viernes, abril 24, 2015

Final de Congreso




El día ha comenzado con la principal obsesión de ir al banco y poder cobrar el cheque. Llama la atención cómo, al final, uno se convierte en una especie de animalito obsesivo, con todas las neuronas macerándose en el  mismo caldo. Tras tantos viajes a estos países he aprendido que conseguir el cheque es ya toda una proeza pero que, incluso cuando lo consigues, la batalla por recuperar el dinero del viaje está sola mediada.
El chofer fue puntual, es una maravilla este señor (que hoy me ha confesado que su salario mensual son 12 CUC, es decir 12 euros; cuesta creérselo aunque no tendría por qué engañarme. Y para entender bien el drama baste decir que un litro de gasolina cuesta 1 CUC). Bueno, pues allá marchamos. Llegamos al banco (el que creíamos que era el banco que nos correspondía) y me quedé asustado de la cola que había ya en la puerta. Y eso que llegamos antes de que abrieran.  De todas formas el chofer me decía que la mayor parte de ellos eran jubilados que iban a cobrar su pensión. Que yo no tendría que hacer cola. Lo intenté y me echaron para atrás con cajas destempladas. No solo no podía pasar sino que los jubilados (los que ya estaban y los que fueran llegando) tenían preferencia sobre todos los demás. Cuando llegó el chofer tras aparcar, fue él quien intentó hablar con el tipo que regulaba la entrada(en Cuba se va entrando al banco por grupitos pues todos tienen que estar sentados, nadie puede esperar de pie; así que, a medida que van quedando puestos libres van dejando entrar a los siguientes en la fila, salvo que vengan jubilados que ellos/as pasan y son los primeros en ser atendidos). Las gestiones del chofer dieron buen resultado y pude pasar, pero cuando me atendieron resulta que allí no tenían dólares y deberíamos ir a la central. En realidad, allí era donde deberíamos haber ido desde el principio. Cuando llegamos, la misma operación. No podía pasar hasta que me llegara el turno y siempre que no hubiera jubilados esperando. El chofer volvió a ganar la batalla y pasé enseguida. De todas formas tuve que esperar a que llegaran los dólares y, cuando llegaron en el transporte blindado, nueva espera hasta que el tipo los contara y ordenara. Al final, todo acabó bien.
El resto del día ha ido a trompicones. Primero, que Internet se ha ido perdiendo y no he podido trabajar en absoluto en todo el día. Después participé en una reunión que debía ser de intercambio entre jóvenes investigadores. Me gustó ver que le dan bastante importancia a la investigación en los estudios de Medicina. Incluso tienen una revista los estudiantes, bastante buena, para exponer sus trabajos.  Aquí se insiste mucho en la Medicina Familiar, lo que me parece muy oportuno tanto en la lógica política como en el contexto económico en el que tienen que actuar. La Medicina hospitalaria es mucho más cara que la preventiva y en buena lógica siempre habría que priorizarla. Lo contrario que nos pasa a nosotros siempre buscando los aparatos más sofisticados y los medicamentos más caros. Todo eso viene muy bien a las empresas sanitarias.
A la hora de comer, siempre en un comedero inmenso como para más de mil personas, me dí cuenta de que me faltaba el ticket. Me lo había dejado en el hotel. ¡Terrible circunstancia! Ayer había visto como rectores y responsables sanitarios se quedaban sin comer porque no tenían ticket. Parecía no haber solución: no ticket, no lunch! No había nada que negociar. Y todo ello cuando en el restaurante se veía una llanura inmensa de mesas llenas de platos  con la ensañada ya servida. Ya me veía sin comer, aunque tampoco lo lamentaba mucho. Pero chico, a grandes males grandes remedios. Llamé a mi chofer, vino a buscarme, nos fuimos al hotel, rescaté mi ticket y volvimos a Centro de convenciones. Y comí, claro. La tarde se me hizo pesada. A las 15 era la clausura del Congreso. Unas formalidades de la leche porque allí estaban los ministros y todas las delegaciones: 119 países estaban presentes. Todos en los que Cuba tiene delegaciones médicas y otros muchos que se interesaron por el Congreso. Me llevaron a sentar a la 4ª fila, la penúltima de puestos reservados (ahí pude calibrar la poca importancia que al final yo tenía: sic transit gloria mundi. Chofer sí, pero a la cuarta fila. Eso sí, en el pasillo). Todas las anteriores estaban ocupadas por delegaciones nacionales, cada país con su cartelito. Delante de mí México. Y a mi lado, también como fuera de lugar la encargada de la embajada de Filipinas que, pilla ella, como no había asistido al Congreso me pidió que le hiciera un resumen porque tenía que presentar un memorándum a su embajador. Por supuesto que le dije cuatro tonterías y pasé mucho de resumir nada, que además no sería capaz.
La mesa presidencial estaba formada por casi 40 personas. Y la presidía un alto militar del Secretariado ejecutivo del partido comunista cubano. Me entró terror pensando que pudieran hablar todos ellos/as. Afortunadamente no fue así. Habló el ministro de salud, que no lo hizo mal y ni siquiera fue largo. Luego una ministra africana en un inglés ni el traductor entendía. Y alguien más que ya no recuerdo. Y lo mejor de todo una sesión de música cubana que fue un magnífico cierre del congreso.
La cosa acababa con la cena del Congreso a la que todos estaban invitados y con la posibilidad de asistir a un concierto-baile con la que dicen es la mejor orquesta cubana, la Van Van. Lo peor de todo era que la cena comenzaba a las 5,30 al acabar la clausura y se montó un tapón para entrar al comedor que parecía una estampida. Pasé de la cena. Y luego aparecí un momento por el lugar del concierto y tampoco fui capaz de soportarlo. Muchísima gente, muchísimo calor. Pero impresiona lo bien que bailan los cubanos y cómo disfrutan con la música.
Así que llamadita al chofer y vuelta al hotel.

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