sábado, abril 25, 2015

La Habana vieja




Pues nada, se acabó la estancia en Cuba. Ayer acabó el congreso y hoy sábado pensé que sería bueno dejarlo en vacío para hacer alguna excursión. Luego sentí que me daba pereza meterme en un autobús con otros turistas para ir a Varadero. Ir y volver en el día. ¡Ni hablar! Al final, como sigo teniendo chofer a mi disposición, lo que más me apetecía era volver a la Habana vieja y pasear un rato por allí. ¿Quién sabe si volveré alguna vez más por estas tierras?
Y eso hice, pero con relax, a la cubana. Quedé a las 10,30 con el chofer y me dejó en el centro mismo de la Habana, en la Plaza de San Francisco. Le pedí que volviera a buscarme a las dos de la tarde. Tampoco era cosa de exagerar con aquel sol infernal. Y comenzó el callejeo. Me perdí a propósito por lo viejo (pero viejo viejo, tirando a cutre) y comencé a dar vueltas por aquel entorno deslumbrante y deprimente a la vez. Es tremenda la sensación de agobio que se siente en la Habana vieja al ver los maravillosos edificios que uno va cruzando y que están en situación ruinosa, sucia, invivible. Pero ellos viven allí. Me dio por pensar que a lo mejor están así de mal por fuera pero que por dentro los tienen muy adecentados, pero no daba esa impresión. Veías balcones abiertos y lo que se veía por dentro era bastante similar a lo que había por fuera. ¡Qué pena, qué depresión! Supongo que los arquitectos que paseen por allí deben correr serios riesgos de un infarto.
Y sin embargo, algo se está moviendo en Cuba. Desde luego nada que ver esta Habana que paseo hoy con la que pude admirar hace 4 años y menos aún con la que recuerdo de hace 10. Ya hay muchas restauraciones en marcha y están quedando edificios preciosos, que es lo que se merecen ser. Pero ¿cuánto costará, en dinero y en tiempo, recuperar esta hermosa ciudad? ¿20 años? No menos, desde luego. Estoy seguro que poco a poco La Habana va a recuperar su viejo esplendor. Ojalá no pierda con ello su encanto.
Algunas zonas ya las recordaba de viajes anteriores y otras muchas se me hicieron nuevas. Incluso me encontré con una calle que se llama Compostela. Pasé junto a la Bodeguita de En Medio pero había tal cola esperando que ni se me pasó por la cabeza entrar. En cambio, pocos metros más adelante encontré una terracita con música en vivo y allí me senté a disfrutar de mi última media hora habanera.
La música cubana es excitante al máximo. Muy repetitiva pero contagiante.  Es difícil sustraerse al movimiento que excita. De hecho, varias mujeres que había en otras mesas se salieron de la terraza y pidieron a algunos jóvenes negros que estaban escuchando en la acera que bailaran con ellas. Parece que eso es frecuente aquí. Y lo gracioso es que ellos aceptaban gustosos. Otra nórdica o alemana, no sé, que estaba en otra mesa y que se debía morir de envidia fue a preguntarles si había que pagarles a los chicos que bailaban por hacerlo. Por supuesto, le dijeron que no. Lo pasé bien aquel rato con una cervecita y un sándwich en la mano.
Y así relajado me dio por pensar en todo lo que había visto y sentido estos días en Cuba. El aquel contexto de música callejera pero buena, lo primero que sientes es el gran culto al cuerpo que sienten los cubanos. Seguramente es algo parecido a lo que se siente, también, en otros países latinoamericanos: cómo disfrutan de su cuerpo, cómo lo viven, cómo lo exhiben. No les importa mostrarlo, incluso personas  a las que mostrar cómo son les resultaría vergonzoso en otros contextos. No debe ser ajeno a esa presencia impactante del cuerpo ni a la temperatura del ambiente, el erotismo que se respira en cada rincón de La Habana. Se debe follar mucho en esta ciudad. Quizás por eso sonríen tanto.
Y aunque los malos pensamientos seguían ahí de fondo con su run run, también pude pensar en otras cosas. Los tres días vividos aquí dieron para mucho. Y una de las cosas que no llego a entender es cómo se puede combinar un nivel aceptable de educación (y de eso hacen gala en Cuba desde hace muchos años) con la falta de libertad. Cómo han llegado a ser compatibles aquí más educación con menos libertad. Lo que nos está pasando en otros países es que a medida que aumenta la educación de la población, ésta exige más, se hace más consciente de sus derechos, reclama más espacio para tomar sus propias decisiones y poder organizar su vida de forma independiente. Aquí, en cambio, se diría que el efecto de la educación no va en esa dirección y, la verdad, no lo entiendo.

Lo que me ha parecido estos días es que quizás esa contradicción la salvan los países de este tipo a través de una fuerte insistencia tanto en la épica como en la lírica. La épica de reclamar el espíritu revolucionario, los héroes patrios, los difíciles pero espectaculares avances que la revolución ha proporcionado al pueblo, la valentía con que la nación se ha defendido de los enemigos que la acechan. Y la lírica de los valores que encarna su revolución, su sistema político, sus acciones colectivas en favor de los más desfavorecidos (de casa y de fuera). Es esa lírica que tanto atrae a personas y grupos progresistas. De verdad, el nivel de autoestima que se manifiesta en todos los ámbitos (yo estoy asistiendo a un congreso de medicina y es un magnífico ejemplo de eso) es envidiable. No sé si lo creen o es simple fachada, pero  creo que es necesario creérselo para que todo eso compense la pérdida de libertad y la precariedad de vida.
De todas maneras, no cabe duda de que Cuba es un país con un nivel de resiliencia fantástico. La supervivencia como cultura colectiva. Pese a lo mal que están (o parece), la gente que cruzas por la calle se ve feliz, hablan en tonos alegres, están constantemente bromeando entre ellos. No da la impresión de que vivan mal.  Esa es otra cosa que te extraña. Quizás es que una condición para la resiliencia es que reduzcas tus expectativas, que te acomodes a una situación de supervivencia y que trates de disfrutar de lo que tienes. Mi chofer me decía que ganaba 12 euros al mes. Me comentaron que muchos médicos ganan en torno a los 20 euros. No es fácil vivir así, ni siquiera en Cuba.  Tienen mucho mérito, la verdad. Y sin embargo, esta vez no vi ni un solo mendigo pidiendo por la calle. Incluso, tampoco vi chicos o chicas dedicados a la prostitución callejera, un espectáculo que deprimía tanto.
No sé, siempre me ha pasado una cosa parecida: Cuba me genera sensaciones muy contradictorias. Por un lado me encanta la gente, me encanta su música, me encanta la ciudad. Pero por otro, salgo deprimido y prometiéndome que ya está bien, que no necesito volver.
Y sin embargo, he vuelto. Y probablemente, si me invitan, volveré de nuevo. No sé muy bien por qué, pero algo tiene Cuba que te atrapa.

viernes, abril 24, 2015

Final de Congreso




El día ha comenzado con la principal obsesión de ir al banco y poder cobrar el cheque. Llama la atención cómo, al final, uno se convierte en una especie de animalito obsesivo, con todas las neuronas macerándose en el  mismo caldo. Tras tantos viajes a estos países he aprendido que conseguir el cheque es ya toda una proeza pero que, incluso cuando lo consigues, la batalla por recuperar el dinero del viaje está sola mediada.
El chofer fue puntual, es una maravilla este señor (que hoy me ha confesado que su salario mensual son 12 CUC, es decir 12 euros; cuesta creérselo aunque no tendría por qué engañarme. Y para entender bien el drama baste decir que un litro de gasolina cuesta 1 CUC). Bueno, pues allá marchamos. Llegamos al banco (el que creíamos que era el banco que nos correspondía) y me quedé asustado de la cola que había ya en la puerta. Y eso que llegamos antes de que abrieran.  De todas formas el chofer me decía que la mayor parte de ellos eran jubilados que iban a cobrar su pensión. Que yo no tendría que hacer cola. Lo intenté y me echaron para atrás con cajas destempladas. No solo no podía pasar sino que los jubilados (los que ya estaban y los que fueran llegando) tenían preferencia sobre todos los demás. Cuando llegó el chofer tras aparcar, fue él quien intentó hablar con el tipo que regulaba la entrada(en Cuba se va entrando al banco por grupitos pues todos tienen que estar sentados, nadie puede esperar de pie; así que, a medida que van quedando puestos libres van dejando entrar a los siguientes en la fila, salvo que vengan jubilados que ellos/as pasan y son los primeros en ser atendidos). Las gestiones del chofer dieron buen resultado y pude pasar, pero cuando me atendieron resulta que allí no tenían dólares y deberíamos ir a la central. En realidad, allí era donde deberíamos haber ido desde el principio. Cuando llegamos, la misma operación. No podía pasar hasta que me llegara el turno y siempre que no hubiera jubilados esperando. El chofer volvió a ganar la batalla y pasé enseguida. De todas formas tuve que esperar a que llegaran los dólares y, cuando llegaron en el transporte blindado, nueva espera hasta que el tipo los contara y ordenara. Al final, todo acabó bien.
El resto del día ha ido a trompicones. Primero, que Internet se ha ido perdiendo y no he podido trabajar en absoluto en todo el día. Después participé en una reunión que debía ser de intercambio entre jóvenes investigadores. Me gustó ver que le dan bastante importancia a la investigación en los estudios de Medicina. Incluso tienen una revista los estudiantes, bastante buena, para exponer sus trabajos.  Aquí se insiste mucho en la Medicina Familiar, lo que me parece muy oportuno tanto en la lógica política como en el contexto económico en el que tienen que actuar. La Medicina hospitalaria es mucho más cara que la preventiva y en buena lógica siempre habría que priorizarla. Lo contrario que nos pasa a nosotros siempre buscando los aparatos más sofisticados y los medicamentos más caros. Todo eso viene muy bien a las empresas sanitarias.
A la hora de comer, siempre en un comedero inmenso como para más de mil personas, me dí cuenta de que me faltaba el ticket. Me lo había dejado en el hotel. ¡Terrible circunstancia! Ayer había visto como rectores y responsables sanitarios se quedaban sin comer porque no tenían ticket. Parecía no haber solución: no ticket, no lunch! No había nada que negociar. Y todo ello cuando en el restaurante se veía una llanura inmensa de mesas llenas de platos  con la ensañada ya servida. Ya me veía sin comer, aunque tampoco lo lamentaba mucho. Pero chico, a grandes males grandes remedios. Llamé a mi chofer, vino a buscarme, nos fuimos al hotel, rescaté mi ticket y volvimos a Centro de convenciones. Y comí, claro. La tarde se me hizo pesada. A las 15 era la clausura del Congreso. Unas formalidades de la leche porque allí estaban los ministros y todas las delegaciones: 119 países estaban presentes. Todos en los que Cuba tiene delegaciones médicas y otros muchos que se interesaron por el Congreso. Me llevaron a sentar a la 4ª fila, la penúltima de puestos reservados (ahí pude calibrar la poca importancia que al final yo tenía: sic transit gloria mundi. Chofer sí, pero a la cuarta fila. Eso sí, en el pasillo). Todas las anteriores estaban ocupadas por delegaciones nacionales, cada país con su cartelito. Delante de mí México. Y a mi lado, también como fuera de lugar la encargada de la embajada de Filipinas que, pilla ella, como no había asistido al Congreso me pidió que le hiciera un resumen porque tenía que presentar un memorándum a su embajador. Por supuesto que le dije cuatro tonterías y pasé mucho de resumir nada, que además no sería capaz.
La mesa presidencial estaba formada por casi 40 personas. Y la presidía un alto militar del Secretariado ejecutivo del partido comunista cubano. Me entró terror pensando que pudieran hablar todos ellos/as. Afortunadamente no fue así. Habló el ministro de salud, que no lo hizo mal y ni siquiera fue largo. Luego una ministra africana en un inglés ni el traductor entendía. Y alguien más que ya no recuerdo. Y lo mejor de todo una sesión de música cubana que fue un magnífico cierre del congreso.
La cosa acababa con la cena del Congreso a la que todos estaban invitados y con la posibilidad de asistir a un concierto-baile con la que dicen es la mejor orquesta cubana, la Van Van. Lo peor de todo era que la cena comenzaba a las 5,30 al acabar la clausura y se montó un tapón para entrar al comedor que parecía una estampida. Pasé de la cena. Y luego aparecí un momento por el lugar del concierto y tampoco fui capaz de soportarlo. Muchísima gente, muchísimo calor. Pero impresiona lo bien que bailan los cubanos y cómo disfrutan con la música.
Así que llamadita al chofer y vuelta al hotel.

jueves, abril 23, 2015

Cuba, el día D.




Bueno, llegó (y pasó) el día D del  Congreso. Esta vez la cosa no estaba fácil. No es solo que cada vez me siento más vulnerable en las intervenciones ante grandes auditorios (acabará pasándome lo de Sabina: el pánico escénico), sino que esta vez el auditorio era realmente complicado: médicos y responsables de salud de muchos países, incluidos los EEUU (ahora que se han reanudado las relaciones, andan de luna de miel).
Me cambiaron de chofer y el nuevo llegó una hora antes a buscarme. Lo interesante es que parece que he ascendido. Me han otorgado un coche de ministro o rector (un modelo chino de gama alta). Me extrañó. ¿Pero no es usted Presidente de la Sociedad Americana de Medicina?, me preguntó la chica de enlace en el hotel. No quise romper la magia del momento y me quedé en responder con un "Ummmm" que tanto podía que ser eso como lo contrario. Seguramente leyeron Presidente de la Sociedad Iberoamericana de Docencia Universitaria y lo leyeron en clave médica. En todo caso, hay ciertos malentendidos que no merece la pena aclarar. Pues nada, tengo chofer privado hasta el domingo cuando me vaya. Un lujo.
Luego en el Congreso pasó lo que suele. Se empezó tarde y luego los desfases se fueron acumulando hasta tal punto que la sesión inicial que era abierta a todos los congresitas estaba formada por 4 personas que iban a hablar.  Pues cuando aún estaba hablando la segunda, un político argentino pesadísimo, ya se habían chupado una hora de las sesiones múltiples siguientes en una de las cuales participaba yo. Así que me temí lo peor, que llegáramos allí y de los 45 minutos que teníamos cada uno, la cosa se redujera de manera dramática. Y de nuevo, la cuestión de siempre, ¿merece la pena todo este viaje para después intervenir media hora ante un auditorio que será, con toda probabilidad escaso? En fin, hay ciertas preguntas que uno no debe hacerse a poco de iniciar su conferencia en un Congreso. ¡Fuera!.
Y pasó lo que tenía que pasar, aún no había acabado la primera sesión común, nos tuvimos que salir porque ya habían comenzado las sesiones simultáneas. Cuando llegamos allí, ya estaba hablando la que me precedía, una doctora, creo que salvadoreña, muy mayor que debía ser todo un referente en la Educación Médica centro-americana. Las cosas que le oí, me parecieron interesantes y bastante coincidentes con algunas que yo diría a continuación. La cosa es que las canas pesan y a ella no le cortaron, con lo cual su intervención se alargó mucho. Y si yo tenía que iniciar mi conferencia a las 11, debían ser las doce y mucho cuando la iniciaba.
Aquí son bastante pragmáticos y no se pierde tiempo en presentaciones. Tampoco lo perdí yo en agradecimientos porque me temía lo peor en cuanto a la gestión del tiempo. De hecho, mi mayor preocupación en ese momento era cómo reducía la presentación a su esqueleto. Y lo que tenía que pasar, pasó. A los 20 o 25 minutos me advirtieron que me quedaban 5 para concluir. Demonios!, acababa justo de concluir la introducción. A partir de ahí comencé a correr mi particular encierro. En este caso, no me perseguían los toros sino la mirada y los gestos dela coordinadora de la sesión. El discurso fue a saltos. Las dispositivas se pasaban desde la cabina, así que en lugar de decirle "vamos a la siguiente” yo lo que iba diciéndole es “vamos tres más allá” y “siga pasando, siga pasando, siga...”.
Bueno, quizás la cosa no fueran tan dramática. Al final, el salón estaba lleno y la conferencia gustó mucho. Asistieron a ella varios rectores de las Universidades Médicas cubanas y mucha gente de la dirección central de Educación Médica del Ministerio de Sanidad MINSAP (aquí las universidades médicas dependen del ministerio de salud, por eso juegan por libre en relación el resto de universidades y facultades). Luego todos se lamentaban que la falta de tiempo no nos hubiera permitido profundizar más en los diversos puntos que les fui presentando. Y algo curioso, en otros sitios, al final de la conferencia, mucha gente viene a hacerse una fotografía conmigo, aquí la gente que se acercó después lo que quería era que le pasara la presentación. Listos estos cubanos. Menos mito y más pragmatismo. También me tocó oír mucho aquello de “esto ya lo hacemos nosotros”.
El resto del día fue de muchas esperas y un poco de relax. Comimos en una sala infinita del Palacio de Congresos, después me tocó esperar aburrido a que viniera de la sede central de la OPS (Organización Panamericana de Salud) el cheque que serviría para pagar mis gastos de viaje. Yo no las tenía todas conmigo en que pudiera recuperar los 700€ que me costó el pasaje. Al final llegó y espero que todo acabe bien cobrándolo mañana en el banco. Después aproveché mi reciente estatus de tipo importante y llamé a mi chofer para que me llevara al hotel. Ningún problema, allí estaba él en 5 minutos. ¡Da gusto ser importante!

Camino del hotel, pensé que dado que tenía chofer podría aprovecharlo para no quedarme encerrado lo que quedaba de tarde. Y pensé en que me llevara al centro de la ciudad para recuperar recuerdos y volver, después, andando. Así mataba dos pájaros de un tiro, volver al Centro de La Habana y andar un poco, que buena falta me hace después de estos días de quietud.  Me cambié en el hotel (el resultado quedó un poco chapucero: traje de baño, camiseta amarilla limón, hasta ahí bien; zapatos marrones de diario con calcetines negros; esto me quedaba como a un cristo dos pistolas, de guiri total, pero no había traído zapatillas y no creí que pudiera hacer el camino con unas chancletas, que sí tenía) y salimos cara al centro. La visita al centro se hizo bonita, fui recuperando muchos recuerdos de Cuba. Cada uno de los viajes realizados tuvo su historia (mis viajes iniciales a Congresos de Infantil; mis dos viajes con Rafa; el viaje con Elvira y los Gestal; el viaje en que coincidí  con Jesús Valverde y su novia canaria de entonces…). Pasé por La Cecilia, restaurante donde celebramos con los Gestal un cumpleaños mío; paseé por el malecón que me trajo muchos recuerdos con Jesús; paseé por el centro con muchos recuerdos con Rafa y mis hermanos. Un refresh de recuerdos muy agradable.
Yo había pensado que podría volver andando desde el Centro de la ciudad, pero ya en la ida me di cuenta de que eso no sería posible porque las distancias son enormes. Al final, el chofer me dejó en una plaza intermedia en la que había un festival de samba cubana. Me encantó el dinamismo y la alegría de la gente que bailaba desde niños muy pequeños hasta jóvenes veinteañeros de distintas escuelas, supuse. Iban con ellos sus entrenadores o cuidadores, no sé. El sol caía a fuego sobre el lugar, treinta y pico grados, pero eso no les afectaba porque cada nuevo grupo que entraba en acción se mostraba más enérgicos y motivados.

Después de un rato, comencé a andar cara al Hotel. No sabía a qué distancia estaba y no quería que me cogiera la noche. El camino me lo conocía en cuanto a la dirección (tampoco hay que ser muy listo: al final el hotel está tocando al mar; bastaría seguir el malecón para llegar). Pasé por la oficina de negocios americana y todo el tinglado de banderas cubanas y la plaza para manifestarse que le han puesto por delante para joderlos (aunque ahora parece que la van a remodelar para acomodarse a los nuevos tiempos) ; por el Meliá Cohíba; por los campos de deporte; por el torreón (estaba la terraza llena de gente). Y así fui siguiendo el camino hasta que perdí el malecón porque llega un río y cruzarlo te aleja de él. El sol seguía inmisericorde y yo sudando como una fregona. Y el camino seguía. A la media hora pensé en rendirme o, cuando menos, relajarme con una cervecita intermedia, pero seguí. Mejor no pensar. A la hora estaba realmente cansado y ni siquiera había llegado a la mitad del camino. Luego me perdí un rato buscando la 5ª avenida y cuando la encontré la seguí como mi clavo ardiendo. Luego volví a perderme porque aparecí en la 7ª. Me costó recuperarla. Una señora con la que me crucé ya debió ver que andaba perdido y me dijo cómo volver a mi ruta. Posteriormente tuve que preguntar a un guardia que vigilaba en su garita y poco después a otro joven con el que me crucé. Y todos sin excepción me miraban extrañados diciéndome que el hotel seguía muy lejos. Como yo insistía en que quería andar, me daban orientaciones parciales con el consabido y “cuando llegué por allí… pregunte de nuevo". En fin, para que el relato no resulte tan largo como la caminada, diré que tardé en torno a dos horas en llegar al hotel. Calculo que hice en torno a los 8 o 9 kilómetros.
Una vez en el hotel, me pasé primero por el supermercado a comprar una cervecita porque lo que me apetecía era salir a la piscina para darme un baño y quedarme allí tumbado, cerveza en mano. Escogí una cerveza holandesa que no me gustó pero que, pese a ello, me la fui tomando mientras leía a Vázquez Montalbán. Me pegué otras dos horas de relax en la piscina y llegada la hora me pasé a degustar una pasta y una copita de vino. Después había un espectáculo en el hotel, un grupo flamenco que fue fantástico y que sirvió para levantarme el ánimo. Llegué a la habitación dando las 11 y diez minutos después ya estaba sopa. Un día intenso.

miércoles, abril 22, 2015

¡Cuba, hermano!




Nueva aventura en la agenda de este servidor de ustedes. Esta vez, con elementos bastantes particulares: ¡de nuevo Cuba, hermano!
Viajar a Cuba siempre es apetecible. Quizás más antes que ahora, pero Cuba sigue estando en una posición central en el imaginario de muchos de nosotros. Solo que esta vez todo tiene un cierto aire de contrasentido:¡qué pinto yo en un Congreso de médicos!!!  Mira que les advertí desde el inicio, desde su primera invitación: yo no soy médico, pero aquí en Santiago tenemos gente muy valiosa a la que ustedes podrían invitar. Incluso les mandé el email de mi amigo Juan Gestal para que redirigieran a él su invitación. O nuestro Rector, al que supongo que le encantaría viajar a Cuba y reforzar las relaciones que ya tenemos con las universidades de aquel país. Pero un hubo manera, insistieron en invitarme a mí personalmente. Incluso, y eso sí que es milagroso, me dijeron que correrían ellos con todos los gastos. ¡Increíble! La invitaciones cubanas son solo semi-invitaciones. No pagas la inscripción al Congreso (solo faltaba que invitándote ellos tuvieras que pagar la matrícula) y, si el interés es grande, incluso corren con los gastos de hotel y alimentación. Pero en este caso, aunque no me lo llegué a creer hasta el final, hasta prometieron correr con los gastos de viaje. Un milagro, ya digo. Eso sí, primero lo tenía que pagar yo y después me darían un cheque para ir a cobrarlo al un banco cubano. Ya veremos cómo va esta segunda parte.Temblando estoy.
El caso es que aquí estoy. Tras un viaje complicado (tuve que volar hasta México ante la falta de vuelos directos a La Habana), hacer noche allí porque ya no había vuelos a la Habana cuando yo llegaba a México y a la mañana siguiente seguir ruta hasta aquí. Un viaje largo en el que sobrevuelas Cuba para llegar a México con la perspectiva de volver hacia atrás dos horas y media para alcanzar tu destino. Con todo es verdad aquello de que no hay mal que por bien no venga. Recalar en México, aunque fuera unas horas me dio la posibilidad de encontrarme con colegas y poder ponernos al día en iniciativas y afectos. Además, descansar una noche antes de reiniciar otro trayecto siempre te relaja un poco.
Volar de México a Cuba es una experiencia que tiene lo suyo. Cuba pone tantas cautelas como si fueran los EEUU para la gente que quiere que viajar allí. Por ejemplo, tienes que sacarte una VISA. No es la primera vez que viajo a Cuba pero eso de la Visa no lo había oído nunca. Me lo avisaron el vienes por la tarde (yo viajaba el martes) y entré en estado de pánico. Ya estaban los billetes comprados,  el lunes tenía que ir al hospital para hacerme una resonancia magnética lo que me llevaría toda la mañana y el martes a primera hora salía mi avión. ¿Qué demonios hacía con la Visa? Debe ser verdad eso de que Dios aprieta pero no ahoga. La agencia de viajes me dijo que podría obtener la Visa el lunes por la mañana en el consulado de Cuba en Santiago (ni puta idea de que hubiera un consulado de Cuba en Santiago de Compostela; cabreo supino pensando que, la semana pasada, para obtener la Visa a México yo había tenido que concertar una cita, viajar a Madrid, perder todo un día y gastar más de 500€). Pero esta vez la cosa salió bien y tuve la bendita Visa y los complementos que ese trámite añade como el seguro de viaje y de salud, etc. Una pasta. Luego resulta que el viaje a Cuba tiene sus reglas (todas vinculadas al sacarte dinero o al control), lo que significa que no puedes sacar tus tarjetas de embarque por Internet. Ya estaba temblando. Me conozco Aeroméxico y ya me ha tocado presenciar muchos dramas de última hora de gente que se encontraba con un overbooking y sin plaza para volar. Así que una vez en el DF quise hacer lo primero la tarjeta de embarque para el día siguiente. Eso significa cambiar de terminal y tener suerte en que no haya mucha cola. Pero no fue posible. Me dijeron que esas tarjetas de embarque no se daban hasta el mismo día por cautelas oficiales. Y que no se podía sacar por Internet. Pero alguien no se entera y/o todo es una trampa, porque sí pude entrar en Internet esa noche a última hora y vi angustiado que ya estaban todas las plazas otorgadas, menos tres. Conseguí una de esas plazas en salida de emergencia. Pero, claro, como estaba en el hotel no pude imprimirlas y cuando lo intenté a la mañana siguiente, lo que salió fue un churro. Así que ya vi que me tocaba madrugar y marchar al aeropuerto pronto en la mañana. Eso hice y me dieron mis tarjetas advirtiéndome la azafata de tierra que no se explicaba cómo yo había sido capaz de sacarlas por Internet porque eso era imposible (vamos que según las reglas no se podía hacer; pues sí se podía y además no era verdad que las plazas se dieran solamente el día del vuelo porque los asientos estaban ya todos dados un día antes).
El vuelo fue bien. Se sentó a mi lado una señora joven. Me pareció que traía pasaporte español por el color de las tapas pero luego, cuando nos repartieron los protocolos de inmigración, ella dijo que era residente mexicana. Me pidió el bolígrafo para rellenar solo lo de Aduanas (yo tenía que cumplimentar tres documentos). Se lo dejé pero apenas hablamos durante el viaje. Los dos dormimos un rato, leímos, ella no quiso el pequeño brunch que nos ofrecieron, solo frutos secos. En un momento, ya llegando, hubo turbulencias y los pilotos nos pidieron que estuviéramos sentados y con los cinturones abrochados. Ella se mostró muy temerosa y se agrarraba al asiento como si fuera su tabla de salvación. Y fue ahí cuando comenzamos a hablar. Que no le gusta volar, que le daban mucho miedo esos movimientos del avión… Yo la animé diciéndole que no era nada, una nube. Vamos, lo normal. Y esa pequeña intimidad nos permitió iniciar una conversación. Le pregunté si era mejicana y me dijo que no, que era española. Gallega, me dijo. No me digas, le dije. Y de dónde. De la Coruña. Increíble, le dije, De dónde, de Mazaricos. Pero ya llevo 10 años en Cuba. Luego me tocó a mí decirle que trabajaba en la USC. Hombre, me dijo ella. Yo estudié Historia en Santiago. Y luego pasé un tiempo aquí en Cuba trabajando en temas vinculados a la cultura y la inmigración. Pero me casé, me dijo, y ya me quedé aquí. ¿Das clases de Historia?, le pregunté. No, trabajé un tiempo en cosas de emigración pero después tuvimos gemelas y ahora me dedico a preparar los conciertos de mi marido que es músico. Un gran cambio, pensé. Quizás lo conozcas, me dijo humilde, porque es bastante famoso, se llama Pablo Milanés. No le di un abrazo de milagro. Quizás no le guste que la reconozcan por su marido, pensé imaginándome una situación similar con mi mujer. Pero enseguidá comencé a insultarme: soy idiota, dos horas y media sentado al lado de la mujer de Pablo Milanés y yo haciendo el gilipollas sin charlar con ella. Claro que los 15 minutos que faltaban dieron para mucho. Me enteré de que acababan de hacer  una gira por España presentando su último disco (ya no tan reciente, me dijo), de que él no piensa ni por el forro emigrar, que no aguanta más de tres meses fuera de Cuba, etc. etc. Hasta nos dio tiempo para hablar de los novelistas cubanos actuales y que me recomendara tres novelas interesantes.
Pero, en esas, ya estábamos desembarcando. Y hete aquí que tomamos el finger y al salir, antes de tomar el pasillo para llegarnos a los controles de inmigración, nos tropezamos con un tipo de protocolo con un cartel con mi nombre. Como en los viejos tiempos, pensé, cuando llegábamos a Brasil y nos llamaban por la megafonía antes de salir del avión. Pues nada, saludé al tipo que me esperaba y le seguí. Me llevó por un camino distinto al resto de la gente hasta la sala de autoridades. Me pidió el pasaporte y él se encargó de pasar por mí el control de inmigración y la aduana. Me invitaron a un café y, al poco, llegaron dos rectoras que formaban la comisión de bienvenida para llevarme al hotel Comodoro que es donde residiré estos días de Congreso.  Me entregaron una carta que contenía la invitación del Ministro de salud para cenar esta noche. Le dieron tanta importancia a la invitación que creí que casi era un convite particular: vaya pensé, se lo han tomado en serio los cubanos esta vez; ¡qué honores! Luego, cuando leí la carta, ya vi que me habían situado en la mesa 12. A tomar por el saco la intimidad. ¡Menos lobos, migueliño, pensé enseguida, la cosa está bien pero no es para subirse a la parra!

El hotel Comodoro está en Miramar una zona que ya conocía. Tiene una playa propia, aunque hoy el mar estaba destemplado. Me han colocado en un bungalow y me han asignado un chofer (también esto como en los buenos tiempos de la Ulbra en Porto Alegre). Aún me dio tiempo de ver cómo ganaba el Madrid, de dormir un poco, de darme un baño en la piscina y de estar a la hora previsto en perfecto estado de revista para acudir a la cena (toda llena de ministros de salud, representantes de gobiernos, rectores de universidades extranjeras y gente muy importante). Era, efectivamente, una cena exclusiva para autoridades. Y no he podido sino volver a pensar qué demonios hago yo en un sitio como este. Había más de 29 ministros de educación, muchos embajadores, rectores de universidades. En fin, la leche. Pero no conocía a nadie y ni sabía cómo entablar conversación. ¿De qué se habla con un ministro de salud asiático o africano? 

Y en eso llegó el Rector de la Universidad de Puerto Rico y nos pusimos a hablar mojito en mano. La cena estuvo bien, muy cubana: un quiche de entrada, una crema, un plato de atún rojo y tarta de postre. Vino chileno del Maipu y algo de ron para los más viciosos al final. En mi mesa, la 12: un alto representante de la sanidad cubana como jefe de Mesa, otro director nacional de formación de recursos humanos en el ámbito sanitario, el ministro de salud de Sudán, el Rector de la Univ. de Puerto Rico, una alto cargo de sanidad del norte de Francia, y este chaíñas servidor de ustedes. Menos mal que uno ya ha aprendido a hablar como alguien importante. Estoy convencido de que al final se creyeron que yo estaba a su nivel. La francesa hasta me dio un beso de despedida. O se lo di yo a ella, no sé. Salimos afuera y allí a esperar cada uno de nosotros a su chofer y su coche: ¿60 coches con 60 choferes? Todos los cohes mercedes o audis, no se vayan a creer. Era impresionante ver aquella fila de coches de alta gama. Con lo sencillo (y barato) que hubiera ponernos un autobús e irnos dejando por los hoteles.
Y ahí acabó el primer día. Interesante.