por el lugar para irme adueñando un poco del nuevo espacio, pero esta vez estaba lloviendo mucho y eso se hacía imposible. Se hacía necesario un plan B. Siendo Brasil, estaba claro: una caipiriña. La niña que atendía la cafetería del hotel no parecía muy ducha en esos menesteres pero se esmeró y, al final, quedó rica y estimulante. Después me telefoneo un amigo malagueño que suele coincidir conmigo en estos congresos y quedamos para cenar.  Lo peor del inicio estaba vencido.
Bienvenido a Sao Paulo.

viernes, mayo 10, 2013

AMIGOS QUE SE JUBILAN




La vida pasa inexorable, lo que es jodido aceptar como idea de la propia vulnerabilidad, pero no queda otra. Los “ciclos de vida” que tengo que explicar de vez en cuando a mis estudiantes para que entiendan que hagamos lo que hagamos como profesionales, la edad siempre está ahí enarbolando el principio de realidad que exige una obediencia mucho más rígida e inquebrantable que la constitución. Y en esos ciclos de vida, a algunos de nuestros amigos, les ha llegado el de la jubilación que en algún caso se ha acogido sonriendo y otros con una resignación cabreada. La jubilación depende de cómo te la tomes, pero es verdad que las instituciones no te ponen las cosas fáciles: en la carta de aviso de la jubilación le decían a Javier que había trabajado para la universidad 40 años, 6 meses y un día. Más que un parte laboral suena a condena. A Fidel primero le concedieron una prórroga y luego, sin mediar otra conversación, se la rescindieron porque, ¡cágate lorito!, resultaba caro para el gobierno porque tenía muchos trienios. Eso es eutanasia laboral. En fin, que una cosa que podía ser agradable y abrirte a nuevas posibilidades se convierte al final en un tránsito penoso. Así  que nos hemos solidarizado con ellos y les hemos hecho una fiesta. Queríamos que fuera “sorpresa”, pero como son jubilados pero no tontos, nos lo han cachado enseguida. Son muchos años  de salir juntos. Ellos, Javier y Fidel, son los primeros amigos que se jubilan en nuestro grupo y eso es un hándicap para saber cómo proceder. Al final, las mujeres han sido  más creativas y ellas se han encargado de reservar plaza en el aeroclub y de provisionarse de los regalos-chanza adecuados a la ocasión: un bastón digno y unas tostadas de pan (sin azúcar, ni sal, ni gluten) para su desayuno saludable. Tampoco faltaron unos sobres especiales que, con iniciales y  firmas ilegibles, les prometían sobresueldos en B como agradecimiento a los servicios prestados a sus instituciones y a quienes las dirigían y destinados a compensarles por la pérdida de  ingresos que les supondrá la jubilación.
La cena estuvo bien, aunque adecuada a la edad de los cenantes. No conviene abusar a estas edades. Unos entrantes y una tortilla de patatas. Y buen vino, que lo cortés no quita lo valiente. Y, además, así se nos suelta la lengua, que fue lo más atractivo de la noche.
Por supuesto, en una fecha tan señalada no podía faltar la intervención de nuestro bardo oficial y pregonero, Juan, quien, sin embargo ya nos advertía que “Se é difícil ser poeta / en circunstancias normais/ non poden imaxinar/ en casos excepcionais. Facer versos para un cumple / ou para bodas de prata/ aínda que non é doado / non soe dar moita lata. Pero una xubilación / é difícil de glosar /e se se trata de dúas /millor xa non empezar”. Pero él, echó mano de sus recursos y montó su espectáculo coral. No se anduvo con chiquitas y nos provisionó a cada uno de la correspondiente chuleta pues teníamos hasta tres estribillos distintos en las diferentes fases de la elegía. Las rimas hablan ganancias y pérdidas, de levantarse tarde y deambular; de eliminar preocupaciones y mitigar conspiraciones; de ganar en tiempo para los nuevos amigos de los paseos y perder en influencias y prebendas (aquellos jamoncitos, aquellas cajas de bombones, aquellas comidas de negocios…). La jubilación al fin que cantaba el 2º estribillo: “Campanas de Bastavales / cando vos oio soar/ énchome de soidades / xa non vou a traballar”.
La melancolía de la noche (bien llevada, con dignidad, todo hay que decirlo), dio paso a los brindis y a esas pequeñas catarsis afectivas de las fechas especiales. Javier estaba especialmente dispuesto (siempre lo está a dar ese salto de riesgo de la descripción o debate neutro a una zona más personal y emotiva) a hacer llegar a cada uno de los asistentes su emoción del momento, como si quisiera ser él mismo quien nos diera a cada uno nuestro regalo personalizado. Nos amenazó de broma con un discurso de 8 hojas de papel escrito, pero luego a medida que él mismo se iba autoestimulando en el recorrido personalizado, comenzó a cogerle gusto y a regodearse en cada jugada. Comenzó diciendo que “la vida es un abismo”, frase propia de una tragedia griega que nos hizo temer los peores anuncios, pero era solo un artilugio comunicacional pera generar un shock inicial que nos tuviera a todos atentos. Luego fueron saliendo los sentimientos y cosas que Javier lleva dentro siempre y que, de vez en cuando, le gusta mostrar. Y así nos fue poniendo a cada uno la etiqueta con que vamos marcados en sus afectos: Juan es afortunado por tener amigos como él; yo soy, a veces, un buen conversador; Carmen, un espíritu optimisma que ha logrado contagiar a la pandilla; Matilde una estilizada anfitriona que ha hecho de Moas un lugar de encuentro privilegiado; Elvira la rebelde del grupo que seduce con ese espíritu inconformista y un poco loco; Mery una buena combinación entre mujer cariñosa y rompepelotas que inquieta a los colegas por su tesón y fuerza personal; Ma. Eugenia su compañera fiel, la mujer paciente con la que ha cruzado esos abismos que nos anunciaba al inicio de su charla, pronto harán sus bodas de oro y lo que más desea es seguir disfrutando de la vida con ella, porque solo hay una y está llena de abismos; Lois ha sido, en muchas ocasiones, el profesional de la comunicación imparcial y audaz con el que se ha encontrado en paisajes diferentes, algunos profesionales y otros menos lustrosos pero igual de divertidos en la zona vieja de Barcelona; Fidel, el amigo de siempre que llegó de Madrid tirando a pijo pero que poco a poco se ha ido normalizando y eso sin dejar de ser coruñés hasta las cejas, lo que no deja de tener un mérito especial. Y así se cerró la ronda. Había pasado media hora larga de dinámica de grupos. Javier había hecho su catarsis y, liberado de ese peso, se le notaba más relajado y feliz. Y aún con fuerzas para chuzar a Fidel a que él debiera hacer lo mismo: “un tipo que nunca para de hablar y hoy que es su día de homenaje, no habla”.  No hizo falta más provocación, y allí comenzó la segunda ronda de confesiones.
Fidel (que repitió repetidas veces que se sentía “abraiado”, una palabra que le gusta) comenzó también con una frase de titular, “hay que incluir un poco de frustración”, idea que debió extraer como conclusión personal de los versos de Juan. Jubilarse tiene eso, que uno ha de asumir las condiciones de la nueva etapa y reservar algo más de espacio para la frustración. Fidel lleva peor que Javier la jubilación. También es lógico pues los efectos secundarios del nuevo estatus han sido más dolorosos en su caso, pero poco a poco lo va integrando en su nuevo esquema, se va resignando. De ahí lo de la frustración. Puesto en la tesitura de hablar de los comensales se le planteaba un nuevo desafío que habitualmente rehúye. Fidel  es, probablemente, tan sentimental como Javier, pero sobre todo en la intimidad. Es persona de buen juego en distancias cortas. En cancha larga se guarda más sus juicios, los matiza, acostumbra a nadar y guardar la ropa. Así que su reparto de cartas tuvo ese toque neutro de quien dice menos de lo que calla. Tomando un vino puede decirte cualquier cosa, proporcionada o no. Pero puestos en situación de decir y con la necesaria necesidad de aproximarse a una confesión personal cuida mucho lo que dice. Y lo que dijo de Lois fue que lo conoció hace muchos años como compañero de Mery y que desde entonces han ido manteniendo una bonita amistad; de Ma Eugenia destacó su enorme mérito por haber aguantado a Javier tantos años, aunque repitió su sospecha de que ella es “cómplice necesaria” de las increíbles andanzas que nos cuenta Javier de su juventud; de Mery que le tiene un cariño especial pues cuidó a su hija María de chiquita en Madrid y que eso no se olvida; de Elvira que es la hermana de Pili, la niña que más le zoscó de pequeño (de hecho la llamaban Atila); de Matilde que tiene la capacidad de desconcertalo con algunas verdades que le sorprenden, como el otro día que le decía que si lo pensaba bien ella era más familia suya que su propio hermano pues pasaba mucho más tiempo con él y era mucho más cómplice en las cosas que le pasaban; de Carmiña, no supo qué decir y que lo mucho que podía decirle se lo diría en la intimidad (lo de los espacios cortos, que ya mencioné); de Miguel que era sano y de Juan que era un bardo estupendo que le hace acreedor a un poema de piropos; de Javier que hace tanto tiempo que se conocen (40 años), han coincidido en tantas cosas en la vida (vivieron en la misma casa, se casaron el mismo día, aunque un año después, y se han jubilado el mismo día) que ya cualquier cosa que diga es como desvelar secretos de pareja.
Y así, entre bromas y veras, entre caralladas simples y efluvios emotivos dimos por bueno el paso a la jubilación e inauguramos la nueva etapa de los amigos que podrán según el vate: “Levantarse a eso das nove/ se as once, moito millor. Asearse sen premura / e almorzar coma un señor”.