jueves, diciembre 12, 2013

¡Adiós, corazón!


Frustrante cosa ésta del lenguaje que incluso la frases cariñosas se convierten en aldabonazos inmisericordes sobre el paso del tiempo.
Hoy me tocaba revisión de ese pequeño adminículo que llevo incrustado en el pecho. Se llama Reveal con un nombre que quiere parecer inglés pero está hecho en Portugal. Al final se queda en poquita cosa, una especie de pen-drive. Pero bueno dejémoslo estar que de él ya he hablado bastante en este blog, ahora intermitente (es un blog con apneas peligrosas). La cosa es que me tocaba revisión. En el hospital descargan sus anotaciones sobre las arritmias y te riñen si te has pasado. Yo me había portado bien (bueno, el corazón es el que se había portado bien, que él es muy autónomo), así que la cosa fue de trámite. De hecho, quien me atendió fue una enfermera, aunque bien preparada y muy habladora, con ese tono autosuficiente de las que llevan años de oficio.
Me colocó el aparato lector, extrajo los datos del cardio-pendrive y los analizó en pantalla. Nada, todo bien. Solo había dos incidencia, una marcada por mí y otra por el aparatito. Luego hizo su informe y me citó para dentro de seis meses.
Y al final, la guinda. “Y ya sabe, si le da algún mareo o un síncope se acerca por esta consulta sin pedir cita”. Muchas gracias, le dije. “Nada, corazón, a cuidarse”, me dijo ella. Pensé si se estaría despidiendo de mi víscera cardiaca, pero no, me lo decía a mí. Y cuando yo salía, ella aunque mirando para otro lado, lo repitió: “Adiós, corazón”. Me sonó chocante. No era un corazón de esos que significa “cariño” (adiós, cariño). La enfermera no era jovencísima pero, vamos, tampoco mayor. Yo debiera haber sentido “¡coño, me he ligado a la enfermera!”. Pero qué va, hubiera estado bien, pero no sonaba a eso. Más bien sonaba a trato maternal y compasivo (ya está usted mayor… cuídese, corazón). Me encantaba escucharlo cuando se lo decían a mi padre. Sonaba bien, a juego relacional, a enfermeras cariñosas con las personas mayores. Pero escucharlo dirigido a mí me sorprendió. Fue un coscorrón más que una caricia.
No somos nadie, está visto. Y, menos aún, en el hospital.
¡Señor, qué estrés! ¡Qué deterioro progresivo de la autoimagen!

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