miércoles, abril 22, 2015

¡Cuba, hermano!




Nueva aventura en la agenda de este servidor de ustedes. Esta vez, con elementos bastantes particulares: ¡de nuevo Cuba, hermano!
Viajar a Cuba siempre es apetecible. Quizás más antes que ahora, pero Cuba sigue estando en una posición central en el imaginario de muchos de nosotros. Solo que esta vez todo tiene un cierto aire de contrasentido:¡qué pinto yo en un Congreso de médicos!!!  Mira que les advertí desde el inicio, desde su primera invitación: yo no soy médico, pero aquí en Santiago tenemos gente muy valiosa a la que ustedes podrían invitar. Incluso les mandé el email de mi amigo Juan Gestal para que redirigieran a él su invitación. O nuestro Rector, al que supongo que le encantaría viajar a Cuba y reforzar las relaciones que ya tenemos con las universidades de aquel país. Pero un hubo manera, insistieron en invitarme a mí personalmente. Incluso, y eso sí que es milagroso, me dijeron que correrían ellos con todos los gastos. ¡Increíble! La invitaciones cubanas son solo semi-invitaciones. No pagas la inscripción al Congreso (solo faltaba que invitándote ellos tuvieras que pagar la matrícula) y, si el interés es grande, incluso corren con los gastos de hotel y alimentación. Pero en este caso, aunque no me lo llegué a creer hasta el final, hasta prometieron correr con los gastos de viaje. Un milagro, ya digo. Eso sí, primero lo tenía que pagar yo y después me darían un cheque para ir a cobrarlo al un banco cubano. Ya veremos cómo va esta segunda parte.Temblando estoy.
El caso es que aquí estoy. Tras un viaje complicado (tuve que volar hasta México ante la falta de vuelos directos a La Habana), hacer noche allí porque ya no había vuelos a la Habana cuando yo llegaba a México y a la mañana siguiente seguir ruta hasta aquí. Un viaje largo en el que sobrevuelas Cuba para llegar a México con la perspectiva de volver hacia atrás dos horas y media para alcanzar tu destino. Con todo es verdad aquello de que no hay mal que por bien no venga. Recalar en México, aunque fuera unas horas me dio la posibilidad de encontrarme con colegas y poder ponernos al día en iniciativas y afectos. Además, descansar una noche antes de reiniciar otro trayecto siempre te relaja un poco.
Volar de México a Cuba es una experiencia que tiene lo suyo. Cuba pone tantas cautelas como si fueran los EEUU para la gente que quiere que viajar allí. Por ejemplo, tienes que sacarte una VISA. No es la primera vez que viajo a Cuba pero eso de la Visa no lo había oído nunca. Me lo avisaron el vienes por la tarde (yo viajaba el martes) y entré en estado de pánico. Ya estaban los billetes comprados,  el lunes tenía que ir al hospital para hacerme una resonancia magnética lo que me llevaría toda la mañana y el martes a primera hora salía mi avión. ¿Qué demonios hacía con la Visa? Debe ser verdad eso de que Dios aprieta pero no ahoga. La agencia de viajes me dijo que podría obtener la Visa el lunes por la mañana en el consulado de Cuba en Santiago (ni puta idea de que hubiera un consulado de Cuba en Santiago de Compostela; cabreo supino pensando que, la semana pasada, para obtener la Visa a México yo había tenido que concertar una cita, viajar a Madrid, perder todo un día y gastar más de 500€). Pero esta vez la cosa salió bien y tuve la bendita Visa y los complementos que ese trámite añade como el seguro de viaje y de salud, etc. Una pasta. Luego resulta que el viaje a Cuba tiene sus reglas (todas vinculadas al sacarte dinero o al control), lo que significa que no puedes sacar tus tarjetas de embarque por Internet. Ya estaba temblando. Me conozco Aeroméxico y ya me ha tocado presenciar muchos dramas de última hora de gente que se encontraba con un overbooking y sin plaza para volar. Así que una vez en el DF quise hacer lo primero la tarjeta de embarque para el día siguiente. Eso significa cambiar de terminal y tener suerte en que no haya mucha cola. Pero no fue posible. Me dijeron que esas tarjetas de embarque no se daban hasta el mismo día por cautelas oficiales. Y que no se podía sacar por Internet. Pero alguien no se entera y/o todo es una trampa, porque sí pude entrar en Internet esa noche a última hora y vi angustiado que ya estaban todas las plazas otorgadas, menos tres. Conseguí una de esas plazas en salida de emergencia. Pero, claro, como estaba en el hotel no pude imprimirlas y cuando lo intenté a la mañana siguiente, lo que salió fue un churro. Así que ya vi que me tocaba madrugar y marchar al aeropuerto pronto en la mañana. Eso hice y me dieron mis tarjetas advirtiéndome la azafata de tierra que no se explicaba cómo yo había sido capaz de sacarlas por Internet porque eso era imposible (vamos que según las reglas no se podía hacer; pues sí se podía y además no era verdad que las plazas se dieran solamente el día del vuelo porque los asientos estaban ya todos dados un día antes).
El vuelo fue bien. Se sentó a mi lado una señora joven. Me pareció que traía pasaporte español por el color de las tapas pero luego, cuando nos repartieron los protocolos de inmigración, ella dijo que era residente mexicana. Me pidió el bolígrafo para rellenar solo lo de Aduanas (yo tenía que cumplimentar tres documentos). Se lo dejé pero apenas hablamos durante el viaje. Los dos dormimos un rato, leímos, ella no quiso el pequeño brunch que nos ofrecieron, solo frutos secos. En un momento, ya llegando, hubo turbulencias y los pilotos nos pidieron que estuviéramos sentados y con los cinturones abrochados. Ella se mostró muy temerosa y se agrarraba al asiento como si fuera su tabla de salvación. Y fue ahí cuando comenzamos a hablar. Que no le gusta volar, que le daban mucho miedo esos movimientos del avión… Yo la animé diciéndole que no era nada, una nube. Vamos, lo normal. Y esa pequeña intimidad nos permitió iniciar una conversación. Le pregunté si era mejicana y me dijo que no, que era española. Gallega, me dijo. No me digas, le dije. Y de dónde. De la Coruña. Increíble, le dije, De dónde, de Mazaricos. Pero ya llevo 10 años en Cuba. Luego me tocó a mí decirle que trabajaba en la USC. Hombre, me dijo ella. Yo estudié Historia en Santiago. Y luego pasé un tiempo aquí en Cuba trabajando en temas vinculados a la cultura y la inmigración. Pero me casé, me dijo, y ya me quedé aquí. ¿Das clases de Historia?, le pregunté. No, trabajé un tiempo en cosas de emigración pero después tuvimos gemelas y ahora me dedico a preparar los conciertos de mi marido que es músico. Un gran cambio, pensé. Quizás lo conozcas, me dijo humilde, porque es bastante famoso, se llama Pablo Milanés. No le di un abrazo de milagro. Quizás no le guste que la reconozcan por su marido, pensé imaginándome una situación similar con mi mujer. Pero enseguidá comencé a insultarme: soy idiota, dos horas y media sentado al lado de la mujer de Pablo Milanés y yo haciendo el gilipollas sin charlar con ella. Claro que los 15 minutos que faltaban dieron para mucho. Me enteré de que acababan de hacer  una gira por España presentando su último disco (ya no tan reciente, me dijo), de que él no piensa ni por el forro emigrar, que no aguanta más de tres meses fuera de Cuba, etc. etc. Hasta nos dio tiempo para hablar de los novelistas cubanos actuales y que me recomendara tres novelas interesantes.
Pero, en esas, ya estábamos desembarcando. Y hete aquí que tomamos el finger y al salir, antes de tomar el pasillo para llegarnos a los controles de inmigración, nos tropezamos con un tipo de protocolo con un cartel con mi nombre. Como en los viejos tiempos, pensé, cuando llegábamos a Brasil y nos llamaban por la megafonía antes de salir del avión. Pues nada, saludé al tipo que me esperaba y le seguí. Me llevó por un camino distinto al resto de la gente hasta la sala de autoridades. Me pidió el pasaporte y él se encargó de pasar por mí el control de inmigración y la aduana. Me invitaron a un café y, al poco, llegaron dos rectoras que formaban la comisión de bienvenida para llevarme al hotel Comodoro que es donde residiré estos días de Congreso.  Me entregaron una carta que contenía la invitación del Ministro de salud para cenar esta noche. Le dieron tanta importancia a la invitación que creí que casi era un convite particular: vaya pensé, se lo han tomado en serio los cubanos esta vez; ¡qué honores! Luego, cuando leí la carta, ya vi que me habían situado en la mesa 12. A tomar por el saco la intimidad. ¡Menos lobos, migueliño, pensé enseguida, la cosa está bien pero no es para subirse a la parra!

El hotel Comodoro está en Miramar una zona que ya conocía. Tiene una playa propia, aunque hoy el mar estaba destemplado. Me han colocado en un bungalow y me han asignado un chofer (también esto como en los buenos tiempos de la Ulbra en Porto Alegre). Aún me dio tiempo de ver cómo ganaba el Madrid, de dormir un poco, de darme un baño en la piscina y de estar a la hora previsto en perfecto estado de revista para acudir a la cena (toda llena de ministros de salud, representantes de gobiernos, rectores de universidades extranjeras y gente muy importante). Era, efectivamente, una cena exclusiva para autoridades. Y no he podido sino volver a pensar qué demonios hago yo en un sitio como este. Había más de 29 ministros de educación, muchos embajadores, rectores de universidades. En fin, la leche. Pero no conocía a nadie y ni sabía cómo entablar conversación. ¿De qué se habla con un ministro de salud asiático o africano? 

Y en eso llegó el Rector de la Universidad de Puerto Rico y nos pusimos a hablar mojito en mano. La cena estuvo bien, muy cubana: un quiche de entrada, una crema, un plato de atún rojo y tarta de postre. Vino chileno del Maipu y algo de ron para los más viciosos al final. En mi mesa, la 12: un alto representante de la sanidad cubana como jefe de Mesa, otro director nacional de formación de recursos humanos en el ámbito sanitario, el ministro de salud de Sudán, el Rector de la Univ. de Puerto Rico, una alto cargo de sanidad del norte de Francia, y este chaíñas servidor de ustedes. Menos mal que uno ya ha aprendido a hablar como alguien importante. Estoy convencido de que al final se creyeron que yo estaba a su nivel. La francesa hasta me dio un beso de despedida. O se lo di yo a ella, no sé. Salimos afuera y allí a esperar cada uno de nosotros a su chofer y su coche: ¿60 coches con 60 choferes? Todos los cohes mercedes o audis, no se vayan a creer. Era impresionante ver aquella fila de coches de alta gama. Con lo sencillo (y barato) que hubiera ponernos un autobús e irnos dejando por los hoteles.
Y ahí acabó el primer día. Interesante.
  

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